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Las dos torres
  • Текст добавлен: 20 сентября 2016, 14:40

Текст книги "Las dos torres"


Автор книги: John Ronald Reuel Tolkien



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—Cuidado, Théoden —interrumpió Gandalf—. Estos hobbits son capaces de sentarse al borde de un precipicio a discurrir sobre los placeres de la mesa, o las anécdotas más insignificantes de padres, abuelos y bisabuelos, y primos lejanos hasta el noveno grado, si los alentáis con vuestra injustificada paciencia. Ya habrá un momento más propicio para la historia del arte de fumar. ¿Dónde está Bárbol, Merry?

—Por el norte, creo. Se fue a beber un sorbo... de agua clara. La mayoría de los Ents están con él, siempre dedicados a sus tareas... allá.

Merry movió la mano señalando el lago humeante; y mientras miraban, oyeron a lo lejos un ruido atronador, como si un alud estuviera cayendo por la ladera de la montaña. Y a lo lejos un humhuum, el sonido triunfante de los cuernos.

—¿Han dejado a Orthanc sin vigilancia? —preguntó Gandalf.

—Hay agua en todas partes —dijo Merry—. Pero Ramaviva y otros la están vigilando. No todos esos pilares y columnas que hay en la llanura han sido puestos por Saruman. Ramaviva, creo, está cerca del peñasco, al pie de la escalera.

—Sí, allá veo un Ent gris muy alto —dijo Legolas—, pero tiene las manos pegadas al cuerpo, y está tan quieto como un pedazo de madera.

—Ha pasado el mediodía —dijo Gandalf– y no hemos comido nada desde esta mañana temprano. Sin embargo, yo quisiera ver a Bárbol lo antes posible. ¿No dejó para mí ningún mensaje, o lo habéis olvidado comiendo y bebiendo?

—Dejó un mensaje —dijo Merry– e iba a transmitírtelo, pero muchas otras preguntas me lo han impedido. Iba a decirte que si el Señor de la Marca y Gandalf fueran al muro del norte, encontrarían allí a Bárbol, quien los recibirá de buen grado. Puedo agregar que también encontrarán allí comida de la mejor; fue descubierta y elegida para vosotros por estos humildes servidores. —Hizo una reverencia.

Gandalf se echó a reír.

—¡Eso está mejor! —dijo—. Y bien, Théoden, ¿iréis conmigo al encuentro de Bárbol? Tendremos que dar algunas vueltas, pero no queda lejos. Cuando conozcáis a Bárbol aprenderéis muchas cosas. Porque Bárbol es Fangorn, y el decano y el jefe de los Ents, y cuando habléis con él oiréis la palabra del más viejo de todos los seres vivientes.

—Iré contigo —dijo Théoden—. ¡Adiós, mis hobbits! ¡Ojalá volvamos a vernos en mi castillo! Allí podréis sentaros a mi lado y contarme todo cuanto queráis: las hazañas de vuestros antepasados, todas las que recordéis hasta las más lejanas, y hablaremos también de Tobold el Viejo y de su conocimiento de las hierbas. ¡Hasta la vista!

Los hobbits se inclinaron profundamente.

—¡Así que éste es el Rey de Rohan! —dijo Pippin en voz baja—. Un viejo muy simpático. Muy amable.


9



RESTOS Y DESPOJOS



Gandalf y la escolta del Rey se alejaron cabalgando, doblando hacia el este para rodear los destruidos muros de Isengard. Pero Aragorn, Gimli y Legolas se quedaron en las puertas. Soltando a Arod y Hasufel para que tascaran alrededor, fueron a sentarse junto a los hobbits.

—¡Bueno, bueno! La cacería ha terminado, y por fin volvemos a reunirnos, donde ninguno de nosotros jamás pensó en venir —dijo Aragorn.

—Y ahora que los grandes se han marchado a discutir asuntos importantes —dijo Legolas—, quizá los cazadores puedan resolver algunos pequeños enigmas personales. Seguimos vuestros rastros hasta el bosque, pero hay muchas otras cosas de las que querría conocer la verdad.

—Y también de ti hay muchas cosas que nosotros quisiéramos saber —dijo Merry—. Nos enteramos de algunas por Bárbol, el Viejo Ent, pero de ningún modo nos parecen suficientes.

—Todo a su tiempo —dijo Legolas—. Nosotros fuimos los cazadores, y a vosotros os corresponde narrar lo que os ha ocurrido en primer lugar.

—O en segundo —dijo Gimli—. Será mejor después de comer. Me duele la cabeza; y ya es pasado el mediodía. Vosotros, truhanes, podríais reparar vuestra descortesía trayéndonos una parte de ese botín de que hablasteis. Un poco de comida y bebida compensaría de algún modo mi disgusto con vosotros.

—Esa recompensa la tendrás —aseveró Pippin—. ¿La quieres aquí mismo, o prefieres comer más cómodamente entre los escombros de las garitas de guardia de Saruman, allá, bajo la arcada? Tuvimos que comer aquí, al aire libre, para tener un ojo puesto en el camino.

—¡Menos de un ojo! —dijo Gimli—. Pero me niego a entrar en la casa de ningún orco; ni quiero tocar carnes que hayan pertenecido a los orcos ni ninguna otra cosa que ellos hayan preparado.

—Jamás te pediríamos semejante cosa —dijo Merry—. Nosotros mismos estamos hartos de orcos para toda la vida. Pero había muchas otras gentes en Isengard. Saruman, a pesar de todo, tuvo la prudencia de no fiarse de los orcos. Eran Hombres los que custodiaban las puertas: algunos de sus servidores más fieles, supongo. Como quiera que sea, ellos fueron los favorecidos y obtuvieron buenas provisiones.

—¿Y tabaco de pipa? —preguntó Gimli.

—No, no creo —dijo Merry riendo—. Pero ése es otro asunto, que puede esperar hasta después de la comida.

—¡Bueno, a comer entonces! —dijo el Enano.


Los hobbits encabezaron la marcha, pasaron bajo la arcada y llegaron a una puerta ancha que se abría a la izquierda, en lo alto de una escalera. La puerta daba a una sala espaciosa, con otras puertas más pequeñas en el fondo, y un hogar y una chimenea en un costado. La cámara había sido tallada en la roca viva; y en otros tiempos debió de ser oscura, pues todas las ventanas miraban al túnel. Pero la luz entraba ahora por el techo roto. En el hogar ardía un fuego de leña.

—He encontrado un pequeño fuego —dijo Pippin—. Nos reanimaba en las horas de niebla. Había poca leña por aquí, y casi toda la que encontrábamos estaba mojada. Pero la chimenea tira muy bien: parece que sube en espiral a través de la roca, y por fortuna no está obstruida. Un fuego es siempre agradable. Tostaré el pan, pues ya tiene tres o cuatro días, me temo.

Aragorn y sus compañeros se sentaron a uno de los extremos de la larga mesa, y los hobbits desaparecieron por una de las puertas.

—La despensa está allá adentro, y muy por encima del nivel de la inundación, felizmente —dijo Pippin, cuando volvieron cargados de platos, tazas, fuentones, cuchillos, y alimentos variados.

—Y no tendrás motivos para torcer la cara, Maese Gimli —dijo Merry—. Ésta no es comida de orcos, son alimentos humanos, como los llama Bárbol. ¿Queréis vino o cerveza? Hay un barril allí dentro... bastante bueno. Y esto es cerdo salado de primera calidad. También puedo cortaros algunas lonjas de tocino y asarlas, si preferís. Nada verde, lo lamento, ¡las entregas se interrumpieron hace varios días! No puedo serviros un segundo plato excepto mantequilla y miel para el pan. ¿Estáis conformes?

—Sí por cierto —dijo Gimli—. La deuda se ha reducido considerablemente.

Muy pronto los tres estuvieron dedicados a comer; y los dos hobbits se sentaron a comer por segunda vez, sin ninguna vergüenza.

—Tenemos que acompañar a nuestros invitados —dijeron.

—Sois todo cortesías esta mañana —rió Legolas—. Pero si no hubiésemos llegado, quizá estuvieseis otra vez comiendo, para acompañaros a vosotros mismos.

—Quizá, ¿y por qué no? —dijo Pippin—. Con los orcos, la comida era repugnante, y antes de eso más que insuficiente durante muchos días. Hacía tiempo que no comíamos a gusto.

—No parece haberos hecho mucha mella —dijo Aragorn—. A decir verdad, se os ve rebosantes de salud.

—Sí, por cierto —dijo Gimli, mirándolos de arriba abajo por encima del borde del tazón—. Vaya, tenéis el pelo mucho más rizado y espeso que cuando nos separamos; y hasta juraría que habéis crecido, si tal cosa fuera todavía posible en hobbits de vuestra edad. Ese Bárbol, en todo caso, no os ha matado de hambre.

—No —dijo Merry—. Pero los Ents sólo beben, y la bebida sola no satisface. Los brebajes de Bárbol son nutritivos, pero uno siente la necesidad de algo sólido. Y de cuando en cuando, para variar, no viene mal un bocadito de lembas.

—¿Así que habéis bebido de las aguas de los Ents? —dijo Legolas—. Ah, entonces es posible que a Gimli no le engañen los ojos. Hay canciones extrañas que hablan de los brebajes de Fangorn.

—Muchas historias extrañas se cuentan de esta tierra —dijo Aragorn—. Yo nunca había venido aquí. ¡Vamos, contadnos más cosas de ella, y de los Ents!

—Ents —dijo Pippin—. Los Ents son... bueno, los Ents son muy diferentes unos de otros, para empezar. Pero los ojos, los ojos son muy raros. —Balbuceó unas palabras inseguras que se perdieron en el silencio—. Oh, bueno —prosiguió—, ya habéis visto a algunos a la distancia... ellos os vieron a vosotros, en todo caso, y nos anunciaron que veníais... y veréis muchos más, supongo, antes de marcharos. Mejor que juzguéis por vosotros mismos.

—¡Vamos, vamos! —dijo Gimli—. Estamos empezando el cuento por la mitad. Yo quisiera escucharlo en el debido orden, empezando por el extraño día en que la Compañía se disolvió.

—Lo tendrás, si el tiempo alcanza —dijo Merry—. Pero primero, si es que habéis terminado de comer, encenderemos las pipas y fumaremos. Y entonces, durante un rato, podremos imaginar que estamos de vuelta en Bree, todos sanos y salvos, o en Rivendel.

Sacó un saquito de cuero lleno de tabaco.

—Tenemos tabaco de sobra —prosiguió Merry—. Y podréis llevaros lo que queráis, cuando nos marchemos. Hicimos un pequeño trabajo de salvamento esta mañana, Pippin y yo. Hay montones de cosas flotando por ahí y por allá. Fue Pippin quien encontró los dos barriles, arrastrados por la corriente desde alguna bodega o almacén, supongo. Cuando los abrimos, estaban repletos de esto: el mejor tabaco de pipa que se pueda desear, y perfectamente conservado.

Gimli tomó una pizca, se la frotó en la palma, y la olió.

—Huele bien; parece bueno —dijo.

—¡Bueno! —dijo Merry—. Mi querido Gimli, ¡es de Hoja Valle Largo! En los barriles estaba la marca de fábrica de Tobold Corneta, clara como el agua. Cómo llegó hasta aquí, no puedo imaginármelo. Para uso personal de Saruman, sospecho. Nunca pensé que pudiera llegar tan lejos de la Comarca. Pero ahora nos viene de perlas.

—Eso sería si yo tuviese una pipa para fumarlo. Desgraciadamente, perdí la mía en Moria, o antes. ¿No habrá una pipa en vuestro botín?

—No, temo que no —dijo Merry—. No hemos encontrado ninguna, ni siquiera aquí en las casas de los guardias. Parece que Saruman se reservaba este placer. ¡Y no creo que sirva de mucho llamar a las puertas de Orthanc para pedirle una pipa! Tendremos que compartir nuestras pipas, como buenos amigos en momentos de necesidad.

—¡Medio momento! —dijo Pippin. Metiendo la mano en el frente de la chaqueta, sacó una escarcela pequeña y blanda que pendía de un cordel—. Guardo un par de tesoros aquí, contra el pecho, tan preciosos para mí como los Anillos. Aquí tenéis uno: mi vieja pipa de madera. Y aquí hay otro: una sin usar. La he llevado conmigo en largas jornadas, sin saber por qué. En realidad, jamás pensé que encontraría tabaco para pipa durante el viaje, cuando se me acabó el que traía. Pero, ahora tiene una utilidad, después de todo. —Mostró una pipa pequeña de cazoleta achatada y se la tendió a Gimli—. ¿Salda esto la deuda que tengo contigo? —dijo.

—¡Sí la salda! —exclamó Gimli—. Nobilísimo hobbit, me deja a mí gravemente endeudado.

—¡Bueno, vuelvo al aire libre, a ver qué hacen el viento y el cielo! —dijo Legolas.

—Iremos contigo —dijo Aragorn.

Salieron y se sentaron sobre las piedras amontonadas frente al pórtico. Ahora podían ver a lo lejos en el interior del valle; las nieblas se levantaban y se alejaban llevadas por la brisa.

—¡Descansemos aquí un rato! —dijo Aragorn—. Nos sentaremos al borde del precipicio a deliberar, como dice Gandalf, mientras él está ocupado en otra parte. Nunca me había sentido tan cansado. —Se arrebujó en la capa gris, escondiendo la cota de malla, y estiró las largas piernas. Luego se tendió boca arriba y dejó escapar entre los labios una hebra de humo.

—¡Mirad! —dijo Pippin—. ¡Trancos el Montaraz ha regresado!

—Nunca se ha ido —dijo Aragorn—. Yo soy Trancos y también Dúnadan; y pertenezco tanto a Gondor como al Norte.


Fumaron en silencio un rato, a la luz del sol; los rayos oblicuos caían en el valle desde las nubes blancas del oeste. Legolas yacía inmóvil, contemplando el sol y el cielo con una mirada tranquila, y canturreando para sus adentros. De pronto se incorporó y dijo:

—¡A ver! El tiempo pasa, y las nieblas se disipan, o se disiparían si vosotros, gente extraña, no os envolvierais en humaredas. ¿Para cuándo la historia?

—Bueno, mi historia comienza cuando despierto en la oscuridad atado de pies a cabeza en un campamento de orcos —dijo Pippin—. Veamos, ¿qué día es hoy?

—Cinco de marzo según el Cómputo de la Comarca —dijo Aragorn.

Pippin hizo algunos cálculos con los dedos.

—¡Sólo nueve días! —exclamó—. 2Se diría que hace un año que nos capturaron. Bueno, aunque la mitad haya sido como una pesadilla, creo que los tres días siguientes fueron los más atroces. Merry me corregirá, si me olvido de algún hecho importante: no entraré en detalles: los látigos y la suciedad y el hedor y todo eso: no soporto recordarlo.

Y a continuación se puso a contar la última batalla de Boromir y la marcha de los orcos de Emyn Muil al Bosque. Los otros asentían cuando los diferentes puntos coincidían con lo que ellos habían supuesto.

—Aquí os traigo algunos de los tesoros que sembrasteis por el camino —dijo Aragorn—. Os alegrará recobrarlos. —Se desprendió el cinturón bajo la capa y sacó los dos puñales envainados.

—¡Bravo! —exclamó Merry—. ¡Jamás pensé que los volvería a ver! Marqué con el mío a unos cuantos orcos; pero Uglúk nos los quitó. ¡Qué furioso estaba! Al principio creí que me iba a apuñalar, pero arrojó los puñales a lo lejos como si le quemasen.

—Y aquí tienes también tu broche, Pippin —dijo Aragorn—. Te lo he cuidado bien, pues es un objeto muy precioso.

—Lo sé —dijo Pippin—. Me dolía tener que abandonarlo; pero, ¿qué otra cosa podía hacer?

—Ninguna otra cosa —respondió Aragorn—. Quien no es capaz de desprenderse de un tesoro en un momento de necesidad es como un esclavo encadenado. Hiciste bien.

—¡La forma en que te cortaste las ataduras de las muñecas, ése fue un buen trabajo! —dijo Gimli—. La suerte te ayudó en aquella circunstancia, pero tú te aferraste a la ocasión con ambas manos, por así decir.

—Y nos planteó un enigma difícil de resolver —dijo Legolas—. ¡Llegué a pensar que te habían crecido alas!

—Desgraciadamente no —dijo Pippin—. Pero vosotros no sabéis nada acerca de Grishnákh. —Se estremeció y no dijo una palabra más, dejando que Merry describiera aquellos últimos y horribles momentos: el manoseo, el aliento quemante, y la fuerza atroz de los velludos brazos de Grishnákh.

—Todo esto que contáis acerca de los orcos de Mordor, o Lugbúrz como ellos lo llaman, me intranquiliza —dijo Aragorn—. El Señor Oscuro sabía ya demasiado, y también sus sirvientes; y es evidente que Grishnákh envió un mensaje a través del Río después del combate. El Ojo Rojo mirará ahora hacia Isengard. Pero en este momento Saruman se encuentra en un atolladero que él mismo se ha fabricado.

—Sí, y quienquiera que triunfe, las perspectivas no son nada brillantes para él —dijo Merry—. La suerte empezó a serle adversa cuando los orcos entraron en Rohan.

—Nosotros alcanzamos a verlo fugazmente, al viejo malvado, o por lo menos eso insinúa Gandalf —dijo Gimli—. A la orilla del Bosque.

—¿Cuándo ocurrió? —preguntó Pippin.

—Hace cinco noches —dijo Aragorn.

—Déjame pensar —dijo Merry—: hace cinco noches... ahora llegamos a una parte de la historia de la que nada sabéis. Encontramos a Bárbol esa mañana después de la batalla; y esa noche la pasamos en la Sala del Manantial, una de las moradas de los Ents. A la mañana siguiente fuimos a la Cámara de los Ents, una asamblea éntica, y la cosa más extraña que he visto en mi vida. Duró todo ese día y el siguiente, y pasamos las noches en compañía de un Ent llamado Ramaviva. Y de pronto, al final de la tarde del tercer día de asamblea, los Ents despertaron. Fue algo asombroso. Había una tensión en la atmósfera del Bosque como si se estuviera preparando una tormenta: y de repente estalló. Me gustaría que hubierais oído lo que cantaban al marchar.

—Si Saruman lo hubiera oído, ahora estaría a un centenar de millas de aquí, aun cuando hubiese tenido que valerse de sus propias piernas —dijo Pippin.


Aunque Isengard sea fuerte y dura, tan fría como la piedra y desnuda como el hueso,

¡partimos, partimos, partimos a la guerra, a romper la piedra y derribar las puertas!


—Había mucho más. Una buena parte del canto era sin palabras, y parecía una música de cuernos y tambores; muy excitante. Pero yo pensé que era sólo una música de marcha, una simple canción... hasta que llegué aquí. Ahora he cambiado de parecer.

”Pasamos la última cresta de las montañas y descendimos al Nan Curunír luego de la caída de la noche —prosiguió Merry—. Fue entonces cuando tuve por primera vez la impresión de que el Bosque avanzaba detrás de nosotros. Creía estar soñando un sueño éntico, pero Pippin lo había notado también. Los dos estábamos muy asustados; pero entonces no descubrimos nada más.

”Eran los Ucornos, como los llamaban los Ents en la «lengua abreviada». Bárbol no quiso hablar mucho acerca de ellos, pero yo creo que son Ents que casi se han convertido en árboles, por lo menos en el aspecto. Se los ve aquí y allá en el bosque o en los lindes, silenciosos, vigilando sin cesar a los árboles; pero en las profundidades de los valles más oscuros hay centenares y centenares de Ucornos, me parece.

”Hay mucho poder en ellos, y parecen capaces de envolverse en las sombras: verlos moverse no es fácil. Pero se mueven. Y pueden hacerlo muy rápidamente, cuando se enojan. Estás ahí inmóvil, observando el tiempo, por ejemplo, o escuchando el susurro del viento, y de pronto adviertes que te encuentras un bosque poblado de grandes árboles que andan a tientas de un lado a otro. Todavía tienen voz y pueden hablar con los Ents, y es por eso que se los llama Ucornos, según Bárbol; pero se han vuelto huraños y salvajes. Peligrosos. A mí me asustaría encontrármelos, sin otros Ents verdaderos que los vigilaran.

”Bien, en las primeras horas de la noche nos deslizamos por una larga garganta hasta la parte más alta del Valle del Mago, junto con los Ents y seguidos por todos los Ucornos susurrantes. Naturalmente, no los veíamos, pero el aire estaba poblado de crujidos. La noche era nublada y muy oscura. Tan pronto como dejaron atrás las colinas, echaron a andar muy rápidamente, haciendo un ruido como de ráfagas huracanadas. La luna no apareció entre las nubes, y poco después de medianoche un bosque de árboles altos rodeaba toda la parte norte de Isengard. No vimos rastros de enemigos ni ningún centinela. Una luz brillaba en una ventana alta de la torre, y nada más.

”Bárbol y algunos otros Ents siguieron avanzando sigilosamente hasta tener a la vista las grandes puertas. Pippin y yo estábamos con él. Íbamos sentados sobre los hombros de Bárbol y yo podía sentir la temblorosa tensión que lo dominaba. Pero aun estando excitados, los Ents pueden ser muy cautos y pacientes. Inmóviles como estatuas de piedra, respiraban y escuchaban.

”Entonces, de repente, hubo una tremenda agitación. Resonaron las trompetas, y los ecos retumbaron en los muros de Isengard. Creímos que nos habían descubierto, y que la batalla iba a comenzar. Pero nada de eso. Toda la gente de Saruman se marchaba. No sé mucho acerca de esta guerra, ni de los Jinetes de Rohan, pero Saruman parecía decidido a exterminar de un solo golpe al rey y a todos sus hombres. Evacuó Isengard. Yo vi partir al enemigo: filas interminables de orcos en marcha; y tropas de orcos montados sobre grandes lobos. Y también batallones de Hombres. Muchos llevaban antorchas, y pude verles las caras a la luz. Casi todos eran hombres comunes, más bien altos y de cabellos oscuros, y de rostros hoscos, aunque no particularmente malignos. Pero otros eran horribles: de talla humana y con caras de trasgos, pálidos, de mirada torva y engañosa. Sabéis, me recordó al instante a aquel sureño de Bree: sólo que el sureño no parecía tan orco como la mayoría de los hombres.

—Yo también pensé en él —dijo Aragorn—. En el Abismo de Helm tuvimos que batirnos con muchos de estos semiorcos. Parece indudable ahora que aquel sureño era un espía de Saruman; pero si trabajaba a las órdenes de los Jinetes Negros, o sólo de Saruman, lo ignoro. Es difícil saber, con esta gente malvada, cuándo están aliados y cuándo se engañan los unos a los otros.

—Bueno, entre los de una y otra especie, debían de ser por lo menos diez mil —dijo Merry—. Tardaron una hora en franquear las puertas. Algunos bajaron por la carretera hacia los Vados, y otros se desviaron hacia el este. Allí, aproximadamente a una milla, donde el lecho del río corre por un canal muy profundo, habían construido un puente. Podríais verlo ahora, si os ponéis de pie. Todos iban cantando con voces ásperas, y reían, y la batahola era horripilante. Pensé que las cosas se presentaban muy negras para Rohan. Pero Bárbol no se movió. Dijo: «Tengo que ajustar cuentas con Isengard esta noche, con piedra y roca».

”Aunque en la oscuridad no podía ver lo que estaba sucediendo, creo que los Ucornos empezaron a moverse hacia el sur, no bien las puertas volvieron a cerrarse. Iban a ajustar cuentas con los orcos, creo. Por la mañana estaban muy lejos, valle abajo; en todo caso había allí una sombra que los ojos no podían penetrar.

”Tan pronto como Saruman hubo despachado a toda la tropa, nos llegó el turno. Bárbol nos puso en el suelo, y subió hasta las arcadas y golpeó las puertas llamando a gritos a Saruman. No hubo respuesta, excepto flechas y piedras desde las murallas. Pero las flechas son inútiles contra los Ents. Los hieren, por supuesto, y los enfurecen: como picaduras de mosquitos. Pero un Ent puede estar todo atravesado de flechas de orcos, como si fuera un alfiletero, sin que esto le cause verdadero daño. Para empezar, no pueden envenenarlos; y parecen tener una piel tan dura y resistente como la corteza de los árboles. Hace falta un pesado golpe de hacha para herirlos gravemente. No les gustan las hachas. Pero se necesitarían muchos hacheros para herir a un solo Ent. Un hombre que ataca a un Ent con un hacha nunca tiene la oportunidad de asestarle un segundo golpe. Un solo puñetazo de un Ent dobla el hierro como si fuese una lata.

”Cuando Bárbol tuvo clavadas unas cuantas flechas, empezó a entrar en calor, a sentir «prisa», como diría él. Emitió un prolongado hum-homy unos doce Ents acudieron a grandes trancos. Un Ent encolerizado es aterrador. Se aferra a las rocas con los dedos de las manos y los pies, y las desmenuza como migajas de pan. Era como presenciar el trabajo de unas grandes raíces de árboles durante centenares de años, todo condensado en unos pocos minutos.

”Empujaron, tironearon, arrancaron, sacudieron y martillearon; y clac-bum-cras-crac, en cinco minutos convirtieron en ruinas aquellas puertas enormes; y algunos comenzaban ya a roer los muros, como conejos en un arenal. No sé qué pensó Saruman entonces; en todo caso no supo qué hacer. Es posible, por supuesto, que sus poderes mágicos hayan menguado en los últimos tiempos; pero de todos modos creo que no tiene muchas agallas, ni mucho coraje cuando se encuentra a solas en un sitio cerrado sin esclavos y máquinas y cosas, si entendéis lo que quiero decir. Muy distinto del viejo Gandalf. Me pregunto si su fama no procede ante todo de la astucia con que supo instalarse en Isengard.

—No —dijo Aragorn—. En otros tiempos la fama de Saruman era justa: una profunda sabiduría, pensamientos sutiles, y manos maravillosamente hábiles; y tenía poder sobre las mentes de los otros. Sabía persuadir a los sabios e intimidar a la gente común. Y ese poder lo conserva aún sin duda alguna. No hay muchos en la Tierra Media en quienes yo confiaría, si se los dejara conversar un rato a solas con Saruman, aun luego de esta derrota. Gandalf, Elrond y Galadriel, tal vez, ahora que la maldad de Saruman ha sido puesta al desnudo, pero no muchos otros.

—Los Ents están a salvo —dijo Pippin—. Parece que los embaucó una vez, pero nunca más. Y de todos modos no los comprendió; y cometió el gran error de no tenerlos en cuenta. No los había incluido en ningún plan, y cuando los Ents entraron en acción ya no era tiempo de hacer planes. Tan pronto como iniciamos nuestro ataque, las pocas ratas que aún quedaban en Isengard huyeron precipitadas a través de las brechas que habían abierto los Ents. A los Hombres, las dos o tres docenas que habían permanecido aquí, los dejaron marcharse, luego de interrogarlos. No creo que hayan escapado muchos orcos, de una u otra especie. No de los Ucornos: para entonces había ya todo un bosque de ellos alrededor de Isengard, además de los que habían bajado al valle.

”Cuando los Ents hubieron reducido a polvo la mayor parte de las murallas que miraban al sur, Saruman, abandonado por sus últimos servidores, trató de escapar, aterrorizado. Parece que cuando llegamos estaba junto a las puertas; supongo que había salido a observar la partida de aquel espléndido ejército. Cuando los Ents forzaron la entrada, huyó a toda prisa. En un principio nadie reparó en él. Pero la noche era clara entonces, a la luz de las estrellas, y los Ents alcanzaban a ver los alrededores, y de pronto Ramaviva lanzó un grito: «¡El asesino de árboles, el asesino de árboles!» Ramaviva es una criatura muy dulce, pero eso no impide que odie con ferocidad a Saruman: los suyos sufrieron cruelmente bajo las hachas de los orcos. Se precipitó al sendero que parte de la puerta interior, y es veloz como el viento cuando monta en cólera. Una figura pálida se alejaba, presurosa, apareciendo y desapareciendo entre las sombras de las columnas, y había llegado casi a la escalera que conduce a la puerta de la torre. Pero fue cosa de un momento. Ramaviva lo perseguía con una furia tal, que estuvo a un paso de atraparlo y estrangularlo cuando Saruman logró escabullirse por la puerta.

”Una vez de regreso en Orthanc, sano y salvo, Saruman no tardó en poner en funcionamiento una de sus preciosas máquinas. Ya entonces muchos Ents habían entrado en Isengard: algunos habían seguido a Ramaviva, y otros habían irrumpido desde el norte y el este; iban de un lado a otro causando grandes destrozos. De pronto, empezaron a brotar llamaradas y humaredas nauseabundas: los respiraderos y los pozos vomitaron y eructaron por toda la llanura. Varios de los Ents sufrieron quemaduras y se cubrieron de ampollas. Uno de ellos, Hayala creo que se llamaba, un Ent muy alto y apuesto, quedó atrapado bajo una lluvia de fuego líquido y se consumió como una antorcha: un espectáculo horroroso.

”Esto los enfureció. Yo pensaba que habían estado realmente enojados ya antes, pero me había equivocado. Sólo en ese momento conocí al fin la furia de los Ents. Era asombroso. Rugían y bramaban y aullaban de tal modo que las piedras se resquebrajaban y caían. Merry y yo, echados en el suelo, nos tapábamos los oídos con las capas. Los Ents daban vueltas y vueltas alrededor del peñasco de Orthanc, feroces y violentos como una tempestad, despedazando las columnas, arrojando avalanchas de piedras a los fosos, lanzando al aire enormes bloques de roca como si fuesen hojas. La torre estaba en el centro mismo de un ciclón. Vi los pilares de hierro y los bloques de mampostería volar como cohetes a centenares de pies, para ir a estrellarse contra las ventanas de Orthanc. Pero Bárbol no había perdido la cabeza. Afortunadamente, no tenía quemaduras. No quería que en esa furia se lastimaran los suyos, y tampoco quería que Saruman huyese por alguna brecha en medio de la confusión. Muchos de los Ents se abalanzaban contra la roca de Orthanc; y Orthanc los rechazaba: es lisa y muy dura. Ha de tener alguna magia, más antigua y más poderosa que la de Saruman. Como quiera que sea, no podían aferrarse a la torre ni quebrarla; y se estaban lastimando e hiriendo contra ella.

”Bárbol entró entonces en el círculo y gritó. La voz enorme se alzó, dominando la batahola. De pronto hubo un silencio de muerte. Y en ese silencio oímos una risa aguda en una ventana alta de la torre. Esto afectó de un modo curioso a los Ents. Habían estado en plena ebullición; ahora estaban fríos, hoscos como el hielo y silenciosos. Abandonaron la llanura y fueron todos a reunirse alrededor de Bárbol, muy quietos y callados. Bárbol les habló un momento en la lengua de los Ents. Creo que les estaba explicando un plan que había concebido mucho antes. Luego las figuras se desvanecieron lentas y silenciosas a la luz grisácea. Amanecía.

”Dejaron una guardia para que vigilara la torre, creo, pero los vigías estaban tan bien disimulados entre las sombras y permanecían tan inmóviles, que no alcancé a verlos. Los otros partieron hacia el norte. Durante todo el día estuvieron ocupados en algún sitio. La mayor parte del tiempo nos dejaron solos. Fue un día triste; y anduvimos de un lado a otro, sin saber qué hacer, aunque cuidando de mantenernos en lo posible fuera de la vista de las ventanas de Orthanc, que nos miraba como amenazándonos. Buena parte del tiempo la pasamos buscando algo para comer. Y también nos sentábamos a conversar, preguntándonos qué estaría sucediendo allá en el sur, en Rohan, y qué habría sido del resto de nuestra Compañía. De vez en cuando oíamos a la distancia el estrépito de las piedras que se rompían y desmoronaban, y ruidos sordos que retumbaban entre las colinas.

”Por la tarde dimos la vuelta al círculo, y fuimos a ver qué ocurría. Había un gran bosque sombrío de Ucornos a la entrada del valle, y otro alrededor de la muralla septentrional. No nos atrevimos a entrar. Pero desde el interior llegaban los ecos de un trabajo fatigoso y duro. Los Ents y los Ucornos, decididos a destruirlo todo, estaban cavando fosos y trincheras, construyendo represas y estanques, para juntar las aguas del Isen y de los manantiales y arroyos que encontraban. Los dejamos allí.

”Al anochecer Bárbol volvió a la puerta. Canturreaba entre dientes y parecía satisfecho. Se detuvo junto a nosotros y estiró los grandes brazos y piernas y respiró profundamente. Le pregunté si estaba cansado.


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