Текст книги "Una chica años veinte"
Автор книги: Sophie Kinsella
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Me quedo muda. ¿Despidieron a Natalie? ¿La despidieron? Ella me dijo que había decidido dejar Price Bedford porque no la valoraban y creía que podía ganar mucho más por su cuenta.
– ¿Está aquí? -pregunta mirando alrededor-. ¿Voy a conocerla esta noche?
– No -consigo decir por fin-. No está aquí.. . ahora mismo.
No puedo contarle que me dejó en la estacada y que he tenido que arreglármelas sola. Ni reconocer que la cosa es mucho peor de lo que piensa. La sangre me sube a la cara mientras trato de procesarlo todo.
Nunca me dijo que la habían despedido. Nunca. Todavía recuerdo cómo me propuso montar la empresa mientras tomábamos champán en un bar de moda. Me dijo que todo el mundo en el sector se moría por asociarse con ella, pero que se lo había pensado y que prefería hacerlo con alguien en quien pudiera confiar de verdad. Una amiga de toda la vida. Alguien con quien pasárselo bien, además. Me lo pintó tan atractivo y dejó caer tantos nombres imponentes que me quedé cautivada. Dejé mi trabajo a la semana siguiente y saqué todos mis ahorros. Por lo visto, soy una boba de remate. Estoy al borde de las lágrimas y me apresuro a tomar otro trago.
– ¿Lara? -La voz estridente de Sadie resuena en mi oído-. ¡Ven, deprisa! Tengo que hablar contigo.
No me apetece hablar con ella, pero tampoco puedo seguir aquí mientras Ed sigue observándome, preocupado. Me temo que se ha dado cuenta de que me he quedado anonadada.
– ¡Vuelvo en un minuto! -le digo con exagerado entusiasmo y me pongo en pie.
Cruzo el enorme salón sin hacerle ningún caso a Sadie, que me persigue y farfulla al oído.
– Lo siento mucho -me está diciendo-. Lo he pensado y tienes razón, he sido una egoísta y una desconsiderada. Así que he decidido ayudarte.. . ¡y lo he conseguido! ¡Te he encontrado un candidato! ¡Uno maravilloso, perfecto!
Sus palabras interrumpen el tiovivo de pensamientos que giran en mi cabeza.
– ¿Cómo? ¿Qué has dicho?
– Tal vez creas que no me intereso por tu trabajo, pero no es así. Lo que te hace falta es un trofeo y yo te he encontrado uno. ¿A que soy lista?
– ¿De qué estás hablando?
– He escuchado las conversaciones de todo el mundo -explica, muy ufana-. Ya empezaba a creer que sería inútil, pero entonces oí a una mujer llamada Clare cuchicheando con una amiga en un rincón. No está nada contenta. Luchas de poder, ya me entiendes. -Abre mucho los ojos-. Las cosas se están poniendo feas en su empresa y quiere largarse.
– Vale. ¿Y qué?
– ¡Que es directora de marketing! -exclama triunfalmente-. Lo pone en esa plaquita. Es lo que querías, ¿no?, un director de marketing. El mes pasado ganó un premio. Pero su nuevo director ejecutivo ni siquiera la felicitó, el muy cerdo. Por eso quiere irse.
Trago saliva, procurando mantenerla calma. Una directora de marketing que quiere cambiar de empresa. Una directora de marketing laureada.. . ¡Oh, Dios!
– Sadie, ¿hablas en serio?
– ¡Claro! ¡Está allí! -Señala al otro lado del salón.
– ¿Le gustan los deportes? ¿Hace ejercicio?
– Pantorrillas musculosas.
Me acerco al panel más cercano y repaso la lista de invitados. Clare.. . Clare.. .
«Clare Fortescue, directora de marketing de Shepherd Homes», leo excitada. ¡La tenía en la primera lista! ¡Quería hablar con ella, pero no conseguí que me pasaran la llamada!
– Bueno, ahí está. Vamos, te diré quién es.
Avanzo entre las mesas con el corazón palpitante, mirando a todo el mundo y buscando a una mujer con cara de Clare.
– ¡Ahí! -Sadie señala una con gafas y vestido azul marino. Tiene el pelo corto y oscuro, un lunar en la nariz y estatura normal. Ni siquiera habría reparado en ella de no ser por mi tía abuela.
Inspiro hondo y me acerco.
– ¡Hola! ¿Clare Fortescue?
– ¿Sí?
– ¿Podrías concederme un minuto?
– Bueno.. . -Un poco perpleja, me permite que la lleve a un aparte.
– Me llamo Lara -le digo con una sonrisa nerviosa-. Soy consultora de selección de personal. Quería ponerme en contacto contigo hace días. Tu prestigio da que hablar, ¿sabes?
– ¿De veras? -recela.
– ¡Por supuesto! De hecho, tengo que felicitarte por el premio que acabas de recibir.
– Ah. -Un tinte rosado le colorea las orejas-. Muchas gracias.
– Estoy haciendo la selección para un puesto de director de marketing -le digo bajando la voz– y quería comentarlo contigo. Es una empresa realmente interesante de material deportivo, tiene un notable potencial y creo que serías la persona perfecta. Naturalmente, serías mi candidata número uno. -Hago una pausa y añado-: Aunque, claro, puede que ya estés satisfecha con tu puesto actual.. .
Un silencio. No me cuesta adivinar lo que ocurre detrás de las gafas de Clare Fortescue. Estoy tan tensa que casi no puedo respirar.
– De hecho, estaba pensando en hacer un cambio -dice al fin, casi inaudiblemente-. Podría interesarme, pero tendría que ser una oferta seria. -Me lanza una mirada de advertencia-. No voy a comprometerme a la ligera. Tengo mis principios.
Me las arreglo para no dar un grito de alegría. ¡Está interesada! ¡Y es dura!
– ¡Fantástico! Podría llamarte mañana por la mañana. O si ahora tienes unos minutos.. . -procuro no parecer muy desesperada– tal vez podría informarte con más detalle. Aunque sea brevemente. -Por favor por favor por favor.. .
Diez minutos después, camino entre las mesas casi mareada de alegría. Mañana sin falta me enviará su currículo. Jugaba a hockey en su día.. . ¡Es la candidata ideal!
Sadie parece más emocionada que yo mientras regresamos a nuestro sitio.
– ¡Lo sabía! -no deja de repetir-. ¡Sabía que serviría!
– Eres una joya -le digo-. Formamos un gran equipo. ¡Choca esos cinco!
– ¿Que choque qué?
– Esos cinco. ¿No sabes lo que es? Levanta la mano.. .
Bueno, lo de chocar esos cinco con un fantasma resulta un error. Una mujer de vestido rojo ha creído que iba a darle un tortazo. Acelero para dejarla atrás. Al llegar a nuestra mesa, le dedico a Ed una sonrisa radiante.
– ¡Ya estoy aquí!
– Ya veo. -Me mira con aire inquisitivo-. ¿Qué tal te va?
– De perlas, ya que lo preguntas.
– ¡De perlas! -repite Sadie y se sienta en su regazo.
Cojo mi copa de champán. Ahora sí estoy de humor para fiestas.
Capítulo 16
Esta noche está resultando una de las mejores de mi vida. La cena es deliciosa. El discurso de Ed ha tenido pleno éxito y, una vez terminado, la gente no para de acercarse a felicitarlo y él me presenta a todo el mundo. He repartido tarjetas y concertado dos entrevistas para la semana que viene, y una amiga de Clare Fortescue acaba de pasarse para preguntarme discretamente si no tendría algo para ella.
Estoy eufórica. Creo que por fin he empezado a situarme en el mapa de este mundillo.
La única pega es que Sadie, aburrida de tanta charla de negocios, ha empezado a dar la lata para que nos vayamos a bailar. Ha salido a explorar y, según ella, aquí al lado hay un pequeño club que es perfecto.
– ¡No! -mascullo cuando me atosiga por enésima vez-. ¡Y calla! ¡Déjame escuchar al mago!
Mientras tomamos café, un mago se ha ido paseando por las mesas. Acaba de hacer desaparecer una botella ante nuestros propios ojos, algo increíble. Ahora le ha pedido a Ed que escoja una tarjeta de entre cinco y afirma que lo adivinará leyéndole el pensamiento.
– Muy bien -dice Ed, eligiendo una. Miro por encima de su hombro y veo que es un garabato. Había de escoger entre un garabato, un cuadrado, un triángulo, un círculo y una flor.
– Concéntrese en la forma y en nada más. -El mago, con chaqueta de pedrería, falso bronceado y ojos perfilados de negro, lo mira fijamente-. Deje que El Gran Firenzo utilice sus misteriosos poderes y lea su mente.
Se hace llamar El Gran Firenzo, sí. Lo ha repetido ya unas noventa veces, y además todos sus accesorios llevan el rótulo «El Gran Firenzo» en letras rojas muy relamidas.
Se oye un siseo alrededor de la mesa. El Gran Firenzo se lleva las manos a la cabeza, como si estuviese en trance.
– Me estoy comunicando con su mente -dice con voz grave y misteriosa-. El mensaje empieza a llegarme. Usted ha escogido.. . ¡el garabato!
– Correcto -asiente él, mostrando la tarjeta para que la vea todo el mundo.
– ¡Increíble! -exclama una rubia sentada enfrente.
– Impresionante. -Ed le da vueltas a la tarjeta, para examinarla bien-. No es posible que haya visto cuál elegía.
– Es el poder de la mente -salmodia el mago, recuperando la tarjeta-. El poder del.. . Gran Firenzo.
– ¡Hágamelo a mí! -suplica la rubia, excitada-. ¡Léame la mente!
– Muy bien. -Se vuelve hacia ella-. Pero atención: cuando usted me abra su mente, podré leer todos sus secretos, incluso los más oscuros y recónditos. -Sus ojos relampaguean y ella suelta una risita.
Es evidente que le gusta El Gran Firenzo. Seguramente ya le está transmitiendo sus secretos más recónditos.
– Encuentro que la mente de las damas es más fácil de.. . penetrar -dice alzando una ceja-. Son más débiles, más suaves.. . pero más deliciosas por dentro. -Le sonríe con toda la dentadura, y la rubia ríe y medio se ruboriza.
Puaj. Qué asqueroso. Miro a Ed, que también tiene en la cara un rictus de repugnancia.
Todos observamos mientras la rubia elige una tarjeta y la estudia un instante.
– Ya he escogido -dice.
– El triángulo -murmura Sadie, meciéndose a su espalda-. Pensaba que elegiría la flor.
– Relájese. -El mago se concentra-. Mis largos años de estudio en Oriente me han vuelto sensible a las ondas de la mente humana. Sólo El Gran Firenzo es capaz de penetrar en el cerebro a tal punto. No se resista, bella dama. Permita que Firenzo sondee sus pensamientos. Le prometo.. . -dice desplegando su sonrisa dentona– que seré delicado.
¡Uf! Se cree muy sexy, pero no es más que un depravado repulsivo. Y un machista.
– Sólo El Gran Firenzo posee tales poderes -añade con aire teatral, mirándonos a todos-. Sólo El Gran Firenzo puede realizar tal proeza. Sólo El Gran Firenzo.. .
– Yo también puedo -tercio risueña. Ahora veremos quién tiene la mente más débil.
– ¿Perdón? -El tipo me taladra con la mirada.
– Que yo también puedo comunicarme con la mente. Sé qué tarjeta ha escogido.
– Por favor, joven damisela. -Me dirige una sonrisa feroz-. No interrumpa el trabajo del Gran Firenzo.
– Sólo decía -me encojo de hombros– que sé cuál es.
– No, no lo sabe -me espeta la rubia-. No sea absurda. Está estropeándole el espectáculo a todo el mundo. ¿Ha bebido más de la cuenta? -le pregunta a Ed.
Qué cara más dura.
– ¡Lo sé! -replico airada-. Se lo dibujaré, si quiere. ¿Alguien tiene un bolígrafo? -El hombre sentado a mi lado me pasa uno y yo empiezo a dibujar en la servilleta.
– Lara -susurra Ed-, ¿qué estás haciendo?
– Magia -le digo. Acabo de trazar el triángulo y le lanzo la servilleta a la rubia-. ¿He acertado?
Se queda boquiabierta. Me mira con incredulidad y examina otra vez la servilleta.
– Ha acertado. -Destapa su tarjeta y se oye un murmullo asombrado alrededor de la mesa-. ¿Cómo lo ha hecho?
– Ya se lo he dicho, sé hacer magia. También yo poseo poderes misteriosos que me fueron otorgados en Extremo Oriente. Me llaman La Gran Lara -añado. Sadie me sonríe, socarrona.
– ¿Es usted miembro del Círculo de Magia? -El Gran Firenzo se ha quedado blanco-. Porque nuestras normas establecen.. .
– No soy de ningún círculo -replico en tono melifluo-. Pero tengo una mente bastante poderosa, ya ve. Para ser una dama.
El Gran Firenzo empieza a recoger sus cosas, ofendido en lo más hondo.
Le echo un vistazo a Ed, que alza sus cejas oscuras.
– Impresionante. ¿Cómo lo has hecho?
– Magia. -Me encojo de hombros con aire inocente-. Ya te lo he dicho.
– La Gran Lara, ¿eh?
– Sí. Así me llaman mis discípulos. Pero tú puedes llamarme Larissa para abreviar.
– Larissa. -Percibo un tic en sus labios y, de pronto, se le dibuja una sonrisa en la comisura. Una auténtica sonrisa.
– Oh, ¡Dios! -Lo señalo con júbilo-. ¡Has sonreído! ¡El americano ceñudo ha sonreído!
Ay. Quizá sí he bebido demasiado. No pretendía llamarlo así delante de todo el mundo. Por un momento parece desconcertado, pero se encoge de hombros, tan impertérrito como siempre.
– Debe de haber sido un error. Procuraré que me lo arreglen. No volverá a suceder.
– Mejor. Podrías lastimarte la cara sonriendo de esa manera.
No responde y temo haber ido demasiado lejos. De hecho, es bastante encantador. No quiero ofenderlo.
De repente, un tipo de aspecto pomposo con esmoquin blanco alecciona a su acompañante:
– Es simplemente cuestión de probabilidades, nada más. Con un poco de práctica, yo mismo podría calcular la probabilidad de que elijas un triángulo.. .
– No, no podría -lo interrumpo-. Venga, voy a hacer otro truco. Escriba lo que quiera, cualquier cosa. Una forma, un nombre, un número. Leeré su mente y le diré qué ha puesto.
– Muy bien. -El tipo lanza una sonrisa alrededor con las cejas alzadas, como diciendo «Ahora se va a enterar», y saca un bolígrafo-. Usaré la servilleta.
Se la pone en el regazo, por debajo de la mesa, de manera que nadie vea nada. Le echo una mirada a Sadie, que planea a su espalda y se inclina para fisgar.
– «Estación de nieblas y frutos maduros.» -Hace una mueca-. Con una letra horrible.
– Muy bien. -El tipo cubre la servilleta con la mano y levanta la vista-. Dígame qué he dibujado.
Ah, muy astuto.
Le sonrío con dulzura y alzo las manos hacia él, tal como El Gran Firenzo.
– La Gran Lara va a leerle el pensamiento. Un dibujo, dice. ¿Cuál será? ¿Un círculo, un cuadrado? Diría que un cuadrado.. .
El tipo intercambia miradas de suficiencia con su amigo. Se cree muy listo.
– Abra su mente, caballero -le digo con severidad-. Deseche esos pensamientos que dicen: «¡Soy más inteligente que nadie en esta mesa!» Obstaculizan mi visión.
Se pone como la grana.
– De acuerdo -murmura, y guarda silencio.
– Ya lo tengo -digo tras una breve pausa-. He leído su pensamiento. Y no ha dibujado nada. Nadie puede engañar a La Gran Lara. Ha escrito.. . -Una pausa de expectación; ojalá sonara un redoble de tambor-: «Estación de nieblas y frutos maduros.» Muestre la servilleta, por favor.
¡Ja! El tipo me mira como si se hubiese atragantado. Lentamente, despliega la servilleta y enseguida se produce una exclamación unánime, seguida de un aplauso.
– ¡Joder! -masculla su amigo, mirando a todos los presentes-. ¿Cómo lo ha hecho? Es imposible que lo supiera.
– Es un truco -musita el tipo pomposo, aunque ya no tan convencido.
– ¡Hágalo otra vez! ¡Con otra persona! -El hombre que tengo enfrente hace señas a la mesa vecina-. Eh, Neil, ven a ver esto. ¿Cómo ha dicho que se llamaba?
– Lara -digo con retintín-. Lara Lington.
– ¿Dónde estudió? -El Gran Firenzo se ha plantado a mi derecha y me habla al oído-. ¿Quién le enseñó ese truco?
– Nadie. Ya se lo he dicho, tengo poderes especiales. Poderes femeninos -añado-, o sea, especialmente poderosos.
– Entiendo. Hablaré de usted en el sindicato.
– Venga, Lara. -Sadie aparece a mi izquierda y empieza a pasarle a Ed la mano por el pecho-. Quiero bailar. ¡Vamos!
– Un par de truquitos más. -Le digo entre dientes, mientras se agolpan otros invitados alrededor de la mesa-. ¡Mira toda esta gente! Puedo hablar con ellos, darles mi tarjeta, hacer algunos contactos.. .
– Me tienen sin cuidado tus contactos -replica con un mohín-. ¡Quiero menear las ancas!
– ¡Sólo dos más! -Hablo con la comisura de los labios, tapándome con la copa de vino-. Y luego vamos. Te lo prometo.
Pero he despertado tal expectación que sin darme cuenta ya ha pasado una hora. Todo el mundo arde en deseos de que le lea el pensamiento. Todos saben mi nombre. El Gran Firenzo ha recogido sus cacharros y se ha largado. Me da un poco de pena, pero no debería haberse comportado de un modo tan detestable, ¿no?
Han apartado varias mesas y acercado sillas, y se ha formado espontáneamente toda una audiencia. A estas alturas he depurado un poco mi número: ahora me retiro a una habitación lateral, la persona escribe lo que sea y se lo muestra al público y, finalmente, reaparezco y lo adivino. Hasta ahora han salido nombres, fechas, versículos de la Biblia e incluso un dibujo de Homer Simpson. (Sadie me lo ha descrito y, por suerte, he logrado deducirlo.)
– Y ahora -digo recorriendo con la vista a mi público-, La Gran Lara ejecutará una proeza todavía más asombrosa. Leeré el pensamiento a.. . ¡cinco personas a la vez!
Suena un murmullo de asombro y algunos aplausos.
– ¡Yo! -Una chica se adelanta corriendo.
Otra se abre paso a trompicones entre las sillas.
– ¡Yo también!
– Siéntense ahí. -Hago un floreo con la mano-. ¡Ahora La Gran Lara se retirará y, cuando regrese, leerá sus mentes!
Se oye una salva de aplausos y algunos vítores, y yo sonrío con modestia. Me meto en la habitación lateral y bebo un trago de agua. Estoy acalorada, noto un subidón brutal. ¡Esto es fantástico! ¡Deberíamos hacerlo todos los días!
– Muy bien -digo en cuanto se cierra la puerta-. Lo haremos por orden. Será fácil.. .
Pero Sadie parece enfurruñada.
– ¿Cuándo nos vamos? Quiero ir a bailar de una vez. Ésta es mi cita.
– Ya. -Me repaso el brillo de labios-. Tranquila, ya iremos.
– ¿Cuándo?
– Vamos, Sadie. Esto es divertidísimo. Todo el mundo se lo está pasando bomba. ¡Para bailar siempre hay tiempo!
– ¡Yo no tengo tiempo! -se enfurruña-. ¿Ahora quién es una egoísta? ¡Quiero ir ahora! ¡Ahora!
– Iremos. Te lo prometo. Un truco más y.. .
– ¡No! Ya me he cansado. ¡Arréglatelas tu sola!
– ¡Sa.. . ! -Se esfuma ante mis propios ojos-. Sadie, déjate de bromas. -Me doy la vuelta, pero no contesta ni la veo por ningún rincón-. Vale, muy divertido. Pero ahora vuelve.
Genial. Se ha enfadado.
– Sadie, perdona. Comprendo que estés enfadada. Por favor, vuelve y hablemos.
No hay respuesta. Miro por todas partes, alarmada.
No puede haberse ido.
Quiero decir, no puede haberme dejado plantada.
Doy un respingo al oír la puerta y entra Ed, que se ha convertido en mi ayudante improvisado. Él se ha encargado de poner orden y de facilitar bolígrafo y papel a la gente.
– Cinco mentes a la vez, ¿eh? -dice.
– Ah. -Simulo una sonrisa-. Sí.. . ¿por qué no?
– Hay una multitud considerable ahí fuera. Todos los que estaban en el bar se han acercado. Ya no quedan más sillas. ¿Lista?
– ¡No! -Retrocedo instintivamente-. Necesito un momento. He de relajar la mente. Tomarme un respiro.
– No me extraña. Debe de requerir mucha concentración. -Se apoya en el marco de la puerta y me mira con curiosidad-. Te he observado con atención y todavía no lo entiendo. Sea como sea.. . es impresionante.
– Pues.. . gracias.
– Te espero ahí fuera.
En cuanto cierra la puerta, giro sobre los talones.
– ¡Sadie! -me desespero-. ¡Sadie! ¡¡¡Sadie!!!
Vale. Estoy metida en un buen lío.
La puerta se abre abruptamente y suelto un gritito. Es Ed.
– Se me olvidaba: ¿quieres algo del bar?
– No. -Sonrío débilmente-. Gracias.
– ¿Va todo bien?
– ¡Sí! Claro. Sólo estaba.. . reuniendo mis poderes. Situándome mentalmente.
– Ajá. Te dejo tranquila.
La puerta se cierra de nuevo.
Joder. ¿Y ahora qué hago? En menos de un minuto empezarán a reclamarme, deseosos de que les lea el pensamiento y haga magia. Tengo un nudo de angustia en el pecho.
Sólo me queda una opción: escapar. Miro alrededor. La habitación es pequeña y de techo alto, sólo sirve para guardar algunos muebles sobrantes. No tiene ventanas. Hay una puerta de incendios en un rincón, pero está bloqueada por un montón de sillas doradas puestas unas encima de otras. Intento apartarlas, pero pesan demasiado. Muy bien. Escalaré para llegar al otro lado.
Pongo un pie en la silla de abajo y me encaramo. Subo a la siguiente. El lacado de la madera es resbaladizo, pero me las arreglo. Es como una escalera. Bueno, una escalera coja y desvencijada.
El único problema es que cuanto más arriba subo, más oscilan las sillas. Al llegar a los dos metros y pico, se balancean de un modo alarmante. Es como la Torre Inclinada de las Sillas Doradas. Y yo estoy casi arriba de todo, muerta de pánico.
Si consigo subir un poco más, rebasaré la cima y podré descender por el otro lado hasta la salida de incendios. Sin embargo, cada vez que muevo un pie, la columna se tambalea de tal modo que tengo que recular. Intento deslizarme por un lado, pero todavía se mueve más. Me aferró a la silla siguiente sin atreverme a mirar abajo. Da la impresión de que todo va a desmoronarse de un momento a otro y el suelo está muy lejos.
Inspiro hondo. No puedo quedarme aquí. He de ser valiente y llegar a la cima. Pongo el pie en la que parece la tercera silla desde arriba. Pero al desplazar mi peso, la columna se inclina tanto hacia atrás que lanzo un grito.
– ¡Lara! -Ed aparece en la puerta-. ¿Qué demonios.. . ?
– ¡Socorro! -Toda la columna de sillas se viene abajo. No tenía que haber.. .
– ¡Por Dios! -Ed se adelanta justo cuando me desplomo. No me llega a atrapar en sus brazos propiamente, más bien frena mi caída con todo su cuerpo-. ¡Ufff!
– ¡Ay! -Aterrizo en el suelo sin hacerme daño.
Ed me toma del brazo y me ayuda a ponerme de pie; luego se toca el pecho con una mueca. Creo que le he dado una patada al caer.
– Perdona.
– ¿Qué pretendías? -Me mira alucinado-. ¿Pasa algo?
Echo un vistazo angustiado a la puerta. Ed se da cuenta y se apresura a cerrarla.
– ¿Qué sucede? -me dice más suavemente.
– No puedo hacer magia -musito, mirándome los pies.
– ¿Cómo?
– ¡Que no puedo hacer magia! -Levanto la vista, avergonzada.
Me observa con suspicacia.
– Pero.. . si acabas de hacerlo.
– Lo sé. Pero ya no puedo.
Me mira en silencio y parpadea cuando nuestros ojos se encuentran. Se ha puesto muy serio, como si una multinacional se hallara al borde de la quiebra y él estuviera diseñando un plan de rescate. Y al mismo tiempo, parece a punto de echarse a reír.
– ¿Me estás diciendo que tus misteriosos poderes orientales te han abandonado? -dice al fin.
– Sí -musito.
– ¿Tienes idea de por qué?
– No. -Arrastro la puntera por el suelo; prefiero no mirarlo.
– Bueno, sal y díselo a la gente.
– ¡No puedo! -exclamo horrorizada-. Todo el mundo me considerará una farsante. Para ellos soy La Gran Lara. No puedo decirles: «Lo siento, ya no me sale.»
– Claro que puedes.
– No. Ni hablar. Debo irme. Tengo que escapar.
Doy un paso hacia la salida de incendios, pero Ed me retiene por el brazo.
– Nada de escapar -dice con firmeza-. Dale la vuelta a la situación. Tú puedes. Vamos.
– Pero ¿cómo?
– Juega con ellos. Conviértelo en un espectáculo. Si no puedes leerles el pensamiento, al menos puedes hacerlos reír. Y después nos vamos. Pero tú seguirás siendo para todos La Gran Lara. -Me mira fijamente-. Si huyes ahora, serás La Gran Farsante.
Tiene razón. Me cuesta reconocerlo, pero así es.
– Muy bien -cedo por fin-. Lo haré.
– ¿Necesitas más tiempo?
– No. Ya he tenido suficiente. Lo único que quiero es terminar cuanto antes. Y luego nos vamos, ¿vale?
– Hecho. -Una sonrisa se dibuja en sus labios-. Buena suerte.
– Gracias.
Ya van dos sonrisas, quisiera añadir. Pero no lo hago.
Ed cruza la puerta y yo lo sigo, procurando mantener la cabeza bien alta. El murmullo de conversaciones se apaga para convertirse en un formidable aplauso. Suenan silbidos de admiración desde la parte de atrás y alguien empieza a grabarme con el móvil. He pasado tanto rato fuera que deben de creer que estaba preparando un final apoteósico.
Las cinco víctimas están sentadas delante, cada una con un trozo de papel y un bolígrafo. Les sonrío y miro a mi público.
– Damas y caballeros, disculpen este interludio. Esta noche he abierto mi mente a una gran cantidad de ondas de pensamiento. Y con franqueza, estoy pasmada de lo que he descubierto. ¡Pasmada! Usted -digo a una joven que sostiene el papel contra el pecho-. Por supuesto, sé lo que ha dibujado -le resto importancia con un gesto, como si eso no viniera al caso-, pero resulta más interesante saber que hay un hombre en su oficina que usted encuentra irresistible. ¡No lo niegue!
La chica se ruboriza y su respuesta queda ahogada por un estallido de carcajadas.
– ¡Es Blakey! -grita alguien, y suenan más risas.
– ¡Usted, caballero! -Me vuelvo hacia un tipo rapado al cero-. Según dicen, los hombres piensan en el sexo cada treinta segundos. Pero debo decir que en su caso la cosa es más frecuente. -Más risotadas. Me apresuro a concentrarme en el siguiente-. En cambio, usted, señor, piensa cada treinta segundos.. . en el dinero.
El propio tipo se monda.
– Vaya si sabe leer el pensamiento -suspira.
– Sus pensamientos, por desgracia, estaban demasiado empapados en alcohol para poder distinguirlos -le digo sonriendo al tipo corpulento de la cuarta silla-. En cuanto a usted.. . -Hago una pausa para mirar a la chica de la quinta silla-. Le sugiero que nunca le cuente a su madre lo que estaba pensando.. .
Alzo las cejas, en plan burlón, pero ella no me sigue.
– ¿Qué? -dice, ceñuda-. ¿A qué se refiere?
– Ya sabe. -Me esfuerzo para mantener la sonrisa-. Usted lo sabe.. .
– No. -Menea la cabeza, impasible-. No sé de qué me habla.
Los murmullos se apagan. Todos se vuelven hacia nosotras con interés.
– ¿Hace falta que se lo deletree? -La sonrisa se me está congelando-. Me refiero a esos pensamientos que tenía.. . hace sólo un momento.. .
Súbitamente, su rostro se contrae con horror.
– Ay, Dios. Eso. Tiene razón.
Contengo un suspiro de alivio.
– ¡La Gran Lara siempre acierta! -Hago una reverencia versallesca-. Adiós a todos. Espero que nos veamos otra vez.
Me abro paso entre el público, que no deja de aplaudir, y me acerco a Ed.
– Ya tengo tu bolso -me susurra-. Una reverencia más y luego nos vamos.
No respiro a mis anchas hasta que nos encontramos a salvo en la calle. La atmósfera está despejada y corre una cálida brisa. El portero del hotel está rodeado de gente que espera un taxi, pero no quiero arriesgarme a que me vea aquí alguna persona del salón, así que echo a andar rápidamente por la acera.
– Buen trabajo, Larissa -dice Ed cuando me da alcance.
– Gracias.
– Una pena lo de tus poderes mágicos. -Me mira con curiosidad, pero yo finjo no darme cuenta.
– Sí, ya. -Me encojo de hombros-. Van y vienen. Así son los misterios orientales. Si seguimos por aquí.. . -miro el nombre de la calle– deberíamos encontrar un taxi.
– Estoy en tus manos. No conozco esta zona.
Esta manía suya de no conocer Londres empieza a irritarme.
– ¿Hay alguna zona que conozcas?
– El camino a la oficina -responde, imperturbable-. También conozco el parque que hay delante de mi casa. Y sé cómo llegar a Whole Foods, la tienda de comida orgánica.
Me tiene harta, la verdad. ¿Cómo puede vivir en esta gran ciudad y no mostrar el menor interés?
– ¿No te parece que ésa es una actitud arrogante y estrecha de miras? -Hago un pausa-. ¿No crees que vivir en una ciudad sin molestarse en conocerla es una falta de respeto? Londres es una de las ciudades más fascinantes del mundo. Una ciudad increíble, llena de historia. ¡Y a ti lo único que te interesa es Whole Foods! ¡Una cadena americana, por cierto! ¿Qué tal si probaras Waitrose? Quiero decir, ¿para qué aceptas un puesto aquí si todo esto te importa un bledo? ¿Qué pensabas hacer?
– Pensaba explorarla con mi prometida -dice sin alterarse.
Su respuesta me corta las alas de golpe.
¿Una prometida? ¿Qué prometida?
– Hasta que rompió conmigo una semana antes de venirnos juntos -prosigue-. Pidió a su empresa que la reemplazara otra persona en esta tarea en Londres. Así que me enfrenté a un dilema: venir a Inglaterra, centrarme en mi trabajo y arreglármelas solo, o quedarme en Boston, sabiendo que me la encontraría casi cada día, porque ella trabajaba en el mismo edificio. -Hace una pausa y añade-: Y su amante también.
– Ah. -Lo miro, consternada-. Perdona. No tenía ni idea.
– No pasa nada.
Se lo ve tan impasible que da la impresión de que no le importe, pero ya empiezo a conocer su estilo impertérrito. Le importa, claro que le importa. Ahora cobra sentido su ceño permanente. Y esa expresión distante. Y su voz cansada durante la cena. Dios mío, menuda cabrona debe de ser su prometida. Me la imagino con toda claridad: una gran dentadura americana, una melena ondulante y unos tacones de aguja exageradísimos. Apuesto a que él le compró un anillo despampanante. Y apuesto a que ella se lo ha quedado.
– Debe de haber sido horrible -digo débilmente mientras echamos a andar otra vez.
– Ya había comprado las guías. -Mira fijamente al frente-. Incluso tenía listos varios itinerarios y visitas. Stratford-upon-Avon, Escocia, Oxford.. . Pero para hacerlos con Corinne. Ahora ya no tiene ninguna gracia.
Tengo la repentina visión de varias guías llenas de anotaciones, con todos esos planes ilusionados, ahora guardadas en un cajón. Lo compadezco, la verdad. Creo que debería quedarme calladita y dejarme de monsergas. Pero un instinto más fuerte que yo me impulsa a seguir hurgando.
– O sea, que te limitas a ir de casa a la oficina y de la oficina a casa -le digo-. Sin desviar la mirada siquiera. Vas a comprar a Whole Foods, te das un paseo por el parque y ya está.
– Con eso me basta.
– ¿Cuánto llevas aquí?
– Cinco meses.
– ¿Cinco meses? -me asombro-. No, no puedes vivir así. No puedes pasarte la vida encerrado. Has de abrir los ojos y mirar alrededor. Tienes que seguir adelante.
– Seguir adelante -ironiza-. Vaya, nunca me lo habían dicho.
Vale, así que no soy la única que le ha largado un rollo edificante. Bueno, qué remedio.
– Me marcho dentro de dos meses -añade-. No importa demasiado que llegue a conocer Londres o no.
– Y entonces ¿qué? ¿Piensas quedarte parado, simplemente vegetando y esperando a sentirte mejor? Pues así no lo conseguirás. Debes hacer algo. -Me saca de quicio y exploto del todo-: ¡Mírate! ¡Preparándoles memorandos a tus subordinados, escribiéndole mensajes a tu madre! ¡Solucionando los problemas de los demás porque prefieres no pensar en los tuyos! Perdona, te oí hablar en el Pret A Manger -añado al ver su sorpresa-. Si vas a vivir en un sitio, no importa cuánto tiempo, tienes que meterte de lleno. Si no, es como si no vivieras. Te limitas a funcionar. Apuesto a que ni siquiera has deshecho del todo el equipaje, ¿a que no?
– Pues.. . me lo deshizo mi ama de llaves.
– Ya ves. -Me encojo de hombros y seguimos andando, con pasos casi sincronizados-. Las relaciones se rompen -digo al fin-. Así son las cosas. Y no puedes dedicarte a pensar en lo que podría haber sido. Has de pensar en lo que hay.