Текст книги "Una chica años veinte"
Автор книги: Sophie Kinsella
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Capítulo 13
Sólo hay una posibilidad: que no sean diamantes de imitación, sino auténticos. El collar está tachonado de diamantes de singular antigüedad y vale millones de libras. Ha de ser eso. No se me ocurre otro motivo para que el tío Bill esté tan interesado.
He consultado en Google toda clase de páginas sobre diamantes y joyería, y es increíble lo que la gente está dispuesta a pagar por un diamante de 10,5 quilates extraído en los años veinte.
– ¿Qué tamaño tenía la piedra más grande del collar? -le pregunto una vez más a Sadie-. Aproximadamente.
Ella suelta un gran suspiro.
– Un centímetro quizá.
– ¿Era muy brillante? ¿Sin imperfecciones? Eso podría afectar a su valor.
– Te veo muy preocupada por el valor de mi collar -me dice-. No creía que fueras tan interesada.
– ¡No lo soy, joder! ¡Sólo pretendo comprender por qué el tío Bill quiere quedárselo! Él no perdería un minuto de su tiempo si no fuese muy valioso.
– ¿Qué diferencia hay, si no podemos recuperarlo?
– Lo recuperaremos, ya verás.
Tengo un plan, y bastante bueno. He empleado todas mis facultades detectivescas desde nuestra visita al tío Bill. Para empezar, hice averiguaciones sobre el desfile de Tutús y Perlas que está organizando Diamanté. Será el próximo jueves en el hotel Sanderstead, a las seis y media de la tarde, con rigurosa invitación. El único problema era que no me imaginaba a Diamanté incluyéndome en la lista de invitados ni en un millón de años, dado que no soy fotógrafa del Hello! ni una de sus amigas famosas. Tampoco me sobran cuatrocientas libras para gastármelas en un vestido. Pero entonces se me ocurrió una idea genial: le envié a Sarah un correo en tono simpático y le dije que me gustaría apoyar a Diamanté en su aventura en el mundo de la moda.. . ¿Podría ver al tío Bill para hablar del tema? Tal vez me pasaría un momento, insinuaba. ¡Mañana, por ejemplo! Y añadí, para rematar la jugada, unas cuantas caritas sonrientes en el mensaje.
Sarah me contestó que Bill estaba muy ocupado y que no me pasara al día siguiente de ninguna manera, pero que hablaría con la secretaria personal de Diamanté. Y, a una velocidad supersónica, me enviaron dos entradas con un mensajero. La verdad, resulta muy fácil sacarle a la gente lo que quieres cuando te consideran una psicópata.
El único problema es que la segunda parte de mi plan, sin duda la más crucial, o sea, hablar con Diamanté y convencerla para que me entregue el collar en cuanto termine el desfile, por ahora no ha funcionado. Su secretaria se niega en redondo a decirme dónde está y a darme su número de móvil. Supuestamente le ha pasado un mensaje, pero no he tenido más noticias. Vamos, ¿por qué iba a molestarse Diamanté en llamar a la nulidad de su prima?
Sadie se dio una vuelta por sus oficinas en el Soho, para ver si la localizaba, a ella y al collar, pero por lo visto nunca aparece por allí. Sólo había secretarias y ayudantes; la ropa se confecciona en unos talleres de Shoreditch. Así que nada de nada.
Sólo me queda una opción: asistir al desfile. Cuando termine, hablaré en privado con Diamanté y la convenceré de algún modo para que me dé el collar.
O si no, bueno.. . se lo birlaré.
Salgo de las páginas de joyería y giro la silla para echarle un vistazo a Sadie. Hoy lleva un vestido plateado que al parecer deseaba a los veintiún años con desesperación, pero que su madre se negaba a comprarle. Está sentada en el alféizar de la ventana y balancea los pies sobre la calle. Es un vestido de espalda escotada y, por detrás, sólo lleva dos finos tirantes que le ciñen sus hombros esbeltos y un lacito en la cintura. De todos los modelos fantasmales que ha lucido, éste es sin duda mi preferido.
– El collar te quedaría impresionante con ese vestido -le digo.
Ella asiente, pero permanece callada, con los hombros ligeramente abatidos. No es de extrañar. Lo teníamos tan cerca.. . y se nos escapó.
La miro, inquieta. Ya sé que no soporta los lamentos, pero quizá se sentiría mejor si hablara. Un poco mejor, al menos.
– Cuéntamelo de nuevo. ¿Por qué es tan importante para ti ese collar?
Pero permanece callada y empiezo a preguntarme si me ha oído.
– Ya te lo dije -responde al fin-. Cuando lo llevo, me siento bella. Como una diosa. Radiante. -Se recuesta en el marco de la ventana-. También debe de haber algo en tu guardarropa que te haga sentir así.
– Eh.. . -titubeo. La verdad, no puedo decir que me haya sentido nunca como una diosa. Ni especialmente radiante, ya puestos.
Como si me leyese el pensamiento, se vuelve y examina mis tejanos con aire dubitativo.
– Quizá a ti no te suceda. Deberías intentarlo y probarte algo hermoso, para variar.
– ¡Estos tejanos son bonitos! -Les doy una palmadita, para convencerme-. Quizá no sean hermosos, como tú dices.. .
– Son azules. -Parece haberse animado y me lanza una mirada mordaz-. ¡Azul! El color más feo del arco iris, pero aun así todo el mundo anda con esos espantosos pantalones azules. ¿Por qué azules?
– Porque.. . -Me encojo de hombros-. No lo sé.
Kate ha salido temprano para ir al ortodoncista y todos los teléfonos permanecen en silencio. Quizá me vaya yo también. Ya casi es la hora, de todos modos. Miro el reloj y noto una punzada de impaciencia.
Me ajusto el broche en el pelo, me levanto y me echo una ojeada en el espejo. Una original camiseta estampada de Urban Outfitters. Un colgante muy mono de una rana. Tejanos y zapatillas de ballet. No mucho maquillaje. Perfecto.
– He pensado que podríamos dar un paseo -le digo-. Hace un día muy bonito.
– ¿Un paseo? -Me mira fijamente-. ¿Qué clase de paseo?
– ¡Pues un simple paseo! -Antes de que pueda añadir algo más, apago el ordenador, conecto el contestador automático y cojo mi bolso. Ahora que mi plan está a punto de realizarse, siento una emoción desbordante.
Sólo hay veinte minutos hasta Farringdon y, al subir las escaleras del metro, vuelvo a consultar el reloj. Las seis menos cuarto. Perfecto.
– ¿Se puede saber qué estamos haciendo? -Sadie me sigue de cerca-. Creía que íbamos a dar un paseo.
– Pues eso. Una especie de paseo.
Casi desearía habérmela quitado de encima, pero me conviene mantenerla en reserva por si las cosas se complican. Llego a la esquina de la avenida principal y me detengo.
– ¿A quién esperas?
– A nadie. No espero a nadie. Sólo estoy.. . matando el tiempo. Viendo pasar el mundo. -Me apoyo en un buzón para demostrarlo, aunque enseguida tengo que apartarme porque se acerca una mujer con una carta.
Sadie se planta delante de mí y me escruta; suelta un resoplido al ver que llevo el libro en la mano.
– ¡Ya lo sé! ¡Estás persiguiéndolo! ¡Esperas a Josh, no lo niegues!
– Estoy volviendo a tomar las riendas de mi vida -replico, evitando su mirada-. Le demostraré que he cambiado. Cuando me vea, comprenderá su error. Tú espera y verás.
– Es una pésima idea. Pésima de verdad.
– Tú cierra el pico.
Me echo un vistazo en un escaparate, me aplico más brillo de labios y enseguida me lo quito. No pienso escucharla. Ya estoy mentalizada y lista para entrar en acción. Ahora sí me siento capacitada. Siempre que he intentado meterme en la mente de Josh, siempre que he tratado de preguntarle qué esperaba de nuestra relación, él me ha rehuido. Pero ¡ahora por fin sé lo que quiere! ¡Sé cómo lograr que funcionen las cosas!
Desde aquel almuerzo me he transformado totalmente. He mantenido el baño en orden. He dejado de cantar en la ducha. He tomado la firme decisión de no hablar de las relaciones de los demás. Incluso he estado hojeando ese libro de fotografía de William Eggleston, aunque sería demasiada coincidencia llevarlo encima. Por eso tengo en las manos uno titulado Los Alamos, otra colección de fotografías suyas. Josh notará el cambio. ¡Se va a quedar boquiabierto! Ahora solamente tengo que tropezarme con él, por casualidad, cuando salga de la oficina. Que queda a unos cien metros.
Con los ojos fijos en la entrada, me sitúo en el hueco que hay junto a una tienda, desde donde disfruto de una perspectiva perfecta de los transeúntes que van hacia la estación de metro. Un par de colegas de Josh pasan a toda prisa; el estómago se me encoge de los nervios. Pronto estará aquí.
– Oye, Sadie. Quizá podrías ayudarme un poco.
– ¿Qué quieres decir? -pregunta con aire altivo.
– Darle un empujoncito a Josh. Decirle que yo le gusto. Sólo por si acaso.
– ¿Por qué va a necesitar que se lo digan? Tú dijiste que se daría cuenta de su error en cuanto te viera.
– Y así será, claro. Pero quizá no sé dé cuenta en el acto. Quizá le haga falta un empujoncito. Como los coches antiguos -añado, súbitamente inspirada-. Como en tus tiempos, ¿recuerdas? Le dabas a la manivela y de pronto el motor arrancaba. Debes de haberlo hecho miles de veces.
– Con los coches -dice-, no con los hombres.
– ¡Es lo mismo! Una vez en marcha, todo irá como la seda, estoy segura.. . -Contengo el aliento-. Ay, Dios. Ahí viene.
Camina tranquilamente, con los auriculares del iPod puestos, con una botella de agua en una mano y el estuche de un portátil nuevo de aspecto guay en la otra. Salgo de mi escondite y echo a andar hasta cruzarme en su camino.
– ¡Ah! -digo, tan sorprendida como puedo-. Hola, Josh.
– Lara. -Se quita los auriculares y me mira con cautela.
– ¡Se me había olvidado que trabajas por aquí! -exclamo con una sonrisa radiante-. ¡Qué coincidencia!
– Pues sí.. .
La verdad, no hace falta que me mire con tanta suspicacia.
– Precisamente pensaba en ti el otro día -le digo-. En aquella vez en París, cuando acabamos en la otra Notre Dame, ¿te acuerdas?, porque el GPS iba mal. ¿A que fue divertido? -Estoy hablando a trompicones. Calma.
– ¡Qué curioso! -dice tras una pausa-. Yo también me acordé de eso el otro día. -La mirada se le ilumina al ver el libro que llevo-. Ese libro.. . ¿es Los Alamos?
– Sí -respondo sin darle importancia-. El otro día miré ese otro libro fantástico, Democratic Camera. Las fotos son tan alucinantes que me compré éste. -Le doy unas palmaditas y levanto la vista-. Oye.. . ¿a ti no te gustaba también William Eggleston? -Arrugo la frente-. ¿O era otro?
– Adoro a Eggleston -dice lentamente-. Fui yo quien te regaló Democratic Camera.
– Ah, cierto. -Me doy una palmada en la frente-. Lo había olvidado. -Está desconcertado. Lo he pillado desprevenido. Es el momento de aprovechar mi ventaja-. Josh, tenía ganas de decirte.. . -le dirijo una sonrisa contrita– que siento haberte enviado todos aquellos mensajes. No sé qué me entró.. .
– Bueno.. . -Carraspea.
– ¿Me dejas que te invite a una copa rápida? Para hacer las paces sin rencores, ¿de acuerdo?
Se hace un silencio. Casi puedo seguir el hilo de sus pensamientos. «Es una propuesta razonable. Una copa gratis. Se la ve bastante equilibrada.»
– De acuerdo. -Se quita el iPod-. ¿Por qué no?
Le lanzo una mirada triunfal a Sadie, que niega con la cabeza y se pasa el dedo por la garganta, tal vez para darme ánimos. Bueno, me da igual lo que piense. Me llevo a Josh al pub más cercano, pido un vino blanco para mí y una cerveza para él y localizo una mesa en un rincón. Alzamos las copas, bebemos un sorbo y abrimos una bolsa de patatas.
– En fin. -Le ofrezco el paquete con una sonrisa.
– En fin. -Se aclara un poco la voz, visiblemente incómodo-. ¿Cómo van las cosas?
– Josh. -Apoyo los codos en la mesa y lo miro seriamente-. ¿Sabes qué? No lo analicemos todo. Estoy harta de la gente que analiza las cosas interminablemente. Estoy harta de conversaciones profundas. Vivamos. Disfrutemos de la vida. ¡Sin darle tantas vueltas!
Me mira por encima de su cerveza, bien pasmado.
– Pero si a ti te encantaba analizarlo todo. Incluso leías esa revista, Análisis o como se llame.
– He cambiado. -Me encojo de hombros-. He cambiado en muchos sentidos, Josh. Gasto menos en maquillaje. Tengo el baño libre de mejunjes. Estaba pensando en hacer un viaje, a Nepal quizá. -Estoy segura de que lo oí hablar varias veces de Nepal.
– ¿Quieres hacer un viaje? -Ahora está flipando-. Pero si nunca lo dijiste.. .
– Se me ocurrió hace poco. ¿Por qué seré tan poco aventurera? Hay tantas cosas que ver. Montañas.. . ciudades.. . los templos de Katmandú.
– Me encantaría conocer Katmandú. ¿Sabes?, estaba pensando en ir el año que viene.
– ¿De veras? -Le dedico una sonrisa deslumbrante-. Increíble.
Durante los diez minutos siguientes hablamos de Nepal. O sea, Josh habla de Nepal y yo coincido en todo lo que dice, y el tiempo pasa volando. Los dos tenemos las mejillas encendidas y estamos riendo cuando él finalmente consulta su reloj. Parecemos una pareja feliz. Lo sé porque no paro de mirar nuestro reflejo en el espejo.
– He de irme -dice-. Tengo un partido de squash. Ha sido estupendo volver a verte, Lara.
– Ah, bueno -respondo, sorprendida-. Lo mismo digo.
– Gracias por la copa.
Miro alarmada cómo recoge el estuche del portátil. No es así como había planeado las cosas.
– Ha sido una buena idea, Lara. -Sonríe y se inclina para darme un beso en la mejilla-. Sin rencores. Sigamos en contacto.
¿Que sigamos en contacto?
– ¡Tomemos otra copa! -Procuro no sonar desesperada-. ¡Una rapidita!
Josh lo piensa un momento y mira el reloj otra vez.
– Está bien, una rápida. ¿Lo mismo?
En cuanto se aleja hacia la barra, le hago señas a Sadie para que deje el taburete que ha ocupado entre dos tipos con tripa cervecera y se acerque.
– ¡Dile que me ama!
– Pero él no te ama -responde, como si estuviera explicándole algo muy sencillo a alguien muy idiota.
– ¡Ya lo creo que me ama! Sólo que le da pánico reconocerlo, incluso ante sí mismo. Pero ya nos has visto. Nos estábamos entendiendo de fábula. Sólo falta un empujoncito en la dirección correcta.. . Por favor, por favor. -La miro suplicante-. Después de todo lo que he hecho por ti. Por favor.. .
Suelta un suspiro exasperado.
– Muy bien.
Un segundo más tarde reaparece junto a Josh, se pega a su oído y empieza a chillar:
– ¡Todavía amas a Lara! ¡Te equivocaste! ¡Todavía la amas!
Él se pone rígido y sacude la cabeza, como tratando de librarse de algún ruido. Se hurga la oreja varias veces, respira hondo y se frota la cara con las manos. Al fin, se vuelve hacia mí desde la barra y me examina. Se lo ve tan aturdido que, si no estuviese muerta de ansiedad, me echaría a reír.
– ¡Todavía amas a Lara! ¡Todavía la amas!
Mientras se acerca con las bebidas y se sienta a mi lado, parece en trance. Le lanzo una mirada agradecida a Sadie y bebo un sorbo de vino, aguardando a que Josh se me declare. Pero él se limita a quedarse todo rígido, con la mirada perdida.
– ¿Te preocupa algo? -le digo en voz baja, para animarlo-. Porque si es así ya sabes que a mí puedes contármelo. Soy una vieja amiga. En mí puedes confiar.
– Lara.. . -musita.
Miro a Sadie, buscando su ayuda. Está a punto de caramelo, está a punto.. .
– ¡Amas a Lara! ¡No te resistas, Josh! ¡La amas!
Él distiende la frente. Inspira hondo. Creo que ya.. .
– Lara.
– ¿Sí, Josh? -Apenas me salen las palabras.
¡Vamos, vamos, vamos!
– Creo que quizá cometí un error. -Traga saliva-. Creo que aún te amo.
Aunque sabía que acabaría diciéndolo, el corazón se me ensancha en una oleada romántica y los ojos se me humedecen.
– Bueno.. . yo todavía te quiero, Josh -le digo con voz temblorosa-. Siempre te he querido.
No estoy segura de si me besa él o lo beso yo, pero de pronto estamos abrazados y nos devoramos el uno al otro. (Vale, creo que lo he besado yo.) Cuando finalmente nos separamos, él parece más alucinado que al principio.
– Bien -dice tras un silencio.
– Bien. -Entrelazo amorosamente los dedos con los suyos-. Menuda sorpresa.
– Oye, tengo ese partido de squash.. . -Mira el reloj-. Debería.. .
– No te preocupes -digo, generosa-. Ve. Ya hablaremos luego.
– De acuerdo. Te envío mi nuevo número.
– Perfecto.
No voy a sacar a colación ahora que fue una reacción muy exagerada de su parte cambiar de número sólo por los cuatro mensajitos que le mandé. Ya hablaremos de eso en otro momento. No hay prisa.
Abre su teléfono, atisbo por encima de su hombro y me quedo boquiabierta.. . ¡Todavía tiene una foto nuestra en la pantalla! Él y yo. De pie en una montaña, con el equipo de esquí, a la puesta de sol. Sólo se distingue nuestra silueta, pero recuerdo ese momento con toda claridad. Habíamos esquiado todo el día y el crepúsculo resultó espectacular. Le pedimos a un alemán que nos sacara una foto y el tipo se pasó media hora explicándole a Josh cómo funcionaban los mandos de su móvil. ¡Y ha conservado aquella fotografía! ¡Todo este tiempo!
– Bonita foto -le digo, como quien no quiere la cosa.
– Sí. -Su rostro parece ablandarse al contemplarla-. Me hace sentir bien siempre que la miro.
– A mí también -digo ahogadamente.
Lo sabía. Lo sabía. Me ama. Sólo necesitaba un empujoncito, un plus de confianza; una voz interior que lo animara a decirlo.
Suena un pitido en mi móvil con el mensaje de Josh y aparece su número en mi pantalla. Suelto un imperceptible suspiro de satisfacción. Ya lo tengo otra vez. ¡Es mío!
Salimos del pub con las manos entrelazadas y nos paramos en la esquina.
– Voy a coger un taxi -dice-. ¿Quieres que.. . ?
Voy a decir: «¡Genial! ¡Lo compartimos!», pero la nueva Lara me detiene: «No te entusiasmes demasiado. Déjalo respirar.»
Meneo la cabeza.
– No, gracias. Voy en la dirección contraria. Te quiero. -Le beso los dedos, uno a uno.
– Te quiero -responde.
Un taxi para y, antes de subir, Josh se inclina para besarme otra vez.
– ¡Adiós! -Agito la mano cuando arranca. Luego me vuelvo y me abrazo a mí misma, mientras suelto un silbido triunfal-. ¡Estamos otra vez juntos! ¡Vuelvo a salir con Josh!
Capítulo 14
Nunca he sabido resistir la tentación de propalar las buenas noticias a los cuatro vientos. Vamos, ¿por qué no alegrarles la vida a los demás? Así que envío mensajes a todos mis amigos contándoles que Josh y yo volvemos a estar juntos. Y también a algunos de sus amigos, por la sencilla razón de que tenía sus números grabados en el móvil. (Y al tipo del Telepizza. Por error, claro, aunque el tipo se alegró por mí.)
– ¡Dios mío, Lara! -estalla Kate nada más entrar-. ¿Te has reconciliado con Josh?
– Ah, ¿has recibido mi mensaje? -respondo como si tal cosa-. Sí, qué guay, ¿no?
– ¡Es alucinante! O sea.. . ¡increíble!
Tampoco hace falta que se muestre tan sorprendida, pero resulta agradable que se alegre. Sadie se ha comportado como una auténtica aguafiestas. No se ha dignado felicitarme y, cada vez que recibía anoche una respuesta de mis amigos, se limitaba a resoplar. Incluso ahora me mira muy seria desde su puesto habitual en lo alto del archivador. Pero me da igual, porque aún me queda por hacer la llamada más importante. Marco el número, me arrellano en mi silla y aguardo ilusionada a que descuelgue papá. (A mamá la pone nerviosa atender el teléfono porque podrían ser secuestradores.. . No me preguntes por qué.)
– Michael Lington.
– Hola, papá. Soy Lara -le digo con el tono despreocupado que llevo ensayando toda la mañana-. He pensado que igual te gustaría saberlo. Josh y yo estamos otra vez juntos.
– ¿Cómo? -dice tras una pausa.
– Sí, nos encontramos ayer por casualidad. Y me dijo que todavía me quería y que había cometido un gran error.
Un nuevo silencio. Debe de estar demasiado alucinado para responder. ¡Ja! ¡Qué gran placer! Quiero disfrutarlo a fondo. Después de tantas semanas soportando que todo el mundo me dijera que me olvidara y pasara a otra cosa, resulta que todos se equivocaban.
– O sea que, por lo visto, tenía yo razón, ¿no? -añado impulsivamente-. Ya te dije que estábamos hechos el uno para el otro. -Le lanzo una mirada a Sadie, para regodearme.
– Lara.. . -No parece tan contento como esperaba. De hecho, para acabar de recibir la noticia de que su hija acaba de reencontrar la felicidad con su amado, suena un poco estresado-. ¿Estás segura de que tú y Josh.. . ?
Jo, cree que me lo he inventado.
– ¡Llámalo si quieres! ¡Pregúntaselo! Nos encontramos por la calle, tomamos una copa, hablamos y me dijo que aún me quiere. Así que volvemos a estar juntos. Como tú y mamá.
– Vaya -suspira-. Es bastante.. . increíble. Una noticia fantástica.
– Ya. -No puedo reprimir una sonrisa satisfecha-. Y demuestra que las relaciones son muy complicadas, y que la gente no debería inmiscuirse y creer que lo sabe todo.
– Cierto -admite débilmente.
Pobre papá. Creo que casi le he provocado un infarto.
– Oye -cambio de tema para animarlo-, el otro día estaba pensando en la historia de nuestra familia. Y me preguntaba si tienes fotografías de la casa de tía Sadie.
– ¿Cómo, cariño? -Le cuesta seguirme.
– La vieja casa familiar que se incendió. En Archbury. Una vez me enseñaste una foto. ¿Todavía la conservas?
– Eso creo. -Suena receloso-. Lara, ¿no estás demasiado obsesionada con tu tía abuela?
– En absoluto. Simplemente, me intereso por mis antepasados. Creí que te gustaría.
– Me encanta, por supuesto. Sólo que.. . me sorprende. Nunca te habías interesado por la historia familiar.
Tiene razón. En Navidad sacó un viejo álbum de fotos y yo me quedé dormida mientras me lo enseñaba. (Añado en mi descargo que había comido varios bombones de licor.)
– Sí, bueno, la gente cambia, ¿no? Y ahora sí estoy interesada. Esa foto es lo único que nos ha quedado de la casa, ¿no?
– Bueno, no del todo -dice-. El escritorio de roble del vestíbulo también procede de aquella casa.
– ¿El del vestíbulo, dices? Creía que se había perdido todo en el incendio.
– Se salvaron algunas cosas. -Ya se ha relajado-. Las guardaron en un almacén y allí quedaron durante años. Nadie decidía hacerse cargo de ellas. Fue Bill quien se ocupó de todo al morir tu abuelo. Por entonces no tenía nada que hacer y yo estaba con los exámenes de contabilidad. ¿Cuesta imaginárselo, no? Pero así es, en esa época Bill era el holgazán. -Suelta una risita y oigo que bebe un sorbo de café-. Tu madre y yo nos casamos aquel mismo año. Y el escritorio de roble fue nuestro primer mueble. Es una pieza modernista maravillosa.
– ¡Vaya!
Me fascina esta historia. He visto mil veces ese escritorio, pero nunca me había preguntado por su procedencia. ¡Quizá era el escritorio de la propia Sadie! ¡Quizá tenía allí sus papeles secretos! Cuando cuelgo, Kate está muy atareada. No puedo mandarla a buscar otro café, pero me muero de ganas de hablar con Sadie.
«¡Oye, Sadie! -tecleo en el ordenador-. ¡No todo se perdió en el incendio! ¡Había algunas cosas en un almacén! A ver si lo adivinas.. . ¡Tenemos un escritorio de tu antigua casa!»
Quizá haya un cajón secreto con todos sus tesoros perdidos, pienso excitada. Y a lo mejor sólo ella sabe abrirlo. Ahora me dará el código cifrado y entonces yo tiraré del cajón, soplando para quitarle el polvo, y dentro habrá.. . algo realmente espectacular. Le hago señas para que mire la pantalla.
– Ya sé que se salvó ese escritorio -me dice tras leer el mensaje, nada impresionada-. Me enviaron una lista por si quería reclamar algo. Una vajilla horrible. Objetos sosísimos de peltre. Muebles espantosos. No me interesaba nada.
«No es un mueble espantoso -escribo, medio enojada-. Es una maravillosa pieza modernista.»
Ella se mete un dedo en la garganta, como si quisiera vomitar.
– Es muy cutre -dice, y se me escapa la risa.
«¿Dónde has aprendido esa palabra?», escribo.
– La he oído por ahí -dice encogiéndose de hombros.
«Bueno, también le he contado a papá lo de Josh», escribo, y miro a ver cómo reacciona. Pero ella pone los ojos en blanco y desaparece.
Muy bien. Como quiera. Me importa un bledo lo que piense. Me repantigo en mi asiento, saco el móvil y abro uno de los mensajes de Josh. Me siento contenta y reconfortada, como si acabara de tomarme una taza de chocolate caliente. Estoy otra vez con Josh y me he reconciliado con el mundo.
Quizá le envíe un mensajito para contarle cuánto se alegra la gente por nosotros.
No, mejor no agobiarlo. Esperaré media hora o así.
Suena el teléfono y me pregunto si será él.
– Un momento, por favor -responde Kate y me mira, inquieta-. Lara, es Janet. De Leonidas Sports. ¿Te la paso?
El chocolate caliente se evapora de mi estómago.
– Sí, vale, ya me pongo. Dame unos segundos. -Cierro los ojos, me mentalizo y luego respondo con mi tono más dinámico y ejecutivo-. Qué tal, Janet. ¿Cómo estás? ¿Has recibido la selección final? -Kate se la envió anoche por correo electrónico. Tendría que haber previsto que iba a llamarme. Y pasar todo el día fuera o simular que me había quedado sin voz-. ¡Espero que estés tan entusiasmada como yo! -añado.
– No, no lo estoy -me dice con su voz más ronca e imperiosa-. Hay una cosa que no entiendo, Lara. ¿Por qué está Clive Hoxton en la lista?
– Ah, Clive -finjo aplomo-. Qué tipo. Qué gran talento.
Bueno, la cosa es así. Ya sé que mi almuerzo con Clive no terminó muy bien, que digamos. Pero es que sería perfecto para el puesto. Y quizá sea capaz de convencerlo antes de la entrevista. Así que lo he puesto igualmente en la lista, añadiendo «provisional» entre paréntesis.
– Clive es un ejecutivo brillante, Janet. -Empiezo a soltarle el rollo de carrerilla-. Tiene experiencia en marketing, es dinámico, está en el momento ideal para hacer un cambio.. .
– Todo eso ya lo sé -me corta en seco-. Pero me lo encontré en una recepción anoche. Me dijo que había dejado bien claro que no está interesado. De hecho, se quedó de piedra al saber que figuraba en la lista.
Joder.
– ¿De veras? -pregunto con tono de sorpresa-. Qué raro. Rarísimo. No es ésa la impresión que yo saqué. A mi modo de ver, tuvimos una charla fantástica y él se mostró entusiasmado.. .
– Me dijo que abandonó vuestra entrevista -me interrumpe, tajante.
– Bueno.. . se marchó, sí. -Carraspeo-. Los dos nos marchamos. Así que podría decirse que ambos la abandonamos.. .
– Me dijo que estuviste hablando todo el tiempo por el móvil con otro cliente y que no pensaba volver a hacer negocios contigo.
Me sonrojo hasta la raíz del cabello. Clive Hoxton es un soplón repulsivo.
– Bueno. -Me aclaro la garganta-. Me dejas perpleja. Lo único que puedo decirte es que debemos de haber entendido las cosas de una manera distinta.. .
– ¿Qué me dices de este Nigel Rivers? -Janet prosigue sin más-. ¿Es el tipo con caspa? ¿No se había presentado ya otra vez?
– Ha mejorado mucho. Ahora usa Head amp; Shoulders.
– ¿Sabes que nuestro servicio médico tiene principios muy estrictos respecto a la higiene personal?
– Eh.. . no lo sabía, Janet. Lo anoto.
– ¿Y qué hay de Gavin Mynard?
– Tiene grandes dotes -miento-. Un tipo creativo y con talento que ha pasado injustamente desapercibido. Su currículo no refleja.. . la riqueza de su experiencia.. .
Janet suspira.
– Lara.
Me quedo rígida, temiéndome lo peor. Su tono es inconfundible. Va a despedirme ahora mismo. No puedo permitirlo, no puedo. Estaríamos perdidas.. .
– ¡También tengo otro candidato! -me sorprendo a mí misma.
– ¿Otro? ¿Que no está en la lista, quieres decir?
– Sí, mucho mejor que los demás. De hecho, yo diría que es la persona idónea.
– Bien, ¿y quién es? -dice, suspicaz-. ¿Cómo es que no me has enviado su currículo?
– Porque.. . he de cerrar el acuerdo primero. -Cruzo los dedos con tal fuerza que me hacen daño-. Es superconfidencial. Estamos hablando de un ejecutivo de alto nivel, Janet. Con muchísima experiencia. Créeme, estoy entusiasmada.
– ¡Necesito su nombre! -ladra-. ¡Su currículo! Todo esto es muy poco profesional, Lara. Nuestra reunión interna es el jueves. ¿Puedo hablar con Natalie, por favor?
– ¡No! -exclamo aterrorizada-. Eh.. . el jueves sin falta. Tendrás toda la información el jueves. Te lo prometo. Y sólo te digo que vas a quedarte patidifusa cuando veas el nivel de este candidato. Janet, he de irme corriendo, ha sido un placer.. . -Y cuelgo con el corazón desbocado.
Mierda. ¡Mierda! ¿Qué voy a hacer ahora?
– ¡Hala! -Kate me mira con ojos brillantes-. Lara, eres un auténtico crack. ¡Sabía que lo conseguirías! ¿Quién es ese candidato tan espectacular?
– ¡No existe! -digo desesperada-. ¡Hemos de encontrarlo!
– Vale. -Kate recorre con la vista el despacho, como si pudiera haber un alto ejecutivo de marketing escondido en un archivador-. Eh.. . ¿dónde?
– ¡No lo sé! -Me meso el pelo-. No hay ninguno.
A mi móvil llega un mensaje y lo cojo con la loca esperanza de que sea un ejecutivo de primera interesado en algún puesto libre en el sector de material deportivo. O Josh, pidiéndome que me case con él. O papá, diciéndome que se da cuenta de que tenía razón y excusándose por haber dudado de mí. O incluso Diamanté, anunciándome que ella no necesita para nada ese viejo collar de la libélula y me lo mandará con un mensajero.
Pero no es ninguno de ellos. Es Natalie.
¡Hola, cielo! Estoy haciendo yoga en la playa. Hace un tiempo divino aquí. Te he mandado una foto, mira qué vista. Alucinante, ¿no? Besos. Natalie. P.D.: ¿Todo bien en la oficina?
Me dan ganas de tirar el móvil por la ventana.
Cuando dan las siete, me duele el cuello y tengo los ojos enrojecidos. He elaborado una nueva lista de emergencia valiéndome de números atrasados de Business People, Internet y un ejemplar de Marketing Week que Kate ha ido a comprar. Pero ninguno de estos candidatos se pondrá al teléfono, y menos aún querrá hablar de un trabajo o aceptará que lo incluya precipitadamente en la selección final. Me quedan cuarenta y ocho horas. Tendré que inventarme un director de marketing. O hacerme pasarme por uno.
La única noticia positiva es que en el súper tenían un Pinot Grigio a mitad de precio.
En cuanto llego a casa, pongo la tele y empiezo a beber la botella a buen ritmo. Al comenzar el capítulo de EastEnders me he tomado la mitad, la habitación se mece y mis problemas parecen alejarse agradablemente.
Al fin y al cabo, qué quieres que te diga: lo único que importa es el amor, ¿no?
Hay que poner las cosas en perspectiva. Situarlas en su debida dimensión. El amor es lo esencial. No el trabajo. Ni los directores de marketing. Ni las terroríficas conversaciones con Janet Grady. Mientras me aferré a esta idea, todo irá bien.
Tengo el móvil en el regazo y de vez en cuando releo los mensajes de texto. A lo largo del día le he mandado varios a Josh para mantener la moral alta. ¡Y él me ha respondido dos veces! Textos breves, pero aun así.. . Está en una aburrida convención de trabajo en Milton Keynes y me ha dicho que se muere de ganas de volver a casa.