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Gestapo
  • Текст добавлен: 7 октября 2016, 02:24

Текст книги "Gestapo"


Автор книги: Hassel Sven


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Военная проза


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– ¡Qué va! -replicó Porta, riendo-. Pero siempre es conveniente hacerles creer que se las considera nobles. Después, decía: «Perdóneme la libertad que me tomo al enviarle estas palabritas desde este cuartel mierdoso.» Sin embargo, «mierdoso» no me pareció demasiado adecuado. Lo cambié por «prusiano». Terminé solicitando una entrevista, con preferencia en un diván con iluminación sonrosada.

– ¿Te la cargaste? -preguntó Hermanito.

Le brillaban los ojos con una expresión obscena.

– ¡Guárdate tus vulgaridades! En esos ambiente no se habla así. Después de un intercambio de cartas, como se dice en el Ministerio de Justicia cuando rehúsan un recurso de indulto, se decidió a verme. Incluso me envió un mensajero, un suboficial que sólo había tratado con ganado. Tuvo la desvergüenza de reclamarme dos marcos para una cerveza y un «Slibowitz», después de haberme entregado el mensaje. «¡Mis dos puños en tu hocico!», le ofrecí, mientras me alejaba.

»Pero él se quedó plantado, gritando obscenidades. En aquel momento pasó un viejo compañero mío, el FeldwebelSkoday, que aquel día era UvD [20]. Le rogué respetuosamente que enseñara a aquel tipo los principios del respeto a que tiene derecho un Gefreiterde mi categoría. El FeldwebelSkoday era el mayor cerdo de toda la Wehrmacht. Todo el mundo lo sabía. Se veía de lejos. Tenía una manera de situarse ante la Compañía, con las manos en las caderas, las piernas bien separadas y la gorra ladeada, echada hacia un ojo, ¿entendéis? Miraba un poco a cada hombre. Después, saludaba cortésmente:

»-Buenos días, pandilla de cretinos.

»-La Compañía contestaba a coro:

»-Buenos días, Herr Feldwebel.

»Luego, Skoday pasaba de soldado en soldado:

»-¿Estarás vivo esta noche?

»-Usted lo decidirá, Herr Feldwebel-contestaban los reclutas.

»-¡Firmes! ¡Armas al hombro! -ordenaba después.

»Pero antes de ordenar media vuelta a la izquierda, pronunciaba este amable discursito.

»-No os imaginéis que estáis aquí para divertiros, pandilla de gandules. Esta noche, en la cantina, os pagaré toda la cerveza que podáis beber. Pero con una condición: que la compañía esté completa cuando regresemos del terreno de ejercicios. Nada de muertos. Nada de enfermos.

»Skoday sabía que esto era imposible.

»Nada le es tan fácil a un suboficial como Skoday, como hacer que uno de sus subordinados se rompa el tobillo; y los reclutas lo sabían. Era algo que nunca fallaba. Al cabo de una hora, caían ya los primeros. Después, pasaban por las manos de Gerner y de Richardt. Mientras los individuos no caían en estado de coma, los accidentes no contaban para Skoday. No necesitaba ni un cuarto de hora para obtener este resultado. Aunque conmigo no le era tan fácil.

– ¿Por qué? -preguntó Hermanito,sorprendido.

Porta guiñó un ojo.

– La única manera de defenderse de tipos como Skoday es hurgar en su pasado. Un día que estábamos juntos ante una jarra de cerveza, le di a entender que sabía bastantes cosas acerca de él, desde el amanecer de su existencia. Naturalmente, Skoday empezó a chillar que no era cierto y que no podía demostrar nada.

»-Bueno, mejor -contesté-. En este caso, no te importa. En el próximo ejercicio intenta hacerme pasar un mal rato. Ya veremos lo que ocurrirá. Entendido, ¿eh? Cuando quieras que empiece el jaleo, dímelo.

Pues bien, imaginaos que Skoday nunca me lo dijo.

«Volviendo a mi historia con el portador del mensaje amoroso, me senté en una piedra para admirar cómo Skoday le hacía meter en todos los fosos. El tipo recibió tal corrección que cuando, por fin, regresó al cuartel, creyeron que estaba borracho. Lo metieron en el calabozo por embriaguez. Pero este episodio demuestra que una insignificancia puede tener consecuencias insospechadas. Trasladaron a aquel tipo a un batallón, en Heuberg, donde le mató un obús de mortero. Y todo, porque se había ofrecido a mi gachí para ser su mensajero y me había reclamado dos marcos. Si se hubiera cuidado de sus cosas, habría seguido en el 929.° Batallón, en Sennelager. Tal vez le hubiesen enviado a Rusia, donde habría caído bajo las balas de los partisanos y hubiera recibido póstumamente la Cruz de Hierro. Un lapidario hubiese grabado su nombre en una piedra, junto con los de los demás héroes, a la entrada de Sennelager, y los supervivientes del Batallón se habrían reunido cada año para depositar flores en su tumba, pronunciando hermosos discursos sobre los valerosos defensores de la patria, antes de marcharse al burdel. Todo ocurrió de manera distinta. La muerte dio lugar a una investigación y el jefe de su Compañía tuvo muchos problemas por no haber tomado las precauciones necesarias durante el tiro. ¡Menudo jaleo hubo en el Batallón! ¡Qué cantidad de cartas llegaron a cruzarse entre Compañía, Batallón, Regimiento y Sección! Su esposa estuvo a punto de dar con sus huesos en un campo de concentración. Había solicitado una indemnización por la pérdida de su esposo. Nunca lo hiciera. Primero, se presentó mientras el H auptfeldwebelestaba comiendo. Éste tuvo tanto miedo que se tragó un rollmopsal revés. Le tendieron sobre el escritorio para poder golpearle en la espalda. El rollmopssalió y fue a aterrizar en vuelo planeado sobre un hermoso documento que les había costado horrores preparar. El Hauptfeldwebelestuvo a punto de ahogarse de rabia.

»Su furor aumentó aún cuando supo quién era ella y lo que quería. Le lanzó un salchichón a la cara, mientras vociferaba:

»-¿Una indemnización, cretina? Es exactamente lo contrario. Eres tú quien nos debes una indemnización a causa de los jaleos en que nos ha metido ese a quien llamas tu esposo. ¡Y tienes la desvergüenza de presentarte aquí y armarnos aún más líos! ¡Mira! -aulló, mostrando el documento manchado-. Además, has intentado estrangularme. Eso tiene un nombre. Sabotaje. ¡Sabotaje! Te doy diez segundos para que desaparezcas de mi vista, o de lo contrario, llamo a la gendarmería.

»La pobre comprendió que se había metido en algo que rebasaba sus fuerzas. Se marchó con el espíritu por los suelos. Lentamente, se dio cuenta de que, gracias a su difunto marido, en lo sucesivo pertenecería a los parias de la sociedad. En la estación, decidió echarse debajo del tren. Era muy ingenua, y esperaba caer de manera que el tren no la alcanzase.

– ¿Quería meterse entre los rieles, como cuando nos sorprendió aquel tren en el túnel? -exclamó de repente Hermanito.

– Exactamente. Pero de todos los trenes, escogió el 914, el expreso de Colonia. Antes hubiera debido de consultar los horarios.

»Hela en el andén, con un sombrero de plumas amarillas en la cabeza, esperando el tren. Lo vio asomar por la curva. Los dos faros, mirándola de frente, parpadearon una vez, como diciendo: «¡Valor!» Oyó silbar tres veces el tren, como en una invocación a la Santísima Trinidad. Consideró que aquello era un buen presagio. Pero la mala suerte la esperaba. El expreso la partió en dos pedazos. El golpe fue seco cuando las ruedas pasaron sobre su cuerpo. Y tuvo suerte de diñarla en el acto, porque, de lo contrario, habría tenido conflictos. El expreso sufrió un retraso de tres horas a causa de esta historia. Estuvo a punto de chocar con un tren de mercancías. Hubo que desviarlo, lo que era grave ya que se trataba de un tren de municiones. Pero lo peor fue que un general, que viajaba en el expreso no llegó a tiempo para un desfile de despedida del 47.° Regimiento de Infantería, y no pudo clavar su insignia en el estandarte. Y el Regimiento tuvo que ir al frente sin estandarte. Los hombres quedaron tan deprimidos que se pasaron a los griegos durante los combates del valle del Struma. Más adelante, los nuestros les liberaron del campo de prisioneros y les llevaron directamente al campo de concentración de los Cárpatos, donde ahorcaron o fusilaron a toda la pandilla. Aquello se le llamaba: «Motín y contacto ilegal con el enemigo.» Fue creado un nuevo 47.°, pero esta cifra debía de traer la mala suerte, porque los nuevos desertaron en Kiev y se pasaron a los rusos. Les liberamos en Karkov. Después de haberles ahorcado y fusilado, se creó otro 47.° Lo enviaron a Stalino, donde…

– Cállate, Porta -intervino el Viejo-. No nos cuentes que también ellos desertaron y que después fueron liberados por los nuestros…

– No -aseguró Porta-. Aún fue peor. Pero esta es otra historia; ya volveremos a ella. Reconstituyeron nueve veces el 47.° Después se hartaron. En la actualidad, en el Reich el número 47 es sinónimo de alta traición. Pero volvamos a mi gachí. La esperaba frente al hospital. Al cabo de una hora larga, me envió recado de que se había retrasado por culpa de una apendicitis. Esperé otra hora. La paciencia es una virtud. Entretanto, me entretuve con una asistenta que pasaba por allí.

– ¿Era bonita? -preguntó Hermanito.

– No, no era una mujer bonita. Se caía de sueño. Tenía dos empleos. A partir de las diez de la noche, buscaba planes en la acera de la plaza general Goering. Procuraba que no lo supieran en el hospital. Nadie tiene nada contra las rameras, pero a nadie le interesa conocerlas. Sin embargo, en este mundo nada puede ocultarse. Una noche, la pequeña se encontró con el comisario Zital, de la Brigada de Buenas Costumbres.

»-¿Vienes a casa? -le propuso.

»Como era campesina, no conocía los peligros de la ciudad, ni sospechaba hasta qué punto él era un cerdo. Pidió diez marcos.

– Ya está bien -dijo riendo el comisario de la «Mundana»-. Enséñame tu tarjeta.

Porta dejó caer los brazos y una gran decepción se pintó en su rostro.

– ¿He de entrar en detalles? Gurli no tenía tarjeta. Trabajaba independientemente, fuera del control de las autoridades. Estas cosas no pueden admitirse. Las autoridades se quedarían sin trabajo, lo que sería horrible, pues ya no habría nadie a quien pagar los impuestos. Así, pues, Gurli fue a la jaula.

»El miércoles siguiente, la familia de mi novia me invitó. Vivía en una vieja villa situada en la calle Bismarck. Me limpié los pies en un felpudo que había conocido días mejores. La criada me abrió la puerta. Me dejó solo en el vestíbulo, mientras iba a anunciar mi Visita.

»-¿Tiene una tarjeta? -me preguntó.

»-No la necesito. Soy muy conocido en Paderbom.

«Mientras esperaba, empecé a limpiarme las botas con un almohadón de terciopelo que había en un sofá. El terciopelo es estupendo para limpiar las botas, y unos zapatos relucientes son el distintivo de un caballero. También me peiné un poco.

– ¿Tenían un sofá en el pasillo? – preguntó Hermanito,sorprendido.

– Esa gente, Hermanito,le llaman vestíbulo al pasillo, aunque sea más pequeño que un sello. Si quieres frecuentar el gran mundo, debes de saber esas cosas.

– Me importa un bledo -replicó Hermanito,groseramente-. De modo que te limpiaste las botas con el almohadón de terciopelo que había en el sofá, que estaba en el vestíbulo. ¿Y qué?

– Paciencia, paciencia -prosiguió Porta-. Siempre procuro no olvidar nada. Como les decía, el comisario Rauen, de la Jefatura de Policía de Alex [21], a sus subordinados, en relación con los interrogatorios: «No olvidéis nada, cada detalle cuenta. Una coma mal situada puede cambiar un acta de millares de páginas.» Y tenía razón.

«Mientras esperaba en el vestíbulo, examinaba las pinturas y dibujos que había en las paredes. Cada cuadro representaba a heroicos cadáveres y otros criminales de guerra que habían participado en el tormentoso pasado de nuestra patria.

»La criada abrió la puerta y me hizo pasar.

»Habían reunido una auténtica asamblea en mi honor.

»-Grüss’ Cott-dije.

«Desgraciadamente, se me escapó un pequeño eructo. Pero seguí dominando la situación y expliqué que era culpa de la col y la patata.

»«Joseph Porta, Gefreiterpor la gracia de Dios.»

«Después, me volví hacia su padre. Con el estilo que requería la situación, según había leído en un libro, le pedí la mano de su hija. Entre otras cosas, le dije:

»-Suegro, danos tu bendición para que podamos compartir debidamente la misma cama.

«Los asistentes se quedaron patidifusos. Por lo tanto, me dije: «Hay que hacer algo para animarles.» Me incliné cortésmente ante la madre, una buena mujer obesa, con unos quevedos colgados de un hilo encima de sus tetas.

»-Querida señora, parece usted preocupada. Me recuerda usted los siete padecimientos. No esté triste. Vaya a la iglesia y ruegue a Dios que llene su corazón de amor por el Tercer Reich.

»El suegro empezó a armar jaleo. No se podía decir que lanzara gritos. Era más bien como si el dolor, la rabia y el pesar le hubiesen sumergido en un charco tremendo. Después, siguió un silencio deprimente.

»Algo me decía: «Hay que hacer cualquier cosa, o de lo contrario corremos el riesgo de un harakiri colectivo.» Propuse «una partidita de póquer. Mis palabras despertaron a la madre y a las tres tías. Formaron frente común y empezaron a cacarear como gallinas semiparalíticas en medio del corral.

»-Nos ha ofendido usted -cacareó uno de los vejestorios.

»-Querida señora, se equivoca usted por completo. No podrá demostrar esta afirmación. Por lo demás, resulta muy difícil aportar pruebas en cuestiones de difamación.

»En aquel momento recibí un violento golpe en la nuca, propinado por un tal Busch, de Bremen, representante de frivolidades.

»-No tiene por qué decirme que me calle -vociferé-. Esto es una casa pública.

»Y empezó a llamarme por todos los nombres Aquel señor de Bremen se confundía totalmente al imaginar que le había confundido.

»-Ya ve usted, querida señora, adonde pueden llevar esas cosas. Pero aquella noche, en « El seno dorado», todavía fue peor. El nerviosismo se propagaba como un reguero de pólvora. Tuve que echar a aquel individuo. Cayó con tan mala pata que se cogió la cabeza contra la rampa de la escalera y dio una voltereta como un automóvil cuando golpea una pared No sé si alguno de ustedes conocerá « El seno dorado». A la entrada hay una rampa con unos barrotes en espiral. Los intervalos entre los barrotes son tan grandes que entre ellos pueden pasar la cabeza de un cerdo adulto. Así, pues, el señor Busch metió su cabeza de cerdo entre los barrotes, y según he explicado ya, dio una voltereta hacia atrás, retenido por la cabeza. Consecuencia: se rompió el cuello. Los polis se lo llevaron en un furgón, y el comisario de Policía, Joseph Schneider, declaró:

»-El muy cretino debía de estar completamente borracho, o de lo contrario, no hubiera caído de esta manera.

»Y, dirigiéndose a tres periodistas, prosiguió:

»-Señores, escriban que fue un pellejo lleno de vino, pero no os peleéis con esas mujerzuelas porque se lo harían pagar caro la próxima vez. Así, pues, no citen el nombre de esta casa. Es repugnante ver a tipos que, como él, tratan de menoscabar la buena reputación de « El seno dorado». Puede considerarse satisfecho de haber muerto. La difamación es un delito muy grave en el Tercer Reich.

»Pero su firma de Bremen se encontró en una difícil situación. Según parece, mi hombre estaba muy dotado para las frivolidades. Durante dos años buscaron desesperadamente un sustituto, poniendo anuncios en las secciones de «Ofertas». Habían escogido este texto: «Buscamos caballero buena presencia para frivolidades.»

»El primero que contestó era un granuja peinado a lo César. Quería probar la ropa interior de las vendedoras. Cuando ellas protestaron, se mostró grosero.

»El segundo que se presentó era un vendedor formidable. Tenía el cabello relamido, peinado hacia atrás, y un ojo azul y el otro marrón, que no guardaban ninguna simetría. También tenía un defectillo que no se veía a simple vista: se olvidaba de llevar las cuentas.

»-No hay dos sin tres, dijeron en la oficina de personal al contratar a un caballero de la célebre familia Adams, de Francfort, que parecía irreprochable desde todos los puntos de vista. Se llamaba Rudolph Adams. Pertenecía a la rama de los Adams, comerciantes de pájaros. Estaban especializados en loros. Pero Rudolph era un mal sujeto. Había dejado los pájaros. El muy puerco robaba. No hay que hacer un drama por el hecho de que alguien birle algo por aquí o por allí. ¿Quién no lo hace? Quien no se organiza es un cretino. Pero Rudolph, el muy bandido, birlaba cosas a las señoras. Si no hay más remedio, se puede hacer. Pero Rudolph lo hacía en la cama, mientras la señora estaba ocupada en otras cosas que vigilar sus joyas. Cuando la firma de Bremen se enteró de las deficiencias morales de Rudolph, le comunicaron por escrito que consideraban indeseable su colaboración.

»Después, tropezaron con un tal Brandt, de Munich, que hasta entonces había vendido mermelada de naranja, pero que deseaba hacer carrera con las frivolidades. Aquel individuo había oído decir que era costumbre llevar pantalón rayado y corbata gris claro. Terminó muy mal. Estaba un día en « El chivo cojo», en la Lützhatier Strasse, en Karlsrube, hablando de uno de sus antiguos jefes, Adoph Müller, con otros dos representantes. El uno, Uwe Nehrkorn, vendía botellas de diversas clases. El otro, Kohl, vendía marcos de madera. Ambos conocían a Adolph Müller. A medida que bebían, hablaban cada vez con más vehemencia.

»-Adolph es el imbécil más grande que se ha visto en la tierra. Yo mismo cuidaré personalmente de ponerle en su sitio. La Asociación de Representantes me lo agradecerá -gritó Brandt.

»En aquel momento se abrió la puerta bruscamente y entró el SS OberscharfürerGelbo seguido por cinco colegas. Brandt y sus amigos desaparecieron como por arte de magia. Les llevaron a la Wieland Strasse, número 6, el edificio más repugnante de Karlsrube desde todos los puntos de vista. El ObersekretärHöst residía allí. Dirigió a los tres hombres su pálida sonrisa habitual.

»-Nosotros, los alemanes, somos un pueblo honrado.

»Le gustaba mucho la expresión «nosotros, los alemanes». Era de origen húngaro.

»-Confesad, compatriotas. Las cartas boca arriba. Señor Brandt, usted ha dicho que Adolph es un cretino.

»El señor Brandt le corrigió:

»-No, no, he dicho que es un imbécil, y mis amigos pueden corroborarlo.

»Höst, con dulce sonrisa, inclinó la cabeza comprensivamente, y todo el mundo tuvo la impresión de que estaba de acuerdo Los tres detenidos hablaban a la vez para hacer comprender a Höst qué condenado estúpido era Adolph.

»La denuncia fue extremadamente breve. Cuando Höst la leyó, se frotó las manos entusiasmado. Decía:

DENUNCIA

Geheime Statspolizel.

Abt. 4/II a.

Karlsrube.

Los representantes Joachim Brandt, Alfred Kohl y Uwe Nehrkorn han sido sorprendidos hoy, en «El chivo cojo», manifestando su descontento hacia el Führer. Han gritado sucesivamente: «Adolph es un…», y luego han dicho palabras que no se pueden citar, pero que constituyen la mayor ofensa contra nuestro Führer, elegido de Dios.

En esta oficina los tres han repetido varias veces y con pasión que mantenían la citada expresión.

Los detenidos han sido confiados a la SD para ser sometidos al oportuno expediente judicial.

Höst.

(Kriminalobersekretä.)

»Los tres cretinos fueron llevados a Dachau donde se les tributó un caluroso recibimiento. Esto demuestra hasta qué punto hay que ser prudente cuando se recrimina a alguien. Si hubiesen reflexionado un poco, habrían gritado Adolph Müller. Después, nadie quería creer que se refería a Adoph Müller y no a Adolph Hitler. Pero las consecuencias llegaron más lejos aún: es decir, hasta Bremen, porque entre la ropa de Brandt, entre todas las frivolidades, se encontró oculto un papel en el que había escrito un nombre: «Hermann». En seguida, informaron a Goering. Brandt negó haber visto nunca el papel en cuestión, y afirmó mendazmente que su patrono tenía varios. Una llamada telefónica a Bremen, y una hora después un «Mercedes» salía del número 9 de la Adolph Hitler Strasse llevando una invitación al fabricante. Este murió en Neuengamme. El jefe de personal que había contratado a Brandt también fue interrogado. Le soltaron, pero había recibido tal impresión que, de regreso a su casa, se echó de cabeza al río. Lo encontraron dos días más tarde; ya estaba muerto. Después de esto, la firma renunció a encontrar representantes. Lo que demuestra, señores y caballeros, que hay que ser muy prudente y abstenerse de ofender a quien sea. Por ejemplo, puedo explicaros que una panadera, la cual…

– Ya está bien, Porta -interrumpió el Viejo-. Otro día nos explicarás lo de tu panadera. Estamos de guardia. Apenas sí te queda tiempo para explicar el final de tu compromiso de matrimonio.

– ¡Oh!, la cosa terminó como siempre termina. De repente, me encontré detrás de un sillón en el que el papá de mi hermosa había apoyado las nalgas. Su tío hablaba de llamar a la Policía Militar; y lo hizo. La broma me costó tres días de calabozo. A eso le llaman desorden en la vía pública, como si un salón fuese una vía pública.

En aquel momento, en el altavoz resonó el silbato del UvD:

– 5.ª Compañía, un hombre de cada sección, formen fila para la distribución de municiones.

Nos levantamos lentamente para ir al edificio. La Escobasiseó:

– Querría veros muertos a todos.

– Yo no le temo a nadaafirmó el joven, sentado en el fregadero y devorandopepinillos-. Que se vayan todos al cuerno.

Por todas partes, en el suelo, en la cocina, en las habitaciones, incluso en el cuarto de baño, estaban sentados o tendidos Toda una pandilla de jóvenes y de muchachas que afirmaban al unísono que no temían a nada.

– Nuestros padres están locos -dijo el que estaba sentado en el fregadero-. Todos dejarán la piel en esta guerra.

– Revientan en los calabozos de la Gestapo -dijo una joven mientras besaba a un muchacho que nunca se había acostado con una mujer-. Esta noche te seduciré.

La muchacha distaba de ser tan joven como parecía.

– Cuando me llamen a filas – dijo un joven neurótico, que ceceaba ligeramente al hablar-, haré lo que se me antoje.

– Naturalmente -contestaron los demás-.No podrán con nosotros

– Ya puede venir la Gestapo -añadió una pareja.

Estaban tendidos detrás de la cocina

– La nación es nuestra -dijo un jovenzuelo con gafas, que tenía la manía de declamar poemas patrióticos

Cinco meses más tarde, un sábado por la noche, sus interesantes reuniones fueron interrumpidas por la visita de tres hombres Tres hombres con el sombrero bien encasquetado y una pistola bajo el brazo izquierdo.

El joven recibió un bofetón y ya no tuvo nada más que decir.

Una muchacha de cabello muy largo, que rehusaba levantarse de su sitio detrás de la cocina, recibió un puntapié. Después, se puso en pie y se cuadró.

El jovenzuelo de los poemas patrióticos estaba tumbado junto a una muchacha morena, en un estante de la despensa.

Una oleada de obscenidades cayó sobre ellos. Después, se pusieron en pie junto a la pared.

La pelirroja que pensaba que sus padres estaban locos, se orinó en las bragas

Formando una larga fila, anduvieron basta dos grandes autobuses verdes Cincuenta y dos jóvenes que no temían a nada en el mundo.

Durante tres días, permanecieron en número 8 de Stadthausbrücke. No les trataron con excesiva dureza. Sólo estaban allí aprendiendo a conocer el miedo y las lágrimas Se convirtieron en verdaderos hombres y mujeres, que se daban cuenta de que el valor no era más que una palabra vacía. Sólo tiene valor el que está del lado bueno de la metralleta.

Los uniformaron a todos. Algunos murieron durante la instrucción. Otros escogieron la muerte voluntariamente. Los demás lloraban. Se habían olvidado de reír.

No querían luchar. La guerra no les concernía. Pero ahora tenían que luchar por algo que no les concernía.

DE GUARDIA EN LA GESTAPO

Llegaron con una vieja entre ellos. Los dos UnterscharführerSchultz y Paulus. Los cazadores de cabezas más feroces del KriminalratPaul Bieler.

Fuimos hasta la puerta.

– ¡Sabe Dios lo que habrá hecho esa viejecita! -murmuró Porta.

No contesté. ¿Qué hubiese podido decir? ¿Cómo podía saber lo que había hecho la vieja, con su abrigo apolillado? Corría con el fin de seguir las grandes zancadas de los dos hombres de la SD. Nos sonrió. Como si quiera decirnos algo.

A nosotros, dos soldados empapados por la lluvia y con los cascos relucientes

La vieja se había rezagado un poco. El UnterscharführerSchultz la empujó con un gruñido:

– Adelante, vieja. Tenemos prisa. No eres la única invitada de esta noche.

Cogieron el ascensor hasta el tercer piso. Porta y yo salimos al pasillo para verle. Paulus nos lanzó una mirada maligna.

– ¿Qué estáis mirando? Largaos en seguida, que estáis de guardia -gritó.

– ¡Cállate! -replicó Porta-. No eres quién para darnos órdenes, cretino.

– Ahora lo verás -aulló Paulus, deteniendo el ascensor a medio camino-. No olvides que soy Unterscharführer.

– Lo único que eres tú es un sucio cretino…

Paulus asomó la mitad superior del cuerpo.

– Volveremos a vernos, pelirrojo.

– Sin duda -dijo Porta, riendo-, pero será mejor que hablemos de la razziaque hiciste en el número 7 de la Herbertstrasse. Algo me dice que ese día la rueda habrá girado, pero a mi favor. En nuestro Regimiento hay sitio para ti y yo me ocuparé de tu persona.

– ¿Qué sabes de las razzias?-preguntó Paulus, incómodo.

– Muy pronto lo sabrás, ladrón.

– ¿Estás loco? ¡Tratar de ladrón a un Unterscharführerde la SD!

– Sí, y lo repetiré cuándo y dónde se me antoje. ¡Demándame por difamación!

Paulus blasfemó y despotricó, y el ascensor siguió su camino.

Porta se pegó una palmada en un muslo.

– El muy cretino no pegará un ojo en toda la noche.

– ¿Qué sucedió en el número 7 de la Herbertstrasse? -pregunté.

– A decir verdad, no gran cosa -confesó Porta-. Pero por lo visto, lo suficiente para darle miedo. Sé que participó en una razziahace cuatro días; ya sabes, cuando fueron a buscar a las mujerzuelas que habían ocultado a unos desertores.

– Pero esto no basta -observé.

– No, pero otra prostituta que también vive en el número 7, me ha explicado que Paulus y su compañero robaron los cupones de abastecimiento de las dos detenidas. Y unos billetes que estaban escondidos dentro de una estatua de yeso, también han desaparecido. Yo no estaba seguro de que fuese cierto; pero, a juzgar por la cara que ha puesto ése, he dado en el blanco.

– ¿Tienes intención de denunciarlo?

– No soy completamente idiota -replicó Porta, riendo-. Primero, le sacaré todo lo que tenga. Y cuando ya no pueda ser útil, le enviaré a Fuhlsbüttel, sin que nadie sospeche que he sido yo. El día en que ese tipo se encuentre en una unidad disciplinaria, me emborracharé de alegría.

– Mientras a nadie se le ocurra algún día pegarte un balazo en la nuca, disparado con silenciador… Estás jugando con fuego.

– ¡Bah! Son unos cobardes. Desde Himmler hasta el último de la banda, son unos pobres diablos. La única manera eficaz de protegerse contra ellos es saber algo que les comprometa.

– ¿Qué querrán hacer con esa viejecita? -medité en voz alta.

– Sin duda es una chiflada que ha hablado en exceso -contestó Porta, indiferente-, ¿Qué puede importarnos a nosotros?

– ¿Crees que la torturarán?

– Si creen que oculta algo…

Nuestras botas claveteadas resonaban. Las cansadas luces de los faroles se reflejaban en los fusiles y en los mojados cascos.

– ¿Qué te parecería una taza de té con «Slibowitz»? -preguntó Porta.

– Un poquito de té y mucho «Slibowitz». Y después, una gachí.

– Si por lo menos la guerra hubiera terminado… ¿Te imaginas? Si la gente abriera las ventanas allí arriba, en el nido de la Gestapo, y empezara a gritar: «¡La guerra ha terminado!» Me quitaría el uniforme en el acto y me sentaría en el muelle balanceando las piernas. Y bebería cerveza con los vagabundos.

Porta se echó a reír. Pegó una patada a una caja de hierro.

– Estás completamente chiflado. ¡Vaya idea! Esta guerra no terminará nunca; por lo demás, tal vez no convenga desearlo. Nuestros queridos enemigos están tan ávidos de venganza que no establecerían distinciones. Nos meterán en sus minas de carbón, y allí, si lo deseas, podrás reventar.

– No es cierto. Siempre los hay que salen bien librados.

– De acuerdo. Pero no nosotros, los esclavos. Tal vez Bieler, allá arriba. El Bello Paul.Es un cazador de hombres muy bien dotado. Y siempre podrá ser útil. Pero, ¿para qué podemos servir nosotros dos? Anda o Revientatenía razón el otro día. Esta guerra empezó millares de años antes de Mahoma. Aún dura y proseguirá durante miles de años después de que hayamos estirado la pata. Imaginamos que las guerras se renuevan, pero, en realidad, siempre es la misma, librada en frentes distintos y de maneras diversas.

Me encogí de hombros, pensando en la conversación de el Viejo ydel legionario. Los capitalistas provocan la guerra, había afirmado el pequeño legionario, y no quieren que termine. La hacen proseguir, con cortos entreactos.

– Si hablas así es que eres comunista -dijo Heide.

– Esto es un puro absurdo -había interrumpido el pequeño legionario-. Soy soldado, un soldado perfecto. ¡Y al diablo con los comunistas y los nazis, pues yo no hago más que lo que se me ordena!

– ¿Y te gusta? -le había preguntado el Viejo.

– ¡Por Alá, no! Pero nadie me pregunta qué me gusta. Es algo que hace que me desprecie a mí mismo.

– Pero, entonces, ¿por qué lo haces?

El legionario se había reído mientras se inclinaba hacia el Viejo.

– ¿A quién crees que le gusta esto? Y, sin embargo, ¿podemos detenernos y volver a nuestras casas? No. Hay que ser idiota para hacer una pregunta así. ¿Por qué no deja la gente de pagar sus impuestos? ¿Por qué no conducen sin permiso? ¿Por qué pagan el pan? Porque temen que les enchironen. Sólo por algún tiempo. Pero si nosotros nos detenemos, no se contentarán con meternos en chirona. Nos pegarán a una pared y, antes de hacerlo, nos romperán todos los huesos. ¿Puedes citarme un solo soldado que haya conseguido escabullirse? El año pasado lo intentaron ciento sesenta y cuatro. Se los cargaron a todos.

El Viejoacabó por decirle que se callara. El pequeño legionario sabía de qué hablaba. Conocía todos los cuarteles, desde el mar de China hasta las tundras de Nordland.

– ¡Ah! ¡Si por lo menos se le viera el fin a esta guardia…! -suspiré-. Estoy empapado. Esta mierda de lluvia se te mete en la espalda.

– ¡Si por lo menos hubiese un gato, dispararía contra él! -comentó Porta, riendo-. Esto resulta monótono.

– Cuando terminemos, podemos ir a casa de tía Dora -propuse-. Allí siempre hay chicas estupendas.


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