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Gestapo
  • Текст добавлен: 7 октября 2016, 02:24

Текст книги "Gestapo"


Автор книги: Hassel Sven


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Военная проза


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– Primero he de ir a « Las tres liebres» -replicó Porta-. Bernhard el Empapadodebe nueve rondas.

Porta abrió su libretita negra.

Habíamos llegado junto a la entrada amurallada, con las pequeñas almenas.

– Entremos a hacer un póquer -propuso Porta-. Hermanitoy Heide llegarán en seguida. Traerán el bidón. Nos calentaremos un cuarto de hora. Aquí nadie nos ve.

Se quitó el casco, dejó su fusil en el suelo.

– Tal vez incluso demos ocasión a un pobre tipo para que eche a volar todo esto. Te aseguro que los hay que sienten deseos de hacerlo.

Nos acurrucamos en un rincón para discutir las probabilidades de revender los objetos robados en la armería.

– Anda o Revientaha conseguido dos mil cascos de acero -explicó Porta-. Están depositados en casa de un sueco, que es portero en la Bernhard Nacht Strasse. En la Thalstrasse hay un cerrajero que se los quedará. Habrá que depositarlos en un almacén de la Ernst Strasse, diagonalmente opuesto a la estación de Aliona. Pero no podremos transportarlos en nuestros furgones.

– ¿A cuánto paga el kilo? -pregunté-. Sé dónde hay una buena cantidad de cartuchos vacíos, pero habrá que irlos a buscar por la mañana temprano y necesitaremos un camión con matrícula SS. El permiso de conducir debe de llevar el sello «SS-Regimiento del Führer», de lo contrario no podremos salir. Están muy recelosos. Es a causa de la desaparición de dos locomotoras. Me dio el soplo un Schützede las SS. Odia a las SS. Una vez, intentó largarse y se encontró en Heuberg. No se lo ha perdonado nunca.

– Nos pagará a 67 pfennig el kilo -dijo Porta-. Con un poco de suerte conseguiremos 69, pero no más. Hermanitose encargará de las matrículas. Después, cogeremos el «Krupp», el «Diesel» de seis toneladas. Se parece como un hermano a los camiones de las SS. Tu compañero de las SS deberá facilitarnos el permiso de salida.

– ¿Cuánto hay que pagarle por eso?

– ¡Un puntapié en el trasero! No olvides que estamos de guardia en la Gestapo. Sólo con lo que ha contado ya tiene derecho a un billete de ida hasta Torgau.

– ¡Cuidado! ¡Viene alguien!

Escuchamos. A lo lejos, se oían unos pasos. Porta asomó el cañón de su fusil por una almena.

– Si es un tipo de la Gestapo, me lo cargo. Explicaremos que le hemos confundido con un saboteador.

– ¿Estás loco? Tendremos conflictos.

– ¡Qué importa! Vale la pena.

Se oyó un ruido metálico.

– Son Hermanitoy Heide -dijo Porta.

Los descubrimos. Salían de detrás del refugio del parque. De vez en cuando, se detenían y agitaban mucho los brazos. Hermanitollevaba una botella en la mano.

– ¡Alabado sea Dios por la pata hueca del caballo imperial! -dijo Porta-. A nadie se le ocurriría mirar allí.

Hermanitodejó oír su risa característica. Julius Heide rezongaba.

– Ya verás esa especie de cerdo -gruñó-. No puedo soportarlo.

– Es un «homosocialista», un verdadero cretino -decía Hermanito.

– Es una basura. Le aplasto los hocicos -prometió Heide. Se detuvo, escupió en la acera y golpeó encima con su bota claveteada-. Esto es lo que haré con él.

– He visto a muchos cerdos en mi vida -prosiguió Hermanito,gesticulando.

Perdió su casco, que rodó por la acera con un ruido enorme.

– Están hablando del FeldwebelBrandt -dijo Porta, riendo-. Éste está predestinado a que lo asesinen, y algo me dice que Hermanitoy Julius son los hombres escogidos para realizar esta tarea.

Hermanitorecogió su casco, volvió a colocarlo en su sitio, y anunció:

– Voy a saltar sobre su barriga hasta que reviente.

Heide asintió con los dientes apretados.

– Hermanito,sólo pensarlo me da vueltas la cabeza. Todo era reglamentario. Soy el soldado mejor vestido y más cuidadoso de todo el Regimiento. Sí, de toda la División, e incluso, ¡mierda!, de todo el Ejército.

– Esto sí que es cierto -gruñó Hermanito-. Nadie te llega ni a la suela de los zapatos. Ni siquiera el HauptfeldwebelEdel. Eres el soldado más guapo del Ejército.

Heide asintió muy orgulloso y se colocó reglamentariamente en el hombro su fusil ametrallador.

– Aún más, Hermanito:el más guapo del mundo. Fíjate en mi barboquejo. Cinco años de mi paga a que no puedes encontrar ni el menor rastro de moho. ¡Si han llegado a examinarlo veces y más veces este barboquejo! Pero nunca han encontrado el más pequeño fallo. En la escuela de suboficiales acababan por mirarnos el trasero cuando no encontraban nada más.

Heide se inclinó hacia el suelo.

– Adelante, Hermanito. Mi trasero también está limpio. Me lo lavo tres veces al día con un guante de aseo. Mi peine está aún más limpio que cuando lo compré. Mide las uñas de mis pies: medio milímetro: ni más, ni menos. ¿Qué es lo primero que hago después de cavar un agujero? ¿Eh, H ermanito?

– Te limpias las uñas -murmuró éste.

– Exactamente, y con un limpiaúñas. No con la bayoneta, como tú y los demás.

Heide se quitó el casco.

– Dime si encuentras un solo cabello que no sea reglamentario. Incluso mis piojos andan a paso de marcha y circulan por la derecha. Pero Leopold Brandt, el F eldwebeldel diablo, me ha atrapado a causa de una raya torcida. Es la primera vez en los anales de la guerra que le ocurre una cosa así a un soldado como yo. ¿Sabes lo que se ha inventado para demostrar que mi raya no era derecha? Un telémetro de artillería. Me ha hecho colocar en el otro extremo del terreno de ejercicios, después ha subido al techo de la 3.ª Compañía y, mirando por el telémetro, ha demostrado que mi raya no era bien recta. Pero te juro que no volverá a ocurrir. Desde ahora, me peinaré hasta los pelos del trasero. ¿Por qué es de esta manera?

Hermanitose sonó ruidosamente con los dedos, carraspeó, echó la cabeza hacia atrás como un lama y apuntó con justeza al águila de la cruz gamada que había en la pared.

– Debieron molestar a su madre cuando le llevaba.

– Es un aborto -dijo Heide.

– ¡Ah! ¡Si pudiéramos llevárnoslo con los rusos…! Le enviaríamos delante, el primero, y nosotros atacaríamos al cabo de dos horas. A mí me atrapó a causa de un dedo del pie aplastado.

– Esto es muy propio de Leopold -exclamó Heide en la calle silenciosa.

Y golpeó furiosamente el suelo con la culata de su fusil ametrallador.

Entraron en el refugio.

– ¿Vais a cargaros a Leopold? -preguntó Porta.

– Sí, confía en nosotros. Estamos hartos -siseó Heide-. Si en el próximo ejercicio de tiro real conseguimos tenerlo en el 3 como marcador, se ha terminado el guapo Leopold.

– ¿Cómo lo haréis? -pregunté.

Hermanitose dobló por la cintura e hizo un ademán a Heide.

– ¿Se lo decimos?

Heide asintió.

– Si juran no decirlo a nadie…

Porta y yo lo prometimos.

Hermanitose mostró radiante, bebió un largo sorbo de «Slibowitz», eructó y pasó la botella a Porta.

– Escuchad bien. El otro día, cuando estaba de servicio en el comando de operaciones, en el campo de tiro, empecé a meditar una pequeña sorpresa para el llamado Leopold Brandt. Me las arreglé para ser el comodín del O berfeldwebeldPaust. Había que cambiar una placa en el 3. Ofrecí cerveza a toda la pandilla, para que tuvieran que orinar incesantemente, y no se atrevieron a hacerlo fuera de las letrinas. Ya sabéis que Hinka se pone furioso si los refugios apestan. Detesta que se orine sobre el Tercer Reich. Así, pues, en cuanto se marcharon soldé la placa muy baja. De este modo, la cabeza queda sin protección cuando se está en pie en el observatorio. Admirad mi trabajo, muchachos: nadie sospechó que estaba en el 3. El andamiaje está cubierto con arena fina. Ya sabéis que a Leopold le gusta hacer el cretino en el observatorio. Como es Anda o Revientaquien establece las listas de tiro, le será fácil situar a Leopold en el 3. Siempre terminamos con unos disparos con teleobjetivo, y sólo contra el 3. ¿Empezáis a entenderlo?

Hermanitose retorció de risa. Dirigiéndose a Heide, dijo:

– A ti, Julius, y a ti, Porta, no os costará nada colocar unas balas en la aspillera donde Leopold tiene la cabeza. ¿Y es culpa vuestra si disparáis un poco desviado?

– Todo es muy lógico -aprobó Heide-. Casi resulta demasiado sencillo para ser cierto. Pronto tendremos ejercicios de tiro real. Anda o Revientanos los ha dicho. Ni el Führer en persona puede salvarle la cabeza a Leopold. Y hacia el final del ejercicio, pues el legionario nos habrá colocado los últimos de la lista, vaciaremos los cargadores en la aspillera de Hermanito.

– ¿Y si baja del observatorio? -observé.

– Hemos pensado en eso -dijo Heide-. Lo hemos cronometrado. Necesitará por lo menos diecinueve segundos para alejarse de la aspillera, y en diez segundos Porta y yo tenemos tiempo sobrado para meterle dos balazos en la sesera. En toda su vida ha estado tan atrapado.

Hermanitopermanecía doblado sobre sí mismo.

– Se quedará calvo hasta por dentro del cráneo.

– Es el mejor asunto desde hace mucho tiempo -exclamó Porta.

– Cuidado -les advertí-. Si el Viejosospecha algo, estamos listos. Esto es homicidio premeditado.

– Oye, ¿crees que estás en el Ejército de Salvación? -preguntó Porta-. ¿Homicidio? ¡Legítima defensa! Si estrangulas a una prostituta, eso sí que es homicidio.

– Eso sólo lo hacen los malos sujetos -dijo Hermanito-. Pero, de todos modos, están condenados a muerte. Leopold me castigó por un dedo del pie. Todo lo demás era impecable. Lo había repartido todo a los reclutas con orden de dejarlo en perfecto estado. Uno de ellos puso mala cara; me ocupé de él sin pérdida de tiempo. Después, me limpió el fusil como nunca lo había limpiado nadie. El propio Leopold se quedó atónito.

– ¿Qué le hiciste? -preguntó Heide-. ¿Le atizaste?

– Desde luego. Le pegué dos o tres mamporros. Pero no era suficiente. No, le metí los hocicos en la fosa de las letrinas de los prisioneros rusos. Incluso un viejo sargento que había entre los prisioneros me dio la razón cuando supo el motivo. Hasta me propuso que le dejara ahogar dentro; pero yo soy humano. Le nombré mi ordenanza personal con derecho a ofrecerme cerveza todos los sábados.

– ¿Le quitas todo su sueldo? -preguntó Porta.

– No, de ninguna manera. Le dejo un marco para que pueda comprar productos de limpieza.

– Un día te atraparán, Hermanito-le profeticé.

– Es posible, pero saldré adelante, en tanto que el que me denuncie irá a parar al hospital.

– Hay que tener piedad de Leopold -interrumpió Heide-. Le dispararemos en plenos morros. Será el día más hermoso de mi vida.

– A propósito. ¿Sabéis que ha solicitado el traslado a las SS? -dijo Porta-. Pero le han rechazado. Sólo mide 1,67 metros. No los cogen por debajo de 1,72.

Sacó los dados de un bolsillo, los sopló, los agitó en una mano y después volvió a soplar sobre ellos.

– ¿Jugamos una partida?

Hermanitole contempló con interés. Estaba acurrucado en el suelo.

– ¿Por qué tanta comedia, Porta? Todo el mundo sabe que están cargados.

Porta meneó la cabeza con indignación.

– Te equivocas. Tengo dos juegos. Éste es el bueno.

– ¿Estás enfermo? -preguntó Heide, sorprendido.

– ¡Chitón! -replicó Porta-. Por cierto, esto me recuerda que me debes dos litros de «Slibowitz» y doce pipas de opio. Ayer era el día de pago. Por lo tanto, ahora será un ochenta por ciento más. Julius, tus deudas se te suben a la cabeza.

Sacó su cuadernito negro, se humedeció un dedo y empezó a hojearlo.

– Vamos a ver… ¡Ah! Aquí estás, cerdo: «Julius Marius Heide. Unteroffizier,nacido en Dormur, sirviendo en el 27.° Regimiento, 5.ª Compañía, 2.ª Sección, 3. erGrupo.» ¿Eres tú?

Heide asintió débilmente.

Porta se llevo al ojo su monóculo roto y pidió a Hermanitoque le ilumina con la linterna:

– Cuatro de abril: nueve botellas de vodka. Siete de abril: tres botellas de «Slibowitz». El 12 era tu cumpleaños; mala suerte. Deberías maldecir a tu madre por no haberte estrangulado en el momento de nacer. Bueno, así, pues, estábamos diciendo: 712 marcos y 13 pfennigs, 21 botellas de «Slibowitz», un litro de agua de rosas, 9 pipas, aguardiente danés, media caja de Dortmunder. Después, está el día 20, el aniversario de Hitler, día siniestro entre todos. No olvides que has sido miembro del partido.

– Sí, pero eso ha terminado -protestó Heide.

– No por tu culpa, sino porque te echaron -dijo Porta brutalmente-. No querían verte más. En el aniversario del señor Hitler sólo perdiste dinero: 3.412 reichsmarks y 12 pfennigs. Puedes añadir un ochenta por ciento. No conseguirás salir de ésta, Julius.

– ¡Debe de ser maravilloso saber escribir! -dijo Hermanitocon admiración-. Sí fuese yo, pronto me haría rico. Me bastaría con cargarme a uno de esos tipos que se pasean con esos talonarios de cheques en el bolsillo. Los firmaría y ya sólo tendría que ir a buscar la pasta.

Nadie contestó. Hubiese resultado demasiado largo explicarle que el truco de los talonarios de cheques no era tan sencillo como imaginaba.

– Julius -prosiguio Porta-, sabes que soy buen compañero. Me doy cuenta de que tu deuda te pesa. Quisiera saldarla.

– ¿La anulas?

A Heide le costó trabajo creerlo.

– Exactamente -afirmó Porta, sonriendo con astucia.

– ¡Vosotros sois testigos! -berreó Heide, cada más nervioso.

– Calma, calma -interrumpió Porta, secamente, para enfriar el entusiasmo de Heide-. Primero, he aquí mis condiciones. Me das tres piezas de sábanas. Las que tienes escondidas en la habitación de la Escoba.Y quiero también las dos barricas de arenques holandeses que tú y la Salchichahabéis dejado en casa del dentista, en la Hein Hoyer Strasse.

La sorpresa de Heide fue enorme. Su cerebro dejó de funcionar. Aspiraba las palabras de Porta.

– ¡Maldición! ¿Cómo lo sabes?

Los ojillos porcinos de Porta brillaban. ¡De modo que era cierto! Se sentía lo bastante seguro de sí mismo para aprovechar más su ventaja:

– Aún se más de lo que imaginas.

– ¿También las alfombras de la Paulinen Platz?

– Desde luego -respondió Porta secamente-. Me las das también. Después, anulo tu deuda y cierro los ojos respecto a lo demás.

Era un golpe arriesgado, pero tenía la suerte de cara.

– ¿No intentarás sonsacarme?

Heide permanecía en guardia.

– Palabra de honor -prometió Porta, levantando tres dedos en el aire.

– Tu palabra me la meto donde yo sé. Dame un recibo para los arenques, las sábanas y quinientas veinticinco alfombras de lana.

– He dicho todas las alfombras -insistió Porta.

– ¡Exageras un poco! -aulló Heide-. ¡Ochocientas alfombras! ¿Te das cuenta de que representan mucho más de lo que te debo?

– Olvidas mi discreción, que cuesta cara. También podría ir a buscar los artículos, en vez de perder el tiempo discutiendo contigo.

– ¿No pensarás denunciarme? -preguntó Julius Heide, indignado.

– Ya lo creo que sí, si valiera la pena. No hemos olvidado la historia del campesino [22].

– Esto es, ponte sentimental -gruñó Heide-. Pero voy a decirte una cosa. Los arenques y las alfombras queman los dedos, y yo no sé nada si te atrapan.

– No te preocupes -dijo Porta-. Ese día iremos juntos a chirona. Cogidos de la mano, como los dos buenos amigos que somos.

– ¿Por qué?

– Verdaderamente, eres obtuso -replicó Porta, riendo-. Vas a buscarme las alfombras y me las revendes. Yo sólo estoy aquí para cobrar o para controlar, si lo prefieres.

– No tienes un pelo de tonto, pero no te imagines que conseguirás un átomo de lo que queda.

– Ya veremos.

– ¡Jamás! -gritó Heide-. Yo también sé cosas tuyas. Tengo un amigo que es comandante responsable en el almacén de las SS. Me ha explicado que buscaban a un ladrón que había birlado cascos de acero. En Fuhlsbüttel hay un calabozo preparado con todo lo necesario.

– ¿Y a mí qué me importa todo eso?

Porta no se dejaba impresionar.

– ¡Es a ti a quien buscan! -chilló Heide, acusador.

– Callaos -dije-. Despertaréis a todo el mundo.

– Si sigues metiéndote en mis asuntos -amenazó Heide-, irás a partir piedras a Torgau, Herr ObergefreiterJoseph Porta.

Hermanitopuso término a la discusión. Miró a su alrededor, y dijo con aire misterioso:

– Cuando Leopold haya estirado la pata, me atiborraré de salchichas. Con «Slibowitz».

Heide asintió con la cabeza.

– Leopold y sus colegas pueden sentirse orgullosos. Su trabajo es de primera clase. Han hecho de nosotros lo que han querido. Unos tipos temerarios. Acero Krupp.

– El acero Krupp es mantequilla en comparación conmigo -dijo Hermanito,pegando un puñetazo contra la pared de hormigón.

Ésta se agrietó. Era como si la hubiese golpeado con un martillo. De todos nosotros, él era el más fuerte. Podía partir un ladrillo en dos. Había desnucado a una vaca propinándole un golpe con el canto de la mano. También Porta podía romper un ladrillo, pero necesitaba dos golpes. Steiner se despellejó horriblemente la mano cuando lo intentó. Pero, después, se había ejercitado mientras la llevaba enyesada, y ahora conseguía hacerlo con bastante facilidad.

Todo el mundo era capaz de romper el mango de una pala. Por el momento, Hermanitohacía prácticas con una barra de hierro.

Fue un soldado mogol quien nos enseñó aquel golpe. De uno solo envió a Hermanitoal suelo. Justo entre los ojos. Quedamos tan atónitos que le ofrecimos la libertad si quería enseñarnos el truco. Lo hizo en seis semanas. Le entregamos un uniforme alemán y nos lo llevamos con nosotros.

Nos separamos la víspera de Navidad. Le vimos cómo atravesaba las líneas corriendo. Estábamos algo tristes, porque era un buen tipo. Después, le olvidamos.

Se oyó un ruido de pasos que se acercaban. Aguzamos el oído. Parecían los de un soldado.

– ¿Quién será? -preguntó Porta-. Ve a ver, Hermanito.

Haciendo más ruido del necesario, Hermanitosalió del refugio.

– ¡Alto, la contraseña! -vociferó.

Los pasos se detuvieron.

– ¡Oh, ya está bien! -dijo una voz en la oscuridad-. Deja de hacer el cretino.

– ¡La contraseña! -repitió Hermanito-. ¡O disparo!

– ¿Estás chiflado?

Habíamos reconocido la voz de Barcelona,pero Hermanitotenía el diablo en el cuerpo.

– La contraseña o te convierto en un colador.

Amartilló su fusil.

– Pero si soy yo, cretino -gritó Barcelona,nervioso, refugiándose en la cuneta.

Distinguimos la sombra de su casco.

Hermanitose mostró más amenazador.

– La contraseña, o te liquido. Esto es la guerra, y la guerra es cosa seria. Nadie entrará aquí sin haber dado la contraseña.

– Soy yo, ¡maldito! -exclamó Barcelona,con rabia, desde la cuneta-. Tu compañero Barcelona.

– No lo conozco, no tengo amigos. La contraseña, o disparo.

Se echó el fusil al hombro y apuntó.

El miedo no nos dejaba respirar. Cuando Hermanitose ponía de aquel humor, podía esperarse cualquier cosa.

– ¡Detente! -cuchicheó Heide-. Tendremos problemas.

– ¡Me importa un bledo! -berreó Hermanito-. Soy un buen soldado, obedezco las órdenes. La contraseña o le pego un tiro.

Barcelonaperdió la paciencia. Le acometieron escalofríos al ver el fusil apuntando contra él.

– Matón de burdel, dispara si quieres. ¡Puedes irte al cuerno con tu contraseña!

Saltó por el aire y llegó junto a nosotros.

Hermanitose desternilló de risa.

– Has tenido miedo, ¿eh, pellejo de vino?

– ¡Soldado del cuerno! -gruñó Barcelona-. Dime cuál es la contraseña.

– Ni la menor idea -replicó Hermanitocon franqueza-. ¿Tenemos una? Tú eres el Feldwebel.Tú debes conocerla.

– Entonces, ¿por qué haces el cretino de esta manera? -gritó Barcelona.

Alargó la mano hacia la botella de «Slibowitz».

– Pásamela. El Viejome ha enviado para anunciaros que esta noche os dejarán tranquilos. En la Gestapo trabajan de firme. El Bello Paulestá pasando por la criba a sus subalternos. Una gran depuración. Abajo, forman cola para ingresar en la cárcel.

– ¿Qué han hecho? -interrogó Porta, curioso.

Barcelonase frotó las manos.

– De todo. Sabotaje. Insubordinación. Negligencia en el servicio. Y, luego, otros pecadillos como corrupción y robo. -Se echó a reír-. Ni siquiera falta un pequeño asesinato. Si el Bello Paulsigue de esta manera, mañana por la mañana estará solo allá arriba. Los tipos se ensucian en sus calzones. Se les puede ahogar con un cabello.

Porta movió la cabeza.

– ¡Vaya suerte! Sería una estupidez no aprovecharla.

– ¿Quieres ayudar al Bello Paul?-preguntó Hermanito,sorprendido.

– Exactamente. Pero no como tú crees.

– Yo ya no entiendo nada -dijo Heide.

– Qui vivra, verra-dijo riendo el legionario, que casi adivinaba la idea de Porta.

Diez minutos después, nos relevaban. Procurando hacer todo el ruido posible, entramos en la sala de guardia donde Porta anunció:

– Yo me encargo de registrar a los polizontes caídos.

El legionario insinuó una sonrisa comprensiva.

– Bien, camarada. Olfateas la presa.

– ¡Atención, Porta! A esto se llama distracción de fondos.

– ¡Oh, por favor…! -empezó a decir Porta.

Llamaron a la puerta.

El Viejofue a abrir sin demasiada prisa.

Un secretario hizo entrar brutalmente a tres hombres de la SD.

– Aquí hay unos candidatos a la jaula. Cuidad de ellos.

El Viejoechó las órdenes de detención sobre el escritorio.

Barcelonaabrió el registro de inscripción y anotó sus identidades y los motivos de su detención. Aquel registro se había iniciado cuando el Imperio; después, había servido durante la República de Weimar; y seguía sirviendo, ahora, bajo la insignia volátil nazi. El Viejoextendió sobre la mesa los mandatos amarillos que llevaban en la parte superior, a la izquierda, la siguiente mención:

El detenido será presentado ante el alto tribunal SS de policía de guerra, en un plazo de cuarenta y ocho horas. Provisionalmente, bajo la guardia de una Compañía penitenciaria.

Porta se había colocado en medio de la sala. Había cogido la gorra de Heide y se la había puesto al estilo de un Feldwebel,con la visera inclinada sobre el ojo izquierdo. Sonrió con falsa benevolencia a los tres detenidos.

– Miradme. ¿Veis mi grado? No lo olvidéis nunca. Tendréis ocasión de conocerlo en las próximas horas. Vosotros mismos decidiréis sobre nuestras relaciones futuras. Puedo ser como un gatito al que se acaricia en el sentido del pelo. Y puedo ser malo como un oso siberiano hambriento. Soy O bergefreiter,la columna vertebral del Ejército. Me llamo Joseph Porta, del 27.° Regimiento. Vaciad los bolsillos en la mesa.

Curiosos objetos aparecieron a la luz del día.

El SD UnterscharführerBlank contemplaba con ansiedad los cinco cigarrillos de marihuana que acababa de sacar del forro de su guerrera.

Porta los señaló.

– ¿No te da vergüenza? Esto es contrabando. Creo que hay que desconfiar de ti.

– Me los ha dado un prisionero -dijo Blank, intentando justificarse.

– Muy bien, a mí también acaba de regalármelos un prisionero -dijo Porta, triunfalmente, guardándoselos en el bolsillo.

Se volvió hacia el SD ScharführerLeutz.

– Y tú, ¿también has recibido regalos?

Sin esperar la respuesta, separó cinco bolitas del montón.

– Ya sólo falta la pipa. ¡Maldita sea! ¿Cómo te atreves, tú, un SD, protector de la patria, a poseer opio?

Leutz bajó la mirada. No sabía qué debía hacer. ¿Vociferaría, blasfemaría, pegaría puntapiés en el bajo vientre de aquel cretino de Obergefreiter?Miró hacia Hermanito.Más bien se inclinaba por un puntapié. Pero aquel grandullón tenía un aspecto demasiado peligroso. Jugueteaba con una pala de infantería muy afilada. De repente, hizo algo que dejó sin aliento a los prisioneros. Apoyando la pala en el respaldo de dos sillas, rompió el grueso mango con el canto de la mano, de un solo golpe.

– ¿Has visto, Porta? -gritó-. ¡Ya está! Pásame uno de esos tres SD y le romperé el lomo. Diremos que ha intentado atacarte.

Leutz se estremeció. Prefirió capitular.

– Es tuyo. Coge lo que quieras. Porta se mostró altivo.

– ¿Pues qué creías? -Sin esperar la respuesta del otro, cogió un reloj de pulsera y se lo llevó a la oreja -: Excelente reloj. Esto resiste toda una guerra.

Lo hizo desaparecer en su bolsillo. Leutz respiró pesadamente, pero no protestó. Los ojos de ave de rapiña de Porta se fijaron en un anillo que llevaba el SD OberscharführerKrug. Era de oro repujado. Representaba dos serpientes, cuyas cabezas eran dos diamantes.

– Dámelo, y esta noche estarás tranquilo -prometió, alargando una mano.

Krug protestó, indignado, intentando apelar a la probidad de Porta.

– ¡Cállate, bocazas! -le interrumpió Porta-. Dame ese anillo y a toda velocidad. Tú mismo lo has robado.

El SD Oberscharführercambió de táctica. Se mostró grosero, es lo menos que puede decirse.

– ¿Qué se ha creído usted, Obergefreiter? ¿No ve quién soy yo? ¡Basta de esto, o prepárese!

Porta rió jovialmente.

– ¿Aún no lo has entendido, eh, Oberscharführer?Oye, Anda o Revienta,¿qué te parece este aborto?

– Estúpido -contestó secamente el legionario.

– De lo contrario, no estaría en las SD -añadió Pota, riendo.

Krug estaba furioso; olvidó dónde se encontraba. Con las manos en la cintura, hinchó el pecho a la prusiana. Nos costó horrores ocultar nuestra sorpresa.

Sólo el Viejofingió no haber visto nada. Estaba absorto con el registro de detenidos, pero todos sabíamos que no sentía la menor compasión por aquellos verdugos caídos en desgracia.

– ¿No veis que soy Oberscharführer? -vociferó Krug.

– No estoy ciego -repuso Porta, arrogante-, pero aunque fueses general también te enviaría a la mierda.

Krug gritó. Le fallaba la voz. Tartamudeaba de excitación.

– ¡Maldita sea! ¡Exijo que se me respete! Debe de hablarme según el reglamento. Soy el SD OberscharführerKrug, un hombre que conoce su deber. Mucho cuidado con sus palabras, Obergefreiter.

– ¡Residuo de letrina!

– ¡Haré un parte! -aulló Krug.

– Tu parte me lo paso por el trasero -respondió Porta expresivamente-. Todo el mundo se ríe de tus partes. Y hasta nueva orden, eres mi detenido.

Porta recalcó las dos últimas palabras.

– Ahora tendrás la amabilidad de regalarme todo lo que tienes, sin olvidar el anillo. Se lo ofreceré a Vera la Cachonda, de « El Huracán 11», por las atenciones que siempre me ha tenido. Si vuelves a protestar, no respondo de nada.

Luego, señalando a Hermanito,que se entretenía con un juego de naipes que había pertenecido a Blank:

– Ése se ocupará de ti. Adora a los SD. Hace todo lo que yo le pido. Pero si eres un muchacho sensato y prudente, le diré a Vera la Cachondaque el anillo es un regalo que me has hecho. Y dentro de varias semanas, cuando estés marcando el paso en la Brigada Dirlewanger, pensaremos en ti.

Krug dio un respingo al oír la palabra Dirlewanger. Pese a que la Brigada fuese muy «Gekados», Krug y sus compinches sabían muy bien lo que quería decir. Era una brigada disciplinaria SS que tenía por única misión aniquilar por todos los medios a los partisanos que había en los grandes bosques alrededor de Minsk. Su jefe, el SS BrigadenführerDirlewanger, era un antiguo presidiario que a causa de su brutal cinismo y de sus tendencias sádicas había obtenido el mando de aquella unidad. Su crueldad era tan grande que incluso Himmler y Heydrich habían exigido que se le sometiera a un Consejo de Guerra y se le condenara a muerte. La violación de las prisioneras polacas era el menor de los cargos que pesaban contra él. Pero aquel sádico asesino estaba bajo la protección del jefe de las Escuelas de Oficiales SS, el SS ObergruppenführerBerger, quien, el 22 de noviembre de 1941, había empleado más de una hora en convencer a Heydrich y a Himmler de que era necesario tolerar al BrigadenführerDirlewanger. Estos argumentos impresionaron sobre todo a Heide, quien tenía las mismas teorías que Berger. Había que combatir el terror mediante el terror. Hasta su muerte, Heydrich siguió convencido de que la victoria pertenecería al que mejor utilizara la violencia. Tres días antes del atentado de Praga, escribía:

No es usted más que un campesino sentimental, que no comprende nada de la guerra que libramos. Es probable que haya que exterminar al noventa por ciento del pueblo alemán. Sólo debería existir una forma de castigo: la decapitación. Resulta muy caro alimentar a los prisioneros. He ordenado a miEinsatzkommando que fusile a las brigadas de prisioneros en cuanto terminen su trabajo. Los transportes no son de ningún modo rentables.

Los hombres de Dirlewanger estaban condenados a muerte, tanto por el enemigo como por sus compatriotas. Eran eliminados en cuanto se les sorprendía solos. Se les reconocía con facilidad por las dos granadas doradas que llevaban en sus cuellos negros de SS. Oficialmente, se les daba dos meses de vida. Cuando se celebraba alguna fiesta en el Estado Mayor de Dirlewanger, lo que ocurría a menudo, se enviaba un comando a hacer una razziapor las ciudades de Polonia o de la Rusia blanca para conseguir mujeres.

La carrera de Dirlewanger tuvo el final que merecía; pero, por desdicha, demasiado tarde. El mismo había inventado el bárbaro castigo de tostar a los prisioneros lentamente, sobre una hoguera. Encontraron a Dirlewanger colgado de un árbol, la cabeza hacia abajo, ennegrecido como un pedazo de pan demasiado tostado. Unos partisanos polacos explicaron que la operación fue realizada por ocho hombres de su brigada. Al parecer, Dirlewanger estuvo gritando cuatro horas y media, mientras que los ocho tipos formaban círculo alrededor del árbol, y cantaban:

So weit die braune Heide geht,

gëhört das alles mir.

Ich bin ein freier Wildbrestchütz…

Los partisanos no tocaron a los ocho hombres. En el Museo de Guerra de Varsovia puede verse un cuadro que conmemora este acontecimiento. Se reconoce con claridad el rostro de Dirlewanger sobre las llamas. Esto ocurrió el 21 de enero de 1945.

El SD Oberscharführerno se hacía ilusiones sobre su futuro. Sabía lo que le esperaba. Había visto salir a muchos con destino a la temida brigada, pero nunca había visto regresar a nadie. Todos desaparecían sin dejar rastro, lo mismo que su documentación. Desde luego, siempre quedaba una probabilidad entre mil. Esto dependía del comandante de la prisión militar de Torgau, pero el coronel Blanco no era nada blando con los SD en desgracia. Krug se prometió portarse de manera ejemplar, maldecir a la SD, etcétera. Cuando el coronel fuese informado por sus confidentes, tal vez le hiciera el favor de enviarle a un regimiento disciplinario.

De todos modos, Krug protestó débilmente contra las pretensiones de Porta.

En dos zancadas felinas, Hermanitoestuvo a su lado.

– No rechistes, SD mío. Haz lo que te dice. Vacía los bolsillos. -Le empujó hacia la puerta del calabozo-. Éstos son tus aposentos hasta que te vengan a buscar tus compinches.

Porta se echó a reír.

– Mala suerte, Krug. Estás bajando la pendiente. Ya has sido olvidado, has dejado de existir.


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