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Una chica años veinte
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 20:35

Текст книги "Una chica años veinte"


Автор книги: Sophie Kinsella



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Una voz interrumpe mis pensamientos:

– ¿La Farola?

Miro al hombre flacucho que tengo delante. Va sin afeitar y lleva una gorra de lana y la identificación oficial de vendedor de La Farola. Para compensar todas las veces que no he colaborado, decido tener un gesto.

– Me quedo cinco -digo.

– Gracias, preciosa. -El hombre señala mi conjunto de época-. Bonito vestido.

Le doy el dinero, cojo las cinco revistas y me acerco a la caja. Aún estoy dándole vueltas a la frase ingeniosa y cortante que debería haberle soltado a Ed. Tendría que haberle dicho con una risa jovial: «La próxima vez que hagas planes para cenar, recuérdame.. . » No, no; mejor: «La verdad, Ed, cuando hablabas de cenar.. . »

– ¿Qué es La Farola? -Sadie me saca de mi ensimismamiento. Parpadeo varias veces, irritada conmigo misma. ¿Por qué malgasto mis neuronas con él? ¿Qué más da lo que piense?

– Es una revista que venden por la calle -le digo-. Los beneficios se destinan a la gente sin hogar. Es una buena causa.

Sadie asimila la información.

– Después de la guerra había mucha gente viviendo en la calle -dice-. Daba la impresión de que el país nunca volvería a recuperarse.. .

– Lo siento, señor, pero aquí no se puede vender. -Una chica de uniforme se lleva al de La Farola fuera del local-. Valoramos el trabajo que hace, pero son normas de la casa.

Miro al hombre a través de la puerta de cristal. Parece resignado a que lo echen y, al cabo de un momento, se pone a ofrecer la revista a los transeúntes. Todos pasan de largo.

– ¿Siguiente?

La cajera se dirige a mí y me acerco al mostrador. La tarjeta de crédito está en el fondo del bolso, así que tardo un rato en pagar y pierdo de vista a Sadie.

– Pero ¿qué.. . ?

– Joder, ¿qué pasa?

De repente todas las cajeras se ponen a soltar exclamaciones de asombro. Me vuelvo y descubro el motivo. No puedo creerlo.

Hay un auténtico éxodo de clientes hacia la calle. Todos se agolpan en la acera en torno al vendedor de La Farola. Algunos ya tienen varios ejemplares en las manos; otros le tienden el dinero, aguardando su turno.

Sólo ha quedado un cliente dentro. Sadie flota junto a él, con aire reconcentrado, y le habla al oído. Al cabo de un momento, el tipo deja la caja de sushi que sostenía, sale a la calle con cara de susto y se suma a la multitud, sacando la cartera. Sadie lo mira con los brazos cruzados. Me echa un vistazo, satisfecha; yo le sonrío.

– Eres una tía enrollada, Sadie -le digo con los labios.

Enseguida aparece a mi lado, perpleja.

– ¿Que soy qué?

Cojo el bolso y echo a andar.

– Significa que.. . eres fantástica. Has tenido un gesto muy bonito -añado, señalando a la gente apiñada alrededor del tipo de La Farola.

Ahora los transeúntes, curiosos, se unen al corro y el hombre parece abrumado. Los miramos un momento y luego caminamos calle abajo, con un silencio apacible entre ambas.

– Tú también lo eres -dice ella al cabo.

– ¿Por qué?

– Has tenido un gesto muy bonito también. Sé que no querías ponerte el vestido esta noche, pero te lo has puesto. Por mí -dice sin mirarme-. Así que gracias.

– De nada. -Me encojo de hombros y le doy un mordisco a la empanada de pollo-. Tampoco ha sido para tanto.

No pienso reconocerlo ante ella, porque entonces no parará de pavonearse y se pondrá insoportable. Pero la verdad es que todo este rollo de los años veinte casi empieza a gustarme.

Casi.

Capítulo 11

¡Las cosas van mejorando! Es una corazonada. Incluso esa segunda cita con Ed será algo positivo. Las ocasiones hay que pillarlas al vuelo, como decía tío Bill. Y de eso se trata en este caso. Asistir a la cena de Business People será una oportunidad única para mí. Conoceré una cohorte de profesionales de alto nivel y podré repartir mi tarjeta e impresionar a la gente. Natalie siempre andaba diciendo que tenía que «destacar por ahí» y mantener un «perfil alto». Muy bien, pues ahora la que va a destacar soy yo.

– ¡Kate! -digo nada más entrar en el despacho el lunes por la mañana-. Necesito mis tarjetas; tendría que comprarme uno de esos tarjeteros.. . Y pásame los números atrasados de Busin.. . -Ella tiene el teléfono en una mano y con la otra me hace aspavientos alarmados-. ¿Qué pasa?

– ¡La policía! -dice tapando el auricular-. Los tengo al teléfono. Quieren venir a verte.

– Ah, vale.

Siento como si un trozo de hielo me bajara hasta el estómago. Maldición. Tenía la esperanza de que se olvidasen de mí. Miro alrededor para ver si Sadie anda por aquí, pero no. Durante el desayuno me habló de una tienda de objetos de época que hay en Chelsea; quizá haya ido allí.

– ¿Te paso la llamada? -Kate está al borde del soponcio.

– Sí, ¿por qué no? -Finjo seguridad, como si la cosa no fuera conmigo y estuviera acostumbrada a tratar todos los días con la policía.

– Hola. Lara Lington al aparato.

– Lara, soy la detective Davies.

En cuanto oigo su voz me veo a mí misma en aquel cuartito, diciéndole que me estoy entrenando para las Olimpiadas en la modalidad de marcha atlética, mientras ella tomaba notas con aire impasible. ¿En qué estaría yo pensando?

– Hola. ¿Qué tal?

– Bien, gracias. -Amable pero enérgica-. Estoy por la zona y me gustaría pasarme por su oficina para hablar un momento. ¿Está libre ahora mismo?

Ay, Dios. ¿Hablar con una poli? No me apetece nada.

– Sí, estoy libre -digo con voz chillona-. ¡Me encantará! Nos vemos aquí.

Cuelgo, sofocada. ¿Por qué se empeña en investigar? ¿No dicen que la policía sólo se dedica a poner multas de tráfico y pasa olímpicamente de los asesinatos? ¿Por qué no pasan también de este caso?

Kate me mira con unos ojos como platos.

– ¿Nos hemos metido en un lío?

– Descuida -la tranquilizo-. No hay por qué preocuparse. Es sólo por el asesinato de mi tía abuela.

– ¿Asesinato? -Se tapa la boca con una mano.

Se me olvida una y otra vez cómo suena la palabra «asesinato» si la dejas caer sin previo aviso en una conversación.

– Eh.. . sí. Bueno. ¿Cómo te ha ido el fin de semana?

La artimaña no funciona. El aire patidifuso de Kate no varía. Se agrava un poquito, de hecho.

– ¡No sabía que a tu tía abuela la habían asesinado! ¿Era la del funeral al que asististe hace poco?

– Hummm.

– No me extraña que estuvieras tan disgustada. Ay, Lara, qué horror. ¿Cómo la mataron?

Ay, Dios. No quiero entrar en detalles, de verdad que no. Pero no veo otra manera de salir del aprieto.

– Veneno -murmuro.

– Pero ¿quién?

– Pues.. . -carraspeo– de momento no han encontrado al culpable.

– ¿Que no.. . ? -se indigna-. Pero ¿están investigando? ¿Encontraron huellas dactilares? Dios mío, la policía no sirve para nada. Se pasan la vida poniéndote multas de aparcamiento, y cuando resulta que asesinan a alguien ni siquiera les importa.. .

– Creo que se están esmerando -me apresuro a tranquilizarla-. Supongo que vienen para ponerme al día. De hecho, es posible que hayan detenido al culpable.

Incluso antes de terminar la frase, se ocurre una idea espantosa: ¿y si es cierto? ¿Y si la detective Davies viene a contarme que han encontrado al tipo de la cicatriz y la perilla trenzada? ¿Qué voy a hacer entonces?

Me viene la imagen de un hombre demacrado de ojos enloquecidos (con perilla y cicatriz), encerrado en una celda y gritando: «¡Han cometido un error! ¡Ni siquiera conocía a esa vieja!», mientras un joven agente lo observa de brazos cruzados por la mirilla y comenta: «¡Pronto se desmoronará!»

Siento un acceso de culpa. ¿Qué habré desencadenado?

Suena el interfono y Kate se levanta de un brinco.

– ¿Preparo un poco de té? -pregunta tras pulsar el botón-. ¿Me voy o me quedo? ¿Te hace falta apoyo moral?

– No; puedes irte. -Procuro no perder la calma, pero al echar la silla atrás derribo con el codo un montón de cartas-. Todo saldrá bien, ya verás.

Sí, todo saldrá bien, me repito febrilmente. Tampoco hay que exagerar.

Pero es superior a mí. En cuanto veo aparecer a la detective Davies con sus recios zapatos, sus pantalones holgados y su aire de autoridad, toda mi calma se convierte en pavor infantil.

– ¿Han encontrado al asesino? -le suelto, ansiosa-. ¿Han encerrado a alguien?

– No -responde con una mirada extraña-. No hemos encerrado a nadie.

– Gracias a Dios -suspiro aliviada, aunque al punto reparo en lo mal que debe de haber sonado-. Quiero decir.. . ¿cómo que no? ¿Qué hacen todo el día?

– Las dejo a solas -susurra Kate, retirándose y diciéndome «¡inútiles!» con los labios a espaldas de la detective.

– Tome asiento. -Le indico una silla y me atrinchero detrás de mi escritorio, procurando recobrar mi pose profesional-. Bueno, ¿cómo va la investigación?

– Lara. -Me mira con severidad-. Hemos llevado a cabo unas pesquisas preliminares y no hemos encontrado el menor indicio de que su tía abuela fuese asesinada. Según el informe médico, murió por causas naturales. Básicamente, debido a su avanzada edad.

– ¿A su avanzada edad? -repito, consternada-. Eso es ridículo.

– A menos que podamos encontrar pruebas que sugieran otra cosa, el caso será archivado. ¿Usted tiene alguna prueba?

– Hummm.. . -Hago una pequeña pausa, como sopesando la cuestión desde todos los ángulos-. No lo que usted llamaría una prueba. No en ese sentido.

– ¿Qué me dice del mensaje que dejó por teléfono? -Saca un trocito de papel-. «Las enfermeras no fueron.»

– Ah, eso. Sí. -Asiento varias veces, para ganar tiempo-. Me di cuenta de que había un pequeño error en mi declaración. Sólo quería aclarar las cosas.

– ¿Y ese «hombre con perilla»? Un hombre que ni siquiera figuraba en su primera declaración.

Es un sarcasmo, no hay duda.

– En efecto. -Toso-. El caso es que lo recordé de repente. Recordé que lo había visto en el pub y que su aspecto me resultó sospechoso.. . -Se me apaga la voz y la cara me arde.

Ella me mira como la maestra que te pilla copiando en pleno examen de Geografía.

– Lara, no sé si lo sabrá -dice con calma-, pero hacer perder el tiempo a la policía es un delito que puede acarrear penas de cárcel. Si ha hecho una acusación con malas intenciones.. .

– ¡No eran malas intenciones! -salto, horrorizada-. Yo sólo.. .

– ¿Qué? -Clava los ojos en los míos. No me va a dejar escapar así como así. Ahora sí que estoy asustada de verdad.

– Oiga, lo siento. No pretendía hacerles perder el tiempo. Sencillamente, tenía la poderosa impresión de que mi tía abuela había sido asesinada. Pero quizá, pensándolo bien y ya más en frío.. . quizá estuviera equivocada. Quizá murió a causa de su avanzada edad. Por favor, no me procesen -farfullo.

– No vamos a acusarla por esta vez. -Alza las cejas-. Pero considérelo una advertencia.

– De acuerdo. -Trago saliva-. Gracias.

– El caso queda cerrado. Necesito que firme este impreso, confirmando que hemos mantenido esta conversación.. . -Me tiende un papel con un párrafo que viene a decir: «Yo, la abajo firmante, he recibido una reprimenda y he aprendido la lección y no volveré a molestar a la policía.» Aunque no exactamente así.

– De acuerdo. -Asiento, sumisa, y estampo mi firma-. ¿Y qué pasará ahora con el.. . ? -No consigo decirlo-. ¿Qué pasará con mi tía abuela?

– El cuerpo será devuelto a los parientes más cercanos a su debido tiempo -dice en tono práctico-. Y ellos organizarán otro funeral, supongo.

– ¿Cuánto tiempo calcula usted, más o menos?

– El papeleo podría prolongarse un poco -responde, guardando el impreso-. Quizá un par de semanas; tal vez un poco más.

¿Dos semanas? Qué horror. ¿Y si para entonces todavía no he encontrado el collar? Dos semanas pasan volando. Necesito más tiempo. Sadie necesita más tiempo.

– ¿No podría.. . postergarse un poco?

– Lara. -Me mira ceñuda y suelta un suspiro-. Sé que le tenía mucho cariño a su tía abuela. Yo perdí a mi abuela el año pasado y sé cómo es. Pero postergar un funeral y hacerle perder el tiempo a todo el mundo no es la solución. -Hace una pausa, y añade en tono más suave-: Debería aceptarlo. Ella se ha ido.

– ¡Qué va! -digo impulsivamente-. Quiero decir.. . necesita más tiempo.

– Tenía ciento cinco años. -Me sonríe con amabilidad-. Tuvo tiempo de sobra, ¿no cree?

– Pero es que.. . -Suspiro frustrada. Todo lo que diga resultará inútil-. Bueno, gracias por su ayuda.

Una vez que se ha ido, me quedo mirando embobada la pantalla del ordenador hasta que oigo a Sadie a mi espalda.

– ¿A qué ha venido la policía?

Me vuelvo y la veo sentada sobre un archivador, con un vestido crema de talle bajo y un sombrero a juego, también crema, con plumas negro azuladas alrededor.

– ¡He salido de compras! Te he encontrado el chal más divino que puedas imaginar. Tienes que comprártelo. -Se arregla la estola de piel y parpadea-. ¿Por qué estaba aquí la policía?

– ¿Has oído la conversación?

– No. Ya te lo dicho, estaba de compras. -Entorna los párpados, suspicaz-. ¿Pasa algo?

No puedo contarle la verdad. No puedo decirle que le quedan dos semanas antes de que.. .

– Nada. Sólo una visita de rutina. Querían comprobar unos detalles. Me gusta tu sombrero -añado para distraerla-. A ver si me encuentras uno parecido.

– Tú no podrías llevar un sombrero como éste -replica con suficiencia-. No tienes los pómulos adecuados.

– Bueno, pues un sombrero que me siente bien.

Abre los ojos de par en par.

– ¿Me prometes que comprarás el que yo te elija? ¿Y que te lo pondrás?

– ¡Claro! ¡Vamos! ¡A ver qué encuentras!

En cuanto desaparece, abro el cajón de mi escritorio. He de encontrar el collar de Sadie. No puedo perder más tiempo. Saco la lista de nombres y arranco la última hoja.

– Kate -le digo cuando vuelve al despacho-. Una tarea nueva. Hemos de encontrar un collar. Largo, de cuentas de vidrio, con un colgante en forma de libélula. Una de estas personas podría haberlo comprado en un mercadillo de la residencia de ancianos Fairside. Encárgate de llamar a los de esta página, ¿vale?

Tras un ligero parpadeo de sorpresa, coge la lista y asiente sin hacer preguntas, como un soldado leal.

– Por supuesto.

Recorro con el dedo los nombres tachados y marco el número siguiente. Atiende una mujer.

– ¿Sí?

– Hola, Me llamo Lara Lington. No nos conocemos, pero.. .

Han pasado dos horas cuando cuelgo finalmente y miro a Kate con desánimo.

– ¿Has tenido suerte?

– No -suspira-. ¿Y tú?

– Nada.

Me arrellano en la silla y me froto la cara. Toda mi adrenalina se ha evaporado hace cosa de una hora, para dar paso a una desilusión creciente a medida que me acercaba al final de la lista. Hemos descartado todos los números y no sé por dónde seguir. ¿Qué voy a hacer ahora?

– ¿Voy a buscar unos sándwiches? -sugiere Kate tímidamente.

– Sí, claro. -Esbozo una sonrisa-. Pollo con aguacate, por favor. Gracias.

– No hay de qué. -Se muerde el labio, preocupada-. Espero que lo encuentres.

En cuanto sale, apoyo la cabeza en la mesa y me masajeo la nuca. Ya me veo volviendo a la residencia para hacer más preguntas. Tiene que haber otros caminos que explorar. Tiene que haber una respuesta. Hay algo que no encaja. El collar estaba allí, Sadie lo llevaba puesto.. .

Súbitamente se me ilumina la cabeza. Esa visita que tuvo, Charles Reece. No le he seguido la pista. No estaría de más probar por ese lado. Saco el móvil, busco el número de la residencia y marco con cansancio.

– Residencia Fairside -responde una voz femenina.

– Soy Lara Lington, la sobrina nieta de Sadie Lancaster.

– ¡Hola!

– Me gustaría saber si alguna enfermera podría darme más datos sobre la visita que mi tía recibió justo antes de morir. Un tal Charles Reece.

– Aguarda un momento.

Mientras espero, saco el dibujo del collar y lo estudio una vez más, buscando alguna pista. Lo he mirado tantas veces que casi podría dibujar cada cuenta de memoria. Y cuanto más lo conozco, más hermoso me parece. No soporto la idea de que Sadie lo pierda.

Quizá debería encargar una copia en secreto, pienso. Una réplica exacta. Podría pedir que le dieran una pátina antigua y decirle a Sadie que es el original. Quizá se lo tragaría.. .

– ¿Lara? -Una voz jovial interrumpe mis pensamientos-. Soy Sharon, una de las enfermeras. Yo estaba con Sadie cuando Charles Reece la visitó. Fui yo, de hecho, quien lo hizo firmar en el registro. ¿Qué quiere saber de él?

«Sólo si birló el collar.»

– Bueno, ¿cómo fue la visita?

– Normal. Estuvo sentado a su lado un rato y luego se fue. Nada más.

– ¿En la habitación de Sadie?

– Sí, claro. En las últimas semanas apenas salía de allí.

– Ya. Entonces.. . ¿él podría haberle quitado el collar?

– Bueno, posible es, desde luego -dice dubitativa.

Es posible. Ya es algo. Un comienzo.

– ¿Podría decirme cómo era? ¿Qué edad tenía?

– Unos cincuenta, diría yo. Un tipo apuesto.

Esto se vuelve cada más intrigante. ¿Quién demonios será? ¿El joven amante de Sadie?

– Si apareciese de nuevo, o si telefonease, ¿serían tan amables de avisarme? -Anoto en un papel: «Charles Reece, cincuentón apuesto»-. ¿Y pedirle su dirección?

– Lo intentaremos.

– Gracias. -Suspiro desanimada. ¿Cómo voy a localizar a este tipo?-. ¿No recuerda nada más de él? -añado-. ¿Algún rasgo peculiar? ¿Alguna cosa en que se haya fijado?

– Bueno -dice, y emite una risita-. Es curioso que usted se llame Lington.

– ¿Por qué?

– Ginny me dijo que usted no tiene nada que ver con el Lington de los cafés, ese tipo millonario, ¿no?

– Eh.. . ¿por qué lo dice? -respondo, súbitamente alerta.

– Porque el señor Reece era igualito que él. Se lo comenté entonces a las chicas. Aunque llevaba gafas oscuras y una bufanda, se veía claramente. Era la viva imagen de Bill Lington.

Capítulo 12

No tiene sentido. Ningún sentido. Es una locura, lo mires como lo mires.

¿«Charles Reece» era el tío Bill? Pero ¿por qué habría visitado a Sadie con un nombre falso? ¿Y por qué no contó que le había hecho una visita?

En cuanto a que pudiera estar relacionado con la desaparición del collar.. . ¡anda ya! Es multimillonario. ¿Para qué iba a querer un collar del año de Maricastaña?

Me entran ganas de golpearme la cabeza contra la ventanilla para ver si todas las piezas se ordenan en su sitio. Pero como en este momento voy sentada en una lujosa limusina, con chófer incluido, proporcionada por el propio tío Bill, creo que no voy a hacerlo. Llegar hasta aquí ha supuesto un jaleo considerable. No quiero arriesgarlo todo tontamente.

En mi vida había llamado al tío Bill, así que al principio no sabía cómo ponerme en contacto con él. (Obviamente no podía preguntárselo a mis padres, porque se habrían empeñado en saber para qué quería verlo, y por qué había metido mis narices en la residencia de la tía Sadie, y de qué demonios estaba hablando, de qué collar, etcétera.) De modo que llamé a la central de Lingtons, convencí a la operadora de que hablaba en serio, me pasó con una secretaria y pedí una cita.

Fue como si hubiese solicitado una audiencia con el primer ministro. Inmediatamente empezaron a enviarme mensajes seis secretarias distintas, primero para acordar una hora, luego para reprogramarla, para cambiar el sitio, para mandarme un coche, para pedirme que llevara un documento de identificación, para advertirme que no podía rebasar mi tiempo, para preguntarme qué bebida Lingtons prefería tomar en el coche.. .

Todo eso para una entrevista de diez minutos.

La limusina es digna de una estrella de rock, he de reconocerlo. Tiene dos filas de asientos encaradas y una televisión, y al subir me aguardaba un batido de fresa helado, tal como había pedido. Me sentiría aún más agradecida, pero una vez le oí decir a papá que tío Bill siempre manda un coche a la gente para poder despacharla en cuanto se cansa.

– William y Michael -me suelta Sadie desde el asiento de enfrente-. Se lo dejé todo a esos chicos en mi testamento.

– Sí. Ya me lo han dicho.

– Espero que se sintieran agradecidos. Debía de haber una cantidad considerable.

– ¡Por supuesto! -me apresuro a mentir, recordando una conversación de mamá y papá. Al parecer, todo se fue en los gastos de la residencia. Pero no es necesario que ella lo sepa-. Estaban muy emocionados.

– No es para menos. -Se arrellana en el asiento, satisfecha.

Al cabo de un momento, el coche deja la carretera y se detiene ante una verja enorme. Mientras sale el guardia de la garita y habla con el conductor, Sadie contempla la mansión a lo lejos.

– Cielos. -Me mira vacilante, como si nos estuvieran gastando una broma-. Es una casa enorme. ¿Cómo se ha hecho tan rico?

– Ya te lo dije -musito, mientras le doy mi pasaporte al chófer, quien se lo entrega a su vez al guardia de seguridad.

Los dos deliberan un rato. Ni que fuese una terrorista.. .

– Me dijiste que tenía una cadena de cafés -dice Sadie, arrugando la nariz.

– Sí. Miles de locales. Por todo el mundo. Es muy famoso.

Se hace un silencio.

– A mí me habría gustado ser famosa -murmura.

Hay un matiz de melancolía en su voz y abro la boca para decirle: «¡Quizá lo seas algún día!», pero la cierro de golpe, apenada, al recordar la cruda realidad. Para ella ya no hay «algún día» que valga.

La limusina empieza a subir ronroneando por el sendero y yo miro por la ventanilla como una cría deslumbrada. He estado sólo unas pocas veces en la mansión del tío Bill y siempre se me olvida lo impresionante que es. Es una casa enorme de estilo georgiano con quince habitaciones y dos piscinas en el sótano. Dos.

No me dejaré intimidar, me digo con firmeza. Es sólo una casa. Y él, una persona como cualquier otra.

Pero, oh Dios, resulta todo tan imponente.. . Hay césped por todas partes, y surtidores, y jardineros recortando los setos, y cuando nos acercamos a la entrada, un tipo alto con traje oscuro, gafas de sol y un discreto auricular en el oído, baja los inmaculados escalones para recibirme.

– Lara. -Me estrecha la mano como si fuésemos viejos amigos-. Me llamo Damian. Trabajo para Bill. Tiene muchas ganas de verte. Voy a acompañarte al ala de oficinas. -Echamos a andar por la gravilla crujiente y añade en plan informal-: ¿De qué querías hablar exactamente con él? Nadie parece tenerlo muy claro.

– Hummm.. . es un tema privado. Perdona.

– No te preocupes. -Me sonríe-. Estupendo. Ya casi estamos. Sarah -dice por el micrófono.

El edificio anexo es tan impresionante como la casa, aunque de un estilo distinto: cristal, arte moderno y cascadas de acero inoxidable. Como en un mecanismo de relojería, sale a recibirnos una chica, también de impecable traje oscuro.

– Hola, Lara. Bienvenida. Soy Sarah.

– Te dejo aquí, Lara. -Damian me muestra otra vez su dentadura y se aleja por el sendero.

– ¡Es todo un honor conocer a la sobrina de Bill! -dice Sarah mientras me hace pasar.

– Gracias.

– No sé si ya te habrá dicho algo Damian -me indica un asiento y se sienta enfrente-, pero nos gustaría saber de qué temas quieres tratar con Bill. Siempre se lo preguntamos a las visitas. Para poder prepararlo, reunir la documentación necesaria.. . En fin, facilita mucho las cosas.

– Ya me lo ha comentado Damian. Pero es un asunto privado. Lo siento.

Su sonrisa afable no flaquea.

– Pero si pudieras indicarnos aproximadamente la temática.. . darnos una idea.. .

– Prefiero no entrar en ello. -Noto que estoy sonrojándome-. Lo siento. Es una especie de.. . asunto familiar.

– Claro. Perfecto. Disculpa un momento.

Se aleja hacia un rincón del vestíbulo y la veo murmurar en su micrófono. Sadie planea junto a ella uno o dos minutos y luego reaparece a mi lado.

Para mi sorpresa, se está mondando de risa.

– ¿Qué pasa? -susurro-. ¿Qué decía?

– Que no le pareces violenta, pero que de todos modos quizá habría que pedir refuerzos de seguridad.

– ¿Cómo? -exclamo. Sarah se gira sobre los talones-. Perdón. -Le hago un gesto jovial-. Sólo.. . un estornudo rebelde. ¿Qué más ha dicho? -le cuchicheo a Sadie.

– Que por lo visto estás resentida con Bill. Algo de un trabajo que no te dio o algo así.. .

¿Resentida? La miro pasmada, hasta que caigo en la cuenta. El funeral. Claro.

– La última vez que me vio tío Bill fue cuando anuncié en medio del funeral que se había cometido un asesinato. ¡Debe de haberle dicho a todo el mundo que soy una psicópata!

– ¡Es tronchante! -Sadie suelta una carcajada.

– ¡No tiene ninguna gracia! Seguramente temen que haya venido a asesinarlo o algo así. ¿Eres consciente de que todo es por tu culpa? -Me callo bruscamente cuando Sarah se acerca otra vez.

– Bueno, Lara. -Detecto cierta tensión en su voz-. Una persona del equipo de Bill se sentará con vosotros durante el encuentro, sólo para tomar notas. ¿Te importa?

– Escucha, Sarah -replico con tono sosegado-. No soy una chiflada, ni estoy resentida con nadie. No hace falta que nadie tome notas. Sólo quiero mantener una charla con mi tío. A solas. Cinco minutos. Nada más.

Otro silencio. Sarah todavía tiene la sonrisa pegada a la cara, pero sus ojos no cesan de volverse hacia la puerta.

– Muy bien, Lara -dice al fin-. Lo haremos a tu manera.

Al sentarse, se ajusta el auricular como para tranquilizarse.

– Bueno, ¿y cómo está la tía Trudy? -le digo para darle palique-. ¿Está en casa?

– Trudy se ha ido unos días a la casa de Francia.

– ¿Y Diamanté? Quizá podríamos tomar un café o algo así. -No es que me apetezca tomar un café con ella; sólo quiero demostrarle lo simpática y normal que soy.

– ¿Quieres ver a Diamanté? -Sus ojos parecen enloquecer todavía más-. ¿Ahora?

– Sólo un café. Si es que anda por aquí.. .

– Voy a llamar a su secretaria. -Se levanta de un brinco, corre al rincón y cuchichea por el auricular. Regresa enseguida-. Me temo que Diamanté está haciéndose la manicura ahora mismo. Dice que quizá la próxima vez, si te parece.

Sí, ya. Ni siquiera le han pasado la llamada. Empieza a darme pena esta pobre Sarah, la verdad. Está histérica, como si fuese la encargada de cambiarle los pañales a un león. Me dan ganas de gritar «¡Manos arriba!» para ver cómo se echa a temblar.

– Me encanta tu pulsera -le digo en cambio-. Es muy original.

– Ya. -Extiende el brazo con cautela y sacude los dos pequeños discos plateados que cuelgan de la cadenita-. ¿No los habías visto? Son de la nueva línea Dos Pequeñas Monedas. Habrá un expositor en cada café Lingtons a partir de enero. Seguro que Bill te regala una. Hay un colgante también, y camisetas, y estuches de regalo con dos pequeñas monedas en un cofre.. .

– Fantástico -digo con educación-. Será un éxito.

– Dos Pequeñas Monedas es un proyecto espectacular -asegura, muy seria-. Será una marca de tanta envergadura como Lingtons. ¿Sabes que va a convertirse en una película de Hollywood?

– Ajá -asiento-. Con Pierce Brosnan en el papel del tío Bill, según me han dicho.

– Y por supuesto el reality show también será una cosa sonada. Es un mensaje muy potente. Quiero decir.. . todo el mundo puede seguir el ejemplo de Bill. -Los ojos le brillan y ya parece haber olvidado los motivos para temerme-. Cualquiera puede coger dos monedas y decidir cambiar su futuro. Y eso puedes aplicarlo a la familia, a los negocios, a la economía.. . Desde que salió el libro, muchos políticos de alto nivel han llamado a Bill, ¿sabes? En plan: Oye, Bill, ¿cómo podríamos aplicar tu secreto a nuestro país? -Baja la voz con aire reverente-. Incluido el presidente de Estados Unidos.

– ¿El presidente llamó a mi tío? -Estoy impresionada, mal que me pese.

– Su gente. -Se encoge de hombros y sacude la pulsera-. Todos creemos que Bill debería meterse en política. Tiene tanto que ofrecer al mundo.. . Es un privilegio trabajar con él.

Está totalmente entregada al culto. Le echo un vistazo a Sadie, que no para de bostezar.

– Voy a explorar un poco -me anuncia, y se aleja sin más.

– De acuerdo. -Sarah habla por el micro-. Vamos allá. Bill ya puede recibirte, Lara.

Se levanta y me indica que la siga. Cruzamos un pasillo engalanado con cuadros que tienen todo el aire de auténticos Picasso. Nos detenemos en otro vestíbulo más reducido. Me estiro la falda y respiro hondo varias veces. Es absurdo ponerse nerviosa. Vamos, es mi tío. Tengo derecho a verlo. No debería sentirme rara, sólo relajada.. .

Pero no puedo evitarlo. Me tiemblan las piernas.

Creo que es porque las puertas son demasiado grandes. No parecen puertas normales. Son bloques de madera clara y pulida que se elevan hasta el techo y se abren de vez en cuando con sorprendente sigilo.

– ¿Ése es el despacho de mi tío? -digo, señalando la puerta.

– El antedespacho. -Sarah sonríe-. Te reunirás con él en su despacho personal. -Presta atención al auricular y luego murmura-. Entrando con ella.

Empuja una hoja de la enorme puerta y me conduce a través de una espaciosa oficina con paredes de cristal y un par de tipos de aspecto guay sentados ante ordenadores, uno de los cuales lleva una camiseta Dos Pequeñas Monedas. Ambos levantan la vista y sonríen con educación, aunque sin dejar de teclear. Nos detenemos ante otra doble puerta gigantesca. Sarah consulta su reloj y sólo entonces, como si estuviera todo cronometrado al segundo, da un golpecito y abre la puerta.

Es una vasta y luminosa estancia de techo abovedado, con una escultura de cristal en un podio y una zona para sentarse situada en un nivel inferior. Seis tipos trajeados se levantan de las sillas, como si acabaran de concluir una reunión. Y allí, tras un escritorio descomunal, veo al tío Bill con un jersey gris de cuello alto y unos tejanos que le dan aire deportivo. Está más bronceado que en el funeral, con el pelo de un negro lustroso, y sostiene en la mano una taza de Lingtons.

– Muchas gracias por tu tiempo, Bill -le dice uno de los tipos-. Te lo agradecemos mucho.

El tío Bill ni siquiera responde, se limita a alzar una mano como si fuese el Papa. Mientras los ejecutivos desfilan, tres chicas de uniforme oscuro aparecen como de la nada y retiran las tazas de la mesa en sólo treinta segundos. Sarah me acompaña hasta el escritorio.

De repente, también ella parece nerviosa.

– Su sobrina Lara -le susurra a su jefe-. Quiere un encuentro a solas. Damian ha decidido darle cinco minutos, pero no tenemos notas preparatorias. Ted está listo para intervenir. -Baja un poco más la voz-. Puedo pedir refuerzos de seguridad.. .

– Gracias, Sarah, no hay problema -dice Bill, cortándola y volviéndose hacia mí-. Siéntate, Lara.

Mientras me acomodo, veo de soslayo a Sarah alejándose y oigo el sonido amortiguado de la puerta al cerrarse.

Se hace un silencio. Mi tío teclea algo en su BlackBerry. Para pasar el rato, miro las fotografías en que aparece con gente famosa. Madonna. Nelson Mandela. La selección de fútbol inglesa al completo.


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