Текст книги "Las dos torres"
Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien
Жанр:
Эпическая фантастика
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Bárbol advirtió en seguida la inquietud de Pippin.
– Hm, ha, hey, mi Pippin —dijo, y todos los otros Ents interrumpieron el canto—. Sois gente apresurada, lo había olvidado; y por otra parte es fatigoso escuchar un discurso que no se entiende. Podéis bajar ahora. Ya he transmitido vuestros nombres a la Cámara de los Ents, y ellos os han visto, y todos están de acuerdo en que no sois orcos, y en que es necesario añadir otra línea a las viejas listas. No hemos ido más allá hasta ahora, pero hemos ido rápido tratándose de una Cámara de Ents. Tú y Merry podéis pasearos por el valle, si queréis. Hay un manantial de agua buena y fresca allá en la barranca norte. Todavía tenemos que decir algunas palabras antes que la asamblea comience de veras. Yo iré a veros y os contaré cómo van las cosas.
Puso a los hobbits en tierra. Antes de alejarse, Merry y Pippin saludaron haciendo una reverencia. Esta proeza pareció divertir mucho a los Ents, a juzgar por el tono de los murmullos que se oyeron entonces, y el centelleo que les asomó a los ojos; pero pronto volvieron de nuevo a sus propios asuntos. Merry y Pippin subieron por el sendero que venía del oeste, y miraron a través de la abertura en la cerca. Unas cuestas largas y cubiertas de árboles subían desde el borde del valle, y más allá, sobre los pinos de la estribación más lejana, se alzaba, afilado y blanco, el pico de una elevada montaña. A la izquierda y hacia el sur alcanzaban a ver el bosque que se perdía en una lejanía gris. Allí y muy distante creyeron distinguir un débil resplandor verde, que Merry atribuyó a las llanuras de Rohan.
—Me pregunto dónde estará Isengard —reflexionó Pippin.
—No sé muy bien dónde estamos nosotros —dijo Merry—, pero es posible que sea el Methedras, y creo recordar que el anillo de Isengard se encuentra en una bifurcación o una abertura profunda en el extremo de las montañas, probablemente detrás de esa cordillera. Parece haber una niebla o humo allí arriba, a la izquierda del pico, ¿no crees?
—Pero, ¿cómo es Isengard? —dijo Pippin—. Me pregunto qué pueden hacer ahí los Ents, de todos modos.
—Yo también me lo pregunto —dijo Merry—. Isengard es una especie de anillo de rocas o colinas, pienso, alrededor de un espacio llano o una isla o pilar de piedra en el medio, y que llaman Orthanc. Saruman tiene una torre ahí. Hay una entrada, quizá más de una, en la muralla circular, y creo que la atraviesa un río; desciende de las montañas y corre a través del Paso de Rohan. No parece un lugar muy apropiado para que los Ents puedan hacer algo ahí. Pero tengo una rara impresión acerca de estos Ents: de algún modo no creo que sean tan poco peligrosos y, bueno, tan graciosos como parecen. Son lentos, extraños, y pacientes, casi tristes; y, sin embargo, creo que algo podría despertarlos. Si eso ocurriera alguna vez, no me gustaría estar en el bando opuesto.
—¡Sí! —dijo Pippin—. Entiendo qué quieres decir. Quizá ésa sea toda la diferencia entre una vieja vaca echada que rumia en paz y un toro que embiste, y el cambio puede ocurrir de pronto. Me pregunto si Bárbol conseguirá despertarlos. Estoy seguro de que lo intentará. Pero no les gusta que los exciten. Bárbol se excitó durante un momento anoche, y luego se contuvo otra vez.
Los hobbits se volvieron. Las voces de los Ents todavía se alzaban y bajaban en el cónclave. El sol había subido y miraba ahora por encima de la cerca; brillaba en las copas de los abedules e iluminaba el lado norte del valle con una fresca luz amarilla. Allí centelleaba un pequeño manantial. Caminaron a lo largo del borde de la concavidad al pie de los árboles perennes —era agradable sentir de nuevo la hierba fresca en los pies, y no tener prisa– y luego descendieron al agua del manantial. Bebieron un poco, un trago de agua fresca, fría y acre, y se sentaron sobre una piedra mohosa, mirando los dibujos del sol en la hierba y las sombras de las nubes que navegaban en el cielo. El murmullo de los Ents continuaba. El valle parecía un sitio muy extraño y remoto, fuera del mundo, y alejado de todo lo que habían vivido hasta entonces. Los invadió una profunda nostalgia, y recordaron con tristeza los rostros y las voces de los otros compañeros, especialmente de Frodo y Sam y Trancos.
Al fin hubo una pausa en las voces de los Ents; y alzando los ojos vieron que Bárbol venía hacia ellos, con otro Ent al lado.
—Hm, hum, aquí estoy otra vez —dijo Bárbol—. ¿Comenzabais a cansaros y a sentir alguna impaciencia, hmm, eh? Bueno, temo que aún no sea tiempo de sentirse impaciente. Hemos cumplido la primera etapa, pero todavía falta mucho que explicar a aquellos que viven lejos de aquí, lejos de Isengard, y también a aquellos que no pude ver antes de la Asamblea, y luego habrá que decidir si se puede hacer algo. Sin embargo, para decidirse a hacer algo, los Ents no necesitan tanto tiempo como para examinar todos los hechos y acontecimientos sobre los que será necesario decidirse. No obstante, y de nada serviría negarlo, estaremos aquí mucho tiempo todavía: un par de días quizá. De modo que os traje compañía. Tiene una casa éntica cerca. Se llama Bregalad, en élfico. Dice que ya se ha decidido y no necesita quedarse en la Asamblea. Hum, hum, es lo que más se parece entre nosotros a un Ent con prisa. Creo que os entenderéis. ¡Adiós!
Bárbol dio media vuelta y los dejó.
Bregalad se quedó un momento mirando a los hobbits con solemnidad; y ellos también lo miraron, preguntándose cuándo mostraría algún signo de «apresuramiento». Era alto, y parecía ser uno de los Ents más jóvenes; una piel lisa y brillante le cubría los brazos y piernas; tenía labios rojos, y el cabello era verdegrís. Podía inclinarse y balancearse como un árbol joven al viento. Al fin habló, y con una voz resonante pero más alta y clara que la de Bárbol.
—Ha, hum, ¡vamos a dar un paseo, amigos míos! —dijo—. Me llamo Bregalad, lo que en vuestra lengua significa Ramaviva. Pero esto no es más que un apodo, por supuesto. Me llaman así desde el momento en que le dije sí a un Ent anciano antes que terminara de hacerme una pregunta. También bebo rápidamente y me voy cuando otros todavía están mojándose las barbas. ¡Venid conmigo!
Bajó dos brazos bien torneados y les dio una mano de dedos largos a cada uno de los hobbits. Todo ese día caminaron con él por los bosques, cantando y riendo, pues Ramaviva reía a menudo. Reía si el sol salía de detrás de una nube, reía cuando encontraban un arroyo o un manantial: se inclinaba entonces y se refrescaba con agua los pies y la cabeza; reía a veces cuando se oía algún sonido o murmullo en los árboles. Cada vez que tropezaban con un fresno se detenía un rato con los brazos extendidos, y entonces cantaba, balanceándose.
Al atardecer llevó a los hobbits a una casa éntica que era sólo una piedra musgosa puesta sobre unas matas de hierba en un barranco verde. Unos fresnos crecían en círculo alrededor, y había agua, como en todas las casas énticas, un manantial que brotaba en burbujas. Hablaron un rato mientras la oscuridad caía en el bosque. No muy lejos las voces de la Cámara de los Ents podían oírse aún; pero ahora parecían más graves y menos ociosas, y de cuando en cuando un vozarrón se alzaba en una música alta y rápida, mientras todas las otras parecían apagarse. Pero junto a ellos Bregalad hablaba gentilmente en la lengua de los hobbits, casi susurrando; y ellos se enteraron de que pertenecía a la raza de los Cortezas, y que el país donde vivieran antes había sido devastado. Esto pareció a los hobbits suficiente como para explicar el «apresuramiento» de Ramaviva, al menos en lo que se refería a los orcos.
—Había fresnos en mi casa —dijo Bregalad, con una dulce tristeza—, fresnos que echaron raíces cuando yo era aún un Entando, hace muchos años en el silencio del mundo. Los más viejos fueron plantados por Ents para probar y complacer a las Ents-mujeres; pero ellas los miraron y sonrieron y dijeron que conocían un sitio donde los capullos eran más blancos y los frutos más abundantes. Pero ya no quedan árboles de esa raza, el pueblo de la Rosa, que eran tan hermosos a mis ojos. Y esos árboles crecieron y crecieron, hasta que la sombra de cada uno fue como una sala verde, y los frutos rojos del otoño colgaron como una carga, de maravillosa belleza. Los pájaros acostumbraban anidar en ellos. Me gustan los pájaros, aun cuando parlotean; y en los fresnos había pájaros de sobra. Pero estos pájaros de pronto se hicieron hostiles, ávidos, y desgarraron los árboles y derribaron los frutos pero no se los comieron. Luego llegaron los orcos blandiendo hachas y echaron abajo los árboles. Llegué y los llamé por los largos nombres que ellos tenían, pero no se movieron, no oyeron ni respondieron: estaban todos muertos.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimírië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto, tu cabellera es seca y gris;
tu corona ha caído, tu voz ha callado para siempre.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimírië!
Los hobbits se durmieron con la música del dulce canto de Bregalad, que parecía lamentar en muchas lenguas la caída de los árboles que él había amado.
El día siguiente también lo pasaron en compañía de Bregalad, pero no se alejaron mucho de la «casa». La mayor parte del tiempo se quedaron sentados en silencio al abrigo de la barranca; pues el viento era más frío, y las nubes más bajas y grises; el sol brillaba poco, y a lo lejos las voces de los Ents reunidos en Asamblea todavía subían y bajaban, a veces altas y fuertes, a veces bajas y tristes, a veces rápidas, a veces lentas y solemnes como un himno. Llegó otra noche y el cónclave de los Ents continuaba bajo unas nubes rápidas y estrellas caprichosas.
El tercer día amaneció triste y ventoso. Al alba las voces de los Ents estallaron en un clamor y luego se apagaron de nuevo. La mañana avanzó, y el viento amainó y el aire se colmó de una pesada expectativa. Los hobbits pudieron ver que Bregalad escuchaba ahora con atención, aunque ellos, en la cañada de la casa éntica, apenas alcanzaban a oír los rumores provenientes de la Asamblea.
Llegó la tarde, y el sol que descendía en el oeste hacia las montañas lanzó unos largos rayos amarillos entre las grietas y fisuras de las nubes. De pronto cayeron en la cuenta de que todo estaba muy tranquilo; el bosque entero esperaba en un atento silencio. Por supuesto, las voces de los Ents habían callado. ¿Qué significaba esto? Bregalad, erguido y tenso, miraba al norte, hacia el Valle Emboscado.
En seguida y con un estruendo llegó un grito resonante: ¡rahumrah!Los árboles se estremecieron y se inclinaron como si los hubiera atacado un huracán. Hubo otra pausa, y luego se oyó una música de marcha, como de solemnes tambores, y por encima de los redobles y los golpes se elevaron unas voces que cantaban altas y fuertes.
Venimos, venimos, con un redoble de tambor: ¡ta-runda runda runda rom!
Los Ents venían, y el canto se elevaba cada vez más cerca y más sonoro.
Venimos, venimos con cuernos y tambores: ¡ta-runa runa runa rom!
Bregalad recogió a los hobbits y se alejó de la casa.
No tardaron en ver la tropa en marcha que se acercaba; los Ents cantaban bajando por la pendiente a grandes pasos. Bárbol venía a la cabeza, y detrás unos cincuenta seguidores, de dos en fondo, marcando el ritmo con los pies y golpeándose los flancos con las manos. Cuando estuvieron más cerca, se pudo ver que los ojos de los Ents relampagueaban y centelleaban.
—¡Hum, hom! ¡Henos aquí con un estruendo, henos aquí por fin! —llamó Bárbol cuando estuvo a la vista de Bregalad y los hobbits—. ¡Venid, uníos a la Asamblea! Partimos. ¡Partimos hacia Isengard!
—¡A Isengard! —gritaron los Ents con muchas voces.
—¡A Isengard!
¡A Isengard! Aunque Isengard esté clausurada con puertas de piedra; aunque Isengard sea fuerte y dura, tan fría como la piedra y desnuda como el hueso,
partimos, partimos, partimos a la guerra, a romper la piedra y derribar las puertas;
pues el tronco y la rama están ardiendo ahora, el horno ruge; ¡partimos a la guerra!
Al país de las tinieblas con paso de destino, con redoble de tambor, marchamos, marchamos.
¡A Isengard marchamos con el destino!
¡Marchamos con el destino, con el destino marchamos!
Así cantaban mientras marchaban hacia el sur.
Bregalad, los ojos brillantes, se metió de un salto en la fila junto a Bárbol. El viejo Ent volvió a levantar a los hobbits, y se los puso otra vez sobre los hombros, y así ellos cabalgaron orgullosos a la cabeza de la compañía que iba cantando, el corazón palpitante, y la frente bien alta. Aunque habían esperado que algo ocurriera al fin, el cambio que se había operado en los Ents les parecía sorprendente, como si ahora se hubiese soltado una avenida de agua, que un dique había contenido mucho tiempo.
—Al fin y al cabo, los Ents no tardan mucho en decidirse, ¿no te parece? —se aventuró a decir Pippin al cabo de un rato, cuando el canto se interrumpió un momento, y sólo se oyó el batir de las manos y los pies.
—¿No tardan mucho? —dijo Bárbol—. ¡Hum! Sí, en verdad. Tardamos menos de lo que yo había pensado. En verdad no los he visto despiertos como ahora desde hace siglos. A nosotros los Ents no nos gusta que nos despierten, y no despertamos sino cuando nuestros árboles y nuestras vidas están en grave peligro. Esto no ha ocurrido en el Bosque desde las guerras de Sauron y los Hombres del Mar. Es la obra de los orcos, esa destrucción por el placer de destruir, rárum, sin ni siquiera la mala excusa de tener que alimentar las hogueras, lo que nos ha encolerizado de este modo, y la traición de un vecino, de quien esperábamos ayuda. Los Magos tendrían que ser más sagaces: son más sagaces. No hay maldición en élfico, éntico, o las lenguas de los Hombres bastante fuerte para semejante perfidia. ¡Abajo Saruman!
—¿Derribaréis realmente las puertas de Isengard? —le preguntó Merry.
—Ho, hm, bueno, podríamos hacerlo en verdad. No sabéis quizá qué fuertes somos. Quizá habéis oído hablar de los trolls. Son extremadamente fuertes. Pero los trolls son sólo una impostura, fabricados por el Enemigo en la Gran Oscuridad, una falsa imitación de los Ents, así como los orcos son imitación de los Elfos. Somos más fuertes que los trolls. Estamos hechos de los huesos de la tierra. Somos capaces de quebrar la piedra, como las raíces de los árboles, sólo que más de prisa, mucho más de prisa, ¡cuando estamos despiertos! Si no nos abaten, o si no nos destruye el fuego o alguna magia, podríamos reducir Isengard a un montón de astillas, y convertir esos muros en escombros.
—Pero Saruman tratará de deteneros, ¿no es cierto?
—Hm, ah, sí, así es. No lo he olvidado. En verdad lo he pensado mucho tiempo. Pero, veréis, muchos de los Ents son más jóvenes que yo, en muchas vidas de árboles. Están todos despiertos ahora, y no piensan sino una cosa: destruir Isengard. Pero pronto se pondrán a pensar en otras cosas; se enfriarán un poco, cuando tomemos la bebida de la noche. ¡Qué sed tendremos! ¡Pero que ahora marchen y canten! Hay que recorrer un largo camino, y sobrará tiempo para pensar. Ya es bastante habernos puesto en camino.
Bárbol continuó marchando, cantando con los otros durante un tiempo. Pero luego bajó la voz, que fue sólo un murmullo, y al fin calló otra vez. Pippin alcanzó a ver que la vieja frente del Ent estaba toda arrugada y nudosa. Al fin Bárbol alzó los ojos, y Pippin descubrió una mirada triste, triste pero no desdichada. Había una luz en ellos, como si la llama verde se le hubiera hundido aún más en los pozos oscuros del pensamiento.
—Por supuesto, es bastante verosímil, amigos míos —dijo con lentitud—, bastante verosímil que estemos yendo a nuestraperdición: la última marcha de los Ents. Pero si nos quedamos en casa y no hacemos nada, la perdición nos alcanzará de todos modos, tarde o temprano. Este pensamiento está creciendo desde hace mucho en nuestros corazones; y por eso estamos marchando ahora. No fue una resolución apresurada. Ahora al menos la última marcha de los Ents quizá merezca una canción. Ay —suspiró—, podemos ayudar a los otros pueblos antes de irnos. Sin embargo, me hubiera gustado ver que las canciones sobre las Ents-mujeres se cumplían de algún modo. Me hubiera gustado de veras ver otra vez a Fimbrethil. Pero en esto, amigos míos, las canciones como los árboles dan frutos en el tiempo que corresponde y según leyes propias: y a veces se marchitan prematuramente.
Los Ents continuaban caminando a grandes pasos. Habían descendido a un largo repliegue del terreno que se alejaba bajando hacia el sur, y ahora empezaban a trepar, cada vez más arriba, hacia la elevada cresta del oeste. El bosque se hizo menos denso y llegaron a unos pequeños montes de abedules, y luego a unas pendientes desnudas donde sólo crecían unos pinos raquíticos. El sol se hundió detrás de la giba oscura de la loma que se alzaba delante. El crepúsculo gris cayó sobre ellos.
Pippin miró hacia atrás. El número de los Ents había crecido... ¿o qué ocurría ahora? Donde se extendían las faldas desnudas y oscuras que acababan de cruzar, creyó ver montes de árboles. ¡Pero estaban moviéndose! ¿Era posible que el bosque entero de Fangorn hubiera despertado, y que ahora marchase por encima de las colinas hacia la guerra? Se frotó los ojos preguntándose si no lo habrían engañado el sueño o las sombras; pero las grandes formas grises continuaban avanzando firmemente. Se oía un ruido como el del viento en muchas ramas. Los Ents se acercaban ahora a la cima de la estribación, y todos los cantos habían cesado. Cayó la noche, y se hizo el silencio; no se oía otra cosa que un débil temblor de tierra bajo los pies de los Ents, y un roce, la sombra de un susurro, como de muchas hojas llevadas por el viento. Al fin se encontraron sobre la cima, y miraron allá abajo un pozo oscuro: la gran depresión en el extremo de las montañas: Nan Curunír, el Valle de Saruman.
—La noche se extiende sobre Isengard —dijo Bárbol.
5
EL CABALLERO BLANCO
—Estoy helado hasta los huesos —dijo Gimli batiendo los brazos y golpeando los pies contra el suelo. Por fin había llegado el día. Al alba los compañeros habían desayunado como habían podido; ahora, a la luz creciente, estaban preparándose a examinar el suelo otra vez en busca de rastros de hobbits.
—¡Y no olvidéis a ese viejo! —dijo Gimli—. Me sentiría más feliz si pudiera ver la huella de una bota.
—¿Por qué eso te haría feliz? —preguntó Legolas.
—Porque un viejo con pies que dejan huellas no será sino lo que parece —respondió el Enano.
—Quizá —dijo el Elfo—, pero es posible que una bota pesada no deje aquí marca alguna. La hierba es espesa y elástica.
—Eso no confundiría a un Montaraz —dijo Gimli—. Una brizna doblada le basta a Aragorn. Pero no espero que él encuentre algún rastro. Era el fantasma maligno de Saruman lo que vimos anoche. Estoy seguro, aun a la luz de la mañana. Quizá los ojos de Saruman nos miran desde Fangorn en este mismo momento.
—Es muy posible —dijo Aragorn—; sin embargo, no estoy seguro. Estaba pensando en los caballos. Dijiste anoche, Gimli, que el miedo los espantó. Pero yo no lo creo. ¿Los oíste, Legolas? ¿Te parecieron unas bestias aterrorizadas?
—No —dijo Legolas—. Los oí claramente. Si no hubiese sido por las tinieblas y nuestro propio miedo, yo hubiera pensado que eran bestias dominadas por alguna alegría repentina. Hablaban como caballos que encuentran un amigo después de mucho tiempo.
—Así me pareció —dijo Aragorn—, pero no puedo resolver el enigma, a menos que vuelvan. ¡Vamos! La luz crece rápidamente. ¡Miremos primero y dejemos las conjeturas para después! Comenzaremos por aquí, cerca del campamento, buscando con cuidado alrededor, y subiendo después hacia el bosque. Nuestro propósito es encontrar a los hobbits, aparte de lo que podamos pensar de nuestro visitante nocturno. Si por alguna casualidad han podido escapar, tienen que haberse ocultado entre los árboles, o los hubieran visto. Si no encontramos nada entre aquí y los lindes del bosque, los buscaremos en el campo de batalla entre las cenizas. Pero ahí hay pocas esperanzas: los Jinetes de Rohan han hecho su trabajo demasiado bien.
Durante algún tiempo los compañeros se arrastraron tanteando el suelo. El árbol se alzaba melancólico sobre ellos; las hojas secas colgaban flojas ahora y crujían en el viento helado del este. Aragorn se alejó con lentitud. Llegó junto a las cenizas de la hoguera de campaña cerca de la orilla del río, y luego retrocedió hasta la loma donde se había librado el combate. De pronto se detuvo y se inclinó, casi tocando la hierba con la cara. Llamó a los otros, que se acercaron corriendo.
—¡Aquí al fin hay algo nuevo! —dijo Aragorn. Alzó una hoja rota y la mostró, una hoja grande y pálida de desvaído color dorado, ya casi pardo—. He aquí una hoja de mallorn de Lórien, con unas pequeñas migas encima, y unas pocas migas más en la hierba. ¡Y mirad! ¡Unos trozos de cuerda cerca!
—¡Y he aquí el cuchillo que cortó la cuerda! —dijo Gimli, y extrajo de entre unas hierbas, donde la había hundido algún pie pesado, una hoja corta y mellada. Al lado estaba la empuñadura—. Es un arma de orco —dijo tomándola con precaución y observando con disgusto el mango labrado; tenía la forma de una horrible cabeza de ojos bizcos y boca torcida.
—Pues bien, ¡he aquí el enigma más raro que hayamos encontrado hasta ahora! —dijo Legolas—. Un prisionero atado consigue eludir a los orcos y a los jinetes que los rodean. Luego se detiene, aún al descubierto, y corta las ataduras con un cuchillo de orco. ¿Pero cómo y por qué? Pues si tenía las piernas atadas, ¿cómo pudo caminar? Y si tenía los brazos atados, ¿cómo pudo utilizar el cuchillo? Y si ni las piernas ni los brazos estaban atados, ¿por qué cortó las cuerdas? Contento de haber mostrado tamaña habilidad, ¡se sienta a comer tranquilamente un poco de pan de viaje! Esto al menos basta para saber que se trataba de un hobbit, aun sin la hoja de mallorn. Luego de esto, supongo, trocó los brazos en alas y se alejó cantando hacia los árboles. Tiene que ser fácil encontrarlo, ¡sólo falta que nosotros también tengamos alas!
—Es cosa de brujos, obviamente —dijo Gimli—. ¿Qué estaba haciendo ese viejo? ¿Qué dices tú, Aragorn, de la interpretación de Legolas? ¿Puedes mejorarla?
—Quizá —dijo Aragorn, sonriendo—. Hay otros signos al alcance de la mano que no habéis tenido en cuenta. Estoy de acuerdo en que el prisionero era un hobbit, y que tenía los pies o las manos libres antes de llegar aquí. Supongo que eran las manos, pues el enigma se aclara un poco entonces, y también porque de acuerdo con las huellas fue traído aquí por un orco. Se ha vertido sangre en este sitio, sangre de orco. Hay marcas profundas de cascos todo alrededor, y signos de que se llevaron a la rastra una cosa pesada. Los jinetes mataron a un orco, y luego lo arrastraron hasta las hogueras. Pero no vieron al hobbit: no estaba «al descubierto», pues era de noche y llevaba todavía el manto élfico. Estaba agotado y con hambre, y no es raro que después de librarse de las ataduras con el cuchillo del enemigo caído haya descansado y comido un poco antes de irse sigilosamente. Pero es un alivio saber que tenía unas pocas lembasen el bolsillo, aunque haya escapado sin armas ni provisiones; esto es quizá típico de un hobbit. Hablo en singular, aunque espero que Merry y Pippin hayan estado aquí juntos. Nada, sin embargo, permite asegurarlo.
—¿Y cómo supones que alguno de nuestros amigos haya llegado a tener una mano libre?
—No sé cómo ocurrió —respondió Aragorn—. Ni sé tampoco por qué un orco estaba llevándoselos. No para ayudarlos a escapar, es indudable. Pero creo que empiezo a entender algo que me ha intrigado desde el principio. ¿Por qué cuando cayó Boromir los orcos se contentaron con capturar a Merry y a Pippin? No buscaron al resto de nuestra tropa, ni atacaron el campamento, pero en cambio partieron apresuradamente hacia Isengard. ¿Pensaron que habían capturado al Portador del Anillo y a su fiel camarada? No lo creo. Los amos de los orcos no se habrían atrevido a darles órdenes tan claras, aun si estuviesen tan enterados, ni les hubieran hablado tan abiertamente del Anillo; no son servidores de confianza. Pero creo que les ordenaron que capturaran hobbitsvivos, a toda costa. Hubo un intento de escapar con los preciosos prisioneros antes de la batalla. Una traición quizá, bastante verosímil en tales criaturas. Algún orco grande y audaz pudo haber tratado de huir llevándose la presa, para beneficiarse él mismo. Bueno, ésa es mi historia. Podríamos imaginar otras. Pero, en todo caso, de algo podemos estar seguros: al menos uno de nuestros amigos ha escapado. Nuestra tarea es ahora dar con él y ayudarlo antes de volver a Rohan. No permitamos que Fangorn nos desanime, pues la necesidad tiene que haberlo llevado a este sitio oscuro.
—No sé qué me desanima más, si Fangorn o la idea de recorrer a pie el largo camino hasta Rohan —dijo Gimli.
—Pues bien, vayamos al bosque —dijo Aragorn.
Aragorn no tardó mucho en encontrar nuevas huellas. En un lugar cerca del Entaguas tropezó con el rastro de unas pisadas: marcas de hobbits, pero demasiado débiles para sacar alguna conclusión. Luego otra vez junto al tronco de un árbol grande en el linde del bosque descubrieron otras marcas. El terreno era allí desnudo y seco, y no revelaba demasiado.
—Un hobbit al menos se detuvo aquí un rato y miró atrás, antes de penetrar en el bosque —dijo Aragorn.
—Entonces vayamos nosotros también —dijo Gimli—. Pero el aspecto de este Fangorn no me agrada, y nos han advertido contra él. Mejor sería que la persecución nos hubiera llevado a otro sitio.
—No creo que el bosque dé una impresión de malignidad, digan lo que digan las historias —dijo Legolas. Se había detenido en los límites del bosque, inclinándose hacia adelante como si escuchara, y espiando las sombras con los ojos muy abiertos—. No, no es maligno, y si hay algún mal en él está muy lejos. Sólo me llegan los ecos débiles de un sitio en penumbras donde los corazones de los árboles son negros. No hay ninguna maldad cerca de nosotros, pero sí vigilancia, y cólera.
—Bueno, no hay razón para que esté enojado conmigo —dijo Gimli—. No le hice daño.
—Lo mismo da —dijo Legolas—. De todos modos le han hecho daño. Hay algo que está ocurriendo ahí dentro, o que está por ocurrir. ¿No sientes la tensión? Me quita el aliento.
—Yo siento que el aire es pesado —dijo el Enano—. Este bosque es menos denso que el Bosque Negro, pero parece mohoso y decrépito.
—Es viejo, muy viejo —dijo el Elfo—. Tan viejo que casi me siento joven otra vez, como no he vuelto a sentirme desde que viajo con niños como vosotros. Viejo, y poblado de recuerdos. Yo podía haber sido feliz aquí, si hubiera venido en días de paz.
—Me atrevo a asegurarlo —se burló Gimli—. De todos modos eres un Elfo de los Bosques, aunque los Elfos son siempre gente rara. Sin embargo, me reconfortas. A donde tú vayas, yo también iré. Pero ten tu arco bien dispuesto, y yo llevaré el hacha suelta en el cinturón. No para usarla contra los árboles —dijo de prisa, alzando los ojos hacia el árbol que se erguía sobre ellos—. No me gustaría tropezarme de improviso con ese hombre viejo sin un argumento en la mano. ¡Adelante!
Luego de esto los tres cazadores se metieron en el bosque de Fangorn. Legolas y Gimli dejaron que Aragorn fuese adelante, buscando una pista. No había mucho que ver. El suelo del bosque estaba seco y cubierto con montones de hojas, pero imaginando que los fugitivos no se alejarían del agua, Aragorn retornaba a menudo a la orilla del río. Fue así como llegó al sitio donde Merry y Pippin habían estado bebiendo y se habían lavado los pies. Allí, muy claras, se veían las huellas de dos hobbits, uno más pequeño que el otro.
—Buenas noticias al fin —concluyó Aragorn—. Pero las marcas son de dos días atrás. Y parece que en este punto los hobbits dejaron la orilla del agua.
—¿Qué haremos ahora entonces? —dijo Gimli—. No podemos perseguirlos todo a lo largo de Fangorn. No tenemos bastantes provisiones. Si no los encontramos pronto, no podremos ayudarlos mucho, excepto sentarnos con ellos y mostrarles nuestra amistad y morirnos juntos de hambre.
—Si en verdad eso es todo lo que podemos hacer, tenemos que hacerlo —dijo Aragorn—. Sigamos.
Llegaron al fin al extremo abrupto de la colina de Bárbol y observaron la pared de piedra con aquellos toscos escalones que llevaban a la elevada saliente. Unos rayos de sol caían a través de las nubes rápidas, y el bosque parecía ahora menos gris y triste.
—¡Subamos para mirar un poco alrededor! —dijo Legolas—. Todavía me falta el aliento. Me gustaría saborear un aire más libre.
Los compañeros treparon. Aragorn iba detrás subiendo lentamente, mirando de cerca los escalones y las cornisas.
—Podría asegurar que los hobbits subieron por aquí —dijo—, pero hay otras huellas, huellas muy extrañas que no entiendo. Me pregunto si desde esa cornisa podríamos ver algo que nos ayudara a saber a dónde han ido.
Se enderezó y miró alrededor, pero no vio nada de provecho. La cornisa daba al sur y al este, pero la perspectiva era amplia sólo en el este. Allí se veían las copas de los árboles que descendían en filas apretadas hacia la llanura por donde habían venido.
—Hemos dado un largo rodeo —dijo Legolas—. Podíamos haber llegado aquí todos juntos y sanos y salvos si hubiéramos dejado el Río Grande el segundo o el tercer día para ir hacia el oeste. Raros son aquéllos capaces de prever adónde los llevará el camino, antes que el camino acabe.
—Pero no deseábamos venir a Fangorn —señaló Gimli.
—Sin embargo, aquí estamos; y hemos caído limpiamente en la red —dijo Legolas—. ¡Mira!
—¿Mira qué? —preguntó Gimli.
—Allí en los árboles.
—¿Dónde? No tengo ojos de Elfo.
—¡Cuidado, habla más bajo! —dijo Legolas apuntando—. Allá abajo en el bosque, en el camino por donde hemos venido. ¿No lo ves, pasando de árbol en árbol?
—¡Lo veo, ahora lo veo! —siseó Gimli—. ¡Mira, Aragorn! ¿No te lo advertí? Todo en andrajos grises y sucios: por eso no pude verlo al principio.