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Crimen y castigo
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Текст книги "Crimen y castigo"


Автор книги: Федор Достоевский



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Era un día cálido y hermoso. A las seis de la mañana, Rodia se dirigió al trabajo: a un horno para cocer alabastro que habían instalado a la orilla del río, en un cobertizo. Sólo tres hombres trabajaban en este horno. Uno de ellos se fue a la fortaleza, acompañado de un guardián, en busca de una herramienta; otro estaba encendiendo el horno. Raskolnikof salió del cobertizo, se sentó en un montón de maderas que había en la orilla y se quedó mirando el río ancho y desierto. Desde la alta ribera se abarcaba con la vista una gran extensión del país. En un punto lejano de la orilla opuesta, alguien cantaba y su canción llegaba a oídos del preso. Allí, en la estepa infinita inundada de sol, se alzaban aquí y allá, como puntos negros apenas perceptibles, las tiendas de campaña de los nómadas. Allí reinaba la libertad, allí vivían hombres que no se parecían en nada a los del presidio. Se tenía la impresión de que el tiempo se había detenido en la época de Abraham y sus rebaños. Raskolnikof contemplaba el lejano cuadro con los ojos fijos y sin hacer el menor movimiento. No pensaba en nada: dejaba correr la imaginación y miraba. Pero, al mismo tiempo, experimentaba una vaga inquietud.

De pronto vio a Sonia a su lado. Se había acercado en silencio y se había sentado junto a él. Era todavía temprano y el fresco matinal se dejaba sentir. Sonia llevaba su vieja y raída capa y su chal verde. Su cara, delgada y pálida, conservaba las huellas de su enfermedad. Sonrió al preso con expresión amable y feliz y, como de costumbre, le tendió tímidamente la mano.

Siempre hacía este movimiento con timidez. A veces, incluso se abstenía de hacerlo, por temor a que él rechazara su mano, pues le parecía que Rodia la tomaba a la fuerza. En algunas de sus visitas incluso daba muestras de enojo y no abría la boca mientras ella estaba a su lado. Había días en que la joven temblaba ante su amigo y se separaba de él profundamente afligida. Esta vez, por el contrario, sus manos permanecieron largo rato enlazadas. Rodia dirigió a Sonia una rápida mirada y bajó los ojos sin pronunciar palabra. Estaban solos. Nadie podía verlos. El guardián se había alejado. De súbito, sin darse cuenta de lo que hacía y como impulsado por una fuerza misteriosa Raskolnikof se arrojó a los pies de la joven, se abrazó a sus rodillas y rompió a llorar. En el primer momento, Sonia se asustó. Mortalmente pálida, se puso en pie de un salto y le miró, temblorosa. Pero al punto lo comprendió todo y una felicidad infinita centelleó en sus ojos. Sonia se dio cuenta de que Rodia la amaba: sí, no cabía duda. La amaba con amor infinito. El instante tan largamente esperado había llegado.

Querían hablar, pero no pudieron pronunciar una sola palabra. Las lágrimas brillaban en sus ojos. Los dos estaban delgados y pálidos, pero en aquellos rostros ajados brillaba el alba de una nueva vida, la aurora de una resurrección. El amor los resucitaba. El corazón de cada uno de ellos era un manantial de vida inagotable para el otro. Decidieron esperar con paciencia. Tenían que pasar siete años en Siberia. ¡Qué crueles sufrimientos, y también qué profunda felicidad, llenaría aquellos siete años! Raskolnikof estaba regenerado. Lo sabía, lo sentía en todo su ser. En cuanto a Sonia, sólo vivía para él.

Al atardecer, cuando los presos fueron encerrados en los dormitorios, Rodia, echado en su lecho de campaña, pensó en Sonia. Incluso le había parecido que aquel día, todos aquellos compañeros que antes habían sido enemigos de él le miraban de otro modo. Él les había dirigido la palabra, y todos le habían contestado amistosamente. Ahora se acordó de este detalle, pero no sintió el menor asombro. ¿Acaso no había cambiado todo en su vida?

Pensaba en Sonia. Se decía que la había hecho sufrir mucho. Recordaba su pálida y delgada carita. Pero estos recuerdos no despertaban en él ningún remordimiento, pues sabía que a fuerza de amor compensaría largamente los sufrimientos que le había causado.

Por otra parte, ¿qué importaban ya todas estas penas del pasado? Incluso su crimen, incluso la sentencia que le había enviado a Siberia, le parecían acontecimientos lejanos que no le afectaban.

Además, aquella noche se sentía incapaz de reflexionar largamente, de concentrar el pensamiento. Sólo podía sentir. Al razonamiento se había impuesto la vida. La regeneración alcanzaba también a su mente.

En su cabecera había un Evangelio. Lo cogió maquinalmente. El libro pertenecía a Sonia. Era el mismo en que ella le había leído una vez la resurrección de Lázaro. Al principio de su cautiverio, Raskolnikof esperó que Sonia le perseguiría con sus ideas religiosas. Se imaginó que le hablaría del Evangelio y le ofrecería libros piadosos sin cesar. Pero, con gran sorpresa suya, no había ocurrido nada de esto: ni una sola vez le había propuesto la lectura del Libro Sagrado. Él mismo se lo había pedido algún tiempo antes de su enfermedad, y ella se lo había traído sin hacer ningún comentario. Aún no lo había abierto.

Tampoco ahora lo abrió. Pero un pensamiento pasó veloz por su mente.

«¿Acaso su fe, o por lo menos sus sentimientos y sus tendencias, pueden ser ahora distintos de los míos?»

Sonia se sintió también profundamente agitada aquel día y por la noche cayó enferma. Se sentía tan feliz y había recibido esta dicha de un modo tan inesperado, que experimentaba incluso cierto terror.

¡Siete años! ¡Sólo siete años! En la embriaguez de los primeros momentos, poco faltó para que los dos considerasen aquellos siete años como siete días. Raskolnikof ignoraba que no podría obtener esta nueva vida sin dar nada por su parte, sino que tendría que adquirirla al precio de largos y heroicos esfuerzos...

Pero aquí empieza otra historia, la de la lenta renovación de un hombre, la de su regeneración progresiva, su paso gradual de un mundo a otro y su conocimiento escalonado de una realidad totalmente ignorada. En todo esto habría materia para una nueva narración, pero la nuestra ha terminado.


FIN


notes

Notas a pie de página


1Los rusos llamaban «alemana» a la indumentaria de tipo europeo, muy distinta a la tipica del país. Ademas, solían emplear el termino «aleman», como sinonimo de «extranjero».

2El verdadero nombre es Helena. Alena es una deformación hija del lenguaje popular.

3El rublo tiene cien kopecks.

4Calle del centro de San Petesburgo.

5Noveno grado de la jerarquía civil rusa en aquella época.

6El autor llama a este personaje unas veces Amalia Feodorovna y otras Amalia Ivanovna.

7Canción popular.

8Tener alquilada una habitación entera estaba considerado como un lujo por la gente pobre, que alquilaba generalmente una parte, un ricón de habitación.

9opa de coles, plato corriente en Rusia.

10La versta tiene poco más de un kilometro

11Cuando no había duda de la mala conducta de una muchacha, se manchaba con brea la puerta de la casa de sus padres.

12Del 1 al 15 de agosto.

13Isla de la desembocadura del Neva.

14Dunia es diminutivo de Avdotia; Dunetchka, de Dunia.

15Plato de arroz de gachas de trigo, con pasas y frutas de dulce, que sirve en las comidas de funerales y que se lleva a la iglesia cuando se celebran oficios conmemorativos.

16Funcionarios del Estado.

17«Gracias».

18«Se debe»

19«Su frac»

20Escritor ruso de fines del siglo XVIII. Es autor de un libro famoso: Viaje de San Petesburgo a Moscú, obra en la que ataca violentamente los abusos del sistema judicial ruso. Catalina II lo desterró a Siberia.

21En Rusia se considera indelicadeza cualquier error sobre el patronímico de la persona con que se habla, ya que con ello se le demuestra que se ignora el nombre de su padre.

22Famoso sastre petersburgués de aquella época.

23Más adelante, el autor llama a este personaje Porfirio Petrovitch.

24Mikolai es diminutivo de Nicolás.

25Calle de los Jardines.

26Diminutivo de Petersburgo.

27Campanario del Kremlin. Mide ochenta y dos metros de altura y se terminó en la época de Boris Godunov. Sobre él había una cruz dorada de quince metros de altura, que los franceses se llevaron en 1812, creyendo que era de oro, y que fue reemplazada posteriormente.

28Obra inacabada de Pushkin.

29“Tengo el vino malo”

30Pequeña estación de ferrocarril de la región de Petersburgo.

31A siete verstas de San Petersburgo había un manicomio. En Rusia es frecuente designar los lugares por las distancias que los separan de la ciudad más proxima.

32“Sin más ni más”

33Esta inclinación se emplea frecuentemente en Rusia como saludo o para excusarse. También se utiliza en la iglesia para posternarse sin poner la rodilla en el suelo.

34“Distingamos”

35Escritor y crítico de la oposición que ejercitó gran influencia en Rusia en los años de 1860.

36Célebre critico y publicista ruso.

37El pastel de los funerales.

38Serie de grandes tiendas bordeadas de columnas, que ocupaban cuatro calles de San Petersburgo.

39“Señora”, en polaco

40“Señor”, en polaco

41“Padre de Berlín”

42“Dinero”

43El documento de las prostitutas.

44“¡Dios misericordioso!”

45Escritor y médico alemán.

46Economista alemán.

47“Señor bribón”, en polaco.

48La más larga avenida de San Petersburgo. Mide cinco kilometros y atraviesa la ciudad de un extremo a otro.

49Romanza compuesta sobre la poesía de Heine. La traducción es: “Tienes diamantes y perlas... Tienes bellísimos ojos..., ¿Qué más quieres, muchacha?”


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