Текст книги "Una chica años veinte"
Автор книги: Sophie Kinsella
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– Bueno, Lara. -Levanta la vista-. ¿Qué puedo hacer por ti?
– Hummm.. . -Carraspeo-. Estaba.. .
Tenía preparadas un montón de frases incisivas para empezar, pero ahora que estoy aquí, en el sanctasanctórum, mueren todas en mis labios antes de ser pronunciadas. Me siento paralizada. Estamos hablando de Bill Lington, nada menos. Un famosísimo magnate con un millón de asuntos importantes entre manos, como explicarle al presidente norteamericano cómo debe dirigir su país. ¿Por qué habría de ir semejante personaje a una residencia de ancianos a birlarle un collar a una viejecita? ¿Cómo se me ha ocurrido algo así?
– ¿Lara? -Frunce el entrecejo, inquisitivo.
Ay, Dios. Si he de hacerlo, mejor que lo haga ya. Es como saltar de un trampolín. Tápate la nariz, inspira hondo y lánzate.
– La semana pasada fui a la residencia de la tía Sadie -digo atropelladamente-. Y por lo visto, hace unas semanas tuvo un visitante llamado Charles Reece que era exactamente igual que tú, cosa que no tiene sentido, así que quería preguntarte.. .
Me interrumpo. Él me mira con el mismo entusiasmo que si me hubiera arrancado de un tirón una falda hawaiana y me hubiera lanzado a bailar.
– Por todos los santos, Lara -masculla-. ¿Aún sigues creyendo que Sadie fue asesinada? ¿De eso quieres hablarme? Porque francamente no tengo tiempo.. . -Alarga la mano hacia el teléfono.
– ¡No, no es eso! -Me arde la cara del bochorno, pero me obligo a perseverar-. En realidad, no creo que la asesinaran. Fui allí porque.. . porque me sentía fatal pensando que nadie había mostrado el menor interés por ella. Mientras vivía, quiero decir. Y resulta que había otro nombre en el libro de visitas, y me dijeron que el tipo se parecía mucho a ti. Y me he quedado.. . intrigada. Ya me entiendes. Sólo intrigada. -Oigo las palpitaciones de mi corazón.
Lentamente, tío Bill vuelve a colocar el auricular en su sitio y permanece en silencio. Parece sopesar lo que va a decir con exactitud.
– Bueno, por lo visto, los dos sentimos el mismo impulso -dice por fin, repantigándose en su sillón-. Tienes razón. Fui a ver a Sadie.
Abro la boca, atónita.
¡Bingo! ¡Un bingo total e instantáneo! Debería reciclarme en detective privada.
– Pero ¿por qué usaste el nombre de Charles Reece?
– Lara. -Suelta un paciente suspiro-. Tengo un montón de fans. Soy una celebridad. Hay muchas cosas que hago sin necesidad de andar pregonándolas. Obras benéficas, visitas a hospitales.. . -Extiende las manos-. Charles Reece es el nombre que adopto cuando quiero permanecer en el anonimato. ¿Te imaginas el jaleo que se organizaría si llegara a saberse que Bill Lington en persona ha ido a visitar a una anciana? -Me mira con un brillo afable en los ojos y no puedo evitar devolverle la sonrisa.
Tiene sentido. El tío Bill es como una estrella de rock. Utilizar un pseudónimo es lógico en su caso.
– Pero ¿por qué no lo contaste a nadie de la familia? En el funeral dijiste que nunca habías visitado a la tía Sadie.
– Ya lo sé -asiente-. Pero tenía mis motivos. No quería que el resto de la familia se sintiera culpable o se pusiera a la defensiva por no haberla visitado. Especialmente, tu padre. A veces es un poco.. . quisquilloso.
¿Quisquilloso? No lo es en absoluto.
– Papá es un trozo de pan -digo con cierta tensión.
– Sí, es un tipo estupendo. Pero no ha de resultar fácil ser el hermano mayor de Bill Lington. Me da un poco de pena.
Siento una oleada de indignación. Es verdad. No es fácil ser el hermano mayor de Bill Lington porque Bill Lington es un gilipollas engreído.
No debería haberle sonreído. Ojalá hubiese un modo de retirar las sonrisas.
– No tienes por qué compadecer a papá -digo-. Él no se compadece de sí mismo. Le ha ido muy bien en la vida.
– ¿Sabes?, yo empecé utilizando a tu padre como ejemplo en mis seminarios. -Adopta un tono reflexivo-. Dos chicos. Con los mismos orígenes. Con la misma educación. La única diferencia entre ambos era que uno de ellos quería llegar. Tenía un sueño.
Habla como si estuviera ensayando una charla para un DVD promocional. Por Dios, está que se sale. Pero ¿de dónde saca que todo el mundo quiere ser como Bill Lington? El sueño de algunas personas más bien sería no ver su cara estampada en las tazas de café de todo el planeta.
– Bueno, Lara.. . -dice, fijando otra vez la vista en mí-. Ha sido un placer volver a verte. Sarah te mostrará.. .
¿Ya está? ¿Se ha acabado la audiencia? Ni siquiera he llegado al asunto del collar.
– Hay algo más -me apresuro a decir.
– Lara.. .
– Sólo un momento. Me preguntaba también si cuando visitaste a la tía Sadie.. .
– ¿Sí? -Está perdiendo la paciencia. Echa un vistazo a su reloj y juguetea con su llavero.
Ay, Dios. ¿Cómo decirlo?
– ¿Sabes algo de.. . ? O sea, ¿viste.. . o quizá te llevaste, sin querer.. . un collar? Un collar largo con cuentas de cristal y un colgante en forma de libélula.
Me esperaba otro suspiro condescendiente, una mirada perpleja, un comentario desdeñoso. Pero no que se quedase helado con una expresión repentinamente alerta y recelosa.
Le sostengo la mirada, casi sin aliento de pura consternación. Sabe de qué estoy hablando. Lo sabe.
Pero al punto el recelo desaparece de sus ojos y recobra la actitud educada. Casi podría creer que la otra expresión la he imaginado.
– ¿Un collar? -Bebe un sorbo de café y teclea algo en el ordenador-. ¿Te refieres a alguna pertenencia de Sadie?
Siento un hormigueo en la nuca. ¿Qué sucede? Acabo de ver una expresión inequívoca en sus ojos, estoy segura. ¿Por qué finge no saber de qué le hablo?
– Sí, es una pieza antigua que estoy intentando localizar. -El instinto me indica que actúe con calma e indiferencia-. Las enfermeras de la residencia me dijeron que había desaparecido, o sea que.. . -Lo miro, esperando una reacción, pero ahora tiene perfectamente colocada su máscara inexpresiva.
– Interesante. ¿Para qué lo buscas? -pregunta como quien no quiere la cosa.
– Por ningún motivo especial. Sólo que lo llevaba puesto en una foto que le sacaron cuando cumplió los ciento cinco y pensé que sería bonito conservarlo.
– Interesante. -Hace una pausa-. ¿Puedo ver la foto?
– No la llevo encima.
Esta conversación es rarísima. Como un partido de tenis en el que los dos fuéramos resistiendo la tentación de dar un golpe ganador.
– Bueno, me temo que no sé de qué me hablas. -Deja la taza en el escritorio como dando por terminada la entrevista-. Voy muy justo de tiempo, así que.. .
Echa su silla atrás, pero yo no me muevo. Él sabe algo, estoy segura. Pero ¿qué puedo hacer? ¿Qué opción me queda?
– ¿Lara? -me apremia.
Me levanto de mala gana. Cruzamos el despacho y la puerta se abre como por arte de magia. Aparece Sarah, escoltada por Damian, que permanece algo más retrasado manipulando su BlackBerry.
– ¿Ya está? -dice éste.
– Ya está. -Bill asiente-. Dale recuerdos a tu padre, Lara. Adiós.
Sarah me pone la mano en el codo para acompañarme fuera de la estancia. Se está agotando mi oportunidad. Ya a la desesperada, me aferró al marco de la puerta.
– Es una pena lo del collar, ¿no te parece? -Lo miro directamente, tratando de provocar una respuesta-. ¿Qué crees que habrá pasado?
– Yo me olvidaría de ese collar -responde suavemente-. Lo más probable es que se perdiera hace mucho. Adelante, Damian.
Éste se apresura a pasar por mi lado y los dos vuelven al interior del despacho. La puerta se está cerrando. Observo al tío Bill, presa de la frustración.
¿Qué está ocurriendo? ¿Qué tiene de especial ese collar?
He de hablar con Sadie. Ahora. La busco con la mirada, pero ni rastro de ella. Muy típico. Estará persiguiendo a algún jardinero macizo.
– Lara -dice Sarah con una sonrisa tirante-, ¿podrías soltar el marco de la puerta? Si no, no podemos cerrar.
– ¡Vale, vale! No te alarmes. No voy a montar una sentada de protesta.
Se sobresalta al oír la palabra «protesta», pero disimula con otra sonrisa. Debería dejar de trabajar con el tío Bill, la verdad. Es demasiado nerviosa.
– El coche te espera frente a la entrada principal. Te acompaño.
Maldita sea. Si me escolta hasta la salida no podré explorar a hurtadillas, ni fisgonear por los cajones ni nada.
– ¿Un café para el trayecto de vuelta? -me ofrece mientras cruzamos el vestíbulo.
Reprimo el impulso de decir: «Sí, un Starbucks, por favor.»
– No, gracias.
– Bueno, ha sido una placer conocerte, Lara. -Su falso entusiasmo me arranca una mueca-. Espero que vuelvas pronto.
Sí, vale, capto el mensaje: «No vuelvas a pisar este lugar en tu vida.»
El chófer de la limusina me abre la puerta. Voy a subir cuando Sadie se planta delante de mí, cerrándome el paso. Viene un poco despeinada y jadea.
– ¡Lo he encontrado! -exclama.
– ¿El qué? -Me detengo, ya con un pie dentro del coche.
– ¡Lo he visto en una habitación del piso de arriba, en un tocador! ¡Mi collar está aquí!
La miro, alelada. Lo sabía, lo sabía.
– ¿Estás segura de que es el tuyo?
– ¡Claro que sí! -Se agita mientras gesticula hacia la casa-. ¡Podría haberlo cogido! ¡Lo he intentado! Pero no he podido, claro.. . -Chasquea, frustrada.
– ¿Hay algún problema, Lara? -Sarah baja otra vez la escalinata a toda prisa-. ¿Algún inconveniente con el coche? Neville, ¿va todo bien?
– Todo bien -replica el tipo, y me señala con un gesto-. Sólo que se ha puesto a hablar sola.
– ¿Preferirías otro coche, Lara? -Hace un esfuerzo supremo por conservar la amabilidad-. ¿O tal vez deseas ir a otro sitio? Neville puede llevarte a donde quieras. Incluso puedes contar con su servicio el resto del día.
Está claro que quiere librarse de mí a cualquier precio.
– Este coche está bien, gracias -digo-. Sube -le murmuro a Sadie entre dientes-. Aquí no puedo hablar.
– ¿Perdón? -Sarah frunce el entrecejo.
– Es.. . una llamada. Tengo un auricular diminuto. -Me doy unos golpecitos en la oreja y subo por fin.
Se cierra la puerta y enseguida avanzamos hacia la verja. Compruebo que el panel que nos separa del chófer está cerrado, me desplomo en el asiento y miro a Sadie.
– ¡Es increíble! ¿Cómo lo has encontrado?
– Buscando. -Se encoge de hombros-. He mirado en todos los armarios y cajones, y también en la caja fuerte.
– ¿Te has metido en la caja fuerte del tío Bill? -Me deja alucinada-. ¡Hala! ¿Qué contiene?
– Papeles. Y joyas espantosas. Estaba a punto de darme por vencida cuando me fijé en un tocador.. . Y allí estaba. Completamente a la vista.
No puedo creerlo. Mi tío acaba de decirme que no sabía nada del collar, sin parpadear ni una vez. Es un mentiroso de tomo y lomo.. . Hemos de diseñar un plan. Busco el bloc y un bolígrafo en el bolso.
– Aquí hay gato encerrado -le digo, mientras anoto «Plan de acción»-. Tiene que haber una razón para que se lo haya llevado y esté mintiendo. -Me froto la frente-. Pero ¿cuál? ¿Por qué es tan importante para él? ¿Tú sabes algo? ¿Acaso tiene una historia especial.. . o un valor de coleccionista?
– ¿Esto es lo que piensas hacer? -explota Sadie-. ¿Hablar, hablar y hablar? ¡Hemos de recuperarlo! ¡Tienes que trepar por la ventana y cogerlo! ¡Ahora!
– Pero.. . -Levanto la vista del bloc.
– Será fácil. Puedes quitarte los zapatos.
– Vale.
Asiento repetidas veces, aunque, a decir verdad, no creo estar del todo preparada. ¿Entrar ahora mismo a hurtadillas en la mansión del tío Bill? ¿Sin un plan de acción?
– El único problema -le digo tras una pausa– es que tiene un montón de guardias de seguridad, y alarmas.
– ¿Y qué? -Entorna los párpados-. ¿Te vas a dejar intimidar por unas alarmas de pacotilla?
– ¡No! ¡Claro que no!
– Córcholis, ¡estás muerta de miedo! ¡En mi vida había visto a una chica tan boba! No fumas porque es peligroso. Te pones un cinturón en el coche porque es peligroso. Y supongo que tampoco comes mantequilla porque puede ser peligroso.
– No he dicho que la mantequilla sea peligrosa -replico-. Sólo que el aceite de oliva tiene grasas más sanas.. . -Me interrumpo al ver su expresión despectiva.
– ¿Vas a trepar por la ventana y coger mi collar? ¿Sí o no?
– De acuerdo -cedo tras una pausa.
– ¡Pues venga! ¡Para el coche!
– ¡Deja de mangonearme! Ya iba a hacerlo. -Me inclino hacia delante y abro la ventanita del panel-. Perdone, estoy mareada. Déjeme bajar, por favor. Iré a casa en metro. No tengo ninguna queja sobre su manera de conducir -añado, al verlo fruncir el entrecejo en el retrovisor-. Es usted estupendo. De veras.. . eh.. . una conducción impecable.
El coche se detiene y el chófer se vuelve, indeciso.
– Se supone que tengo que dejarla en la puerta de su casa.
– ¡No se apure! -digo, apeándome-. Sólo necesito un poco de aire fresco, muchas gracias.. .
Ya estoy en la acera. Cierro de un portazo y le digo adiós con la mano. El hombre me lanza una mirada suspicaz, hace una maniobra para dar media vuelta y regresa a la mansión. En cuanto se pierde de vista, empiezo a desandar el camino, avanzando discretamente por la cuneta. Doblo una curva y me detengo al ver la entrada.
Las verjas están cerradas y son enormes. Hay un guardia en una garita de cristal y cámaras de seguridad por todas partes. No se puede entrar así como así en casa del tío Bill. Hace falta una estrategia. Inspiro hondo y me acerco a las verjas con aire inocente.
– ¡Hola! Soy yo otra vez, Lara Lington -digo por el interfono-. Me he dejado el paraguas, tonta de mí.
Al poco, el guardia me abre la puerta para peatones y se asoma por la ventanilla de la garita.
– Acabo de hablar con Sarah. Dice que no sabe nada de ningún paraguas, pero que ahora viene.
– Voy a su encuentro, para ahorrarle molestias -replico, y me apresuro por el sendero antes de que pueda protestar. Vale, superado el primer obstáculo-. Avísame en cuanto deje de mirar -le murmuro a Sadie-. Di: «Ahora.»
– ¡Ahora!
Salgo del sendero, doy unos pasos por el césped, me lanzo al suelo y ruedo hasta detrás de un seto, como en una película de acción.
El corazón me palpita. Me he hecho una carrera en las medias, pero bueno, qué más da. A través del seto, veo a Sarah bajando por el sendero con expresión inquieta.
– ¿Dónde está? -Su voz me llega desde la entrada.
– .. . hace sólo un momento. -El guardia parece perplejo.
¡Ja!
Pero no puedo cantar victoria. En menos de un minuto empezarán a rastrearme con perros rottweiler.
– ¿Dónde es? -le susurro a Sadie-. Guíame. Y mantén los ojos bien abiertos.
Avanzamos por el césped, sorteando primero el seto y luego una fuente y una estatua. Me quedo paralizada cada vez que veo a alguien en el sendero, pero nadie me descubre.
– ¡Allí!
Doblamos una esquina y Sadie señala las puertas acristaladas del primer piso. Están entreabiertas y dan a una terraza a la que se accede desde el jardín por unas escaleras. Así pues, no tendré que trepar por la enredadera. Casi una decepción, la verdad.
– ¡Tú vigila! -le susurro.
Me quito los zapatos, me deslizo hasta los escalones y subo a toda prisa. Camino de puntillas hacia las puertas acristaladas y contengo el aliento.
Ahí está.
Encima del tocador, justo en este lado de la habitación. Una larga y doble hilera de cuentas de vidrio amarillo, con una libélula exquisitamente tallada e incrustaciones de madreperla y diamantes de imitación. Es el collar de Sadie. Mágico e iridiscente, tal como ella lo describió, aunque más largo de lo que imaginaba y con algunas cuentas abolladas.
Me inunda la emoción. Después de todo este tiempo, de tanto buscar y hacerse ilusiones; después de preguntarme si seguiría existiendo aún.. . aquí está. Apenas a dos pasos. Podría inclinarme y cogerlo casi sin entrar.
– Es asombroso -digo volviéndome hacia Sadie-. Es la cosa más preciosa que he visto en toda.. .
– ¡Cógelo! -Agítalos brazos, ansiosa-. ¡Deja ya de hablar y cógelo!
– Vale, vale.
Empujo las puertas, doy un paso y estoy a punto de cogerlo cuando oigo pisadas acercándose a la habitación. Y la puerta se abre. Maldición.
Retrocedo y me agazapo a un lado del balcón.
– ¿Qué haces? -dice Sadie desde abajo-. ¡Coge el collar!
– ¡Hay alguien dentro! ¡Esperaré a que se vaya!
En un santiamén, Sadie aparece en la terraza y se asoma por las puertas acristaladas.
– Es una doncella. -Me fulmina con la mirada-. Deberías haberlo cogido.
– ¡Lo haré en cuanto se vaya! No te apures. Sigue vigilando.
Me pego a la pared, rogando que la doncella o quienquiera que sea no tenga la ocurrencia de salir a tomar el aire, y busco frenéticamente alguna excusa por si acaso.
Y de golpe el corazón me da un brinco: las puertas acaban de moverse.. . Pero en lugar de abrirse, se cierran con un firme chasquido. Ya continuación oigo girar la llave en la cerradura.
Oh, no.
¡Oh, no!
– ¡Ha cerrado! -Sadie entra a toda prisa en la habitación y vuelve a salir-. Y se ha ido. ¡Ahora sí que la has fastidiado!
Forcejeo con las puertas, pero es inútil.
– ¡Idiota! -Sadie está fuera de sí-. ¡Maldita estúpida! ¿Por qué no lo has cogido sin más?
– ¡Estaba a punto! ¡Tendrías que haber vigilado si venía alguien!
– ¿Y ahora qué hacemos?
– ¡No lo sé! ¡No lo sé!
– Tengo que ponerme los zapatos -digo por fin.
Bajo las escaleras y me los calzo de nuevo, mientras Sadie entra y sale de la habitación, exasperada, como si no pudiera resignarse a dejar su collar. Al final, se da por vencida y baja al jardín conmigo. Durante unos instantes no nos miramos.
– Siento no haber sido más rápida -musito.
– Bueno -dice a regañadientes-. Supongo que no toda la culpa es tuya.
– Rodeemos la casa. Quizá podamos colarnos por otro lado. Entra y mira a ver si hay alguien.
Mientras ella desaparece, me deslizo con cautela por el césped y avanzo pegada al muro de la casa. Voy muy despacio porque en cada ventana tengo que agacharme y moverme a rastras. Cosa que no me serviría de mucho si apareciese un guardia.. .
– ¡Aquí estás! -Sadie sale directamente de la pared-. ¿A que no lo adivinas?
– ¡Uf, qué susto! -digo llevándome la mano al pecho-. ¿Qué?
– ¡Es tu tío! ¡He estado observándolo! Abrió la caja fuerte de su habitación pero no encontró lo que buscaba. Cerró de golpe y llamó a gritos a Diamanté. La chica. Qué nombre más raro.
Arruga la nariz.
– Mi prima. Otra de tus sobrinas nietas.
– Ella estaba en la cocina. Tu tío le dijo que tenían que hablar a solas y ordenó a los criados que salieran. Entonces le preguntó si había cogido algo de su caja fuerte. Y añadió que faltaba un viejo collar y le preguntó si sabía dónde estaba.
– Dios mío. -La miro, alucinada-. ¿Qué contestó ella?
– Que no. Pero él no la creyó.
– Tal vez esté mintiendo. -Mi mente trabaja a marchas forzadas-. Tal vez la habitación donde estaba el collar era la suya.
– ¡Exacto! O sea, que hemos de cogerlo ahora, antes de que él averigüe dónde está y vuelva a guardarlo en la caja fuerte. No hay nadie a la vista. Los criados están en el jardín. Podemos movernos por la casa sin problemas.
No me da tiempo de pensar si es una buena idea o no. Con el corazón desbocado, la sigo por una puerta lateral y por un lavadero tan grande como mi apartamento. Me indica unas puertas batientes, luego un corredor y, finalmente, al llegar al vestíbulo, alza la mano y abre mucho los ojos. Oigo gritar al tío Bill cada vez con más fuerza.
– .. . caja fuerte privada.. . seguridad personal.. . cómo te atreves.. . el código era sólo para emergencias.. .
– ¡.. . no es justo, joder! ¡Nunca me has dado nada!
Es la voz de Diamanté, y parece acercarse. Instintivamente, me agazapo detrás de una silla, con las rodillas temblorosas. Un segundo después la veo cruzar el vestíbulo con una minifalda asimétrica de color rosa y una camiseta diminuta.
– Te compraré un collar. -Su padre la sigue a paso rápido-. Eso no es problema. Dime lo que necesitas y Damian se ocupará.. .
– ¡Siempre dices lo mismo! -grita ella-. ¡Nunca escuchas a nadie! ¡Ese collar es perfecto! ¡Lo necesito para mi próximo desfile de Tutús y Perlas! Toda mi nueva colección se basa en mariposas y otros insectos. Soy una persona creativa, por si no te has enterado.. .
– Si tan creativa eres, cielo -replica él, sarcástico-, ¿por qué has contratado a tres diseñadores para que trabajen en tus vestidos?
Me quedo pasmada. ¿Diamanté utiliza a otros diseñadores? Pero es sólo un instante. Al siguiente no comprendo cómo no lo había deducido antes.
– ¡Son.. . sólo ayudantes! -grita ella-. ¡Es mi propia visión! ¡Y necesito ese collar!
– No creas que vas a usarlo, Diamanté. -El tono del tío Bill resulta inquietante-. Ni vas abrirme la caja fuerte nunca más. ¡Y vas a devolvérmelo ahora mismo!
– ¡Ni hablar! ¡Y ya puedes decirle a Damian que se vaya al infierno! ¡Es un cretino! -Echa a correr escaleras arriba y Sadie la sigue de cerca.
El tío Bill está furioso. Jadea ruidosamente y, mesándose el pelo, se detiene al pie de la majestuosa escalinata. Se lo ve tan frenético y descontrolado que me entran ganas de reírme.
– ¡Diamanté! -grita-. ¡Vuelve aquí!
– ¡Vete a la mierda! -se oye a lo lejos.
– ¡Diamanté! -Empieza a subir las escaleras-. Ya basta. No voy a permitir.. .
– ¡Lo tiene ella! -me dice de pronto Sadie al oído-. Se lo ha llevado. ¡Tenemos que atraparla! ¡Ve por la parte trasera! Yo vigilo la escalera.
Me incorporo con las piernas temblorosas, cruzo el corredor y el lavadero y salgo al jardín. Jadeando y ya sin preocuparme de si me ven o no, rodeo la casa a la carrera.. . hasta que me paro en seco, consternada.
Mierda.
Diamanté, al volante de un Porsche negro descapotable, recorre derrapando el sendero de grava.
– ¡Noooo! -aúllo sin poder contenerme.
Cuando reduce la velocidad para cruzar la verja, hace el signo de la victoria hacia la casa; luego acelera y se aleja calle abajo. En la otra mano, enredado entre sus dedos, vislumbro el collar de Sadie destellando a la luz del sol.