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Una chica años veinte
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 20:35

Текст книги "Una chica años veinte"


Автор книги: Sophie Kinsella



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Al decirlo siento un extraño déjà-vu. Creo que papá me dijo una vez algo así, hablando de Josh. Es más, creo que utilizó las mismas palabras. Pero eso era diferente. O sea, la situación era muy distinta. Josh y yo no estábamos planeando un viaje ni trasladarnos a otra ciudad. Y ahora volvemos a estar juntos. Sí, muy distinto.

– La vida es como una escalera mecánica -le digo con solemnidad. Cuando papá me lo dice me mosqueo, pero de alguna manera resulta diferente cuando soy yo la que da consejos.

– ¿Una escalera mecánica? Creía que era una caja de bombones.

– No. Una escalera mecánica. Te arrastra pase lo que pase, ¿entiendes? -Deslizo una mano en diagonal-. Uno puede disfrutar de la vista y pillar al vuelo cada ocasión a medida que va pasando. Si no, será demasiado tarde. Eso me dijo mi padre cuando rompí con.. . con un chico.

Ed da unos pasos sin decir nada.

– ¿Y seguiste su consejo?

– Humm.. . bueno.. . -Me echo el pelo atrás, eludiendo su mirada-. Más o menos.

Se detiene y me mira muy serio.

– ¿Seguiste adelante sin más? ¿Te resultó fácil? Porque a mí no, desde luego.

Carraspeo para ganar tiempo. La cuestión aquí no es lo que yo hice, ¿verdad que no?

– ¿Sabes?, hay muchos modos de seguir adelante. -Intento mantener el tonillo solemne-. Muchas versiones distintas. Cada uno tiene que seguir adelante a su manera.

Ya no sé si quiero continuar esta conversación. Tal vez sería el momento de encontrar un taxi.

– ¡Taxi! -Levanto la mano, pero el coche pasa de largo. Qué rabia.

– Déjame a mí -dice Ed acercándose al bordillo, mientras yo saco el teléfono móvil.

Conozco un radio taxi bastante bueno. Me amparo en un portal, marco el número y paso varios minutos en espera. Al parecer, esta noche todos los taxis están en la calle y habrá que esperar al menos media hora.

– Nada. -Salgo del portal y ahí está, inmóvil en la acera. Ni siquiera ha hecho el intento de parar un taxi. Vaya-. ¿Qué?, ¿no ha habido suerte?

– Lara. -Se vuelve hacia mí con una expresión confusa y los ojos vidriosos. ¿Habrá tomado alguna droga?-. Creo que deberíamos ir a bailar.

– ¿Cómo?

– Que deberíamos ir a bailar. Sería el modo perfecto de redondear esta velada. Se me acaba de ocurrir.

No puedo creerlo. ¡Sadie!

Me doy la vuelta, escrutando en la oscuridad, y la localizo flotando junto a una farola.

– ¡Tú! -exclamo furiosa. Ed ni siquiera parece notarlo.

– Hay un club cerca -añade-. Vamos. Un rato de baile. Qué gran idea, no sé cómo no se me ha ocurrido antes.

– ¿Cómo sabes que hay un club por aquí si no conoces Londres?

– Ya, ya. -Asiente, él mismo un poco desconcertado-. Pero estoy seguro de que hay un club en esa calle. -La señala-. Ahí abajo, la tercera a la izquierda. Vamos a mirar.

– De acuerdo. Pero primero he de hacer una llamada. -Miro a Sadie con toda la intención-. De lo contrario, no podré ir a bailar.

Sadie desciende a la acera a regañadientes y yo simulo marcar un número en el móvil. Estoy tan cabreada que casi no sé por dónde empezar.

– ¿Cómo has podido desentenderte así? -le suelto en voz baja-. He quedado fatal.

– No, qué va. Lo has hecho muy bien. Te he estado observando.

– ¿Estabas allí?

– Me sentía un poco mal -dice, eludiendo mi mirada-, y fui a ver qué tal te las arreglabas sin mí.

– Vaya, muchas gracias. Me has sido de gran ayuda. Y ahora -señalo a Ed-, ¿qué significa esto?

– ¡Quiero ir a bailar! -replica desafiante-. Así que he tenido que tomar medidas radicales.

– Pero ¿qué le has hecho? Parece ido.

– He recurrido a ciertas.. . amenazas -responde evasivamente.

– ¿Amenazas?

– ¡No me mires así! ¡No me habría hecho falta si no fueras tan egoísta! Ya sé que tu carrera es importante pero ¡yo quería ir a bailar! ¡A bailar como es debido! Y tú lo sabías. Para eso hemos venido. Se suponía que era mi noche. Pero ¡tú te has adueñado de la situación y yo me he quedado con un palmo de narices! ¡No es justo!

Parece a punto de llorar. Y de pronto me siento mal. Se suponía que era su noche, es verdad, y yo se la he arrebatado.

– Está bien. Tienes razón. Venga, vamos a bailar.

– ¡Albricias! Lo vamos a pasar de maravilla. Por aquí.. . -Ya con el ánimo recuperado, nos guía por unas callejas de Mayfair-. Ya casi estamos.. . ¡Aquí!

Es un local diminuto, el Flashlight Dance Club. En la vida había oído hablar de él. En la puerta hay dos gorilas medio dormidos y nos dejan pasar sin hacer preguntas.

Bajamos una escalera de madera sumida en la penumbra hasta un salón espacioso con moqueta roja, candelabros, pista de baile y bar. Hay dos tipos con cara de pocos amigos sentados detrás de la barra. Un pinchadiscos instalado en una tarima diminuta acaba de poner una canción de Jennifer López. No hay nadie bailando.

¿Esto es lo mejor que ha podido conseguir?

– Escucha, Sadie -susurro mientras Ed se acerca a la barra, iluminada con neones-. Esto es muy cutre. Hay sitios mejores. Si de verdad quieres bailar, deberíamos ir a algún club más de moda.. .

– ¿Hola? -me interrumpe una voz femenina.

Me doy la vuelta y veo a una cincuentona esbelta y de pómulos prominentes, top negro y falda de gasa encima de unas mallas. El pelo, rojo descolorido, lo lleva recogido en un moño. Parece ansiosa.

– ¿Vienes por la clase de charlestón?

¿Charlestón?

– Lo siento mucho -prosigue-. Hasta hace un momento no recordaba que teníamos una clase especial. -Reprime un bostezo-. Lara, ¿verdad? Desde luego, llevas la ropa adecuada.

– Disculpe. -Sonrío, saco el móvil y me vuelvo hacia Sadie-. ¿Se puede saber qué has hecho? -mascullo-. ¿Quién es ésta?

– Necesitas unas clases -responde tan campante-. Ella es la profesora. Vive arriba, en una pequeña habitación. Normalmente da las clases durante el día.

La miro, incrédula.

– ¿La has sacado de la cama?

– Seguramente olvidé apuntar la hora -se excusa la mujer cuando me vuelvo-. No es propio de mí.. . ¡Suerte que lo he recordado! No sé cómo, pero de repente he caído en la cuenta de que estabas esperándome aquí.

– Ya. -Le lanzo una mirada asesina a Sadie-. Los poderes del cerebro humano son alucinantes.

Ed vuelve de la barra con dos copas.

– Aquí tienes. ¿Una amiga tuya? -dice, mirando a la mujer de arriba abajo.

– Soy su profesora de baile. Gaynor. -Le tiende la mano y él se la estrecha, perplejo-. ¿Desde cuándo os interesa el charlestón?

– ¿El charlestón? -repite Ed.

Contengo la risa. La verdad es que Sadie siempre se sale con la suya. Ella quiere que bailemos el charlestón. Pues vamos a bailar el charlestón. Se lo debo. Así que ¿por qué no aquí y ahora?

– Ajá. -Le dedico una sonrisa irresistible a Ed-. ¿Listo?

El bendito charlestón requiere más energía de lo que parece, ya lo creo. Y es complicado como el que más. Has de estar coordinada de verdad. Tras una hora de práctica, me duelen los brazos y las piernas. Es agotador. Mucho más que una clase de Piernas, Traseros y Barrigas. Es como correr una maratón.

– Y adelante y atrás.. . -recita nuestra profesora-. Y gira los pies.. .

Ya no puedo girarlos más. Se me van a caer a trozos. No paro de confundir derecha e izquierda y de dar involuntarias collejas a Ed.

– Charlestón, charlestón.. . -La música sigue inundando el club con su ritmo vivaracho.

Los dos tipos de la barra nos contemplan con mudo estupor. Al parecer, las clases de baile son habituales aquí por las noches. Pero la gente quiere aprender salsa, según Gaynor. Hace quince años que no daba una clase de charlestón. Creo que está la mar de contenta de que hayamos venido.

– Y paso, y patada.. . Moved los brazos.. . ¡Muy bien!

Muevo los brazos con tal brío que ya casi no los noto. Los flecos del vestido se me agitan a locas. Ed cruza las manos sobre las rodillas una y otra vez con perseverancia. Me lanza rápidas sonrisas cuando lo miro, pero está demasiado concentrado para hablar. En realidad, es bastante diestro con los pies. Me tiene impresionada.

Le echo un vistazo a Sadie, que baila presa del éxtasis. Ella sí es alucinante. Mucho mejor que la profesora. Sus piernas vuelan adelante y atrás en un parpadeo, y además conoce un montón de pasos y nunca parece quedarse sin aliento.. .

Bueno, a ella no le queda ningún aliento, no nos engañemos.

– Charlestón, charlestón.. .

Sadie capta mi mirada, sonríe y echa la cabeza atrás. Está en la gloria. Supongo que hace mucho que no se soltaba el pelo en una pista. Tendríamos que haberlo hecho antes. Me siento fatal. A partir de ahora, bailaremos el charlestón todas las noches. Nos dedicaremos a sus pasatiempos favoritos de los años veinte.

El único problema es que tengo flato. Salgo de la pista, jadeante. Ahora debería conseguir que Ed baile con Sadie. Ellos solos. Por así decirlo, en fin. Entonces sí habré logrado que ésta sea la noche perfecta para ella.

– ¿Qué tal? -Ed me ha seguido fuera de la pista.

– Bien, perfecto. -Me seco la frente con un pañuelo-. ¡Aunque es demoledor!

– ¡Lo habéis hecho muy bien! -Gaynor se acerca y, en un acceso de entusiasmo, nos estrecha la mano a cada uno-. ¡Los dos prometéis! ¡Creo que podríais llegar lejos! ¿Nos vemos la semana que viene?

– Eh.. . quizá. -No me atrevo a mirar a Ed-. Te llamaré, ¿vale?

– Bien. Dejaré la música puesta. ¡Así podéis seguir practicando!

Mientras se aleja por la pista con sus pasitos de bailarina, le doy un codazo a Ed.

– Oye, quiero verte bien. Baila tú solo un poco.

– ¿Solo?

– Venga, por favor. Haz ese un-dos con los brazos. Quiero ver cómo te sale. Porfa.. .

Pone los ojos en blanco jovialmente y regresa a la pista.

– ¡Sadie! -cuchicheo-. ¡Deprisa! ¡Tu pareja te espera!

Abre unos ojos como platos y al punto se planta delante de él, con los ojos relucientes de júbilo.

– ¡Sí, adoro bailar! -exclama-. ¡Gracias, muchas gracias!

En cuanto Ed empieza a mover las piernas adelante y atrás, ella se sincroniza con él a la perfección. ¡Parece tan feliz! ¡Se la ve tan bien! Le ha puesto a Ed las manos en los hombros y sus pulseras centellean bajo las luces del local, mientras su tocado se balancea al ritmo chispeante de la música.. . Es como ver una película antigua.

– Ya basta -dice Ed, riendo-. Necesito una pareja. -Y, para mi horror, se abre paso a través de Sadie en mi dirección.

Ella se lleva un chasco brutal y mira, desolada, cómo su galán abandona la pista. Ojalá Ed pudiera verla, saber.. .

– Lo siento -le digo a Sadie con los labios cuando Ed me toma de la mano y me arrastra a bailar.

Bailamos un buen rato y luego volvemos a la mesa. Me siento pletórica después del esfuerzo, y Ed también parece de un humor excelente.

– Ed, ¿tú crees en los ángeles de la guarda? -le pregunto impulsivamente-. ¿O en los fantasmas y los espíritus?

– No. ¿Por qué?

Me inclino hacia él con aire confidencial.

– ¿Y qué pasaría si te dijera que en este mismo sitio hay un ángel de la guarda colado por ti?

Ed me mira.

– ¿Ángel de la guarda es un eufemismo de prostituto masculino?

– ¡No! -farfullo, riendo-. Olvídalo.

– Me lo he pasado muy bien. -Apura su copa y me sonríe. Una sonrisa auténtica y como Dios manda: los ojos entornados, la frente relajada.. . ¡en fin, todo! Casi me dan ganas de gritar: «Aleluya, aleluya, aleluya.»

– Yo también.

– No esperaba acabar la velada así. -Echa un vistazo al club-. Pero ha sido estupendo.

– Diferente -digo, asintiendo.

Abre una bolsa de cacahuetes, me ofrece y lo observo mientras mastica con aire hambriento. Aunque se lo ve relajado, todavía se le notan las marcas del entrecejo.

No es de extrañar. Tiene motivos para estar ceñudo. No puedo evitar compadecerlo mientras lo pienso. Perder a su prometida. Venir a una ciudad extraña. Trabajar una semana tras otra sin disfrutar de nada. Seguramente no le ha venido mal bailar un rato. Es probable que haya sido su velada más divertida en meses.

– Oye, Ed -le digo en un arranque-, déjame mostrarte la ciudad. Tienes que conocer Londres. Es un crimen que todavía no hayas visto nada. Te enseñaré lo más importante. ¿Qué tal este fin de semana?

– Me gusta la idea. -Parece conmovido-. Gracias.

– Ya quedaremos por e-mail. -Nos sonreímos y yo apuro mi Sidecar con un estremecimiento. (Es el cóctel que me ha hecho pedir Sadie: brandy, licor de naranja y zumo de limón. Absolutamente repulsivo.)

Ed consulta la hora.

– ¿Nos vamos ya?

Me vuelvo hacia la pista. Sadie sigue a tope, agitando brazos y piernas frenéticamente y sin el menor signo de fatiga. No me extraña que las chicas de los veinte estuvieran tan delgadas.

– Vamos -asiento. Ella puede alcanzarnos cuando quiera.

Salimos a la noche de Mayfair. Brillan las farolas y sobre la acera flota una ligera neblina. No se ve a nadie por la calle. Caminamos hasta la esquina y casi enseguida paramos un par de taxis. Con mi exiguo vestido y la liviana capa que llevo encima me están entrando escalofríos. Ed me hace subir al primer taxi y luego cierra la puerta.

– Gracias, Lara -me dice con su estilo formal y educadito. Empiezo a encontrarlo entrañable-. Lo he pasado muy bien. Ha sido.. . una noche inolvidable.

– ¿Verdad que sí? -Me arreglo un poco la capa, que se me ha torcido de tanto mover el esqueleto, y los labios de Ed esbozan un rictus divertido.

– Entonces, ¿me pongo mis polainas para la ruta turística?

– Por supuesto -asiento-. Y sombrero de copa.

Suelta una carcajada. Es la primera vez que lo veo reírse así.

– Buenas noches, chica años veinte.

– Buenas noches.

Capítulo 17

Por la mañana me siento un poco aturdida. El charlestón sigue resonando en mis oídos y me vienen imágenes de la actuación de La Gran Lara. Todo parece un sueño.

Pero no lo es, porque el currículo de Clare Fortescue ya está en mi correo cuando llego al trabajo. ¡Eureka!

Kate abre unos ojos como platos cuando lo imprimo.

– Pero ¿quién es esta joya? -dice, repasando los puntos principales del currículo-. Mira, tiene un máster en Dirección de Empresas. ¡Y ha ganado un premio!

– Ya -digo como si nada-. Es una directora de marketing de primera línea. Nos conocimos anoche. Engrosará la lista de Leonidas Sports.

– ¿Ella lo sabe?

– ¡Claro! -respondo con cierto rubor-. Por supuesto que lo sabe.

A las diez ya tenemos preparada la lista y se la enviamos a Janet Grady. Me arrellano en mi silla, satisfecha. Kate contempla atentamente la pantalla de su ordenador.

– ¡He encontrado una fotografía tuya! -me dice-. ¡De la cena de anoche! «Lara Lington y Ed Harrison, llegando a la cena de Business People.» -Vacila un momento-. ¿Y él quién es? Creía que habías vuelto con Josh.

– Pues claro. Él es sólo.. . un contacto de negocios.

– Ah, vale. Es bastante guapo.. . Bueno, Josh también. En otro estilo.

Qué mal gusto tiene esta chica, la verdad. Josh es mil veces más guapo. Lo cual me recuerda que no he tenido noticias suyas. Será mejor que lo llame, no vaya a ser que su teléfono funcione mal y que haya estado enviándome mensajes sin obtener respuesta.

Para poder hablar a mis anchas, aguardo a que Kate vaya al lavabo. Entonces marco el número de su oficina.

– Josh Barrett.

– Soy yo -digo cariñosamente-. ¿Qué tal el viaje?

– Ah, hola. Fantástico.

– ¡Te he echado de menos!

Hay una pausa. Luego dice algo, pero no lo oigo bien.

– Me estaba preguntando si tu teléfono funciona bien -añado-. Porque no he recibido ningún mensaje tuyo desde ayer por la mañana. ¿Los míos te han llegado?

Se oye otro murmullo indefinido. ¿Qué pasa con la línea?

– ¿Josh? -digo, dando unos golpecitos al auricular.

– Hola. -De repente lo oigo con claridad-. Sí. Ya me lo miraré.

– Bueno, ¿me paso esta noche?

– ¡Esta noche no puedes! -Es Sadie, que surge de golpe ante mis narices-. ¡Tenemos el desfile! ¡Vamos a recuperar el collar!

– Ya -murmuro, tapando el auricular con la mano-. Tengo un compromiso -continúo diciéndole a Josh-, pero podría pasarme hacia las diez.

– De acuerdo. -Josh parece distraído-. Pero esta noche tengo un montón de trabajo.

¿Más trabajo? Se está volviendo un adicto.

– Vale -digo, comprensiva-. Entonces, ¿almorzamos mañana?

– Muy bien -responde tras una pausa-. Genial.

– Te quiero -digo con ternura-. Me muero de ganas de verte.

Hay un silencio.

– ¿Josh?

– Eh.. . sí. Yo también. Adiós, Lara.

Cuelgo y me repantigo en la silla. Me siento un poco insatisfecha, aunque no sé por qué. Toda va bien, todo va perfecto. ¿Por qué entonces esta sensación de que falta algo?

Me entran ganas de volver a llamarlo para decirle: «¿Va todo bien? ¿Quieres que hablemos?» Pero no debo. Pensará que me estoy obsesionando y no es así, sólo estoy pensando. Una tiene derecho a pensar, ¿no?

En fin. Pasemos a otra cosa.

Me vuelvo hacia mi ordenador con gesto enérgico y me encuentro un mensaje de Ed. ¡Vaya!, qué rapidez.

¿Qué tal, chica años veinte? Gran noche la de ayer. Respecto a tu seguro de empresa, quizá te interese mirar esta página. Me han dicho que son buenos. Ed.

Hago clic en el enlace y entro en una página que ofrece seguros de tarifas reducidas para empresas pequeñas. Muy típico de él: menciono una vez un problema y me encuentra una solución en el acto. Agradecida, marco responder y tecleo rápidamente un mensaje:

Gracias, chico años veinte. Te lo agradezco. Espero que ya le estés quitando el polvo a tu guía de Londres.

P.D.: ¿Les has demostrado a tus subordinados cómo bailas el charlestón?

Responde casi enseguida:

¿Es ésta tu manera de hacer chantaje?

Me entra una risita tonta y empiezo a buscar alguna fotografía de una pareja bailando para enviársela.

– ¿Por qué te ríes? -pregunta Sadie.

– Por nada. -Cierro la ventana. No pienso contarle que estoy intercambiando mensajes con Ed. Es tan posesiva que igual se lo toma mal. O peor: igual empieza a dictarme mensajes llenos de absurdas expresiones de la jerga de los veinte.

Empieza a leer el número de Grazia que tengo abierto encima de la mesa y, al cabo de un rato, me dice: «Pasa la página.» Es mi nueva misión. Bastante irritante, de hecho. Me he convertido en su esclava pasa-páginas.

– Oye, Lara. -Kate entra presurosa en el despacho-. Tienes un envío especial.

Me entrega un sobre rosa, estampado con mariposas y mariquitas y encabezado con el rótulo «Tutús y Perlas». Lo abro y me encuentro una nota de la secretaria de Diamanté.

Diamanté ha pensado que esto quizá te interesaría. ¡Esperamos verte esta noche!

Es una hoja impresa con los detalles del desfile de hoy, acompañada de una tarjeta de identificación plastificada donde se lee: «Pase VIP para camerinos.» ¡Vaya! En mi vida había tenido categoría VIP.

Le doy vueltas a la tarjeta mientras pienso en el desfile. ¡Por fin vamos a recuperar el collar! Después de tantos esfuerzos. Y entonces.. . Mis pensamientos se detienen en seco. Y entonces, ¿qué? Sadie me dijo que no podría descansar hasta que encontrara su collar. Por eso se me aparece. Por eso está aquí. O sea, que en cuanto lo consiga.. . ¿qué ocurrirá? No. No puede.. .

Quiero decir, ella no va.. .

No se iría sin más.. . ¿no?

La miro, sintiéndome un poco extraña. Durante todo este tiempo me he concentrado exclusivamente en recuperar el collar. He perdido de vista lo que ocurriría después.

– Pasa la página -me dice impaciente, con los ojos fijos en un artículo sobre Katie Holmes-. ¡Pasa la página!

En cualquier caso, estoy decidida. Esta vez no voy a decepcionar a mi tía abuela. En cuanto vea el maldito collar, lo cogeré sin contemplaciones. Aunque lo lleve alguna persona colgado del cuello. Aunque tenga que hacerle un placaje y derribarla. Me acerco al hotel Sanderstead llena de energía. Con los pies ligeros y las garras preparadas.

– Mantén los ojos abiertos -le susurro a Sadie mientras cruzamos el espacioso vestíbulo blanco.

Dos chicas delgaditas con minifalda y tacones se encaminan hacia una doble puerta adornada con cenefas de seda rosa y globos en forma de mariposa. Ahí debe de ser.

Al acercarnos, veo un corrillo de chicas de punta en blanco que cuchichean excitadas y brindan con sus copas de champán mientras de fondo suena una música suave. Hay una pasarela que cruza el centro del salón (con una ristra de globos plateados suspendidos por encima), flanqueada por hileras de sillas forradas de seda.

Aguardo mientras las chicas de delante entregan sus entradas y luego me acerco a una rubia con un vestido de gala rosa. Tiene una tablilla en las manos y me dirige una sonrisa glacial.

– ¿Puedo ayudarte?

– Sí. Vengo al desfile.

La rubia repasa mi conjunto con aire crítico. Voy toda de negro: pantalones pitillo, camisola y chaqueta corta. Me he decidido por este color porque las diseñadoras de moda van siempre de negro, ¿no?

– ¿Estás en la lista de invitados?

– Sí. -Saco la invitación-. Soy la prima de Diamanté.

– Ah, su prima. -Su sonrisa se vuelve todavía más glacial-. Magnífico.

– De hecho, tendría que hablar con ella antes del desfile. ¿Sabes dónde puedo encontrarla?

– Me temo que Diamanté está ocupadísima.. .

– Es urgente. Necesito verla sin falta. Tengo esto, por cierto. -Le muestro mi pase VIP-. Puedo entrar a buscarla, pero si consigues localizarla será más fácil.. .

– Está bien -dice tras una pausa. Saca un móvil diminuto, con pedrería incrustada, y pulsa un único número-. Una prima de Diamanté quiere verla. ¿Está por ahí? -Escucha y, con un susurro poco disimulado, añade-: No, no la conozco. Bueno, si tú lo dices.. . -Guarda el móvil-. Diamanté te espera en los camerinos. Por allí. -Señala una puerta al fondo del pasillo.

– Adelántate -le cuchicheo a Sadie-. Mira a ver si encuentras el collar por los camerinos. Tiene que ser fácil localizarlo.

Recorro el pasillo enmoquetado detrás de un tipo que lleva una caja de Moët y, justo cuando le muestro mi pase VIP a un gorila, reaparece Sadie.

– ¿Fácil de localizar? -dice con voz temblorosa-. ¡Muy graciosa! ¡Nunca lo encontraremos! ¡Nunca!

– ¿Qué quieres decir? -susurro, cruzando la puerta.

Oh, no. ¡Joder!

Me encuentro en un recinto enorme lleno de espejos y sillas, secadores de pelo bramando y maquilladores que charlan todos a la vez con unas treinta modelos. Ellas, altas y delgadas, permanecen repantigadas en las sillas con cara de aburrimiento, o deambulan de aquí para allá mientras hablan por teléfono. Lucen vestiditos diminutos y casi transparentes. Y todas llevan al menos veinte collares al cuello. Cadenas, perlas, colgantes.. . Allí donde miro, veo collares y más collares. Es como un pajar de collares. A ver quién encuentra la aguja.. .

Sadie y yo nos estamos mirando horrorizadas cuando oigo la voz inconfundible de mi prima.

– ¡Lara! ¡Has venido!

Diamanté se acerca contoneándose y balanceando la melena rubia que le cae por la espalda. Lleva una falda diminuta cubierta de corazoncitos, una camiseta ceñida, un cinturón de cuero con tachuelas plateadas y unas botas de charol con tacón de aguja. Trae dos copas de champán y me ofrece una.

– Hola, Diamanté. ¡Felicidades! Gracias por invitarme. ¡Esto es increíble! -digo. Luego inspiro hondo. Es importante que no me vea desesperada-. En fin -añado-, quería pedirte un gran favor. ¿Recuerdas ese collar con una libélula que andaba buscando tu padre? ¿Aquel antiguo, con cuentas de vidrio?

Diamanté pestañea.

– ¿Cómo sabes eso?

– Eh.. . es una larga historia. En fin, originalmente era de nuestra tía abuela Sadie, pero a mi madre siempre le encantó y yo quería darle una sorpresa regalándoselo. -Cruzo los dedos por detrás-. Así que tal vez, después del desfile, podría.. . eh.. . quedármelo. ¿Te parece? Si ya no lo necesitas.. .

Diamanté me sostiene la mirada con ojos vidriosos.

– Mi padre es un gilipollas -dice sin el menor énfasis, como si constatara un mero hecho.

La miro indecisa hasta que comprendo. Genial, lo que me faltaba. Está borracha. Probablemente lleva todo el día bebiendo champán.

– Un gilipollas de mierda. -Agita su copa.

– Ajá. Y por eso has de darme el collar a mí. A mí -repito alto y claro.

Diamanté se balancea sobre sus botas y yo la cojo del brazo para que no pierda el equilibrio.

– El collar de la libélula -le digo-. ¿Sa-bes-dón-de-es-tá?

Se apoya en mí y percibo un tufo a champán, tabaco y caramelos de menta.

– Oye, Lara, ¿por qué no somos amigas? O sea, tú eres una tía guay. -Arruga el ceño-. Bueno, no guay.. . pero ya me entiendes. Legal. ¿Por qué nunca salimos juntas?

Quizá porque tú andas siempre por tu mansión de Ibiza y yo por la zona más cutre de Kilburn.

– Pues.. . no lo sé. Deberíamos. Sería genial.

– ¡Tendríamos que ir juntas a hacernos unas extensiones de cabello! -dice con repentina inspiración-. Voy a un sitio que es una pasada. También te hacen las uñas. Es todo orgánico y ecológico.

¿Extensiones ecológicas?

– Desde luego que iremos. No lo dudes. Extensiones. Fantástico.

– Sé lo que piensas de mí, Lara. -Su mirada parece centrarse con una especie de penetración étnica-. No creas que no lo sé.

– ¿Qué dices? -Me quedo de piedra-. Yo no pienso nada.

– Piensas que vivo a costa de mi padre. Porque él ha pagado todo esto. Etcétera. Sé sincera.

– ¡No! -me defiendo torpemente-. ¡No pienso eso! Sólo.. .

– ¿Que soy una jodida niña mimada? -Bebe un sorbo de champán-. Vamos, dime.

Menudo dilema. Diamanté nunca me ha preguntado mi opinión. ¿Debo ser sincera?

– Creo que.. . -Titubeo y acabo lanzándome-. Quizá si esperases unos años e hicieras todo esto por tu cuenta, si aprendieras el oficio y te abrieras camino tú sola, te sentirías mejor contigo misma.

Ella asiente despacio, como si masticara mis palabras.

– Ya -dice al fin-. Sí. Podría hacerlo, supongo. Salvo que sería muy duro.

– Sí, bueno, de eso se trata.. .

– Y tendría por padre a un odioso gilipollas que se cree Dios y que nos hace salir a todos en su estúpido documental biográfico.. . ¡sin obtener nada a cambio! ¿Qué obtendré yo? -exclama, abriendo sus brazos esbeltos y bronceados-. ¿Qué?

Vale. No voy a meterme en ese debate.

– Tienes razón -me apresuro a decir-. Pero volviendo al collar de la libélula.. .

– Mi padre se ha enterado de que venías hoy, ¿sabes? -Por lo visto, ni siquiera me oye-. Me ha llamado por teléfono. En plan: «¿Qué hace ella en la lista de invitados? Sácala.» Y yo: «¡Que te zurzan! ¡Es mi prima, joder!»

El corazón me da un brinco.

– ¿Tu padre no quería que viniera? -Me humedezco los labios-. ¿Te dijo por qué?

– Yo le repliqué: «¿Qué más da si está un poco loca?» -Lo dice como si yo no estuviera delante-. «Haz el favor de ser más tolerante, joder.» Y entonces se puso a hablar del collar, ¿sabes? -Abre unos ojos como platos-. Me dijo que me daría otros a cambio. Y yo: «No pretendas engatusarme con el jodido Tiffany. Soy diseñadora, ¿vale? Tengo mi propia visión.»

La sangre me bombea en los oídos. El tío Bill sigue detrás del collar. Pero ¿por qué? Lo único que sé es que debo encontrarlo.

– Diamanté -le digo cogiéndola por los hombros-. Escucha, por favor. Ese collar es muy importante para mí. Para mi madre. Yo valoro tu visión como diseñadora y tal.. . Pero ¿me lo darás después del desfile?

Tiene una expresión tan vacía que me temo que habré de explicárselo todo otra vez. Entonces me rodea el cuello y me abraza con fuerza.

– Claro que sí, cielo. En cuanto acabe el espectáculo, es tuyo.

– Genial. -Procuro no mostrar el alivio que siento-. ¿Y dónde lo tienes ahora mismo? ¿Podría verlo?

En cuanto le ponga la vista encima, lo cojo y me largo. No voy a correr más riesgos.

– ¡Claro! ¿Lyds? -Llama a una chica con un top a rayas-. ¿Sabes dónde está el collar de la libélula?

– ¿Cómo, cariño? -Lyds se acerca con el móvil en la mano.

– El collar antiguo, el que tiene esa libélula tan mona. ¿Sabes dónde está?

– Con una doble hilera de cuentas amarillas -intervengo, ansiosa– y un colgante en forma de libélula que llega hasta aquí.. .

Pasan dos modelos con un montón de collares al cuello y yo los miro, aguzando la vista, por si acaso.

Lyds se encoge de hombros.

– No me acuerdo. Debe de llevarlo alguna de las chicas.

Como si dijese: «La aguja debe de estar por aquí, en el pajar.» Miro alrededor, desesperada. Hay modelos por todas partes. Collares por todas partes.

– Ya lo busco yo -digo-. Si no te importa.. .

– ¡No! ¡El desfile está a punto de empezar! -Diamanté me empuja hacia la puerta-. Lyds, acompáñala. Que la pongan en primera fila. Así aprenderá papá.

– Pero.. .

Demasiado tarde. Ya me han sacado afuera.

En cuanto se cierran las puertas, me pongo a dar saltitos de frustración. Está ahí dentro. El collar de Sadie lo lleva una de esas modelos. Pero ¿cuál?

– No lo veo por ningún parte -dice Sadie, surgiendo a mi lado. Está al borde de las lágrimas-. He examinado a todas las chicas. He mirado todos los collares. No está, no aparece.

– ¡Tiene que estar! -me obstino mientras cruzamos el pasillo-. Escucha, Sadie, lo lleva una modelo. Las miraremos atentamente a medida que vayan pasando y acabaremos por encontrarlo. Te lo prometo.

Procuro sonar optimista, pero no estoy tan segura. Nada segura.

Afortunadamente me han puesto en primera fila. Al comenzar el desfile hay al menos seis filas ocupadas a cada lado, y la gente es tan alta y espigada que desde más atrás no habría visto nada. La música resuena con golpes sordos, las luces parpadean por todo el salón y se oyen gritos de entusiasmo, seguramente los amigos de mi prima.

– ¡Vamos, Diamanté! -grita uno de ellos.

Para mi espanto, comienzan a surgir nubes de hielo seco en la pasarela. ¿Cómo voy a ver a las modelos así? No digamos ya el collar. La gente que tengo alrededor sufre accesos de tos.

– ¡Diamanté, que no vemos nada! -grita sin cortarse una chica-. ¡Apaga eso!

Finalmente, la niebla va disipándose. En la pasarela parpadean topos de color rosa y por los altavoces suena un tema de Scissor Sisters. Me echo hacia delante, lista para observar concienzudamente a la primera modelo, y entonces lo veo con el rabillo del ojo.

Al otro lado de la pasarela, en un asiento de primera fila, está el tío Bill. Lleva un traje oscuro y camisa sin corbata, y lo acompañan Damian y otro ayudante. Mientras lo contemplo horrorizada, levanta la vista y me mira a los ojos.

Me quedo paralizada.

Tras unos segundos interminables, alza una mano con calma y me saluda. Lo imito torpemente. La música sube de volumen y de repente aparece la primera modelo con un vestidito blanco, estilo enagua y estampado con telarañas. Recorre la pasarela con ese contoneo propio de las modelos que resalta sus caderas huesudas y sus brazos flacuchos. Observo los collares que se agitan en su cuello, pero pasa tan deprisa que cuesta distinguirlos.


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