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Gestapo
  • Текст добавлен: 7 октября 2016, 02:24

Текст книги "Gestapo"


Автор книги: Hassel Sven


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Военная проза


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–  S acre nom de Dteu,esto empieza a hervir -declaró el pequeño legionario, mientras atornillaba la tapadera-. Pásame el tubo de caucho. Empezará a manar.

Contemplábamos con recogimiento el alambique, en cuyo interior los vapores se transformaban en líquido.

Todos se habían agrupado a nuestro alrededor. Con la mirada fija, Hermanitorociaba el alambique improvisado con el agua obtenida mediante un sistema de irrigación.

– ¡Está manando! -exclamó Porta-. ¡Maldita sea!

Se apresuró a poner una botella debajo.

– Hijos míos, no tenéis idea de la sed que tengo -murmuró Heide.

La botella de Porta se llenó lentamente.

Durante toda la noche, proseguimos llenando botellas. Nuestro cansancio había desaparecido de repente.

El teniente Ohlsen meneó la cabeza.

– Estáis locos. Si os bebéis esto, estiraréis la pata.

– En todo caso, mi teniente, será una hermosa muerte -replicó Heide mientras pasaba un dedo por el gollete.

– Pero, ¿no vais a filtrarlo? -preguntó el teniente Spät, siguiendo las gotas con la mirada.

– No vale la pena -contestó el legionario.

– Pero, ¿y el metanol? -preguntó el teniente.

– No nos importa -repuso con indiferencia el legionario-. Lo esencial es que podamos emborracharnos.

– Y lo conseguiremos -dijo Heide, con gran convicción.

– Si Iván sospechara que tenemos esta olla, nos atacaría en el acto.

– Nuestra olla es gekados [6] -cuchicheó Porta, misteriosamente.

El teniente Ohlsen se rió, y después se marchó hacia un seto, seguido por el teniente Spät.

Al día siguiente, también se nos permitió descansar bajo los manzanos. Nos pasamos toda la jornada cocinando. Para que nuestro trabajo fuera más eficaz, habíamos creado grupos de trabajo. Empezábamos a albergar la ingenua esperanza de que se olvidarían de nosotros, y nos dejarían allí, bajo los manzanos.

Pero después de medianoche, oímos una moto que bajaba con estrépito de la montaña. Al llegar a nuestra altura, el vehículo se detuvo. Un suboficial cubierto de barro saltó al suelo.

– ¿El jefe de la 5.ª Compañía? -gritó.

El teniente Ohlsen se levantó para recibir el mensaje.

La estafeta desapareció inmediatamente, a toda velocidad.

–  Merde,va a ver jaleo -nos predijo el legionario-. Démonos prisa en terminar el jugo. Ya sólo faltan unos diez minutos.

– Hay treinta y una botella -.declaró Porta, triunfalmente.

– ¿Cuándo empezaremos a beber? -preguntó Hermanito.

El legionario le miró con recelo:

– Intenta tan sólo meter la nariz y te las verás conmigo. Compris, petit ami?

– Aguafiestas -refunfuñó Hermanito.

El silbato del teniente Ohlsen resonó en la oscuridad.

– ¡5.ª Compañía, preparada para la marcha! En columna, en el camino. Pero aprisa, señores.

El OberfeldwebelHuhn se nos acercó.

– ¿No lo habéis oído, cretinos? El jefe de Compañía ha dado la orden de marcha.

– El único cretino que hay aquí eres tú -siseó el legionario.

Huhn empezó a despotricar.

En aquel momento, ocurrió algo que sorprendió a todo el mundo. El Viejose acercó al OberfeldwebelHuhn hasta que sus cascos casi se tocaron.

–  OberfeldwebelHuhn -empezó a decir con voz tranquila, pero cargada de amenazas-, he de decirte algo. Soy el jefe de esta sección, y si alguna vez te diriges a uno de mis hombres, te pondré en tu lugar. No soy más de un feldwebeldel frente, y no conozco la vida de guarnición; pero veo que tú no conoces la vida del frente. No me gusta emplear la violencia, pero si te metes en mis asuntos dejaré las manos libres a mis hombres para que hagan lo que se les antoje contigo.

Porta se echó a reír.

– ¡Bien dicho! Pero, ¿de qué sirve tener tantos miramientos con un imbécil?

Huhn se disponía a poner el grito en el cielo, pero una mirada de el Viejole detuvo. Cuando se disponía a dar media vuelta, no pudo contenerse, y exclamó:

– Os creéis muy listos, ¿eh? Pues esperad, y veréis.

Tras lo cual, se acercó al teniente Spät, a quien empezó a quejarse en voz alta. El teniente Spät se marchó tranquilamente, dejándole con la palabra en la boca.

– Vamos, vamos -ordenó el teniente Ohlsen desde el camino-. A las armas, muchachos, y en fila. Porta, ¡maldita sea!, muévete…

Porta y Hermanitolevantaron la olla y se colocaron en fila, delante del teniente, que fingió no ver el recipiente.

Heide y Barcelonaarrastraban sus armas. Los reclutas acudieron corriendo. Tropezaban entre sí y se peleaban. Inadvertidamente, uno dio un golpecito a Porta.

– Vuélvelo a hacer otra vez, muñeco de cartón, y recibirás tal bofetada que te olvidarás de tu padre, de tu madre y de Hitler.

El recluta se quedó boquiabierto, pero guardó un prudente silencio.

– ¡Hatajo de desgraciados…! -gruñó Hermanito.

– 5.ª Compañía, ¡firmes! ¡Media vuelta a la derecha! -ordenó el teniente Ohlsen.

Los jefes de sección indicaron el rumbo a seguir.

– Mirada al frente. Porta, ¡maldita sea!, ¿dónde está tu casco? No quiero verte con esta especie de sombrero de copa -gritó el teniente Ohlsen-. Me vuelve loco.

Porta se quitó el enorme sombrero amarillo.

– ¿No tienes casco? -insistió el teniente Ohlsen, irritado.

– No, mi teniente. Iván me lo birló.

El teniente Ohlsen movió la cabeza y miró al teniente Spät. Ambos renunciaron a seguir discutiendo con Porta.

– Vamos, cúbrete, Porta. No puedes ir con la cabeza desnuda.

El sombrero de copa volvió a dominar toda la Compañía. Parecía una chimenea.

– ¡Media vuelta a la izquierda! ¡De frente, marchen!

La lluvia nos azotaba el rostro y resbalaba a chorros por nuestras espaldas.

Una liebre atravesó el camino.

– Nos habría sido muy útil -dijo Porta, suspirando.

– La hubiésemos cocido en nuestro brebaje -añadió Hermanito.

– Es lo que hacen en las grandes tascas -explicó Heide.

– ¿Y es bueno? -preguntó Porta.

– Sin duda. Los ricos pagan mucho dinero para comerlo -repuso Heide.

– Si por lo menos tuviese una gachí… -meditó Hermanito,levantando los ojos hacia el cielo-. Apenas me acuerdo del aspecto que tienen.

– ¿Te sería posible con un tiempo así? -preguntó Heide, pegando un codazo a Hermanito.

– ¿Yo? Siempre estoy dispuesto.

– Es completamente imposible -protestó Steiner, el chofer de camión que estaba con nosotros porque había vendido un camión del Ejército a un italiano, en Milán.

– Lo que cuenta es el calor interior -dijo Hermanitocon gran finura.

– No te creo -insistió Steiner, obstinado.

– A callar, ladrón -vociferó Hermanito-, o te las verás conmigo.

– Tendrías que ser el último en escandalizarte. ¿Existe un solo artículo del Código penal que no hayas violado?

– ¡Mierda! El Código Penal está hecho para que alguien le saque provecho; por lo demás, he de decirte que, sobre todo he sido condenado a causa del artículo que trata de la «cosa» y también puedo afirmarte que siempre he sido honrado al escogerlas. No soy como ese fulano que nos cargamos hace quince días, y que las conocía de menos de dieciséis años. Las mías siempre han tenido más de veinte años, sin excepción.

– ¿Les pides la partida de nacimiento antes de acostarte con ellas? -preguntó Porta, riendo.

– ¿Cuántas tienes en la lista? -interrogó Heide con interés.

– ¡Oh! Nunca he llevado la cuenta, pero son muchas -decidió Hermanito.

Se había quedado muy pensativo.

– No hablen tan fuerte; estamos cerca de Iván -intervino el teniente Ohlsen.

Abandonamos el camino para meternos en las montañas. El terciopelo de la hierba sofocaba el ruido de nuestros pasos. En algún punto de las tinieblas una vaca suspiraba de satisfacción.

Se dieron órdenes en voz baja:

– En columna de uno.

El OberfeldwebelHuhn encendió un cigarrillo.

El teniente Spät compareció en el acto y silbó entre dientes, a una presión de doscientas atmósferas.

– ¡Idiota! ¿Está completamente loco? ¡Apague eso antes de que los tiradores nos localicen! Merecería que le matara aquí mismo. Lárguese a retaguardia de la Compañía, no quiero volver a verle.

Huhn desapareció con el rabo entre piernas.

De repente, una granja apareció ante nosotros. Descubrimos un leve resplandor. El teniente Ohlsen levantó una mano para ordenar alto. Apenas respirábamos. ¿Qué habría en aquella granja? ¿Estaría Iván, con las ametralladoras preparadas para rociar a toda la Compañía?

– Heide, Sven, Barcelonay Porta -cuchicheó el teniente Ohlsen-. Vayan a registrar ese nido. Pero sean prudentes. Procuren no disparar: utilicen los kandras. Iván debe de estar muy cerca.

Sacamos nuestros cuchillos y empezamos a deslizarnos hacia los edificios. Temblábamos de nerviosismo. ¿Cuántos serían?

Ya estábamos cerca cuando nos dimos cuenta de que Hermanitonos había seguido. Llevaba un cuchillo entre los dientes y un lazo de acero en una mano. Reía, lleno de esperanza, y cuchicheó:

– La mitad de los dientes de oro es para mí.

Porta llegó el primero. Como un gato, se deslizo por una ventana. Ningún ruido.

Le seguimos. Una puerta chirriaba en algún lugar de la casa.

– Hay alguien -murmuro Heide-. Voy a lanzar una granada.

– ¡Idiota…! -gruñó Barcelona.

Hermanitohizo restallar su lazo.

Porta escupió por encima del hombro izquierdo. Daba suerte.

Hermanitopenetró en la oscuridad. Un débil sonido llegó a nuestros oídos. Un gemido de dolor. Luego, de nuevo el silencio.

Reapareció Hermanito. De su lazo colgaba un gato.

– He aquí al enemigo -dijo riendo, mientras nos mostraba el gato estrangulado.

Todos respiramos, aliviados.

– ¡Uf! -suspiro Barcelona-. Y yo que esperaba toda una Compañía de rojos.

– ¡Pandilla de miedosos…! -dijo Hermanito,despectivo, mientras se libraba, con un ademán, del gato muerto.

Empezamos a registrar todos los armarios, para ver si contenían cosas interesantes.

Hermanitoencontró un bote de mermelada. Se sentó en el suelo, en medio de la habitación, con las piernas cruzadas y se puso a comer.

Porta empezó a beber de una botella. Hizo una mueca, miró la etiqueta, pero se convenció de que, efectivamente, ponía «coñac». Bebió otro sorbo y, después, alargó la a botella Heide.

– Un coñac extraño.

Heide lo olfateó, bebió un trago, tiró la botella por lo aires y escupió.

– ¡Vaya porquería! Es tetracloruro. Me alegro de haberte conocido.

Hermanitose echó a reír.

– En tierra desconocida hay que limitarse a la mermelada Eso todo el mundo sabe lo que es.

Una puerta chirrió. Pegamos un brinco. En un santiamén Hermanito y Barcelonase encontraron detrás de un aparador.

La mermelada se esparcía por el suelo.

Porta se precipitó hacia la puerta, la abrió de una patada, y gritó:

– ¡Eh! ¡Manos arriba!

Yo había quitado ya el seguro de una granada, dispuesto a lanzarla.

Pero la calma era total.

Había alguien. Lo percibíamos. Éramos como fieras. Nos sentíamos capaces de matar, por miedo y por placer. Varios años de guerra cambian a un hombre por completo. Los que estaban allí eran adversarios. Si no les matábamos, nos matarían. Se trataba de ser el más rápido.

Escuchamos.

– Llamemos a la Compañía – murmuró Barcelona.

– Peguemos fuego a este burdel -propuso Hermanito-. Después, podremos cargárnoslos a medida que vayan saliendo de las llamas. El fuego es estupendo cuando se busca a alguien.

– ¡Chitón! -gruñó Porta-. Si hacemos esto, la artillería rusa no tardará en respondernos.

– Sabemos lo que son los obuses -protestó Hermanito-. Valen más que toda esta mierda.

La puerta chirrió de nuevo. Sin reflexionar en las posibles consecuencias, Porta encendió su linterna y se precipitó hacia otra puerta que había en el extremo opuesto de la habitación. La abrió de golpe y recorrió la habitación con el haz luminoso de su lámpara. Una joven estaba pegada a la pared. Llevaba una enorme cachiporra en la mano.

La contemplamos sorprendidos. Hermanitofue el primero en recuperar el habla.

– ¡Una gachí! ¿Hablas el alemán, pequeña?

La cogió brutalmente por la barbilla y le cosquilleó detrás de una oreja con la empuñadura de su lazo de acero.

– He estrangulado a tu gato, pero ya te regalaré otro. ¿Quieres jugar a gatitos conmigo?

– Yo no soy partisana -declaró la muchacha, en mal alemán-. Nix , nix.Yo no comunista, nix; nix.Yo gusto mucho soldados germanski. ¿Panjemajo? [7] .

– ¡Oh, sí! Nosotros panjemajo-dijo Porta, riendo-. Pero, ¿por qué tú meter tetracloruro en botella de coñac?

–  Njetentender, Pan [8] soldado.

– Nadie entiende nunca lo que se dice cuando ha cometido una estupidez -dijo Heide con sarcasmo.

Hermanitoseñaló con un dedo la cachiporra de la joven:

– Llevas un bastón algo pesado, ¿no crees? ¿Y si te ayudara a llevarlo?

Sin una palabra más, cogió el arma de manos de la aterrorizada joven. Ella le seguía nerviosamente con la mirada.

– Yo nixpegar soldado germanskicon bastón -tartamudeó-. Yo pegar únicamente russki.Ellos malos. Germanski,buenos.

– Sí, somos unos angelitos -dijo Heide, riendo-, con alas de cera que no resisten la proximidad del fuego.

– ¿Estás sola? -preguntó Barcelonaen ruso.

La muchacha le miró.

– ¿Tú oficial?

– Sí -mintió Barcelona-. Yo general.

– Los demás, en cueva, bajo trampa secreta -explicó la joven.

Porta lanzó un silbido.

– ¡Esto empieza a ponerse interesante!

Hermanitorecogió su bote de mermelada. Se sentó en una mesa, con las piernas colgando, y se puso a comer.

– Excelente mermelada -le dijo a la muchacha-. ¿Tenéis más?

– ¡Cállate! -gruñó Porta-. Hay cosas más importantes que la mermelada. Tal vez estemos sentados encima de un puñado de rusos.

– Traédmelos -dijo Hermanito,riendo-. Los estrangularé a medida que lleguen.

– ¿Dónde está la trampa? -preguntó Porta.

La muchacha señaló hacia un rincón.

Vimos una trampa bien disimulada.

– ¿Soldados russkis?-preguntó Barcelona.

– Njet, njet.-La muchacha movió la cabeza con vehemencia-. Familia, amigos; nixcomunistas. Fascistas, buenos fascistas.

– ¿Fascistas buenos? -dijo Heide, riendo-. ¡Maldita sea! Tengo que ver eso.

– No existen -intervino Hermanito,sin dejar de come ruidosamente-. Fascistas cretinos. Comunistas cretinos. Sólo nosotros buenos.

Tiró el pote de mermelada, ya vacío. Se oyó un ruido en la habitación vecina. Nos volvimos vivamente, preparando nuestras armas.

La muchacha gimió, asustada, y corrió presurosa hacia una puerta.

BarcelonaBlom la detuvo por un brazo.

– No nos dejes de esta manera. Nos gusta mucho tenerte aquí.

Apareció el teniente Ohlsen, seguido por toda la sección.

– ¿Qué diablos estáis haciendo? -gruñó. Y de una ojeada, descubrió el bote de mermelada volcado, la muchacha junto a la puerta y la botella de coñac medio vacía-. ¿Os habéis vuelto locos? Mientras toda la Compañía os espera, os ponéis tranquilamente a tragar confitura y a beber coñac.

– No grite tanto, mi teniente -cuchicheó Porta. Y le indicó la trampa que había en el suelo-. Es probable que haya todo un batallón de rusos ahí debajo, ensuciándose en los calzones. Por lo que respecta al coñac, no hay motivos para envidiárnoslo. Es infecto. Es tetracloruro.

El teniente Ohlsen se quedó atónito.

El legionario se adelantó, seguido por el Viejo.Ambos preparaban un cóctel Molotov.

– ¿Están en la cueva los Iván? -preguntó el legionario-. Entonces, abre la trampa, Hermanito,por favor.

– ¿Crees que estoy loco? -preguntó Hermanito,retrocediendo-. Si quieres abrir la trampa para poder echar tus fuegos artificiales, tendrás que hacerlo tú mismo. Yo estoy decidido a salir vivo de esta guerra.

– ¡Idiota…! -replicó el legionario.

Y se adelantó hacia la trampa con paso firme.

– Apartaos, que va a haber jaleo.

La muchacha lanzó un grito:

-Nix, nix,niño malinkij [9] en la cueva…

El legionario la sacudió de tal manera que la joven cayó al suelo.

– ¡Vamos, vamos! -gruñó Porta-. No irás a pegarle ahora a una chica-. Siempre había creído que los franceses eran galantes.

– ¿Habéis terminado de decir tonterías? -El teniente Ohlsen estaba furioso-. No estamos aquí para divertirnos. Antes de que hayamos podido suspirar, tendremos a Iván agarrado a nuestros cuellos.

Hermanitose acariciaba la pierna con su lazo.

– Comunico que he estrangulado un gato. Iván, mi teniente. Los miedosos de la cueva no tienen más que salir.

– Rodead la trampa -ordenó el teniente Ohlsen-. Las ametralladoras ligeras y las PM en posición. Kalb, prepare la carga. Al primero que salga armado, lo liquidáis. Si intentan cualquier cosa, tendrán derecho al cóctel.

Abrió la trampa con rápido ademán, y gritó:

– Salid uno a uno. Os doy cinco minutos. Después, empezaremos a actuar. ¡De prisa, señores, de prisa! Y sin armas, tovarich [10] .

La primera en salir fue una viejecita, con las manos encima de la cabeza. La siguieron otras cinco mujeres. Una de ellas llevaba un bebé en los brazos.

– ¡Mierda si no son unas Flintenweiber!– murmuró Porta.

Después salieron varios hombres, ya no muy jóvenes. Heide y Barcelonales registraron con habilidad.

– ¿Puedo registrar a estas buenas mujeres? -preguntó Hermanito.

– Usted, hágase a un lado, Creutzfeld. Si toca a una mujer, le liquido -amenazó el teniente Ohlsen.

– No era más que una idea -gruñó Hermanito.

– ¿Queda aún alguien abajo? -preguntó el teniente Ohlsen a uno de los hombres.

Éste movió la cabeza, pero había contestado con demasiada rapidez.

– ¿Estás seguro, guerrero? -preguntó Porta, entornando los ojos-. Échale el lazo al cuello, Hermanito.

– Con placer -contestó el aludido.

Y lanzó el lazo de acero alrededor del cuello del individuo que estaba sumamente pálido.

Después, aflojó un poco la presión.

Porta sonrió diabólicamente.

– Es un juego fastidioso, sobre todo para ti. Si hay otros tovarichen la cueva, Hermanitoapretará el lazo. ¡De prisa! Dinos si hay otros, antes de que bajemos a verlo nosotros mismos.

El hombre profirió una especie de gorgoteo y movió cabeza.

– ¡Cuidado, vais a estrangularlo! -intervino el teniente Ohlsen-. ¿Cuántas veces tengo que deciros que no quiero que uséis esos métodos de gángster? Así, pues, ¿no queda nadie en la cueva? -preguntó, dirigiéndose a los paisano que se mantenían junto a la pared.

– Eche el paquete, Kalb.

El pequeño legionario se encogió de hombros, desatornilló la cápsula de la granada del centro, pasó un dedo por el anillo.

Una de las mujeres chilló:

– Njet, njet!

El legionario le lanzó una mirada:

– Voilà,Madame. Entonces, ¿quedan otros?

El teniente Ohlsen se acercó a la trampa.

– Estaba seguro, Subid…

Un ruido.

Dos jóvenes salieron lentamente de la cueva. El legionario les dio un empujón.

– Menuda suerte tenéis, amigos míos. Treinta segundos más y os habríamos asado.

Heide y Barcelonales registraron con habilidad.

– Espero que eso es todo, ¿no? -preguntó el teniente Ohlsen.

El legionario y yo bajamos de un salto. Permanecimos un momento detrás de unos barriles, acechando. Después, registramos la cueva, que se extendía bajo toda la casa.

Oímos un ruido sordo detrás de nosotros. Dimos media vuelta, preparados para disparar.

– ¡Cretino…! -gruñó el legionario al descubrir a Hermanito.

– ¿Quedan más gachís? -preguntó Hermanito,muy risueño-. Estoy dispuesto a ayudaros para registrarlas.

– Non, camarade,no te hagas ilusiones. No quedan más.

Subimos a reunimos con los otros. Porta había encontrado unas botellas, que probaba con prudencia.

– ¿Vodka? -preguntó a los paisanos-. ¿Nixvodka?

Nadie le contestó.

– Bueno, ¿estáis listos? -gritó el teniente Ohlsen-. Nos marchamos.

Heide fumaba, en un rincón, mientras observaba con recelo a los dos sujetos que acababan de salir de la cueva.

– ¿Qué sucede? -preguntó Barcelona-. ¡Vaya manera de mirarlos!

– ¿Tú que piensas, Porta?

– Lo mismo que tú, Julius. Esos dos no son precisamente niños del coro. Son colegas, estoy dispuesto a apostar una botella de vodka.

El teniente les escuchó con atención.

– Sin duda se trata de unos desertores. Es cosa que no nos importa

– ¿Con unas jetas así? -dijo Barcelona,riendo-. No, mi teniente, conozco ese tipo. Eran unos sujetos como éstos los que nos pegaban puntapiés en el trasero, en el batallón Thälmann [11].

– Tienes razón. A esta raza sólo se la encuentra en dos sitios. En la NKVD y en las SS. Esta raza no deserta.

– Dios sabrá lo que hacen aquí -reflexionó Porta, con los ojos semicerrados.

Hermanitohizo crujir su lazo.

– ¿Queréis que los estrangule?

– ¡Abajo las zarpas! -ordenó Porta.

El teniente Ohlsen, que había salido de la habitación con la patrulla, regresó en compañía de el Viejo.

– Vamos, salid -ordenó-. Aquí ya no tenemos nada que hacer. Los dos desertores no me interesan.

– ¿Desertores? -dijo Barcelonaen voz alta-. ¿Entendéis el alemán? -preguntó a los dos jóvenes.

Éstos movieron la cabeza, esforzándose por sonreír:

– Tu turno, Porta -dijo Barcelona-. Háblales en el idioma de Stalin.

– ¿Quién manda aquí, FeldwebeldBlom? ¿Usted o yo? -preguntó el teniente Ohlsen, con tono seco.

Barcelonamiró al teniente Ohlsen sin contestar.

– Si hay que interrogar a los prisioneros, ya daré yo las órdenes -prosiguió el teniente.

– Bien, mi teniente -contestó Barcelona,con los dientes apretados.

Porta se encogió de hombros, cogió su metralleta y abandonó la habitación en pos de nosotros. Ya en la puertas, volvió y miró, una vez más, a los dos hombres.

– Habéis tenido suerte, chicos. Mis saludos a vuestros colegas cuando volváis a verles. Si nuestro teniente no hubiese estado aquí, Hermanitohabría cuidado de vosotros.

Luego, con una risotada:

– Voy a deciros una cosa: nuestro teniente no ha comprendido lo que es esta guerra. Pero nosotros y vosotros dos sí lo sabemos. Panjemajo, tovarich?

– En columna de a uno detrás de mí -ordenó el teniente Ohlsen.

– Pero, ¿dónde se han metido Hermanito yel legionario? -preguntó el Viejo,inspeccionando la columna.

Nadie lo sabía. La última vez que les habíamos visto estaban en la granja. El Viejodio parte al teniente Ohlsen. Éste blasfemó, furioso.

– ¡Pandilla de cretinos! Vaya a buscarles, Beier, Llévese a varios hombres. Deben de estar en la cueva, bebiendo. Pero apresúrense a reunirse con la Compañía. Ya hemos perdido bastante tiempo.

El Viejose llevó al primer grupo.

– Si esos dos bandidos han encontrado «schnapps» y nos lo han ocultado -dijo Porta-, oirán hablar de mí. Joseph Porta, Stabsgefreiterpor la gracia de Dios.

Poco antes de alcanzar la granja, oímos un peculiar silbido de aviso.

Nos escondimos silenciosamente tras unos arbustos. Apareció el legionario.

– ¿Qué diablos hacéis? -preguntó elViejo-. ¿Dónde está Hermanito?

– De caza, mi sargento -contestó el legionario, riendo-. Nuestros dos tovarichtienen la intención de gastarnos una broma. Hermanitolo está impidiendo.

De repente, un grito femenino resonó en las tinieblas.

– ¿De caza? -repitió el Viejo,secamente-. Si ese cerdo ha tocado a las mujeres, me lo cargo.

Se irguió y corrió hacia la granja, con la metralleta al hombro.

– Tenga cuidado -le aconsejó el pequeño legionario-. Esto es un avispero.

Algo zumbó por el aire. Barcelonacogió el objeto al vuelo y lo devolvió hacia el lugar de donde venía.

Un estallido. Y, después, un relámpago que desgarró la oscuridad.

– Principiantes -afirmó Barcelona-. No saben lanzar granadas.

– ¡Qué jaleo! -dijo, en la oscuridad, la voz de Hermanito.

Y a continuación estalló una violenta pelea. Blasfemias en alemán y en ruso. Ruidos de ramas que se rompían. Acero contra acero. Alguien lanzó un horrible estertor.

– Número uno -dijo la voz satisfecha de Hermanito,en las tinieblas.

Un ruido de pasos precipitados; después, resonó un disparo.

– ¡Maldita sea! ¿Qué sucede? -preguntó Heide.

– Id a ver – contestó el Viejo-. En guerrilla.

Entre los arbustos tropezaron con un cadáver. Porta se inclinó sobre él.

– Estrangulado -dijo brevemente.

Era uno de los dos jóvenes rusos. A su lado, había una carga triple; una de esas cargas que llevan una capa metálica llena de clavos en el centro, y que son capaces de diezmar una Compañía entera.

– Aparentemente, un pequeño recuerdo para nosotros -dijo Barcelona.

El Viejono pudo contener su sorpresa.

– ¿Cómo lo habéis sabido?

– La joven nos lo ha dicho, sargento. C’est tout-contestó Hermanito .

– ¿Por qué ha delatado a sus compatriotas? -preguntó Barcelona.

– Sin duda, porque no les quiere -replicó secamente el legionario.

– Es posible, camarada. Pueden haber muchos motivos para que alguien se convierta en soplón.

– Si sus colegas se enteran de esto, la ahorcarán – declaró Barcelona.

Hermanitocompareció. Jadeaba con fuerza.

– Ese cretino se me ha escapado. Estos malditos abetos pueden ocultar un regimiento entero. Pero tengo su «Nagan», y creo que le he metido una bala en el trasero.

El Viejocogió la pesada pistola «Nagan» y la sopesó pensativo.

– Pistola de comisario. Hemos estado a punto de ser enviados al cielo. Gracias a Dios por habernos enviado a esa pequeña soplona.

Barcelonalanzó una carcajada sarcástica.

– Estoy seguro de que el buen Dios lo olvidará cuando Iván le ponga la mano encima.

– Esto no nos incumbe -dijo el Viejo,con un ademán, despreocupación.

Stege movió la cabeza.

– Desde luego, Schiller tenía razón.

– ¿Schiller? -preguntó Porta-. ¿Qué diablos tiene que ver Schiller con esto? Está muerto, ¿no?

– «El enemigo aprecia la traición, pero desprecia al traidor» -recitó Stege.

– Tu sabiduría me la meto donde yo sé – rezongó Her manito-. Lo esencial es haber salvado la piel. Que ahorque a esa chica. Que ahorquen a toda la pandilla, si les apetece con tal de que no me ahorquen a mí.

E hizo restallar su lazo.

– Si hubieses visto cómo le ha asomado la lengua cuando he apretado el lazo… No ha dicho ni una palabra. Ha estado a punto de enfriarme, pero yo he sido el más fuerte. Contra este hilo no tienen nada que hacer.

– Ya has estrangulado a bastantes -dijo el Viejo,mirando a Hermanito.

Heide preguntó:

– ¿Qué te gusta más: violar a las mujeres o estrangular a los hombres?

– Cada cosa tiene su encanto – replicó Hermanito,riendo.

– Quisiera saber cómo has podido llegar a este punto -dijo el Viejo.

– Pues no lo sé -contestó Hermanito-. En aquel maldito colegio ya sabéis, decían que eso de ir con las mujeres era un pecado y que estaba prohibido. Supongo que sí no lo hubiesen prohibido, no hubiéramos deseado tanto hacerlo. Y cuando se ha probado dos o tres veces echar una cana al aire sin permiso, se convierte en una costumbre.

Stege murmuró algo entre dientes.

– Entonces, uno inventa sus propios métodos para liquidar -prosiguió Hermanito-. Algunos prefieren el cuchillo, como Anda o Revienta.Otros, un fusil con teleobjetivo, como Porta. Julius, por ejemplo, prefiere el lanzallamas. Sven se las arregla mejor con las granadas. Y tú, Viejo,eres un experto con el fusil ametrallador. Conocí a un SS a quien le encantaba sacar los ojos a la gente. Yo, personalmente, prefiero el lazo. Y no olvidéis que esta idea se la debo a un sargento Tommy al que conocimos en Bélgica. Me enseñó el truco. Como recordaréis, le costó la vida al f eldwebelAue. Deberíais probarlo una vez. ¡Es tan divertido cuando cambian de color…! Y luego, los ojos…

– ¡Qué porquería de guerra! -dijo Stege, suspirando apesadumbrado.

El Viejomovió la cabeza resignadamente.

Entramos en las viviendas de la granja. Los paisanos se peleaban alrededor de la mesa. Ni siquiera nuestra entrada les detuvo.

– ¡Ramera, puerca! -vociferó un viejo, acusador, escupiendo a la cara de la joven.

– Consejo de guerra privado -murmuró Barcelona-. ¡Qué bien conozco esto!

El bebé lloraba.

La muchacha se precipitó hacia el Viejo.

-Pan Feldwebel.-Y señaló al anciano con un dedo acusador-. El delatar soldados germanskia la NKVD. El llamar Hiwis [12] .

– ¡Zorra! -gruñó el viejecillo-. Mataré a tu bastardo.

El bebé se puso a llorar con más fuerza, como si hubiera comprendido la amenaza. Estaba abandonado en una silla, junto a la pared. Todo el mundo se mantenía apartado, como si tuviera lepra.

– Mi novio, el SchardführerSS, volver. Él prometer -repuso!a muchacha llorando histéricamente.

– Los NKVD vienen -exclamó el viejo furioso-, y tendrás una cuerda alrededor del cuello. Con tus denuncias, has asesinado al teniente Vlego. Y también eres culpable de la muerte del capitán Beschow.

– ¿Quién es usted? -preguntó el Viejo.

– ¡Vete al diablo…! -vociferó el otro.

– Locura nacional -declaró Barcelona-. Conozco esto. Palabras imprudentes. Si en vez de nosotros hubieran venido los hombres de la calavera bordada, le hubieran cortado ya la cabeza.

– ¿Lo estrangulo? -propuso Hermanito,haciendo crujir el lazo.

– Tú, estáte tranquilo -replicó el Viejo.

– Terminemos con toda la banda -propuso Heide-, y marchémonos.

– En mi opinión, lo que deberíamos hacer es cargamos a todos los fulanos y llevarnos a todas las gachís -dijo Her manito.

– Soy yo quien da aquí las órdenes -gruñó, enérgico, el Viejo.

– ¡Todos son partisanos! -gritó la muchacha-. Liquídelos, Pan Feldwebel.Ellos matar capitán germanski.Está enterrado en estercolero. Si tú quieres, yo enseñarte dónde.

Un silencio siniestro reinó en la habitación.

Heide enarcó una ceja y sonrió sin poder ocultar su alegría.

– ¿Un nido de asesinos? No puedes escoger, Viejo.Desenterremos al individuo. Ya puedes preparar tu lazo, Her manito.

– UnteroffizierHeide -gritó el Viejocon ojos llameantes -, soy yo quien da las órdenes.

Se acercó a Heide y apoyó un dedo en su KVK I [13]de plata brillante.

– Por lo visto te falla la memoria. ¿No te acuerdas de cómo obtuviste esta chatarra? Denuncia, Herr Unteroffizier,cinco cabezas por un pedazo de chatarra recortado. No hemos olvidado al granjero ruso [14].

– Tú no estás bueno -rezongó Heide-, pero haz lo que quieras con estos cretinos. Yo me lavo las manos.

El legionario rió suavemente,

– Cuánto ruido para nada. Con dejar a Hermanitosolo cinco minutos aquí, todo resuelto. Ordénale limpiar, y el problema está resuelto.

– Llévenme -imploró la joven-. Van a matarnos, a mi bebé y a mí.

El Viejo,cansado, se encogió de hombros.

– No podemos llevarte. Pero recoge tus cosas y desaparece mientras estamos aquí.

– Tú fusilar ellos, Pan Feldwebel.Orden del Führer, dice mi novio. Ellos asesinar oficial germanski.Tú no liquidar, yo contar a mi novio. SD venir, tú ser colgado. Yo dar orden, yo mujer SS.

De su bolsillo sacó un Ausweis rosa, que colocó ante las narices de el Viejo.

Sabíamos lo que era: una pequeña tarjeta de identidad cuadrada.

– Tú fusilar en seguida, Pan feldwebel.O tú ser colgado -amenazó.

– Verdaderamente, esta gachí está bien dotada -comentó Porta, riendo-. ¿A ti qué te parece, Hermanito?¿Te gusta el género?

H ermanitohizo chasquear su lazo.

– Sí, con éste bien apretadito en el cuello.

– ¿Tienes ganas de estrangularla? -preguntó el legionario, haciendo ademanes significativos.


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