Текст книги "Antología De Novelas De Anticipación I"
Автор книги: Varios Autores
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Научная фантастика
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–Y, ahora —dijo Bill a su auditorio—, ha llegado el momento de las brujas...
La cámara se desvió, y apareció un modelo de cartón piedra de los edificios, construido de modo que pudieran verse las ventanas sin visillos y la suciedad iluminada por una sola bombilla colgada de un cordón. Todo aparecía cubierto con un sudario gris. Randolph recordó el sudario que había aparecido en la pantalla dos semanas antes y se dio cuenta de que era un efecto de luces sobre una cortina de malla, pero el resultado obtenido era realmente bueno.
Las trece brujas, de piernas largas y delgadas bailaban blandiendo sus productos y entonando su canción. Sus negras capas orladas de rojo se entreabrían de cuando en cuando de modo que el auditorio pudiera verles las largas y delgadas piernas.
¡Brujas del mundo, uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA!
Y cada una de ellas lanzaba una rociada de su producto hacia el edificio.
Witch jabón o detergente,
Witch limpia rápidamente...
¿Qué producto Witch necesita usted?
Debería tenerlos todos...
En aquel momento se oyó la voz en off del locutor, que decía:
Esta noche, las Brujas del mundo sanearán un barrio pobre del mundo... un barrio pobre determinado, este barrio pobre. ¡Brujas, uníos! ¡A limpiar, a limpiar, a limpiar! ¡Witch limpia!
Las brujas danzantes lanzaron ahora sus productos contra el propio edificio, y el sudario gris empezó a iluminarse, a brillar intensamente. En el interior del edificio, las solitarias bombillas se apagaron unos segundos, pasados los cuales una luz suave permitió ver las ventanas cubiertas con resplandecientes visillos.
–Esto no es una ilusión —siguió diciendo la voz profunda del locutor—. Esto está sucediendo realmente en la ciudad de Nueva York, muy cerca de Battery. Les está sucediendo a los Jones y a los Smith que viven allí...
El coro subió de tono hasta cubrir la voz del locutor.
¡Limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia!
Se produjo un fundido llevándose al decorado y a las brujas, y en la pantalla volvió a aparecer el rostro de facciones vulgares de Bill Howard.
–Dejen que les presente de nuevo a la familia Jones —dijo Bill—. Les presentaré a ustedes a los Jones, que son una de las familias que a partir de ahora tendrán un lugar decente donde vivir... y el mismo milagro les ha sucedido a cada una de aquellas familias.
Los Jones aparecieron de nuevo ante la cámara: limpios, con vestidos nuevos, peinados, un milagro en el campo del transformismo. Randolph supuso que varios equipos de miembros de BDD amp;O habían estado trabajando durante la emisión publicitaria, creando el milagro. Desde el mayor al más chico, los miembros de la familia relucían literalmente, y sus rostros brillaban con una luz interior...
Aquella noche, cuando Randolph apagó la TV, se mordía el labio inferior violentamente. Tenían que haber gastado más del doble de cincuenta mil dólares, pensó. Se recordó a sí mismo que debía telefonear a BDD amp;O a primera hora de la mañana del día siguiente.
Sin embargo, eran las once cuando sonó el teléfono de BDD amp;O.
–Aquí Randolph —dijo, con el formulismo que se había acostumbrado a utilizar y que mantenía cuidadosamente.
–Buenos días —Oswald hablaba en tono muy serio—. Buenos días.
Siguió un silencio, mientras Randolph esperaba que el otro continuara.
Finalmente, Randolph dijo:
–Buen programa, el de anoche. Debe de haber costado mucho m á dinero del que sugerí —añadió—. De todos modos, era bueno —repitió, pensativamente.
–Randolph —la voz de Oswald sonó de un modo raro—, no sé lo que costó el programa. No sé...
º-Un momento. ¿Dice usted que no sabe lo qué costó? Yo le dije que podía gastar unos cincuenta mil dólares, y por lo que vi anoche debe de haber costado cuatro veces más. Estoy dispuesto a llegar hasta los ciento veinticinco mil dólares, pero no daré ni un centavo mas. ¿Entendido?
–Mire, Randolph, el trabajo de saneamiento tenía que haber empezado esta mañana. Los contratos estaban firmados, las brigadas de obreros estaban a punto para efectuar el trabajo rápidamente, de modo que no hubiera entorpecimientos. Habíamos trasladado a todas las familias al campo, para que a su regreso tuvieran un aspecto saludable, y el trabajo tenía que iniciarse hoy, al romper el alba.
–¿Bien?
–Bueno, el trabajo ya está hecho.
–¿Tan de prisa? Acaba de decirme usted que iban a empezarlo esta mañana.
–Sí. Y cuando me telefonearon desde allí diciéndome lo que ocurría, le dije al hombre que me llamaba que se tomara una taza de café bien cargado para despejarse. Pero fui a verlo yo mismo... y el trabajo está hecho. Exactamente el trabajo que yo había planeado, además. De acuerdo con nuestros planes. Muebles, pintura, cortinas, visillos, cuartos de baño, y cocinas, instalaciones eléctricas... Todo, en una palabra. Completamente terminado. Uno de mis hombres de confianza estuvo allí ayer atendiendo al traslado de las familias. Jura y perjura que los edificios no habían sido tocados. El contratista dice que va a demandarnos, porque se presentó allí con las brigadas de obreros para empezar el trabajo, y se encontró con que alguien lo había realizado ya...Venga usted en seguida. Iremos a verlo juntos y ya me dirá lo que le parece. ¿Qué es lo que pone usted en su jabón, amigo?
Por la tarde, todos los periódicos publicaban la noticia en primera página, y las agencias la telegrafiaban a toda la nación y al mundo entero. La mayoría de los artículos hablaban del milagro en un tono humorístico. Se suponía que los Productos Wicht había hecho el trabajo de antemano, limpiando la parte exterior durante la noche.
Los inquilinos fueron entrevistados —Oswald había tenido la precaución de trasladarlos inmediatamente a los nuevos alojamientos—, pero ninguno de ellos pudo ser obligado a mentir ni a admitir que aquellos edificios no eran infectos cuchitriles el día anterior. Bueno, no podía reprochárseles que se mantuvieran fieles a Witch, teniendo en cuenta que la actuación de Witch para con ellos era algo así como la de un genio de las Mil y Una Noches.
Desde luego, el hecho despertó una enorme curiosidad, y al atardecer la policía había mandado allí tantos hombres que el lugar parecía un campo de concentración. Cámaras portátiles de TV y de noticiarios cinematográficos, periodistas, y una multitud que aumentaba sin cesar y que no permitía dar un paso.
Bill Howard estaba allí cuando llegó Randolph, hablando con un grupo de jóvenes en una habitación. Oswald se las había arreglado de modo que el fabricante de los productos Witch dispusiera de una escolta de la policía, y la multitud se aparto abriéndoles paso en cada uno de los pisos.
Los inquilinos contestaron a sus preguntas, pero lo hicieron con una hosquedad que sorprendió a Randolph. Sí, el día anterior aquello era una pocilga. Sí, había sido remozado indudablemente, durante la noche, mientras ellos estaban fuera. Sí, en una sola noche.
–Deberían darme las gracias —le dijo Randolph a Oswald—. Y, en cambio, están actuando como si yo fuera un personaje sospechoso.
–Es a causa de la escolta que llevamos —explicó Oswald amablemente—. Esa gente no simpatiza con la policía. Además, esto es completamente nuevo para ellos.
Randolph se mordió el labio inferior y llegó a la conclusión de que probablemente Oswald estaba en lo cierto. Pero la actitud era general y le molestaba. Se marchó después de examinar lo más brevemente posible el edificio.
Aquella noche, Bill Howard se mostró bastante conservador al contar la historia del saneamiento del barrio pobre. No estaba actuando como el verdadero Howard, según pensó Randolph, sentado enfrente de su aparato de TV. En la historia que contó había una cita del padre de la familia Jones, que la noche anterior había aparecido en el programa.
–Reconozco que es algo maravilloso, mister Howard —le había dicho Jones—. Pero no sería completamente sincero si le dijera que me gusta. Tengo que admitir que estoy un poco asustado por todo este asunto.
Era una nota un poco discordante en el relato, la única, desde luego, pero producía su efecto. El resto fue una simple descripción, sin mencionar para nada la parte milagrosa.
Después del fundido, aparecieron las brujas entonando su cántico tradicional.
¡Brujas del mundo, uníos! ¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio! ¡Witch limpia AHORA!,cantaron, y repitieron la escena de la noche anterior, mientras la voz en off del locutor explicaba qué productos Witch habían sido utilizados para hacer al barrio pobre limpio, limpio, limpio, con la ayuda, desde luego, de carpinteros, albañiles, y electricistas.
Randolph pensó que aquello estaba mejor. Ya se había hablado bastante de aquel estúpido milagro.
No eran aún las diez de la mañana del día siguiente cuando sonó el teléfono de Randolph.
–Aquí Randolph —dijo, y oyó la voz de Oswald sin más preámbulo.
–Se han ido.
–¿Quiénes son los que se han ido?
–Los inquilinos del edificio. Han recogido sus cosas y se han marchado. He enviado a algunos hombres a investigar, y una de las familias se ha trasladado a casa de unos parientes que viven en el Bronx. Los otros se han esparcido por diversos lugares, pero los localizaremos. Aquí hay un policía que estaba de servicio cuando se marcharon. El se lo contará a usted.
–¿Mister Randolph? Esto es lo que ha ocurrido, supongo. Anoche, en cuanto oscureció, desalojamos aquella zona. Creímos que debíamos permitirles un poco de descanso a todas aquellas familias, y obligamos a todos los mirones a que se marcharan. Los ocupantes de los pisos debieron reunirse mientras nosotros desalojábamos a la multitud. Todo quedó tranquilo, pero a eso de las dos de la mañana se encendieron las luces. Inmediatamente empezaron a salir los inquilinos, algunos de ellos vistiendo sus ropas de viaje. Llevaban consigo algunos cacharros, pero nada que no hubieran tenido, al parecer, antes del cambio, de modo que nos imaginamos que lo que se llevaban eran sus pertenencias. No les dijimos ni palabra. Les dejamos marchar. Algunos de los chiquillos estaban llorando, pero por lo demás todo estaba tranquilo. Luego, un hombre se me acercó corriendo y me dijo: "Márchese de aquí. Esto ha sido obra del diablo. Si es usted un hombre que tiene temor de Dios, márchese inmediatamente de este lugar". A continuación dio media vuelta y corrió a reunirse con los demás. No teníamos ninguna orden para detenerlos, de modo que les dejamos marchar. Nos limitamos a mirar.
Oswald volvió a ponerse al aparato.
–¿Puede usted evitar que aparezca la noticia en los periódicos? —preguntó Randolph.
–Los boletines de la radio lo han difundido ya, y los periódicos lo publicaron a mediodía. El telégrafo corre demasiado —respondió Oswald.
Randolph carraspeó nerviosamente, pero Oswald no esperó a que hablara.
–Estoy trabajando en algo que contrarrestará esto —dijo—. Tengo a todos mis hombres ocupados en ello. Le llamaré a usted más tarde.
En Washington, entretanto, se estaba celebrando otra conferencia, mucho más seria, mucho más crítica.
–Lo que se estrelló en Formosa era algo más que un avión infectado, señor Presidente —estaba diciendo el jefe del CIA—. Llevaba bombas bacteriológicas, y las bombas estallaron. No se había llevado a cabo el menor intento de ocultar su lugar de procedencia. Desde luego, es de fabricación enemiga. Los cadáveres que se encontraron a bordo no pudieron ser identificados, y, además, iban vestidos de paisano. Pero el avión procedía de Moscú. No creo que pase mucho tiempo sin que sepamos lo peor.
–¿Terminarán con la epidemia como hicieron la última vez, o se decidirán ahora a enviarnos sus condiciones de rendición? —preguntó el Presidente.
El Secretario de Estado y el Secretario de Defensa rompieron a hablar a la vez, pero fue el Secretario de Estado quien se hizo oír primero.
–Opino que terminarán con la epidemia —dijo—. Sería una amenaza demasiado directa. Esto es sólo una suposición, desde luego. Los mejores equipos médicos están siendo organizados y algunos han empezado su labor. Los mejores bacteriólogos de la nación están a su servicio. Todos los antibióticos disponibles son enviados allí.
–¿Ha trascendido algo de esto?
–No.
–¿Cuánto tiempo podemos mantenerlo oculto?
–Una semana. Diez días, quizá, como máximo.
–Tomen todas las medidas necesarios. Pero procuren que la cosa no trascienda. Declaren veinticuatro horas de alerta inmediatamente.
–¿Aunque la alerta despierte recelos y ponga en peligro las medidas que se tomen para mantenerlo oculto?
–Sí. Una semana o diez días de tranquilidad no compensarían lo que podría ocurrir si descuidáramos otras medidas.
A las cuatro de la tarde, Oswald hablaba por teléfono con Randolph.
–Ya tenemos el antídoto —anunció jubilosamente.
–La prensa me está acusando de haber creado un engaño que ni siquiera aquéllos a quienes beneficia han querido aceptar. Los pocos que han llegado a la conclusión de que se había producido un verdadero milagro han llegado también a la conclusión de que estoy aliado con el diablo, y que las brujas se deben quemar. Los productos Witch son el tema de todas las bromas de los periodistas, incluso de los más ínfimos, de nuestro país. Saxton ha empezado a insinuar que detrás de todo esto hay una maniobra política. Se habla incluso de una investigación del F.C.C. Confío —dijo seriamente—, que su antídoto ser realmente eficaz.
La voz de Oswald sonó afectada, y casi alegre.
–Hay que enfocar este asunto en sus justos términos —dijo—. En primer lugar, tenemos el hecho de que los productos Witch han obtenido una publicidad tal, que podemos decir que nadie desconoce en estos momentos su existencia...
–Sí, y si las iglesias prohíben el uso de los productos Witch, seremos los primeros en maldecir esa publicidad.
–De acuerdo, de acuerdo. Esta noche explicaremos minuciosamente que el milagro fue un milagro de saneamiento, llevado a cabo por los carpinteros y por los albañiles. Ya sabe, la técnica y la producción en masa norteamericanas en acción, algo de lo cual debemos enorgullecernos. Y en este cuadro, incluiremos a Witch como al líder de la milagrosa técnica de los Estados Unidos. Luego... ¿cuál es la cosa más conmovedora del mundo, la que puede llamar más la atención de la gente? —No esperó la respuesta—. Un chiquillo. Un niño de corta edad, inválido, al cual Witch puede proporcionar los medios para que se convierta en una criatura normal...
Oswald hablaba apresuradamente, sabiendo que Randolph tenía que morderse el labio inferior un buen rato antes de dar expresión a sus ideas. Esto le daba una ventaja que quería aprovechar, sabiendo también que Randolph opondría alguna objeción.
–Disponemos ya de una niña a la cual una costosa operación puede salvar de quedarse inválida para toda la vida. He consultado a dos eminentes cirujanos, y me han dicho que la operación tiene un noventa y nueve por ciento de probabilidades de éxito. No vamos a hacer sensacionalismos. Nos limitaremos a decir que Witch sufraga los gastos de la operación. La niña saldrá de los estudios de la Televisión para ingresar directamente en el hospital. Filmaremos la operación, filmaremos también el proceso de convalecencia, y proyectaremos las películas durante unas semanas, hasta que la niña esté completamente curada y ande por su propio pie... semanas más tarde.
Ahora, Oswald esperó. Fue una larga espera, una espera desacostumbradamente larga, incluso tratándose de Randolph. Finalmente, Randolph dijo:
–De acuerdo. Pero si sucede algo anormal, responderá usted de ello ante los tribunales.
–Nada anormal puede suceder. Admito que ignoro aún lo que ocurrió la última vez, pero terminaremos por descubrirlo. Entretanto, nos tomaremos una semana para preparar esto —continuó Oswald—. Haremos hincapié en que se trata de una curación que puede ser obtenida a base de dinero. Nada de milagros, excepto el milagro de la técnica médico-quirúrgica norteamericana. Nada de milagros. Witch se limita a pagar la operación que necesita la niña. Es muy bonita, además —añadió—, tiene diez años.
Aquella noche, cuando Bill Howard se inclinó hacia su auditorio a través de la mesa, unas gotitas de sudor perlaban su frente. Sin embargo, su voz sonó tranquila. En la pared, detrás de él, colgaba un gran mapa de la ciudad de Nueva York.
La gran noticia de aquella noche era una redada en un lugar donde se expendían drogas. Bill describió el tráfico de drogas en la nación, los esfuerzos del FBI y de todos los cuerpos de seguridad del país, la persecución de que eran objeto los traficantes, su eventual localización. Describió el efecto que las drogas producían en la juventud, esclavizándola para toda la vida, a menos que pudieran ser curados... y habló de los pocos casos de curación que eran conocidos.
Luego describió la redada. Tomó un puntero de su mesa y marcó las distintas fases de la redada, señalando el emplazamiento del edificio donde habían sido aprehendidos. Luego recorrió con el puntero el camino que conducía a la cárcel donde habían sido encerrados los detenidos.
–¿No podrían nuestros mejores investigadores encontrar una cura eficaz para los adictos a las drogas? —preguntó a continuación—. ¿No podrían nuestras mejores instituciones policiales descubrir a los verdaderos autores de estos crímenes? Los verdaderos autores son los malvados que importan la droga y crean adictos para lograr consumidores. Los que están encerrados son las víctimas. Si no se encuentra un medio para curarles, tendrán que ser encerrados otra vez, y otra vez, y otra vez, ya que su adición les obligar a hundirse cada día más en la ciénaga del delito para satisfacer su deseo. Si no se encuentra un medio para curarles, serán unos esclavos durante toda su vida...
Después del fundido, la cámara enfocó a las brujas, bailando y entonando su canto:
¡Brujas del mundo, uníos!
¡Uníos para hacerlo limpio, limpio, limpio!
¡Witch limpia AHORA!
Witch jabón o detergente,
Witch limpia rápidamente...
La voz en off del locutor explicó de nuevo el milagro del saneamiento del barrio pobre: un milagro de la técnica norteamericana. Luego esbozó el próximo milagro que la Witch Corporation se disponía a patrocinar. Este, dijo, sería un milagro de la técnica médico-quirúrgica norteamericana.
Witch pagaría los gastos originados por una costosa operación indispensable para que una niña pudiera volver a andar, después de una enfermedad que padecía desde hacía varios años y que la había dejado tullida. Podían injertársele nuevos huesos, nuevos músculos. La técnica médico-quirúrgica norteamericana, en toda su extensión, sería puesta al servicio de aquella niña.
Conserve su salud manteniéndose limpio con Witch, aconsejó el locutor. Witch sufragaría los gastos de una operación destinada a remediar los efectos de una enfermedad. Entretanto, los clientes de Witch podían utilizar la medicación preventiva de una buena limpieza que les ayudara en su lucha contra las enfermedades, en tanto que los investigadores de la medicina norteamericana se esfuerzan por encontrar su verdadera protección.
Eran las diez y media de la mañana del día siguiente cuando sonó el timbre de la puerta.
Un hombre alto, con abrigo, sombrero en mano, estaba en pie al otro lado de la puerta. Randolph se quedó mirándolo, con expresión interrogadora.
El hombre se llevó una mano a la solapa, para mostrar una chapa prendida en su parte interior, y Randolph se hizo a un lado invitándole a entrar con un gesto.
–No he visto con claridad su chapa —dijo Randolph, cuando hubo cerrado la puerta detrás de su visitante—. ¿Quién es usted?
–Brigada de Narcóticos —dijo el hombre brevemente—. Participé en la redada de anoche.
–¡Oh! ¿La redada que citó Bill Howard en su boletín de noticias?
–Sí. En la misma. No creo que exista ninguna conexión, y mi jefe se echó a reír cuando le sugerí que existía una conexión.
–¿Una conexión?
–Verá, me tomé un descanso mientras interrogaba a los individuos que pillamos. Tratando de llegar a los peldaños más altos de la escalera. Estaban drogados hasta las orejas, y a veces puede obtenerse algún informe valioso si se les interroga adecuadamente. Pero es un trabajo agotador, y decidí tomarme un descanso. De modo que salí a tomar un café al otro lado de la calle, y había un aparato de televisión funcionando, y vi a su Bill Howard. Me marché en el momento en que aparecían sus brujas, gritando aquello de que limpia AHORA. Entré directamente en la Jefatura y empecé de nuevo con el interrogatorio, pero el individuo que me había llevado para que le interrogase no estaba drogado. Estaba... bueno existe una diferencia bastante notable entre los que están drogados y los que no lo están. El tipo no estaba drogado, pero empezó a darme toda clase de detalles acerca de los puntos más altos de la distribución de la droga conocidos por él. Me estaba engañando, desde luego, y le pregunté cuándo había tenido su último pinchazo
[3]. Menos de veinte minutos antes de la redada, me dijo, más fresco que unas pascuas. Los individuos con los cuales había hablado antes se habían comportado de un modo... distinto. Todos hacen igual. Cuando están bajo los efectos de la droga. empiezan mostrándose obstinados como una mula... y acaban cantando como canarios. No creí una sola palabra de lo que me decía, desde luego. Pero no podemos descuidar ninguna pista, por descabellada que parezca. Estoy en la Brigada de Narcóticos desde el año de la nana, y tengo una gran experiencia en ese sentido. Claro que no lo creí. Había oído algunas historias acerca de los productos Witch y del milagro de Battery algo así como una broma, y pensé que quizás... en fin, ya sabe... De todos modos, lo consulté con mi jefe, pero, como ya le he dicho, se echó a reír. Tal vez usted se eche también a reír, pero he creído que tenía el deber de investigar...
Al mismo tiempo en Washington, el gabinete estaba reunido en sesión plenaria. Los informes llegados de Formosa eran peores de lo que los más pesimistas habían imaginado. La bacteria atacaba los nervios y el cerebro, y las víctimas padecían unos dolores horrorosos.
–Ha invadido toda la isla. Supongo que su poder de contagio es enorme, cualesquiera que sean los métodos utilizados para extenderla —informó el jefe de la CIA.
–¿Alguna noticia de la embajada?
El Secretario de Estado respondió a la pregunta.
–Ninguna. Las llamadas dirigidas al embajador sólo han recibido la respuesta de que no se encuentra allí. No he podido hablar con nadie cuya categoría supere a la de un cuarto ayudante de subsecretario.
–Al menos, la noticia no ha aparecido en los periódicos ni ha sido radiada.
–No sé cuanto tiempo podremos mantenerlo en secreto. La mayoría de nuestros periódicos saben que existe una alerta de veinticuatro horas —esto no ha podido ocultarse—, pero hasta ahora he conseguido que no lo publiquen. Sin embargo, tendremos que ofrecerles alguna explicación, y pronto. No se resignarán a mantener una actitud pasiva durante mucho tiempo, al menos sin saber los motivos.
–¿No podría usted decirles la verdad, haciéndoles comprender la importancia de que el asunto no sea difundido, por las consecuencias que podría acarrear?
–Ya había pensado en ello. Pero, aun admitiendo que llegara a convencer a la mayoría de periodistas, siempre hay algún Joe en alguna parte que cree que el pueblo norteamericano tiene derecho a conocer su destino antes de que sea decidido, sin preocuparse de los efectos de su revelación... y sin importarle el hecho de que los representantes elegidos por ese mismo pueblo consideren que la noticia puede ser improcedente.
–Bien, mantenga las medidas adoptadas todo el tiempo que le sea posible. Y avíseme antes de que la cosa estalle.
–Si puedo. No soy un mago. Quizá no logre enterarme de cuándo va a estallar —replicó sarcásticamente el jefe del CIA.
A la noche siguiente, la gran noticia fue el lanzamiento, desde Cabo Cañaveral, de una nave espacial cuyo objetivo era la luna. Si la nave, llena de animales vivos, conseguía aterrizar con éxito, no tardaría en enviarse a un hombre a aquel planeta. Estaba ya previsto. El problema consistía en el aterrizaje de la nave, un pequeño vehículo espacial, completamente equipado para mantener vivo a un hombre durante dos años, en el caso de que fallaran los planes trazados para su regreso a la tierra.
La voz de Bill Howard sonaba excitada, mientras se pasaba los dedos por los cabellos, inclinándose hacia su auditorio a través de la mesa, con el mapa de Florida detrás de él.
–Para los estadistas, el problema consiste en saber quién llegará antes, y quizá en saber quién controlará las rutas del espacio —dijo después, describiendo el lanzamiento en marcha. Pero para los pueblos del mundo, esto representa al género humano alcanzando las estrellas. Se ignora —dijo solemnemente– si el fracaso de muchos de nuestros lanzamientos se ha debido a error humano o a sabotaje. El error humano es una debilidad de los hombres. El sabotaje se debe a una imperfección del mundo, que sigue dividido cuando se dispone a alcanzar las estrellas. ¿Existe algún error mecánico en el lanzamiento de esta noche? ¿Hay algún saboteador en acción? O, cuando el lanzamiento sea una realidad, dentro de una hora, ¿cruzará la nave la atmósfera terrestre en la primera etapa de la conquista de las estrellas por el hombre? ¿Es perfecto nuestro pájaro esta vez? —preguntó, mientras se producía el fundido.
Las brujas bailaron y entonaron su canto:
¡Brujas del mundo, uníos!
¡Uníos para hacerlo limpio limpio, limpio!
¡Witch limpia, AHORA!
Randolph se mordía aún el labio inferior cuando se acostó aquella noche. El agente de la Brigada de Narcóticos se había marchado tranquilamente. Existían respuestas a todas las preguntas, y esto no le preocupaba en absoluto.
Por otra parte, se alegraba de que la niña tuviera su operación. Injertar huesos y músculos podía ser milagroso, pero se trataba de un milagro explicable, que todo el mundo comprendía.
No se hablaba ya de una investigación del FCC, pero aquellos rumores habían sido como para excitar a cualquiera. Últimamente, todas las cosas habían resultado excitantes. Pero, a pesar de ello, la curva de ventas de los productos Witch mantenía con firmeza su tónica ascendente.
La nave espacial norteamericana aterrizó en la luna la mañana del día en que la niña inválida debía aparecer en el programa Witch.
Para el pueblo norteamericano. fue un día de fiesta comparable al Cuatro de Julio. En la Casa Blanca, la tristeza colgaba como un sudario.
–Ahora tendrán que moverse rápidamente —le estaba informando el Secretario de Defensa a su jefe—. No pueden permitirse el lujo de dejar que pongamos a nuestro hombre en la luna.
–No podemos lanzar a un hombre a la luna hasta que hayamos demostrado con otro par de lanzamientos, por lo menos, que podemos situarle con éxito —declaró el jefe de los servicios de seguridad—. La amenaza de nuestros enemigos no es nada comparada con la de la opinión pública si fracasáramos en un intento estando una vida humana en juego.
–Formosa está dejando filtrar información —admitió el jefe de la CIA—. No podremos mantenerlo oculto más de tres días.
El Presidente apoyó una mano en su escritorio.
–Otros dos lanzamientos significan al menos seis meses antes de que un hombre llegue a la luna armado. Tres días significan que Formosa estará en los periódicos de esta semana. Cuando se difunda la noticia, hay que agregar que nuestros médicos y bacteriólogos están en camino de encontrar un antídoto. Hay que decirlo de modo que, si ellos se deciden a cortar su epidemia, como hicieron en Suez, el triunfo sea nuestro. Esto es lo mejor que podemos hacer ahora. Además de esperar un milagro. Y los milagros son populares en estos días —añadió amargamente.
A la mañana siguiente, cuando Randolph fue a abrir su puerta respondiendo a una llamada, se encontró frente al rostro ancho y feo de Bill Howard.
–He venido a hacerle una pregunta a la que creo no podrá usted contestar —dijo Howard premiosamente, desde el umbral de la puerta—. He venido a preguntarle a usted qué hay acerca de las brujas.
Randolph se mordió el labio inferior, de pie junto a su visitante, mucho más alto que él, consciente de lo refinado de su propio aspecto en comparación con el aspecto descuidado del otro. Como un lanudo perro, pensó Randolph. Un enorme, desgreñado y lanudo perro de San Bernardo.
–¿Qué es lo que pasa con las brujas? —preguntó finalmente.
–Verá... han ocurrido algunas cosas muy raras. Aquel barrio pobre, desde luego. Yo estuve allí, desde luego. Lo vi. Y hablé con la gente.
Se produjo un breve silencio antes de que Randolph contestara.
–¿Y bien?
–Bueno, sucedieron unas cuantas cosas más. Un agente de la Brigada de Narcóticos vino a verme. Sólo a título personal. Sólo por curiosidad. Estaban tratando de localizar a los que dirigen el tráfico de drogas, por medio... a base de los informes obtenidos de los individuos capturados en la redada. ¿Y el asunto de Cabo Cañaveral? ¿Estaba usted escuchando aquella noche?
–Siempre sintonizo su programa. Me ha parecido que hoy era un día de fiesta. La nave espacial aterrizó.
–Sí, sí, un día de fiesta. Soy periodista, y estoy enterado de muchas historias que no trascienden al público. Estoy enterado, por ejemplo, de que una hora antes del lanzamiento, un hombre murió repentinamente de un ataque al corazón. El técnico que ocupó su lugar —no va a interrumpirse un lanzamiento como éste por un ataque al corazón– comprobó los mecanismos de la nave y descubrió un fallo que podía haber dado al traste con todo. También había un circuito que había sido cambiado, pero lo atribuyeron a causas obligadas, ya que el nuevo circuito era más exacto. Y creyeron que era obra del individuo que había muerto.
–¿Y qué?
–Pues... bueno, nada. Sólo quería hacerle una pregunta. Las brujas no tocan nada real en nuestros días, desde luego, de modo que incluso en el caso de que... de que fueran... bueno, algo mágico, no podrían haber estado mezcladas en todo esto.
Esta vez no existió ni siquiera una pausa para morderse el labio.
–¿Está usted tratando de insinuar que los productos Witch...?
La pregunta quedó colgada en el aire, pero Bill Howard no apartó la mirada de los ojos de su interlocutor.