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Cyteen 3 - La Vindicacion
  • Текст добавлен: 6 октября 2016, 23:13

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Автор книги: C. J. Cherryh



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O dos.

Vamos a ganar en lo de la cuarentena, había predicho Giraud desde el principio. Es imposible que la Unión haga un movimiento contra Gehenna sin sacar naves de guerra, y no hay forma en que podamos ir a la guerra con la Alianza cerca de Gehenna. Lo que podemos perder es la posición que tome la Unión acerca de esa gente, si los consideran ciudadanos de la Unión y usan eso como un arma ante la Alianza, o si negocian un protectorado conjunto con la Alianza y los «halcones» tienen mucho interés en ello. Lo que está en juego es el apoyo político de Khalid.

Las coaliciones centrista y expansionista eran exactamente eso: coaliciones. Los «halcones» estaban intentando hacer surgir algo nuevo a partir de los pedazos de las dos: eso era lo que había salido a la superficie con la ascensión de Khalid. Eran demasiado importantes en el gobierno para considerarlos marginales. Eran reales. Todo lo que había preocupado a Ari senior era realidad ahora, la vieja locura territorial de la Tierra había encontrado un tema y un momento para salir a la superficie.

Y aquí estaba ella, con los argumentos de Ari senior y las manos atadas a la espalda. Sabes lo que representaría para la Unión si descubrieran lo que hice,había dicho Ari senior. Así que ella no podía decirlo. No podía hablar de las cosas de Sociología que ni siquiera este departamento sabía que había hecho para Ari senior. No podía decir al Concejo nada sobre el trabajo de grupos profundos que había llevado a cabo Ari, o sobre el hecho de que Ari había estado diseñando, e instalando, imperativos en los grupos de trabajo azi, entre los militares, en muchos sitios, incluyendo los grupos profundos de los azi de Gehenna.

La cosa ya estaba funcionando. Por diseño, el treinta por ciento de los azi que había planificado Ari senior y luego sacado de Reseune, y el treinta por ciento de los azi que usaban las cintas de Reseune en cualquier lugar del universo, tendrían niños y les enseñarían, en toda la Unión. Determinado número de estos azi habían obtenido la condición de CIUD ya en 2384, en Fargone y luego en otros sitios. Muchos de ellos estaban en Ciencias, muchos más en Defensa. Los azi de Defensa no podían conseguir documentos de CIUD hasta que se jubilaban, pero sobre todo eran seres humanos y podían tener hijos o criar chicos de otros. Muchos lo harían, porque estaban en los grupos profundos. El resto de esos azi estaban dispersos en todos los electorados, sobre todo en Industria y Ciudadanos, exactamente donde eran más fuertes los centristas, un grupo mental que tenía un error en sus grupos profundos, una tendencia Ari hacia las cosas.

Incluso otros psiquiatras se sentirían mal al saber lo que ella había hecho, a menos que estuvieran en eso también o a menos que fueran tan buenos como Ari senior, simplemente porque lo que ella hacía era un tipo de programa muy aceptado, un tipo de grupo mental azi muy básico. Ella lo había mostrado al Concejo, incluso les había explicado el programa. No podían ver lo que hacía con todos esos psicogrupos militares porque las conexiones eran tan amplias y tan abstractas, excepto cuando una mente azi viva los integraba y entraba con ellos en la matriz social.

Eso era lo que había asustado tanto a Ari senior.

Ahora había miles de ellos. No una cantidad proporcionada para toda la Unión, pero el programa funcionaba y esas cintas todavía producían azi. Incluso en los laboratorios secundarios, para los tipos más simples y amables que ellos entrenaban, había actitudes diseñadas para mezclarse con los tipos mentales de los azi de Reseune de forma muy especial.

Busca la palabra pogromo,había indicado Ari en sus notas para ella, y sabrás por qué temo por los azi si la gente averigua demasiado pronto lo que hice.

O demasiado tarde.

No sé lo que hice. Pero los ordenadores de Sociología, en mis tiempos, no podían ver más allá de veinte de nuestras generaciones. Yo sí. Traté de diseñar sistemas logarítmicos, pero no confío en ellos. Los agujeros que hay en mi pensamiento tal vez sean los vacíos que hay en los paradigmas. Esa cosa me escupe «Campo demasiado amplio» cada vez que ejecuto el programa en toda su amplitud.

Y estas palabras ya están empezando a hartarme.

Te voy a decir una cosa: si alguien amenaza con acceder a los ficheros, otra persona quiero decir, hay un programa que los mueve y los ordena bajo otras claves, de modo que parecerán muchos ficheros distintos y el programa mentirá continuamente sobre el alcance de los ficheros y otros datos para que los intrusos se pasen la vida tratando de encontrarlos.

Pero, por Dios Santo, no los uses hasta que estén tirando la puerta abajo: es muy peligroso. Tiene aspectos defensivos.

Ahora voy a darte las palabras clave para desorganizar el sistema.

Tiene tres partes.

Primera palabra clave: el año de tu nacimiento.

Segunda palabra clave: el año del mío.

Tercera palabra clave: aniquilar.

Entonces el programa te pedirá una palabra para reintegrar la Base Uno. Piensa una y no te asustes.

Era un pequeño alivio saber que eso estaba allí. Saber que podía esconder lo que estaba pasando.

Pero ella no hubiera tenido sólo una respuesta en el ordenador para proteger algo tan importante.

No creía que Ari hubiera puesto sólo una.

Se giró en la cama y se removió un poco de nuevo.

Y finalmente dijo:

–Florian...

VII

Ari bajó del avión y avanzó por el largo sendero hasta la terminal para recoger el equipaje. Sólo el portafolios y el portamaletas que llevaban Florian y Catlin.

Otro vuelo nocturno, con escolta. Lo cual era noticia por sí mismo, pero lo único que decía Giraud era «precauciones».

Y lo único que llegó hasta el público fue: «cuarentena justificada».

Había gente que querría filmarla, también. Informaciones Reseune daba algo a la estación Cyteen y la estación lo distribuía por todas partes. Las naves habían partido, todo el comercio de Cyteen se movía de nuevo y el mundo respiraba otra vez.

El mundo no lo sabía todo, pero sentía que las cosas se habían estabilizado un poco. Y era cierto. Los mercados subían, buscando oportunidades, y en cierto sentido estaban aún más saludables que antes, porque el miedo a la guerra había estallado como una burbuja de jabón. Las acciones de Defensa bajaban, claro, pero las inversiones diversificadas estaban bien, las acciones de las naves subían hasta el cielo, el mercado de futuros variaba. El mercado de Cyteen creía de nuevo en la paz después de un gran susto, y había un sentimiento generalizado «antihalcón» según las encuestas de Información, que alentaban a las voces más tímidas a hablar y arrastraban a los indecisos otra vez al campo de la paz.

Después de tres semanas malas, se podía decir que uno deseaba la paz con la Alianza y parecer un moderado responsable, no un universalista que ambicionaba que todos los gobiernos construyeran una capital en las estrellas Hinder, a pesar de que la Tierra tuviera más de cinco mil gobiernos según los últimos cálculos; o un agitador pacifista del tipo de los que habían bombardeado un subte en la hora punta y matado a treinta y dos personas la semana anterior en Novgorod.

La policía tenía miedo de que hubiera algún tipo de relación entre los abolicionistas de Rocher y los pacifistas. Tal vez habían conseguido los explosivos en un robo del campo minero o tal vez los hacían ellos mismos: había posibles vínculos criminales, desde el mercado ilegal de cinta hasta las drogas ilegales o el mercado de cuerpos, y la policía sólo podía con casos marginales, gente sin importancia que los verdaderos criminales usaban para hacer el trabajo y pagar los platos rotos.

El camino familiar del avión a las puertas de la terminal, la alfombra silenciosa y beige hecha con sogas, la imagen de los guardias de Seguridad de Reseune hablando con frases y no con monosílabos y códigos, y moviéndose con libertad porque ahora había algo más que un salto entre un ruido raro y registrar toda la habitación, la hicieron sentir que se derrumbaría allí mismo y dormiría durante una semana, sabiendo que estaba a salvo.

Pero las cámaras la esperaban en la entrada de la terminal. Seguridad reaccionó. Los escasos periodistas que habían conseguido pases la apuntaron con los micrófonos y le preguntaron por qué Giraud se había quedado en Novgorod.

–Todavía tiene que hacer algunas cosas —dijo ella—. Burocracia.

Algunas reuniones secretas, de persona a persona. El personal del secretario Lynch con el personal de Chávez, y eso era un trámite desde Corain, pero por suerte, no era para los periodistas.

–¿Confía en la decisión tomada?

–Creo que todos harán lo correcto ahora. Creo que les hice entender..., que todo estará bien si tratan bien a esa gente.

–A los de Gehenna, quiere decir.

–Sí, a los de Gehenna. El Departamento de Ciencias va a decir al embajador de la Alianza que necesitamos establecer una comunicación muy estrecha, eso es lo que pasará ahora. Pero esto pertenece al Departamento, a la Secretaría y a la oficina del canciller Harad. Creo que todo va a salir bien.

Tiempo, ya era hora de calmar la situación; ése era su trabajo y el de Giraud, y el de Harad.

–¿Es cierto el rumor de que existe una base secreta en Gehenna?

Ella hizo una reacción de sorpresa deliberada.

–Claro que no. No. No hay nada de eso. Puedo decirles algo nuevo: va a haber una declaración oficial mañana por la mañana. Hubo algún manejo ilegal en el aspecto bacteriológico. Fue culpa nuestra. No debería haber pasado. Y no nos beneficia en absoluto que eso vuelva a la superficie otra vez.

Los periodistas se excitaron. Se suponía que tenían que sentirse así. Y era totalmente cierto, era una de las precauciones, la que podían dejar escapar en ese momento y una de las más urgentes.

–¿Qué clase de acción bacteriológica ilegal? —preguntaron.

–Algo diseñado. Virus. No es fatal para los humanos, los que estaban en Gehenna lo toleraron bien. Pero hay otros problemas. Hicieron algo en la guerra que no debieron hacer. No puedo añadir nada más. El canciller Harad dijo que podía decirlo, ofrecerá una conferencia de prensa mañana por la mañana. Lo siento, estoy muy cansada y me están haciendo señas para que...

–Una pregunta más. ¿Es cierto el rumor de que el canciller va a proponer conversaciones con la Alianza?

–No puedo hablar de eso. —Gracias a Dios, Catlin la cogió por el brazo y Florian bloqueó a los demás. El personal de Seguridad, los adultos y el personal del tío Denys llegaron hasta ella, Seely vestido de civil, como siempre, y Amy, Sam y Maddy muy cerca, con la bienvenida de la Familia, para sacarla de allí.

La llevaron todo el camino hasta el autobús, donde pudo abrazar a Amy, Maddy y Sam por distintas razones, abrazarlos en serio, porque Giraud le había dicho en secreto que una recepción familiar en el aeropuerto era la única forma de sacarse de encima a los periodistas y regalarle a los de las cámaras la última imagen de interés humano que dejaba el sentimiento adecuado en la mente de todos. En cuanto a quién aparecía en el aeropuerto dependía del tipo de impresión que se quisiera dar.

Así que el tío Denys le envió a los jóvenes, no una recepción oficial, ninguna indicación para el mundo exterior de cuál era la reacción oficial de Reseune, nada de funcionarios administrativos importantes que pudieran ser abordados por los periodistas, sólo un grupito alegre de chicos que se mezclaban con los de Seguridad, sólo la Familia.

Y por suerte lo hacían tan bien como si fueran mayores.

Y dejaron a los periodistas preguntándose quiénes eran y captando una imagen humana de Reseune, por el hecho de que Reseune no estaba con la cara larga y preocupada y solamente había chicos normales para darle la bienvenida a casa, después de haber visto tanta gente de Seguridad y de haberle preguntado cosas sobre los aviones escolta.

El programa termina con una imagen de jóvenes felices.

La gente se aferraba a esas cosas con mucha facilidad.

–Quiero dormir —murmuró ella.

–Malas noticias —dijo Amy—. Te esperan en el vestíbulo central. —Amy le palmeó el hombro—. Todo el mundo quiere verte. Solamente para darte la bienvenida. Has estado genial, Ari. Realmente genial.

–Ay, Dios —suspiró Ari. Y cerró los ojos. Estaba tan cansada que temblaba como una hoja. Le dolían las rodillas.

–¿Qué pasó en las audiencias? —preguntó Maddy.

–No puedo hablar de eso. No puedo. Pero todo fue bien. —Le costaba hasta abrir la boca. El autobús dio la vuelta y empezó a remontar la cuesta. Abrió los ojos y recordó que tenía el cabello apoyado contra el asiento. Se sentó recta y lo palpó para ver si se había despeinado y se lo arregló con los dedos—. ¿Dónde tengo el peine?

No pensaba entrar en el vestíbulo con el cabello alborotado si la gente había venido a verla.

Aunque se estuviera desmayando.

El tío Denys estaba en la puerta; ella lo abrazó y lo besó en la mejilla y le dijo al oído:

–Estoy cansadísima. Llévame a casa.

Pero Florian tenía que ir antes y examinar el Cuidador. Eso antes de que ella pudiera llegar a la cama. Especialmente ahora.

Y avanzó por el vestíbulo en compañía de la Familia y el personal; y recibió abrazos y flores, y besó al doctor Edwards en la mejilla y abrazó al doctor Dietrich y hasta al doctor Peterson y al doctor Ivanov; a éste un abrazo muy largo porque, a pesar de todo, la había preparado bien físicamente. Ari se había enfadado muchas veces con él, pero sabía cuánto debía al doctor Ivanov.

–Usted y sus malditas inyecciones —le murmuró en el oído—. Me mantuve bien en Novgorod.

Y él la abrazó hasta hacerle crujir los huesos y le palmeó el hombro y le dijo que estaba contento de que fuera así.

Ella avanzó un poco más.

–Tengo que descansar —suplicó a sera Carnath, la madre de Amy, y sera Carnath se enfrentó a todo el mundo y les dijo a todos que la dejaran pasar.

Y todo el mundo la obedeció y Ari caminó hasta el ascensor, subió y entró en su vestíbulo y en su apartamento, y después a la cama sin tan siquiera desnudarse.

Se despertó cuando alguien empezó a quitarle la ropa, pero eran Florian y Catlin y eso estaba bien.

–Dormid conmigo —les pidió ella, y ellos se metieron en la cama y se hicieron un solo ovillo tibio, como niños pequeños, justo en el centro de la cama.

VIII

A la potranca le encantaba el aire libre. Había una pradera donde los caballos podían correr un largo trecho, suelo sólido y seguro si uno mantenía la cabeza de la potranca en alto y no le dejaba comer nada de lo que crecía en el campo. A veces, los azi que trabajaban los caballos cuando Florian estaba ocupado, la usaban a ella y a la hija de la yegua para ejercitar a la yegua en lugar de usar el caminador; pero cuando la potranca estaba fuera con ella o con Florian sobre el lomo, se engallaba, las orejas erguidas, todo el cuerpo tenso en espera de una oportunidad para correr, que era lo que más le gustaba.

El tío Denys se ponía muy nervioso cuando le enviaban informes sobre la forma en que ella cabalgaba al aire libre.

Hoy tenía a Florian con ella en la potranca Dos, y los dos caballos estaban inquietos y mordían los frenos esperando la partida.

–Una carrera —dijo ella y dirigió a la potranca hacia el otro extremo del campo para frenarla después, como aquella vez que había terminado la mayor parte del recorrido colgada del cuello de la potranca. Entonces había jurado que mataría a Andy o a Florian si se lo contaban a alguien; y estuvo muy contenta de que no hubiera cámaras cerca.

Durante todo el camino los caballos corrieron uno junto al otro y solamente una persona de pie y quieta en la línea de llegada hubiera podido determinar cuál de los dos había llegado primero. Florian tal vez quería ser prudente, pero las potrancas no pensaban lo mismo.

–De vuelta, más lento —indicó Florian. Los animales respiraban agitados y saltaban y se sentían bien. Pero él sí se preocupaba cuando corrían demasiado.

–Mierda —masculló ella. Por un momento era libre como el viento y nada podía tocarla.

Pero hoy no estaban allí para hacer carreras, no habían ido a AG por eso, ni era por esta razón que Catlin tenía órdenes especiales en la Casa. No era por eso que Catlin caminaba ahora desde el granero, un puntito negro y distante, con alguien a su lado.

–Vamos —indicó Ari a Florian, y dejó que la potranca eligiera el ritmo, que fue sin embargo un paso largo y activo, con las orejas bien erguidas y después de nuevo hacia atrás, cuando vio gente y trató de comprender lo que pasaba, siempre tan inquieta y preocupada.

IX

Justin estaba de pie, tenso, junto a la negrura de Catlin, que esperaba con elegancia impasible que los caballos trajeran de vuelta a Ari y a Florian, animales grandes que se acercaban rápido, pero Justin pensaba que si hubiera habido peligro de que lo atropellaran, Catlin no habría permanecido allí con los brazos cruzados y pensó, estuvo seguro, de que si Ari quería asustarlo, estaba en su derecho, claro.

Así que se quedó firme cuando los caballos corrieron hacia él. Se detuvieron a tiempo. Y Ari se deslizó hacia abajo y Florian también.

Ari dio la rienda de su caballo a Florian para que se lo llevara. Llevaba una blusa blanca y el cabello levantado a lo Emory, pero suelto después para que le cayera alrededor de la cara.

El olor del granero, los animales, cuero y tierra, lo devolvió a la infancia. Cuando él y Grant eran libres y podían ir hasta allí.

Hacía muchísimo tiempo.

–Justin —dijo Ari—. Quería hablarte.

–Esperaba que lo hicieras.

Ari respiraba con dificultad. Pero después de la carrera, era normal.

Catlin lo había llamado a su oficina para decirle que fuera hasta las puertas; él había dejado a Grant con el trabajo, aunque Grant no estaba de acuerdo. No, había dicho él; no, eso es todo. Y había buscado la chaqueta y había salido. Esperaba que Ari estuviera allí, claro.

Y en lugar de eso, Catlin lo había conducido hasta AG y nadie les había cortado el paso. Pero nadie interfería en las acciones de Ari en esos días.

–Sentémonos —invitó Ari—. ¿Te molesta?

–No —dijo él y la siguió hacia el rincón donde la cerca se encontraba con el granero. Los palafreneros azi tomaron las riendas de los caballos y los llevaron hacia la cuadra; y Ari se sentó en el riel más bajo de la cerca y le dejó a él las latas de plástico amontonadas allí, mientras Florian y Catlin se quedaban detrás, donde él no podía verlos. Intencionadamente, pensó él, una amenaza callada, presente.

–No te acuso de nada —empezó ella, con las manos entre las rodillas, mirándolo sin frialdad, sin resentimiento—. Me siento un poco extraña, como si hubiera debido darme cuenta de que había algo en el pasado, pero pensé, pensé que tal vez habías tenido un problema con Administración. La oveja negra de la Familia. O algo así. Pero eso es historia. Sé que nada fue culpa tuya. Te pedí que vinieras porque quería preguntarte qué piensas de mí.

Era una pregunta sensata, civilizada. Era la pesadilla que se hacía realidad, de pronto, y resultaba ser sólo una pregunta tranquila en labios de una muchacha muy bonita, bajo un cielo extraño. Pero las manos de él habrían temblado si no hubiera estado sentado con los brazos cruzados.

–Lo que pienso de ti. Pienso en la niña de la fiesta de Año Nuevo. En los malditos guppies. Y pienso en una niña dulce, Ari. Eso es todo. He tenido pesadillas sobre el momento en que lo supieras. Yo no quise que todo esto sucediera. No deseaba quince años de dar vueltas alrededor de la verdad. Pero no podía decírtelo. Ellos tenían miedo de que lo hiciera. De que sintiera... algún resentimiento contra ti. Y no es cierto.

¡Se parecía tanto a Ari! Las líneas expresivas empezaban a estar allí. Pero los ojos eran los de una mujer joven, preocupados, esa expresión rara y pequeña que había visto por primera vez aquel día en su oficina, sobre una jarra de guppies ahogados. Supongo que han estado ahí encerrados demasiado tiempo.

–Tu padre está en Planys —dijo ella—. Dicen que lo visitas.

Él asintió. Sintió un nudo en la garganta. Dios. No iba a ponerse a llorar ante una niña de quince años.

–Lo echas de menos.

Segundo gesto de asentimiento. Ella era capaz de pulsar todos los botones. Era Emory. Lo había demostrado en Novgorod. Y le había bastado un toque para que todo el gobierno girara sobre sus goznes.

–¿Estás enfadado conmigo? —le preguntó ella. Él negó con un gesto.

–¿No vas a hablarme? Mierda. Contrólate, tonto.

¿Estás enfadado con mis tíos?

Él repitió la negación. No había nada seguro. Nada de lo que pudiera decir era seguro. Nada de lo que pudiera hacer era seguro. Ella era la que necesitaba saber. El ya lo sabía todo. Y sí había una salida para Jordan, era en la administración de Ari, algún día. Si es que había alguna esperanza.

Ella permaneció en silencio mucho rato. Esperaba a Justin. Sabía que él se estaba derrumbando. Él, que tenía treinta y cuatro años, no sabía cómo actuar.

Justin se inclinó hacia delante, los codos sobre las rodillas, estudió el polvo que tenía entre los pies, después levantó la vista para contemplarla.

No tenía ni idea de lo que le había hecho la primera Ari. Denys se lo había jurado. Y juró lo que le haría si él abría la boca para decirlo.

No lo haré, le había prometido a Denys. Dios, ¿cree usted que tengo algún interés en que vea esa cinta?

Ella no la tiene,le había asegurado Denys. Y no la va a tener.

Sin embargo, había pensado en eso.

No había nada, excepto preocupación en la mirada de Ari.

–No es fácil —dijo él– estar constantemente bajo sospecha. Yo vivo así, Ari. Y nunca hice nada. Tenía diecisiete años cuando pasó todo aquello.

–Ya lo sé. Hablaré con Denys. Haré que te permita ir a visitarlo cuando quieras.

Era todo lo que él había esperado.

–Ahora hay demasiado en juego en el mundo —suspiró Justin—. El lío en Novgorod. La misma razón por la que tú vuelas con escolta. Hay una base militar junto a Planys. El aeropuerto está entre las dos. Tu tío Denys está preocupado y tiene miedo de que traten de secuestrar a mi padre o a mí. Estoy anclado aquí hasta que las aguas vuelvan a su cauce. Ni siquiera puedo hablarle por teléfono. Y Grant nunca ha podido ir. Grant... era como su otro hijo.

–Mierda —maldijo ella—. Lo lamento. Pero irás a verlo. Grant también. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano.

–Te lo agradecería mucho.

–Justin, ¿tu padre me odia?

–No. Claro que no.

–¿Qué dice de mí?

–No hablamos de eso. Ya entiendes, cada llamada que le hago, cada segundo que paso con él, hay alguien que nos escucha. Si habláramos de ti, tal vez me detuvieran.

Ella lo observó un rato largo. Impresionada, no. Pero tal vez no se lo habían contado todo. Había una mezcla de expresiones en su cara que Justin no sabía descifrar.

–Tu padre es un Especial —comentó Ari—. Yanni dice que tú deberías serlo también.

–Yanni lo dice. Yo lo dudo. Y nunca van a permitirlo porque no pueden tener a mi padre legalmente, así que no quieren que yo esté en la misma situación. Ya me entiendes.

Ésa era otra cuestión que le había molestado. Otro momento de silencio.

–Algún día —dijo él– cuando las cosas se calmen, cuando estés al frente de Reseune, espero que examines de nuevo el caso de mi padre. Tú podrías ayudarlo. No creo que nadie más lo haga. Solamente, pregúntale las cosas... que me has preguntado a mí.

Pero, Dios, la verdad... sobre la cinta... sobre Ari, el horror de aquello... no saber cómo podrá afectarla.

No es como su predecesora. Es una muchacha decente.

Esa cinta sería una violación para ella, como para mí.

Dios, Dios, ¿cuándo verá esa cosa?¿Dos años más?

¿A los diecisiete?

Tal vez lo haga —dijo ella—. Justin, ¿por qué lo hizo?

Él meneó la cabeza, con violencia.

–En realidad, nadie lo sabe. Temperamento. Dios sabe que no se llevaban bien.

–Tú eres su réplica.

Él perdió el aliento un momento. Y ella lo pilló mirándola directamente a los ojos.

–No tienes su mismo carácter —dijo ella—. ¿Verdad?

–No soy como tú. Solamente soy su gemelo. Parecido físico. Nada más.

–¿Se peleaba con mucha gente? Él trató de pensar en qué decir.

–No. Pero él y Ari tenían muchos desacuerdos profesionales. Cosas que les importaban. Cuestión de personalidad, sobre todo.

–Yanni dice que eres muy inteligente. Justin se tambaleó con el cambio de tema y comprendió que Ari había notado el alivio que él sentía.

–Yanni es muy amable.

–Yanni es un perro —rió ella—. Pero me gusta. Dice que trabajas en cuestiones de grupos profundos. Él asintió.

–Experimentación. —Le alegraba hablar sobre su trabajo. Cualquier cosa menos el tema anterior.

–Dice que tus diseños son muy buenos. Pero los ordenadores siguen escupiendo eso de «Campo demasiado amplio».

–Hicieron otras pruebas.

–Me gustaría que me enseñaras —dijo ella.

–Ari, eso es muy amable, pero no creo que tu tío Denys lo aceptara. No creo que quieran que esté cerca de ti. Y supongo que eso nunca cambiará.

–Quiero que me enseñes —insistió Ari—, que me enseñes lo que estás haciendo.

Él no encontró respuesta. Y Ari esperó sin decir nada.

–Ari, es mi trabajo. Sabes que hay algo de vanidad personal en todo esto. —En realidad estaba confundido, acorralado y la muchacha, pensó, era totalmente inocente—. Ari, he hecho muy poco en mi vida. Al menos me gustaría escribirlo yo por primera vez antes de que se lo trague el trabajo de otro. Si es que vale algo. Ya sabes que los celos profesionales son algo real. Existen. Y tú harás tanto en tu vida... Déjame libre mi rinconcito privado.

Ella pareció desilusionada. Apareció una línea entre sus dos cejas.

–Yo no te lo robaría.

Él rió, una risita muy leve, a pesar de la amargura.

–¿Sabes lo que estamos haciendo? Discutiendo como la primera Ari y mi padre. Y acerca de la misma cuestión. Tú intentas ser buena conmigo. Eso lo sé.

–No intento ser buena. Te estoy pidiendo un favor.

–Mira, Ari...

–No te voy a robar tu trabajo. No me importa quién lo presente. Lo único que quiero es que me enseñes lo que haces y cómo lo haces.

Él se recostó. Y ella lo estaba arrinconando, una niña petulante y traviesa, acostumbrada a conseguir cuanto deseaba.

–Ari...

–Lo necesito, mierda.

–Uno no consigue todo lo que necesita en la vida.

–¡Estás diciendo que te robaría lo tuyo!

–No estoy diciendo eso. Digo que tengo algunos derechos, Ari, los tengo aunque sean bien pocos en este lugar; tal vez quiera que mi nombre se mencione en el trabajo. Y el de mi padre. Aunque sea sólo porque llevamos el mismo apellido.

Eso la detuvo. Lo pensó, mientras lo miraba con los ojos muy abiertos.

–Comprendo. Puedo arreglarlo. Te lo prometo. No tomaré nada que tú no quieras que tome. Yo no miento, Justin. No miento. No a mis amigos. No en cosas importantes. Quiero aprender. Quiero que me enseñes. Nadie en la Casa me va a impedir que tenga el maestro que yo elija. Y te elijo a ti.

–Sabes... si me metes en problemas, Ari, sabes lo que pueden hacerme.

–No vas a meterte en problemas. Soy supervisora de ala, aunque no tenga un ala propia. Así que puedo fundar un ala para mí, ¿verdad? Tú. Y Grant.

El corazón de Justin empezó a desbocarse.

–Preferiría que no me trasladaran. Ella meneó la cabeza.

–En realidad no sería un auténtico traslado. Tengo una oficina en el Ala Uno. Solamente burocracia. Lo único que significa es que mi personal va a hacer tus documentos. Lo siento. —Y cuando él no dijo nada en la pausa—: Ya lo he hecho.

–Mierda, Ari...

–Es papeleo. Y no me gusta que haya cosas en las que trabajo dando vueltas por tu oficina. Puedo volverme atrás, si quieres.

–Preferiría que lo hicieras. —Él apoyó los brazos sobre las rodillas, y la miró a los ojos—. Ari, ya te lo he dicho. Tengo muy poco en mi vida. Me gustaría conservar la independencia, si no te importa.

–Tienen espías en tu apartamento. Ya lo sabes.

–Supuse que era así.

–Si estás en mi ala, puedo conseguir que lo relacionado con Seguridad pase por mí también, y no sólo por el tío Denys.

–No quiero eso, Ari.

Ella lo miró una vez, preocupada, herida.

–¿Me vas a enseñar?

–De acuerdo —aceptó él. No tenía alternativa.

–No pareces contento.

–No lo sé, Ari.

Ella se estiró y le ofreció la mano.

–Amigos, ¿de acuerdo? ¿Amigos?

Él le estrechó la mano. Y trató de creerla.

–Probablemente me arresten cuando vuelva a la Casa.

–No. —Ella retiró la mano—. Vamos. Iremos todos juntos. Yo tengo que ducharme antes de salir. Pero tú puedes decirme en qué estás trabajando.

X

Se separaron en el cuadrángulo. Justin siguió caminando, con el corazón latiéndole en el pecho cuando se acercó a las puertas del Ala Uno, donde siempre había vigilancia, donde, probablemente, la guardia estaba recibiendo un aviso a través de los intercomunicadores portátiles, o enviando un mensaje y recibiendo órdenes.

Ya había visto bastantes habitaciones en Seguridad.

Cruzó la puerta, miró al guardia a los ojos, para demostrar que no lo amenazaba, para tratar de decir sin palabras que no quería causar problemas. Ya le habían empujado contra las paredes demasiadas veces.

–Buenos días, ser —saludó el guardia y el corazón de Justin dio un brinco.

–Buenos días —respondió y siguió caminando a través del pequeño vestíbulo hacia el salón, luego al ascensor, y durante el trayecto esperó oír una orden severa a sus espaldas y la seguía esperando en el camino arriba. Pero llegó a la oficina y allí estaba Grant, preocupado y ansioso, pero libre.

– Ningún problema —dijo él, para aliviar el peor de los miedos de Grant—. Salió bastante bien. Mucho mejor de lo que había supuesto. —Se sentó, respiró hondo una o dos veces—. Me pidió que le enseñara.

Grant no reaccionó. Finalmente se encogió de hombros.

–Denys no lo aceptará.

–Denys no va a hacer nada. No sé quées esto, en realidad. Ella nos transfirió —dijo y cuando Grant hizo una mueca de alarma, añadió—: Yo le pedí que nos devolviera al ala de Yanni. Pero ahora, y hasta que ella arregle las cosas con Seguridad, no estamos en el Ala Uno. Así de serio, si me ha dicho la verdad, y no tengo ninguna razón para dudarlo. Ari quiere que yo trabaje con ella. Estuvo hablando con Yanni sobre mi trabajo. Yanni le dijo, maldito sea, que a su entender estoy en la pista de algo importante, así que la joven sera quiere mis conocimientos, quiere que le enseñe todo lo que hago.

Grant soltó un suspiro largo, lento.

–Así que... —Justin hizo girar la silla, buscó la taza de café y se levantó para llenarla con la jarra—. Eso es todo. Si Seguridad no entra ahora mismo a patadas... ¿Quieres una taza?


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