355 500 произведений, 25 200 авторов.

Электронная библиотека книг » Sophie Kinsella » Una chica años veinte » Текст книги (страница 17)
Una chica años veinte
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 20:35

Текст книги "Una chica años veinte"


Автор книги: Sophie Kinsella



сообщить о нарушении

Текущая страница: 17 (всего у книги 26 страниц)

Le echo un vistazo al tío Bill y siento un escalofrío. Él también está examinando los collares.

– ¡Esto es inútil! -Sadie se materializa de golpe y sube de un salto a la pasarela. Se planta frente a la modelo y escruta atentamente el amasijo de cadenas, cuentas y amuletos-. ¡No lo veo! ¡Te lo he dicho, no está aquí!

Aparece la siguiente modelo y Sadie se abalanza para examinar sus collares.

– Tampoco aquí.

– ¡Una colección súper! -exclama la chica que tengo al lado-. ¿No te parece?

– Pues sí. Fantástica. -Pero yo sólo tengo ojos para los collares, para esa borrosa serie de cuentas, dorados y joyas de imitación. Empiezo a tener un mal presentimiento, una sensación de fracaso.. .

Oh, Dios mío.

Oh, Dios mío.. . ¡ahí está! Justo delante de mis narices, enrollado en el tobillo de una modelo. El corazón se me desboca mientras contemplo sin aliento las cuentas amarillas entrelazadas como una ajorca. Una ajorca. No me extraña que Sadie no lo encontrara. La modelo sigue con sus contoneos. Tengo el collar apenas a medio metro. Podría inclinarme y agarrarlo. Esto es insoportable.. .

Sadie sigue mi mirada y da un grito.

– ¡Mi collar! -Se abalanza sobre la modelo, que sigue adelante como si tal cosa, y le grita-: ¡Es mío! ¡Es mío!

En cuanto la modelo salga de la pasarela, voy tras ella y lo recupero. Cueste lo que cueste. Echo una ojeada al tío Bill.. . ¡Horror, él también tiene los ojos fijos en el collar!

La modelo se aleja con sus andares estilizados. En pocos segundos habrá abandonado la pasarela. Miro al otro lado, guiñando los ojos porque un topo de luz me da en la cara. El tío Bill se ha puesto de pie y su gente va abriéndole paso.

Maldición. ¡Maldición!

Me levanto de un brinco y empiezo a salir, murmurando disculpas y repartiendo pisotones. Al menos tengo una ventaja: estoy en el lado de la pasarela más cercano a la entrada. Sin atreverme a mirar atrás, cruzo la doble puerta, corro por el pasillo hasta los camerinos y le muestro mi pase al gorila de turno.

La zona de camerinos es un auténtico caos. Una mujer con tejanos ladra instrucciones y guía a las modelos a empujones hacia el escenario. Ellas se quitan la ropa a tirones o se dejan vestir y peinar, inmóviles mientras les repasan el maquillaje.. .

Miro alrededor, jadeante y muerta de pánico. No veo a la modelo. ¿Dónde demonios se ha metido? Me abro paso entre secadores de pelo y percheros cargados de ropa, a ver si la localizo por algún lado, cuando oigo un tumulto en la puerta.

– Este señor es Bill Lington, ¿entiende? -Es la voz de Damian y parece estar perdiendo los estribos-. Bill Lington. Sólo porque no tenga un pase de camerinos.. .

– Sin pase no entra -replica el gorila, inflexible-. Normas de la jefa.

– El puto jefe es él -le espeta Damian-. Él ha pagado todo esto, imbécil.

– ¿Qué me has llamado? -El gorila suena amenazador y no puedo reprimir una sonrisa.. . pero se me congela cuando Sadie reaparece con ojos desesperados.

– ¡Rápido! ¡Ven!

– ¿Qué pasa? -La sigo, pero ella se desvanece otra vez. Regresa desconsolada unos instantes más tarde.

– ¡Se ha ido! -farfulla tragando saliva-. Esa modelo se ha llevado mi collar. Estaba esperando un taxi y he entrado a buscarte, pero sabía que serías demasiado lenta. ¡Y ahora se ha marchado! -gime.

– ¿Un taxi? -La miro horrorizada-. Pero.. . pero.. .

– Lo hemos perdido otra vez -dice fuera de sí-. ¡Lo hemos perdido!

– Pero Diamanté me lo prometió. -Me vuelvo, buscando a mi prima-. ¡Prometió que me lo daría!

No puedo creer que lo haya dejado escapar otra vez. Debería haberlo cogido sin más, debería haber sido más rápida y haber actuado con más astucia.. .

En la sala principal se oyen vítores y gritos. El desfile debe de estar terminando. Un momento más tarde, las modelos llegan a los camerinos, seguidas de una Diamanté emocionada.

– ¡Joder, ha sido fantástico! -exclama radiante-. ¡Sois una pasada! ¡Os quiero! ¡Vamos a celebrarlo!

Me abro paso a duras penas entre las modelos, soportando con una mueca los pisotones que me dan con sus tacones y sus gritos estridentes, que me taladran los oídos.

– ¡Diamanté! -llamo por encima del alboroto-. ¡El collar! ¡La chica que lo llevaba se ha ido!

Ella me mira sin entender.

– ¿Qué chica?

Por Dios. ¿Qué combinado de drogas se habrá metido?

– Se llama Flora -me susurra Sadie al oído.

– ¡Flora! ¡Se ha ido!

– Ah, Flora -dice mi prima, tan tranquila-. Sí, se ha ido a una fiesta a París. En el jet de su padre. Un jet privado -aclara ante mi desconcierto-. Le he dejado que usara el vestido.

– Pero ¡también se ha llevado el collar! -Hago un esfuerzo para no gritar demasiado-. Diamanté, por favor, llámala. Llámala ahora mismo. Dile que voy a buscarla. Me voy a París, cueste lo que cueste. Tengo que recuperar ese collar.

Ella me mira boquiabierta y luego alza los ojos al cielo.

– Papá tiene razón -dice-. Estás loca de remate. Pero eso me gusta. -Saca el móvil y pulsa un número de marcación rápida-. ¡Eh, Flora! ¡Cariño, has estado impresionante! ¿Vas camino del aeropuerto? Muy bien, escucha. ¿Recuerdas el collar de la libélula que llevas puesto?

– Ajorca -le apunto-. Lo llevaba como una ajorca.

– La ajorca, ¿sabes? Sí, ésa. Bueno, pues la loca de mi prima lo quiere sí o sí. Se va a París a recogerlo. ¿Dónde es la fiesta? ¿Puedes quedar con ella? -Escucha unos instantes y, mientras, enciende un cigarrillo y da dos profundas caladas-. Ah, sí. Vale. Completamente.. . Claro.. . -Al fin, levanta la vista y me echa el humo en la cara-. Flora no sabe dónde es la fiesta. Parece que la organiza una amiga de su madre, o algo así. Dice que quiere llevar el collar porque le va perfecto con el vestido, pero que te lo enviará por mensajero.

– ¿Mañana por la mañana? ¿Sin falta?

– No, ahora mismo -ironiza, como si yo fuese dura de mollera-. No sé qué día exactamente, pero en cuanto lo haya usado, te lo envía. Me lo ha prometido. ¿No es perfecto? -Me sonríe y me ofrece la palma de su mano.

Le sostengo la mirada, alucinada. ¿Perfecto?

He tenido el collar a medio metro, al alcance de la mano. Ella había prometido dármelo. Y ahora resulta que va camino de París y no sé cuándo me lo enviarán. ¿Cómo va a ser perfecto? Me entran ganas de chillar.

Pero me contengo. Ahora sólo me une al collar una cadenita muy frágil y el eslabón más sólido es Diamanté. Si consigo cabrearla, lo perderé para siempre.

– ¡Perfecto! -asiento con una sonrisa forzada, chocando su mano; luego cojo su móvil y le dicto mi dirección a Flora, deletreándole cada palabra dos veces.

Ahora sólo resta cruzar los dedos. Y esperar.

Capítulo 18

Recuperaremos el collar. Debo creérmelo. Me lo creo.

Pero Sadie y yo, aun así, estamos desde anoche con los nervios de punta. Ella saltó esta mañana cuando le pisé un pie (se lo atravesé, para ser más exactos), y yo le repliqué de mala manera por criticar mi maquillaje. La verdad es que me atormenta la sensación de haberle fallado. He tenido dos veces el collar al alcance de la mano, y en ambas lo dejé escapar. La ansiedad me reconcome y me hace estar nerviosa y a la defensiva.

Esta mañana me levanté preguntándome si debería tomar un tren a París. Pero ¿cómo podría localizar a Flora? No sabría ni por dónde empezar. Me siento del todo impotente.

No estamos muy habladoras, que digamos. De hecho, Sadie lleva un buen rato callada. Mientras termino de teclear mis correos en el despacho, permanece sentada en el alféizar con la espalda rígida. Debe de resultar muy solitario andar flotando por el mundo sin poder hablar con nadie.

Apago el ordenador con un suspiro y me pregunto dónde estará el collar en este momento. En algún punto de París, colgado del cuello de Flora. O en alguna maleta en el asiento de un descapotable.. .

Siento un nudo en el estómago. He de ponerle fin a todo esto o acabaré como mamá. No puedo obsesionarme con lo que podría pasar o salir mal. El collar aparecerá. Debo creérmelo. Y entretanto debo continuar con mi vida. He quedado para almorzar con mi novio.

Me pongo la chaqueta y recojo el bolso.

– Hasta luego -les digo a Kate y Sadie, y salgo del despacho sin darles oportunidad de responder.

No quiero compañía. Tengo algo de mieditis, la verdad, ahora que voy a ver a Josh. O sea, no es que tenga dudas ni nada. No es eso. Sólo aprensiones infundadas, supongo. Pero no estoy de humor para aguantar a Sadie, que aparece a mi lado cuando ya estoy cerca de la estación del metro.

– ¿Adónde vas? -me pregunta.

– A ninguna parte. -Camino deprisa, sin hacerle caso-. Déjame en paz.

– Has quedado con Josh, ¿verdad?

– ¿Para qué preguntas si ya lo sabes? -Doblo la esquina, tratando de quitármela de encima. Pero ella no se inmuta.

– Como ángel de la guarda, insisto en que debes entrar en razón -dice-. Josh no está enamorado de ti. Si aún te lo crees, te estás engañando.

– ¿No dijiste que no eras mi ángel de la guarda? -le digo por encima del hombro-. Pues no te entrometas, abuelita.

– ¡No me llames así! -replica indignada-. No voy permitir que pierdas el tiempo con una marioneta pusilánime y sin sangre.

– ¡No es una marioneta! -le espeto, y bajo presurosa las escaleras del metro. Un convoy se acerca. Paso el torniquete, corro al andén y subo justo a tiempo.

– Ni siquiera lo amas. -La voz de Sadie me persigue, implacable-. No lo amas de verdad.

Esto es el colmo. Me vuelvo hacia ella y saco el móvil de golpe.

– ¡Claro que sí! ¿Por qué crees que estaba tan hecha polvo? ¿Por qué habría de desear que volviera conmigo, si no?

– Para demostrarles a todos que tenías razón -dice, y se cruza de brazos.

Esa observación me pilla desprevenida. Necesito ordenar mis ideas.

– ¡Eso.. . eso es una idiotez! ¡Sólo demuestra que no te enteras! No tiene nada que ver. Yo quiero a Josh y él me quiere a mí.. . -Me interrumpo al ver que toda la gente del vagón me mira.

Me refugio en un asiento del rincón, perseguida por Sadie. Cuando veo que se dispone a contraatacar, saco mi iPod y me pongo los auriculares. En un instante su voz queda ahogada.

¡Perfecto! Tendría que haberlo utilizado hace mucho.

Le propuse a Josh que nos encontráramos en el Bistro Martin para disipar todo recuerdo de la estúpida de Marie. Mientras entrego mi abrigo, veo que ya está en la mesa y noto una oleada de alivio. También me siento respaldada.

– ¿Lo ves? -le susurro a Sadie-. Ha llegado antes de hora. Ja, para que luego digas que no le importo.

– Ni siquiera él sabe lo que piensa. -Menea la cabeza, desdeñosa-. Es como el muñeco de un ventrílocuo. Yo le dije lo que debía pensar y decir.

Maldita engreída.

– No vayas a creerte que tienes poderes tan irresistibles, ¿eh? Josh es un tipo muy firme, por si quieres saberlo.

– Cielo, podría hacerlo bailar sobre la mesa y hasta cantar una canción de cuna, si me apeteciera -responde con desprecio-. ¡Quizá acabe haciéndolo para que entres en razón!

No vale la pena seguir discutiendo. Paso a través de ella a propósito y me dirijo hacia la mesa sin hacer caso de sus chillidos de protesta. Josh se dispone a incorporarse. El pelo le brilla a la luz del local y sus ojos se ven tan azules y límpidos como siempre. Al llegar a su lado, noto un hormigueo en el estómago. Felicidad, tal vez. O amor. O triunfo.

Una mezcla de todo.

Lo abrazo y sus labios se encuentran con los míos, y lo único que pienso es: «¡Sííííííí!» A continuación hace ademán de sentarse, pero yo lo atraigo y nos besamos otra vez apasionadamente. Ahora se enterará Sadie de si estamos enamorados o no.

Finalmente, Josh se aparta y nos sentamos. Alzo la copa de vino blanco que ya había pedido para mí.

– Bueno -digo casi sin aliento-. Aquí estamos.

– Sí, aquí estamos.

– ¡Por nosotros! ¿No es maravilloso volver a estar juntos? ¿En nuestro restaurante favorito? Siempre asociaré este sitio contigo -añado con cierta intención-. Con nadie más. No podría.

Josh tiene la gentileza de parecer un poco incómodo.

– ¿Qué tal el trabajo? -se apresura a preguntar.

– Perfecto. -Suspiro-. Bueno, para ser sincera.. . no tan perfecto. Natalie se largó a Goa y me dejó a cargo de todo. Ha sido una pequeña pesadilla.

– ¿De veras? Qué mal.

Coge la carta y empieza a ojearla, como si el tema ya estuviera zanjado. No puedo evitar una punzada de frustración. Esperaba una reacción más enérgica. Aunque, ahora que lo recuerdo, Josh nunca reacciona demasiado. Es muy pasota. Y eso me encanta, me digo: su maravillosa despreocupación. Nunca se estresa. Nunca reacciona de un modo exagerado. Nunca se irrita. Su filosofía consiste en ir tirando sin complicarse la vida, lo cual es muy sano.

– Algún día deberíamos ir a Goa -sugiero.

– Sí. Dicen que es fantástico. ¿Sabes?, estoy acariciando la idea de tomarme una temporada libre. Seis meses o así.

– ¡Podríamos hacerlo juntos! -propongo alegremente-. Dejar el trabajo y viajar por ahí, empezando en Bombay.. .

– ¡No empieces a planearlo todo! -me ataja-. No me agobies, por Dios.

Lo miro, aturdida.

– Pero.. .

– Perdona. -Incluso él parece sorprendido-. Perdona.

– ¿Pasa algo?

– No. Al menos.. . -Se restriega la cara con las manos y luego me mira, confuso-. Ya sé que es fantástico, tú y yo otra vez juntos. Y sé muy bien que fui yo quien te lo pidió. Pero a veces me viene un pronto de qué-coño-estamos-haciendo.

– ¿Lo ves? -La voz de Sadie, planeando sobre la mesa, me provoca un sobresalto. Se cierne sobre nosotros como un ángel vengador.

Concéntrate. No mires. Actúa como si fuese una lámpara.

– Me parece normal -digo, mirándolo con determinación-. Tenemos que reajustarnos; llevará su tiempo.

– ¡No es normal! -clama Sadie-. ¡Él no quiere estar aquí realmente! ¡Ya te lo he dicho, es una simple marioneta! ¡Puedo obligarlo a hacer o decir cualquier cosa! ¡Algún-día-te-gustaría-casarte-con-ella! -le grita al oído-. ¡Díselo!

Josh parece aún más confuso.

– Aunque también pienso que algún día.. . quizá tú y yo.. . deberíamos casarnos.

– ¡En-una-playa!

– En una playa -repite, obediente.

– ¡Y-tener-seis-hijos!

– Me encantaría tener montones de críos -dice tímidamente-. Cuatro.. . o cinco.. . incluso seis. ¿Te parece bien?

Le lanzo una mirada asesina a Sadie. Lo está estropeando todo con ese estúpido truco.

– Un momento, Josh -le digo con calma-. Debo ir al baño.

Nunca he cruzado un restaurante a tanta velocidad. Cierro de un portazo el lavabo y miro furiosa a Sadie.

– ¿Qué pretendes?

– Demostrar mi tesis. Él no piensa por sí mismo.

– ¡Por supuesto que sí! Además, por mucho que lo incites a decir cosas, eso no demuestra que no me quiera. En el fondo, seguramente sí desea casarse conmigo. ¡Y tener un montón de hijos!

– ¿Eso crees? -se mofa.

– ¡Sí! No podrías obligarlo a decir nada que no creyera de verdad en su fuero interno.

– Ah, ¿no? -Alza la barbilla y sus ojos relucen un instante-. Muy bien. Desafío aceptado. -Se lanza hacia la puerta.

– ¿Qué desafío? -me horrorizo-. ¡Yo no te he retado!

Vuelvo corriendo al comedor, pero Sadie se me ha adelantado. Ya le está chillando al oído. Josh tiene los ojos vidriosos. No puedo llegar más deprisa porque tengo delante a un camarero con cinco platos. ¿Qué demonios pretende Sadie?

Reaparece de sopetón a mi lado, apretando los labios para contener la risa.

– ¿Qué has hecho?

– Ya lo verás. Así me creerás por fin. -Parece tan eufórica que me dan ganas de estrangularla.

– ¡Déjame en paz! -murmuro-. ¡Vete de una vez!

– Muy bien -replica con indiferencia-. ¡Me voy! Pero aun así verás que tengo razón.

Se desvanece en el acto y yo me acerco a la mesa, hecha un manojo de nervios. Josh levanta la vista y me mira con expresión remota, como si estuviera grogui. Se me cae el alma a los pies. Sadie lo ha mareado a base de bien. ¿Qué le habrá dicho?

– Bueno -digo con aire jovial-. ¿Ya has decidido qué vas a pedir?

Ni siquiera parece oírme, como si estuviera en trance.

– ¡Josh! -Chasqueo los dedos-. ¡Despierta!

– Perdona. Oye, Lara, he estado pensando. -Se inclina hacia delante y me mira con intensidad-. Creo que debería hacerme inventor.

– ¿Inventor?

– Y trasladarme a Suiza. -Asiente con seriedad-. Se me acaba de ocurrir, así de repente. Es una idea.. . asombrosa. Tengo que cambiar mi vida. De inmediato.

La mataré.

– Josh.. . -Intento conservar la calma-. Tú no quieres ir a Suiza ni hacerte inventor. Tú trabajas en publicidad.

– No, no. -Los ojos le brillan como a un peregrino que acaba de ver a la Virgen-. No lo comprendes. Yo estaba equivocado. Ahora todo encaja. Quiero irme a Ginebra y reciclarme en astrofísico.

– Pero ¡tú no eres científico! -gorjeo, casi afónica-. ¿Cómo vas a convertirte en astrofísico?

– Pero quizá yo estaba hecho para estudiar ciencias -dice con fervor-. ¿Nunca has oído una voz interior diciéndote que has de cambiar de vida? ¿Susurrándote que vas por un camino equivocado?

– ¡Sí, pero no escuches esa voz! -Pierdo los papeles-. ¡No le hagas caso! Tú piensa: «¡Qué voz más estúpida!»

– ¿Cómo puedes decir eso? -replica asombrado-. Lara, uno ha de escucharse a sí mismo. Tú siempre me lo has dicho.

– Pero no me refería.. .

– Estaba aquí sentado, pensando en mis cosas, cuando me ha venido la inspiración -me explica con entusiasmo-. Como una epifanía. Como una revelación. Como cuando me di cuenta de que debía volver contigo. Exactamente igual.

Sus palabras me dejan helada.

– ¿Exactamente.. . igual?

– Sí, claro. -Me mira como si no comprendiera mi reacción-. No te lo tomes a mal, Lara. -Me coge una mano-. Ven conmigo a Ginebra. Empezaremos una nueva vida. ¿Y sabes qué más se me ha ocurrido? -La cara se le ilumina-. Abrir un zoo. ¿Qué te parece?

Creo que voy a echarme a llorar.

– Josh.. .

– No, escúchame bien. -Da una palmada en la mesa-. Abriremos un centro especial para especies en peligro de extinción. Contrataremos a expertos, recaudaremos fondos.. .

Se me llenan los ojos de lágrimas. «Está bien -le digo a Sadie mentalmente-. Lo he captado.»

– Josh.. . -lo interrumpo-. ¿Por qué quisiste volver conmigo?

Se hace un silencio. Todavía tiene esa expresión vidriosa.

– No me acuerdo. -Arruga el ceño-. Algo me dijo que era lo correcto. Una voz interior. Me decía que aún te amaba.

– Pero después de oír esa voz.. . -procuro no parecer ansiosa– ¿sentiste que se reavivaban tus sentimientos por mí? Como con un coche antiguo, cuando le das vueltas y vueltas a la manivela y no hace más que toser, hasta que de pronto arranca y se pone a funcionar como si nada. ¿Sentiste que algo se reavivaba en ti?

Josh me observa como si le hubiera formulado una pregunta con trampa.

– Bueno, la cuestión es que oí esa voz en mi cabeza.. .

– ¡Olvídate de la voz! ¿Pasó algo más?

Frunce el entrecejo, irritado.

– ¿Qué más tenía que pasar?

– ¡La foto! -indago a la desesperada-. La de tu móvil. Debiste de conservarla por algún motivo.

– Ah, eso. -Sus facciones se relajan-. Me encanta esa foto. -Saca el móvil y vuelve a mirarla-. Es el paisaje que más me gusta del mundo.

Su paisaje preferido.

– Ya veo -digo al fin. Me duele la garganta de tanto aguantarme las lágrimas. Creo que por fin lo veo claro.

Me limito a pasar el dedo por el borde de la copa una y otra vez, incapaz de levantar la vista. Estaba tan convencida, tan segura de que en cuanto volviera conmigo comprendería.. . de que sintonizaríamos en el acto y todo sería fantástico, igual que antes.. .

Pero tal vez siempre he estado pensando en otro Josh. Existía por un lado el Josh real y, por otro, el Josh que tenía en mi cabeza. Y eran casi, casi iguales, salvo por un pequeño detalle.

Que uno me amaba y el otro no.

Levanto la cabeza y lo miro como si lo viera por primera vez. Su rostro atractivo, su camiseta con el logo de un grupo marginal, el brazalete de plata que siempre lleva en la muñeca.

Sigue siendo el mismo. No tiene ningún problema. Sólo que.. . no es el arco de mi violín.

– ¿Has ido alguna vez a Ginebra? -me pregunta.

Regreso bruscamente a la realidad. Por el amor de Dios. Ginebra. Un zoo. ¿Cómo se le habrán ocurrido estos disparates a Sadie? Le ha armado un desbarajuste monumental en la cabeza. Es una auténtica irresponsable.

Menos mal que se ha limitado a entrometerse en mi vida sentimental, pienso lúgubremente. Menos mal que no ha tratado de influir en los líderes mundiales o algo así. Podría haber desatado un conflicto a escala planetaria.

– Escucha, Josh -le digo finalmente-, no creo que debas trasladarte a Ginebra. Ni convertirte en astrofísico. Ni abrir un zoo. Ni.. . -trago saliva, armándome de valor– ni volver conmigo.

– ¿Cómo?

– Me parece todo un error. Y la culpa es mía -añado-. Lamento haberte atosigado todo este tiempo, Josh. Debería haber dejado que siguieras adelante con tu vida. No volveré a molestarte.

Él me mira patidifuso. La verdad es que ha estado así la mayor parte de la conversación.

– ¿Estás segura? -dice con un hilo de voz.

– Completamente. -Cuando el camarero se acerca, cierro la carta que tengo delante-. No comeremos nada. Sólo la cuenta, por favor.

Mientras regreso al despacho en metro, me siento como anestesiada. Acabo de rechazar a Josh. Acabo de decirle que no tiene sentido que sigamos juntos. Todavía no logro asimilar la magnitud de lo ocurrido.

Sé que he hecho lo debido. Sé que Josh no me quiere. Sé que el Josh que tenía en mi cabeza era una fantasía. Y que acabaré asumiéndolo. Pero resulta muy duro, sobre todo cuando podría haberlo retenido fácilmente. Tan fácilmente.

– ¿Y bien? -Sadie me arranca de mis pensamientos. Obviamente, me estaba esperando-. ¿Te has convencido? No me lo digas. Habéis roto.

– ¿Ginebra? -le digo-. ¿Astrofísica?

Ella estalla en carcajadas.

– ¡Para morirse de risa!

Se cree que todo es pura diversión. La odio.

– ¿Y qué? -Se mece en el aire con regocijo-. ¿Te ha dicho que quería abrir un zoo?

Quiere oír que tenía razón, que hemos roto y que ha sido gracias a sus superpoderes. Pues bien, no pienso darle ese gusto. No voy permitirle que se ría a mi costa. Aunque tenga toda la razón, aunque hayamos roto y aunque se lo deba a sus superpoderes.

– ¿Un zoo? -Finjo perplejidad-. No, no mencionó nada de un zoo. ¿Debería haberlo hecho?

– Ah. -Deja de mecerse de golpe.

– Dijo algo sobre Ginebra, pero enseguida lo descartó como una idea absurda. Luego comentó que últimamente oía una voz irritante, como un relincho. -Me encojo de hombros-. Y que se sentía un poco extraño, pero que lo más importante era que quería seguir conmigo. Y luego acordamos tomarnos las cosas con calma. -Continúo caminando sin mirarla.

– ¿Me estás diciendo que seguís saliendo?

– Pues claro -replico, como si me sorprendiera la pregunta-. Hace falta algo más que un fantasma gritón para romper una relación auténtica, ¿sabes?

Se ha quedado turulata.

– No hablas en serio -acierta a decir-. No puede ser.

– Ya lo creo -respondo, y justo entonces suena un pitido en mi móvil. Le echo un vistazo y veo que es un mensaje de Ed.

¿Sigue en pie lo del tour del domingo? E.

– Es de Josh. -Sonrío con ternura sin alzar la vista de la pantalla-. Nos veremos el domingo.

– ¿Para casaros y tener seis hijos? -replica con sarcasmo, aunque suena a la defensiva.

– ¿Sabes, Sadie? -Le dirijo una mirada condescendiente-. Tal vez seas capaz de manipular la mente de las personas, pero no puedes jugar con sus corazones.

¡Ja! Chúpate ésa, fantasmilla.

Me mira ceñuda y no se le ocurre ninguna réplica. La veo tan perpleja que casi me siento animada. Doblo la esquina y entro en el portal de nuestro edificio.

– Hay una chica en tu despacho -me informa, siguiéndome-. Y no me gusta nada su aspecto.

– ¿Una chica? ¿Qué chica? -Me apresuro a subir; tal vez Shireen haya pasado a saludar. Abro la puerta, entro.. . y me quedo paralizada del susto.

Natalie.

¿Qué demonios hace aquí?

Sentada en mi silla y hablando por mi teléfono. Está sumamente bronceada, viste una camisa blanca y un pantalón pitillo azul marino y no para de salpicar su conversación con una risa ronca. No muestra la menor sorpresa al verme, sólo me hace un guiño.

– Bueno, gracias, Jane. Me alegra que valores nuestro trabajo -dice con su habitual seguridad-. Tienes razón. Clare Fortescue llevaba muy bien guardadas sus cualidades. Posee un inmenso talento. Es un acierto seguro. Yo estaba decidida a ganármela como fuese.. . No, gracias. Es mi trabajo, Janet, para eso cobro mi porcentaje.. . -Suelta otra vez esa risa ronca.

Le dirijo una mirada estupefacta a Kate, que se limita a encogerse de hombros.

– Vale, nos mantenemos en contacto. Sí, hablaré con ella. Obviamente tiene cosas que aprender aún, pero.. . Sí, bueno, he tenido que sacarle las castañas del fuego, pero es una chica prometedora. No la des por imposible. -Me hace otro guiño-. De acuerdo, gracias, Janet. Iremos a almorzar. Cuídate.

Ante mi mirada incrédula, Natalie cuelga y me sonríe con aire perezoso.

– Bueno, ¿cómo van las cosas?


    Ваша оценка произведения:

Популярные книги за неделю