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Cyteen 3 - La Vindicacion
  • Текст добавлен: 6 октября 2016, 23:13

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Автор книги: C. J. Cherryh



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El dormitorio azul estaba lejos, al otro lado de la suite, después de un vestíbulo y el estudio para cinta; el blanco estaba cerca de la habitación principal, unido por una puerta al lado, si la puerta se abría, claro: el blanco había sido el dormitorio de Ari cuando iba a Novgorod con el tío Giraud. Preferiría mi antiguo dormitorio, pensó ella, pero era algo demasiado emocional. Abban no era muy social, ni siquiera después de todos esos años, y la presión del día y el agotamiento le hacían desear ser una niña de nuevo y tener a Giraud junto a ella para solucionar los problemas.

—Puede dormir en el blanco —dijo ella y miró a Justin, que estaba totalmente agotado—. Ve con Kelly, Justin, él te ayudará a acomodarte, ¿hay algo para comer, Abban? Justin está muerto de hambre.

—Pensamos que no habría mucho tiempo para comer. El personal tiene una cena fría para cualquier habitación que la pida: vino blanco, queso y jamón ; o si sera prefiere...

—Eres un encanto, Abban. —Le palmeó el brazo y cruzó las puertas con cansancio hacia la suite de honor. Abban caminaba a su derecha, Florian a la izquierda y Catlin un poco más atrás cuando pasaron junto a los guardias hacia el gran vestíbulo de entrada revestido de piedra arenisca del Volga—. Te agradezco mucho que te hayas tomado tantas molestias. No era necesario.

—Giraud me pidió que cerrara su oficina y recogiera los documentos personales, y ser Denys ordenó que supervisara a la Seguridad de la Casa, un poco como si fuera Giraud, espero que como trabajo permanente. Forma parte de mi trabajo, nada más.

—Me alegro de que alguien se ocupe de ti. ¿Estás bien, Abban?

Abban contaba más de cien años y había tenido un solo supervisor durante toda la vida. Se sentía muy perdido ahora, pensó ella, con Denys totalmente concentrado en el futuro Giraud. Alguien tenía que tomarlo o darle una cinta Final y un número CIUD, y Abban no estaba preparado para eso. Lo único que había recibido Abban desde la muerte de Giraud parecía ser desprecio por parte de la Familia, responsabilidad por todos los detalles y muy poca piedad por sus sentimientos, y eso enfurecía a Ari.

—Muy bien, sera. Ser Denys me ofreció un lugar en su casa.

—Bien. —Ella estaba sorprendida y aliviada—. Muy buena idea. Estoy preocupada por ti.

—Es usted muy amable, joven sera.

—De verdad que me preocupas. Sé que todo está en orden; el personal se encarga de todo. Ve a descansar un poco.

—Estoy muy bien, joven sera, gracias. Prefiero trabajar. —Se detuvieron ante la puerta del dormitorio principal, una pequeña suite dentro del apartamento y Abban abrió la puerta con el control manual—. Yo me ocupo del personal y me encargaré de las cenas. Florian y Catlin se quedarán con usted en el dormitorio, ¿verdad? Se lo aconsejo.

—Sí. No te preocupes. Está bien. —Abban hubiera preferido que Justin durmiera en el dormitorio azul, pensó ella, al otro lado del apartamento; y seguramente Giraud y por lo tanto, Abban, siempre habían sospechado la existencia de relaciones sexuales entre ellos—. Te lo aseguro, solamente Florian y Catlin. Todo está bien. Tráenos la cena y estaremos bien esta noche.

—Recuerde que hasta el Cuidador es un sistema limitado; hay control manual para la puerta. Por favor, no se olvide de echar la llave.

—Sí —dijo ella. Eso enfurecería a Florian y a Catlin, esa superioridad de Abban, como si ellos todavía fueran menores. Ari sonrió, contenta de que Abban tuviera al menos eso intacto—. Vete, no te preocupes. —Y Abban asintió, se despidió con un cortés «sera» y la dejó con Florian y Catlin.

—Está bien —dijo Florian, precisamente con el grado de incomodidad que ella había imaginado—. Abban, jefe de Seguridad.

La meticulosidad impuesta de Abban enfurecía a Florian; Catlin pensaba que sus recomendaciones eran una pérdida de tiempo y no les prestaba ninguna atención. Esa era la diferencia entre ambos. Ari sonrió, meneó la cabeza y se dirigió a la sala de la suite principal, dio la maleta a Catlin y se dejó caer en una silla anatómica con un gruñido, mientras Florian iba directo al Cuidador a leer las entradas. Abban seguramente lo habría puesto en funcionamiento aquella misma mañana.

—Dios —suspiró Ari, reclinándose en la silla y dejando que se amoldara a su cuerpo con los pies levantados—. ¿Cómo estamos?, ¿algún problema?

—Nada es lo bastante seguro en este lugar —dijo Catlin. Dejó la maleta sobre la mesa vacía, la abrió, apretó un botón y controló el aparato electrónico del interior—. Todo me pone nerviosa. Estaré mucho más tranquila cuando nos vayamos de aquí.

Florian asintió.

—Conectaron el Cuidador a las 1747, y desde entonces solamente ha entrado el personal.

—Se suponía que había que instalarlo a las 1500 —observó Catlin, con un tono de fría desaprobación en la voz.

—Abban lo puso en funcionamiento. —Suspiró—. Probablemente lo volvió a hacer cuando entró. —Dos suspiros—. Se lo preguntaré. Sera, quédese sentada ahí un ratito. Vamos a examinar todo el apartamento.

—Dios —se quejó Ari. Se agachó y se descalzó—. Si hay una bomba, no me importa. Quiero una ducha, quiero mi cena, quiero irme a la cama. No me importa si hay alguien aquí dentro.

Florian rió.

—Tan rápido como podamos —dijo. Dejó el Cuidador, observó las lecturas de Catlin y sacó su propio equipo.

El descuido era la única orden directa que no obedecían. Nunca. Nadie controlaba las residencias de Ari excepto ellos dos, y ésa era la primera norma. Catlin la había formulado hacía años, y todos la seguían respetando. Los inconvenientes que ocasionara no tenían ninguna importancia.

Así que ella se acomodó con las rodillas de lado en la silla y cerró los ojos; todavía veía la urna que entraba en la tierra, la tapa que se cerraba; la cara pálida de Abban; la de Justin, frente a ella en el avión, tan pálido y tan preocupado.

Un día larguísimo. Un día horrible. Corain estaba dispuesto a hacer un trato, pero no se descuidaba; Corain jugaba tan duro y tan sucio como podía. Corain había hablado con Wells en el comité del Departamento y después del receso las preguntas se habían vuelto brutales y detalladas.

¿Cuál es su posición actual en Reseune? ¿Quién lo aprueba?

¿Cuándo fue la última vez que habló con su padre? ¿Cuál era su estado de ánimo?

¿Alguna vez ha seguido un tratamiento por problemas psicológicos? ¿Quién se lo administró?

Tiene un compañero azi, Grant ALX-972. ¿Ha venido con usted? ¿Por qué no?

¿Alguna vez se le ha sometido a procedimientos psicológicos que no haya mencionado antes en este comité?

Justin se había defendido bien; de vez en cuando mentía directa o indirectamente, un abierto desafío a la oposición dentro del Departamento para ver si tenía los votos necesarios para pedir otro psicotest. No los tenían, le había asegurado Ari en el descanso; pero no pongamos eso a prueba, por amor de Dios.

El se había defendido sin interrupción hasta que la voz empezó a fallarle: aunque estaba sereno, los nervios más tranquilos, siempre le pasaba eso, inquieto porque la política le producía destellos, porque su mente veía demasiadas posibilidades en todo y elegía y maniobraba con un registro tan amplio que tenía problemas para decidir dónde estaba lo que pasaba a su alrededor, pero había seguido allí; había encontrado el equilibrio, ella reconoció la respiración breve, la posición de los hombros en cuanto la vio en la cámara de televisión en la habitación contigua, consciente de que súbitamente, el comité estaba tratando con un Justin Warrick que estaba en esa habitación y a la ofensiva.

Bien, había pensado entonces, bien. Creen que pueden empujarlo, acorralarlo. No ha estado ahí hasta este momento. Ahora está donde debe. Es demasiado inteligente para ir hacia Corain. Nunca seguirá a nadie equivocado. No soporta los errores, y me lo dijo bajo kat. «Nadie ayudó a mi padre entonces. Ni uno solo de sus malditos amigos.» Guarda mucho rencor por eso.

Van a darse cuenta de que están tratando con un Especial, pero será después de que él se haya quedado con sus claves y su dinero, mierda, es hábil cuando se decide; todo lo que decían de su padre, incluso el temperamento, en cuanto se decide, en cuanto deja de analizar las cosas y empieza a moverse. Todavía está aprendiendo de esa gente y detesta el trabajo de tiempo real, lo odia de corazón. Campo Demasiado Amplio. Nunca ha sabido hacer un promedio y decidir así, como hago yo: Justin quiere datos exactos, y no se puede conseguir eso en tiempo real ni en política. Esa misma precisión que lo hace tan valioso en el diseño, la razón por la que sus trabajos son tan limpios, por eso es tan lento y por eso los corrige una y otra vez, remienda las intersecciones que sólo ve él, ni siquiera Yanni alcanza a entreverlas.

Algún día, cuando volvamos, cuando salgamos de este lío, tenemos que hablar de todo eso.

Tiene que estar usando un buscador de estructuras que no está en programa, incluso aunque tenga una memoria perfecta de esos grupos.

Si Justin pudiera explicarlo...

Casi puedo verlo. Hay algo en la firma de los diseñadores mismos, una forma de proceder, que él abarca en un ámbito conceptual. Pero la está llevando al ámbito de trabajo de los C1UD.

Viene una bandeja —anunció una voz extraña.

Justin, tendido en la cama y casi dormido del todo, sintió una punzada de pánico: debería haber sido la voz de Grant y no lo era.

Kelly, se llamaba. De Seguridad. Justin se pasó la mano sobre los ojos, luego los dedos por el cabello y murmuró una respuesta.

Estaba bien, seguía diciéndose; estaba a salvo. Kelly estaba de su parte, estaba allí solamente para protegerlo.

Se incorporó como pudo en la cama, confundido por el cansancio, el descenso de la curva de adrenalina que había sentido antes, hora tras hora.

—No creo que pueda comer.

—Tengo órdenes, ser, debe comer —replicó Kelly en un tono que decía que iba a comer, bocado a bocado.

—Mierda. —Había recordado una cosa—. Tengo una cita en el hospital mañana. Rejuv. Dios. —Pensó en hacer el pedido a través de Kelly, pero por experiencia sabía que no conseguiría nada en esos niveles bajos—. ¿Están en la red Florian o Catlin?

—Sí, ser.

—Pídales que me llamen. Dígales que no tengo mis medicinas. —Fue al baño y se mojó la cara y la parte posterior del cuello. Estaba preocupado por Grant. No le gustaba la idea de comprar aquellas medicinas en una tienda cualquiera de Novgorod; pensó en las precauciones que había organizado Ari para que Grant estuviera seguro y se inquietó por la ruptura que causarían y por si habría algún motivo para que alguien en Reseune sustituyera las drogas.

—¿Ser Justin? —lo saludó Florian por el altavoz de la pared—. Soy Florian. ¿Necesita sus medicinas? Las tenemos.

—Gracias. ¿Habéis arreglado lo de Grant? Debe seguir el mismo horario.

—Ya nos hemos ocupado, ser. ¿Las necesita esta noche?

—Gracias —dijo él, aliviado. Había que confiar en Florian. No dejaba un solo detalle en el aire—. No. Esta noche quiero descansar, los medicamentos me ponen nervioso. No me conviene tomarlos antes de irme a la cama. —También eran muy dolorosos y no lo deseaba en absoluto. No podría pasar las audiencias del día siguiente si se atiborraba de analgésicos.

—Sí, ser. Todo está bien. Que duerma bien.

—Fuera —dijo Justin al Cuidador. Y oyó que se abría la puerta de la suite. El corazón le dio un brinco.

Kelly, se dijo. La cena llegaba un poco temprano. Se secó la cara, colgó la toalla en la percha y se dirigió al dormitorio.

Kelly no estaba.

No parecía obra de Seguridad.

—Cuidador —llamó—. Cuidador, quiero hablar con Florian AF. En la habitación de al lado. Ni un sonido.

—Cuidador, quiero una respuesta. Ni una palabra. Dios, Dios mío.

Es Abban, sera —anunció el Cuidador y Ari se levantó a medias de la silla para abrir la puerta ella misma porque Florian y Catlin seguían ocupados con los controles de la habitación.

—¡Sera! —dijo Florian con severidad tras ella, y Ari se detuvo mientras él iba a abrir la puerta. De nuevo la norma—. Voy a buscar la cena —dijo con más calma entonces—. Ya he revisado la ducha —agregó con una sonrisa.

—Me alegro muchísimo. —Ari empezó a caminar hacia el baño, miró hacia atrás cuando se abría la puerta y vio a Abban que se asomaba con la bandeja.

Y entonces, se produjo un golpe sobre la ventana de la pared de la habitación contigua, la de Justin.

—¡ Florian! —lo oyó gritar ella.

Y entonces toda la pared estalló, una sábana de fuego brillante, una onda como un primer golpe contra ella; y Ari cayó sobre el brazo de una silla, se quedó de rodillas contra el hueco estrecho que se abría en la pared. Saltaron las llamas y sonó una ráfaga de disparos a su derecha, las balas golpearon a su izquierda y ella miró con los ojos muy abiertos durante una horrenda décima de segundo, abriendo los brazos cuando un cuerpo llegó volando por el aire hacia ella, mientras trataba de protegerse la cabeza con las manos.

Un segundo después, reinó una quietud horrible excepto por el crepitar del fuego que iluminaba la sábana de humo cada vez más baja, después el ruido de una silla que alguien arrastró de pronto. Florian se movía. Vio la cara amargada y dura de Catlin boca abajo; sobre ella bajo la luz anaranjada, sintió que la rodilla de Florian le hacía daño en la pierna y que una mano hacía fuerza sobre su hombro cuando él trató de levantarse. Él sé sostuvo y apartó un brazo que había puesto alrededor de Ari con Catlin al otro lado. Florian se tambaleó y se apoyó en la pared.

Una pared sólida de fuego rodeaba la otra puerta, un tumulto de voces afuera. ¿Suyos o nuestros?, se preguntó Ari, desesperada. El fuego envolvía cuerpos en el suelo, cadáveres medio destruidos, irreconocibles excepto por los uniformes negros de Seguridad, justo en el lugar en que había estado Abban. El calor quemó las manos y la cara de Ari.

¿Quién es el Enemigo? ¿Qué nos está esperando ahí afuera? ¿Cuál debe ser nuestro primer movimiento? ¿Se puede cruzar un fuego tan salvaje? ¿El fuego es en el vestíbulo?

Sintió la duda en Florian y Catlin, sólo un segundo; después, Florian respiró y dijo a alguien que no estaba presente:

—Florian a Seguridad Dos; alguien ha desconectado los sistemas de extinción de incendios. Por favor, conecten de nuevo el sistema dos. Hay un pirómano. Contesten.

—Están contestando —anunció Catlin.

—¿Quién contesta? —preguntó Ari y se ahogó con el humo. El fuego los cegaba, los quemaba con el calor, y empeoraba a medida que transcurría el tiempo—. Mierda, ¿dónde están los extintores manuales?

Y en ese momento, se conectaron los sistemas de extinción con un aullido de sirenas.

Había fuego: Justin se dio cuenta de eso, del calor lleno de chispas que lo llevó a moverse antes de haber recuperado del todo la conciencia, del humo que le quemaba la nariz, la garganta y los pulmones, tan letal como el fuego y más difícil de evitar. Se arrastró sobre los restos de mamparas deshechas y metal caliente, sintió que se hacía un corte en la pierna cuando avanzaba, perdió el equilibrio y terminó por avanzar sobre el vientre, como un reptil, por debajo del gran escritorio que había acabado a los pies de la cama; lejos del fuego, eso era lo único que se le ocurría por el momento, hasta que se le aclararan los ojos y pudiera ver la puerta del pasillo a través del humo, más allá de las ruinas del techo y los tabiques derrumbados sobre los muebles.

Después, el vacío. Se despertó de rodillas, aferrado a la manija de la puerta, tratando de ponerse en pie de nuevo con el fuego a la izquierda, las luces como grupos de soles en un universo que se había convertido en oscuridad, fuego y gritos procedentes de algún sitio. Abrió el cerrojo manual, logró destrabar la puerta y tiró de ella para abrirla contra la obstrucción de los cascotes a su alrededor.

Otra vez el vacío. Estaba en el pasillo, figuras de negro corrieron hacia él y uno de ellos lo aplastó contra la piedra irregular de la pared. Pero hubo uno que lo detuvo, lo levantó y le gritó:

—¡Busque la salida de incendios! Por ahí.

Sintió el material duro de los trajes de incendios, alguien le apretó una máscara contra la cara y lo arrastraron mientras respiraba un aire más limpio. Después vio la salida de incendios y trató de seguir solo, a través de las puertas, hacia el aire libre. El hombre le gritó algo, lo empujó para que pasara.

Vacío. Alguien lo sostenía. Había gente a su alrededor en la escalera.

—¿Dónde está el fuego? —le gritó alguien—. ¿De dónde viene usted?

No podía contestar. Tosió y casi cayó; pero lo ayudaron y siguió caminando.

X

—Kelly EK está muerto —informó Catlin con calma mientras seguía escuchando la red.

Los helicópteros de rescate seguían llegando a la pista fuera del Hospital Mary Stamford, y Ari apartó furiosa a un técnico médico que estaba tratando de decidir si el chichón que la joven tenía en la cabeza necesitaba tratamiento.

—Por Dios Santo, déjeme en paz. Catlin, ¿dónde?, ¿en la habitación?

—En el pasillo —respondió Catlin—. Solo. Lo identificaron por el uniforme. Ahora están buscando en la parte más alejada del edificio, donde llegan las escaleras de incendio: muchos de los huéspedes salieron por ese lado.

—Dios. —Ari se pasó una mano por la cara, un reflejo: tenía un injerto en la mano y el sudor le escoció mucho cuando la rozó.

Los bomberos habían controlado el fuego, decía el informe. Se habían producido explosiones en varios lugares del apartamento, en la habitación azul y en la blanca. Las explosiones empezaron en la blanca, había informado Florian, terriblemente afectado. Un examen superficial no lo hubiera detectado, pero nos hubiéramos dado cuenta si hubiéramos hecho el control desde el principio. Abban nos dominó psicológicamente. Él tenía el mando: vi el brillo en su portafolios sobre la mesa; y ese equipo era de los más modernos.

Había sucedido con tanta rapidez, el grito urgente de Justin por la puerta entre las habitaciones, esa décima de segundo de aviso que había disparado los reflejos de Florian y había traído a Catlin, armada, desde la puerta del dormitorio en el instante de la primera explosión en una cadena de ideas que era algo así como «con el control adecuado no hay explosiones», «Abban hizo el control», «¡fuego!»..., una fracción de segundo antes de que los disparos de Abban volvieran contra ella. Un buen tiro con una pistola normal y otro mejor con explosivos, eso era todo, mientras Abban dudaba un momento fatal entre el blanco A y el B.

Órdenes de Giraud, pensó Ari. Giraud ordenó que me mataran.

Equipos de rescate habían entrado en la habitación chamuscada de Justin. Habían buscado entre los restos del desastre, pero desde el momento en que dijeron que la gran vitrina se había derrumbado junto a la puerta que unía la habitación con la suite y había protegido aquella zona de la explosión, y que habían encontrado la puerta del vestíbulo abierta, Ari pensó que Justin tenía que haber salido. Había dos muertos por asfixia; Kelly quemado (fue imposible reconocerlo), y no junto a Justin, donde debería haber estado; y varios heridos graves que habían tratado de llegar hasta ella y que Ari deseaba ver recuperados. Pero Seguridad del piso inferior había llegado con un equipo de emergencia, y un capitán con sentido común había recibido el aviso de Florian sobre los sistemas de extinción y había llegado al sistema de control para conectarlo de nuevo —Abban se había preocupado hasta de esos detalles—, mientras otro ordenaba a los que no tenían equipo contra incendios que se retiraran, inmediatamente, y eso fue una gran ventaja, porque muchos eran azi y tal vez habrían tratado de ayudarla sin trajes de incendio y habrían muerto en el intento.

—¡Mierda! —Algo astrigente le mordió la herida de la cabeza . Ya le habían extraído un ancho pedazo de plástico del hombro. Florian estaba mucho peor porque había recibido varios en el cuerpo y había sangrado mucho, no estaba en condiciones de llevar a cabo el control, pero Florian estaba en una puerta y un guardia de confianza en otra, controlando la identificación de la gente que entraba y viendo cómo se justificaba el personal de Reseune.

Abban y los dos que estaban a su lado habían muerto. No sé si estaban con él, había dicho Catlin. No hubo tiempo de preguntar.

Una ambulancia que llegaba subió a la vereda y Justin retrocedió, tropezó y se recuperó en la oscuridad, en el caos de luces y equipos contra incendios, anuncios por los altavoces, huéspedes en pijama y bata de noche, reunidos en la calle, en el exterior o sobre la zona de los senderos de grava. La luz del fuego se extendía en medio del humo, que envolvía las luces de emergencia y el raudal de agua que bajaba por la entrada principal y el sendero de coches.

Ahora estaba en la calle. No sabía cómo había llegado hasta allí ni dónde estaba el hotel. Andaba tambaleándose. Encontró un banco donde sentarse en la oscuridad. Dejó caer la cabeza entre las manos y sintió que estaba sudando a pesar del frío de la noche.

Se quedó en blanco durante un rato más. Estaba caminando de nuevo, frente a una calle sin salida en un espacio entre dos edificios. Al fondo del callejón había una escalera que descendía. Camino peatonal, rezaba el cartel.

Busca un teléfono, pensó. Consigue ayuda.

Y después: No estoy pensando con claridad. Dios, y si...

Fue alguien del personal. Seguridad había revisado.

Abban... Abban había revisado.

¿Fue contra mí? ¿Fui el único?

Ari...

Tropezó por los escalones, se aferró a la barandilla y llegó hasta el fondo, ante unas puertas de seguridad que se abrieron cuando pasó, hacia un túnel iluminado que se extendía hacia un vacío fantasmal y extraño.

—Tío Denys —dijo Ari; y de pronto el peso le pareció demasiado para ella; tío Denys, como había dicho en el hospital cuando se rompió el brazo y le dieron el teléfono, cuando tuvo que decirle al tío Denys que se había portado como una tonta. Esta vez no había sido tonta, se dijo a sí misma; tenía suerte de estar con vida. Pero tampoco iba a darle el informe con voz orgullosa—. Tío Denys, estoy bien. Y también lo están Florian y Catlin.

Gracias a Dios, Han dicho que os habían matado, ¿entiendes?

Estoy bien viva. Unos pocos arañazos y algunas quemaduras. Pero Abban ha muerto. Y cinco más. En el fuego. —Había un límite para lo que se podía decir en la red mediante los controles remotos que Florian había instalado en el sistema móvil—. Voy a asumir el mando de Seguridad aquí, yo misma. Doy órdenes a través de la red. Seguridad está muy comprometida en esto, ya me entiendes. Alguien entró. —Le empezaron a temblar las manos. Se mordió el labio y respiró hondo—. Hubo otras dos bombas hoy, los pacifistas volaron un edificio en el centro de la ciudad, dicen que ellos atacaron el hotel y amenazan con hacer algo peor; estoy en contacto con la policía de Novgorod y con todos nuestros sistemas.

Entiendo — dijo Denys antes de que ella tuviera que decir más de lo que quería—. Eso me tranquiliza. Lo tenemos en la red. Dios, Ari, ¡qué problema!

—No te sorprendas mucho de nada. Está bien. El Departamento se ocupa de la situación en el hotel. Mira la red.

Entiendo. Entiendo totalmente. Mejor será que cortemos la comunicación. Voy a darte prioridad, inmediatamente. Gracias a Dios que estás bien.

Pienso seguir así —advirtió ella—. Cuídate. ¿De acuerdo?

Cuídate tú — recomendó Denys—. Por favor. Ella cortó, pasó el teléfono a Florian.

—Tenemos confirmación —dijo él—. El avión dejó Planys. Esperan aterrizar a las 1450 mañana.

—Bien —dijo ella—. Bien. —Con el poco control que todavía le quedaba.

—El canciller Harad te espera en el teléfono, también el canciller Corain. Han preguntado por tu seguridad.

Extraños camaradas, pensó ella. Pero era normal que llamaran: Harad porque era un aliado; Corain porque, aunque le tuviera miedo, aún temía más a los pacifistas, a los radicales de su propio partido y a los radicales de Defensa.

—Voy a hablar con ellos. ¿Tenemos periodistas afuera?

—Muchos.

—Quiero hablar con ellos.

—Sera, está cansada, está mal todavía.

—No soy la única, ¿verdad? Mierda, consígueme un espejo y un poco de maquillaje. Es la guerra, ¿me oís?

El espejo en el baño del túnel peatonal le mostró una cara manchada de negro que por un segundo Justin no reconoció. Los brazos y las manos bastaban para provocar preguntas, además del olor del humo en la ropa; abrió el agua, tomó un poco de jabón entre las manos y empezó a lavarse, apretando los dientes cuando llegaba a los golpes y arañazos.

El suéter azul oscuro y los pantalones estaban manchados, pero al menos el agua quitó lo peor. Después, Justin se secó el cabello y los hombros bajo el aire caliente, se miró de nuevo y el espejo le devolvió una cara terriblemente pálida. Estaba empezando a necesitar un afeitado. Tenía el suéter quemado y roto, un desgarrón sobre la rodilla y un golpe en ese mismo lugar. Cualquiera que lo viera, pensó, avisaría a la policía.

Y terminaría frente a la ley de Cyteen.

Se recostó contra el lavabo y se pasó agua fría por la cara, apretando los dientes para luchar contra una sensación de náuseas que lo dominaba constantemente desde la explosión. Había pensamientos que trataban de insinuar una conclusión en un nivel consciente y emocional: Fue la pared de Ari; quién lo hizo en el personal..., quién lo hizo...

Abban. Órdenes de Giraud. Pero soy el único blanco accidental. Si ella ha muerto...

La idea le resultaba increíble. Abrumadora. Ariane Emory tenía años y años por delante. Ariane Emory disponía de un siglo todavía, formaba parte del mundo, de su pensamiento, era... como el aire y la gravedad.

... hay otro al mando, alguien que necesita un chivo expiatorio.

Los pacifistas. Jordan.

Amy Carnath que espera en el apartamento, con Grant, con Seguridad. Si Ari está muerta... qué pueden hacer...

Tienen a Jordan, tienen a Grant... Soy el único que todavía está libre, el único que puede causarles problemas.

Algo andaba mal. Grant oyó la llamada del Cuidador en el otro dormitorio; le habían asignado el de Justin, que era el suyo también, por cortesía, pensó, porque era la habitación más grande, o tal vez porque lo sabían. Florian había preparado el Cuidador para que respondiera a Amy Carnath, así que nada de lo que se decía era para él, pero se daba cuenta de que no debía de ser una estupidez si despertaba a la joven sera a esa hora de la noche. Después de eso, oyó a Amy y a Quentin moviéndose y hablando en voces que no podía distinguir del todo ni aún con la oreja sobre la puerta. Golpeó la puerta con la palma abierta.

—Joven sera, ¿sucede algo? No hubo respuesta.

—¿Joven sera? ¿Por favor?

Mierda.

Volvió a la cama grande y poco familiar, se recostó mirando el techo con los ojos muy abiertos y las luces encendidas, tratando de convencerse de que no pasaba nada.

Pero finalmente, sera Amy apareció en el Cuidador y dijo:

—Grant, ¿estás despierto?

—Sí, sera.

—Ha habido un incidente en Novgorod. Alguien puso bombas en el hotel. Ari está bien. Aparece en vídeo. ¿Quieres venir a la sala?

—Sí, sera. —No sintió pánico. Se levantó, se puso la bata y salió a la puerta que Quentin abrió para él—. Gracias —le dijo y fue hasta la sala donde lo esperaba Amy, sentada en el sofá.

El se sentó del otro lado de la U que formaba el sofá y Quentin en medio, entre él y Amy; Grant se sentó con los brazos cruzados para defenderse del frío, mirando las imágenes de los vehículos de emergencia, el humo que se esparcía y hervía por los huecos abiertos en los dos últimos pisos del hotel.

—¿Ha muerto alguien? —preguntó con calma, negándose a sentir terror. Sera Amy no era cruel. No lo iba a llevar ahí para someterlo a un truco psicológico. Él pensaba eso, pero de todos modos era posible.

—Cinco de Seguridad —dijo Amy—. Dicen que los pacifistas colocaron la bomba. No dicen cómo. No sé nada más. Se supone que no debemos hablar por teléfono para no dar pistas de dónde está la gente, de lo que pasa o de cuándo piensan ir a cada lugar. Es la norma.

Grant la miró por detrás de Quentin. No había miedo, todavía no; pero la adrenalina ya empezaba a fluir, amenazándolo con escalofríos, un conflicto entre luchar y escapar.

—He recibido una llamada del doctor Nye que me advertía que no te dejara ir —dijo Amy—. Dice que le gustaría que te enviara abajo, con Seguridad, pero yo me negué. Le mentí. Le aseguré que estabas encerrado bajo llave.

—Gracias —dijo Grant, porque había que responder algo.

Y miró el vídeo.

El maquillaje cubría las quemaduras menores, pero dejó que se viera el golpe y la quemadura de la mejilla; se puso dos hebillas en el pelo pero lo dejó flotar alrededor de la cara. Tenía un suéter limpio en el equipaje que Seguridad había rescatado de la suite, pero decidió salir ante la cámara con lo que llevaba puesto, la blusa de satén gris con la sangre, los golpes, las manchas y la marca que había dejado la espuma del extintor.

Estaba segura de que las imágenes aparecerían en todo Novgorod por la mañana.

—Lo intentaron —dijo amargamente, en respuesta a la pregunta sobre su reacción por lo que había pasado; se enfrentó a las cámaras con una serie rápida de respuestas que no abordaban el tema de quién lo había hecho y le daban el punto de partida para lo que quería decir—. Estamos muy bien, gracias. Tengo una declaración personal que hacerles primero, después podrán formular las preguntas.

»No sé todavía por qué ha pasado esto. Conozco parte del asunto; y fue un intento no tanto para silenciarme, porque yo no tengo voz en política, sino para matarme antes de que llegue a la edad de tenerla.

»Ha sido un movimiento de poder de algún tipo porque quien lo organizó quería el poder sin el proceso que implica llegar a él. Costó las vidas de gente muy valiente que intentó rescatarme a mí y a otros a pesar del fuego y el peligro de otras explosiones; más, fue un claro intento de destruir el proceso político, no importa quién lo instigó ni quién lo perpetró. No creo que los pacifistas tuvieran nada que ver con ello. Su ansiedad por reivindicar el atentado es típico de su forma de actuar; y esperan obtener ventajas de eso, ventajas, porque eso es exactamente lo que está sucediendo: que un puñado de individuos, demasiado pequeño para constituir un partido e incapaz de obtener la mayoría en un debate, cree que puede dominar a la gente mediante terror, y crea una atmósfera en la que cualquier tonto con un programa concebido a medias puede intentar lo mismo y añadirse a la confusión que esperan utilizar. Quiero decirles que ya sean los pacifistas o un individuo con una opinión personal que considera más importante que la ley, se está atacando la paz, nuestra libertad, y cada uno de estos ataques, no importa qué los motive, hace que el resto de nosotros, los que respetamos la ley, nos afiancemos en nuestra convicción de que no queremos asesinos a cargo de nuestras vidas, de que no necesitamos consejos de asesinos sobre cómo organizar nuestros asuntos.


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