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Una chica años veinte
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 20:35

Текст книги "Una chica años veinte"


Автор книги: Sophie Kinsella



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– ¿Quieres saber una cosa, Lara? -Mira alrededor para comprobar que nadie nos escucha, pero los demás ocupantes de la cápsula se han apiñado al otro lado para mirar una embarcación de la policía que navega por el Támesis.

– Claro. A menos que sea un secreto muy importante que no debería revelar bajo ningún concepto.

Esboza una sonrisa.

– Me has preguntado por qué acepté aquella primera cita contigo.

– Ah, eso. Bueno, no importa. Tampoco te sientas obligado.. .

– No, no; quiero contártelo. Fue algo.. . alucinante. -Hace una pausa-. Tuve la sensación de que una voz interior me ordenaba que respondiera que sí. Cuanto más me resistía, más fuerte me gritaba. ¿Te parece que tiene sentido?

– No -me apresuro a responder-. Ninguno. No tengo ni idea. Igual era.. . Dios.

– Quizá. -Suelta una risotada-. A lo mejor podría encarnar al nuevo Moisés. -Titubea-. La cuestión es que nunca había sentido un impulso tan fuerte, o una voz o lo que fuese. Fue como si me arrastrara por los aires.. . Pero no importa de dónde procediera ni qué clase de instinto fuera: el hecho es que acertó. Salir contigo es lo mejor que podría haber hecho. Me siento como si hubiera despertado de un sueño, o del limbo.. . Y quiero darte las gracias.

– ¡No hace falta! Ha sido un placer. Cuando quieras repetimos.

– Eso espero. -Parece hablar medio en clave y su mirada me inquieta.

– Bueno.. . ¿quieres que siga leyendo? -Hojeo la guía.

– Claro.

– La cápsula.. . eh.. . -No puedo concentrarme. El corazón se me acelera. Todo parece intensificarse de repente. Tengo una aguda conciencia de cada cosa que hago-. La rueda se desplaza.. . va girando.. . -Menudas tonterías. Cierro la guía y le sostengo la mirada resueltamente, procurando imitar su expresión impertérrita y aparentando que no pasa nada.

Pero pasan muchas cosas: me sube a la cara un calor repentino; se me eriza el vello de la nuca; sus ojos taladran los míos, como si pretendieran llegar al fondo de los fondos, y me provocan un extraño hormigueo.. . Bueno, en realidad, siento hormigueos por todas partes.

No entiendo cómo no me parecía atractivo. Creo que estaba un poco ciega.

– ¿Pasa algo? -musita.

– N.. . no lo sé. -Apenas puedo hablar-. ¿Pasa?

Se acerca y me acaricia la barbilla, como sondeando el terreno. Luego se inclina, me coge suavemente la cabeza con ambas manos y me besa. Su boca es dulce y cálida; me raspa la piel con su barba incipiente, pero a él no parece importarle y.. . ay, Dios. ¡Sí! ¡Por favor! Todos mis hormigueos se han convertido en una agitación incontenible. Cuando me rodea con los brazos y me estrecha contra él, dos pensamientos se abren paso en mi mente.

Es muy diferente de Josh.

Está buenísimo.

No tengo más pensamientos ahora mismo. O, en todo caso, no podrían llamarse pensamientos, sino deseo voraz.

Ed se separa finalmente, todavía con las manos en mi nuca.

– ¿Sabes?, esto no entraba en mi planes -dice-. Por si te lo estás preguntando.

– Tampoco en los míos -digo casi sin aliento-. En absoluto.

Vuelve a besarme y yo cierro los ojos mientras exploro su boca con la mía y aspiro su fragancia. Me pregunto cuánto más va a durar el billete del London Eye. Como leyéndome el pensamiento, él me suelta por fin.

– Quizá debiéramos contemplar la vista una vez más -dice con una risita-. Antes de aterrizar.

– Sí, supongo que sí. -Sonrío de mala gana-. Ya que hemos pagado la entrada.

Cogidos de la cintura, nos volvemos hacia el tabique transparente. Y entonces doy un grito.

Planeando fuera de la cápsula, Sadie nos mira con ojos asesinos y desorbitados.

Nos ha visto. Nos ha visto besándonos.

Mierda. ¡Mierda! El corazón me palpita enloquecido. Atraviesa la cápsula echando chispas por los ojos y yo retrocedo tambaleante, como si estuviese viendo un fantasma terrorífico.

– ¿Lara? -Ed me mira, asustado-. Lara, ¿qué te pasa?

– ¡¿Cómo has podido?! -El chillido despechado de Sadie me obliga a taparme los oídos-. ¡Traidora!

– Yo.. . yo.. . ha sido.. . -Trago saliva, pero sólo consigo farfullar. Quisiera decirle que no había planeado nada de esto, que no es lo que ella piensa.. .

– ¡Te he visto!

Suelta un sollozo atroz, gira en redondo y desaparece.

– ¡Sadie! -Voy tras ella y me pego al tabique, tratando de verla entre las nubes, o en las aguas del Támesis, o entre la muchedumbre que aguarda abajo.

– ¡Lara, por Dios! ¿Qué sucede? -Ed parece totalmente flipado y advierto que los demás pasajeros han dejado de contemplar el paisaje para mirarme, estupefactos.

– ¡Nada! -acierto a decir-. Perdona. Es que.. . estaba.. . -Me rodea con un brazo y me echo atrás-. Ed, perdona, no puedo.. .

Tras una pausa, retira el brazo.

– Está bien.

Ya hemos llegado abajo. Sin dejar de lanzarme miradas inquietas, me guía fuera de la cápsula hasta suelo firme.

– Bien, regreso a la tierra. -Su tono es jovial, pero sigue atónito-. ¿Qué pasa?

– No puedo explicártelo -digo afligida. Oteo a la desesperada, buscando a Sadie.

– ¿No te iría bien una visita a la Antigua Taberna Starbucks?

– Lo siento. -Dejo de buscar y me concentro en su rostro preocupado-. Lo siento, Ed. No puedo.. . hacer esto. Ha sido un día maravilloso, pero.. .

– Pero.. . ¿no ha salido como habías planeado? -aventura.

– ¡No, no es eso! -Me froto la cara-. Es.. . muy complicado. Primero tengo que aclararme yo.

Lo miro, esperando que me comprenda, al menos un poco. Y que no me tome por una chiflada.

– Entiendo -asiente-. Las cosas no son sencillas. -Vacila y me acaricia el brazo un instante-. Dejémoslo aquí. Ha sido un gran día. Gracias, Lara, por todo el tiempo que me has dedicado tan generosamente.

Ahora se ha refugiado en su estilo formal y caballeroso. Toda la calidez y jovialidad anterior se han desvanecido. Es como si fuéramos dos simples conocidos. Se está protegiendo a sí mismo, comprendo con una punzada de angustia. Se está encerrando otra vez en su túnel.

– Ed, quiero volver a verte -digo con desesperación-. Una vez que las cosas.. . se hayan aclarado.

– Por supuesto. -Pero no me cree-. Deja que te pida un taxi. -Escudriña la calle y advierto que su expresión ceñuda ha reaparecido, dibujándole trazos de decepción en la cara.

– No te preocupes. Me quedaré un rato por aquí, a ver si me despejo un poco. -Sonrío-. Gracias. Por todo.

Me hace un gesto con la mano y se aleja entre la multitud. Me quedo mirándolo, deshecha. Ed me gusta. Mucho. Y ahora se siente herido. También yo. Y también Sadie. Menudo desastre.

– ¿Así que esto es lo que haces a mis espaldas?

Me llevo una mano al pecho al oírla. ¿Es que me ha estado esperando todo el rato?

– ¡Víbora mentirosa! ¡Traidora! He venido a ver cómo te iba con tu novio. ¡Con Josh!

Revolotea ante mí tan encendida y fuera de sí que retrocedo instintivamente.

– Perdona -balbuceo-. Perdóname por haberte mentido. No quería reconocer que Josh y yo habíamos roto. Pero no soy una traidora. No pretendía que Ed y yo acabáramos besándonos. No lo había planeado.. .

– ¡Me importa un bledo si lo habías planeado o no! -chilla-. ¡No te atrevas a ponerle la mano encima!

– Sadie, lo siento mucho.. .

– ¡Yo lo encontré! ¡Yo bailé con él! ¡Es mío! ¡Mío! ¡¡¡Míííío!!!

Está tan convencida de sus derechos y tan furiosa que ni siquiera me escucha. Y de repente, más allá de la culpa, me enfurezco.

– Pero ¡cómo va a ser tuyo si tú estás muerta! -me oigo gritar-. ¿Es que aún no lo has comprendido? ¡Estás muerta! ¡Él ni siquiera sabe que existes!

– Ya lo creo que sí. -Acerca su rostro al mío con una mirada asesina-. ¡Puede oírme!

– ¿Y qué? No por eso va a conocerte, ¿verdad? ¡Eres un fantasma! ¡Un fantasma! -Toda mi frustración explota-. ¡Mira quién habla de la gente que se engaña a sí misma! ¡Mira quién habla de afrontar la realidad! ¡No paras de decirme que siga adelante! ¿Qué tal si tú también sigues adelante?

Incluso mientras pronuncio estas palabras, advierto cómo podrían malinterpretarse. Ojalá pudiera retirarlas. Un temblor cruza el rostro de Sadie, como si la hubiera abofeteado. No puede creer que me haya referido a.. .

Ay, Dios.

– Sadie, yo no.. . no.. . -Me aturullo y no sé muy bien qué quiero decir.

Sadie adopta una repentina expresión vacía y mira hacia el río como si ya apenas me viese.

– Tienes razón -admite por fin. Toda la energía de antes parece haberla abandonado-. Sí, tienes razón. Estoy muerta.

– No, no.. . Quiero decir.. . Bueno, sí, quizá lo estés. Pero.. .

– Estoy muerta. Se acabó. Tú no me quieres a tu lado. Él tampoco. ¿Qué sentido tiene seguir? Todo ha terminado.

Se aleja hacia el puente de Waterloo y desaparece de mi vista. Corro tras ella, atormentada por la culpa, y subo las escaleras. La diviso hacia la mitad del puente y acelero para alcanzarla. Se ha quedado inmóvil mirando la catedral de San Pablo -una figura esbelta, destacándose en el ambiente gris– y no parece advertir mi presencia cuando llego a su lado.

– ¡Cálmate, Sadie! -El viento casi ahoga mi voz-. ¡Nada ha terminado! ¡He hablado sin pensar! ¡Estaba enfadada! ¡Decía tonterías.. . !

– No. Tienes razón -replica sin volver la cabeza-. Me he engañado a mí misma, como tú. Creía que podría divertirme por última vez en este mundo. Que podría conseguir una amistad, dejar alguna huella.. .

– ¡Claro que has dejado huella! No hables así, te lo ruego. Escucha, vamos a casa. Pondremos un poco de música y nos lo pasaremos bien.. .

– ¡No te pongas maternal conmigo! -Vuelve la cabeza y advierto que está temblando-. Ya sé lo que piensas. Te importa un comino lo que me pase. A nadie le importa una vieja insignificante.. .

– Basta, Sadie. Eso no es cierto.. .

– ¡Os oí en el funeral! -explota, y a mí me sacude una oleada de terror.

¿Que nos oyó?

– Sí, en el funeral -confirma, recuperando la compostura-. Oí cómo hablaba toda la familia. Nadie tenía ganas de estar allí. Nadie me lloraba. Yo no era más que una «mujer insignificante de un millón de años».

Me muero de vergüenza al recordar aquello. Nos comportamos con una indiferencia atroz. Todos.

Sadie mira hacia otro lado con la mandíbula apretada.

– Tu prima lo expresó muy bien. No conseguí nada en mi vida, no dejé huella ni fui nada especial. ¡No sé por qué me molestaba en seguir viviendo, la verdad! -añade con una risita amarga.

– Sadie, ya basta, por favor.

– No tuve amor -continúa, inexorable-, ni una carrera. No dejé hijos, ni logros, ni nada que valga la pena recordar. El único hombre que amé se olvidó de mí. -Le tiembla voz-. Viví ciento cinco años, pero no dejé ni rastro. Ninguno. No significaba nada para nadie. Y ahora tampoco.

– Claro que sí -le digo, desesperada-. Sadie, por favor.. .

– He sido tonta por aferrarme tanto. Me estoy interponiendo en tu camino. -Le asoman lágrimas a los ojos.

– ¡No! -Trato de cogerla del brazo, aunque sepa que no es posible, también yo a punto de llorar-. Sadie, a mí sí me importas y te lo voy a demostrar. Volveremos a bailar el charlestón, saldremos a divertirnos y encontraré tu collar aunque sea lo último que haga.

– Ya no me importa el collar -murmura-. ¿Por qué habría de importarme? Todo ha sido un fiasco. Mi vida ha sido completamente inútil.

Para mi espanto, desaparece repentinamente por la baranda del puente de Waterloo.

– ¡Sadie! -grito-. ¡Sadie, vuelve! ¡¡¡Sadie!!! -Me asomo a las aguas turbias y revueltas, con la cara arrasada en lágrimas-. ¡No ha sido inútil! Sadie, por favor, ¿me oyes?

– Oh, Dios mío. -Una chica con un abrigo a cuadros que pasa por mi lado da un grito-. ¡Alguien se ha tirado al río! ¡Socorro!

– ¡No, no! -digo incorporándome.

Pero ella no me escucha y ya está llamando a sus amigos. Antes de que pueda darme cuenta, se ha reunido un montón de gente que se asoma por la baranda y mira hacia abajo.

– ¡Se ha tirado alguien! -gritan-. ¡Llamen a la policía!

– ¡No, no se ha tirado nadie! -aclaro, pero mi voz queda ahogada en medio del alboroto.

Un chico con chaqueta vaquera filma las aguas del río con su móvil; y un hombre a mi derecha se quita la cazadora, como dispuesto a saltar, ante la mirada de admiración de su novia.

– ¡No! -Lo agarro de la cazadora-. ¡Deténgase!

– Alguien tiene que hacerlo -dice él con tono heroico, mirando de reojo a su novia.

Madre de Dios.

– ¡Nadie se ha tirado! -grito agitando los brazos-. ¡Ha sido un malentendido! ¡No pasa nada! ¡Nadie ha saltado! Repito: nadie ha saltado.

El hombre, que ya se quitaba los zapatos, se detiene. El chico del móvil se da la vuelta y empieza a filmarme.

– ¿Y con quién hablabas entonces? -me dice la chica del abrigo a cuadros con aire acusador-. ¡Estabas llorando y gritando hacia el agua! ¡Nos has dado un susto de muerte! ¿Con quién hablabas?

– Con un fantasma -respondo secamente.

Me vuelvo sin más y me abro paso entre la gente, sin hacer caso de las exclamaciones y comentarios.

Volverá, me digo. Cuando esté más calmada y me haya perdonado, volverá.

Capítulo 20

Pero al día siguiente mi apartamento permanece en completo silencio. Por lo general, Sadie se presenta mientras preparo el té, se acomoda en la encimera y se dedica a hacer comentarios desagradables sobre mi pijama y a decirme que no sé hacer el té como está mandado.

Hoy no se mueve ni una mosca en la cocina. Saco la bolsita de té de la taza y miro alrededor.

– ¿Sadie? ¿Estás ahí?

Nada. El apartamento parece vacío y sin vida.

Mientras me preparo para ir al trabajo, todo parece extrañamente silencioso sin su cotorreo. Al final, enciendo la radio para tener un poco de compañía. El aspecto positivo es que ahora nadie me da órdenes. Al menos esta vez puedo maquillarme a mi manera. En plan desafiante, me pongo un top con volantes que la horroriza. Después, como me siento un poco mal, me aplico otra capa de rímel, por si estuviera mirándome.

Antes de irme echo un último vistazo.

– ¿Sadie? ¿Estás ahí? Me voy a trabajar. Si quieres charlar o lo que sea, ven al despacho.. .

Voy llamándola, todavía con la taza en la mano, por todo el apartamento, en vano. A saber dónde anda, qué está haciendo y cómo se siente.. . Noto un nuevo espasmo de culpa al recordar su expresión vacía y desolada. Si hubiera sabido que nos había oído en el funeral.. .

En fin, ahora mismo no puedo hacer nada. Si me necesita, ya sabe dónde encontrarme.

Llego al trabajo pasadas las nueve y media y me encuentro con Natalie ya instalada en su escritorio, hablando por teléfono y echándose el pelo hacia atrás.

– Sí. Eso fue lo que le dije, cielo. -Me guiña un ojo y se señala el reloj-. Un poquito tarde, ¿no, Lara? ¿No habrás adquirido malas costumbres en mi ausencia? En fin, cielo.. . -continúa su conversación.

¿Malas costumbres? ¿Yo?

Me bulle la sangre. ¿Quién se ha creído que es? Fue ella la que se largo a la India. Ella la que se ha comportado sin la menor profesionalidad. Y ahora pretende tratarme como si yo fuera una principiante.

– Natalie -le digo en cuanto cuelga-, he de hablar contigo.

– Y yo contigo. -Me mira con ojos chispeantes-. Así que Ed Harrison, ¿eh?

– ¿Cómo?

– Ed Harrison -repite-. Te lo tenías muy calladito, ¿eh?

– ¿A qué te refieres? -Empiezan a sonarme las alarmas-. ¿Cómo sabes lo de Ed?

– ¡Business People! -dice, volviendo la revista y mostrándome una fotografía en la que aparecemos los dos-. Un tipo atractivo.

– Yo.. . Es un asunto de negocios -me apresuro a decir.

– Sí, lo sé. Ya me ha contado Kate que has vuelto con Josh. -Finge un bostezo burlón para demostrarme lo mucho que le interesa mi vida sentimental-. A eso iba. Este Ed es un pedazo de talento muy apetitoso. ¿Tienes algún plan?

– ¿Plan?

– ¡Para colocarlo! -Se echa hacia delante y me habla como armándose de paciencia-. Somos una empresa de cazatalentos, Lara. Colocamos ejecutivos en puestos de responsabilidad. Así es como ganamos dinero.

– Ah. -Intento ocultar mi espanto-. No, no. No lo entiendes. No es ese tipo de contacto. Él no quiere cambiar de puesto.

– Cree que no quiere -me corrige.

– No, de verdad, olvídalo. No soporta a los cazatalentos.

– Cree que no los soporta.

– No está interesado.

– Todavía. -Me guiña un ojo y me entran ganas de darle un sopapo.

– ¡Para ya! ¡No le interesa!

– Todo el mundo tiene un precio, cielo. Cuando ponga ante sus narices el sueldo adecuado, la cosa cambiará, créeme.

– ¡De eso nada! No todo es cuestión de dinero, ¿sabes?

Natalie suelta una carcajada burlona.

– ¿Qué ha pasado mientras estuve fuera? ¿Nos hemos convertido en la Agencia de la Madre Teresa o qué? Hemos de ganar comisiones, Lara. Hemos de sacar beneficios.

– Ya lo sé. Eso estuve haciendo mientras tú tomabas el sol en las playas de Goa, ¿recuerdas?

– ¡Uuuh! -Echa a la cabeza atrás y suelta una carcajada-. ¡Miau miau!

Qué caradura. No se ha disculpado ni una sola vez. ¿Cómo pude llegar a considerarla mi mejor amiga? Tengo la sensación de que ni siquiera la conozco.

– Deja en paz a Ed -le espeto-. Él no quiere cambiar de trabajo. En serio. Se negará a hablar contigo y.. .

– Ya ha hablado conmigo. -Se arrellana en su silla con la satisfacción pintada en la cara.

– Pero ¿cómo.. . ?

– Lo he llamado esta mañana. Ésa es la diferencia entre nosotras. Yo no pierdo el tiempo, voy al grano.

– Pero si no atiende llamadas de ningún cazatalentos -musito, perpleja-. ¿Cómo has.. . ?

– Ah, no le he dicho mi nombre -me suelta con picardía-. Sólo que era una amiga tuya y que me habías pedido que lo llamara. Hemos mantenido una pequeña charla. Él no parecía saber nada de Josh, pero me he encargado de ponerlo al día. -Alza las cejas-. Interesante. ¿Le ocultabas que tienes novio por algún motivo?

Me quedo de piedra.

– ¿Qué.. . qué le has dicho exactamente de Josh?

– Ay, Lara. -Natalie parece saborear mi turbación-. ¿Estabas tramando una pequeña intriga con él? ¿He arruinado tus planes? -Se tapa la boca con la mano-. ¡Cuánto lo siento!

– ¡Cierra el pico! -pierdo los estribos.

He de hablar con Ed. Ahora. Saco el móvil, salgo del despacho y casi me tropiezo con Kate, que viene con una bandeja de café y me mira con unos ojos como platos.

– ¡Lara! ¿Te encuentras bien?

– Natalie -digo por toda explicación.

Ella me guiña un ojo.

– Creo que empeora con el bronceado -susurra, y yo esbozo una sonrisa de circunstancias-. ¿No vienes?

– En un minuto. He de hacer una llamada personal.

Bajo las escaleras, salgo a la calle y marco el número de Ed. A saber qué le habrá dicho Natalie. Y a saber qué piensa ahora de mí.

– Despacho de Ed Harrison -dice una voz femenina.

– Hola. -Intento disimular los nervios-. Soy Lara Lington. ¿Podría hablar con Ed?

Mientras la secretaria me deja en espera, me vienen inevitablemente las imágenes de ayer. Cómo me abrazaba, el contacto de su piel, su aroma, su sabor.. . y luego el modo horrible en que volvió a encerrarse en su caparazón. Me estremezco sólo de pensarlo.

– Hola, Lara. ¿En qué puedo ayudarte? -Suena serio y formal, ni una pizca de calidez.

Se me encoge el corazón, pero procuro adoptar un tono optimista y amable.

– Ed, me he enterado de que Natalie, mi socia, te ha llamado esta mañana. Lo lamento. No volverá a suceder. Y también quería decirte.. . -titubeo– que siento mucho cómo terminaron las cosas ayer. -Y que no tengo novio. Y que me gustaría que pudiéramos rebobinar y volver a subir al London Eye, y que me besaras de nuevo. Y esta vez no me apartaría, por muchos fantasmas que me agobiaran.

– No te disculpes, por favor. -Suena muy distante-. Debería haber adivinado que tenías.. . intereses más comerciales, digamos. Por eso procurabas desalentarme. En todo caso, te agradezco ese pequeño gesto de honestidad.

Un frío glacial me recorre la columna. ¿Es eso lo que cree? ¿Que iba con él por motivos profesionales?

– No, Ed -me apresuro a contestar-. No fue así. Disfruté de veras el día que pasamos juntos. Ya sé que las cosas acabaron de un modo extraño, pero había.. . factores que lo complicaban todo. Ahora no puedo explicártelo, pero.. .

– Por favor, no te pongas maternal conmigo -me interrumpe sin alterarse-. Tú y tu socia habíais urdido una pequeña estratagema. No comulgo especialmente con tus métodos, pero supongo que te mereces un aplauso por tu perseverancia.

– ¡No es cierto! Ed, no puedes creer lo que diga Natalie. Tú ya sabes que no es de fiar. No me dirás que crees en serio que urdimos un plan, ¡es absurdo!

– Créeme -replica-, después de la pequeña investigación que hice sobre Natalie, la considero capaz de cualquier cosa, por taimada y estúpida que sea. Que tú seas una ingenua o en realidad tan perversa como ella, eso ya no lo sé.. .

– ¡Lo has entendido todo al revés! -me desespero.

– ¡Por Dios, Lara! -Parece a punto de estallar-. No insistas. Sé que has vuelto con tu novio. Probablemente ni siquiera habíais roto. Ha sido todo una tomadura de pelo, y no pretendas insultarme, joder, continuando con la farsa. Debería haberlo comprendido en cuanto te presentaste en la oficina. Quizá habías investigado por tu parte y sabías lo de Corinne. Pensaste que podrías atraparme por ese lado. Dios sabe de qué sois capaces. Nada podría sorprenderme viniendo de vosotras.

Habla con un tono tan hostil que me estremezco de pies a cabeza.

– ¡Yo nunca haría algo así! ¡Nunca! -Me tiembla la voz-. Ed, lo que nos pasó fue real. Bailamos, nos divertimos.. . No es posible que creas que era todo una farsa.

– Y supongo que no tienes novio. -Habla como un abogado ante el tribunal.

– ¡No! Claro que no. Bueno, sí -me corrijo-, lo tenía, pero rompí el viernes con él.. .

– ¡El viernes! -Suelta una risa seca que me provoca un escalofrío-. Qué oportuno. No tengo tiempo para jueguecitos, Lara.

– Ed, por favor. -Se me llenan los ojos de lágrimas-. Debes creerme.. .

– Adiós, Lara.

Se corta la comunicación y me quedo paralizada. No tiene sentido volver a llamar para explicarme. Nunca me creerá. Está convencido de que soy una cínica manipuladora. O una chica débil e ingenua, en el mejor de los casos. Y yo no puedo remediarlo.

No. Me equivoco. Sí que puedo remediarlo.

Me seco los ojos con furia y giro sobre los talones. Cuando llego al despacho, Natalie está al teléfono, limándose las uñas y riendo a carcajadas. Sin la menor pausa, me acerco a su escritorio, alargo la mano y corto la comunicación.

– Pero ¿qué coño.. . ? -Se vuelve en su silla-. ¡Estaba hablando!

– Pues ya no -replico sin pestañear-. Y ahora vas a escucharme. Ya he tenido bastante. No puedes comportarte así.

– ¿Qué? -Se echa a reír.

– Te largaste a Goa dando por supuesto que nosotras sacaríamos las castañas del fuego en la oficina. Un gesto arrogante e injusto.

– ¡Calma, calma! -interviene Kate, pero se tapa la boca con la mano cuando nos volvemos bruscamente hacia ella.

– ¡Luego llegas y te pones la medalla por un cliente que encontré yo! ¡Pues no voy a consentirlo! ¡No dejaré que vuelvas a utilizarme! ¡De hecho.. . ya no seguiré trabajando contigo!

No tenía planeada esta última frase, pero en cuanto la pronuncio sé que hablo en serio. No puedo trabajar con ella. Ni siquiera pasar el rato con ella. Es una mujer venenosa.

– Lara, cielo, estás estresada. -Pone los ojos en blanco-. ¿Por qué no te tomas el día libre?

– ¡No quiero un día libre! -estallo-. ¡Lo que quiero es que seas sincera! ¡Me mentiste! ¡No me contaste que te habían despedido de tu trabajo!

– No me despidieron. -Esboza una mueca muy fea-. Fue de mutuo acuerdo. Eran unos gilipollas integrales, además. No me valoraban como merecía.. . Vamos, Lara. Tú y yo vamos a formar un gran equipo.

– ¡De eso nada! ¡Yo no pienso como tú, Natalie! ¡No trabajo como tú! Yo quiero colocar a la gente en buenos puestos de trabajo, no tratarla como una mercancía. ¡No todo se reduce al sueldo! -Estoy tan encendida que tomo su estúpido post-it del tablón de anuncios («El sueldo, el sueldo, el sueldo») y trato de hacerlo pedazos, aunque se me engancha en los dedos y tengo que acabar estrujándolo-. También importan las formas, la persona, la empresa.. . todo el conjunto. Se trata de emparejar personas y de que salgan todos ganando. Y si no se trata de eso, debería.

Todavía tengo la vaga esperanza de que reaccione. Pero su expresión incrédula no se altera.

– ¡Emparejar personas! -Suelta una carcajada desdeñosa-. A ver si te enteras: ¡esto no es una agencia matrimonial!

Nunca me entenderá. Ni yo a ella.

– Quiero deshacer nuestra sociedad -digo con firmeza-. Fue un error. Hablaré con el abogado.

– Como quieras. -Se pone de pie, cruza los brazos y se apoya en su escritorio como si fuera la dueña de todo-. Pero no vas a llevarte a ninguno de mis clientes. Está en el acuerdo que firmamos. Ni se te ocurra intentarlo.

– Ni loca.

– Pues adelante. -Se encoge de hombros-. Recoge tu escritorio. Haz lo que debas hacer.

Le echo un vistazo a Kate, que nos observa horrorizada.

«Lo siento», le digo con los labios. Ella saca su móvil y teclea un mensaje. Un momento más tarde, mi teléfono da un pitido y miro la pantalla.

No te culpo. Si montas tu empresa, ¿puedo irme contigo?

Le escribo en el acto:

Claro. Pero todavía no sé qué voy a hacer. Gracias, Kate.

Natalie ha vuelto a sentarse y teclea en el ordenador ostentosamente, como si yo no existiera.

Plantada allí en medio del despacho, me siento un poco mareada. ¿Qué he hecho? Esta mañana tenía una empresa y un futuro. Y ahora ya no. Nunca lograré que Natalie me devuelva todo el dinero que puse. ¿Qué voy a decirles a mamá y papá?

No. Ahora no pienses en eso.

Se me hace un nudo en la garganta cuando cojo una caja de cartón, saco las resmas de papel que contiene y empiezo a llenarla con mis cosas. Mi perforadora. Mi portalápices.

– Pero si crees que puedes establecerte por tu cuenta y hacer lo que yo hago, te equivocas -me espeta Natalie de repente, girando en su silla-. No tienes ningún contacto. Ni experiencia. Esos discursitos de «Quiero darle a la gente buenos puestos» y «Hay que mirar todo el conjunto» no te servirán para sacar cabeza. Y no esperes que te dé trabajo cuando acabes tirada en la calle.

– Quizá ella no siga en la selección de ejecutivos. -Para mi asombro, Kate interviene desde el otro lado del despacho-. Tal vez se dedique a otra cosa. Lara tiene otras dotes, ¿sabes?

La miro desconcertada. ¿Tengo otras dotes?

– ¿Como cuáles? -dice Natalie con mordacidad.

– ¡Como leer el pensamiento! -Kate esgrime el último número de Business People-. ¡Sí que lo llevabas en secreto, Lara! Hay una columna entera en la página de cotilleos. «Lara Lington entretuvo a la multitud una hora con sus espectaculares números de adivinación. Los organizadores han recibido numerosas solicitudes para que la señorita Lington amenice actos corporativos. “Nunca había visto nada parecido -declaró John Crawley, presidente de Medway SA-. Lara Lington debería tener su propio programa de televisión.”»

– ¿Adivinación? -Natalie se ha quedado patidifusa.

– He estado practicando. -Me encojo de hombros, quitándole importancia.

– ¡Aquí dice que les leíste el pensamiento a cinco personas a la vez! -Kate rebosa de emoción-. Lara, deberías presentarte a Tienes talento. Lo tuyo sí que es un don de verdad.

– ¿Desde cuándo sabes leer la mente? -Natalie entorna los ojos con suspicacia.

– Sería difícil de precisar. Y sí, quizá participe en algunos actos corporativos -añado, desafiante-. Quizá abra una pequeña empresa de lectura del pensamiento. Así que seguramente no acabaré muerta de hambre en la calle, muchas gracias, Natalie.

– Vale, léeme la mente si tienes semejante don. -Natalie alza la barbilla-. Venga.

– No, gracias -replico con dulzura-. Prefiero no hurgar en la basura.

Kate silba por lo bajo y, por primera vez, Natalie parece desconcertada. Recojo la caja antes de que se le ocurra una réplica demoledora y me acerco a Kate para darle un abrazo.

– Ciao, Kate. Gracias por todo. Eres un sol.

– Buena suerte. -Me abraza con fuerza y me susurra al oído-: Te echaré de menos.

– Ciao, Natalie -añado, yendo hacia la puerta.

Salgo, cruzo el pasillo y llamó el ascensor, sosteniendo la caja con una mano. Me siento un poco alelada. ¿Qué voy a hacer ahora?

– ¿Sadie? -digo por pura costumbre. Pero no hay respuesta. Claro que no.

El ascensor es antiquísimo y muy lento. Empiezo a oír sus chirridos amortiguados cuando suenan unos pasos a mi espalda. Es Kate, que llega presurosa.

– Lara, suerte que te he pillado -dice, ansiosa-. Oye, en serio, ¿no necesitarás una ayudante?

Por Dios, esta chica es un encanto.

– Eh, bueno.. . aún no sé si voy a montar otra empresa, pero ten por seguro que te avisaré.. .

– No; quiero decir para tus números de adivinación. ¿No te hace falta una ayudante? A mí me encantaría. Podría llevar un disfraz. ¡Sé hacer malabarismos!

– ¿Malabarismos?

– ¡Sí! ¡Con alubias! ¡Podría actuar como telonera!

La veo tan entusiasmada que no puedo decirle: «En realidad, no sé leer el pensamiento. No tengo ningún don.»

Estoy harta de que nadie conozca mi secreto. Ojalá pudiese decirle a alguien: «Mira, la verdad es que hay un fantasma en mi vida.. . »

– No sé si funcionaría, Kate -intento ser delicada-. Mira, la verdad es que.. . ya tengo ayudante.

– Ah, ¿sí? -dice desilusionada-. Pero no la mencionan en el artículo. Dicen que lo hiciste todo tú sola.

– Bueno.. . estaba entre bastidores. No quería salir en público.

– ¿Y quién es?

– Eh.. . pues de la familia.

– Entonces supongo que os entenderéis bien.. .

– Hemos llegado a entendernos muy bien -asiento, mordiéndome un labio-. Es decir, hemos tenido bastantes discusiones, pero llevamos mucho tiempo juntas. Hemos vivido tantas cosas.. . En fin.. . somos amigas.

Noto una punzada en el pecho mientras lo digo. Tal vez fuéramos amigas, pero no sé lo que somos ahora. Y de pronto siento un bajón tremendo. Mírate, me digo, lo has echado todo a perder. Con Sadie, con Ed, con Josh. Ya no tengo empresa, mis padres se van a poner frenéticos y me he gastado todo el dinero que me quedaba en absurdos vestidos de época.. .

– Bueno, si alguna vez decidiese dejarlo.. . -dice Kate-. O si ella necesitara una ayudante.. .

– No sé cuáles serán nuestros planes ahora. Ha sido todo un poco.. . -Me pican los ojos. Kate se muestra tan comprensiva y abierta, y yo he pasado tanta tensión, que las palabras me salen solas-. La cosa es que nos hemos peleado. Y ella ha desaparecido. No la he visto desde entonces.

– Vaya. Y ¿por qué os peleasteis?

– Por muchas cosas -reconozco-. Pero sobre todo por un hombre.

– ¿Y sabes si ella.. . ? -Titubea-. ¿Si se encuentra bien?


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