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Veneno Y Sombra Y Adiós
  • Текст добавлен: 5 октября 2016, 20:32

Текст книги "Veneno Y Sombra Y Adiós"


Автор книги: Javier Marias



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–Ahora no vivo en Oxford, papá. Allí voy sólo de tarde en tarde, a visitar a Wheeler, te he hablado de él, ¿no te acuerdas? Sir Peter Wheeler, el hispanista. Es casi de tu edad, te lleva un año. Ahora estoy en Londres. Me volveré dentro de dos semanas.

Quizá la sagaz interpretación de Luisa le pasaba factura, se había esmerado por mí y ahora le tocaba pagarlo. Era como si de repente se hubiera cansado de su perspicacia y se le hubieran mezclado los tiempos de nuevo, como el día anterior por teléfono. Tal vez ya no aguantaba demasiado rato siendo él mismo, quiero decir el de siempre, el alerta, el intelectualmente exigente, el que nos instaba a sus hijos a seguir y seguir pensando, el que nos decía 'Y qué más' cuando dábamos por concluidos una argumentación o un razonamiento, el que nos impelía a seguir mirando las cosas y a las personas más allá de lo necesario, cuando uno tiene la sensación de que ya no hay nada más que mirar y que continuar es perder el tiempo. 'Allí donde uno diría que ya no puede haber nada', eran sus palabras. Sí, a medida que cumplo años sé que eso fatiga y desgasta, y a veces me vienen ganas de no prestar ya más atención a mis semejantes ni al mundo, me pregunto por qué debería y por qué diablos lo hacemos todos en mayor o menor grado, ni siquiera estoy seguro de que no sea una fuente más de conflictos, incluso si miramos con buenos ojos. Él había cumplido los noventa. No era extraño que quisiera descansar de sí mismo. Y también del resto.

–Ah, vaya —respondió algo molesto, como si yo lo hubiera engañado a propósito y por gusto—. Siempre me has hablado de Oxford. Que te habían ofrecido allí un puesto, para dar clases. Un tal Kavanagh, que escribe novelas de miedo y es medievalista, ¿verdad? Y claro que sé quién es tu amigo Wheeler, hasta le he leído algún libro. ¿Pero no se llamaba Rylands? Siempre lo has llamado Rylands. —No le dije que eran hermanos, se habría armado aún más lío—. ¿Y entonces en qué Universidad estás, en Londres?

Así funciona la memoria de los ancianos. Se acordaba de Aidan Kavanagh o de su nombre, y hasta de sus novelas de éxito que publicaba bajo pseudónimo, un hombre simpático y deliberadamente frívolo, el jefe del departamento o de la SubFacultad de Español durante mi temporada oxoniense, ahora jubilado desde hace no mucho; también se acordaba de Rylands, aunque confundiéndolo; y en cambio no recordaba que me había ido a trabajar a la BBC Radio en mi segunda estancia inglesa, tan reciente que aún duraba. No tenía por qué recordar lo que había venido luego: al igual que a Luisa, le había contado poco —vaguedades, quizá evasivas– de mi nuevo empleo. Es curioso cómo uno oculta instintivamente, o más bien calla —es distinto—, lo que desde el principio le parece algo turbio: como uno no le dice a Luisa que ha conocido a una mujer con la que apenas ha cruzado unas frases en una reunión o en una fiesta, con la que aún no puede haber y además no va a haber nada, pero que lo ha atraído al instante. Tal vez ni mi padre ni Luisa me habían oído mencionar nunca a Tupra, o de pasada tan sólo, cuando era sin lugar a dudas la figura dominante de mi vida en Londres (y al cabo de un par de días comprobé hasta qué punto). No me pareció que valiera la pena, en aquel momento, desengañar a mi padre y decirle que no daba clases en ningún sitio.

–Me voy ahora, papá —le contesté—. iré viniendo estos días, cuando tenga un rato. ¿Quieres que te avise, que llame antes de pasarme?

Mi prolongada ausencia me hacía sentirme un poco intruso y tener ese miramiento, acaso impropio de un hijo respecto a la casa del padre, que también fue la suya durante muchos años. Yo estaba aún de pie, todavía con la mano en su hombro. Alzó la vista hacía mí, no sé si viéndome o adivinándome o recordándome. Su mirada era limpia en todo caso, sorprendida, ligeramente desamparada, como si no entendiera bien que me marchara. Se le veían muy azules los ojos en los últimos tiempos, más que en toda su vida, quizá porque ahora ya no usaba gafas.

–No hace falta, hijo. Para mí seguís viviendo todos aquí, aunque os hayáis marchado hace tiempo. —Se quedó callado y añadió—: También vuestra madre.

Me quedé con la duda de si ella seguía viviendo en la casa o si él le reprochaba que también se hubiera ido, al morir, hacía más tiempo que nadie. Serían las dos cosas, probablemente.

Y seguí sin perder tiempo, I did not linger or delay or loiter or dally. Aunque tenía muchas ganas de volver a ver a los niños y no digamos a Luisa, y a mi hermana, y por primera vez a mis hermanos y a unos pocos amigos, y de pasearme por la ciudad como un extranjero, me sentí con algo que hacer concreto y urgente, con algo que averiguar y que resolver o a lo que poner remedio. Eso sí lo había aprendido de Tupra, al menos en la teoría: Luisa estaba seguramente en peligro, y ahora entendía que a veces no cabía hacer sino lo que había que hacer y además en seguida, sin esperar ni dudar ni entretenerse: tan sólo había que llevarlo a efecto como un hombre distraído o más bien ocupado, con actitud de trabajo y sin preguntarse. Sí, había ocasiones en las que uno sabía lo que pasaría en el mundo si no hubiera coacciones ni impedimentos, en que uno veía capacidades seguras de las personas, y para evitar que se desplegaran con toda su fuerza debía haber alguien —yo, por ejemplo, y quién si no en aquel caso– que las disuadiera o se lo impidiera. A Tupra le bastaba convencerse de lo que se daría en cada oportunidad si no lo frenaban él u otro centinela —la autoridad o las leyes, el instinto, la luna, la tormenta, el miedo, la espada cernida, los invisibles vigías—, para adoptar medidas escarmentadoras si esas eran las recomendables, las que tocaban según su criterio. 'Es el estilo del mundo', decía ante tantas cosas y situaciones: lo decía ante las traiciones y las lealtades, las zozobras y la aceleración del pulso, los vuelcos y el vértigo y las vacilaciones y los tormentos y los daños involuntarios, ante el rasguño y el dolor y la fiebre y la herida incurable, ante las aflicciones y los infinitos pasos que todos damos creyendo que la voluntad los guía, o al menos que interviene en ellos. Todo le parecía normal y aun rutinario a veces, la prevención o el castigo y jamás correr un grave riesgo, sabía demasiado bien que la tierra está infestada de fervores y afectos y de inquinas y malevolencias, y que a menudo los individuos no pueden evitar unos ni otras y además no quieren hacerlo, porque son mecha y pábulo de su combustión, también su razón y su lumbre. Y que no precisan de motivo ni meta para nada de ello, de finalidad ni causa, de agradecimiento ni agravio o no siempre, o que, como dijo Wheeler, 'llevan sus probabilidades en el interior de sus venas, y sólo es cuestión de tiempo, de tentaciones y circunstancias que por fin las conduzcan a su cumplimiento'. Y probablemente esa disposición suya tan drástica, a veces inmisericorde, o sólo práctica, era para Tupra un rasgo más de ese estilo del mundo al que él se conformaba o ceñía; esa actitud irreflexiva, inclemente, resuelta (o era de una reflexión tan sólo, la primera), también formaba parte de ese estilo inmutable a través de los tiempos y de cualquier espacio, y no había por qué cuestionarla, como tampoco hay que hacerlo con la vigilia y el sueño, o el oído y la vista, o la respiración y el caminar y el habla, o con cuanto se sabe que 'así es y así será siempre'.

Ahora yo me sentía como él, es decir, de los que no avisaban o no siempre, de los que tomaban resoluciones en la distancia y sin que sus motivos fueran apenas identificables, o sin que los actos establecieran con ellos un vínculo de causa a efecto, y todavía menos las pruebas de la comisión de tales actos. Tampoco yo las necesitaba, en aquella arbitraria o fundamentada vez —quién sabía, y qué importaba– en la que no pensaba mandar la menor advertencia o aviso antes de soltar el sablazo, ni siquiera necesitaba las acciones cumplidas o demostradas, los acontecimientos, los hechos ni la certidumbre para ponerme en marcha y arrancar de la vida de Luisa al hombre con el que se estuviera enturbiando y que la amenazaba, y a mis hijos también por tanto. Primero tenía que averiguar, después iría a encontrarlo. Ella no iba a decirme acerca de él ni una palabra, y menos tras haber yo sospechado inmediatamente de aquel sujeto aún sin nombre ni rostro, como responsable de su cara herida con los mil colores. Así que el siguiente paso, tras las conjeturas de mi padre y su creencia de que mi mujer le daría larga cuerda a quien la ilusionara ahora, o a quien ella enfocara ( cSí, es mi mujer todavía, sensu stricto, pensé. 'No nos hemos divorciado ni al parecer hay prisa, ninguno de los dos lo ha planteado', y eso me reafirmó en mi determinación, o en mi reflexión primera que no admitía segunda), era ir a ver a su hermana o hablar con ella por teléfono; y aunque nunca habíamos congeniado en exceso ni nos habíamos creado un trato propio; aunque llevaba una vida poco familiar e independiente y a los niños y a mí nos veía sólo de tarde en tarde, como una mera adherencia de Luisa, con ella sí solía quedar una o dos veces al mes, Luisa iba a visitarla a su casa sin hijos ycon el marido por lo general ausente, o bien almorzaban juntas en un restaurante y se contaban de sus respectivas vidas, no sabía hasta qué punto pero suponía que casi todo. Si alguien podía estar enterado, si alguien podía conocer a aquel hombre de la mano larga, conocer su rostro y su nombre, esa era ella, su híspida hermana menor Cristina. Y por mucho que se debiera a Luisa y a mí me hubiera considerado un prescindible apéndice, si algo la preocupaba —y aquel individuo era muy preocupante si mis deducciones eran acertadas, y también si no lo eran—, estaba seguro de que me lo diría y de que no recibiría mal una voz afín sobre el asunto.

La llamé al caer la noche, se sorprendió, ni siquiera sabía que estaba en Madrid, tampoco tenía por qué a menos que hubiera hablado con su hermana en el día y ésta se lo hubiera comentado, me preguntó cómo me iba en Londres, me chocó que tuviera presente mi paradero, 'Bien', le contesté sin entrar en detalles, era sólo una pregunta refleja, y en seguida le pedí verla un rato lo antes posible, 'Imposible', dijo, 'mañana salgo de viaje y estoy muy liada con preparativos', 'Cuánto te vas', 'Una semana', 'A la vuelta será un poco tarde, tendría que ser antes, yo sólo estaré aquí quince días, bueno, ya menos, ¿a qué hora sales?', le insistí, 'A la hora de comer, pero antes estoy pillada, ¿no me lo puedes contar por teléfono? ¿Es sobre Luisa?', 'Sí, es sobre Luisa'. Entonces se quedó callada unos segundos y me pareció que tomaba asiento. 'A ver qué me vas a decir, Dime, venga', '¿Ahora?', 'Sí, ahora. Si es lo que me imagino no nos llevará mucho tiempo ni vamos a discutir, me parece, no vamos a estar en desacuerdo. Se trata de Custardoy, ¿verdad?'.

'¿Quién?'

'Custardoy, el tipo con el que está saliendo. ¿O es que no lo sabes? Ay Jaime, no me digas que no lo sabías.' Esto último no sonó como si temiera haber metido la pata conmigo, sino como si no diera crédito a mi posible ignorancia. Quizá me había considerado siempre un distraído, o aún peor, un pasmado.

'Acabo de llegar, no sabía el nombre.' Ahora ya lo sabía y sabía de su existencia en la actual vida de Luisa, luego eso ya no eran conjeturas. Sólo me faltaba conocer el rostro y averiguar dónde encontrarlo. Custardoy. Era un apellido infrecuente, extraño, en la ciudad no habría muchos. 'Llevo fuera un montón de tiempo, y en conversaciones telefónicas cuesta enterarse. ¿Quién es? ¿A qué se dedica?'

'Es pintor, o copista, o las dos cosas. Las malas lenguas dicen que también es falsificador de cuadros, en todo caso está metido en el mundo del arte. En realidad me alegra que me hayas llamado, estoy bastante preocupada con eso. Aunque no sé yo si se puede hacer nada, en este tipo de empeños casi nunca se puede hacer nada.'

'¿Preocupada? ¿Por qué? ¿Empeños?'

'Dime tú primero lo que querías decirme. ¿Qué te ha contado Luisa?'

Dudé si fingir que sabía algo más de lo que sabía, pero no me pareció prudente, Cristina era híspida y, si se daba cuenta, podía optar por no soltar ya más palabra. Eso era lo último que deseaba ahora, dependía de ella enteramente, sin querer ya me había dado mucho, sin necesidad de yo sonsacarle.

'La verdad es que muy poco, nada', admití por fin. 'Según Luisa, cuanto ella haga ya no es asunto mío, y tiene razón en principio. Lo que pasa es que la vi anoche un momento, fui a visitar a los niños, ella me evitó y se largó antes de que yo llegara, pero la esperé hasta su vuelta, tardó varias horas, no sé dónde fue, me dejó con la canguro, y creo que me evitó porque me la encontré con la cara hecha un cromo y no querría que se la viera. Dice que se golpeó con la puerta del garaje, pero tiene un ojo morado y para mí que alguien le ha soltado un puñetazo, y eso ya no me preocupa, me alarma, y además sí es asunto mío, cómo no va a serlo. Como si te lo hubieran pegado a ti, o a cualquier amiga. ¿Tú sabes algo de eso?'

'Como si me lo hubieran pegado a mí no, Jaime, que yo bien te traigo sin cuidado.' Mi cuñada tuvo la suficiente aspereza para contestarme eso primero. Luego cambió de tono y dijo como para sí: 'Otra vez entonces, no me digas. Esto no puede ser'.

'¿Otra vez? ¿Ya ha pasado antes?'

Cristina no me respondió en seguida. Hizo una pausa como si se mordiera el labio y calibrara algo. Pero su vacilación fue de un instante.

'Según ella, no, nunca ha pasado nada, ni lo que tú te sospechas ni lo que yo me he sospechado. Mira, te cuento esto porque estoy preocupada, y más aún con lo que me dices, no sabía nada, hace un par de semanas que no la veo y no me ha insistido para que nos encontráramos antes de este viaje mío, confiará en que a mi regreso no le quede ya marca y así no pueda preguntarle. Pero no creo que le haga gracia que hable contigo de esto. Si no me lo ha prohibido expresamente será sólo porque ni se le ha pasado por la cabeza que tú y yo fuéramos a tener contacto. A mí tampoco, la verdad. ¿Sabía ella que venías?'

'No, la avisé una vez en Madrid, ayer mismo. Quería que fuera una sorpresa para los niños.'

'No le ha dado tiempo a prepararse', reflexionó, 'ni a pensar en las filtraciones posibles. Seguramente no querrá que sepas ni que sale con ese hombre.'

'¿Qué es lo que tú te has sospechado?'

'Bueno, según ella, hace un par de meses o así resbaló en la calle y al caer se dio en la cara contra uno de esos pivotes metálicos del Ayuntamiento, lo cual no es extraño en principio dado que la ciudad está llena, creo que los llaman bolardos, hay que andar sorteándolos para no romperse las rodillas. ¿No te lo contó?'

'No, en absoluto. Y hablamos por lo menos una vez a la semana.'

'Pues mira, era como para contarlo. Se había hecho un buen corte. Superficial, pero le iba desde el lateral de la nariz hasta la mitad de la mejilla, una cosa bien visible.' 'Uno sfregio' pensé, me vino en seguida la aprendida palabra, 'un chirlo'. 'Y tenía una raspadura en la barbilla. Por cómo me lo contó no me lo acabé de creer, y aquello tenía más pinta de arañazo, o de zurriagazo, o de guantazo, los conozco porque a una antigua medio amiga mía le cayeron unos cuantos hace años; luego el marido acabó cargándosela, cuando yo ya no la trataba, por suerte, algo fue algo.' Toqué madera instintivamente. 'Así que le pregunté a las claras si Custardoy le había puesto la mano encima, si le había podido soltar un manotazo. Me lo negó y me dijo que estaba loca, que cómo se me ocurría. Pero se ruborizó al decírmelo, y yo sé cuándo mi hermana miente, porque llevo desde pequeña viéndole la cara cuando lo hace. Además he tenido mis noticias luego.'

'¿Qué noticias? ¿Tú lo conoces, al tipo?' Me di cuenta de que ya prefería no mencionar su nombre, aunque lo tenía bien asido en la memoria, como si fuera un hallazgo, un tesoro. Era una información valiosa.

'Sí, de vista. Y de oídas. Hace unos años no era raro encontrárselo tomando copas de noche en Chicote, o en el Cock, o en el Del Diego o en otros, un tipo artístico, un ligón nocturno, aunque al parecer no sólo, sino de toda hora, uno de esos que al instante sabe reconocer quién quiere ser abordado y con qué propósito, o capaz de crear la disposición y el propósito en el otro, es decir, en las mujeres. Es lo que me han contado. No sé si ahora seguirá yendo a esos sitios, porque yo no voy. Lo mismo tú lo has visto alguna vez, en los ochenta o en los noventa.'

'¿Cómo es? ¿Lleva coleta?', le pregunté, no pude evitarlo. Ardía en deseos de saber eso,

'Sí, ¿cómo lo sabes?'

'Algo sé. Pero entonces no me suena. O no tengo memoria de nadie en particular con coleta. Bueno, la verdad es que dejé de salir de noche casi cuando nació Guillermo, y a lo mejor no la llevaba antes. El apellido no me dice nada, desde luego. ¿Qué noticias?'

'Después de verle ese corte a Luisa y de que me diera tan mala espina, le pregunté por Custardoy a un conocido, Juan Ranz, que lo conoce desde que eran chicos. Nunca se llevaron bien ni tienen apenas trato desde hace años, pero sus padres eran amigos y los dejaban juntos cuando se visitaban, para que jugaran y se entretuvieran, así que lo padeció bastante; dice que era un niño adulto, impaciente por subirse al mundo, como si quisiera salir de su cuerpo aún no formado. Luego, ya de mayor, Custardoy le hacía copias de cuadros al padre de Ranz, experto en arte (por lo visto es magnífico y te copia a la perfección cualquier cosa de cualquier periodo, cuesta distinguirlas de los originales y de ahí su fama de que falsifica), y por eso siguió viéndolo de vez en cuando, a través del padre. Juan es intérprete en las Naciones Unidas y su mujer también se llama Luisa, por cierto.'

'¿Y qué más te contó?'

'Lo más llamativo, o lo más inquietante, lo que más puede atañernos, es que, siendo un hombre de éxito con las mujeres, debe de haber en su trato con ellas un componente algo siniestro, porque Ranz sabe de algunas que han salido espantadas de su relación con él, quiero decir de su relación en la cama (algunas eran prostitutas y no habían tenido más que esa). Y luego ni siquiera han querido contarlo ni hablar de ello, como si necesitaran olvidarlo lo antes posible y zafarse de la experiencia. Como si la experiencia las quemara, su mero recuerdo, y no se prestara a hacer de ella un relato. E incluso si eran dos las putas que habían estado a la vez con él (al parecer es aficionado a los tríos, con mujeres siempre), las dos habían salido igualmente espantadas y sin querer soltar prenda. Y sucede lo esperable: que muchas otras, putas o no, sienten una curiosidad irresistible por saber qué diablos hace o no hace. Ya sabes que hay por ahí mucha tonta suelta.'

Era de lo peor que podía oír. Un tipo con éxito pero putero, que dejaba huella en la cama, aunque fuera una huella de espanto. 'Un individuo así ni siquiera tendrá que hundirme ni cavar mi tumba aún más hondo, en la que ya estoy sepultado', pensé, 'porque mi recuerdo lo habrá suprimido de un plumazo, con el primer terror y la primera súplica y la primera fascinación y la primera orden, y ahora Luisa puede estar subyugada.'

'Pero Luisa no es tonta, no lo era, nunca lo ha sido', dije. 'Quizá ese hombre sea distinto con las que no son putas. Quizá cuando disponga de más de una noche se comporte de otro modo y aun del opuesto, precisamente para asegurárselas, esas más noches. ¿O es que crees que el elemento siniestro consiste en eso, en que las zumba a todas? No creo. Eso se habría contado, se habría sabido, esas mujeres se habrían puesto en guardia unas a otras. Las mujeres os contáis estas cosas, ¿no?, quiero decir detalles. Las españolas al menos. ¿En qué términos te ha hablado de él? ¿Está enamorada, encaprichada? ¿Ansiosa, colgada, distraída, halagada? ¿Hasta qué punto va en serio? No estará enamorada. Y de qué lo conoce, de dónde ha salido.' Quizá la información de aquel Ranz me había puesto más nervioso que ninguna otra cosa, incluido el ojo negro de Luisa, estaba ya amarillento. '¿Qué más te contó ese amigo tuyo?'

'Nada muy bueno, excepto lo bueno que es en su trabajo. Para él no es trigo limpio, no es de fiar, bajo ningún concepto. Y no es de los que se enamoran, o no solía serlo, eso me dijo. Pero quién sabe, en ese terreno la gente cambia en cualquier instante. Cuando supo que mi hermana salía con él, dijo: "Huuy", como quien augura un desastre. Por eso anduve interrogándolo, y por lo de la supuesta caída contra el pivote y ese corte que me dio mala espina. De hecho se lo pregunté abiertamente, si creía que Custardoy sería capaz de pegar a una mujer.' Y Cristina se quedó callada, como si hubiera terminado un grupo de frases.

'¿Y qué te contestó? Dime'

'No fue concluyente, pero vaya. Se lo pensó un momento y dijo: "Supongo. No me consta que lo haya hecho, eso no lo he oído decir y él a mí no iba a contármelo. Nadie presume de eso. Pero supongo que sería capaz, perfectamente". Así que ya ves. (Claro que él no le tiene simpatía y tampoco se lo puede tomar por el oráculo.) Fue entonces cuando me contó lo de las putas y eso; bueno, y entendí que no sólo putas. Ahora me vienes tú con que Luisa tiene otro golpe del que no me ha dicho una palabra. Si se hubiera dado contra una puerta y se le hubiera puesto un ojo morado lo normal es que me lo hubiera contado, no nos hemos visto últimamente pero sí hemos hablado por teléfono. Y a ti en cambio no te contó lo del pivote. No sé, sí que estoy muy preocupada. Y mira, Jaime, Luisa no es tonta, pero tú sólo la has conocido en una situación estable, contigo. Quitando los últimos meses hasta que te fuiste, vale, pero había un resto de estabilidad mientras tú seguías en la casa, como un aplazamiento, una inercia. ¿Y ahora cuánto llevas fuera, nueve meses, doce, quince? Es mucho tiempo para el que se queda, más que para el que se marcha. En esta situación no la conocemos, ni tú ni yo, antes de ti era muy joven. La gente es imprevisible cuando se separa. Hay quien se encierra en su casa y no quiere ver a nadie, yhay quien se lanza a las calles y se mete en cualquier cama que se le abra. Hay quien primero hace una cosa y luego la otra, o la otra y la una, me gustaría saber las tonterías que estarás haciendo tú en Londres, completamente a tu aire y sin obligaciones familiares. Por supuesto también hay términos medios. Luisa no se habrá lanzado a las calles porque, para empezar, tiene a los niños. Pero tampoco se habrá limitado a llorar contra la almohada. Debe de estar algo impaciente, algo ilusionada, como mínimo tendrá curiosidad por conocer a otro hombre, por probar qué tal sale, y la curiosidad lleva a tonterías sin cuento y a empeñarse en ellas hasta que la curiosidad se pasa. La verdad es que me ha contado poco, quiero decir de lo que siente, o de lo que espera; a lo mejor no espera nada y sólo deja que transcurra el tiempo hasta ver más claro y saber lo que quiere. O si quiere algo. Por lo que me dijo Ranz, y por su fama, es improbable que ese Custardoy la presione, para que viva con él o se divorcie, o esas cosas; si no es de los que se enamoran. Tampoco yo le he preguntado mucho, lo reconozco: ya sabes cómo soy, lo de los demás lo oigo si me lo cuentan, pero no me interesa gran cosa, a no ser que se ponga grave. Sólo sé que sale con ese tipo y que se lo pasa bien y le gusta, eso es obvio. Cuánto, lo ignoro; pero puede que mucno, sí, puede que esté colada y que por eso sea discreta y se lo calle. Digamos que no oculta esa relación pero tampoco la va proclamando. Me refiero conmigo, con otra gente me imagino que la aireará aún menos. No me la anunció a bombo y platillo, vamos, no me dio la gran noticia. Y juntos los he visto sólo una vez, un momento y desde el coche, no es que estuviera un rato con ellos ni nada. Aún la veo en plan reservado, o pudoroso, como si al cabo de tantos años de casada le diera vergüenza tener un novio.'

'¿Cómo fue eso de que los viste?' Aunque fuera tan sucinta como decía, aquella sería para mí la única imagen de los dos juntos, aparte de la demasiado indirecta y desatendida de mi cuñado, a través de mi hermana. Y tenía necesidad de figurármelos. Era extraño figurarse a Luisa al lado de alguien, ya no al mío. Más que repugnante u ofensiva, me parecía irreal la idea, como una actuación, como una farsa. Y era más irreal que dolorosa, también eso. Las separaciones de esta índole no tienen sentido, por normales que se hayan hecho en el mundo desde hace ya mucho tiempo. Uno se pasa años girando en torno a una persona, contando con ella en todo instante, viéndola a diario como si fuera una prolongación natural de sí mismo, llevándola incorporada en sus andares y en sus ocupaciones, en sus divagaciones y hasta en sus sueños. Pensando en contarle la menor nimiedad que haya presenciado o que le haya ocurrido, por ejemplo la petición de una madre rumana de toallitas empapadas para sus niños. Uno es con esa persona, como aquella gitana húngara era con elloso el perro de Alan Marriott era sin pata. Tiene un conocimiento de sus pensamientos y preocupaciones y actividades permanentemente renovado, detallado y constante; sabe cuáles son sus horarios y sus costumbres, a quiénes ve y con qué frecuencia; y cuando al caer la tarde uno se encuentra con ella los dos nos contamos lo que nos ha pasado y lo que hemos hecho durante la jornada, en la que ninguno abandonó del todo la conciencia del otro en ningún momento, y a veces esos relatos son pormenorizados; después se acuesta uno con ella y es lo último que ve en el día, y —lo que es más extraordinario– se levanta también con ella, que sigue ahí por la mañana, al cabo de las horas privadas, como si fuera uno mismo, que jamás se marcha ni desaparece y a quien nunca perdemos de vista; y así un día tras otro a lo largo de muchos años. Y de pronto —aunque no es 'de pronto', pero así lo parece una vez consumado el proceso y asentado el alejamiento: de hecho es 'muy poco a poco' y además vimos su inicio, pero sin querer enterarnos—, uno pasa a no tener noción de lo que esa persona piensa, siente y hace cotidianamente; transcurren días y semanas enteras sin que haya apenas noticia, y ha de recurrir a terceros —a quienes solían saber mucho menos: en comparación con uno, nada– para averiguar lo más básico: qué vida lleva, a quién ve, qué la angustia de los niños, con quién sale, si tiene un dolor o se ha puesto enferma, si su ánimo es ligero o nublado, si se sigue cuidando la diabetes y da sus largos y prescritos paseos, si le han dado un disgusto o le han hecho daño, si el trabajo la agota o la agobia o le trae satisfacciones, si teme el envejecimiento, cómo ve el futuro y cómo contempla el pasado, de qué modo me mira a mí ahora; y a quién quiere. No tiene ningún sentido que se pase del todo a la casi nada, cuando nunca dejamos de recordar y en lo fundamental somos los mismos. Todo es ridículo y subjetivo hasta extremos insoportables, porque todo encierra su contrario: las mismas personas en el mismo sitio se aman y no se aguantan, lo que era afianzada costumbre se vuelve paulatinamente o de pronto —tanto da, eso es lo de menos– inaceptable e improcedente, quien inauguró una casa encuentra prohibida la entrada en ella, el tacto, el roce tan descontado que casi no era conciencia se convierte en osadía u ofensa y es como si hubiera que pedir permiso para tocarse uno mismo, lo que gustaba y hacía gracia se detesta y estomaga y se maldice y revienta, las palabras ayer ansiadas envenenarían el aire y provocarían hoy náuseas, no quieren oírse bajo ningún concepto, y las dichas un millar de veces se intenta que ya no cuenten. Borrar, suprimir, desdecirse, cancelar, y haber callado ya antes, esa es la aspiración del mundo y así nada es o nada es nada, las mismas cosas y ios mismos hechos y los mismos seres son ellos y también su reverso, hoy y ayer, mañana, luego, y antiguamente. Y en medio no hay más que tiempo que se afana por deslumbrarnos, lo único que se propone y busca y así no somos de fiar las personas que por él aún transitamos, tontas e insustanciales e inacabadas todas, sin saber de qué seremos capaces ni lo que al final nos aguarda, tonto yo, yo insustancial, yo inacabado, tampoco de mí debe nadie fiarse...

'Un día que quedamos a almorzar', contestó Cristina. 'Hace ya unos meses, fue antes de lo del bolardo y el feo corte, yo aún no tenía reservas ni preocupaciones, es más, me traía sin cuidado lo que hiciera o con quién fuera con tal de que se animara un poco, ella es la hermana mayor, no lo olvides, nunca he tendido a protegerla mucho, ella a mí sí, es lo normal. Luisa había quedado luego con él, en su casa o en su estudio, no me acuerdo. Nos entretuvimos, se nos hizo algo tarde yse alarmó al ver la hora, porque no habían quedado arriba, sino en el portal para subir juntos o quiza iban antes a otro sitio, no sé, le daba horror que él la esperara. Así que la acerqué en mi coche, ella no había sacado el suyo; pensaba haber ido en metro, dijo, lo más rápido, pero desde la boca más cercana tenía un trecho de andar y a eso ya no le daba tiempo, así que la llevé hasta la puerta. En esa zona no hay quien aparque y casi ni pude pararme, sólo lo justo para que se bajara, la dejé casi en la esquina. De modo que no me lo presentó ni nada, aunque ya te digo que yo lo conocía de vista, de aquí y de allá, de la noche. Sólo los vi juntos desde el coche, medio minuto, mientras esperaba a que se me abriera el semáforo, desde la esquina'.

'¿Qué zona era? ¿Qué esquina?'

'Al final de Mayor, pasado Bailén, al lado del Viaducto. Casi donde empieza la Cuesta de la Vega.'

'¿No recuerdas el número del portal?'

'No me fijé. ¿Para qué quieres saberlo?'

'¿En qué acera?'

'Pues en la única con casas. En la otra está ya el adefesio, ¿no te acuerdas? ¿Para qué?'

El adefesio era la Almudena o museo de los horrores ecuménicos, la espantosa catedral moderna, más o menos del Opus Dei o así lo parece, con una estatua del Papa polaco allí fuera, totus tuuspero con una frente abombada, casi frankensteiniana, y los brazos abiertos y alzados como si fuera a arrancarse a bailar una jota; y eso, con ser horrible, quizá sea lo menos feo, hay allí, entre otras infamias, unas vidrieras infames de un inimaginable artista llamado Kiko (Kiko Algo), nada decente se puede esperar de tal nombre. Ahora caía, ahora visualizaba el tramo.


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