355 500 произведений, 25 200 авторов.

Электронная библиотека книг » Hassel Sven » Gestapo » Текст книги (страница 12)
Gestapo
  • Текст добавлен: 7 октября 2016, 02:24

Текст книги "Gestapo"


Автор книги: Hassel Sven


Жанр:

   

Военная проза


сообщить о нарушении

Текущая страница: 12 (всего у книги 22 страниц)

Tres grandes fajos de billetes cambiaron de mano.

Porta los comprobó.

El SS olfateó los cigarrillos. Asintió con la cabeza, satisfecho. Eran las mejores «pipas» que había visto en mucho tiempo. Decidió emborrachar a Porta algún día para saber dónde las conseguía.

– Faltan cien marcos -declaró Porta.

– No es posible -protestó el SS-. Había mil pavos en cada fajo. -Los contó por tres veces. Meneó la cabeza para demostrar que no lo entendía-. Vaya, esto sí que es extraño.

Sacó otro billete de cien marcos, y se lo entregó a Porta.

Éste sujetó cada fajo con una banda de goma.

– Esto es la pasta. Pero me habías hablado también de la dirección de la casa de citas, no lo olvides.

El SS escribió unas líneas en un pedazo de papel.

– Es cerca del Alster, Una casa blanca, con techo negro. Antes vivían en ella unos chinos.

– ¿Hay también alguna chinita? Me vendría de gusto. He oído decir que en estas cuestiones son fantásticas.

– Nunca he visto ninguna, pero la casa está llena de mujeres. Sólo tienes que decir que vienes de parte de Kebler. Rudolph Kebler. Soy yo. Aparte de esto, si algún día quieres hablarme, estoy en el cuartel de Longhorn. Vivo allí.

En el mismo momento, lanzó un pequeño silbido y se sentó muy tieso detrás del volante. En un segundo, se había transformado en un disciplinado autómata.

Porta se echó el fusil al hombro. Con el pulgar a lo largo de la correa, según prescribía el Reglamento. Cuarenta y cinco grados de separación entre ambos pies. El brazo izquierdo pegado a la costura del pantalón. El codo a la altura de la hebilla del cinturón. Siguió con la mirada a los tres hombres que salían de la oficina del comandante. Paul Bielert, de paisano, el SD Unterscharfürer,con la mano apoyada en la funda de la pistola, y, entre ambos, el teniente Olhsen. El gran «Mercedes» salió del cuartel. Porta reanudó la guardia. Por un instante, se preguntó qué ocurría con el teniente Olhsen. Se dirigió hacia los garajes. Oculto tras unas tablas, cerca del lugar donde se lavaban los vehículos, se puso a estudiar las fotografías pornográficas. Ordenó los tres fajos de billetes. Del bolsillito que tenía en la parte baja de la guerrera, sacó un billete de cien marcos. Rió satisfecho. El truco de hacer desaparecer el billete mientras contaba no había llegado, por lo visto, a oídos de Kleber. Riendo por lo bajo, siguió andando hasta las cajas de municiones, donde le esperaba Heide, que estaba allí de guardia.

– ¿Qué diablos haces? -le preguntó-. Hermanitoha venido ya dos veces.

– Cállate, tengo otras preocupaciones que la de montar la guardia.

– Por lo menos, podrías tenerme alguna consideración -gruñó Heide, ofendido-. Al fin y al cabo, soy tu superior. Te protejo sin cesar. ¿Sabes que la Gestapo merodea por el cuartel? Buscan a alguien y me parece que es a ti. Todo me dice que terminarás con una cuerda al cuello.

– Atrasas, Julius. Ya se han marchado, llevándose la presa. Pero puesto que hablas de proteger, te aconsejo que sigas haciéndolo. Sería muy molesto para ti que olvidara mi deber de ser discreto. ¿Sabes? Conozco exactamente cómo será tu vida, Julius. Si aún no has muerto cuando hayas perdido la guerra, seguirás en el Ejército, a menos que caigas más bajo y te conviertas en un poli.Te veo ya con una estrella roja en la gorra. Has nacido para esta clase de trabajo, Julius.

– ¿Por qué diablos no habría de seguir en el Ejército? -preguntó Heide, cándidamente-. Cobraré cada diez días, tendré una buena cama y estaré libre desde el viernes por la noche hasta el domingo por la noche. Dejaré que los reclutas me agradezcan los favores que les haga. Y someteré a un tratamiento especial a los que no quieran pagarme. Y en cuanto se haya olvidado la guerra, lo que no tardará en ocurrir, sacaré brillo a todas mis medallas y cruces. Y entonces verás cómo todas las mujeres caerán rendidas en mis brazos. Seré un héroe con el que todos desearán alternar.

– Lo sabía -exclamó Porta, triunfalmente-. Seguirás en la jaula. Yo prefiero el comercio, la libre competencia. Cuando pases con uno de esos cacharros viejos del Ejército, me verás en un «Mercedes» descapotable, con una gachí cubierta de pieles a mi lado. Un verdadero bombón, con la falda bien ceñida. Mientras tú vociferarás a los reclutas el lunes por la mañana, bajo la lluvia, yo lo pasaré cañón tras un escritorio grande como un camión de diez toneladas, contando mi pasta.

Como por casualidad, Porta sacó las fotografías y las pasó rápidamente ante los ojos de Heide.

– ¡Válgame Dios, déjame verlas!

– Encantado -replicó Porta-. Te las dejaré una hora.

– ¡Dámelas, aprisa!

Heide se relamió ávidamente los labios, y dos manchas rojizas aparecían en sus mejillas.

Porta se echó a reír. Barajó las fotografías con la lentitud suficiente para que Heide pudiera ver cuan interesantes eran.

– Te dejo que las mires, Julius. Incluso te dejo que vayas a las letrinas con ellas, para que puedas mirarlas tranquilamente.

– ¿Por cuánto las vendes?

– No las vendo. Las alquilo. A cien marcos la hora toda la serie, o a cinco marcos la pieza.

– ¿Estás loco? ¿Crees que te daré cien marcos para mirar tus fotos de segunda clase?

Heide fingió estar escandalizado.

Se irguió como un verdadero suboficial, pero Porta no se dejó impresionar.

– Nadie le obliga a ello, señor suboficial Julius Heide. Es usted quien me ha pedido que le dejara echar una mirada a las mismas.

Hizo desaparecer las fotografías pornográficas en el estuche de la máscara antigás, pegó una patada a la cerradura de una caja de municiones y comprobó satisfecho que la misma se había roto.

– Tendrá usted problemas, señor suboficial, si viene el comandante y encuentra la caja abierta.

– ¿Te has vuelto loco? ¡Romper la cerradura! Daré parte.

– ¡Ah, sí! -exclamó Porta, riendo.

Y se marchó tranquilamente hacia los garajes, donde había escondido una botella de cerveza.

Durante un momento, Heide contempló furioso la cerradura.

Por fin, consiguió sujetarla de modo que no se notara fácilmente que estaba rota. Para él lo importante era que el hecho pasara inadvertido hasta el final de la guardia. Agitó la cabeza, satisfecho, y salió corriendo en pos de Porta.

– Dame esas fotografías. Aquí tienes los cien marcos. Pero supongo que sabrás que esto es usura.

– ¿Crees que soy una institución filantrópica?

En cuanto hubo terminado su guardia, Heide se presentó en el puesto de control. Y después, desapareció hacia las letrinas, donde permaneció una hora mirando las fotografías.

– Han venido a buscar al teniente Ohlsen -dijo Barcelona,cuando Porta regresó al puesto.

– ¡Que se apañe! -replicó Porta-. ¿De qué se le acusa?

– No lo sabe nadie, pero todo el Estado Mayor está alborotado. Hinka grita de tal modo que se le oye desde lejos. El ayudante ha vomitado tres veces, de miedo. Parece que vamos a tener un nuevo jefe de Compañía. Me lo ha dicho el FeldwebelGrün.

– Merde-suspiró el legionario-. Crimen de Estado. Les he visto cuando se marchaban. Un «Mercedes» SS 333300. La sección IV-2-a, de el Bello Paul.Sólo se ocupa de los asuntos importantes.

Porta se encogió de hombros, indiferente.

– ¡Estos oficiales están tan ocupados, discutiendo! Se olvidan de prestar atención a lo que dicen, cuando se entusiasman demasiado. Por eso hay tantos que se encuentran sin cerebro, que, por otra parte, nunca han tenido. Creen que están seguros gracias a la quincalla de sus condecoraciones. Y además, tienen su amor propio.

Porta escupió en el suelo.

– ¡Tonterías! Apuesto diez contra uno a que no volveremos a ver al teniente Ohlsen.

Hermanitoentró impetuosamente. Echó el fusil sobre la mesa.

Lanzó el casco a los pies de Barcelona.

Y escupió en la taza de Heide.

Evidentemente, buscaba camorra.

– ¿A alguien le apetece un coscorrón? -preguntó, furioso-. Durante la guardia, me he divertido con una gachí, junto a la cerca electrizada. Y después, todo se ha ido al agua porque me han venido ganas de orinar.

Porta sonrió solapadamente y se rascó una oreja con la baqueta de un fusil.

– En otras palabras, cinturón, Hermanito.Sé lo que es eso. Aunque no a causa de una cerca electrificada A propósito, he conseguido unas cuantas fotografías estupendas. Te las alquilaré por una hora. Cien marcos. ¿Qué te parece? Son como a ti te gustan. Mejor que una película.

La noticia hizo que Hermanitose olvidara por completo de la gachí y de la cerca.

– De acuerdo. ¿No darás crédito, por casualidad?

Porta se echó a reír.

– Bueno, está bien. Le pediré cien marcos a un tipo que acaba de recibir pasta de su casa. Un buen montón. Si no me los da, le atizaré en los morros.

– Esto es un robo -dijo Stege.

– En absoluto -protestó Hermanito-. Es comercio. Le explicaré el truco de limpiar el cañón del fusil con papel higiénico. Un soplo como éste bien vale cien marcos.

– Conforme -dijo Porta-. El dinero no tiene color.

Sacó los tres fajos de billetes y los contó con avidez.

– Tal vez tendría que sacar fotocopias. De esta manera, podría alquilar varias series a la vez.

– ¿Es que nunca cambiarás? -preguntó el Viejo-. Sólo piensas en el dinero.

– Te diré cuando cambiaré. Tres años después de que Adolph haya hecho las maletas y yo haya devuelto mi uniforme al almacén Entonces, mi letrero de neón brillará en tojo, verde y amarillo: «Joseph Porta, importación y exportación. Compra todo. Vende todo»

– ¿Por qué rojo, verde y amarillo? -preguntó Barcelona.

– Rojo por el amor, verde por la esperanza y amarillo por la canallería -explicó Porta-. Después, no vengas a decirme que los clientes no están avisados.

–  Tenia diecinueve años cuando asistí por primera vez a una ejecución -explicó el legionario-. Fue en Casablanca, cuando servía en el 1. erRegimiento de la Legión Extranjera. Fusilamos a un tipo que llevaba doce años en el Ejército. Un desertor. Desde entonces, he visto muchas. No se olvida nunca

- Yo sólo tenía dieciocho años -dijoBarcelona -. F ue en Madrid. Serví en la 1.ª Sección del Batallón Thälmann [27] . Ejecutamos a uno detrás del matadero, al hijo de un tipo rico. Le matamos porque su padre era rico. Disparamos muy mal: la falta de entrenamiento. Le estalló la cabeza. Después, vomitamos, apoyados en nuestros fusiles, como si estuviéramos mareados

El legionario desplegó su alfombrilla de oraciones y se inclino, recitando a media voz Rogaba a Alá que le absolviera por todas las ejecuciones en las que había intervenido.

Heide se encogió de hombros.

–  Yo nunca pienso en eso. Al fin y al cabo, lo misma da matar a un tipo atado a un poste que a un soldado asustado que huye por el campo.

-¿ Os acordáis cuando ejecutamos a laBlitzmädel [28] de la Marina de Guerra? -preguntóHermanito-. ¡Qué espectáculo! Fue culpa de Stege y de Sven. Querían mostrarse galantes y no hacerla sufrir. La chica se escapó, corrió por pasillo y bajó la escalera. Gustavoel Duro nos prohibió disparar. Tenía que morir en el poste, según prescribe el reglamentó. De lo contrario, habría desorden en la documentación -dijo-. Sólo la dominamos cuando le aticé. Los enfermeros tuvieron que llevarla hasta el poste. El médico no quiso ponerle una inyección.

– Era una asesina -dijo Heide-. Había envenenado su amiga. Vi los papeles en el despacho delHauptfeldwebd Dorn. Lo que hizo fue una canallada.

– Fue a causa de un tío -añadió Porta.

– La próxima semana estaremos de guardia en Fuhlsbüttel -murmuróSteiner -. Diré que estoy enfermo. Ya estoy de acuerdo con elFeldwebel de la enfermería. Me ha costado dos cartones de cigarrillos. Sé que hay que liquidar allí a cinco.

– Esto no me incumbe -dijo Porta-. A mí me han largado un trabajo que me durará por lo menos una semana. Engrasar las ametralladoras.

– En Fuhlsbüttel recibimos un suplemento de paga -observóHermanito, siempre práctico-. Necesito pasta. Si no nos cargamos a los cinco tipos, otros lo harán en nuestro lugar. Y cobrarán la prima.

– Me importa un comino lo que debo hacer -comentó Heide-. Se está bien en Fuhlsbüttel como Compañía de guardia.

EL ARRESTO PREVENTIVO

En las oficinas de la Gestapo, situadas en el número 8 de Stadthausbrücke, el teniente Olhsen estaba sentado frente a Paul Bielert, consejero criminal.

El teniente Olhsen tenía un documento en la mano. El Bello Paul,pensativo, fumaba un grueso cigarro. Sonriente, seguía el humo con la mirada. Era la 123.ª detención de la semana. En Berlín, el GruppenführerMüller no podría dejar de manifestar su satisfacción. Müller era un crápula. No era como el ObergruppenführerHeydrich, al que habían asesinado. Ése sí que era un jefe. Inteligente, sin escrúpulos, arrogante. Con un encanto diabólico. Incluso el SS Heinrich le tenía miedo. ¡Quién sabe si Himmler y el Führer no tenían algo que ver en la muerte de Heydrich! Resultaba todo tan confuso… Era un misterio que olía mal. ¿Por qué no había sobrevivido ninguno de los agresores? La orden del jefe de operaciones, el SD GruppenführerNebe, decía: No queremos prisioneros. Liquidadlos a todos, aunque para ello haga falta quemar la maldita iglesia en la que se esconden.El profesor que habían terminado por encontrar en el barrio viejo de Praga había levantado los brazos sin resistirse, pero lo liquidaron en el despacho de Nebe, antes de haber tenido tiempo de dar una explicación. En los diarios, se dijo que se había suicidado. Incluso los ingleses lo creyeron y dieron la noticia por radio.

Paul Bielert abrió un cajón y acarició afectuosamente su pistola azulada del 7,65. Era la que había usado para matar al profesor, el último superviviente del atentado. Después de la investigación, Nebe fue postergado. Había demostrado demasiado celo y había querido continuar las pesquisas.

El Bello Paulrió suavemente. En seguida olfateó el peligro. Había algo que no encajaba en aquel asunto. Había comprendido y pidió rápidamente un traslado. Después, habían liquidado un pueblo, junto a Praga. Lo hicieron unidades de la policía militar. Corrió el rumor de que habían sido las SS, pero, en realidad, no había más de cinco SS en todo el comando. Eran policías militares de Dresde y de Leipzig.

Paul Bielert se rió al pensar en aquello. Fue el SS ObergruppenführerBerger quien se opuso a que utilizaran a las SS para liquidar al pueblo; hubiese perjudicado el reclutamiento de voluntarios de Bohemia y de Eslovaquia. La idea de aniquilar el pueblo procedía de Himmler y de Nebe. Era excelente. Hacer algo terrible que tuviera repercusiones en el mundo entero, para que todos comprendieran cuan estúpida había sido la Resistencia checoslovaca al liquidar a Heydrich. El furor y la desesperación ante todas aquellas ejecuciones y represalias por un solo crimen, debían de volverse contra la Resistencia. Pero los ingleses habían sido más rápidos. Adivinaron el truco. Tanto el del Batallón de policías como el de las numerosas liquidaciones. Habían repetido incansablemente, hasta que todo el mundo lo tuvo bien metido en la sesera, que los culpables eran las SS y la Gestapo. Los voluntarios de Bohemia y de Eslovaquia habían empezado a desertar. Las oficinas de reclutamiento estaban vacías. La Resistencia aumentaba. La mayoría de sus miembros se habían formado en las SS. Gente peligrosa, que no luchaba por amor a la patria, sino por odio.

Bielert miró al teniente de Tanques. Pronto terminaría con él. Era un buen truco dejar que aquellos ridículos intelectuales leyeran la orden de detención. En seguida se sentían en un terreno resbaladizo y empezaban a desembuchar.

Bielert sonrió y palmoteo el brazo del sillón, con su mano izquierda, mientras contemplaba la ceniza blanca del cigarro brasileño. Sabía que el teniente estaba leyendo por tercera vez la orden de detención. Todos lo hacían. La primera vez no entendían nada. La segunda, empezaban a ver claro, y a la tercera, el terror se apoderaba de ellos. A la cuarta, perdían todo dominio sobre sí mismos.

El teniente Olhsen no constituía ninguna excepción. Leía muy lentamente. No lo entendía. Debía de tratarse de un mal sueño, de una pesadilla, de la que acabaría por despertar.

El Presidente del Tribunal Popular.

El Tribunal Popular

7.J.636/43 (52)43-693

Hamburgo, 3 de abril de 1943

8, Stadthausbrücke

Hamburgo, 2

Orden de Detención

El teniente de la reserva, Bernt Viktor Olhsen, nacido el 4 de abril de 1917 en Berlín-Dahlmen, actualmente de servicio en el 27.º Regimiento Blindado, 2.° Batallón, 5.ª compañía, debe ser internado por la policía secreta del Estado. El 27.° Regimiento Blindado está acantonado hasta nueva orden en el cuartel de Infantería de Hamburgo-Altona, 2.° Batallón, y debe servir provisionalmente como Batallón de guardia en Hamburgo.

Debe abrirse una información judicial contra Bernt Viktor Olhsen. Se sospecha que quiere perturbar el orden público mediante la difusión de opiniones derrotistas y alentar el sabotaje y la insurrección. Motivo de la sospecha en cuestión:

El 22 de enero de 1943, durante la estancia del Regimiento en el frente del Este, Bernt Viktor Olhsen declaró a un camarada oficial:

– Esta maldita guerra está perdida para el Reich milenario. Dentro de poco, los ingleses y los americanos invadido Alemania por Italia y los Balcanes. Y entonces, ese perro de Himmler y todos sus compinches se verán obligados a pasar por los hornos que han inventado.

Además, el acusado enseñó a su subteniente de segunda clase unos folletos de propaganda rusa que incitaban a los soldados alemanes a la deserción.

El delito cometido es la violación de los párrafos 5 y 91. artículo 1.° del Código Penal. El arresto e instrucción preliminar deben ser efectuados por la policía secreta, servicio de Stadthausbrücke, número 8, Hamburgo, 2. La detención obedece al hecho de que es probable que el acusado intente huir. El delito cometido es susceptible de merecer un castigo severo.

La orden de arresto y la detención están sujetas a apelación ante el presidente del Tribunal Popular.

– Dr. Mickert,

Presidente de la Corte de Apelación.

El teniente Olhsen dejó caer el documento y miró al consejero criminal Paul Bielert.

– ¿Qué debo decir?

Hizo un ademán de resignación.

Paul Bielert, indiferente, se encogió de hombros y chupó el cigarro.

– ¿Cómo quiere que sepa lo que quiere decir? No soy yo el acusado de alta traición. En cambio, puedo explicarle lo que pienso hacer en mi calidad de jefe de la investigación.

Se inclinó sobre el escritorio y señaló al teniente Ohlsen con su cigarro.

– En la Gestapo no somos idiotas. Cuando detenemos alguien, cuando le sacamos de la vida normal, es que tenernos pruebas fehacientes. En mi servicio, nunca nos equivocarnos Si niega usted, lo único que consigue es agravar su causa. De todos modos, acabará por decir lo que deseamos.

Sonrió. Sus ojos relampaguearon tras las gafas oscuras.

– No nos importan los medios. Usted mismo ha de decidir si quiere salir de aquí andando o a rastras como un saco de patatas. Pero no se marchará de este despacho sin haber hecho una confesión completa. -Se recostó en la silla y dejó tranquilo al detenido por un momento. Después, prosiguió, sonriendo amablemente. Cambiaba incesantemente de tono-. Pero si confiesa en seguida, de modo que no sea necesario perder demasiado tiempo en tonterías… -Dio un golpecito a un fajo de documentos que tenía delante-, es posible que se libre con dos o tres semanas en Torgau. Desde allí le enviarán como soldado raso a un regimiento disciplinario, o bien irá a parar a un F.G.A. [29], aunque no permanecerá allí más de tres meses.

El teniente Ohlsen se pasó una mano por el cabello y miró con atención al oficial de policía.

– El programa me parece seductor, señor consejero criminal y supongo que la mayoría de las personas le creerían. Pero he servido tres años en un regimiento disciplinario, y sé que nadie logra sobrevivir más de dos meses en un F.G.A.

Bielert se encogió de hombros.

– Resulta algo exagerado. Personalmente, conozco a varios que han salido vivos de un F.G.A. Pero, naturalmente, la condición era que esos individuos estuviesen dispuestos a colaborar con nosotros. En mi opinión, no puede usted escoger. Gracias a su torpeza, ha conseguido verse acusado de alta traición. Confiese y terminemos. Ahora, si forma parte de esas almas ingenuas que creen que gritando pueden arreglarlo todo, se equivoca por completo.

Amenazó al teniente con su estilográfica. Sus ojos brillaban malévolos.

– Soy capaz de preparar contra usted una acusación tan grave, que el señor Röttger, de Plötzensee, tendrá derecho a decapitarle. ¿Nunca ha visto cómo utiliza el hacha? Es un experto. Un golpe, y la cabeza rueda por el suelo. Y sobre todo, no crea usted que le amenazo en vano. Personalmente, soy contrario a las fanfarronadas. Lo que decimos en la Gestapo es una realidad. No hacemos nada a medias. Si iniciamos un asunto, lo terminamos cueste lo que cueste. Estamos tan bien informados que incluso sabemos lo que dice la gente mientras duerme. Mis confidentes están en todas partes. En la sacristía de la iglesia. En la sala de juegos de la escuela maternal. No me importa la clase de tipos que trabajen para mí, con tal de que trabajen. Lo mismo echo mano de un general que de prostitutas y chulos. Me encuentro con los unos en los salones y con los otros en los lavabos de las tascas de mala muerte. En el espacio de quince días, examinaré tan a fondo su vida, teniente, que hasta sabré decirle el color de su primer chupete.

El teniente Ohlsen quiso interrumpirle, pero Bielert levantó una mano para hacerle callar.

– Un instante. Ya tendrá ocasión de explicarse. Por ejemplo, sabemos ya que ha hablado con sus hombres de alta traición, de sabotaje y de deserción. Ha ultrajado usted al Führer, ha aludido a literatura prohibida, en especial al repugnante Sin novedad en el frente,del que ha citado varios párrafos. Puede incluir todo esto en el apartado 91. Su esposa hará otras declaraciones. Confiese y habremos terminado dentro de una hora. Desaparecerá usted en los calabozos de la guarnición, donde podrá tranquilizarse rápidamente. Dentro de un mes, aproximadamente, se presentará ante el Consejo de Guerra, que estimará su estupidez en seis u ocho semanas en Torgau, tras de lo cual será degradado y convertido en soldado raso. El asunto quedará zanjado y usted comprenderá que, en lo sucesivo, es conveniente que vigile sus palabras.

– ¿Me garantiza usted que no me ocurrirá nada más? He oído decir que habían ejecutado a algunas personas por delitos menos importantes que éste.

– ¡Se dicen tantas cosas…! -repuso Paul Bielert-. Pero yo no soy un juez y no puedo garantizarle nada. Aunque tengo bastante experiencia sobre lo que les ocurre a los tipos como usted. Todo juicio dictado debe sernos sometido, y podemos modificar los juicios que no nos satisfacen. Si el juez se ha mostrado exageradamente blando, tenemos lo que llamamos los campos de seguridad, donde condenamos, a la vez, al condenado y al juez. Podemos transformar una condena a muerte en liberación inmediata. -Sonrió-. Todo depende del deseo de colaboración, mi teniente. La colaboración nos interesa siempre. Tal vez le gustase trabajar con nosotros. Me interesa especialmente cierta información sobre su comandante, el coronel Hinka. También tiene en su Regimiento al capitán de Caballería Brockmann, que se las da de hombre ingenioso. Facilíteme información sobre esos dos hombres. Sobre todo, me interesa el capitán de Caballería. Me gustaría ver su cabeza en el tajo. Ha vendido artículos alimenticios del Ejército en el mercado negro. No me desagradaría conocer el nombre del comprador. Pero terminemos antes con su asunto. Confiese, cumpla su condena en Torgau y al cabo de tres semanas, iré a buscarle para reexpedirle a su Regimiento, como teniente. Todo de manera que les parezca normal a sus camaradas. Pronto podrá demostrar que lamenta su estúpida conducta. Pero nosotros no obligamos a nadie a colaborar. Usted mismo ha de decidirlo.

El teniente Ohlsen se agitaba en su silla. Miró durante mucho rato al consejero criminal, terriblemente pálido, que ocultaba los ojos tras unas grandes gafas oscuras. Ohlsen tenía la impresión de estar sentado frente al diablo. Las gafas negras convertían a Bielert en un ser anónimo. Solamente la voz era personal. Un torrente de palabras malévolas.

– Señor consejero criminal, rechazo con firmeza sus acusaciones, y por lo que respecta a la colaboración, conozco mi deber de ciudadano del Tercer Reich: comunicar inmediatamente cualquier sospecha de pensamientos o palabras dirigidos contra el Estado.

Bielert se echó a reír.

– No se embale demasiado. No soy tonto. ¿No comprende lo que busco? Usted no me interesa. A quien quiero es a un miembro de su familia. Me contentaré con uno sólo. Podría detener a toda la familia, si quisiera, pero no lo haré. Sólo precisamos un miembro de cada familia del país. Es una necesidad.

El teniente Ohlsen se puso rígido.

– No acabo de entenderle, señor Bielert. No veo qué relación tiene mi caso con mi familia.

Bielert hojeó unos papeles que tenía delante. Arrojó la colilla de su cigarro por la ventana abierta.

– ¿Qué me diría si empezáramos por disponer una orden de detención contra su padre? El 2 de abril de 1941, a las 11,19 horas, discutía de política con dos amigos. En el transcurso de la conversación dijo que había dejado de creer en una victoria nazi, que consideraba al Estado como un gigante con pies de barro. Estas palabras no parecen muy graves, mi teniente, pero cuando las hayamos arreglado un poco, quedará usted sorprendido. No será sólo el apartado 91. Su hermano Hugo que sirve en el 31.° Regimiento Blindado, en Bamberg, ha expresado una opinión a la que podríamos calificar de extraña, sobre las estadísticas del Tercer Reich. También podría enviar una invitación a su madre o a su hermana. Fijémonos por un momento en su hermana. -Se recostó en la silla y ojeó unos documentos-. Es enfermera en un hospital militar del Ejército del Aire, en Italia. Durante su servicio en un barco hospital, en Nápoles, el 14 de septiembre de 1941, afirmó que maldecía la locura que Hitler había implantado. Sólo él era responsable de los sufrimientos de los heridos. Apartado 91, señor teniente. Como ve, lo sabemos todo. Ni un ciudadano, ni un prisionero puedo hacer o decir algo sin que lo sepamos. Escuchamos de día y de noche. Nuestros ojos penetran hasta en los ataúdes de los cementerios.

Dejó caer ruidosamente una mano sobre el montón de documentos.

– Tengo aquí un caso contra un alto funcionario del Ministerio de Propaganda. El muy imbécil se ha desahogado en presencia de su amante. Cuando le haya hablado de sus escapadas a Hamburgo, estará dispuesto a colaborar. Me gustaría muchísimo poner un poco de orden en el Ministerio del doctor Goebbels. Dos de mis hombres han salido hacia Berlín para entregar a ese burócrata del Ministerio de Propaganda una invitación para que venga a conversar conmigo.

Bielert se rió de buena gana, enderezó su corbata de color gris pálido, se quitó un poco de ceniza que tenía en el traje negro.

– Es ridículo. La gente se queja siempre de que nunca sale. Pero cuando les envío una invitación para sostener una conversación íntima, no les gusta en absoluto. Y, sin embargo, tenemos la mesa dispuesta las veinticuatro horas del día. Todos son bien venidos. Y sabemos escuchar. Esto es muy apreciable en sociedad.

– Tiene usted un curioso sentido del humor -no pudo dejar de comentar el teniente Olhsen.

Paul Bielert le miró con sus ojos, fríos como el hielo en una noche de invierno.

– El humor no me interesa. Soy el jefe de la sección ejecutiva de la policía secreta. No nos gustan las bromas. Cumplimos nuestro deber. Nuestra vida es el servicio. La seguridad del país descansa en nosotros. Liquidamos a cualquier persona que no sepa vivir en nuestra sociedad. Firme la declaración y dejaré tranquilo al resto de su impertinente familia. Era la idea de Reinhard Heydrich. Espere a que hayamos ganado la guerra y verá cómo toda la población de Europa saludan a los oficiales SS con una profunda reverencia. Hace unos meses, estuve en el Japón, donde vi a holandeses e ingleses inclinarse humildemente ante un teniente de Infantería.

Se arrellanó en el butacón acolchado y apoyó la cabeza en sus manos afiladas. En el brazo del sillón estaba esculpido el emblema de las SS, la calavera.

El teniente, Olhsen se estremeció. Sólo faltaban unos cuervos para que pareciera el trono del diablo o el de una bruja. Miró por la ventana. La sirena de un barco silbaba en el Elba. Dos palomas se arrullaban amorosamente en la cornisa, y la bandera roja con la cruz gamada ondeaba sobre el puesto. Un emblema que había nacido con sangre.

Dos gaviotas gritaban, disputándose un pedazo de carne. A Ohlsen habían dejado de gustarle las gaviotas el día en que, después de ser torpedeado en el Mediterráneo, había visto cómo reventaban los ojos del comandante, que estaba medio muerto. Los cuervos y los buitres, e incluso las ratas y las hienas, esperaban a que la víctima hubiese muerto. Pero las gaviotas no tenían paciencia. Picoteaban los ojos, los extraían en cuanto la víctima ya no podía defenderse. Las gaviotas representaban a sus ojos, la Gestapo de los pájaros.

Miró a el Bello Paul,con su cuidado traje negro, y, de repente, comprendió que la Gestapo de los pájaros era caritativa en comparación con la de los hombres.

Cogió la declaración y la firmó, apático. Ya todo le era igual. ¡Había dicho tantas cosas sobre el Führer…! Cosas peores que las que estaban anotadas en aquel papel. El que le había denunciado no tenía una memoria infalible. ¡Si por lo menos pudiera averiguar quién era el soplón y enviar un mensaje al legionario y a Porta…! Se regocijó al pensar en lo que le ocurriría a aquel tipo. Ni siquiera un general de Brigada podría escapar. Porta se había cargado a muchos tipos. Siempre llevaba un bolsillo lleno de cartuchos con entalladuras. Era con uno de éstos que mató al capitán Meyer y a Brandt, miembro de la Gestapo, destinado un día a la Compañía, bajo el disfraz de cabo. Pero el legionario había descubierto la insignia ovalada de la Policía. Al regresar del próximo reconocimiento, el cabo Brandt fue declarado desaparecido. Cuando la patrulla hubo roto filas, Porta dijo lo suficientemente fuerte para que todo el mundo le oyera: «Dios es bueno. Me ha dado un ojo seguro y un dedo acostumbrado a apretar el gatillo. Coloca frente a mí unos blancos interesantes. Sabe dónde se oculta el diablo.»


    Ваша оценка произведения:

Популярные книги за неделю

    wait_for_cache