Текст книги "Una chica años veinte"
Автор книги: Sophie Kinsella
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¡Lo cual significa que se muere de ganas de verme!
Estoy sopesando si mandarle otro mensajito simpático para preguntarle qué hace, cuando levanto la vista y veo a Sadie en la repisa de la chimenea, con un vestido de gasa gris claro.
– Ah, hola -le digo-. ¿Dónde estabas?
– En el cinematógrafo. Me he tragado dos películas. -Me lanza una mirada acusadora-. Me quedo muy sola durante el día, ¿sabes? Estás tan obsesionada con tu trabajo.. .
Ella también estaría obsesionada si tuviese detrás a Janet.
– Bueno, lamento tener que ganarme la vida -replico con sarcasmo-. Lamento no ser una dama ociosa y no poder ver ni una sola película en todo el día.. .
– ¿Has encontrado el collar? -me corta-. ¿Has hecho algo más al respecto?
– No, Sadie. No he hecho nada. Resulta que hoy he tenido que resolver otros problemillas.
Aguardo a que me pregunte cuáles, pero ella se limita a encogerse de hombros. ¿Es que ni siquiera va a interesarse por lo que ha pasado? ¿No va a compadecerme? Pues vaya un ángel de la guarda.. .
– Josh me ha enviado varios mensajes, ¿no es maravilloso? -añado para picarla. Ella deja de tararear en seco.
– No tiene nada de maravilloso -dice con expresión hosca-. Es todo completamente falso.
Nos miramos ceñudas. Es evidente que ninguna de las dos está de humor esta noche.
– No es falso. Es real. Ya viste cómo me besaba; ya oíste lo que me dijo.
– No es más que una marioneta -refunfuña-. Dijo lo que yo le ordené que dijera. Podría haberle dicho que se declarase a un árbol y lo habría hecho. ¡Nunca había conocido a nadie tan débil! Apenas tuve que susurrarle y ya se lanzó.
Qué arrogancia.. . ¿Quién se ha creído que es?
– Tonterías -replico en tono glacial-. Vale, ya sé que le diste un empujoncito. Pero él nunca me habría dicho que me ama si no hubiese existido un fondo de verdad. Es evidente que expresó lo que siente, sus sentimientos más profundos.
Sadie suelta una risita.
– ¡Sus sentimientos profundos! Eres tronchante, querida. ¡Él no alberga ningún sentimiento por ti!
– ¡Ya lo creo! ¡Claro que sí! Tenía mi foto en el móvil, ¿no? La ha llevado encima todo este tiempo. Eso es amor.
– No seas absurda.
Sadie parece tan segura de sí misma que me entra un verdadero ataque de furia.
– ¡Tú nunca has estado enamorada! ¿Qué puedes saber al respecto? Josh es un hombre de verdad: con auténticos sentimientos, con un amor verdadero, y de eso tú no tienes ni idea. Puedes pensar lo que quieras, pero lograré que las cosas funcionen. Josh alberga sentimientos muy profundos hacia mí. Lo creo de verdad.
– ¡No basta con creerlo! -chilla con súbita vehemencia-. ¿Es que no lo entiendes, niña estúpida? ¡Podrías pasarte la vida creyendo y acariciando esperanzas! Si una historia de amor sólo funciona por un lado, entonces será siempre una pregunta, no una respuesta. Y no puedes vivir toda tu vida esperando una respuesta.
Se ruboriza y desvía la mirada.
Se hace un silencio, sólo interrumpido por el barullo de fondo de dos personajes de EastEnders que se están atizando de lo lindo. Me he quedado boquiabierta y estoy a punto de derramar el vino en el sofá. Enderezo la mano y doy un trago. Joder, ¿a qué ha venido este estallido? Creía que el amor la traía sin cuidado, que sólo le importaba la diversión, las aventurillas, el mariposeo. Pero ahora me ha parecido que.. .
– ¿Eso te ocurrió, Sadie? -indago con cautela, aunque ella sigue dándome la espalda-. ¿Te pasaste la vida esperando una respuesta?
Y entonces desaparece. Sin una palabra de advertencia, sin un «hasta luego». Simplemente, se esfuma.
Esto no puede hacérmelo a mí. Tengo que saber más. Debe de haber toda una historia detrás. Apago la tele y la llamo. Mi enfado se ha trocado en curiosidad.
– ¡Sadie, cuéntamelo! ¡Es bueno hablar las cosas! -La sala permanece en silencio, pero intuyo que sigue ahí-. Vamos, no seas tozuda. Yo te he contado todas mis cosas. Soy tu sobrina nieta, confía en mí. No se lo diré a nadie.
Nada.
– Como quieras. -Me encojo de hombros-. Pensaba que tenías más agallas.
– ¡Tengo agallas de sobra! -Aparece de repente, rabiosa.
– ¡Pues cuéntame! -digo, y me cruzo de brazos.
Guarda silencio, pero me dirige miradas de soslayo.
– No hay nada que contar -musita al fin-. Es simplemente que sé muy bien lo que es creer que estás enamorada. Sé lo que es malgastar todo tu tiempo, todas tus lágrimas y todo tu corazón en algo que finalmente no es nada. No desperdicies tu vida. Sólo puedo darte ese consejo.
¿Sólo eso? ¿Está de broma? ¡No puede dejarme así! Hubo algo, pero ¿qué?
– Cuéntame qué pasó. ¿Tuviste una aventura? ¿Hubo un hombre cuando vivías en el extranjero? ¡Desembucha, venga!
Por un momento parece que no va a responder, o que va a esfumarse de nuevo. Pero luego suspira, se da la vuelta y se acomoda otra vez en la repisa de la chimenea.
– Fue hace mucho. Antes de irme al extranjero. Antes de casarme. Había un hombre, sí.
– ¡Aquella bronca con tus padres! -Ahora empiezo a atar cabos-. ¿Fue por culpa de él?
Inclina la cabeza levemente, asintiendo. Debería haberlo adivinado. Intento imaginármela con un novio. Un chico atildado de los años veinte, quizá con un canotier. Y con uno de esos mostachos anticuados.
– ¿Os pillaron juntos tus padres? ¿Estabais.. . dándole de comer al ganso?
– ¡No! -Suelta una carcajada.
– ¿Pues qué pasó? ¡Cuenta!
Todavía no acabo de asimilar que haya estado enamorada. Después de darme tanto la paliza sobre Josh. Después de fingir que todo le importaba un pimiento.
– Encontraron unos dibujos. -Su risa se apaga y se abraza el cuerpo-. Era pintor. Le gustaba pintarme. Mis padres se quedaron escandalizados.
– Pero ¿qué tenía de malo que te retratara? ¡Deberían haberse sentido halagados! No deja de ser un cumplido que un artista quiera pintarte.. .
– Desnuda.
– ¿Cómo? -Me quedo de piedra. Yo en mi vida posaría desnuda. ¡Ni en mil años! Bueno, salvo que saliera muy favorecida.. . Unos retoques de artista.
– Con una sábana encima. Pero mis padres.. . -Aprieta los labios-. Fue todo un drama el día que encontraron los dibujos.
Me tapo la boca con la mano. Ya sé que no debo reírme, ya sé que no tiene gracia, pero no puedo evitarlo.
– Así que vieron.. .
– Se pusieron histéricos. -Suelta un resoplido, casi una risa-. Fue gracioso, pero también horrible. Sus padres estaban tan furiosos como los míos. Se suponía que iba a estudiar Derecho. -Menea la cabeza-. Pero él nunca se habría convertido en abogado. Era un auténtico desastre. Se pasaba la noche pintando, bebiendo vino y fumando un pitillo tras otro. Los apagaba en la paleta.. . Bueno, los dos lo hacíamos, porque yo me quedaba en el estudio toda la noche. En el cobertizo de la casa de sus padres. Lo llamaba Vincent. Por Van Gogh. Y él me llamaba Mabel.
Deja escapar otra risita.
– ¿Mabel? -Arrugo la nariz.
– En su casa había una doncella llamada así. Yo le dije que era el nombre más feo que había oído en mi vida, que deberían cambiárselo. Y desde entonces él empezó a llamarme Mabel. Un bruto cruel.. . eso es lo que era.
Habla en un tono medio jocoso, pero detecto un temblor extraño en sus párpados. No sé si le apetece recordar todo esto.
– ¿Y tú.. . ? -empiezo, pero me callo. Iba a preguntarle si lo amaba de verdad.
Ella está absorta en sus pensamientos.
– Salía de allí a hurtadillas, cuando todavía estaban todos durmiendo, y me deslizaba por la enredadera.. . -Se interrumpe, con la mirada perdida. De pronto, parece muy triste-. Todo cambió bruscamente cuando nos descubrieron. A él lo enviaron a Francia, a casa de un tío, para que se enderezase. Como si fuera posible conseguir que dejara de pintar.
– ¿Cómo se llamaba?
– Stephen Nettleton. -Suspira-. No había pronunciado su nombre desde hace.. . setenta años. Por lo menos.
¿Setenta años?
– Bueno, ¿y qué pasó después?
– No volvimos a ponernos en contacto. Nunca más -dice con tono inexpresivo.
– ¿Por qué? ¿No le escribiste?
– Sí, le escribí. -Me dirige una frágil sonrisa que me estremece-. Le envié a Francia una carta tras otra. Pero nunca tuve noticias suyas. Mis padres me decían que era una boba y una ingenua. Decían que me había utilizado. Al principio no les creía, los odiaba por decírmelo. Pero luego.. . -Alza la barbilla, como desafiándome a que la compadezca-. Yo era como tú. «¡Él me ama, me ama de verdad!» -se mofa con una vocecita aguda-. «¡Me escribirá! ¡Volverá a buscarme! ¡Me ama!» ¿Te imaginas cómo me sentí cuando finalmente recobré el juicio?
Un silencio tenso.
– ¿Y qué hiciste?
– ¡Casarme, claro! -responde con un brillo retador en los ojos-. El padre de Stephen ofició la ceremonia. Era nuestro párroco. Stephen debió de enterarse, pero ni siquiera mandó una postal.
Enmudece y yo permanezco sentada. De modo que se casó con el tipo del chaleco escarlata por despecho. Qué espantoso. Con razón no duró.
Estoy hecha polvo. Ojalá no hubiera insistido en que me lo contara. No pretendía remover recuerdos tan dolorosos. Creía que me contaría algo divertido, alguna anécdota sabrosa, y que me enteraría de cómo funcionaba el sexo en los años veinte.
– ¿Nunca pensaste en largarte a Francia con Stephen? -pregunto.
– Tenía mi orgullo. -Me mira con expresión mordaz.
Me entran ganas de espetarle: «Al menos, yo he recuperado a mi chico.»
– ¿Conservaste algún dibujo? -Me empeño en encontrar algo positivo en toda esta historia.
– Los escondí. Y también un cuadro grande. Me lo trajo de tapadillo antes de marcharse a Francia y lo escondí en la bodega. Mis padres no tenían ni idea. Pero luego se quemó la casa y lo perdí todo.
– Vaya por Dios. Qué pena.
– No tanto. A mí me daba igual. ¿Por qué tendría que haberme importado?
La observo mientras se retuerce la falda obsesivamente, con los ojos preñados de recuerdos.
– Quizá nunca recibió tus cartas -aventuro.
– Seguro que las recibió. Yo misma las sacaba a escondidas y las echaba en el buzón.
Qué espanto. ¡Tener que echar cartas a escondidas, por el amor de Dios! ¿Por qué no habría teléfono móvil en los años veinte? ¡Cuántos malentendidos se habrían evitado en el mundo! El archiduque de Austria podría haber enviado un mensaje de texto a su gente: «Creo que me está siguiendo un tipo muy raro», y no habría sido asesinado. La Gran Guerra no habría estallado. Y Sadie podría haber llamado a Stephen para hablarlo todo.. .
– ¿Todavía vive? -Me aferró a una esperanza irracional-. ¡Quizá podamos localizarlo! ¡Buscarlo en Google o ir a Francia! ¡Apuesto a que lo encontramos.. . !
– Murió joven -dice con voz distante-. Doce años después de salir de Inglaterra. Trajeron sus restos y celebraron el funeral en el pueblo. Yo ya estaba viviendo fuera, y tampoco me invitaron. En cualquier caso, no habría asistido.
Estoy tan horrorizada que no respondo. No sólo la abandonó: encima se murió. Esta historia es nefasta y tiene un final horrible. Ojalá no hubiese preguntado.
Sadie mira por la ventana con aire desencajado. Tiene el semblante más pálido que nunca y una sombra oscura bajo los ojos. Con su vestidito plateado parece una chica desvalida y vulnerable. Noto lágrimas en los ojos. Amaba a su pintor. Más allá de sus bravatas y su insolencia, lo amó de verdad. Toda su vida, seguramente.
¿Cómo es posible que él no la amara a su vez? Menudo cabrón. Si viviera aún, iría a buscarlo y le daría una buena tunda. Aunque fuera un anciano tembloroso con más de veinte nietos.
– Es triste. -Me froto la nariz-. Muy triste.
– No es para tanto -contesta, recuperando su ligereza habitual-. Así son las cosas. Hay otros hombres, otros países, otras vidas que vivir. Por eso sé lo que sé. -Se vuelve bruscamente hacia mí-. Sé de qué hablo, y debes creerme.
– ¿Qué sabes? -Ahora no la sigo-. ¿Qué debo creer?
– Nunca lograrás arreglar las cosas con ese chico.
– ¿Por qué? -Era de esperar que volviera a sacar el tema.
– Porque tú puedes querer y querer -se vuelve otra vez, abrazándose las rodillas; a través del vestido, distingo la silueta huesuda de su columna-, pero, si él no te ama, ya puedes olvidarte. Será lo mismo que si quisieras la luna.
Capítulo 15
No siento pánico. Aunque sea miércoles y no tenga ninguna solución y Janet Grady esté en pie de guerra.
Estoy más allá del pánico, en un estado de conciencia alterado, como un yogui.
He rehuido las llamadas de Janet todo el día. Kate le ha dicho que estaba en el lavabo, que estaba almorzando, que me había quedado encerrada en el lavabo.. . Al final, desesperada, le dijo: «No puedo molestarla, de veras que no puedo.. . Janet, no sé quién es el candidato. Janet, no me amenaces, por favor.. . »
Ha colgado temblando. Por lo visto, Janet está hecha una fiera. Creo que ha acabado obsesionándose con la lista definitiva. A mí me pasa igual. Los currículos desfilan ante mis ojos como en una pesadilla, y me parece tener el teléfono pegado a la oreja.
Ayer me vino una súbita inspiración, al menos eso me pareció. Quizá era desesperación. ¡Tonya! Ella sí que es dura, y tiene mano de hierro y todas esas cualidades terroríficas. Se entendería a la perfección con Janet Grady.
Así que la llamé y le pregunté si había pensado en volver a trabajar, ahora que los gemelos ya han cumplido dos años. ¿No le apetecía probar en marketing, por ejemplo? Tonya tenía un puesto de bastante categoría en la Shell antes de que nacieran los niños. Estoy segura de que su currículo es impresionante.
– Pero ahora estoy en un paréntesis de mi carrera -objetó de entrada-, ¡Magda! ¡Esos palitos de pescado no! Busca en el fondo del congelador.. .
– Ya has descansado bastante. Una mujer con tu talento.. . Debes de estar loca por volver.
– No tanto.
– Pero ¡se te va a reblandecer el cerebro!
– Nada de eso. -Pareció ofenderse-. Los niños y yo estudiamos música con el método Suzuki todas las semanas, ¿sabes? Es estimulante tanto para los niños como para los padres, y allí he conocido a otras mamás fantásticas.
– ¿Me estás diciendo que prefieres la música y tomar capuchinos con las mamás que ser directora de marketing de alto nivel? -Procuré introducir un matiz de incredulidad, aunque yo misma preferiría mil veces la música y los capuchinos antes que lidiar con todo esto.
– Pues sí -afirmó con rotundidad-. Lo prefiero. Pero ¿por qué me haces propuestas a mí, Lara? ¿Qué pasa? ¿Tienes algún problema? A mí puedes contármelo, ya lo sabes.. .
Ay, Dios. Esa compasión fingida no, por favor.
– No hay ningún problema. Sólo trataba de hacerle un favor a mi hermanita mayor. -Hice una pausa antes de preguntarle en plan informal-. Y entre esas mamás de las clases de música, ¿no habrá ninguna ex directora de marketing?
Tampoco habría sido tan raro que en un grupo de mamás ex ejecutivas y profesionales hubiera alguna directora de marketing con experiencia en ventas ansiosa por reincorporarse de inmediato.
En fin, ya se ve de qué me sirvió mi gran idea. Todas mis ideas, para ser exactos. La única posibilidad que he encontrado es un tipo de Birmingham que quizá estaría dispuesto a cambiar de empresa si Leonidas Sports le pagara un helicóptero para trasladarse cada semana. Estoy perdida, he de admitirlo.
Bien mirado, éste no sería el mejor momento para acicalarse y salir de fiesta. Sin embargo, aquí estoy: metida en un taxi, acicalada y camino de una fiesta.
– ¡Ya hemos llegado! ¡Park Lane! -anuncia Sadie, mirando por la ventanilla-. ¡Paga al taxista y vamos!
Los flashes de las cámaras iluminan el interior del taxi y ya oigo el alboroto de los invitados, que van llegando y se saludan efusivamente. Veo a un grupo con traje de noche que cruza la alfombra roja y se dirige a la entrada del hotel Spencer, donde tiene lugar la cena de Business People. Según el Financial Times, esta noche se reúnen aquí cuatrocientas personalidades del mundo de los negocios.
Aunque yo sea una de esas personalidades, estaba casi decidida a no acudir por múltiples razones:
1. Ahora que he vuelto con Josh, no debería asistir a una cena con otro hombre.
2. Estoy demasiado estresada.
3. Estresada de verdad.
4. Janet Grady podría estar aquí y montarme el numerito.
5. Clive Hoxton, ídem.
Eso sin contar con que:
6. Tendré que hablar toda la noche con el americano ceñudo.
En ésas estaba. Pero entonces pensé: cuatrocientos personajes del mundo de los negocios reunidos en el mismo sitio. Algunos tendrán que ser ejecutivos de marketing de alto nivel, ¿no? Y algunos querrán cambiar de trabajo. Sin duda.
Así que éste es mi último recurso. Estoy dispuesta a encontrar un candidato para Leonidas Sports durante la cena.
Compruebo que llevo en el bolso un montón de tarjetas y me echo un vistazo en el reflejo de la ventanilla. Ni que decir tiene: Sadie se ha encargado otra vez de mi conjunto. Luzco un vestido años veinte negro: un modelo de lentejuelas, con flecos en las mangas y medallones estilo egipcio en los hombros. Y encima una capa. Tengo los ojos perfilados con gruesos trazos negros, llevo un brazalete de serpiente dorado e incluso un par de medias como las que Sadie solía ponerse, por lo visto. Y también un gorro de malla de strass que encontró en un mercadillo.
Esta noche, de todos modos, me siento más segura. Para empezar, todo el mundo irá de punta en blanco. Y aunque protesté un poco por el gorro, creo secretamente que tengo una pinta guay. Glamurosa y retro a la vez.
Sadie también se ha emperifollado: un vestido de flecos turquesa y verde y un chal de plumas de pavo real. Lleva unos diez collares y el tocado más ridículo que he visto en mi vida, con una cascada de strass que le cae por encima de la oreja. No para de abrir y cerrar su bolsito y parece poseída por un frenesí. Está así, en realidad, desde que me contó su triste historia de amor. He intentado sonsacarle un poco más, pero se aleja por el aire, o se esfuma o cambia de tema. Así que lo he dejado estar.
– ¡Vamos! -No cesa de mover nerviosamente las piernas-. ¡Ardo en deseos de bailar!
Madre mía, está lanzada. Pero si cree que voy a bailar otra vez con Ed, está muy equivocada.
– ¡Escucha, Sadie! -le digo con firmeza-. Es una cena de negocios. No habrá baile. Yo he venido a trabajar.
– Ya encontraremos algo -responde, confiada-. Siempre hay baile en algún lado.
Vale. Como quiera.
Al bajarme del taxi, veo gente engalanada por todas partes, saludándose, riendo y posando para las cámaras. A muchos los reconozco de los reportajes de Business People. Los nervios intentan jugarme una mala pasada, pero entonces miro a Sadie y alzo la barbilla, desafiante, como hace ella. ¿Y qué, si son importantes? Yo no soy menos que ellos. Soy socia de mi propia empresa (aunque sólo consista en dos personas y una cafetera más bien chunga).
– Hola, Lara.
Es la voz de Ed, a mi espalda. Me doy la vuelta y ahí está, tan impecable y atractivo como cabía esperar. El esmoquin le sienta perfecto y lleva su pelo oscuro pulcramente peinado hacia atrás. Josh nunca se pone esmoquin. Siempre lleva algo inusual, como una chaqueta Nehru con tejanos, por ejemplo. Pero, claro, Josh es superguay.
– Hola. -Le tiendo la mano antes de que se le ocurra darme un beso, aunque no creo que lo hiciera. Está examinando mi conjunto con aire perplejo.
– Tienes un aspecto totalmente.. . años veinte.
Menuda puntería, Einstein.
– Sí, bueno. -Me encojo de hombros-. Me gusta la ropa de esa época.
– No me digas.. . -murmura socarrón.
– ¡Tú estás delicioso! -le dice Sadie alegremente. Se abalanza sobre él por detrás, le rodea el pecho con los brazos y le frota la nuca con la nariz.
Por Dios, ¿es que piensa comportarse así toda la noche?
Nos acercamos a un grupo de fotógrafos. Una mujer con un auricular en el oído le hace una seña a Ed, que se detiene y pone los ojos en blanco.
– Perdona, me temo que me han pillado.
– ¡Joder! -exclamo mientras me ciegan los flashes-. ¿Qué hago?
– Ponte un poquito de lado -murmura tranquilizador-. Levanta la barbilla y sonríe. No te preocupes, es normal alucinar. Yo hice un curso especial para enfrentarme a los medios. La primera vez estaba tan rígido como una marioneta de Guardianes del Espacio. ¿Te acuerdas? Aquel programa de naves espaciales hecho con muñecos.
Se me escapa una sonrisa. De hecho, sí se parece a una de aquellas marionetas con esas cejas oscuras y ese maxilar tan cuadrado.
– Ya sé lo que estás pensando -dice mientras siguen destellando los flashes-. Que parezco una marioneta de todos modos. Está bien. Tengo que aceptarlo.
– ¡Qué va! -replico, pero no cuela.
Avanzamos hacia otro grupo de fotógrafos.
– ¿Y cómo es que ves Guardianes del Espacio?
– ¿Bromeas? Lo veía de niño. Yo quería ser Scott Tracy, el piloto de la nave.
– Y yo lady Penelope, la agente secreta -admito, mirándolo a los ojos-. Bueno, veo que por lo menos te interesa alguna cosa de la cultura británica.
No estoy muy segura de que un programa infantil cuente como «cultura», pero en fin. Ed parece sorprendido y toma aliento para replicar, pero entonces aparece la mujer del auricular para escoltarnos.
Mientras nos dirigimos hacia las puertas del hotel, miro alrededor para ver a todo el mundo, por si descubro a algún candidato adecuado para Leonidas Sports. He de moverme deprisa, antes de que la gente se siente a cenar.
Entretanto, Sadie se ha pegado a Ed y no deja de acariciarle el pelo, frotarse la mejilla contra la suya y pasarle la mano por el pecho. Cuando hacemos un alto frente a la mesa de recepción, se desmelena todavía más y mete la cabeza en la chaqueta del esmoquin. Me quedo tan desconcertada que casi doy un salto.
– ¡Sadie! -mascullo a espaldas de Ed-. ¿Qué haces?
– Echar un vistazo a sus cosas -responde, incorporándose-. No hay nada interesante, sólo unos papeles y tarjetas. Me gustaría saber qué lleva en los bolsillos del pantalón.. . Hummm.. . -Observa su entrepierna y casi veo cómo le salen chiribitas por los ojos.
– ¡Sadie!-siseo-. ¡No!
– ¡Señor Harrison! -Una mujer de vestido azul marino se ha lanzado en picado sobre Ed-. Soy Sonia Taylor, directora de relaciones públicas de Dewhurst Publishing. Esperamos con mucha ilusión su discurso.
– Me alegro de estar aquí -dice él-. Permítame que le presente a Lara Lington, mi.. . -me mira indeciso– acompañante.
– Hola, Lara. -Me ofrece una cálida sonrisa-. ¿En qué sector debo ubicarla?
¡Hala! La jefa de relaciones públicas de Dewhurst Publishing.
– Encantada, Sonia. -Le doy la mano con mi estilo más profesional-. Estoy en selección de ejecutivos. Permítame que le deje mi tarjeta.. . ¡No! -se me escapa un grito de horror. Sadie acaba de meter la cabeza en el bolsillo de los pantalones de Ed.
– ¿Se encuentra bien?
– ¡Muy bien! -Procuro mirar a cualquier lado para no ver lo que sucede ante mis narices-. Perfectamente, gracias.
– Estupendo. -Me echa una mirada extraña-. Voy a buscar sus placas de identificación.
Sadie asoma la cabeza un instante y vuelve a sumergirse de nuevo. ¿Qué está haciendo ahí abajo?
– Lara, ¿pasa algo? -Ed me observa con ceño.
– Eh.. . no. Todo bien.
– ¡Cielos! -Es Sadie, que sale a la superficie por fin-. Hay buenas vistas ahí abajo.
Me llevo una mano a la boca. Ed sigue mirándome suspicaz.
– Perdón -digo-. Es una tos rebelde.
– ¡Aquí están! -Sonia vuelve y nos entrega una placa a cada uno-. Ed, ¿podemos hablar un minuto para repasar el orden de intervenciones? -Me sonríe rígidamente y se lo lleva aparte.
Saco el móvil para camuflarme y me giro en redondo.
– ¡No vuelvas a hacer eso! -le digo a Sadie-. ¡Ha sido espantoso! ¡No sabía adónde mirar!
Ella arquea una ceja con aire travieso.
– Sólo quería satisfacer mi curiosidad.
No pienso preguntarle a qué se refiere.
– Pues para ya. Esa mujer habrá pensado que soy un bicho raro. Ni siquiera se ha quedado mi tarjeta.
– ¿Y qué? -Se encoge de hombros-. ¿Qué importa lo que ella piense?
Pero bueno, ¿no sabe lo desesperada que estoy? ¿Acaso no nos ha visto a Kate y a mí trabajando catorce horas diarias?
– ¡A mí sí me importa! -le suelto, y ella retrocede-. Sadie, ¿para qué crees que he venido? ¡Intento salvar mi empresa! ¡Trato de conocer a gente importante! -Hago un gesto, abarcando el vestíbulo abarrotado-. ¡He de encontrar esta noche un candidato para Leonidas Sports! O eso o nos vamos a la ruina. Prácticamente ya lo estamos. Llevo días enloquecida y a ti parece que te dé igual. Ni siquiera te has dado cuenta. -La voz empieza temblarme, quizá por todos los cafés que he tomado hoy-. En fin, no importa. Haz lo que quieras. Pero sal de mi vista.
– Lara.. . -empieza.
Pero la dejo plantada y me dirijo a las puertas dobles del salón principal del banquete. Al entrar, veo que Ed y Sonia han subido al podio y que ella está explicándole cómo funciona el micrófono. Las mesas van llenándose de hombres y mujeres de aspecto dinámico. Oigo retazos de conversación sobre la situación de los mercados, áreas comerciales y campañas de televisión.
Ésta es mi ocasión. Vamos, Lara. Armándome de valor, tomo la copa de champán que me ofrece un camarero y me acerco a un grupo de ejecutivos que están riendo jovialmente.
– ¡Hola! -me lanzo-. Soy Lara Lington, de L amp;N Selección de Ejecutivos. ¡Permitidme que os deje mi tarjeta!
– Hola -responde un pelirrojo de aspecto simpático. Me presenta a los demás y doy una tarjeta a cada uno. Por sus placas, parece que todos pertenecen al sector informático.
– ¿Alguno trabaja en marketing? -añado en plan informal. Todos se vuelven hacia un tipo rubio.
– Culpable -sonríe.
– ¿Te apetecería un nuevo trabajo? -le suelto sin anestesia-. En una empresa de material deportivo, con grandes incentivos. Una oportunidad fabulosa.
Se hace un silencio. Contengo el aliento. Y de pronto, todos estallan en carcajadas.
– Me gusta tu estilo -dice el pelirrojo y se vuelve hacia su vecino-. ¿No te interesaría una subsidiaria informática asiática?
– En perfectas condiciones -bromea otro, y los demás ríen a carcajadas.
Me sumo a las risas, pero me siento como una idiota. No voy a encontrar un candidato ni por casualidad. Ha sido una idea absurda. Dejo pasar unos minutos y luego me excuso.
Ed se acerca entre las mesas.
– ¿Qué tal? Perdona que te haya abandonado.
– No te preocupes. He aprovechado para hacer contactos.
– Estamos en la mesa uno. -Me guía hacia el estrado y yo no puedo evitar una punzada de orgullo, a pesar de mi desánimo. ¡La mesa 1 en la cena de Business People!
– Lara, quiero hacerte una pregunta -me dice-. Pero, por favor, no la interpretes mal.
– Claro que no. Adelante.
– Es que me interesa dejar una cosa clara. Tú no quieres ser mi novia, ¿verdad?
– Verdad. Ni tú quieres ser mi novio.
– No -confirma, negando con la cabeza. Ya hemos llegado a la mesa. Ed se cruza de brazos y me mira-. Entonces, ¿qué hacemos aquí juntos?
– Buena pregunta.. . -No sé qué decir. La verdad es que no hay un motivo racional-. ¿Amigos? -sugiero al fin.
– Amigos -repite, dubitativo-. Supongo que sí.
Me sostiene la silla y tomo asiento. Al pie del programa que han dejado junto a cada cubierto puede leerse: «Ponente invitado: Ed Harrison.»
– ¿Estás nervioso?
Él parpadea y sonríe levemente.
– Si lo estuviera no te lo diría.
Vuelvo el programa y experimento un ligero sobresalto al ver mi nombre en la lista. Lara Lington, L amp;N Selección de Ejecutivos.
– No me pareces la típica cazatalentos -dice Ed, siguiendo mi mirada.
– ¿De veras? -No sé cómo reaccionar. ¿Es un comentario positivo o negativo?
– Para empezar, no pareces obsesionada con el dinero.
– Me gustaría ganar más -admito con franqueza-. Mucho más. Pero supongo que eso no es lo esencial para mí. Siempre he visto la selección de ejecutivos como.. . -Me callo, avergonzada, y bebo un sorbo de vino.
Una vez le expliqué mi teoría a Natalie y ella me dijo que estaba loca y que no se me ocurriese contarla por ahí.
– ¿Como qué?
– Bueno. Un poco como el trabajo de una casamentera. Encontrar a la persona ideal para el puesto ideal.
Ed parece divertido.
– Es una manera de verlo. Pero no estoy muy seguro de que la mayoría de los aquí presentes considere que tiene una aventura romántica con su trabajo. -Hace un gesto abarcando el salón, cada vez más atestado de gente.
– Quizá lo considerarían si tuviesen el puesto adecuado -replico con convicción-. Si pudieras ofrecerle a la gente lo que desea exactamente.. .
– Y tú actuarías de Cupido.
– Te burlas de mí.
– No. -Menea la cabeza-. Me gusta como teoría. ¿Qué tal resulta en la práctica?
Suspiro. Hay algo en Ed que me hace bajar la guardia. Quizá porque me da igual lo que pueda pensar de mí.
– No muy bien. Ahora mismo, de pena.
– ¿Tan mal?
– Peor incluso. -Bebo otro sorbo de vino y él me mira con aire socarrón.
– Trabajas con otra socia, ¿no?
– Sí.
– ¿Y cómo decidiste con quién asociarte? ¿Cómo fue la historia?
– ¿Por qué Natalie? -Me encojo de hombros-. Porque es mi mejor amiga, porque la conozco de toda la vida, porque es una cazatalentos de primera. Antes trabajaba para Price Bedford Associates, ¿sabes? Es una empresa importantísima.
– Lo sé. -Reflexiona un momento-. Y por curiosidad, ¿quién te dijo que era una profesional de primera?
Lo miro. Me ha pillado desprevenida.
– Nadie tenía que decírmelo. Lo es y ya está. O sea.. . -Veo su expresión escéptica-. ¿Qué pasa?
– No es asunto mío. Pero cuando tú y yo.. . -titubea de nuevo, buscando la palabra– quedamos para salir.. .
– ¿Sí.. . ?
– Pregunté un poco por ahí. Y nadie había oído hablar de vosotras.
– Genial. -Bebo un trago de vino.
– Pero un contacto que tengo en Price Bedford me contó alguna que otra cosa de Natalie. Interesante.
Su expresión me da mala espina.
– Ah, ¿sí? Claro, porque perderla debió de cabrearlos. Así que lo que te haya dicho ese contacto.. .
Ed alza las manos.
– Tranquila. Es tu socia, tu amiga, tu elección.
Vale. Ahora sí que tengo un mal presentimiento.
– Cuéntame. -Dejo la copa, ya sin ganas de bravatas-. Por favor. Cuéntamelo. ¿Qué te dijo?
– Bueno. -Se encoge de hombros-. Según parece, convenció con falsas promesas a una serie de ejecutivos de renombre para incluirlos en una lista destinada a un puesto de primera no identificado que, en realidad, no existía. Luego le presentó la lista a un cliente de segunda fila y alegó que ése era el puesto al que se había referido desde el principio. Se organizó un escándalo tremendo. Tuvo que intervenir el director de la empresa para calmar los ánimos. Por eso la despidieron. -Titubea-. Pero tú ya lo sabías, ¿no?