Текст книги "Una chica años veinte"
Автор книги: Sophie Kinsella
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– No lo sé. No sé qué le ha ocurrido. Podría estar en cualquier parte. Quiero decir, normalmente hablamos todos los días, pero ahora nada, silencio total. -Empiezan a resbalarme lágrimas por las mejillas.
– ¡Ay, Lara! -Kate está casi tan compungida como yo-. Y encima todo esto de Natalie. ¿Josh no puede echarte una mano? ¿La conoce? Él siempre te ha apoyado.. .
– Ya no estoy con Josh -admito con un sollozo-. ¡Hemos roto!
– ¿Que habéis roto? -Da un gritito-. Dios mío, no tenía ni idea. Debes de estar hecha polvo.
– No ha sido mi mejor semana, la verdad. -Me seco los ojos-. Ni mi mejor día.
– Has hecho bien dejando a Natalie -susurra-. ¿Y sabes qué? Todo el mundo querrá hacer negocios contigo. Te adoran. ¡A ella no la soportan!
– Gracias. -Intento sonreír.
Llega el ascensor y Kate me sujeta la puerta mientras meto la caja dentro.
– ¿No hay ningún sitio donde puedas buscar a tu pariente? -Me mira angustiada-. ¿Algún modo de localizarla?
– No lo sé. -Me encojo de hombros, abatida-. Ella sabe dónde encontrarme y cómo ponerse en contacto conmigo.. .
– Quizá lo que quiere es que tú des el primer paso, ¿no? Si se siente herida, quizá esté esperando que seas tú la que se ponga en contacto con ella. Es sólo una idea -añade mientras se cierran las puertas-. No pretendo entrometerme.. .
El ascensor empieza a descender entre chirridos y yo me quedo mirando el asqueroso tapizado de las paredes, repentinamente paralizada. Kate es genial, acierta de pleno. Sadie es tan orgullosa que nunca dará el primer paso. Debe de estar esperando en alguna parte, aguardando a que yo vaya a disculparme y hacer las paces. Sí, pero ¿dónde?
Después de una eternidad, el ascensor llega a la planta baja, pero yo no me muevo del sitio, a pesar de que el peso de la caja empieza a abrumarme. He dejado mi trabajo y no sé cuál será mi futuro. Es como si hubiera tirado toda mi vida a la trituradora en el modo «destrucción total».
Pero no pienso regodearme en la desgracia. Y tampoco llorar y lamentarme. Casi puedo oír a Sadie: «Cariño, cuando las cosas se tuercen en la vida, alza la barbilla, despliega tu sonrisa más encantadora y prepárate un cóctel.. . »
– ¡Al ataque! -le digo a mi reflejo en el espejo mugriento justo cuando Sanjeev, el portero, entra en el ascensor.
– Perdón -dice.
Despliego mi sonrisa más encantadora (o eso espero, vaya, que sea encantadora, no desquiciada).
– Adiós, Sanjeev. Me marcho. Encantada de conocerle.
– Ah -dice sorprendido-. En fin, buena suerte. ¿Qué piensa hacer ahora?
Ni siquiera hago una pausa para pensarlo.
– Voy a trabajar de cazafantasmas.
– ¿Cazafantasmas? -Me mira perplejo-. ¿Eso es como.. . cazatalentos?
– Más o menos. -Sonrío otra vez y me alejo.
Capítulo 21
¿Dónde estará? ¿Dónde demonios estará?
Esto ya empieza a pasar de castaño oscuro. Llevo días buscando. He recorrido todas las tiendas de época que conozco, susurrando «¿Sadie?» entre los colgadores. He llamado a todas las puertas del edificio y gritado desde el umbral «¡Estoy buscando a mi amiga Sadie!» lo bastante alto para que pudiera oírme. He ido al club Flashlight y he husmeado entre la gente que bailaba en la pista. Pero ni rastro.
Ayer me presenté en casa de Edna aduciendo que se me había perdido el gato y acabamos recorriendo la casa y llamando: «¿Sadie? ¡Gatita, gatita!» Pero no dio resultado. Edna estuvo encantadora y prometió que me llamaría si veía algún gato extraviado por el barrio. Lo cual no es que me sirva de mucho, que digamos.
Buscar fantasmas perdidos es una auténtica lata, la verdad. Nadie los ve. No puedes pegar una foto en un árbol: «Desaparecido fantasma de ojos verdes. Responde por Sadie.» Tampoco puedes andar preguntando a todo el mundo: «¿No ha visto a mi amiga fantasma? Viste en plan años veinte y tiene una voz chillona, ¿le suena?»
Ahora mismo estoy en la Filmoteca. Proyectan un clásico en blanco y negro y, desde la última fila, atisbo las cabezas de los espectadores. Pero es inútil. ¿Cómo voy a ver algo en medio de esta oscuridad?
Me deslizo casi a gachas por el pasillo, mirando a izquierda y derecha los perfiles apenas iluminados.
– ¿Sadie? -cuchicheo.
– ¡Chist!
– ¿Sadie, estás ahí? -susurro-. ¿Sadie?
– ¡Silencio!
Ay, Dios, así no funciona. Sólo me queda una salida. Armándome de valor, me incorporo, inspiro hondo y grito con todas mis fuerzas:
– ¡Sadie! ¡Soy Lara!
– ¡Chissssst!
– ¡Levanta la mano si me oyes! Ya sé que estás enfadada, y lo siento mucho, pero quiero que volvamos a ser amigas.. .
– ¡Silencio! ¡Cállate de una vez! -Hay una oleada de manos levantadas y cabezas vueltas y exclamaciones de protesta, pero Sadie no responde.
– Disculpe. -Ha aparecido un acomodador-. Voy a tener que pedirle que abandone la sala.
– Está bien, perdone. Ya me voy. -Lo sigo por el pasillo hacia la salida, pero me vuelvo de repente para hacer un último intento-. ¿Sadie? ¡Sadie!
– ¡Guarde silencio, por favor! Esto es una sala de cine.
Escruto aún la oscuridad, pero no veo sus brazos esbeltos y pálidos, ni oigo el tintineo de sus collares, ni distingo unas plumas oscilantes por encima de las cabezas.
El acomodador me acompaña hasta la puerta, soltándome advertencias y sermones durante todo el trayecto. Me deja en la acera y yo me siento como un perro expulsado a patadas.
Desanimada, me pongo la chaqueta y echo a andar arrastrando los pies. Tomaré un café para recobrarme un poco. A decir verdad, casi se me han agotado las ideas. Al dirigirme hacia el río, diviso el London Eye, que se eleva en el cielo y sigue girando airosamente, como si nada. Desvío la mirada con tristeza. No quiero ver el London Eye. No quiero que me recuerde aquel día. Sólo a mí se me ocurre tener un recuerdo tan amargo en una de las atracciones más destacadas de Londres. ¿No podría haber escogido al menos un sitio más apartado que ahora pudiese evitar?
Entro en un café, pido un capuchino doble y me desplomo en una silla. Esta búsqueda está acabando conmigo. La adrenalina que me impulsaba al principio se me ha agotado. ¿Y si nunca llego a encontrarla?
Pero no puedo permitirme ningún derrotismo. Debo continuar. En parte porque me niego a aceptar la derrota, en parte porque cuanto más tiempo pasa desde la desaparición de Sadie, más preocupada estoy por ella, y en parte también, en honor a la verdad, porque me aferró a esta búsqueda como a un clavo ardiendo. Mientras trato de encontrarla, es como si todo lo demás quedase en espera. No he de pensar en qué-hago-ahora-con-mi-carrera. Ni en qué-les-digo-a-mis padres. Ni en cómo-he-podido-ser-tan-estúpida-con-Josh.
Sin contar lo de Ed, que me atormenta cada vez que me viene a la cabeza. Así que mejor no pensarlo. Me centro únicamente en Sadie, mi Santo Grial. Ya sé que es absurdo, pero tengo la sensación de que, si logro localizarla, todo lo demás se arreglará por sí solo.
Despliego, pues, mi lista de Ideas para Encontrar a Sadie, aunque la mayoría ya están tachadas. La visita al cine era la más prometedora. Las únicas que me quedan son «probar en otras salas de baile» y «residencia de ancianos».
Considero esta última posibilidad mientras me tomo el café. Sadie no volvería a ese lugar, seguro. Lo detestaba. Ni siquiera quiso entrar la anterior vez. ¿Por qué habría de estar allí ahora?
Aunque por probar no se pierde nada.
Poco me ha faltado para disfrazarme antes de llegar a la residencia Fairside. Me he ido poniendo nerviosa por momentos. O sea, resulta que aquí está la chica que acusó al personal de asesinato, presentándose una vez más como si nada.
¿Sabrán que fui yo? Sigo preguntándomelo mientras llamo. ¿Les habrá dicho la policía: «Fue Lara Lington quien mancilló vuestro buen nombre»? De ser así, voy a pasarlas canutas. Se me echará encima una manada de enfermeras enfurecidas y me patearán con sus zuecos, mientras los ancianos me atizan con los andadores. Me lo tendré bien merecido.
Pero cuando Ginny abre la puerta no muestra ningún indicio de reconocer a la farsante. Al contrario, en su rostro se dibuja una cálida sonrisa y yo, como es natural, me siento más culpable que nunca.
– ¡Lara! ¡Qué sorpresa! ¿Te ayudo a llevar todo esto?
Vengo cargada con varias cajas y un gran ramo de flores, que casi se me escurre de las manos.
– Gracias -le digo, tendiéndole una caja-. Traigo bombones para todo el mundo.
– ¡Cielos!
– Y también estas flores para el personal.. . -La sigo por el vestíbulo perfumado con cera de abeja y dejo el ramo en una mesa-. Sólo quería darles las gracias a todos por haber cuidado tan bien de mi tía abuela. -Y no por asesinarla, me gustaría añadir. Nunca se me pasó semejante idea por la cabeza.
– ¡Qué amable! ¡Todo el mundo se sentirá conmovido!
– Bueno -digo torpemente-. Mi familia está muy agradecida y lamenta no haberla visitado.. . más a menudo. -O sea, nunca.
Mientras Ginny abre los bombones, soltando exclamaciones de placer, me acerco subrepticiamente a las escaleras y miro por el hueco.
– ¿Sadie? -susurro-. ¿Estás ahí? -Oteo el descansillo.
– ¿Y esto qué es? -Ginny observa la otra caja-. ¿Más bombones?
– No. Son CD y DVD para los residentes.
La abro y saco los CD: Melodías de charlestón, Grandes éxitos de Fred Astaire, 1920-1940.
– He pensado que tal vez les gustaría escuchar la música que bailaban en su juventud -digo tímidamente-. Sobre todo a los más ancianos. Quizá les levante el ánimo.
– ¡Qué detalle, Lara! ¡Vamos a poner uno ahora mismo!
Me conduce hasta la sala de estar, llena de ancianos sentados en sillas y sofás. En el televisor tienen a todo volumen un programa de entrevistas. Busco con la mirada entre las cabezas blancas.
– ¿Sadie? -cuchicheo-. Sadie, ¿estás aquí?
No hay respuesta. Tendría que haber sabido que era una idea absurda. Será mejor que me vaya.
– ¡Allá vamos! -dice Ginny, incorporándose, tras meter un CD en la ranura.
Apaga el televisor y las dos permanecemos inmóviles, esperando la música. Y entonces empieza a sonar. Una orquesta chirriante de los años veinte, interpretando una desenfadada melodía de jazz. No se oye demasiado y, al cabo de un momento, Ginny pone el volumen a tope.
En la otra punta de la sala, un anciano sentado bajo una manta a cuadros escoceses, y con una bombona de oxígeno al lado, vuelve la cabeza. Poco a poco, todas las caras se van iluminando. Alguien empieza a tararear la melodía con voz temblorosa. Una mujer sigue el ritmo con la mano mientras su rostro se transfigura de placer.
– ¡Les encanta! -dice Ginny-. ¡Qué gran idea! ¡Lástima que no se nos haya ocurrido antes!
Se me hace un nudo en la garganta mientras los contemplo. Todos son Sadie por dentro, ¿no? Todos siguen viviendo en la veintena. El pelo blanco y las arrugas son sólo la superficie. El anciano de la bombona de oxígeno fue seguramente un galán de lo más elegante. Y esa mujer de ojos legañosos y mirada perdida tal vez fue una joven picara que no paraba de hacerles travesuras a sus amigos. Eran todos jóvenes: con sus amores, sus aventuras y sus fiestas, y con una vida interminable por delante.. .
Y entonces, mientras sigo mirando, ocurre algo muy raro. Es como si pudiera verlos tal como eran. Sus figuras jóvenes y vibrantes se desprenden de sus cuerpos, se sacuden la vejez y empiezan a bailar a un ritmo endiablado, alzando alegremente los talones, y tienen otra vez el pelo oscuro y los miembros ágiles. Se ríen, se cogen de las manos y echan la cabeza atrás, deleitándose con la música.. .
Parpadeo. La visión se ha desvanecido. Veo de nuevo la sala llena de ancianos inmóviles.
Le lanzo una mirada a Ginny, pero ella sigue sonriendo y tarareando la melodía (algo desafinada).
El CD continúa sonando y sus ecos deben de llegar a todos los rincones de la residencia. Sadie no puede estar aquí. Ya habría venido a ver qué pasaba. Otra posibilidad tachada.
– ¡Ya sé lo que quería preguntarte! -dice Ginny de repente-. ¿Encontraste el collar de Sadie?
El collar. En cierto modo, con Sadie desaparecida, ese asunto parece haber quedado muy lejos.
– No, no lo encontré. -Intento sonreír-. Una chica que está en París iba a enviármelo.. . Aún no he perdido la esperanza.
– ¡Pues crucemos los dedos!
– ¡Eso, ya los he cruzado! En fin, será mejor que me vaya. Sólo venía a saludar.
– Ha sido un placer volver a verte. Te acompaño.
Mientras cruzamos el vestíbulo, conservo en la retina la imagen de los ancianos, jóvenes y felices, bailando alegres. No puedo quitármela de la cabeza.
– Ginny -le pregunto impulsivamente cuando abre la puerta principal-. Tú debes de haber visto morir a muchos ancianos.
– Sí -admite con tono prosaico-. Es uno de los peajes de este trabajo.
– ¿Y tú crees.. . ? -Toso, azorada-. ¿Crees en la otra vida? ¿Que hay espíritus que vuelven y todo eso?
Antes de que responda, mi móvil suena de un modo estridente. Ginny me indica con un gesto que atienda.
Lo saco y miro la pantalla: es mi padre.
Oh, Dios. ¿Por qué me llamará? Claro, se habrá enterado de que he dejado el trabajo. Estará de los nervios y querrá saber qué planes tengo. Y ni siquiera puedo pasar de la llamada con Ginny mirándome.
– Hola, papá -le digo deprisa-. Me pillas en medio de una conversación. ¿Puedo ponerte en espera un minuto?
Pulso una tecla y levanto otra vez la vista.
– Lo que me preguntas -dice Ginny con una sonrisa– es si creo en fantasmas, ¿no?
– Eh.. . sí, supongo.
– ¿Hablando en serio? No, no creo. Me parece que está todo en nuestra mente. Son cosas que la gente quiere creer. Pero entiendo que sea un consuelo para quienes han perdido a sus seres queridos.
– Ya -asiento, asimilando sus palabras-. Bueno.. . adiós. Y gracias.
Se cierra la puerta y recorro la mitad del sendero antes de acordarme de papá. Cojo el teléfono.
– ¡Hola, papá! ¡Perdona por la espera!
– No, cariño. No me gusta molestarte en el trabajo.
¿En el trabajo? Entonces no sabe nada.
– ¡Claro! -digo, cruzando los dedos-. Desde luego. -Suelto una risita-. Aunque ahora mismo no estoy en el despacho.. .
– Quizá sea el momento apropiado entonces. -Titubea-. Ya sé que te sonará raro, pero he de hablar contigo de algo bastante importante. ¿Podemos vernos?
Capítulo 22
Esto es muy raro. No entiendo qué pasa.
Hemos quedado en encontrarnos en el Lingtons Café de Oxford Street, porque resulta céntrico y los dos lo conocemos. Y también porque, siempre que quedamos, papá propone Lingtons. Se mantiene fiel al tío Bill y, además, tiene la tarjeta Oro VIP de Lingtons, con la que puedes tomar café y comida gratis a cualquier hora y en cualquier local de la cadena. (Yo no; yo sólo tengo la tarjeta Amigos y Familia, con un cincuenta por ciento de descuento. Y no me quejo, que conste.)
Al llegar a la fachada de color blanco y chocolate me siento bastante atemorizada. Quizá papá tenga que darme una mala noticia. Como que mamá está enferma. O él.
E incluso si no es así, ¿qué voy a decirle de mi ruptura con Natalie? ¿Cómo reaccionará cuando comprenda que la loca de su hija ha invertido un montón de dinero en una empresa para retirarse a las primeras de cambio? Sólo de pensar en la expresión de disgusto que se le va a quedar (una vez más) me estremezco de pies a cabeza. Va a ser un golpe un tremendo. No puedo contárselo. Todavía no, no hasta que tenga un plan de acción.
Abro la puerta y aspiro el aroma a café, canela y cruasanes recién hechos. Las lujosas sillas de terciopelo marrón y las mesas relucientes son las mismas que hay en todos los locales de la cadena. El tío Bill sonríe feliz desde un póster descomunal colgado detrás de la barra. Hay un expositor con tazas, jarras de café y molinillos, todos con los colores distintivos blanco y chocolate. (Al parecer, nadie más tiene permitido usar ese matiz de marrón. Es propiedad de tío Bill.)
– ¡Lara! -Papá me saluda desde la cabecera de la cola-. ¡Justo a tiempo! ¿Qué quieres?
Parece contento. Quizá no esté enfermo.
– Hola -digo, dándole un abrazo-. Tomaré un lingtonccino y un sándwich de atún y queso.
En Lingtons no puedes pedir un capuchino. Tiene que ser un lingtonccino.
Papá hace el pedido y saca su tarjeta Oro VIP.
– ¿Qué es esto? -dice el tipo de la caja, con suspicacia-. Nunca he visto una igual.
– Pruebe a pasarla -dice papá con educación.
– Vaya. -El tipo contempla la pantalla con asombro y levanta la vista-. Es gratis.
– Siempre me siento un poco culpable al usar la tarjeta -me confiesa papá mientras recogemos la bandeja y buscamos una mesa-. Estoy privando al pobre Bill de sus legítimos beneficios.
¿Al pobre Bill? Me conmueve. Papá es demasiado bueno. Piensa en todo el mundo menos en sí mismo.
– Me parece que puede permitírselo. -Echo un vistazo irónico a la cara del tío Bill impresa en mi taza.
– Seguramente. -Sonríe y se fija en mis tejanos-. Vas vestida de un modo muy informal. ¿Es la nueva política del despacho?
Joder. No había pensado en eso.
– Es que.. . vengo de un seminario -improviso-. Y pidieron ropa informal. Era un juego de roles, ese tipo de cosas, ya sabes.
– ¡Fantástico! -dice, con un tono tan animoso que me arden las mejillas de remordimiento. Él abre la bolsita de azúcar, la vacía en el café y lo remueve-. Lara, quiero hacerte una pregunta.
– Muy bien -asiento, muy seria.
– ¿Cómo va tu empresa? De verdad.
Ay, Dios. De los millones de preguntas que podría haberme hecho, tenía que ser precisamente ésta.
– Bueno, en fin. Va.. . bien. -Me sale un gallo-. Todo bien. Tenemos algunos clientes importantes, hemos hecho hace poco una operación con Macrosant, Natalie ya ha vuelto.. .
– ¿Cómo que ha vuelto? ¿Es que ha estado fuera?
Mentirles a tus padres es muy sencillo, pero tienes que acordarte de qué mentiras les has contado.
– Sólo unos días. -Me esfuerzo por sonreír-. Nada importante.
– Pero ¿tú crees que tomaste la decisión acertada? -Da la impresión de que le preocupa de verdad-. ¿Te lo pasas bien?
– Sí -murmuro-. Me lo paso bien.
– ¿Te parece que la empresa tiene futuro?
– Sí. Un gran futuro. -Miro fijamente la mesa. Además, mentirles a tus padres tiene esta pega: que a veces desearías no haberlo hecho. A veces te entran ganas de deshacerte en lágrimas y gritar: «¡Papá, me ha salido todo fatal! ¿Qué voy a hacer?»-. Bueno, ¿de qué querías hablarme? -le digo, para cambiar de tema.
– No importa. -Me dedica una mirada cariñosa-. Ya has respondido a mi pregunta. Tu empresa va bien y tú estás satisfecha. Es lo que quería saber.
– ¿Qué quieres decir?
Él sonríe y menea la cabeza.
– Ha salido una oportunidad que quería comentar contigo. Pero no quiero perjudicar tu empresa ni poner palos en las ruedas. Estás haciendo lo que te apetece y te va bien así. No necesitas una oferta de trabajo.
¿Una oferta?
Se me acelera el corazón.
– ¿Por qué no me lo cuentas? -Procuro parecer despreocupada-. Por si acaso.
– Cariño. -Se ríe-. Conmigo no tienes que quedar bien.
– No es eso. Quiero saber de qué se trata.
– Lara, yo me siento orgulloso de lo que has conseguido -dice con ternura-. Y esto implicaría dejarlo todo. No vale la pena.
– ¡Quién sabe! ¡Cuéntame! -Sueno demasiado desesperada. Intento frenarme y simular un moderado interés-. Quiero decir, tampoco se pierde nada por comentarlo.
– Quizá tengas razón. -Bebe un sorbo de café y me mira a los ojos-. Bill me llamó ayer. Toda una sorpresa.
– ¿El tío Bill? -Me quedo de piedra.
– Dijo que habías ido a verlo hace poco a su casa.
– Ah. -Carraspeo-. Sí, me pasé un momento para charlar. Iba a contártelo.. .
– Bueno, pues se quedó impresionado. A ver si recuerdo ahora cómo te describió.. . -dice con esa sonrisa torcida que le sale cuando algo le divierte-. ¡Ah, sí! «Tenaz», dijo. En fin, el resultado es.. . esto.
Saca un sobre del bolsillo y lo desliza por encima de la mesa. Lo abro, intrigada. Contiene una carta con el membrete de Lingtons. Me ofrecen un puesto de jornada completa en el departamento de recursos humanos. Con un sueldo de seis cifras.
Me mareo levemente y levanto la vista. Papá tiene una expresión resplandeciente. A pesar de su actitud sosegada, es evidente que está contentísimo.
– Bill me leyó por teléfono la propuesta antes de mandármela con un mensajero. Impresiona, ¿verdad?
– No lo entiendo. -Me froto la frente, confusa-. ¿Por qué te envió a ti la carta? ¿Por qué no a mí directamente?
– Pensó que sería un detalle bonito.
– Ya.
– ¡Sonríe, cariño! -Se echa a reír-. Tanto si lo aceptas como si no, es todo un cumplido.
– Ya -repito, pero no logro sonreír. Hay algo que no me gusta.
– Es un reconocimiento excepcional. Al fin y al cabo, Bill no nos debe nada. Lo ha hecho sólo porque valora tu talento y tu buen corazón.
Vale, eso es lo que no me gusta: que papá se lo haya tragado. No creo que tío Bill valore mi talento ni mi buen corazón.
Miro otra vez la cifra, negro sobre blanco. Las sospechas me asaltan como un ejército de arañas.
Quiere sobornarme.
Bueno, quizá eso sea exagerar. Pero está tratando de congraciarse conmigo. Desde que le hablé del collar de Sadie he conseguido sacarlo de quicio. Lo detecté en sus ojos: una conmoción. Una alarma total.
Y ahora, sin más, me hace un ofertón.
– Pero no quiero que te dejes influir -prosigue papá-. Tu madre y yo estamos muy orgullosos de ti, Lara, y si quieres continuar con tu empresa, te apoyaremos al cien por cien. La elección está en tus manos. No te sientas presionada en ningún sentido.
Dice todo lo que debe decir, pero la esperanza destella en sus ojos, aunque trate de ocultarlo. Le encantaría que tuviera un puesto estable en una gran multinacional. Y no en una cualquiera, sino en la de la familia.
Y el tío Bill lo sabe. ¿Por qué, si no, habría enviado la carta a través de papá? Pretende manipularnos a los dos.
– Creo que Bill se sentía mal por haberte rechazado en el funeral -me dice-. Le ha impresionado tu persistencia. ¡Y a mí también! No tenía ni idea de que pensabas ir a pedírselo otra vez.
– Pero ¡yo no le hablé de trabajo! Fui a preguntarle por.. . -Me detengo. No puedo hablar del collar. Ni de Sadie. No puedo.
– A decir verdad -añade, bajando la voz e inclinándose sobre la mesa-, creo que Bill tiene problemas con Diamanté. Se arrepiente de haberla criado con tantos lujos. Tuvimos una charla bastante sincera, ¿y sabes qué me dijo? -Su rostro rebosa satisfacción-. Que ve en ti al tipo de joven emprendedora que debería servir de modelo para Diamanté.
«¡Eso no lo piensa ni loco! -me gustaría gritar-. ¡No tienes ni idea de lo que pasa! ¡Sólo quiere que deje de buscar el collar!»
Me cubro la cara con las manos. ¡Es una historia tan disparatada! ¡Suena tan increíble! Y ahora, tras el collar, también ha desaparecido Sadie, y ya no sé qué pensar ni qué hacer.
– ¡Lara! -exclama papá-. ¡Cariño! ¿Estás bien?
– Perfectamente. -Alzo la cabeza-. Perdona. Es que todo esto resulta un poco abrumador.
– La culpa es mía -dice, ya sin sonreír-. Te he desconcertado. No debería habértelo dicho. Tu empresa va tan bien.. .
Oh, Dios. No puedo continuar con esta farsa.
– Papá -lo interrumpo-, la empresa no va bien.
– ¿Cómo?
– Nada bien. Te he mentido. No quería contártelo. -Estrujo la bolsita de azúcar sin mirarlo-. La verdad es que.. . es un desastre. Natalie me dejó en la estacada, tuvimos una bronca tremenda y decidí abandonarla. Y además.. . he roto otra vez con Josh. Definitivamente. -Trago saliva y me obligo a decirlo-: Me he dado cuenta de lo equivocada que estaba. Él no me quería. Sólo que yo deseaba desesperadamente que me quisiera.
– Ya veo. -Suena consternado-. Cielos. -Hace una pausa mientras lo asimila todo-. Bueno.. . tal vez esta oferta llegue en el momento oportuno -comenta por fin.
– Quizá -musito, todavía mirando la mesa.
– ¿Qué problema hay? -pregunta suavemente-. Cariño, ¿por qué te resistes tanto? Tú querías trabajar para Bill.
– Ya. Pero.. . es complicado.
– Lara, ¿puedo darte un consejo? -Espera hasta que levanto la vista-. No seas tan dura contigo misma. Relájate. Tal vez no sea tan complicado como crees.
Contemplo su rostro sincero, sus ojos bondadosos. Si le dijera la verdad, no me creería. Pensaría que soy una paranoica delirante o que estoy tomando drogas. O ambas cosas.
– ¿El tío Bill dijo algo de un collar? -le pregunto sin poder contenerme.
– ¿Un collar? -Me mira perplejo-. No. ¿Qué collar?
– Hummm.. . No es nada. -Suspiro y bebo un sorbo de lingtonccino.
Él me mira fijamente. Sonríe, pero está preocupado.
– Cariño, esto es una gran oportunidad. -Señala la carta-. Una ocasión para encarrilar otra vez tu vida. Quizá deberías aceptar sin más. No lo pienses demasiado. No busques problemas que no existen. Aprovecha la ocasión.
No lo comprende. ¿Cómo iba a comprenderlo? Sadie no es un problema inexistente. Existe, es real. Es una persona, es mi amiga y me necesita.. .
«¿Y dónde está? -dice súbitamente una voz en mi cabeza-. Si de verdad existe, ¿dónde está?»
Doy un respingo. ¿De dónde sale esa voz? No puedo estar dudando ahora.. . No puedo estar pensando que.. .
Siento un pavor repentino. ¡Claro que Sadie es real! ¡Claro que sí! ¡No seas absurda! ¡Deja de pensar así!
Pero ahora resuena en mi interior la voz de Ginny. «Me parece que está todo en nuestra mente. Son cosas que la gente quiere creer.»
No. Ni hablar. O sea.. . no.
Medio mareada, bebo un sorbo y echo una mirada al local, como para anclarme en la realidad. Lingtons es real. Papá es real. La oferta de mi tío es real. Y Sadie es real. Sé que lo es. Vamos, la he visto y oído. Hemos hablado. ¡Hemos bailado juntas, por el amor de Dios!
Y, en cualquier caso, ¿cómo podría habérmela inventado? ¿Cómo habría llegado a saber lo que sé de ella? ¿Cómo habría descubierto la existencia del collar? Nunca la había visto.
– Papá. -Abro los ojos bruscamente-. Nunca fuimos a ver a la tía Sadie, ¿verdad? Excepto aquella vez cuando yo era un bebé.
– En realidad, no es exactamente así. -Me dirige una mirada cautelosa-. Tu madre y yo estuvimos hablándolo después del funeral y recordamos que te llevamos una vez a verla cuando tenías seis años.
– Seis. -Trago saliva-. Y ella.. . ¿llevaba un collar?
– Quizá sí. -Se encoge de hombros.
La conocí a los seis años. Podría haber visto el collar entonces. Podría haberlo recordado sin ser consciente de que estaba recordando.
Mis pensamientos parecen despeñarse bruscamente. Siento una sensación de vacío. Es como si todo se estuviera poniendo del revés. Por primera vez, atisbo otra realidad posible.
Podría ser que me hubiese inventado toda esta historia. Era lo que yo deseaba. Me sentía tan culpable por no haberla conocido que me la inventé en mi inconsciente. En realidad, eso fue lo que pensé la primera vez. Que era una alucinación.
– ¿Lara? -Papá me mira fijamente-. ¿Estás bien, cariño?
Intento devolverle la sonrisa, pero estoy demasiado abstraída. Hay dos voces enfrentadas en mi cabeza. La primera grita: «¡Sadie es real, lo sabes perfectamente! ¡Está en alguna parte! ¡Es tu amiga, se siente herida y debes encontrarla!» La segunda salmodia con calma: «Ella no existe. Nunca ha existido. Ya has perdido bastante tiempo. Vuelve a tu vida.»
Respiro jadeante, esperando que mis pensamientos se equilibren y mis instintos se aplaquen. Pero no sé qué pensar. Ya no me fío de mí misma. Quizá sí esté loca de verdad.
– Papá, ¿tú crees que estoy loca? -le suelto, desesperada-. Hablo en serio. ¿Debería consultar a alguien?
Él suelta una carcajada.
– ¡No, cariño! ¡Claro que no! -Deja la taza y se inclina sobre la mesa-. Creo que te dejas llevar por la intensidad de tus emociones y a veces de tu imaginación. Eso te viene de tu madre. Y algunas veces te sobrepasan. Pero no estás loca. O no más que ella, en todo caso.
– Está bien. -Trago saliva.
No es un gran consuelo, la verdad.
Con dedos temblorosos, cojo otra vez la carta del tío Bill y la leo de cabo a rabo. Mirándola con objetividad, no hay nada siniestro en ella. Nada objetable. Se trata sólo de un tío rico que quiere echarle una mano a su sobrina. Podría aceptar. Sería Lara Lington de Lingtons Café, con un prometedor futuro: sueldo, coche, perspectivas de ascenso. Todo el mundo contento. Sería muy fácil. Mis recuerdos de Sadie se desvanecerían poco a poco. Mi vida resultaría normal.
Sería la mar de fácil.
– Hace tiempo que no vienes a casa -dice papá con dulzura-. ¿Por qué no pasas con nosotros el fin de semana? A mamá le encantaría verte.
– Sí -digo tras una pausa-, buena idea. Hace siglos que no voy.
– Te levantará el ánimo. -Me dirige su entrañable sonrisa torcida-. Si tu vida se encuentra en una encrucijada y necesitas pensar, nada mejor que tu hogar. Por muy mayor que seas.
– «Nada como en casita» -murmuro con una débil sonrisa-. Eso decía Dorothy en El mago de Oz.
– Tenía razón. Y ahora come -añade, señalando el sándwich de atún y queso. Pero yo sólo lo escucho a medias.
Hogar.
La palabra me resuena por dentro. No se me había ocurrido.
Podría haber vuelto a su hogar.
Al sitio donde antiguamente estaba su casa. Al fin y al cabo, es el escenario de sus primeros recuerdos. Y de su gran amor. Se negó a regresar en vida, pero.. . ¿y si se ha ablandado? ¿Y si está allí ahora mismo?
Remuevo mi lingtonccino obsesivamente. Lo más sano y sensato sería borrar cualquier idea relacionada con ella: aceptar la oferta de mi tío y comprar una botella de champán para celebrarlo con mamá y papá. Eso ya lo sé. Pero no puedo. En el fondo, no puedo creer que Sadie no sea real. He ido tan lejos, me he esforzado tanto en encontrarla, que tengo que hacer un último intento.
Si no está allí, aceptaré el trabajo y me daré por vencida. Definitivamente.
– Bueno. -Papá se limpia con una servilleta de color chocolate-. Te veo algo más animada. -Señala la carta con un gesto-. ¿Has decidido ya por dónde tirar?
– Sí -asiento-. He de ir a la estación de Saint Paneras.