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Veneno Y Sombra Y Adiós
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Текст книги "Veneno Y Sombra Y Adiós"


Автор книги: Javier Marias



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–¿Tiene alguna preferencia? —le pregunté, señalando hacia un estante alto con botellas, a mi derecha.

–Cualquiera de esas —dijo. Me levanté, le serví su copa, se la entregué, bebió dos sorbos y continuó (ahora no temía que se ínterrumpiese)—: Cuando al cabo del tiempo se descubría a un 'judío' o 'medio judío' disfrazado de 'cuarto de judío', o a uno de primer grado, a un Mischling, disfrazado de mestizo de segundo grado o de 'ario', contaba poco lo que estipularan las Leyes: su destino dependía, sobre todo, de quién fuera el descubridor y de su capricho, y de a quién lo denunciara. No era lo mismo irle con la historia a la policía local o a un mero alcalde que a las SS o a la Gestapo. Podía no pasarle nada en absoluto, que se hiciera la vista gorda, o ir a parar a un campo de concentración con su familia entera, en represalia por el engaño. No sé si sabes lo que dijo en una ocasión Goring o Goebbels, uno de los dos, no recuerdo, debió de ser Goring: 'Es judío quien yo digo que lo es, eso es todo'. Al parecer cuando dijo eso no fue para 'judaizar' a alguien, sino para lo contrario, porque le convenía. En contra de lo que comúnmente se cree, y de la propia propaganda nazi, hubo muchos Mischlingee incluso 'medio judíos', que sirvieron con lealtad al Reich, hasta en el Ejército o en cargos de responsabilidad, administrativos o del Partido. Hace unos años salió un libro titulado Hitler's Jewish Soldiers, de un tal Bryan Rigg, ¿lo has leído?, en el que se contaban unos cuantos casos de lo más llamativo. Un 'medio judío' llamado Goldberg, que era rubio y de ojos azules, apareció fotografiado y ensalzado en la prensa propagandística como 'El soldado alemán ideal', qué te parece. Hubo coroneles, generales y almirantes que eran 'medio judíos' o 'cuarto', aunque Hitler se ocupó de declararlos convenientemente 'arios'. Con un Teniente Coronel, sin embargo, Ernst Bloch de nombre, como el filósofo, veterano de la Primera Guerra, hubo de rectificar y destituirlo por una protesta personal de Himmler. Qué fue de él tras eso, lo ignoro o no lo recuerdo: quién sabe si pasó de mandar tropas a consumirse en un campo, si cayó totalmente en desgracia. Mucho dependía del azar, o de si se contaba con la amistad o el favor de algún alto dirigente. Al Mariscal de Campo Milch, por ejemplo, en cambio, que era 'medio judío', su amigo Goring le aportó una prueba falsa (se la fabricó) demostrativa de que en realidad no era hijo de su padre oficial 'plenamente judío', sino del amante 'ario' de su madre, la cual, si vivía, no se sabe qué opinaría de la revelación extraordinaria, hubiera tenido o no aquel amante. A Milch se lo recalificó como 'ario' y se lo condecoró con la Ritterkreuz por su actuación en Noruega. Ya ves, una bendición ser bastardo, en Alemania en aquellos tiempos. —Y Wheeler volvió a reír brevemente, con una risa burlona que me recordaba a la tan característica de su hermano Toby—. ¿De dónde veníamos ahora, Jacobo? Lamento estos hiatos de memoria, me pasa sólo con la inmediata. Entre ellos y esos momentos de afasia, pronto ya no podré contar nada.

'No está tan mal como para no darse cuenta', pensé, 'algo es algo. Pero no se le habrían producido estos vacíos hace un año ni hace unos meses. Parece como si él y mi padre marcharan al mismo tiempo, al mismo paso, aunque Peter está más entero. Pese a ser un año mayor, durará más seguramente. Qué lástima los dos cuando ya no estén. Qué lástima.'

–Seguía teniendo que ver con su mujer —le contesté—. Usted sabrá mejor. Con su muerte. Eso creo.

–Oh sí —me respondió—, tiene mucho que ver, o todo. Sí. Sí. —Y al repetir esta palabra pareció enhebrar de nuevo el hilo—. En la sección negra del PWE, como te he dicho, había gente que ni siquiera sabía que trabajaba para ella, ni de su existencia. Valerie desde luego lo ignoraba. Pero había un sujeto que probablemente lo sabía muy bien, y que aparecía por Woburn o por Milton Bryant sólo de vez en cuando, con una batería de ideas y aparente autonomía, hasta de Delmer. Se llamaba Jefferys, un alias casi seguro, y su mente era diabólica, o eso me contaba Valerie cuando yo venía de Jamaica o de Costa de Oro o de Ceilán, donde estuviera destinado, y nos veíamos durante un par de semanas o unos días. La misión de aquel Jefferys era idear trastornos, problemas a los que, por secundarios o peregrinos que fuesen, los alemanes se vieran obligados a prestar atención y a intentar poner remedio. Y también espoleaba al personal, por lo visto era único en eso.

–¿Esparcir brotes de cólera? —No pude evitar preguntárselo. Pero él no se dio por aludido, quizá no recordaba ya sus palabras al respecto.

–Exacto, O aunque fueran sólo de varicela. Todos temamos el convencimiento, en todas las divisiones, secciones, unidades y grupos, en el SIS en general, en el SOE, en el PWE, en el OIC y en la NID, en la PWB y por supuesto en el SHAEF, de que cualquier contrariedad que los distrajera de lo importante, que los apartara de sus quehaceres bélicos o los hiciera descuidarlos o se los entorpeciera, que mermara en lo más mínimo su eficacia, nos favorecía enormemente y nos ayudaba a ganar tiempo cuando aún esperábamos a que los americanos (qué pesados y dubitativos fueron; luego presumen) se decidieran a entrar en la Guerra. Se trataba de mantener ocupado al mayor número posible de hombres con minucias molestas o de peligroso aspecto. Cada vez que los nazis debían desplazar a un soldado o a un miembro de la Gestapo hacia alguna tarea inesperada y ajena a la propia Guerra, eso valía la pena y nos daba alguna ventaja, o ese era nuestro sentimiento: el de nuestra absoluta desesperación hasta diciembre del 41, más de dos años resistiendo solos. Aquel Jefferys llegaba, se instalaba una semana, daba multitud de instrucciones, desplegaba una energía frenética y azuzaba a la gente de allí a que también concibiera artimañas y trucos para causar el mayor daño. Era un tipo entusiasta, hiperactivo, febril y contagioso, que elevaba mucho los ánimos porque a todo le daba importancia. Según él, cualquier cosa, cualquier empellón o zancadilla podía ser útil. Si en una ciudad alemana o de la Europa ocupada, por ejemplo, se producían asesinatos o continuos robos en las casas; si ardían edificios y hoteles o se declaraba una epidemia, aunque fuera de gripe, o faltaba el suministro de lo que fuese, de la electricidad, el gas, el carbón o el agua; si faltaban las medicinas en los hospitales o los alimentos se corrompían, todo eso servía. La acumulación de inconvenientes y calamidades, de crímenes, crea inseguridad, desconfianza y zozobra, y tener que ocuparse de muchas cosas a la vez es lo que más desgasta y exaspera. Cuanto más descentrados estuvieran los nazis, cuanto más atareados con asuntos no vitales, más posibilidades teníamos nosotros de golpearlos en los vitales.

–No me diga que hubo asesinatos comunes que en realidad no lo fueron. No me diga que planearon y ejecutaron ustedes asesinatos al azar, de civiles.

Wheeler hizo un gesto ambiguo con la mano abierta a la altura de la sien, como si se alzara lateralmente el ala de un sombrero imaginario,

–No, no lo creo. Aunque Sefton Delmer era un bon vivanty un pragmático que no se creaba problemas, sin apenas miramientos en la aplicación de la subversión para minar y destruir al enemigo, y por lo visto es verdad que en medio de todo aquello se lo veía comer, beber y reír de buena gana, como si nada lo afectara, tenía un resto de conciencia. Eso se dice. Según Hemingway, que coincidió con él en Madrid durante vuestra Guerra, los dos como corresponsales, parecía 'un rojizo obispo inglés'. —Dijo ' a ruddy English bishop' y ese primer adjetivo también puede significar 'rubicundo'—. Otros le encontraban semejanza con Enrique VIII, porque era grande y tirando a gordo, con ojos casi saltones y una tez ruborosa. – 'Florid', fue aquí la palabra—. Y como las cuchillas escaseaban, durante la Guerra se dejó la barba. Pero desde luego Jefferys sí lo planteó, provocar, o que se cometieran directamente asesinatos no políticos: hoy serían terroristas. Seguro que en eso no le hicieron caso, y además el SOE, y sus colaboradores locales en cada país, ya tenían bastantes objetivos por su cuenta, sobre todo militares. En los sabotajes y los torpedeos sí, la mayoría de sus exuberantes ideas solían ser bien recibidas. Valerie le dio una. A Valerie se le ocurrió una. —Y sin transición el tono de Wheeler, justo al decir estas últimas frases, se hizo mucho más sombrío. Bebió otros dos sorbos de su jerez, volvió a cruzar su bastón sobre los brazos del sillón, se agarró a él con una sola mano, como si fuera una barra de la que se sujetara, y continuó sin vacilaciones: había decidido contar e iba a contarme—. Todo el mundo quería ayudar en aquellos días, Jacobo. Fue increíble cómo el país se unió, primero para aguantar, luego para destrozar a los nazis. Para los que lo vivimos, lo que sucedió en época de Thatcher, con la ridicula Guerra de las Islas Falkland y la gente tan chulesca y encendida, fue una vergüenza, un remedo grotesco de aquello otro, una cosa impostada, una farsa. Justamente entonces, en la Guerra, no hubo nada de chulería ni de patriotismo de vaudeville. —Wheeler lo pronunció a la francesa, como también habría hecho mi padre—. La gente resistió y no sacó pecho, apenas si se jactó de nada. Todos hicieron cuanto estuvo en su mano y, salvo raras excepciones, nadie se colgó medallas. Eran tiempos verdaderos, no de mentira, no de espectáculo. Jefferys era un estímulo, un acicate durante sus estancias en Woburn, quiero decir en Milton Bryant, y Valerie deseaba ayudar en lo posible, contribuir al máximo. Se afanaba mucho. Bueno. La hermana mayor de su amiga austríaca, la que les llevaba a las dos unos diez años, Use su nombre, tenía un novio cuando Valerie todavía iba a pasar sus temporadas en Melk con aquella familia Mauthner, y llegó a coincidir con él varios veranos. El novio era un nazi convencido ya entonces, te hablo de 1929 ó 30 a 1934 ó 35, que fue cuando Valerie dejó de ir allí y su amiga de devolverle la visita navideña, a los catorce o quince años. La hermana mayor y el novio se habían casado por fin en 1932 ó 33 y se habían trasladado a Alemania, y la hermana pequeña, Maria, con la que Valerie se carteaba durante el resto del año y siguió haciéndolo hasta poco antes de la Guerra, le había hablado de la preocupación que aquel matrimonio, por lo demás esperable, había causado en la familia. En el fondo los Mauthner confiaban en que no llegase a celebrarse nunca, en que Use y el novio rompiesen antes, como sucede a menudo con las parejas que empiezan muy jóvenes. Aquel hombre, que se apellidaba Rendl...

Aquí no pude evitar interrumpirlo.

–¿Rendel? ¿R, e, n, d, e, l?—Se lo deletreé al instante.

–No. En Austria se escribía sin la segunda e—contestó—. Pero sí, el Rendel que tú conoces y que Tupra tiene a sus órdenes es nieto de ellos, de la hermana mayor y de su marido. Bueno, yo no lo he tratado, y a su padre apenas. Al padre, al hijo de Use, sólo lo ayudé económicamente, y a que viniera a Inglaterra en su día, siendo aún niño; después preferí no tener contacto. Pero esa es otra historia. O en todo caso no adelantemos. El marido, Rendl, y eso era algo sabido por su familia política, tenía una abuela judía, ya muerta antes de que él naciera, luego era 'cuarto de judío', un Mischlingde segundo grado. A éstos, como te he dicho, las más de las veces no les pasaba nada, se los consideraba del lado 'alemán' y se los asimilaba, aunque no podían aspirar, en la teoría, a ciertos puestos de importancia. Pero ni al padre Mauthner, ni a la madre, ni por lo tanto a las demás hermanas, les hacía gracia aquel cuarto de origen. No porque ellos fueran nazis, al parecer sólo eran apolíticos, es decir, pasivos y a la larga supongo que nazificados, sino por la alarma que cualquier 'contaminación* causaba en aquellos tiempos. Ten en cuenta que las Leyes de Nuremberg se aprobaron en 1935, pero en realidad no hicieron sino regular muchas medidas que ya se habían tomado oficiosamente con anterioridad contra los judíos (la cosa venía de antiguo) y dar carácter oficial y legal a una situación de hecho: la enorme aversión social y la discriminación contra ellos. Con todo, Rendl podría haber vivido más o menos tranquilo con eso, si no hubiera sido tan nazi. Aspiraba a entrar en las SS, y lo logró al poco de casarse. Pero para ello tuvo que hacer desaparecer previamente a aquella abuela judía, imagino que pagando caro a las autoridades de donde ella hubiera nacido, como hicieron tantos otros. Y a consecuencia de aquello, de su ocultación, o su falsificación, de su impostura, la 'mácula' se convirtió en un secreto que debía guardarse con el máximo celo, y así se les comunicó a todas las hijas Mauthner en cuanto la limpieza' en los registros fue efectiva. Pero para una de ellas ya era tarde.

–Se lo había contado a Valerie. Quiero decir a su mujer, Peter —rectifiqué esta vez en seguida.

Wheeler notó mi reparo. Aún se le escapaban pocas cosas.

–No te preocupe llamarla Valerie, puedes hacerlo. Y aún no era mi mujer entonces. Entonces se llamaba Valerie Harwood y no podía imaginarse casi nada de lo que vendría. Ni siquiera a mí podía imaginarme, todavía no nos conocíamos. Sí, Maria Mauthner se lo había contado a una amiga que se iba a convertir en enemiga unos años más tarde. No personal, claro está, sino... ¿cómo habría que decirlo, nacional, política, patriótica? No sé qué clase de enemigo se es en las guerras. Se odia a desconocidos completos y a viejos amigos, se odia abarcadoramente, a un país entero o a varios. Si se piensa un poco, es muy raro. No tiene el menor sentido, y es un gran desperdicio. Maria no sólo le había hablado ya de aquello, sino que siguió haciéndolo durante los años siguientes, por carta. Eran amigas desde niñas, se tenían confianza, se hablaban con naturalidad, se daban noticias. Valerie supo que Use había tenido tres hijos de su matrimonio, un chico y dos chicas, al primogénito incluso llegó a conocerlo en su última visita a Melk, recién nacido, en el 34 o en el 35. También supo que Rendl, al que siempre había considerado un imbécil cuando coincidió con él en los veranos, una especie de pre-fanático, estaba haciendo veloz carrera en las SS; y cuando las dos jóvenes dejaron de cartearse, en el 39, sabía que había alcanzado el grado de Mayor, o de Capitán, en una División de Caballería de ese cuerpo. Una de ellas, por cierto, la trigésimo tercera, tuvo triste fama (para nosotros alegre) porque quedó aniquilada en la batalla de Budapest en 1945, no sé si pertenecería a esa. En todo caso da lo mismo, para entonces Rendl ya no estaba en la Caballería ni en las SS, sino posiblemente en un campo de concentración, en una fosa común o incinerado.

–¿Qué pasó? —le pregunté para que no se me fuera del relato recordando hechos de guerra.

Wheeler se acabó su jerez y expresó sus dudas sobre si tomarse otro. Yo lo animé, me levanté para servírselo, miró hacia la zona por la que la señora Berry se iba asomando, y entonces la oímos empezar a tocar el piano en el piso de arriba, en el cuarto vacío en el que sólo se podía hacer eso, sentarse ante el instrumento: quizá era su hora de practicar, siempre antes del almuerzo, por lo menos los domingos desterrados del infinito. Wheeler señaló con un dedo hacia el techo y a continuación hacia la botella. —Lo sabes ya, ¿no, Jacobo? Pasó lo que te imaginas. Valerie me contó que tuvo dudas, y que le habría gustado consultarme mi parecer. Pero yo estaba lejos, casi siempre lejos, y las comunicaciones eran difíciles y breves, no nos daba tiempo a las cuitas. Cuando ella se lo dijo a Jefferys, hacía ya tres o cuatro años que no había tenido contacto con Maria, ni siquiera sabía si seguiría viva. Y además todo parece menos intenso, todo se difumina en el pasado, y las amistades de infancia son las que se tornan borrosas más rápidamente, más que nada porque los niños dejan de serlo y cambian, se zafan de su niñez y reniegan de ella hasta que la ven muy alejada, y sólo entonces la echan en falta. Jefferys apelaba a la inventiva y a un remoto, indirecto, improbable heroísmo de sus jugadores negros, de los que estaban al tanto y de los que se creían blancos —obviamente su expresión fue 'black gamblers'—, les decía: 'Cualquier cosa, por nimia que sea y aunque os parezca una tontería, no os la guardéis, exponedla: porque puede resultar vital, ayudar a salvar vidas inglesas y a ganar esta Guerra'. Quería actividad incesante, iniciativas, maquinaciones, ingenio, más ideas, y Valerie le dio la suya, o él sacó una de lo que ella le dijo: 'Hartmut Rendl, oficial de las SS, con rango de Mayor o de Capitán como mínimo si en los últimos años no ha sido ascendido, es un Mischlingpor parte de una abuela judía, y además destruyó o falsificó documentos para que eso no constara en ningún sitio y poder ingresar en las SS, el cuerpo racialmente más puro del Reich y principal ejecutor de las atrocidades'. Rendl era un miembro de él, un criminal y un imbécil, no había por qué tener dudas ni escrúpulos. No es difícil figurarse la excitación que algo así debió de producirle a Jefferys, y al propio Delmer cuando le llegara. Les faltó tiempo para poner la maquinaria en marcha: no sólo se encargaron de que la información sobre Rendl llegara a oídos de altos mandos de las SS, y si era posible a los de su jefe, el irascible y purgativo Himmler, sino que vieron en ello un nuevo frente para la propaganda negra. Se empezaron a falsificar partidas de nacimiento y hojas de registro que acusaran de 'judíos', 'medio judíos' o 'mestizos de primer grado' a oficiales del Ejército, a destacados cargos del Gobierno y hasta a figuras del Partido Nazi. No a muchos, claro, no podía exagerarse la 'plaga', pero, espaciando las denuncias, sí a unos cuantos, unos más verosímiles que otros, o con mayor fundamento. No era una labor fácil, pero en falsificación el PWE fue excelente: gracias a un coleccionista, contaban con juegos tipográficos y moldes alemanes desde el siglo XVII hasta el XX (o matrices, o como se diga, yo no entiendo nada de imprenta), de los llamados Fraktur, es decir, de letra gótica. Y aunque antes o después se descubrieran los fraudes (y no todos se descubrieron), mientras los nazis llevaban a cabo sus investigaciones y comprobaban cada expediente bajo repentina sospecha... Bueno, valía la pena obligarlos a ocuparse de semejante sandez que nada tenía que ver con la Guerra, hacerles perder el tiempo rebuscando en viejos archivos de ayuntamientos y parroquias (en el siglo XIX muchos judíos alemanes y austríacos se habían convertido al cristianismo, sobre todo al catolicismo), y crearles desconfianza hacia los suyos, ya te he dicho que una de las prioridades de Delmer era enfrentar a alemanes. No digamos cuando la cosa colaba y traía aparejada la destitución o caída en desgracia de un Coronel o un General o un Almirante, o de un jerarca del Partido. Trabajo que nos ahorraban, y pánico y desmoralización en sus filas. Pensar que había infiltrados en sus cuerpos más escogidos, o que la Wehrmachtestaba infestada de 'ratas', y que además nadie estaba a salvo de 'revisiones' más allá de su lealtad y sus méritos, suponía un golpe para ellos, por idiota que ahora nos parezca el asunto. No fue una jugada muy limpia. Desde luego fue negra en más de un sentido, porque lo que hicieron fue aprovecharse del aspecto más cruel y repugnante del Reich, explotarlo, y en el fondo propiciar la persecución de más judíos, verdaderos o imaginarios. Pero eran judíos muy particulares en cualquier caso, los que lo fueran de veras, 'medio' o 'cuarto'. No eran pobre gente inocente: por encima de todo eran nazis convencidos y activos, que luchaban contra nosotros o cazaban a 'judíos plenos' o ambas cosas, así que a nadie le preocupó, en Milton Bryant, la posible indecencia de aquella táctica, basada en acusaciones falsas y aún peor cuando no lo eran, como en el caso de Rendl. En aquellas circunstancias era normal que a nadie le quitara el sueño. Sin embargo Delmer prefirió no mencionarla en su autobiografía, que yo recuerde. A mí tampoco me lo habría quitado, como no me lo quitaron tantas cosas que me tocó hacer e hice. Algunas de las que vi, sí, eso es distinto, resulta más fácil cargar con lo propio. —Hizo una breve pausa, como si pusiera un punto y aparte o más bien abriera un paréntesis largo, y desvió la mirada hacia el exterior, hacia el río—. Sólo una vez desobedecí una orden, en una travesía de Colombo a Singapur. Ya era Teniente Coronel entonces. Llevaba a un agente indio reclutado primero por los japoneses y luego, bajo la amenaza de ejecución inmediata, convertido en doble agente por nosotros, al que yo había interrogado y adiestrado en Colombo. Con la Guerra ya cerca de su término, se me dijo que dispusiera de él durante aquel viaje, ya no servía. —' To dispose of him' fue lo que dijo, y en aquel contexto me pareció entender bien lo que significaba—. Se me insinuó que le buscara una tumba húmeda. —Aquí la expresión fue 'a watery grave', 'acuosa', y eso ya no dejaba lugar a dudas—. Su nombre en clave era 'Carbuncle', y también él esperaba lo mismo, estoy convencido, encontrarla durante la travesía. Quizá fue su convencimiento, casi conformidad, lo que me hizo no ver el momento. Había jugado con los japoneses y con nosotros, como todos los agentes dobles, pero a fin de cuentas una mentira suya nos había ayudado a interceptar y hundir, frente a Penang, el crucero pesado japonés Haguro, en mayo del 45. Al fin y al cabo, él había sido el vehículo de nuestra trampa. No sé bien por qué lo hice, por qué desobedecí. No veía del todo claro por qué tenía que deshacerme de él, y también los Servicios Secretos estaban llenos de idiotas. Si ya no nos servía a nosotros, a los japoneses menos: si caía en sus manos le darían rápida sepultura, húmeda o seca, o lo dejarían pudrirse a la intemperie para que se lo comieran los cerdos. Había visto lo que habían hecho en las Islas Andaman: parte de la población nativa amontonada en barcazas y cañoneada luego desde la guarnición, tiro al blanco, cuando ya estaba en aguas profundas y alejadas; decapitaciones, violaciones terribles, pechos cortados, pero no con machete ni espada, sino desprendidos a bofetones, un desfile de soldados, uno tras otro con todas sus fuerzas, cumpliendo órdenes de un Comandante cuyas atrocidades de años, durante la larga ocupación de las Islas, me tocó investigar cuando las liberamos. Estaba harto... Hoy se dice, se lee a veces que la violencia es adictiva, o que una vez que se prueba a ejercerla, o a contemplarla, ya no importa tanto, que uno se acostumbra. En mi experiencia eso es totalmente falso, un cuento de imbéciles para imbéciles. Se pueden aguantar ciertas dosis, y hasta más de las que uno imagina, pero al final no es que hastíe, es que agota y desmorona... Y revuelve, y no se olvida... Al arribar a Singapur desembarqué con 'Carbuncle' todavía esposado, muñeca con muñeca, algo de lo más incómodo, ¿alguna vez lo has probado? Le eché un vistazo desde mi altura y de reojo, él era mucho más bajo. Parecía en verdad sorprendido de haber llegado a destino, de volver a pisar tierra. Entonces saqué la llave, abrí las esposas mientras él me miraba atónito, y le dije: '¡Vete a la mierda!'. – 'Fuck off!' fue lo que en realidad dijo Peter, levemente más grosero que el castellano—. Puso pies en polvorosa y lo vi desaparecer entre la multitud del puerto. Sí, estaba muy harto... Y me esperaba más todavía...



Se quedó callado, mirando hacia el apacible río con el que yo me había familiarizado muchos años antes en casa de su hermano Rylands, como si aún viera allí a su prisionero 'Carbuncle' mezclándose con el gentío en el muelle lejano. Le había visto esa mirada a mi padre, más de una vez, y también a él cuando nos había seguido con paso parsimonioso a la señora Berry y a mí hasta el pie de la escalera para mirar hacia el punto que yo señalaba en lo alto del primer tramo, donde había encontrado la mancha de sangre durante mi noche de fiebre en su casa, tras quedarme solo consultando libros: unos ojos muy abiertos que le conferían una expresión contradictoria, casi de niño que descubre o ve algo por primera vez, algo que no lo asusta ni le repele ni tampoco lo atrae, sino que le produce pasmo, o algún saber intuitivo, o bien una especie de encantamiento.

Wheeler bebíó ahora un trago largo de agua, casi inconscientemente, no era de extrañar que tuviera sed, llevaba hablando mucho rato y al final había derivado hacia su locuacidad ensimismada. Salvo en uno, yo había temido en todo momento que decidiera pararse, por la fatiga o por un ataque más prolongado de afasia o porque se arrepintiera de pronto de estarme contando tanto. Nunca me había contado tanto de su vida antigua, o en realidad casi nada. 'Por qué lo estará haciendo ahora', pensé. 'Tampoco es que yo le haya insistido demasiado, ni le he rogado, ni lo he halagado. Yo no sonsaco. Deberé preguntárselo antes de separarnos, si me queda un resquicio.' Todo aquello me interesaba muchísimo pero si lo dejaba irse hasta el Sudeste Asiático de sus misiones corría el riesgo de que no regresara, o de que lo hiciera demasiado tarde, cuando ya la señora Berry nos llamase para el almuerzo, como una madre a sus niños. No es que pensara que delante de ella Wheeler fuera a callarse, o que a aquellas alturas le tuviese muchos secretos, en todo caso no los relativos a la muerte de Valerie, que era lo que yo más quería saber en aquel instante, tal vez porque había estado con mi mujer hacía poco y la había sentido en peligro; pero con las narraciones hay que llevar cuidado, a veces no admiten testigos, ni siquiera mudos, y si los hay se suspenden. El piano de la señora Berry seguía sonando, de nuevo tocaba música bastante alegre, me pareció que esta vez eran piezas del italiano Clementi, que también había vivido largo tiempo en Londres, un exiliado más, piezas de su popular método Gradus ad Parnassumo quizá eran sonatas, otro músico arrumbado por Mozart, quien además —nunca al parecer buen colega– le había atribuido una habilidad mecánica y con eso lo había hundido, acaso porque Clementi había osado medirse con él en Viena ante el Emperador, los dos como intérpretes virtuosos.

–¿Qué le pasó a Rendl? —Decidí hacer volver a Peter a donde estaba. Pero ya no me atreví a retraerlo hasta Valerie directamente. Si insistía como si no, podía acabar perdiéndola.

–Oh sí, disculpa. Por eso no me gusta ponerme a contar historias, y aún menos en mi actual estado. A menudo me voy por las ramas y no si tienen interés. Lo ideal sería que sí, ¿verdad?, que lo tuvieran tanto como las raíces y el tronco.

–Tienen enorme interés, Peter. Esa rama de 'Carbuncle'... no la conocía, obviamente. Pero siento curiosidad por saber qué le pasó a Rendl.

–No la conocíais ni tú ni nadie. Hasta hoy —contestó, y me pareció notar en su tono que quería subrayar debidamente la importancia de aquel hecho—. Ni siquiera Mrs Berry, ni siquiera Toby. Ni siquiera Tupra, que es tan metomentodo con el pasado. Como creo que una vez te dije, en teoría yo no estoy todavía autorizado a contar en qué consistieron mis 'encargos especiales' entre el 36 y el 46, ni algunos de después tampoco, y he cumplido. Hasta hoy. Claro que decir 'todavía' en mi caso resulta irónico y de mal gusto, el permiso no me va a llegar a tiempo. En el asunto 'Carbuncle' hay un motivo más para callármelo, porque mis superiores no se enteraron nunca de que lo dejé suelto. No es que me hubiera ocurrido nada muy grave por desobedecer esa orden, no éramos como los alemanes, ni como los rusos, y a nadie puse en peligro. Pero preferí decirles que le había procurado tumba húmeda durante la travesía, de acuerdo con su sugerencia. Al fin y al cabo aquel individuo iba a estar tan desaparecido, a ser tan inencontrable como en el fondo del Estrecho de Malaca con un absurdo equipo de golf atado al cuello, con el que de hecho lo obligué a cargar durante el viaje y que luego dejé que alguien me birlara en el puerto. (Sí, ya lo creo que había idiotas en los Servicios Secretos, fueron ellos quienes me endilgaron los palos.) Después de habérsela jugado así a los japoneses, él era el principal interesado en que se lo supusiera muerto, y no había el menor riesgo de que volviera a aparecérsele a un británico, ni en pintura. —Y esta última expresión la dijo en español, tal vez porque en inglés no hay equivalente exacto, no tan gráfico. También había recurrido a mi lengua al decir 'me voy por las ramas', y había continuado la metáfora en la suya, eran mezclas frecuentes entre nosotros, como lo habían sido entre Cromer-Blake y yo en mi etapa de Oxford—. En cuanto a Rendl, bueno: no es sólo que todo tenga su tiempo para ser creído, sino que además tuvimos la mala suerte de que en su caso la acusación no fuera falsa y de que no militara en la Wehrmachtregular, digamos, donde quizá no le habría sucedido nada más allá de una reprimenda, un arresto o un descenso, o las tres cosas. O si hubiera sido un dirigente del Partido: allí el engaño, con fortuna, y dependiendo de sus amistades y su eficacia, podría haberse pasado por alto. —Noté que había empleado la primera persona del plural, que impropiamente había dicho 'tuvimos'—. Las SS, en cambio, se contaba, exigían a sus miembros una pureza de sangre 'alemana' acreditada desde 1750, al menos en la teoría y al principio. Himmler debió de darse cuenta de que la mayoría de los aspirantes no eran capaces de rastrear sus orígenes hasta tan lejos y de que su cuerpo podía quedarse rápidamente en cuadro, en cuanto empezó a sufrir bajas de guerra. Así que desde 1940 las SS se nutrieron en buena medida de voluntarios de países considerados 'germánicos', sobre todo las Waffen-SS, la sección armada, de combate, que se llenó de holandeses, flamencos, noruegos y daneses. Y ya más tarde, hacia el final, admitieron también a voluntarios 'no germánicos', a franceses, italianos, valones, ucranianos, bielorrusos, lituanos, estonios; y a húngaros, croatas, serbios, eslovenos, incluso albaneses. Hubo hasta una Legión India, y divisiones musulmanas, recuerdo la Skanderbeg y la Kama (y había una tercera, ahora no me viene el nombre), figúrate en qué quedó la pureza aria. Y hasta un diminuto British Free Corps tuvieron, que les sirvió más que nada para hacer propaganda. Pero aquella severidad inicial de los años veinte y treinta te da una idea de lo inadmisible que resultaba que un oficial ya veterano descendiera de una judía no precisamente remota, una abuela, y que hubiera mentido al respecto y hubiera hecho desaparecer papeles para ocultarlo y 'contaminar' al cuerpo. Mientras duró la Guerra no supimos con exactitud qué se había hecho de Rendl tras nuestro desenmascaramiento, aunque sí que la denuncia tuvo que surtir efecto, porque su nombre desapareció de las listas de oficiales que caían periódicamente en manos del MI6 o del PWE. Jefferys, o Delmer, o los alemanes de éste, hacían llegar las acusaciones a las autoridades nazis a través de nuestros infiltrados, y aquéllas efectuaban sus pesquisas, supongo. Eso era relativamente fácil, sobre todo en los países ocupados, donde contábamos con colaboradores locales. Luego ya no lo era tanto obtener información de los resultados, saber qué bulos nuestros habían colado y cuál había sido el destino de los afectados. Qué falsificaciones habían pasado por auténticas y cuáles no, excepto cuando se comprobaba que el 'judío' o 'medio judío' forjados permanecían en sus puestos, sin destitución ní degradación ni nada. De Rendl sí supimos eso, que, sin habérselo declarado ni dado por muerto, en acción o en la retaguardia, había dejado de ser Mayor o Capitán o lo que fuera entonces. Ya no figuraba.


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