Текст книги "Las dos torres"
Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien
Жанр:
Эпическая фантастика
сообщить о нарушении
Текущая страница: 6 (всего у книги 30 страниц)
La pared del fondo era perpendicular, pero al pie habían cavado una abertura de techo abovedado: el único techo del recinto, excepto las ramas de los árboles, que en el extremo interior daban sombra a todo el suelo dejando sólo una senda ancha en el medio. Un arroyo escapaba de los manantiales de arriba, y abandonando el curso mayor caía tintineando por la cara perpendicular de la pared, derramándose en gotas de plata, como una delgada cortina delante de la abertura abovedada. El agua se juntaba de nuevo en una concavidad de piedra entre los árboles y luego corría junto al sendero y salía a unirse al Entaguas que se internaba en el bosque.
—¡Hm! ¡Aquí estamos! —dijo Bárbol, quebrando el largo silencio—. Os he traído conmigo unos setenta mil pasos de Ent, pero no sé cuánto es eso en las medidas de vuestras tierras. De cualquier modo estamos cerca de las raíces de la Última Montaña. Parte del nombre de este lugar podría ser Sala del Manantial, si lo traducimos a vuestro lenguaje. Me gusta. Pasaremos aquí la noche.
Puso a los hobbits en la hierba entre las hileras de árboles, y ellos lo siguieron hacia la gran bóveda. Los hobbits notaron ahora que Bárbol apenas doblaba las rodillas al caminar, pero que los pasos eran largos. Plantaba en el suelo ante todo los dedos gordos (y eran gordos en verdad y muy anchos) antes de apoyar el resto del pie.
Bárbol se detuvo un momento bajo la llovizna del manantial, y respiró profundamente; luego se rió y entró. Había allí una gran mesa de piedra, pero ninguna silla. En el fondo de la bóveda se apretaban las sombras. Bárbol tomó dos grandes vasijas y las puso en la mesa. Parecían estar llenas de agua; pero Bárbol mantuvo las manos sobre ellas, e inmediatamente se pusieron a brillar, una con una luz dorada, y la otra con una hermosa luz verde; y la unión de las dos luces iluminó la bóveda, como si el sol del verano resplandeciera a través de un techo de hojas jóvenes. Mirando hacia atrás, los hobbits vieron que los árboles del patio brillaban también ahora, débilmente al principio, pero luego más y más, hasta que en todas las hojas aparecieron nimbos de luz: algunos verdes, otros dorados, otros rojos como cobre; y los troncos de los árboles parecían pilares de piedra luminosa.
—Bueno, bueno, ahora podemos hablar otra vez —dijo Bárbol—. Tenéis sed, supongo. Quizá también estéis cansados. ¡Bebed! —Fue hasta el fondo de la bóveda donde se alineaban unas jarras de piedra, con tapas pesadas. Sacó una de las tapas, y metió un cucharón en la jarra, y llenó tres tazones, uno grande y otros dos más pequeños.
—Ésta es una casa de Ent —dijo—, y no hay asientos, me temo. Pero podéis sentaros en la mesa.
Alzando en vilo a los hobbits los sentó en la gran losa de piedra, a unos seis pies del suelo, y allí se quedaron balanceando las piernas y bebiendo a pequeños sorbos.
La bebida parecía agua, y en verdad el gusto era parecido al de los tragos que habían bebido antes a orillas del Entaguas cerca de los lindes del bosque, y sin embargo tenía también un aroma o sabor que ellos no podían describir: era débil, pero les recordaba el olor de un bosque distante que una brisa nocturna trae desde lejos. El efecto de la bebida comenzó a sentirse en los dedos de los pies, y subió firmemente por todos los miembros, refrescándolos y vigorizándolos, hasta las puntas mismas de los cabellos. En verdad los hobbits sintieron que se les erizaban los cabellos, que ondeaban y se rizaban y crecían. En cuanto a Bárbol, primero se lavó los pies en el estanque de más allá del arco y luego vació el tazón de un solo trago, largo y lento. Los hobbits pensaron que nunca dejaría de beber.
Al fin dejó otra vez el tazón sobre la mesa.
—Ah, ah —suspiró—. Hm, hum, ahora podemos hablar con mayor facilidad. Podéis sentaros en el suelo, y yo me acostaré; así evitaré que la bebida se me suba a la cabeza y me dé sueño.
A la derecha de la bóveda había un lecho grande de patas bajas, de no más de dos pies, muy recubierto de hierbas y helechos secos. Bárbol se echó lentamente en esta cama (doblando apenas la cintura) hasta que descansó acostado, con las manos detrás de la cabeza, mirando el cielo raso, donde centelleaban las luces, como hojas que se mueven al sol. Merry y Pippin se sentaron junto a él sobre almohadones de hierba.
—Ahora contadme vuestra historia, ¡y no os apresuréis!
Los hobbits empezaron a contarle la historia de todo lo que había ocurrido desde que dejaran Hobbiton. No siguieron un orden muy claro, pues se interrumpían uno a otro de continuo, y Bárbol detenía a menudo a quien hablaba, y volvía a algún punto anterior, o saltaba hacia adelante haciéndoles preguntas sobre acontecimientos posteriores. No hablaron, sin embargo, del Anillo, y no le dijeron por qué se habían puesto en camino ni hacia dónde iban; y Bárbol no les pidió explicaciones.
Todo le interesaba enormemente: los Jinetes Negros, Elrond, Rivendel, y el Bosque Viejo, y Tom Bombadil, y las Minas de Moria, y Lothlórien y Galadriel. Insistió en que le describieran la Comarca, una y otra vez. En este punto, hizo un curioso comentario:
—Nunca visteis, hm, ningún Ent rondando por allí, ¿no es cierto? —preguntó—. Bueno, no Ents, Ents-mujeres, tendría que decir.
– ¿Ents-mujeres?—dijo Pippin—. ¿Se parecen a ti?
—Sí, hm, bueno, no: realmente no lo sé —dijo Bárbol, pensativo—. Pero a ellas les hubiera gustado vuestro país, por eso preguntaba.
Bárbol, sin embargo, estaba particularmente interesado en todo lo que se refería a Gandalf, y más interesado aún en lo que hacía Saruman. Los hobbits lamentaron de veras saber tan poco acerca de ellos: sólo unas vagas referencias de Sam a lo que Gandalf había dicho en el Concilio. Pero de cualquier modo era claro que Uglúk y parte de los orcos habían venido de Isengard y que hablaban de Saruman como si fuera el amo de todos ellos.
—¡Hm, hum! —dijo Bárbol, cuando al fin luego de muchas vueltas y revueltas la historia de los hobbits desembocó en la batalla entre los orcos y los jinetes de Rohan—. ¡Bueno, bueno! Un buen montón de noticias, sin ninguna duda. No me habéis dicho todo, no en verdad, y falta bastante. Pero no dudo de que os comportáis como Gandalf hubiera deseado. Algo muy importante está ocurriendo, me doy cuenta, y ya me enteraré cuando sea el momento, bueno o malo. Por las raíces y las ramas, qué extraño asunto. De pronto asoma una gente menuda, que no está en las viejas listas, y he aquí que los Nueve Jinetes olvidados reaparecen y los persiguen, y Gandalf los lleva a un largo viaje, y Galadriel los acoge en Caras Galadon, y los orcos los persiguen de un extremo a otro de las Tierras Ásperas: en verdad parece que los hubiera alcanzado una terrible tormenta. ¡Espero que puedan capear el temporal!
—¿Y qué nos dices de ti? —preguntó Merry.
—Hum, hm, las Grandes Guerras no me preocupan —dijo Bárbol—, ellas conciernen sobre todo a los Elfos y a los Hombres. Es un asunto de Magos: los Magos andan siempre preocupados por el futuro. No me gusta preocuparme por el futuro. No estoy enteramente del ladode nadie, porque nadie está enteramente de mi lado, si me entendéis. Nadie cuida de los bosques como yo, hoy ni siquiera los Elfos. Sin embargo, tengo más simpatía por los Elfos que por los otros: fueron los Elfos quienes nos sacaron de nuestro mutismo en otra época, y esto fue un gran don que no puede ser olvidado, aunque hayamos tomado distintos caminos desde entonces. Y hay algunas cosas, por supuesto, de cuyo lado yo nuncapodría estar: esos... burárum—se oyó otra vez un gruñido profundo de disgusto—, esos orcos, y los jefes de los orcos.
”Me sentí inquieto en otras épocas cuando la sombra se extendía sobre el Bosque Negro, pero cuando se mudó a Mordor, durante un tiempo no me preocupé: Mordor está muy lejos. Pero parece que el viento sopla ahora del este, y no sería raro que muy pronto todos los bosques empezaran a marchitarse. No hay nada que un viejo Ent pueda hacer para impedir la tormenta: tiene que capearla o caer partido en dos.
”¡Pero Saruman! Saruman es un vecino: no puedo descuidarlo. Algo tengo que hacer, supongo. Me he preguntado a menudo últimamente qué puedo hacer con Saruman.
—¿Quién es Saruman? —le preguntó Pippin—. ¿Sabes algo de él?
—Saruman es un Mago —dijo Bárbol—. Más no podría decir. No sé nada de la historia de los Magos. Aparecieron por vez primera poco después que las Grandes Naves llegaran por el Mar; pero ignoro si vinieron con los barcos. Saruman era reconocido como uno de los grandes, creo. Un día, hace tiempo, vosotros diríais que hace mucho tiempo, dejó de ir de aquí para allá y de meterse en los asuntos de los Hombres y los Elfos, y se instaló en Angrenost, o Isengard como lo llaman los Hombres de Rohan. Se quedó muy tranquilo al principio, pero fue haciéndose cada vez más famoso. Fue elegido como cabeza del Concilio Blanco, dicen; pero el resultado no fue de los mejores. Me pregunto ahora si ya entonces Saruman no estaba volviéndose hacia el mal. Pero en todo caso no molestaba demasiado a los vecinos. Yo acostumbraba hablar con él. Hubo un tiempo en que se paseaba siempre por mis bosques. Era cortés en ese entonces, siempre pidiéndome permiso, al menos cuando tropezaba conmigo, y siempre dispuesto a escuchar. Le dije muchas cosas que él nunca hubiera descubierto por sí mismo; pero nunca me lo retribuyó. No recuerdo que llegara a decirme algo. Y así fue transformándose día a día. La cara, tal como yo la recuerdo, y no lo veo desde hace mucho, se parecía al fin a una ventana en un muro de piedra: una ventana con todos los postigos bien cerrados.
”Creo entender ahora en qué anda. Está planeando convertirse en un Poder. Tiene una mente de metal y ruedas, y no le preocupan las cosas que crecen, excepto cuando puede utilizarlas en el momento. Y ahora está claro que es un malvado traidor. Se ha mezclado con criaturas inmundas, los orcos. ¡Brm, hum! Peor que eso: ha estado haciéndoles algo a esos orcos, algo peligroso. Pues esos Isengardos se parecen sobre todo a Hombres de mala entraña. Como otra señal de las maldades que sobrevinieron junto con la Gran Oscuridad, los orcos nunca toleraron la luz del sol; pero estas criaturas de Saruman pueden soportarla, aunque la odien. Me pregunto qué les ha hecho. ¿Son Hombres que Saruman ha arruinado, o ha mezclado las razas de los Hombres y los Orcos? ¡Qué negra perversidad!
Bárbol rezongó un momento, como si estuviera recitando una negra y profunda maldición éntica.
—Hace un tiempo que me sorprendió que los orcos se atreviesen a pasar con tanta libertad por mis bosques —continuó—. Sólo últimamente empecé a sospechar que todo era obra de Saruman, y que había estado espiando mis caminos, y descubriendo mis secretos. Él y esas gentes inmundas hacen estragos ahora, derribando árboles allá en la frontera, buenos árboles. Algunos de los árboles los cortan simplemente y dejan que se pudran; maldad propia de un orco, pero otros los desbrozan y los llevan a alimentar las hogueras de Orthanc. Siempre hay humo brotando en Isengard en estos días.
”¡Maldito sea, por raíces y ramas! Muchos de estos árboles eran mis amigos, criaturas que conocí en la nuez o en el grano; muchos tenían voces propias que se han perdido para siempre. Y ahora hay claros de tocones y zarzas donde antes había avenidas pobladas de cantos. He sido perezoso. He descuidado las cosas. ¡Esto tiene que terminar!
Bárbol se levantó del lecho con una sacudida, se incorporó, y golpeó con la mano sobre la mesa. Las vasijas se estremecieron y lanzaron hacia arriba dos chorros luminosos. En los ojos de Bárbol osciló una luz, como un fuego verde, y la barba se le adelantó, tiesa como una escoba de paja.
—¡Yo terminaré con eso! —estalló—. Y vosotros vendréis conmigo. Quizá podáis ayudarme. De ese modo estaréis ayudando también a esos amigos vuestros, pues si no detenemos a Saruman, Rohan y Gondor tendrán un enemigo detrás y no sólo delante. Nuestros caminos van juntos... ¡hacia Isengard!
—Iremos contigo —dijo Merry—. Haremos lo que podamos.
—Sí —dijo Pippin—. Me gustaría ver la Mano Blanca destruida para siempre. Me gustaría estar allí, aunque yo no sirviera de mucho. Nunca olvidaré a Uglúk y cómo cruzamos Rohan.
—¡Bueno! ¡Bueno! —dijo Bárbol—. Pero he hablado apresuradamente. No tenemos que apresurarnos. Me excité demasiado. Tengo que tranquilizarme y pensar, pues es más fácil gritar ¡basta!, que obligarlos a detenerse.
Fue a grandes pasos hacia la arcada y se detuvo un tiempo bajo la llovizna del manantial. Luego se rió y se sacudió, y unas gotas de agua cayeron al suelo centelleando como chispas rojas y verdes. Volvió, se tendió de nuevo en la cama, y guardó silencio.
Al rato los hobbits oyeron que murmuraba otra vez. Parecía estar contando con los dedos.
—Fangorn, Finglas, Fladrif, ay, ay —suspiró—. El problema es que quedamos tan pocos —dijo volviéndose hacia los hobbits—. Sólo quedan tres de los primeros Ents que anduvieron por los bosques antes de la Oscuridad: sólo yo, Fangorn, y Finglas y Fladrif, si los llamamos con los nombres élficos; podéis llamarlos también Zarcillo y Corteza, si preferís. Y de nosotros tres, Zarcillo y Corteza no servirán de mucho en este asunto. Zarcillo está cada día más dormido, y muy arbóreo, podría decirse. Prefiere pasarse el verano de pie y medio dormido, con las hierbas hasta las rodillas. Un vello de hojas le cubre el cuerpo. Acostumbraba despertar en invierno, pero últimamente se ha sentido demasiado somnoliento para caminar mucho. Corteza vive en las faldas de las montañas al este de Isengard. Allí es donde ha habido más dificultades. Los orcos lo lastimaron, y muchos de los suyos y de los árboles que apacentaba han sido asesinados y destruidos. Ha subido a los lugares altos, entre los abedules que él prefiere, y no descenderá. Sin embargo, me atrevo a decir que yo podría juntar un grupo bastante considerable de la gente más joven... si consigo que entiendan en qué aprieto nos encontramos ahora; si consigo despertarlos: nosotros no somos gente apresurada. ¡Qué lástima que seamos tan pocos!
—¿Cómo sois tan pocos habiendo vivido en este país tanto tiempo? —preguntó Pippin—. ¿Han muerto muchos?
—¡Oh, no! —dijo Bárbol—. Nadie ha muerto por dentro, como podría decirse. Algunos cayeron en las vicisitudes de los largos años, por supuesto; y muchos son ahora arbóreos. Pero nunca fuimos muchos y no hemos aumentado. No ha habido Entandos, no ha habido niños diríais vosotros, desde hace un terrible número de años. Pues veréis, hemos perdido a las Ents-mujeres.
—¡Qué pena! —dijo Pippin—. ¿Cómo fue que murieron todas?
—¡No murieron! —dijo Bárbol—. Nunca dije que murieran. Las perdimos, dije. Las perdimos y no podemos encontrarlas. —Suspiró—. Pensé que casi todos lo sabían. Los Elfos y los Hombres del Bosque Negro en Gondor han cantado cómo los Ents buscaron a las Ents-mujeres. No es posible que esos cantos se hayan olvidado.
—Bueno, temo que esas canciones no hayan pasado al Oeste por encima de las Montañas de la Comarca —dijo Merry—. ¿No nos dirás más, o no nos cantarás una de las canciones?
—Sí, lo haré —dijo Bárbol, en apariencia complacido—. Pero no puedo contarlo como sería menester; sólo un resumen; y luego interrumpiremos la charla; mañana habrá que llamar a concilio, y nos esperan trabajos, y quizá un largo viaje.
”Es una historia bastante rara y triste —dijo luego de una pausa—. Cuando el mundo era joven, y los bosques vastos y salvajes, los Ents y las Ents-mujeres (y había entonces Ents-doncellas: ¡ah, la belleza de Fimbrethil, de Miembros de Junco, la de pies ligeros, en nuestra juventud!) caminaban juntos y habitaban juntos. Pero los corazones de unos y otros no crecieron del mismo modo: los Ents se consagraban a lo que encontraban en el mundo, y las Ents-mujeres a otras cosas, pues los Ents amaban los grandes árboles, y los bosques salvajes, y las faldas de las altas colinas, y bebían de los manantiales de las montañas, y comían sólo las frutas que los árboles dejaban caer delante de ellos; y aprendieron de los Elfos y hablaron con los árboles. Pero las Ents-mujeres se interesaban en los árboles más pequeños, y en las praderas asoleadas más allá del pie de los bosques; y ellas veían el endrino en el arbusto, y la manzana silvestre y la cereza que florecían en primavera, y las hierbas verdes en las tierras anegadas del verano, y las hierbas granadas en los campos de otoño. No deseaban hablar con esas cosas, pero sí que entendieran lo que se les decía, y que obedecieran. Las Ents-mujeres les ordenaban que crecieran de acuerdo con los deseos que ellas tenían, y que las hojas y los frutos fueran del agrado de ellas, pues las Ents-mujeres deseaban orden, y abundancia, y paz, o sea que las cosas se quedaran donde ellas las habían puesto. De modo que las Ents-mujeres cultivaron jardines para vivir. Pero los Ents siguieron errando por el mundo, y sólo de vez en cuando íbamos a los jardines. Luego, cuando la Oscuridad entró en el Norte, las Ents-mujeres cruzaron el Río Grande, e hicieron otros jardines, y trabajaron los campos nuevos, y las vimos menos aún. Luego de la derrota de la Oscuridad las tierras de las Ents-mujeres florecieron en abundancia, y los campos se colmaron de grano. Muchos hombres aprendieron las artes de las Ents-mujeres, y les rindieron grandes honores; pero nosotros sólo éramos una leyenda para ellos, un secreto guardado en el corazón del bosque. Sin embargo aquí estamos todavía, mientras que todos los jardines de las Ents-mujeres han sido devastados: los Hombres los llaman ahora las Tierras Pardas.
”Recuerdo que hace mucho tiempo, en los días de la guerra entre Sauron y los Hombres del Mar, tuve una vez el deseo de ver de nuevo a Fimbrethil. Muy hermosa era ella todavía a mis ojos, cuando la viera por última vez, aunque poco se parecía a la Ent-doncella de antes. Pues el trabajo había encorvado y tostado a las Ents-mujeres, y el sol les había cambiado el color de los cabellos, que ahora parecían espigas maduras, y las mejillas eran como manzanas rojas. Sin embargo, tenían aún los ojos de nuestra gente. Cruzamos el Anduin y fuimos a aquellas tierras, pero encontramos un desierto. Todo había sido quemado y arrancado de raíz, pues la guerra había visitado esos lugares. Pero las Ents-mujeres no estaban allí. Mucho tiempo las llamamos, y mucho tiempo las buscamos; y a todos les preguntábamos a dónde habían ido las Ents-mujeres. Algunos decían que nunca las habían visto; y algunos decían que las habían visto yendo hacia el oeste, y algunos decían el este, y otros el sur. Pero fuimos a todas partes y no pudimos encontrarlas. Nuestra pena era muy honda. No obstante, el bosque salvaje nos reclamaba, y volvimos. Durante muchos años mantuvimos la costumbre de salir del bosque de cuando en cuando y buscar a las Ents-mujeres, caminando de aquí para allá y llamándolas por aquellos hermosos nombres que ellas tenían. Pero el tiempo fue pasando y salíamos y nos alejábamos cada vez menos. Y ahora las Ents-mujeres son sólo un recuerdo para nosotros, y nuestras barbas son largas y grises. Los Elfos inventaron muchas canciones sobre la Busca de los Ents, y algunas de esas canciones pasaron a las lenguas de los Hombres. Pero nosotros no compusimos ninguna canción, y nos contentamos con canturrear los hermosos nombres cuando nos acordamos de las Ents-mujeres. Creemos que volveremos a encontrarnos en un tiempo próximo, quizá en una tierra donde podamos vivir juntos y ser felices. Pero se ha dicho que esto se cumplirá cuando hayamos perdido todo lo que tenemos ahora. Y es posible que ese tiempo se esté acercando al fin. Pues si el Sauron de antaño destruyó los jardines, el Enemigo de hoy parece capaz de marchitar todos los bosques.
”Hay una canción élfica que habla de esto, o al menos así la entiendo yo. Antes se la cantaba todo a lo largo del Río Grande. No fue nunca una canción éntica, notadlo bien: ¡hubiese sido una canción muy larga en éntico! Pero aún la recordamos, y la canturreamos a veces. Hela aquí en vuestra lengua:
ENT
Cuando la primavera despliega la hoja del haya, y hay savia en las ramas;
cuando la luz se apoya en el río del bosque, y el viento toca la cima;
cuando el paso es largo, la respiración profunda y el aire se anima en la montaña,
¡regresa a mí! ¡Regresa a mí, y di que mi tierra es hermosa!
ENT-MUJER
Cuando la primavera llega a los regadíos y los campos, y aparece la espiga;
cuando en las huertas florecen los capullos como una nieve brillante;
cuando la llovizna y el sol sobre la tierra perfuman el aire, me demoraré aquí, y no me iré, pues mi tierra es hermosa.
ENT
Cuando el verano se extiende sobre el mundo, en un mediodía de oro,
bajo la bóveda de las hojas dormidas se despliegan los sueños de los árboles;
cuando las salas del bosque son verdes y frescas, y el viento sopla del oeste,
¡regresa a mí! ¡Regresa a mí y di que mi tierra es la mejor!
ENT-MUJER
Cuando el verano calienta los frutos que cuelgan y oscurece las bayas;
cuando la paja es de oro y la espiga blanca, y es tiempo de cosechar;
cuando la miel se derrama y el manzano crece, aunque el viento sople del oeste,
me demoraré aquí a la luz del sol, ¡porque mi tierra es la mejor!
ENT
Cuando llegue el invierno, el invierno salvaje que matará la colina y el bosque;
cuando caigan los árboles y la noche sin estrellas devore al día sin sol;
cuando el viento sople mortalmente del este, entonces en la lluvia que golpea
te buscaré, y te llamaré, ¡y regresaré otra vez contigo!
ENT-MUJER
Cuando llegue el invierno, y terminen los cantos; cuando las tinieblas caigan al fin;
cuando la rama estéril se rompa, y la luz y el trabajo hayan pasado;
te buscaré, y te esperaré, hasta que volvamos a encontrarnos: ¡juntos tomaremos el camino bajo la lluvia que golpea!
AMBOS
Juntos tomaremos el camino que lleva al oeste,
y juntos encontraremos una tierra en donde los corazones tengan descanso.
Bárbol dejó de cantar.
—Así dice la canción. Es una canción élfica, por supuesto, alegre, concisa, y termina pronto. Me atrevería a decir que es bastante hermosa. Aunque los Ents podrían decir mucho más, ¡si tuvieran tiempo! Pero ahora voy a levantarme para dormir un poco. ¿Dónde os pondréis de pie?
—Nosotros comúnmente nos acostamos para dormir —dijo Merry—. Nos quedaremos donde estamos.
—¡Acostarse para dormir! —exclamó Bárbol—. ¡Pero claro, eso es lo que vosotros hacéis! Hm, hum, me olvido a veces; cantando esa canción creí estar de nuevo en los tiempos de antaño: casi como si estuviera hablándoles a unos jóvenes Entandos. Bueno, podéis acostaros en la cama. Yo me pondré de pie bajo la lluvia. ¡Buenas noches!
Merry y Pippin treparon a la cama y se acomodaron en la hierba y los helechos blandos. Era una cama fresca, perfumada y tibia. Las luces se apagaron y el resplandor de los árboles se desvaneció; pero afuera, bajo el arco, alcanzaban a ver al viejo Bárbol de pie, inmóvil, con los brazos levantados por encima de la cabeza. Las estrellas brillantes miraban desde el cielo, e iluminaban el agua que caía y se le derramaba sobre los dedos y la cabeza, y goteaba, goteaba, en cientos de gotas de plata. Escuchando el tintineo de las gotas los hobbits se durmieron.
Despertaron y vieron que un sol fresco brillaba en el patio y en el suelo de la caverna. Unos andrajos de nubes corrían en el cielo, arrastradas por un fuerte viento que soplaba del este. No vieron a Bárbol, pero mientras se bañaban en el estanque junto al arco, oyeron que zumbaba y cantaba, subiendo por el camino entre los árboles.
—¡Hu, ho! ¡Buenos días, Merry y Pippin! —bramó al verlos—. Dormís mucho. Yo ya he dado cientos de pasos. Ahora beberemos un poco, y luego iremos a la Cámara de los Ents.
Trajo una jarra de piedra, pero no la misma de la noche anterior, y les sirvió dos tazones. El sabor tampoco era el mismo: más terrestre, más generoso, más fortificante y nutritivo, por así decir. Mientras los hobbits bebían, sentados en el borde de la cama, y mordisqueaban los bizcochos élficos (porque comer algo les parecía parte necesaria del desayuno, no porque tuvieran hambre), Bárbol se quedó allí de pie, canturreando en éntico o élfico o alguna extraña lengua, y mirando el cielo.
—¿Dónde está la Cámara de los Ents? —se atrevió a preguntar Pippin.
—¿Hu, eh? ¿La Cámara de los Ents? —dijo Bárbol, dándose la vuelta—. No es un lugar, es una reunión de Ents, no muy frecuente por cierto. Pero he conseguido que un número considerable me prometiera venir. Nos reuniremos en el sitio donde nos hemos reunido siempre. El Valle Emboscado, lo llaman los Hombres. Está lejos de aquí, en el sur. Tenemos que llegar allí antes del mediodía.
Partieron sin tardanza. Bárbol llevó en brazos a los hobbits, como en la víspera. A la entrada del patio dobló a la derecha, atravesó de una zancada la corriente, y caminó a grandes pasos hacia el sur bordeando las faldas de piedras desmoronadas donde los árboles eran raros. Los hobbits alcanzaron a distinguir montes de abedules y fresnos, y más arriba unos pinos sombríos. Pronto Bárbol se apartó un poco de las colinas para meterse en unos bosquecillos espesos; los hobbits nunca habían visto hasta entonces árboles más grandes, más altos, y más gruesos. Durante un momento creyeron tener aquella sensación de ahogo que los había asaltado cuando entraron por primera vez en Fangorn, pero pasó pronto. Bárbol no les hablaba. Canturreaba entre dientes, con un tono grave y meditativo, pero Merry y Pippin no alcanzaban a distinguir las palabras: sonaba bum, bum, rumbum, burar, bum, bum, dahrar bum bum, dahrar bum, y así continuamente con un cambio incesante de notas y ritmos. De cuando en cuando creían oír una respuesta, un zumbido, o un sonido tembloroso que salía de la tierra, o que bajaba de las ramas altas, o quizá de los troncos de los árboles; pero Bárbol no se detenía ni volvía la cabeza a uno u otro lado.
Bárbol estaba caminando desde hacía largo rato —Pippin había tratado de llevar la cuenta de los «pasos-de-Ent», pero se había perdido alrededor de los tres mil– cuando empezó a aflojar el paso. De pronto se detuvo, bajó a los hobbits, y se llevó a la boca las manos juntas, como formando un tubo hueco. Luego sopló o llamó. Un gran hum, homresonó en los bosques como un cuerno de voz grave, y pareció que los árboles devolvían el eco. De lejos y de distintos sitios llegó un similar hum, hom, humque no era un eco sino una respuesta.
Bárbol cargó a Merry y Pippin sobre los hombros y echó a andar otra vez, lanzando de cuando en cuando otra llamada de cuerno, y las respuestas eran cada vez más claras y próximas. De este modo llegaron al fin a lo que parecía ser un muro impenetrable de árboles oscuros y de hoja perenne, árboles de una especie que los hobbits nunca habían visto antes: las ramas salían directamente de las raíces, y estaban densamente cubiertas de hojas oscuras y lustrosas como de acebo, pero sin espinas, y en el extremo de unos peciolos tiesos y verticales brillaban unos botones grandes y relucientes de color oliva.
Volviéndose hacia la izquierda, y bordeando esta cerca enorme, Bárbol llegó en unas pocas zancadas a una entrada angosta. Un sendero donde se veían muchas huellas atravesaba la cerca y bajaba de repente en una pendiente larga y abrupta. Los hobbits vieron que estaban descendiendo hacia un valle grande, casi tan redondo como un tazón, muy ancho y profundo, coronado en el borde por la alta cerca de árboles oscuros. El interior era liso y herboso, y no había árboles excepto tres abedules plateados muy altos y hermosos que crecían en el fondo del tazón. Otros dos senderos bajaban del valle: desde el oeste y desde el este.
Varios Ents habían llegado ya. Más estaban descendiendo por los otros senderos, y algunos seguían ahora a Bárbol. Cuando se acercaron, los hobbits los miraron con curiosidad. Habían esperado ver un cierto número de criaturas parecidas a Bárbol así como un hobbit se parece a otro (al menos a los ojos de un extranjero), y les sorprendió mucho encontrarse con algo muy distinto. Los Ents eran tan diferentes entre sí como un árbol de otro árbol: algunos tan diferentes como árboles del mismo nombre, pero que no han crecido del mismo modo y no tienen la misma historia; y algunos tan diferentes como si pertenecieran a distintas familias de árboles, como el abedul y el haya, el roble y el abeto. Había unos pocos Ents muy viejos, barbudos y nudosos, como árboles vigorosos pero de mucha edad (aunque ninguno parecía tan viejo como Bárbol), y había Ents robustos y altos, bien ramificados y de piel lisa como árboles del bosque en la plenitud de la edad; pero no se veían Ents jóvenes. Eran en total unas dos docenas de pie en las hierbas del valle, y otros tantos llegaban ahora.
Al principio, a Merry y Pippin les sorprendió sobre todo la variedad de lo que veían: las muchas formas, los colores, las diferencias en el talle, la altura, y el largo de los brazos y piernas; y en el número de dedos de los pies (de tres a nueve). Algunos eran quizá parientes de Bárbol, y parecían hayas o robles. Pero los había de distintas especies. Algunos recordaban al castaño: Ents de piel parda con manos grandes y dedos abiertos, y piernas cortas y macizas; otros, el fresno: Ents altos, rectos y grises con manos de muchos dedos y piernas largas; algunos el abeto (los Ents más altos) y otros el abedul, el pino y el tilo. Pero cuando todos los Ents se reunieron alrededor de Bárbol, inclinando ligeramente las cabezas, murmurando con aquellas voces lentas y musicales, y mirando alrededor larga y seriamente a los extraños, entonces los hobbits vieron que todos eran de la misma condición, y que todos tenían los mismos ojos: no siempre tan viejos y profundos como los de Bárbol, pero con la misma expresión lenta, firme y pensativa, y el mismo centelleo verde.
Tan pronto como toda la compañía estuvo reunida, de pie en un amplio círculo alrededor de Bárbol, se inició una curiosa e ininteligible conversación. Los Ents se pusieron a murmurar lentamente: primero uno y luego otro, hasta que todos estuvieron cantando juntos en una cadencia larga que subía y bajaba, ahora más alta en un sector del círculo, ahora muriendo aquí y creciendo y resonando en algún otro sitio. Aunque Pippin no podía distinguir o entender ninguna de las palabras —suponía que el lenguaje era éntico—, el sonido le pareció muy agradable al principio, aunque poco a poco dejó de prestar atención. Al cabo de mucho tiempo (y la salmodia no mostraba signos de declinación) se encontró preguntándose, y ya que el éntico era un lenguaje tan poco «apresurado», si no estarían aún en los Buenos días, y en el caso de que Bárbol pasara lista cuánto tiempo tardarían en entonar todos los nombres. —Me pregunto cómo se dirá sío noen éntico —se dijo. Bostezó.