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Текст книги "Una chica años veinte"
Автор книги: Sophie Kinsella
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– ¿A que es divertido? -Se desliza en el asiento contiguo y mira el champán con ojos anhelantes.
– Sí, genial -murmuro, simulando que hablo a un dictáfono.
– ¿Cómo está Ed? -No sé cómo se las arregla para introducir diez matices insinuantes en un par de sílabas.
– Bien, gracias -respondo a la ligera-. Cree que voy a ver a una antigua compañera de colegio.
– ¿Sabes que ya le ha hablado de ti a su madre?
– ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
– La otra noche pasé por casualidad por delante de su oficina. Se me ocurrió entrar un momento y resultó que estaba al teléfono. Sólo capté unas frases de la conversación.
– Sadie -siseo-, ¿estabas espiándolo?
– Decía que Londres le sentaba de maravilla. -Simula que no me ha oído-. Y que había conocido a una persona que le hacía alegrarse de que Corinne hubiera hecho lo que hizo. Dijo que nunca se lo habría imaginado, que ni siquiera lo había buscado, pero que había sucedido. Y ella le contestó que se alegraba y que quería conocerte. «Poco a poco, mamá», le dijo Ed. Pero lo dijo riéndose.
– Ya.. . Tiene razón. Será mejor que no nos precipitemos. -Procuro aparentar indiferencia, pero por dentro me derrito de placer. ¡Ed le ha hablado de mí a su madre!
– ¿No te alegras de no haberte quedado con Josh? -me pregunta de sopetón-. ¿No te alegras de que te haya salvado de ese destino espantoso?
Bebo un trago de champán, eludiendo su mirada, mientras me debato por dentro. La verdad, salir con Ed después de Josh es como pasar directamente del pan de molde envasado a una hogaza mullida y deliciosa de pan con sésamo. (No pretendo ser grosera con Josh. Yo no me daba cuenta en su momento, pero es cierto: él es así, pan de molde envasado.)
Así pues, tendría que ser sincera y decir: «Sí, Sadie, me alegro de que me salvaras de ese espantoso destino.» Sólo que entonces se volverá insufriblemente engreída.
– La vida nos lleva por distintos senderos -digo crípticamente-. No nos corresponde a nosotros valorarlos ni juzgarlos, sino sólo respetarlos y seguirlos.
– Bobadas -dice con desdén-. Me consta que te salvé de un destino espantoso. Y si ni siquiera eres capaz de mostrar gratitud.. . -De repente, la distrae la vista de la ventanilla-. ¡Mira! ¡Ya casi estamos!
Efectivamente, un instante más tarde se enciende la señal del cinturón de seguridad y todo el mundo se lo abrocha. Excepto Sadie, claro, que flota a su aire por la cabina.
– Su madre es bastante elegante, ¿lo sabías?
– ¿La madre de quién?
– De Ed, por supuesto. Creo que os llevaréis bien.
– ¿Cómo lo sabes? -Ahora sí que me ha dejado boquiabierta.
– Fui a ver qué tal era. Viven en las afueras de Boston. Una casa preciosa. Ella se estaba bañando precisamente. Tiene muy buena figura para su edad.. .
– ¡Basta, Sadie! -Su descaro me deja pasmada-. ¡No puedes hacer esas cosas! ¡No puedes andar espiando a todas las personas con que me relaciono!
– Claro que sí -dice, abriendo mucho los ojos como si fuese una obviedad-. Soy tu ángel de la guarda, ¿recuerdas? Mi deber es cuidar de ti.
La miro, incrédula. Las turbinas del avión empiezan a rugir cuando iniciamos el descenso. Los oídos me zumban y noto una opresión en el estómago.
– Esta parte no la soporto. -Sadie arruga la nariz-. Nos vemos allí.
La mansión del tío Bill queda bastante lejos del aeropuerto de Niza. Paro en el café de un pueblo para tomarme un refresco y practico un poco con el camarero el francés del colegio (para infinita diversión de Sadie). Luego subimos otra vez al taxi y recorremos el último tramo hasta la villa o el complejo del tío Bill.. . En fin, como se llame una enorme casa encalada y rodeada de otras más pequeñas en los terrenos colindantes, donde hay además un viñedo y un helipuerto.
El sitio está plagado de empleados, pero eso no representa un gran problema cuando te acompaña un fantasma que habla francés con fluidez. Cada miembro del personal con que nos topamos acaba convertido en una estatua de ojos vidriosos. Cruzamos el jardín sin novedad y Sadie me guía hasta un acantilado que tiene una escalera labrada en la roca viva, balaustrada incluida. Al pie de la escalera, una playa de arena lamida por el ancho Mediterráneo.
Así que esto es lo que consigues siendo el propietario de Lingtons Café. Tu propia playa. Tu propia vista panorámica. Tu propio pedazo de mar. Ahora comprendo para qué sirve ser inmensamente rico.
Me quedo parada allí arriba, protegiéndome los ojos con una mano y observando a tío Bill. Me lo había imaginado a sus anchas en una tumbona, contemplando su imperio y quizá acariciando a un gato blanco con su mano maligna. Pero ni contempla nada ni se lo ve relajado. De hecho, no se parece ni de lejos al personaje que había fantaseado. Está con su entrenador personal haciendo abdominales y sudando copiosamente. Lo miro boquiabierta mientras se incorpora una y otra vez, casi aullando de dolor, hasta que se derrumba por fin en la esterilla.
– Dame.. . un.. . segundo.. . -jadea-. Y luego.. . otros cien.
Está tan absorto que no advierte que bajo en silencio las escaleras en compañía de Sadie.
– Quizá debería descansar un poco -dice el entrenador, mirándolo preocupado-. Ya se ha dado una buena paliza.
– Necesito trabajar un poco más los abdominales -dice Bill, inexorable, palpándose los michelines-. He de quitarme toda esta grasa.
– Señor Lington. -El entrenador lo mira perplejo-. No tiene grasa. ¿Cuántas veces he de decírselo?
– ¡Sí, sí que tiene! -Casi doy un salto cuando Sadie se abalanza bruscamente sobre él-. ¡Estás gordo! -le chilla-. ¡Gordo, gordo, gordo! ¡Como un auténtico cerdito!
El rostro del tío Bill se contrae en una mueca de alarma. Desesperado, se echa en la esterilla y reanuda los abdominales entre gruñidos agónicos.
– Bien -dice Sadie, flotando sobre su cabeza y mirándolo con desprecio-. Sufre. Lo tienes bien merecido.
No puedo reprimir la risa. Hay que quitarse el sombrero. Es una venganza genial. Lo dejamos jadear y gruñir un rato más y luego Sadie se acerca a él.
– ¡Dile a tu criado que se largue! ¡¡¡Venga, díselo!!! -le grita al oído, y tío Bill hace una pausa.
– Ya puedes irte, Jean-Michel -dice, jadeante-. Nos vemos esta tarde.
– Muy bien. -El entrenador recoge sus cosas y les sacude la arena-. Hasta las seis.
Sube las escaleras, haciéndome un gesto al pasar, y desaparece.
Mi turno. Me lleno los pulmones del cálido aire mediterráneo y bajo los dos últimos peldaños. Las manos empiezan a sudarme. Doy unos pasos por la arena caliente y me detengo, esperando a que tío Bill repare en mí.
– ¿Qué.. . ? -Me ve de reojo al tenderse en la esterilla y se incorpora de golpe, estupefacto. Tiene mala cara, cosa que no me sorprende después de cincuenta mil abdominales-. ¿Lara? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado?
Se lo ve tan aturdido y agotado que casi da pena, pero no voy a dejarme impresionar ni a entretenerme con preámbulos. Tengo un discurso preparado y voy a pronunciarlo.
– Sí, soy yo -confirmo con voz rimbombante y engolada-. Lara Alexandra Lington. Hija de un padre traicionado. Sobrina nieta de una tía abuela traicionada. Sobrina de un tío malévolo, traidor y embustero. Y he venido a vengarme. -Esta frase me ha quedado muy bien, así que la repito más alto para que resuene en toda la playa-: ¡He venido a vengarme!
Dios, me habría encantado ser actriz de cine.
– Lara. -El tío Bill ya ha dejado de jadear y parece haber recobrado su aplomo. Se seca la cara y se anuda una toalla alrededor de la cintura. Luego se vuelve y me sonríe con su habitual aire condescendiente y afectado-. Muy sobrecogedor, pero no tengo ni idea de qué hablas. Y ahora, dime, ¿cómo has conseguido pasar los controles.. . ?
– Sí sabes de qué hablo -replico en tono mordaz-. Lo sabes.
– Pues me temo que no.
Se hace un silencio. Sólo se oye el rumor de las olas. El sol parece apretar con más fuerza que antes. Ninguno de los dos nos hemos movido.
Así que se pone en plan desafiante. Debe de creerse a salvo. Debe de pensar que el acuerdo confidencial con el museo lo protege y que nadie averiguará nunca la verdad.
– ¿Es por lo del collar? -dice de repente, como si acabara de ocurrírsele-. Es una baratija preciosa y comprendo tu interés. Pero no sé dónde está, créeme. Por cierto, ¿te ha dicho tu padre que quiero ofrecerte un puesto? ¿Has venido por eso? Porque realmente, jovencita, mereces un diez por tu entusiasmo.
Me muestra su dentadura y se pone unas chancletas negras. Le está dando la vuelta a la situación. Ahora pedirá bebidas y simulará que esta visita ha sido idea suya. Intentará comprarme, distraerme, colocar las cosas a su favor. Como ha hecho siempre con todo el mundo.
– No estoy aquí por el collar ni por el trabajo -le corto las alas-. He venido por lo de la tía abuela Sadie.. .
Él alza los ojos al cielo con una exasperación muy propia.
– Por Dios, Lara. ¿Por qué no cambias ya de tema? Por última vez, cielo, no la asesinaron, no era nadie especial.. .
– .. . y por el cuadro suyo que encontraste -continúo sin inmutarme-. El Cecil Malory. Y por el acuerdo secreto que cerraste con la London Portrait Gallery en el ochenta y dos. Y por las quinientas mil libras que te embolsaste. Y por todas las mentiras que has contado. Y para saber qué piensas hacer ahora. Para eso estoy aquí.
Y entonces observo con satisfacción que la cara de mi tío se desinfla de un modo nunca visto. Como un bloque de mantequilla derritiéndose al sol.
Capítulo 26
Una auténtica bomba, sí señor. Ha salido en la portada de todos los periódicos. De todos.
Bill Dos Pequeñas Monedas Lington ha «aclarado» su historia. La gran entrevista apareció en el Daily Mail y el resto de la prensa se abalanzó de inmediato.
Ha confesado lo de las quinientas mil libras. Aunque, por supuesto, siendo el tío Bill, se apresuró a argumentar que el dinero era sólo una parte de la historia y que sus ideas seguían teniendo vigencia para cualquiera que empezara con dos pequeñas monedas. En el fondo nada cambiaba, adujo, ya que en cierto sentido da lo mismo medio millón que dos pequeñas monedas: es sólo la cantidad lo que cambia. (Luego se dio cuenta de que ésa era una idea condenada al fracaso y se retractó. Aunque demasiado tarde, ya lo había dicho.)
Para mí, la verdadera cuestión no es el dinero. La cuestión es que, al final, ha tenido que reconocerle a Sadie su mérito. Le ha hablado al mundo de ella, en lugar de negarla y ocultarla. La cita que han reproducido la mayoría de los medios ha sido: «Me hubiera resultado imposible obtener todo mi éxito sin la ayuda de mi preciosa tía Sadie Lancaster, con la que siempre estaré en deuda.» Una frase que le dicté yo, palabra por palabra.
El retrato de Sadie ha salido en todas las portadas y la London Portrait Gallery ha recibido una enorme afluencia de público. Sadie es como la nueva Mona Lisa. Sólo que mejor, porque el cuadro es tan grande que pueden contemplarlo montones de personas a la vez. (Y además era mucho más mona, sin ánimo de ofender.) Hemos ido unas cuantas veces para ver esas multitudes y escuchar los piropos que le dedican a Sadie. Incluso hay una página web de sus fans.
En cuanto al libro del tío Bill, él podrá decir lo que quiera de sus principios para el éxito, pero no le servirá de nada. Dos Pequeñas Monedas se ha convertido en un objeto de escarnio general. Lo han parodiado todos los periódicos populares, y no hay humorista de televisión que no haya hecho un chiste a su costa. Los editores están tan abochornados que se han ofrecido a devolver el importe del libro a los compradores. Y en torno a un veinte por ciento han aceptado, por lo visto. Supongo que los demás prefieren conservarlo como recuerdo, o dejarlo en la repisa de la chimenea para reírse de vez en cuando.
Estoy leyendo un editorial sobre el tío Bill en el Daily Mail de hoy cuando un pitido del móvil me anuncia un mensaje de texto.
Hola, te espero fuera. Ed.
Ésta es una de las muchas cosas buenas que tiene Ed. Nunca llega tarde. Recojo alegremente mi bolso, cierro la puerta de mi apartamento y bajo las escaleras. Kate y yo nos trasladamos hoy a nuestra nueva oficina, y Ed me ha prometido pasar a verla antes de ir a su trabajo. Salgo a la calle y me lo encuentro con un enorme ramo de rosas rojas.
– Para la nueva oficina -dice, entregándomelas con un beso.
– ¡Gracias! -Sonrío encantada-. Todo el mundo me mirará en el metro.. .
Ed me interrumpe tocándome el brazo.
– Esta vez podemos ir en mi coche -me dice como quien no quiere la cosa.
– ¿Tu coche?
– Ajá. -Señala un elegante Aston Martin negro aparcado muy cerca.
– ¿Ese coche es tuyo? -Lo miro con ojos desorbitados-. Pero.. . ¿desde cuándo?
– Me lo he comprado. Ya sabes: un concesionario, una tarjeta de crédito.. . lo típico. He pensado que sería mejor comprar uno británico -añade con una sonrisita irónica.
¿Se ha comprado un Aston Martin? ¿Así como así?
– Pero si tú nunca has conducido por la izquierda.. . -observo con cierta alarma-. ¿Has venido conduciendo?
– Tranquila. Pasé el examen la semana pasada. Chica, tenéis un sistema ridículo y peligroso.
– No, qué va -protesto.
– El cambio de marchas es un invento diabólico. Y mejor no hablar de vuestras normas de giro a la derecha.
No puedo creérmelo. Se lo tenía muy calladito; no me había dicho una palabra de coches, de clases de conducción ni de nada.
– Pero.. . ¿por qué? -le suelto.
– Alguien me dijo una vez -explica muy serio– que si piensas vivir en un país, durante el tiempo que sea, debes involucrarte a fondo en él. ¿Qué mejor manera que aprender a conducir en ese país? Bueno, ¿vamos o no?
Abre la puerta con un gesto galante y yo, todavía pasmada, me instalo en el asiento del pasajero. Es un coche elegante de verdad. Ni siquiera me atrevo a apoyar las rosas para no arañar los revestimientos de cuero.
– También he aprendido todos los insultos británicos -añade en cuanto arranca-. ¡Mueve el culo, merluzo! -dice imitando el acento cockney. A mí se me escapa la risa.
– Muy bien -asiento-. ¿Y qué tal: «¡Ni se te ocurra, mamón!»?
– A mí me dijeron: «¡Te vas a enterar, mamón!» ¿Me han informado mal?
– No, también está bien. Pero tienes que pulir el acento. -Lo observo mientras cambia de marcha con destreza y deja atrás un autobús-. Aunque no acabo de entenderlo. Este coche es muy caro. ¿Qué piensas hacer con él cuando.. . ? -Me interrumpo justo a tiempo y finjo una tos.
– ¿Cuando qué? -Podrá estar conduciendo, pero no se le escapa una, como de costumbre.
– Nada. -Bajo la cabeza hasta hundirla casi entre las flores. Iba a decir: «Cuando vuelvas a Estados Unidos.» Pero ése es un asunto del que no hablamos.
Se hace un silencio. Me lanza una mirada críptica.
– ¿Quién sabe lo que haré?
Mostrarle la oficina no nos lleva mucho tiempo. En realidad, a las 9.05 ya hemos terminado. Ed examina cada detalle con atención y todo le parece fantástico. Me da una lista de contactos que podrían serme útiles y luego se marcha a su oficina. Al cabo de una hora, justo cuando estoy poniendo las rosas en un jarrón que he corrido a comprar, aparecen mis padres, también con flores y una botella de champán (y una caja de clips: una bromita de papá).
Aunque acabo de enseñarle el despacho a Ed, y aunque sea una sola habitación con una ventana, un tablón de anuncios, dos puertas y dos mesas, no puedo dejar de sentir un hormigueo de satisfacción mientras se lo muestro todo. Es mío. Mi despacho. Mi propia empresa.
– Es muy elegante. -Mamá se asoma a la ventana-. Pero, cariño, ¿seguro que puedes permitírtelo? ¿No te habría convenido quedarte con Natalie?
Por favor.. . ¿Cuántas veces tendré que explicarles que mi ex mejor amiga era una víbora odiosa y sin escrúpulos?
– Me conviene más trabajar por mi cuenta, mamá. De verdad. Mira, éste es mi plan de negocios.
Le tiendo un documento encuadernado tan chulo que casi no puedo creer que lo haya preparado yo. Cada vez que le echo un vistazo siento un espasmo de excitación. Si consigo que Consultoría Mágica sea un éxito, mi vida estará completa.
Se lo he dicho esta mañana a Sadie mientras leíamos un artículo sobre ella en el periódico. Se quedó un momento en silencio y, para mi sorpresa, se puso de pie con un brillo extraño en los ojos y dijo: «¡Soy tu ángel de la guarda! Yo me encargaré de que sea un éxito.» Y desapareció sin más. Así que sospecho que anda tramando algo. Espero que eso no incluya más citas a ciegas.
– ¡Impresionante! -dice papá, hojeando el plan.
– Ed me ha dado algunos consejos -admito-. También me ha ayudado mucho en el asunto del tío Bill. Me echó una mano para redactar la declaración. Y la idea de contratar a un publicista para manejar a la prensa fue suya. Por cierto, ¿has visto el artículo que publica hoy el Daily Mail?
– Ah, sí -murmura débilmente, intercambiando una mirada con mamá-. Lo hemos leído.
Si digo que mis padres se han quedado turulatos con todo lo que ha pasado me quedaría corta. Nunca los había visto tan pasmados como cuando me presenté de improviso en su casa y les dije que el tío Bill quería hablar con ellos. Y más todavía cuando me volví hacia la limusina y dije: «Vamos, entra», haciendo un gesto con la mano. Entonces el tío Bill se apeó sin decir palabra e hizo lo que yo le había pedido.
Mis padres se quedaron sin habla. Como si yo tuviera monos en la cara o algo así. Incluso cuando el tío Bill ya se había ido y les dije: «¿Alguna pregunta?», ellos no abrieron la boca. Permanecieron en el sofá mirándome, atontados y maravillados a partes iguales. Incluso ahora, cuando ya se han relajado un poco y la historia se ha hecho pública y ha dejado de ser una conmoción, siguen mirándome asombrados.
Bueno, ¿y por qué no? He estado impresionante, aunque quede mal decirlo. Yo misma me he encargado, con ayuda de Ed, de ponerlo todo al descubierto ante los medios. Y ha salido perfecto, al menos desde mi punto de vista. Quizá no desde el del tío Bill y la tía Trudy. El día que se publicó la historia, la pobre se fue a Arizona e ingresó de modo indefinido en un balneario. A saber si volveremos a verla.
Diamanté, por su parte, ha sacado partido del asunto. Ya ha hecho una sesión de fotos para la revista Tatler, en las que posa igual que Sadie en el cuadro, y está valiéndose de todo el alboroto para publicitar su marca. Lo cual es de pésimo gusto, por cierto, pero también bastante inteligente. No puedo dejar de admirarla por su caradura. O sea, tampoco es culpa suya que su padre sea un gilipollas, ¿no?
Me gustaría que Diamanté y Sadie se conocieran. Estoy segura de que congeniarían. Tienen mucho en común, aunque seguramente las dos se horrorizarían ante la mera idea.
– Lara. -Papá se acerca. Parece incómodo y no cesa de echarle miraditas a mamá-. Queríamos hablar contigo de la tía Sadie.. . -Carraspea.
– ¿Sobre qué?
– Sobre el funeral -precisa mamá, bajando la voz.
– Exacto -confirma papá-. Teníamos intención de sacar el tema hace días. Obviamente, una vez que la policía se ha asegurado de que la pobre no fue.. .
– .. . asesinada -lo ayuda mamá.
– Eso es. Una vez cerrado el caso, la policía la ha.. . liberado.. . es decir.. .
– Los restos -susurra mamá.
– ¿No lo habréis hecho ya? -Siento un acceso de pánico-. Decidme por favor que no habéis celebrado el funeral.. .
– ¡No, no! En principio estaba previsto para este viernes. Pensábamos decírtelo en algún momento.. .
Ya, vale.
– Pero eso era antes -añade mamá.
– Exacto. Evidentemente, la situación ha cambiado -prosigue él-. Así que si quieres participar en el modo de organizarlo.. .
– Sí, me gustaría participar -digo con firmeza-. De hecho, creo que voy a encargarme de todo.
– Bien. -Papá le echa una mirada a mamá-. Fantástico. Perfecto. Creo que sería lo lógico, dado lo mucho que has.. . investigado sobre su vida.
– Pensamos que eres un prodigio, Lara -me dice mamá con repentino fervor-. Descubrir todo eso.. . ¿Quién lo habría averiguado de no ser por ti? ¡Quizá nunca habría salido a la luz! ¡Nos habríamos muerto todos sin saber la verdad!
Sólo a ella se le ocurriría mezclar todas nuestras muertes en el asunto.
– Aquí tienes los detalles de la funeraria.
Papá me da un folleto justo cuando suena el interfono. Miro la pantallita y veo una imagen en blanco y negro llena de granulado. Parece un hombre, pero la imagen es tan mala que podría ser igualmente un elefante.
– ¿Sí?
– Soy Gareth Birch, de Print Please -dice el tipo-. Le traigo las tarjetas.
– Estupendo. Suba.
Bueno. Ahora sí que somos una empresa de verdad. ¡Ya tengo tarjetas!
Hago a pasar a Birch, abro la caja y reparto tarjetas a todos. «Lara Lington – Consultoría Mágica», ponen; debajo, la imagen de una varita mágica en relieve.
– ¿Cómo es que ha venido a traerlas personalmente? -le digo mientras firmo el albarán-. Vamos, es muy amable de su parte, pero.. . ¿ustedes no están en Hackney? ¿No iban a mandarlas por correo?
– He pensado que estaría bien -responde él con mirada vidriosa-. Aprecio mucho el encargo que me ha hecho, es lo mínimo que podía hacer.
– ¿Cómo? -Lo miro sin entender.
– Aprecio mucho su encargo -repite como un robot-. Es lo mínimo que podía hacer.
Ay, Dios. Sadie.
– Bueno.. . muchas gracias -le digo con apuro-. Se lo agradezco. ¡Y lo recomendaré a todos mis amigos!
El hombre se retira y yo me entretengo desempaquetando las cajas, consciente de que mamá y papá me miran sin dar crédito a lo que ven.
– ¿Te las ha traído él mismo desde Hackney? -exclama papá.
– Eso parece -digo, como si eso fuera normalísimo. Por suerte, suena el teléfono y me apresuro a responder.
– Consultoría Mágica.
– Con Lara Lington, por favor. -Es una mujer, pero no reconozco su voz.
– Yo misma -digo, sentándome en una de las sillas giratorias nuevas. Espero que no haya oído el crujido del plástico-. ¿En qué puedo ayudarla?
– Me llamo Pauline Reed. Soy la directora de recursos humanos de Wheeler Foods. Nos interesaría que se pasara por aquí para conocernos. He oído grandes cosas sobre usted.
– Muy amable. -Sonrío muy ufana-. ¿Quién le ha hablado de mí, si no es indiscreción? ¿Janet Grady?
Se hace un silencio.
– No recuerdo bien -dice al cabo-. Pero tiene usted una fama excelente en la selección de ejecutivos y me gustaría conocerla. Algo me dice que podría ser muy útil para nuestra empresa.
Sadie.
– De acuerdo. -Procuro concentrarme-. Déjeme ver mi agenda.. . -La abro y anota la cita.
Cuando cuelgo, mamá y papá me observan ansiosos.
– ¿Buenas noticias, cariño?
– Pse.. . la jefa de recursos humanos de Wheeler Foods -digo, como si nada-. Quiere que nos veamos.
– Wheeler Foods.. . ¿no son los de las galletas de avena? -dice mamá, asombrada.
– Sí. -Se me escapa una sonrisa-. Parece que mi ángel de la guardia está cuidando de mí.. .
– ¡Tachán! -Es la voz alegre de Kate, que entra con un gran ramo de flores-. ¡Mira lo que acaban de traer! ¡Hola, señor y señora Lington! -añade, educada-. ¿Les gusta el nuevo despacho? ¿A que está muy bien?
Cojo las flores y saco la tarjeta del sobrecito.
– «Para el personal de Consultaría Mágica -leo en voz alta-. Confiamos en llegar a conocerlos como clientes y como amigos. Atentamente, Brian Chalmers. Jefe de recursos humanos de Dwyer Dunbar.» Y nos deja su número directo.
– ¡Increíble! -Kate abre unos ojos como platos-. ¿Lo conoces?
– No.
– Pero conocerás a alguien de Dwyer Dunbar.. .
– Pues no.
Mamá y papá han vuelto a quedarse sin habla. Será mejor que los saque de aquí antes de que sigan ocurriendo locuras.
– Vamos a almorzar a la pizzería -le digo a Kate-. ¿Vienes?
– En un minuto. -Sonríe-. Antes tengo que terminar unas cosas.
Me llevo a mis padres, bajamos las escaleras y salimos a la calle. En la acera, justo delante del portal, hay un viejo párroco con alzacuello y sotana que parece un poco perdido. Me acerco.
– Hola. ¿Sabe dónde está? ¿Necesita orientarse?
– Bueno.. . sí, no soy de esta zona. Busco el número cincuenta y nueve.
– Es este edificio, mire -digo, señalando nuestro portal, en cuyo cristal hay estampado un 59.
– ¡Vaya, es aquí! -Su expresión se ilumina y se acerca. Pero no entra; sólo alza la mano y empieza a hacer la señal de la cruz-. Señor, te ruego que bendigas a todos los que trabajan en este edificio -dice con voz temblorosa-. Bendice todos sus esfuerzos y todas sus empresas, muy en particular a la Consultoría.. .
No puede ser.
– ¡Vamos! -Cojo del brazo a mamá y papá-. Venga, hora de comernos una pizza.
– Lara -musita papá mientras prácticamente lo arrastro por la calle-. ¿Me he vuelto loco o ese párroco estaba.. . ?
– Yo tomaré una Cuatro Estaciones -digo, haciéndome la sorda-.¿Y vosotros?
Creo que mis padres se han dado por vencidos. Simplemente se dejan llevar. Pero en cuanto bebemos una copa de vino Valpolicella, sonreímos y cesan las preguntas embarazosas. Hemos pedido las pizzas y entretanto devoramos bollitos con ajo y perejil. Me siento de maravilla.
Incluso cuando aparece Tonya no me pongo tensa. Ha sido idea de mamá y papá decirle que viniera. Aunque a veces me saque de quicio, no deja de ser parte de la familia. Ahora empiezo a valorar lo que eso significa.
– ¡Oh, Dios mío! -exclama nada más llegar. Unas veinte cabezas se vuelven para mirarnos-. ¡Oh, Dios mío! ¿Podéis creerlo? ¡Todas esas historias sobre el tío Bill!
Obviamente, esperaba una reacción más aparatosa por nuestra parte.
– Hola, Tonya -digo-. ¿Qué tal los chicos? ¿Cómo está Clive?
– ¿Podéis creerlo? -insiste-. ¿Habéis leído los periódicos? O sea.. . no puede ser. Es todo basura. Ha de ser una maniobra.
– Creo que es verdad -la corrige papá suavemente-. Él mismo lo reconoce.
– Pero ¿no habéis visto las cosas que dicen?
– Sí. -Mamá se sirve más Valpolicella-. Lo hemos visto. ¿Vino, querida?
– Pero.. . -Tonya se desploma en una silla y nos mira desconcertada, incluso algo ofendida. Debía de creer que nos encontraría en pie de guerra en defensa del tío Bill. Y no alimentándonos alegremente.
– Ten. -Mamá le pasa una copa de vino-. Ahora te pedimos una pizza.
Mientras Tonya se quita la chaqueta y la cuelga del respaldo, percibo que su mente trabaja a toda velocidad. Está tratando de calibrar la situación. Si tiene que ser la única, no va a empeñarse en defender al tío Bill.
– Bueno, ¿y quién ha destapado todo? -pregunta al fin, tras beber un sorbo de vino-. ¿Un periodista de investigación?
– Ha sido Lara -responde papá con una sonrisita.
– ¿Lara? -De pronto parece más airada que antes-. ¿Qué quieres decir?
– Investigué sobre el cuadro y sobre la tía Sadie -explico-. Y sólo tuve que sumar dos y dos.
– Pero.. . -resopla de incredulidad– pero tu nombre no ha salido en los periódicos.
– He preferido permanecer en el anonimato -digo en tono críptico, como uno de esos superhéroes que se desvanecen en la oscuridad, sin buscar otra recompensa que hacer el bien.
A decir verdad, me habría encantado salir en los periódicos. Pero nadie se ha molestado en venir a entrevistarme, y eso que me alisé expresamente el pelo por si acaso. Todos los reportajes se limitan a decir que el descubrimiento lo realizó «un miembro de la familia».
Un miembro de la familia.. . Uff.
– Pero no lo entiendo. -Tonya me taladra con una hosca mirada-. ¿Por qué te dio por fisgonear?
– Un sexto sentido me decía que había gato encerrado en el caso de la tía Sadie. Pero nadie quería hacerme caso -añado con toda intención-. En el funeral, todo el mundo creyó que me había vuelto loca.
– Tú dijiste que la habían asesinado -objeta-. Y no era cierto.
– Aun así, mi instinto me decía que algo no cuadraba. Así que decidí seguir el hilo de mis sospechas. Y al final se vieron confirmadas. -Todos están pendientes de mis palabras, como si estuviera dando una clase magistral-. Entonces hablé con los expertos de la London Portrait Gallery y ellos verificaron mi descubrimiento.
– Ya lo creo que sí. -Mi padre me sonríe.
– ¿Y sabes qué? -añado orgullosa-. Van a tasar el cuadro.. . ¡y el tío Bill le dará a papá la mitad de su valor!
– ¡No! -Tonya se queda boquiabierta-. Increíble. ¿Cuánto podría reportar?
– Millones, por lo visto -murmura papá, incómodo-. Bill parece muy decidido.
– Es lo que te corresponde, papá -le repito por enésima vez-. ¡Él te lo robó! ¡Es un vulgar chorizo!
Tonya se ha quedado sin palabras. Coge un bollo y lo mordisquea.
– ¿Leísteis el editorial del Times? -dice al fin-. Era brutal.
– Más bien salvaje. -Papá hace una mueca-. Lo sentimos por Bill, a pesar de todo.. .
– ¡De eso nada! -salta mamá-. ¡Se lo tiene merecido!
– ¡Pippa! -Se ha quedado atónito.
– No me da ninguna pena -insiste mamá, desafiante-. Estoy.. . enfadada. Sí, muy enfadada.
La observo boquiabierta. Nunca la había visto reconocer sin ambages que está enfadada. Tonya también se ha quedado de piedra. Alza las cejas, preguntándome, y yo le respondo con un encogimiento de hombros.
– Lo que hizo es imperdonable -prosigue-. Vuestro padre siempre procura ver el lado bueno de las personas y buscar excusas. Pero a veces no hay lado bueno. A veces no hay excusa.
Nunca la he visto tan combativa. Tiene las mejillas encendidas y coge la copa de vino como si fuese a estampársela a alguien en la cara.
– ¡Bien dicho, mamá! -exclamo.
– Y si vuestro padre se empeña en seguir defendiéndolo.. .
– No lo defiendo -dice papá-. Pero es mi hermano, sangre de mi sangre. Resulta muy difícil.. . -Da un suspiro. El disgusto le acentúa las arrugas bajo los ojos. Papá siempre quiere ver el lado positivo. Es parte de su carácter.
– El éxito de tu hermano ha arrojado una larga sombra sobre el resto de la familia. -A mamá le tiembla voz-. Nos ha afectado a todos de diversas maneras. Ahora ha llegado el momento de liberarnos. Eso es lo que creo. Y punto.
– Pues yo recomendé la biografía del tío Bill a mi club de lectura -tercia Tonya-. Logré que vendiera ocho ejemplares. -Parece más indignada por eso que por cualquier otro motivo-. ¡Y era una sarta de mentiras! ¡Tío Bill es despreciable! Y si tú no piensas lo mismo, papá -añade mirándolo-, si no estás furioso, es que eres bobo.
La aplaudo para mis adentros. A veces, el estilo directo y expeditivo de Tonya es muy adecuado.
– Estoy furioso -admite papá-. Claro que lo estoy. Pero aún tengo que hacerme a la idea. Darme cuenta de que mi hermano pequeño es un egoísta sin principios y.. . un cerdo. -Suelta un resoplido-. Claro, eso implica que.. .
– Implica que hemos de olvidarnos de él -lo ayuda mamá-. Dejarlo atrás. Empezar a vivir el resto de nuestras vidas sin sentirnos ciudadanos de segunda.