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Las dos torres
  • Текст добавлен: 20 сентября 2016, 14:40

Текст книги "Las dos torres"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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—Tenemos que irnos ya —dijo—. Espera un momento.

La espada de Grishnákh estaba allí en el suelo al alcance de la mano, pero era demasiado pesada y embarazosa; de modo que se arrastró hacia adelante, y cuando encontró el cuerpo del orco le sacó de entre las ropas un cuchillo largo y afilado. Luego cortó rápidamente las cuerdas.

—¡Y ahora vámonos! —dijo—. Cuando nos hayamos desentumecido un poco, quizá podamos tenernos en pie y caminar. De cualquier modo será mejor que empecemos arrastrándonos.

Se arrastraron. La hierba era espesa y blanda, y esto los ayudó, aunque avanzaban muy lentamente. Dieron un amplio rodeo para evitar las hogueras, y se adelantaron poco a poco hasta la orilla del río, que se alejaba gorgoteando entre las sombras oscuras de las barrancas. Luego miraron atrás.

Los ruidos se habían apagado. Parecía evidente que la tropa de Mauhúr había sido destruida o rechazada. Los jinetes habían vuelto a la ominosa y silenciosa vigilia. No se prolongaría mucho tiempo. La noche envejecía ya. En el este, donde no había nubes, el cielo era más pálido.

—Tenemos que ponernos a cubierto —dijo Pippin—, o pronto nos verán. No nos ayudará que esos jinetes descubran que no somos orcos, luego de darnos muerte. —Se incorporó y golpeó los pies contra el suelo—. Esas cuerdas se me han incrustado en la carne como alambres, pero los pies se me están calentando. Yo ya podría echar a andar. ¿Y tú, Merry?

Merry se puso de pie.

—Sí —dijo—, yo también. El lembaste da realmente ánimos. Y una sensación más sana, también, que el calor de esa bebida de los orcos. Me pregunto qué sería. Mejor que no lo sepamos. ¡Tomemos un poco de agua para sacarnos ese recuerdo!

—No aquí, las orillas son muy abruptas —dijo Pippin—. ¡Adelante ahora!

Dieron media vuelta y caminaron juntos y despacio a lo largo del río. Detrás la luz crecía en el este. Mientras caminaban compararon lo que habían visto y oído, hablando en un tono ligero, a la manera de los hobbits, de todo lo que había ocurrido desde que los capturaran. Nadie hubiera sospechado entonces que habían pasado por crueles sufrimientos, y que se habían encontrado en grave peligro, arrastrados sin esperanza al tormento y la muerte, o que aún ahora, como ellos lo sabían bien, no tenían muchas posibilidades de encontrarse otra vez con un amigo o sanos y salvos.

—Parece que has mostrado mucho tino, Maese Tuk —dijo Merry—. Casi te mereces un capítulo en el libro del viejo Bilbo, si alguna vez tengo la oportunidad de contárselo. Buen trabajo: sobre todo por haber adivinado las intenciones de ese canalla peludo, y haberle seguido el juego. Pero me pregunto si alguien descubrirá alguna vez nuestras huellas y encontrará ese broche. No me gustaría perder el mío, aunque me temo que el tuyo haya desaparecido para siempre.

”Mucho tendré que esforzarme si pretendo llegar a tu altura. En verdad el primo Brandigamo va ahora al frente. Entra en escena en este momento. No creo que sepas muy bien dónde estamos; pero he aprovechado mejor que tú el tiempo que pasamos en Rivendel. Vamos hacia el oeste a lo largo del Entaguas. Las estribaciones de las Montañas Nubladas se alzan ahí delante, y el bosque de Fangorn.

Hablaba aún cuando el linde sombrío del bosque apareció justo ante ellos. La noche parecía haberse refugiado bajo los grandes árboles, alejándose furtivamente del alba próxima.

—¡Adelante, Maese Brandigamo! —dijo Pippin—. ¡O demos media vuelta! Nos han advertido a propósito de Fangorn. Pero alguien tan avisado como tú no puede haberlo olvidado.

—No lo he olvidado —respondió Merry, pero aun así el bosque me parece preferible a regresar y encontrarnos en medio de una batalla.


Marchó adelante y se metió bajo las ramas enormes. Los árboles parecían no tener edad. Unas grandes barbas de liquen colgaban ante ellos, ondulando y balanceándose en la brisa. Desde el fondo de sombras los hobbits se atrevieron a mirar atrás: pequeñas figuras furtivas que a la débil luz parecían niños elfos en los abismos del tiempo mirando asombrados desde la Floresta Salvaje la luz de la primera Aurora.

Lejos y por encima del Río Grande, y las Tierras Pardas, sobre leguas y leguas de extensiones grises, llegó el alba, roja como un fuego. Los cuernos de caza resonaron saludándola. Los Jinetes de Rohan despertaron a la vida. Los cuernos respondieron a los cuernos.

Merry y Pippin oyeron, claros en el aire frío, los relinchos de los caballos de guerra, y el canto repentino de muchos hombres. El limbo del sol se elevó como un arco de fuego sobre las márgenes del mundo. Dando grandes gritos, los jinetes cargaron desde el este; la luz roja centelleaba sobre las mallas y las lanzas. Los orcos aullaron y dispararon las flechas que les quedaban aún. Los hobbits vieron que varios hombres caían; pero la línea de jinetes consiguió mantenerse a lo largo y por encima de la loma, y dando media vuelta cargaron otra vez. La mayoría de los orcos que estaban aún con vida se desbandaron y huyeron, en distintas direcciones, y fueron perseguidos uno a uno hasta que casi todos murieron. Pero una tropa, apretada en una cuña negra, avanzó resuelta hacia el bosque. Subiendo por la pendiente cargaron contra los centinelas. Estaban acercándose, y parecía que iban a escapar: ya habían derribado a tres Jinetes que les cerraban el paso.

—Nos hemos detenido demasiado tiempo —dijo Merry—. ¡Allí está Uglúk! No quisiera encontrármelo otra vez.

Los hobbits se volvieron y se internaron profundamente en las sombras del bosque.

Así fue como presenciaron la última resistencia, cuando Uglúk fue atrapado en el linde mismo del bosque. Allí murió al fin a manos de Éomer, el Tercer Mariscal de la Marca, que desmontó y luchó con él, espada contra espada. Y en aquellas vastas extensiones los Jinetes de ojos penetrantes persiguieron a los pocos orcos que habían conseguido escapar y que aún tenían fuerzas para correr. Luego, habiendo enterrado a los compañeros muertos bajo un montículo, y habiendo entonado los cantos de alabanza, los Jinetes prepararon una gran hoguera y desparramaron las cenizas de los enemigos. Así terminó la aventura, y ninguna noticia llegó de vuelta a Mordor o a Isengard; pero el humo de la incineración subió muy alto en el cielo y fue visto por muchos ojos atentos.



4



BÁRBOL



Entretanto los hobbits corrían tan rápidamente como era posible en la oscuridad y la maraña del bosque, siguiendo el curso del río, hacia el oeste y las pendientes de las montañas, internándose más y más en Fangorn. El miedo a los orcos fue muriendo en ellos poco a poco, y aminoraron el paso. De pronto se sintieron invadidos por una curiosa sensación de ahogo, como si el aire se hubiera enrarecido.

Al fin Merry se detuvo.

—No podemos seguir así —jadeó—. Necesito aire.

—Bebamos un trago al menos —dijo Pippin—. Tengo la garganta seca.

Se trepó a una gruesa raíz de árbol que bajaba retorcida hacia la corriente, y se inclinó y recogió un poco de agua en las manos juntas. El agua era fría y clara, y Pippin bebió varias veces. Merry lo siguió. El agua los refrescó y reanimó; se quedaron sentados un rato a orillas del río, moviendo en el agua las piernas y pies doloridos, y examinando los árboles que se alzaban en silencio en filas apretadas, hasta perderse todo alrededor en el crepúsculo gris.

—Espero que todavía no hayas perdido el rumbo —dijo Pippin, apoyándose en un tronco corpulento. Podríamos al menos seguir el curso de este río, el Entaguas, o como lo llames, y salir por donde hemos venido.

—Podríamos, sí, si las piernas nos ayudan —dijo Merry—, y si el aire no nos falta.

—Sí, todo es muy oscuro y sofocante aquí —dijo Pippin—. Me recuerda de algún modo la vieja sala de la Gran Morada de los Tuk en los Smials de Alforzada: una inmensa habitación donde los muebles no se movieron ni se cambiaron durante siglos. Se dice que el Viejo Tuk vivió allí muchos años, y que él y la habitación envejecieron y decayeron juntos. Nadie tocó nada allí desde que él murió, hace ya un siglo. Y el viejo Gerontius era mi tatarabuelo, de modo que el cuarto está así desde hace rato. Pero no era nada comparado con la impresión de vejez que da este bosque. ¡Mira todas esas barbas y patillas de líquenes que lloran y se arrastran! Y casi todos los árboles parecen estar recubiertos con unas hojas secas y raídas que nunca han caído. Desaliñados. No alcanzo a imaginar qué aspecto tendrá aquí la primavera, si llega alguna vez; menos todavía una limpieza de primavera.

—Pero el sol tiene que asomar aquí algunas veces —dijo Merry—. No se parece ni en el aspecto ni en la atmósfera al Bosque Negro según la descripción de Bilbo. Aquél era sombrío y negro, y morada de cosas sombrías y negras. Éste es sólo oscuro, y terriblemente tupido. No puedes imaginar que vivan animalesaquí, o que se queden mucho tiempo.

—No, ni hobbits —dijo Pippin—. Y la idea de atravesarlo no me hace ninguna gracia. Nada que comer durante cientos de millas, me parece. ¿Cómo están nuestras provisiones?

—Escasas —respondió Merry—. Escapamos sin nada más que dos pequeños paquetes de lembas, y abandonamos todo el resto. —Examinaron lo que quedaba de los bizcochos de los Elfos: sólo unos pedazos que no durarían más de cinco días—. Y nada con que cubrirnos —dijo Merry—. Pasaremos frío esta noche, no importa por dónde vayamos.

—Bueno, será mejor que lo decidamos ahora —dijo Pippin—. La mañana estará ya bastante avanzada.

En ese mismo momento vieron que una luz amarilla había aparecido un poco más allá: los rayos del sol parecían haber traspasado de pronto la bóveda del bosque.

—¡Mira! —dijo Merry—. El sol tiene que haberse ocultado en una nube mientras estábamos bajo los árboles, y ahora ha salido otra vez, o ha subido lo suficiente como para echar una mirada por alguna abertura. No es muy lejos, ¡vamos a ver!


Pronto descubrieron que el sitio estaba más lejos de lo que habían imaginado. El terreno continuaba elevándose en una empinada pendiente, y era cada vez más pedregoso. La luz crecía a medida que avanzaban, y pronto se encontraron ante una pared de piedra: la falda de una colina o el fin abrupto de alguna larga estribación que venía de las montañas distantes. No había allí ningún árbol, y el sol caía de lleno sobre la superficie de piedra. Las ramas de los árboles que crecían al pie de la pared se extendían tiesas e inmóviles, como para recibir el calor. Donde todo les pareciera antes tan avejentado y gris, brillaban ahora los pardos y los ocres, y los grises y negros de la corteza, lustrosos como cuero encerado. En las copas de los árboles había un claro resplandor verde, como de hierba nueva, como si una primavera temprana —o una visión fugaz de la primavera– flotara alrededor.

En la cara del muro de piedra se veía una especie de escalinata: quizá natural, labrada por las inclemencias del tiempo y el desgaste de la piedra, pues los escalones eran desiguales y toscos. Arriba, casi a la altura de las cimas de los árboles, había una cornisa, debajo de un risco. Nada crecía allí excepto unas pocas hierbas y malezas en el borde, y un viejo tronco de árbol donde sólo quedaban dos ramas retorcidas; parecía casi la silueta de un hombre viejo y encorvado que estuviera allí de pie, parpadeando a la luz de la mañana.

—¡Subamos! —dijo Merry alegremente—. ¡Vayamos a respirar un poco de aire fresco y echar una mirada a las cercanías!

Treparon por la pared. Si los escalones no eran naturales habían sido labrados para pies más grandes y piernas más largas que las de los hobbits. Se sentían demasiado impacientes y no se detuvieron a pensar cómo era posible que ya hubieran recobrado las fuerzas y que las heridas y lastimaduras del cautiverio hubieran cicatrizado de un modo tan notable. Llegaron al fin al borde de la cornisa, casi al pie del viejo tronco; subieron entonces de un salto y se volvieron dando la espalda a la colina, respirando profundamente y mirando hacia el este. Vieron entonces que se habían internado en el bosque sólo unas tres o cuatro millas: las copas de los árboles descendían por la pendiente hacia la llanura. Allí, cerca de las márgenes del bosque, unas altas volutas de humo negro se alzaban en espiral y venían flotando y ondulando hacia ellos.

—El viento está cambiando —dijo Merry—. Sopla otra vez del este. Hace fresco aquí.

—Sí —dijo Pippin—. Temo que sólo sean unos rayos pasajeros, y que pronto todo sea gris otra vez. ¡Qué lástima! Este viejo bosque hirsuto parecía tan distinto a la luz del sol. Casi me gustaba el lugar.

—¡Casi te gustaba el Bosque! ¡Muy bien! Una amabilidad nada común —dijo una voz desconocida—. Daos vuelta, que quiero veros las caras. Me parece que no me vais a gustar, pero no nos apresuremos. ¡Volveos! —Unas manos grandes y nudosas se posaron en los hombros de los hobbits, y los obligaron a darse vuelta, gentilmente pero con una fuerza irresistible; dos grandes brazos los alzaron en el aire.

Se encontraron entonces mirando una cara de veras extraordinaria. La figura era la de un hombre corpulento, casi de troll, de por lo menos catorce pies de altura, muy robusto, cabeza grande, encajada entre los hombros. Era difícil decir si estaba cubierto por una especie de estameña que parecía una corteza gris verdosa, o si esto era la piel. En todo caso, los brazos no tenían arrugas y la piel que los recubría era parda y lisa. Los grandes pies tenían siete dedos cada uno. De la parte inferior de la larga cara colgaba una barba gris, abundante, casi ramosa en las raíces, delgada y mohosa en las puntas. Pero en este momento los hobbits no miraron otra cosa que los ojos. Aquellos ojos profundos los examinaban ahora, lentos y solemnes, pero muy penetrantes. Eran de color castaño, atravesados por una luz verde. Más tarde, Pippin trató a menudo de describir la impresión que le causaron aquellos ojos.

—Uno hubiera dicho que había un pozo enorme detrás de los ojos, colmado de siglos de recuerdos, y con una larga, lenta y sólida reflexión; pero en la superficie centelleaba el presente: como el sol que centellea en las hojas exteriores de un árbol enorme, o sobre las ondulaciones de un lago muy profundo. No lo sé, pero parecía algo que crecía de la tierra, o que quizá dormía y era a la vez raíz y hojas, tierra y cielo, y que hubiera despertado de pronto y te examinase con la misma lenta atención que había dedicado a sus propios asuntos interiores durante años interminables.

Hrum, hum—murmuró la voz, profunda como un instrumento de madera de voz muy grave—. ¡Muy curioso en verdad! No te apresures, ésa es mi divisa. Pero si os hubiera visto antes de oír vuestras voces (me gustaron, hermosas vocecitas que me recuerdan algo que no puedo precisar), si os hubiera visto antes de oíros, os habría aplastado en seguida, pues os habría tomado por pequeños orcos, descubriendo tarde mi error. Muy raros sois en verdad. ¡Raíces y brotes, muy raros!

Pippin, aunque todavía muy asombrado, perdió el miedo. Sentía ante aquellos ojos una curiosa incertidumbre, pero ningún temor.

—Por favor —dijo—, ¿quién eres? ¿Y qué eres?

Una mirada rara asomó entonces a los viejos ojos, una suerte de cautela; los pozos profundos estaban de nuevo cubiertos.

Hrum, bueno —respondió la voz—. En fin, soy un Ent, o así me llaman. Sí, Ent es la palabra. Soy elEnt, podríais decir, en vuestro lenguaje. Algunos me llaman Fangorn, otros Bárbol. Vosotros podéis llamarme Bárbol.

—¿Un Ent? —dijo Merry—. ¿Qué es eso? ¿Pero qué nombre te das? ¿Cómo te llamas en verdad?

—¡Hu, veamos! —respondió Bárbol—. ¡Hu! ¡Eso sería decirlo todo! No tan de prisa. Soy yoquien hace las preguntas. Estáis en mipaís. ¿Quiénes sois vosotros, me pregunto? No alcanzo a reconoceros. No me parece que estéis en las largas listas que aprendí cuando era joven. Pero eso fue hace muchísimo tiempo, y pueden haber hecho nuevas listas. ¡Veamos! ¡Veamos! ¿Cómo era?


¡Aprended ahora la ciencia de las Criaturas Vivientes!

Nombrad primero los cuatro, los pueblos libres:

los más antiguos, los hijos de los Elfos;

el Enano que habita en moradas sombrías;

el Ent, nacido de la tierra, viejo como los montes;

el Hombre mortal, domador de caballos.


”Hm, hm, hm.


El castor que construye, el gamo que salta,

el oso aficionado a la miel, el jabalí que lucha,

el perro hambriento, la liebre temerosa...


”Hm, hm.


El águila en el aire, el buey en la pradera,

el ciervo de corona de cuerno, el halcón el más rápido,

el cisne el más blanco, la serpiente la más fría...


”Hum, hm, hum, hm, ¿cómo seguía? Rum tum, rum tum, rumti tum tum. Era una larga lista. ¡Pero de todos modos parece que no encajaréis en ningún sitio!

—Parece que siempre nos dejaron fuera de las viejas listas, y las viejas historias —dijo Merry—. Sin embargo, andamos de un lado a otro desde hace bastante tiempo. Somos hobbits.

—¿Por qué no añadir otra línea? —dijo Pippin.


Los hobbits medianos, que habitan en agujeros.


”Si nos pones entre los cuatro, después del Hombre (la Gente Grande), quizá hayas resuelto el problema.

—Hm. No está mal. No está mal —dijo Bárbol—. Podemos hacerlo. Así que habitáis en agujeros, ¿eh? Parece muy bien, y adecuado. ¿Quién os llama hobbits, de todos modos? No me parece una palabra élfica. Los Elfos crearon todas las palabras antiguas; ellos empezaron.

—Nadie nos llama hobbits. Nosotros nos llamamos así a nosotros mismos —dijo Pippin.

—Hum, hum. Un momento. No tan de prisa. ¿Os llamáis hobbits a vosotros mismos? Pero no tenéis que ir diciéndoselo a cualquiera. Pronto estaréis divulgando vuestros verdaderos nombres si no tenéis cuidado.

—Eso no nos preocupa —dijo Merry—. En verdad yo soy un Brandigamo, Meriadoc Brandigamo, aunque casi todos me llaman Merry.

—Y yo soy Tuk, Peregrin Tuk, pero generalmente me llaman Pippin, o aun Pip.

—Hm, sois realmente gente apresurada —dijo Bárbol—. Vuestra confianza me honra, pero no tenéis que ser tan francos al principio. Hay Ents y Ents, ya sabéis; o hay Ents y cosas que parecen Ents pero no lo son, como diríais vosotros. Os llamaré Merry y Pippin, si os parece bien; bonitos nombres. En cuanto a mí, no os diré cómo me llamo, no por ahora al menos. —Una curiosa sonrisa, como si ocultara algo, pero a la vez de un cierto humor, le asomó a los ojos como un resplandor verde—. Ante todo me llevaría mucho tiempo; mi nombre crece continuamente; de modo que minombre es como una historia. Los nombres verdaderos os cuentan la historia de quienes los llevan, en mi lenguaje, en el Viejo Éntico, como podría decirse. Es un lenguaje encantador, pero lleva mucho tiempo decir algo en él, pues nunca decimos nada, excepto cuando vale la pena pasar mucho tiempo hablando y escuchando.

”Pero ahora —y los ojos se volvieron muy brillantes y «presentes», y pareció que se achicaban, y hasta que se afilaban– ¿qué ocurre? ¿Qué hacéis vosotros en todo esto? Puedo ver y oír, y oler y sentir, muchas de estas cosas, y de estas y de estas a-lalla-lalla-rumba-kamanda-lind-or-burúmë. Excusadme, es una parte del nombre que yo le doy; no sé qué nombre tiene en los lenguajes de fuera; ya sabéis, el sitio en que estamos, el sitio en que estoy de pie mirando las mañanas hermosas, y pensando en el Sol, y en las hierbas de más allá del bosque, y en los caballos, y en las nubes, y en cómo se despliega el mundo. ¿Qué ocurre? ¿En qué anda Gandalf? Y esos... burárum—Bárbol emitió un sonido retumbante y profundo, como el acorde disonante de un órgano—, y esos orcos, y el joven Saruman en Isengard, ¿qué hacen? Me gusta que me cuenten las noticias. Pero no demasiado aprisa ahora.

—Pasan muchas cosas —dijo Merry—, y aunque nos diéramos prisa sería largo de contar, y nos has pedido que no nos apresuremos. ¿Conviene que te contemos algo tan en seguida? ¿Sería impertinente que te preguntáramos qué vas a hacer con nosotros y de qué lado estás? ¿Y conociste a Gandalf?

—Sí, lo conozco: el único mago a quien realmente le importan los árboles —dijo Bárbol—. ¿Lo conocéis?

—Sí —dijo Pippin tristemente—, lo conocimos. Era un gran amigo, y era nuestro guía.

—Entonces puedo responder a vuestras otras preguntas —dijo Bárbol—. No haré nada convosotros: no si eso quiere decir «haceros algo avosotros» sin vuestro permiso. Podemos intentar algunas cosas juntos. No sé nada acerca de lados. Sigo mi propio camino, aunque podéis acompañarme un momento. Pero habláis del Señor Gandalf como parte de una historia que ha terminado.

—Sí, así es —dijo tristemente Pippin—. La historia parece continuar, pero me temo que Gandalf haya quedado fuera.

—¡Hu, vamos! —dijo Bárbol—. Hum, hm, ah, bien. —Hizo una pausa, mirando largamente a los hobbits—. Hum, ah, bien, no sé qué decir, vamos.

—Si quieres oír algo más —dijo Merry– te lo contaremos. Pero llevará tiempo. ¿No quisieras ponernos en el suelo? ¿No podríamos sentarnos juntos al sol, mientras hay sol? Estarás cansado de tenernos siempre alzados.

—Hm, ¿cansado?No, no estoy cansado. No me canso fácilmente. Y no tengo la costumbre de sentarme. No soy muy, hm, plegadizo. Pero mirad, el sol se está yendo, en efecto. Dejemos este... ¿habéis dicho cómo lo llamáis?

—¿Colina? —sugirió Pippin—. ¿Cornisa? ¿Escalón? —sugirió Merry.

Bárbol repitió pensativo las palabras.

Colina. Sí, eso era. Pero es una palabra apresurada para algo que ha estado siempre aquí desde que se hizo esta parte del mundo. Pero no importa. Dejémosla, y vámonos.

—¿A dónde iremos? —preguntó Merry.

—A mi casa, o a una de mis muchas casas —respondió Bárbol.

—¿Está lejos?

—No lo sé. Quizá lo llaméis lejos. ¿Pero qué importa?

—Bueno, verás, hemos perdido todo lo que teníamos —dijo Merry—. Sólo nos queda un poco de comida.

—¡Oh! ¡Hm! No hay de qué preocuparse —dijo Bárbol—. Puedo daros una bebida que os mantendrá verdes y en estado de crecimiento durante un largo, largo rato. Y si decidimos separarnos, puedo depositaros fuera de mi país en el punto que queráis. ¡Vamos!

Sosteniendo a los hobbits gentilmente pero con firmeza, cada uno en el hueco de un brazo, Bárbol alzó primero un gran pie y luego el otro, y los llevó al borde de la cornisa. Los dedos que parecían raíces se aferraron a las rocas. Luego Bárbol descendió cuidadosa y solemnemente de escalón en escalón y llegó así al nivel del Bosque.

En seguida echó a andar entre los árboles con largos pasos cautelosos, internándose más y más en el bosque, sin alejarse del río, subiendo siempre hacia las faldas de las montañas. Muchos de los árboles parecían dormidos, o no le prestaban atención, como si fuera una de aquellas criaturas que iban simplemente de aquí para allá; pero algunos se estremecían, y algunos levantaban las ramas por encima de la cabeza de Bárbol para dejarlo pasar. En todo este tiempo, mientras caminaba, Bárbol se hablaba a sí mismo en una ininterrumpida corriente de sonidos musicales.

Los hobbits estuvieron callados un tiempo. Se sentían, lo que era raro, a salvo y cómodos, y tenían mucho que pensar, y mucho que preguntarse. Al fin Pippin se atrevió a hablar otra vez.

—Por favor, Bárbol —dijo—, ¿puedo preguntarte algo? ¿Por qué Celeborn nos previno contra el bosque? Nos dijo que no nos arriesgáramos a extraviarnos en él.

—Hmm, ¿les dijo eso? —gruñó Bárbol—. Y yo habría dicho lo mismo, si hubierais ido en dirección opuesta. ¡No te arriesgues a extraviarte en los bosques de Laurelindórenan! Así es como lo llamaban los Elfos, pero ahora han abreviado el nombre: Lothlórienlo llaman. Quizá tienen razón, quizá el bosque está decayendo, no creciendo. El Valle del Oro que Cantaba, así llamaban al país, en los tiempos de érase una vez. Ahora lo llaman Flor del Sueño. En fin. Pero es un lugar raro, donde no todos pueden aventurarse. Me sorprende que hayáis salido de allí, pero mucho más que hayáis entrado; esto no le ha ocurrido a ningún extranjero desde hace tiempo. Es un curioso país.

”Y así pasa con este bosque. La gente ha tenido mucho que lamentar aquí. Ay, sí, mucho que lamentar, sí. Laurelindórenan lindelorendor malinornélion ornemalin—canturreó entre dientes—. Me parece que allá se han quedado un poco atrás —dijo—. Ni este país ni ninguna otra cosa fuera del Bosque de Oro son lo que eran en la juventud de Celeborn. Sin embargo...


Taurelilómëa-tumbalemorna

Tumbaletaurëa Lómëanor 1.


”Eso es lo que decían. Las cosas han cambiado, pero aún son verdad en algunos sitios.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Pippin—. ¿Qué es verdad?

—Los árboles y los Ents —dijo Bárbol—. No entiendo todo lo que pasa, de modo que no puedo explicártelo. Algunos de los nuestros son todavía verdaderos Ents, y andan bastante animados a nuestra manera, pero muchos otros parecen somnolientos, se están poniendo arbóreos, podría decirse. La mayoría de los árboles son sólo árboles, por supuesto; pero muchos están medio despiertos. Algunos han despertado del todo, y unos pocos, bien, ah, bien, están volviéndose énticos. Esto nunca cesa.

”Cuando le ocurre esto a un árbol, descubres que algunos tienen malcorazón. No me refiero a la calidad de la madera. Yo mismo he conocido algunos viejos buenos sauces Entaguas abajo y que desaparecieron hace tiempo, ay. Eran bastante huecos, en realidad estaban cayéndose a pedazos, pero tan tranquilos y de tan dulce lenguaje como una hoja joven. Y luego hay algunos árboles de los valles al pie de las montañas que tienen una salud de hierro y que son malos de punta a punta. Esta clase de cosas parecen extenderse cada día. Antes había zonas peligrosas en este país. Hay todavía sitios muy negros.

—¿Como el Bosque Viejo allá en el norte? —preguntó Merry.

—Ay, ay, algo parecido, pero mucho peor. No dudo de que una sombra de la Gran Oscuridad todavía reposa allá en el norte; y los malos recuerdos han llegado hasta nosotros. Pero hay cañadas bajas en esta tierra de donde nunca sacaron la Oscuridad, y los árboles son allí más viejos que yo. No obstante, hacemos lo que podemos. Rechazamos a los extranjeros y a los imprudentes, y entrenamos y enseñamos, caminamos y quitamos las malezas.

”Somos pastores de árboles, nosotros los viejos Ents. Pocos quedamos ahora. Las ovejas terminan por parecerse a los pastores, y los pastores a las ovejas, se dice; pero lentamente, y ni unos ni otros se demoran demasiado en el mundo. El proceso es más íntimo y rápido entre árboles y Ents, y ellos vienen caminando juntos desde hace milenios. Pues los Ents son bastante parecidos a los Elfos: menos interesados en sí mismos que los Hombres, y más dispuestos a meterse dentro de otras cosas. Y, sin embargo, los Ents son también parecidos a los Hombres, más cambiantes que los Elfos, y toman más rápidamente los colores del mundo, podría decirse. O mejor que los dos: pues son más tenaces, y más capaces de dedicarse a algo durante mucho tiempo.

”Algunos de los nuestros son ahora exactamente como árboles, y se necesita mucho para despertarlos; y hablan sólo en susurros. Pero otros son de miembros flexibles, y muchos pueden hablarme. Fueron los Elfos quienes empezaron, por supuesto, despertando árboles y enseñándoles a hablar y aprendiendo el lenguaje de los árboles. Siempre quisieron hablarle a todo, los viejos Elfos. Pero luego sobrevino la Gran Oscuridad, y se alejaron cruzando el Mar, o se escondieron en valles lejanos, e inventaron canciones acerca de unos días que ya nunca volverán. Nunca jamás. Ay, ay, érase una vez un solo bosque, desde aquí hasta las Montañas de Lune, y esto no era sino el Extremo Oriental.

”¡Aquéllos fueron grandes días! Hubo un tiempo en que yo pude caminar y cantar el día entero, y no oír otra cosa que el eco de mi propia voz en las cuevas de las colinas. Los bosques eran como los bosques de Lothlórien, pero más espesos, más fuertes, más jóvenes. ¡Y el olor del aire! A veces me pasaba toda una semana ocupado sólo en respirar.

Bárbol calló, caminando con largas zancadas, y sin embargo casi sin hacer ruido. Luego zumbó de nuevo entre dientes, y pronto el zumbido pasó a ser un canturreo. Poco a poco los hobbits fueron cayendo en la cuenta de que estaba cantando para ellos.


En los sauzales de Tasarinan yo me paseaba en primavera.

¡Ah, los colores y el aroma de la primavera en Nan-tasarion!

Y yo dije que aquello era bueno.

Recorrí en el verano los olmedos de Ossiriand.

¡Ah, la luz y la música en el verano junto a los Siete Ríos de Ossir!

Y yo pensé que aquello era mejor.

A los hayales de Neldoreth vine en el otoño.

¡Ah, el oro y el rojo y el susurro de las hojas en el otoño de Taur-na-neldor!

Yo no había deseado tanto.

A los pinares de la meseta de Dorthonion subí en el invierno.

¡Ah, el viento y la blancura y las ramas negras del invierno en Orod-na-Thón!

Mi voz subió y cantó en el cielo.

Y todas aquellas tierras yacen ahora bajo las olas,

y caminé por Ambarona, y Tauremorna, y Aldalómë,

y por mis propias tierras, el país de Fangorn,

donde las raíces son largas.

Y los años se amontonan más que las hojas en Tauremornalómë.


Bárbol dejó de cantar, y caminó a grandes pasos y en silencio, y en todo el bosque, hasta donde alcanzaba el oído, no se oía nada.


El día menguó, y el crepúsculo abrazó los troncos de los árboles. Al fin los hobbits vieron una tierra abrupta y oscura que se alzaba borrosamente ante ellos: habían llegado a los pies de las montañas, y a las verdes raíces del elevado Methedras. Al pie de la ladera el joven Entaguas, saltando desde los manantiales de allá arriba, escalón tras escalón, corría ruidosamente hacia ellos. A la derecha del río había una pendiente larga, recubierta de hierba, ahora gris a la luz del crepúsculo. No crecía allí ningún árbol, y la pendiente se abría al cielo: las estrellas ya brillaban en lagos entre costas de nubes.

Bárbol trepó por la loma, aflojando apenas el paso. De pronto los hobbits vieron ante ellos una amplia abertura. Dos grandes árboles se erguían allí, uno a cada lado, como montantes vivientes de una puerta, pero no había otra puerta que las ramas que se entrecruzaban y entretejían. Cuando el viejo Ent se acercó, los árboles levantaron las ramas, y las hojas se estremecieron y susurraron. Pues eran árboles perennes, y las hojas eran oscuras y lustrosas, y brillaban a la luz crepuscular. Más allá se abría un espacio amplio y liso, como el suelo de una sala enorme, tallado en la colina. A cada lado se elevaban las paredes, hasta una altura de cincuenta pies o más, y a lo largo de las paredes crecía una hilera de árboles, cada vez más altos a medida que Bárbol avanzaba.


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