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Dersu Uzala
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Текст книги "Dersu Uzala"


Автор книги: Владимир Арсеньев



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Acabamos por aproximarnos al lugar donde se encontraba la cabaña e hicimos pie sobre el hielo. Una mujer vino a nuestro encuentro, acompañada de tres niños atemorizados, que se escondían detrás de su madre. Habiéndonos hecho entrar en la cabaña, ella nos siguió, se sentó cerca del fuego y encendió su pipa, mientras que los pequeños se quedaron fuera y se pusieron a amontonar pescado en el granero. La cabaña estaba llena de hendiduras por donde el viento entraba silbando. El fuego estaba encendido en el centro de la habitación. Los niños entraron a veces para calentar sus manos desnudas, trabajaban sin tener aspecto de pasar frío. Si uno de ellos se retrasaba más que los otros cerca del fuego, el padre refunfuñaba y lo perseguía.

—Pero el pequeño tiene frío —dije una vez a Dersu, rogándole tradujera mis palabras al anfitrión.

—No tiene más remedio que habituarse —objetó el udehé—. Si no, morirá de hambre.

Este hombre tenía razón. Cuando se trata de la naturaleza y se está obligado a explotar los productos naturales, hay que tomarla como es, incluso si es dura.

Tras haber consultado a los indígenas a propósito del camino, nos volvimos a poner en marcha y llegamos pronto a una aldea de cazadores chinos, situada sobre la misma orilla del Iman y habitada por cinco familias que se repartían las tres cabañas. Allí fue donde detuve mi destacamento.

El 31 de octubre, la helada aumentó sensiblemente y el río acarreó hielos. No obstante, los udehésdecidieron conducirnos en barca tan lejos como la vía fluvial lo permitiera.


20




Situación difícil


A una hora muy mañanera del primero de noviembre, comenzamos a descender en barca la corriente del Iman. Los udehésse habitúan desde la infancia a navegar por estos ríos de montaña. Todo el tiempo se está obligado a mirar hacia delante, para reconocer exactamente tal lugar donde se ha de hacer más lenta la marcha de la embarcación o tal otro donde hay que virar para volver a colocarla contra la corriente. Pero se debe también aprovechar el momento que exige franquear rápidamente un pasaje peligroso. La menor falta permitiría al torrente impetuoso llevarse la barca a la deriva y estrellarla contra las rocas. La embarcación vacila, evidentemente, al franquear los rápidos, lo que hace aún más difícil mantener el equilibrio necesario. Nuestro viaje se complicaba por el hecho de que la corriente acarreaba hielos, y porque el canal navegable se encontraba reducido por las capas congeladas que se extendían a lo largo de las dos orillas. El hielo nos impedía elegir la dirección a nuestro gusto, y nos imponía otra, que era la única practicable. Esto se manifestaba especialmente cuando un rápido coincidía con un remolino. Por otra parte, la corriente se hacía más fuerte en el centro del río, a medida que se ensanchaban las superficies congeladas sobre los dos flancos.

Como cualquier otro torrente de montaña, el Iman abunda en rápidos. Uno de ellos, considerado como el más peligroso, deja oír su ruido a una gran distancia. El declive del fondo del río es inmediatamente perceptible a la vista. Sobre una de sus riberas se levanta una roca inclinada hacia el agua, cuya base, siempre embestida por el torrente, estaba entonces cubierta de espuma helada.

Tras haber parado la embarcación, los udehésse consultaron y la colocaron a través de la corriente. Después, la dejaron lentamente progresar en esa posición. Pero en el momento en que una oleada más fuerte nos llevó hacia las rocas, un golpe hábil les permitió sacar la embarcación del remolino. Noté en sus ojos que acabábamos de escapar a un serio peligro. Dersu permanecía más calmo que todos nosotros y le comuniqué mis impresiones.

—Está bien, capitán —me respondió—. Un udehées como un pez. Nosotros no podríamos hacer otro tanto.

Pero las dificultades aumentaron en el curso de la ruta. Los hielos se amontonaban cada vez más y las capas congeladas no hacían más que crecer por los dos lados. Los udehésvolteaban más ágilmente en medio de estos bloques, empujándolos con golpes de pértiga. En un recodo especialmente difícil, estos bloques se habían acumulado en gran cantidad, no dejando en el centro más que un pasaje estrecho. No sabiendo si éste era franqueable o iba a terminar en un callejón sin salida, nuestros remeros pararon la embarcación para preguntarme si era necesario o no correr el riesgo. Como ya estaba verdaderamente harto de este viaje fluvial, con mi mochila a la espalda, resolví tentar la suerte. Dersu trató de disuadirme, pero yo no era de su misma opinión, suponiendo que, en caso de fracasar, podríamos de todas maneras alcanzar la orilla.

Ciertamente, no podíamos quedarnos mucho tiempo en el mismo lugar. Era forzoso avanzar; pero apenas hubimos franqueado unos cuarenta metros, vimos el pasaje obstruido: más allá, no había más que hielo compacto, al cual era imprudente acercarse. En efecto, si la corriente hubiera llevado allí nuestra sobrecargada embarcación, ésta se hubiera llenado de agua inmediatamente. Había, pues, que volver lo más pronto posible, pero esto no era tan fácil. No pudiendo ya hacer virar la embarcación en aquel estrecho pasaje, tuvimos que ir retrocediendo, con la popa delante. Como si fuera a propósito, éste era el lugar más profundo del canal, donde las pértigas alcanzaban apenas el fondo sólido. Con grandes esfuerzos, pudimos franquear la mitad de la distancia. En este momento, uno de los udehésdio un grito de angustia, que me reveló la inminencia del peligro. Me volví y vi un bloque de hielo enorme, que venía a nuestro encuentro con una rapidez que no nos permitía ya salir del estrecho canal. Los remeros aplicaron todas sus fuerzas, pero el bloque no dio tregua. Golpeando con estrépito contra uno de los bordes del pasaje, fue a continuación rechazado hacia el otro. El resultado fue imprevisto: estos choques violentos pusieron en movimiento todos los bloques a la vez y el pasaje se redujo.

—¡Los hielos van a romper la embarcación! —gritó Dersu, con voz irreconocible—. ¡Hay que utilizar rápidamente las piernas!

Saltó del barco y corrió sobre aquel hielo flotante hacia la orilla, teniendo en sus manos la amarra. Por dos veces, dio zambullidas involuntarias, pero consiguió remontar cada vez sobre el hielo. Felizmente, la orilla no estaba lejos. Imitando el ejemplo del gold,los cosacos saltaron a su vez. Dos de ellos ganaron la orilla sanos y salvos, pero Murzine se hundió. En el momento en que iba a volver a trepar sobre un bloque de hielo, éste se dio vuelta. Toda la acrobacia del cosaco no sirvió sino para hundirlo más aún en el agua. Un solo minuto más hubiera bastado para que pereciese. Pero Dersu fue en su socorro, arriesgando su propia vida. Durante este tiempo, habíamos logrado —los bateleros y yo– pasar de un bloque de hielo a otro, tirando siempre del barco y agarrándonos a la vez. La proa llegó casi a rozar a Dersu y a Murzine, lo que les salvó a los dos. Pero la embarcación se encontró de nuevo bloqueada a través de la corriente y fue arrastrada por los hielos. No tuvimos otro remedio que lanzar nuestras mochilas sobre la orilla y trepar a continuación nosotros mismos.

Unos minutos después, nuestro barco fue proyectado contra el gran peñasco. Como un ser viviente, la embarcación tropezó aún algún tiempo, resistiendo los bloques de hielo, pero se partió de golpe con estrépito, como cortada en dos. Un último crujido, un despojo emergiendo de las aguas, y después, todo desapareció.

No bien nos encontramos en la orilla, nuestro primer movimiento fue encender un fuego para secarnos. Alguien opinó que sería necesario hacer el té y comer un poco. Pero cuando nos pusimos a buscar el saco de provisiones, no pudimos encontrarlo. Faltaba también una de nuestras carabinas. A falta de otros comestibles, cada uno comió lo poco que tenía en su bolsillo; después, continuamos nuestro camino, pero a pie. Los udehésnos aseguraron que llegaríamos hacia la noche a una fanzadonde esperaban encontrar pescado congelado.

En efecto, llegamos a esa vivienda a la caída del crepúsculo. Estaba vacía, pero los cosacos descubrieron en el granero grandes pescados secos y tuvimos que contentarnos con esa escasa cena.

En este lugar, el Iman forma un vasto meandro y recoge a uno de sus principales afluentes, que viene a desembocar del lado norte y que se llama Armu. El 2 de noviembre, hacia el mediodía, llegamos a un río cuya corriente tuvimos que costear para remontar hacia el paso de la cresta que obliga al Iman a hacer esta gran curva. Pero he aquí que se nos presentaron a la vez dos fuentes: una, corriendo hacia el norte y la otra, hacia el oeste. Probablemente, hubiéramos tenido que seguir la segunda. Pero, por temor, yo me metí en la otra dirección. Habiendo al menos franqueado el paso, instalamos nuestro campamento en cuanto encontramos el combustible necesario y un espacio más o menos llano.

En la mañana del 3 de noviembre, comimos los restos de nuestro yukola [27]y partimos con nuestras mochilas aligeradas. Como no podíamos ya contar más que con los productos de la caza, se decidió que Dersu debía ir delante y que nosotros íbamos a seguirle a una distancia de unos trescientos pasos, a fin de no asustar a la caza. Cada uno de nosotros esperaba que el goldmataría algún animal, pero fue en vano. No se escuchó ni un solo disparo.

El valle se hacía más espacioso. A mediodía, encontramos un sendero muy pequeño, apenas visible, y que se desviaba hacia la izquierda, hacia el norte, franqueando un pantano lleno de mogotes. Como el hambre se hacía sentir cada vez más, todo el mundo guardó silencio durante la marcha. De repente, vi al goldque iba a derecha e izquierda, inclinándose y recogiendo algo de tierra. Le interpelamos en seguida:

—Bueno, ¿qué has encontrado allí? —le preguntó uno de los cosacos.

—Los osos han venido aquí para comer pescado —respondió el gold—. Pero han tirado las cabezas y eso es lo que yo recojo.

En efecto, había muchas cabezas de pescado esparcidas sobre la nieve. Era evidente que los osos habían pasado por allí después que la tierra fuera cubierta por el sudario del invierno.

A falta de pan, buenas son tortas. ¿Por qué, pues, desdeñar, cuando se tiene hambre, los restos de un festín de osos? Cada uno se aplicó con la mejor disposición, y al cabo de un cuarto de hora, todos nuestros bolsillos estaban repletos de cabezas de pescado. Ocupados en esta tarea, no nos dimos cuenta de que nuestro valle, tan insignificante, nos había llevado a una corriente de agua bastante importante. Era el río Sinantza. Según las afirmaciones de los udehés,debíamos llegar al Iman al día siguiente hacia el mediodía. Pasamos a la orilla opuesta para instalar nuestro campamento en medio de un bosque espeso de coníferas. ¡Qué regalo nos parecieron las cabezas de pescado! Algunas de ellas, que contenían todavía bastante carne, constituyeron verdaderos hallazgos; nos las repartimos en porciones iguales y comimos una cena excelente, aunque poco copiosa. La noche fue fría, pero pudimos dormir muy bien gracias a la abundancia de combustible. Sin embargo, al alba del 4 de noviembre, nos levantamos con hambre. Como no era fácil adelantar, hundiéndonos hasta las rodillas en la nieve, no alcanzamos a hacer más que dos kilómetros por hora. Fallaron nuestras previsiones de caza abundante, así como nuestra esperanza de encontrar todavía algunas cabezas de pescado. Uno de los cosacos entrevió un almizclero y le disparó, pero sin éxito.

De acuerdo con la duración de nuestra marcha, hacía tiempo que deberíamos haber llegado al Iman. A cada recodo, contaba con percibir la desembocadura del Sinantza, que estábamos dispuestos a costear, pero solamente se veía el bosque; después, un nuevo recodo, otra vez el bosque, y así indefinidamente.

A la hora del crepúsculo, encontramos una pequeña barraca, construida de raíces. Me puse contento, pero Dersu no la encontró de su agrado. Me hizo notar que había en torno a ella vestigios de hogueras. Esta circunstancia y la ausencia total del utillaje habitual de que se sirven los habitantes de la taiga, indicaban que la barraca no era utilizada por los caminantes más que como abrigo para la noche; resultó, pues, que el Iman debía encontrarse todavía a una jornada de marcha, como mínimo. Ahora bien, los hombres sufrían mucho el hambre. Los cosacos estaban tristes cerca del fuego, sin hablar apenas. Para engañar el hambre, se acostaron más pronto que de costumbre. Toda la noche estuve obsesionado por dudas e inquietudes. Si al día siguiente no encontrábamos nada para cazar ni íbamos tampoco a alcanzar el Iman, sería realmente fatal. En verano, se puede pasar sin comer durante varios días; pero en invierno, el hombre hambriento puede sucumbir rápidamente al frío.

Por la mañana, Dersu estuvo en pie antes que los otros y me despertó el primero. Según él, había que avanzar tanto como fuera posible, mientras nuestras piernas pudieran llevarnos. Pero apenas estuvimos en ruta, sentí que mis fuerzas disminuían; mi mochila me pareció tener doble peso que la víspera. Cada media hora, hicimos un alto para sentarnos y reposar. Teníamos ganas de tendernos y no hacer nada, lo que era una mala señal. Avanzamos hasta el mediodía, haciendo muy poco camino. En estas condiciones no íbamos ciertamente a alcanzar el Iman en la jornada. En el transcurso de la ruta, disparamos algunos tiros de fusil, abatiendo tres trepadores y un pico-verde. Pero, ¿qué significaba aquello para cinco hombres? Entretanto, el tiempo se ensombreció y el cielo se cubrió de nubes. Súbitas ráfagas de viento hicieron elevar la nieve en el aire, disipándola en polvo blanco y formando torbellinos por encima del río. Este presentaba tan pronto superficies llanas, enteramente barridas por las ráfagas, como grandes montones de nieve que el viento había acumulado. En el curso de la jornada, sufrimos todos el frío, pues nuestras ropas usadas no llegaban a protegernos lo suficiente.

Una colina rocosa, que se encontraba a nuestra derecha, levantaba sus acantilados escarpados por encima del río. Encontramos una especie de pequeña caverna, donde encendimos pronto una hoguera. Dersu suspendió por encima del fuego una marmita e hizo hervir agua. A continuación, sacó de su mochila una pieza de piel de ciervo, la calentó al fuego y la cortó con su cuchillo en mil bandas finas como cintas. Después de haberla cortado así, la arrojó en la marmita y la hizo hervir largo tiempo. A continuación, nos dirigió las siguientes palabras:

—Cada uno debe comer para engañar a su vientre y recuperar algunas fuerzas. Después, habrá que avanzar rápido, sin tomarse reposo. En ese caso, antes de la puesta del sol, encontraremos el Iman.

La primera de estas reflexiones era superflua, ya que cada uno de nosotros estaba dispuesto a tragar cualquier cosa. Si bien la piel había estado sometida a una larga cocción, quedó bastante dura para resistir la acción de los dientes. El goldnos aconsejó, es cierto, no abusar, deteniendo a los muy ávidos con esta simple indicación:

—No hay que comer demasiado. Es malo.

A la media hora, levantamos el campo. Sin habernos saciado, esta piel consumida activó no obstante el funcionamiento mecánico de nuestros estómagos. Dersu no se privó de decir pestes de los retrasados. La jornada había terminado, pero nosotros continuamos todavía caminando. El río Sinantza parecía interminable; a cada uno de sus meandros, no percibíamos más que nuevas superficies heladas. Arrastramos con pena nuestras piernas, avanzando como ebrios. Sin la persuasión del gold,hubiéramos acampado hacía tiempo. Por fin, hacia las seis de la tarde, aparecieron indicios de una vivienda próxima: huellas de esquíes y pequeños trineos, entalles frescos de madera serrada, y así sin parar.

—El Iman no está lejos —afirmó Dersu en tono contento, y al mismo tiempo el ladrido lejano de un perro pareció hacerse eco de sus palabras. Después de un último recodo, vimos centellear luces. Era el pueblo de Sian-Shi-Kheza. Un cuarto de hora más tarde, estuvimos muy cerca de él. Jamás yo me sentí tan fatigado como aquel día. Llegados a la primera fanza; entramos para acostarnos vestidos sobre el kang.No quisimos ni comer ni beber ni hablar; nuestro único deseo fue tendernos.

Nuestra aparición provocó naturalmente emoción entre los chinos y fue nuestro anfitrión el que se mostró más agitado de todos. En secreto, despidió hacia algún sitio a dos de sus obreros. Poco tiempo después, otro chino llegó a la fanza.Mejor vestido que los otros hombres, se mostró muy desenvuelto, nos habló en ruso y me preguntó quiénes éramos y de dónde veníamos. Su lenguaje, lejos de ser elemental, era puro y regular, a menudo, incluso amenizado con proverbios rusos. Nos rogó en seguida que nos trasladáramos a su morada, y se presentó ante nosotros con el nombre de Li-Tan-Kui, hijo de Li-Fine-Fu. Nos explicó que su casa era la más bella del pueblo, mientras que la fanzadonde nosotros estábamos pertenecía a un miserable, etcétera. Después, volvió a salir y habló largo tiempo en voz baja a nuestro anfitrión. Este vino a su vez a rogarme que me trasladase a casa de Li-Tan-Kui. A pesar mío, debí consentir. No se sabe de dónde llegaron varios obreros que habían ya tenido tiempo de transportar nuestros efectos. Cuando nos encontramos en el sendero, Dersu me tiró suavemente de la manga y me dijo:

—Es un taimado; creo que quiere embaucarnos. Yo no dormiré esta noche.

Yo también había encontrado sospechoso a este chino. Y su obsequiosidad no me había gustado en absoluto.

Por la noche alguien me sacudió por la espalda, despertándome. Me levanté en seguida y encontré al goldsentado a mi lado. Me hizo señal de evitar todo ruido y me contó que Li-Tan-Kui le había ofrecido dinero, rogándole que me desaconsejase toda visita a los udehésestablecidos en Vangubé y que me hiciera alejar de sus viviendas. Con esta condición, el chino prometía poner a nuestra disposición guías y portadores especiales. Dersu le había respondido que aquello no dependía de él y se había vuelto a acostar en el kang,simulando dormir. Li-Tan-Kui esperó el momento en que Dersu, según todas las apariencias, estaba realmente dormido, para salir disimuladamente de la fanzay marcharse a caballo.

—Tenemos que ir mañana a Vangubé. Yo creo que hay allí algo malo —tal fue la conclusión del relato que me hizo el gold.

En este momento, resonó fuera como un galope de caballo; nosotros volvimos a nuestros sitios sobre el kangy simulamos los dos estar durmiendo. Li-Tan-Kui entró, pero se detuvo a escuchar sobre el dintel y no fue a desnudarse ni acostarse hasta después de haberse convencido de que todo el mundo dormía. En efecto, yo me dormí en seguida y no me desperté hasta una hora en que el sol estaba ya alto en el cielo. A decir verdad, fue un cierto ruido el que interrumpió mi sueño. Al preguntar lo que había pasado, los cosacos me anunciaron la llegada de algunos udehés.Me vestí para presentarme delante de ellos y quedé sorprendido de la enemistad que reflejaban sus miradas.

Después del té, declaré que me marchaba. Li-Tan-Kui trató de persuadirme para quedarme todavía en su casa un día, prometiendo hacer matar un cerdo en mi honor, etc. Dersu me guiñó en ese momento un ojo para hacerme comprender que no aceptase. El chino comenzó a importunarme, ofreciéndome un guía, pero yo decliné también este género de servicio. Todas estas mañas de nuestro anfitrión fueron inútiles para embaucarnos.

Los chinos del Iman, todos bien armados y llevando una vida muy holgada, fueron muy hostiles con nosotros. Cuando les pedíamos informaciones concernientes a la ruta o al número de pobladores del país, respondían con un grosero But-chi-dao(«No lo sé») mientras que otros decían sin rodeos:

—Yo lo sé, pero no lo diré.

La comunidad de Vangubé, donde habitaban, según nuestras informaciones, ochenta y cinco udehés,y que comprendía cuatro fanzasy varias yurtas [28]estaba situada más lejos y se encontraba un poco aislada. Cuando llegamos a aquel pueblo, todos sus habitantes salieron a nuestro encuentro, pero estuvieron lejos de ser amables y no nos invitaron siquiera a entrar en sus casas. La primera pregunta que me hicieron fue para averiguar el motivo de haber pasado la noche en la casa de Li-Tan-Kui. Yo respondí en seguida a este asunto y les pregunté a mi vez por qué me manifestaban tanta hostilidad. Los udehésme replicaron que ellos me habían esperado mucho, pero que acababan de enterarse, al mismo tiempo, de mi llegada y de mi visita a casa de los chinos.

La situación se aclaró pronto. Se trataba de una verdadera tragedia. Aquel chino llamado Li-Tan-Kui era el tzaidundel valle del Iman, lo que le permitía explotar a los indígenas e inflingirles castigos crueles, si ellos no le entregaban, dentro de un plazo, una cantidad determinada de pieles. Había arruinado así a muchas familias, mofándose de ellas hasta el colmo y quitándoles a sus niños, a los que vendía después para resarcirse de sus deudas. Finalmente, dos de estos udehés, losllamados Massenda y Samo, de la familia Ghialondiga, perdieron la paciencia y fueron a Khabarovsk para elevar una queja contra Li-Tan-Kui. En esta ciudad se les prometió ayudarles y se les mencionó que yo iba a llegar próximamente al Iman, viniendo del borde del mar. Se les dijo que se dirigieran a mí, porque se suponía que una vez en el lugar yo podría desenvolverme fácilmente en todo este asunto. Los dos udehésvolvieron a sus casas para informar a sus congéneres de los resultados de su viaje, y se pusieron a esperar pacientemente mi aparición. Pero Li-Tan-Kui llegó a conocer las gestiones de los dos querellantes y los hizo apalear para establecer un castigo ejemplar. Uno sucumbió en el suplicio, el otro alcanzó a soportarlo, pero quedó malparado para toda la vida. Entonces, un hermano del udehéejecutado se presentó a su vez en Khabarovsk. Li-Tan-Kui le hizo igualmente prender para someterlo al suplicio del frío sobre el río helado. Los udehéslo supieron y decidieron recurrir a las armas para defender a su cantarada. El resultado fue un verdadero estado de sitio. Desde hacía dos semanas, los udehésse quedaban en sus casas, no iban más a la caza, estaban faltos de víveres y sufrían de privaciones. Y he aquí que, en estas condiciones, supieron que, apenas llegado, yo no había encontrado nada mejor que alojarme en casa de Li-Tan-Kui.

Les expresé entonces que no estaba enterado en absoluto de todos estos acontecimientos del Iman y que había llenado a Sian-Shi-Kheza en un estado fatal de fatiga y de hambre que me impulsó a aprovechar, sin examen previo, la primera fanzaque se me había ofrecido.

Aquella misma noche, todos los ancianos de la comunidad decidieron celebrar asamblea en una de sus cabañas.


21




Última etapa


Nos volvimos a poner en ruta el 8 de noviembre. Todos los udehésvinieron a acompañarnos. Aquella multitud de hombres, de vestimenta abigarrada, y de rostros curtidos, con las colas de ardillas sujetas a sus gorros, producía una impresión curiosa. Todos los vaivenes de esa multitud tenían algo de salvaje y primitivo. Marchamos por el centro, flanqueados por los viejos, mientras que la juventud corría por los lados, apartándose a menudo para seguir las pistas de nutrias, zorros y liebres. Llegados al fin del prado, los udehésse detuvieron para dejarme avanzar solo. Pero, en el mismo momento, un anciano de cabellos blancos salió de sus filas para tenderme una uña de lince, rogándome que la metiera en el bolsillo a fin de no olvidar su ruego concerniente a Li-Tan-Kui. En ese momento nos separamos y los indígenas entraron en sus casas mientras nosotros continuábamos la marcha.

Cuando se atraviesa un bosque en verano, hay que prestar atención para no perder el camino. Cubiertos de nieve, en invierno, todos los senderos se hacen muy visibles en medio de las zarzas. Aquello me facilitó mucho la toma de relevos.

Muy fatigados de nuevo por estas últimas y movidas jornadas, teníamos muchas ganas de hacer alto para reposar un poco. Según el parecer de los udehés,el gran pueblo chino de Kartun debía encontrarse en nuestro camino. Contábamos quedarnos allí un día, a fin de restaurar nuestras fuerzas y de alquilar, si fuera posible, caballos. Pero estas previsiones no iban a cumplirse. Cuando llegamos a Kartun, la jornada estaba terminada. Los rayos del sol, que acababa de desaparecer en el horizonte, brillaban aún entre las nubes, proyectando sobre la tierra solamente un reflejo. Las viviendas chinas se protegían detrás de los abetos de la orilla, como para esconderse a los ojos de los caminantes inesperados. Cuando fuimos, pude comprobar que no había visto en ninguna parte fanzasque reflejaran más bienestar. Pero cuando entré en una de aquellas viviendas, encontré una acogida hostil por parte de los chinos. Ellos sabían ya quiénes éramos y por qué estábamos acompañados de los udehés.Como no es agradable alojarse en una casa donde los huéspedes son poco amables, pasé a otra fanza,donde se nos recibió con una hostilidad aún más marcada. En la tercera, no se nos abrió incluso la puerta y este juego se repitió en todas las otras. Nadie está obligado a lo imposible. Yo me dediqué a echar maldiciones igual que los cosacos y que el gold;pero no hubo nada que hacer y tuvimos que tomar partido. No queriendo pasar la noche cerca de esas fanzas,decidí avanzar hasta el primer lugar que conviniera para el campamento.

Llegó la noche y aparecieron algunas estrellas. Las fanzaschinas estaban ya lejos, pero nosotros seguíamos explorando el camino. De pronto, el goldse detuvo para olfatear el aire, con la cabeza levantada hacia atrás:

—Escucha, capitán —me dijo—. He percibido ahora mismo el olor del humo. —Al cabo de un minuto, añadió—: Son los udehés.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Kojevnikov—. ¿Por qué no pueden ser aún fanzaschinas?

—No, son udehés—insistió Dersu—. Una fanzachina posee siempre una gran chimenea y la humareda se remonta en el aire, mientras que el humo que sale de una yurtase extiende a lo largo del suelo. Estos son los udehés,que asan su pescado.

Tras estas palabras avanzó con seguridad, parándose a veces para aspirar más profundamente el aire. Franqueamos así cincuenta pasos, después cien e incluso otros doscientos, pero la yurtaprometida no aparecía todavía. Los hombres, fatigados, se pusieron a burlarse del bueno de Dersu, que se sintió ofendido.

—¡Si queréis, dormid aquí! Pero yo quiero ir a la yurtay comer pescado —replicó con dignidad.

Yo le seguí, imitado, por otra parte, por los cosacos. Al cabo de unos tres minutos, llegamos en efecto a un campamento udehé,compuesto de dos yurtas.Entré en una y encontré a una mujer que asaba sobre el fuego pescado desecado. El olfato del goldera aparentemente muy superior al nuestro, puesto que él había presentido la humareda y el pescado asado a una distancia por lo menos de doscientos cincuenta pasos.

Unos minutos después, sentados en torno al fuego, comíamos pescado y tomábamos té. Me encontraba tan fatigado por el trayecto que apenas pude escribir las notas necesarias en mi diario. Como rogué a los udehésque encendieran fuego durante la noche, me prometieron velar por turno y comenzaron en seguida a cortar leña. La noche fue fría y brumosa. A decir verdad, yo hubiera estado muy contento de verse desencadenar el mal tiempo por la mañana. Aquello nos habría al menos permitido reposar y dormir a placer; pero, en seguida de levantarse el sol, la bruma se disipó. Las zarzas y los árboles de la orilla se cubrieron de escarcha y parecían corales. Sobre el hielo limpio, la escarcha formó rosetas donde juguetearon los rayos del sol, semejando diamantes esparcidos sobre la superficie del río. Pero yo noté que los cosacos estaban con prisa de regresar a sus domicilios y me adelanté a su deseo. Uno de los udehésse ofreció para servirnos de guía.

Había un hecho bastante curioso: cuanto más nos acercábamos al Ussuri, más incómodos nos sentíamos. Nuestras mochilas estaban casi vacías, pero nos costaba más trabajo llevarlas que al principio de la expedición, cuando cada una pesaba más de quince kilos. Nuestras espaldas estaban tan doloridas por las correas que nos hacía mal el tocarlas; el esfuerzo continuo nos causaba dolores de cabeza y una debilidad general.

A medida que avanzábamos hacia el ferrocarril, la población nos trataba con una creciente malevolencia. En verdad, el mal estado de nuestras ropas y nuestro calzado hacía que los campesinos nos considerasen como vagabundos. Nuestros hombres avanzaban con pereza y tomaban reposo a menudo.

A la caída del crepúsculo, llegamos a un puesto llamado Parovosy [29], nombre bastante original del cual yo no pude saber el origen, a pesar de mis esfuerzos. Habitaba allí un cierto Sarl Kimunka, jefe udehé,rodeado de su familia. Era él quien había remontado en 1901 el curso del Iman hasta el Sijote-Alin, acompañando a un funcionario del departamento de Colonización. Kimunka, que conocía así, por experiencia profesional, las dificultades a las que se expone cada explorador del Sijote-Alin, nos reservó en su fanzauna acogida muy hospitalaria, ofreciéndonos una cena copiosa, compuesta de grano y trigo sarraceno y pescados oreados.

Al día siguiente, después de habernos levantado tarde, comimos aún pescado antes de partir. Nuestro huésped nos acompañó hasta las habitaciones de ciertos coreanos, que se habían instalado recientemente en la vecindad de Parovosy. Tuvimos que atravesar en barca el río Iman, cuyo curso inferior no estaba aún congelado; pero, habiendo recorrido todas las fanzas,no encontramos un solo hombre. Las mujeres nos echaron miradas aterradas y se apresuraron a esconder a sus niños. Viendo que no había nada que hacer, yo tomé partido y ordené a mis hombres que se aproximaran al agua. Nuestro udehéencontró, no obstante, un barco de fondo llano, escondido en alguna parte entre las zarzas. Se sirvió de él para transportarnos uno a uno y volvió después a su casa.

Sobre la orilla izquierda del Iman, cuatro cabañas de tierra desleída estaban instaladas al pie de una colina aislada: era una aldea rusa llamada Kotelnoyé. Los colonos acababan de llegar de Rusia y no habían tenido todavía tiempo de construir los edificios necesarios. Entramos en una de las viviendas, pidiendo hospitalidad para la noche. Los huéspedes fueron acogedores, nos hicieron las preguntas habituales concernientes a nuestra ocupación y a nuestra procedencia, para continuar con las lamentaciones sobre su propia suerte.


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