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Pídeme lo que quieras, ahora y siempre
  • Текст добавлен: 19 сентября 2016, 13:08

Текст книги "Pídeme lo que quieras, ahora y siempre"


Автор книги: Megan Maxwell



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15

Ataviada con un bonito vestido rojo que me he comprado esta tarde, me miro en el espejo de la habitación. Me he hecho un moño alto, y mi apariencia es sofisticada. Llueve una barbaridad. Hay una tormenta tremenda, y los truenos me hacen encogerme. No soy miedosa, pero los truenos nunca me han gustado.

Llamo a mi padre por teléfono a Jerez y hablo con él y con mi hermana. De fondo escucho las risotadas de mi sobrina y se me encoge el corazón. Mientras charlamos por teléfono, todos parecemos felices, a pesar de que sabemos que nos echamos mucho de menos. Muchísimo.

Tras colgar el teléfono algo emocionada, decido retocarme el maquillaje. He llorado, tengo la nariz como un tomate y necesito una puesta a punto. Cuando creo que ya estoy totalmente presentable otra vez, salgo de la habitación y, tras bajar por la presidencial escalera, aparezco en el salón. Es la última noche del año y quiero pasarlo bien con Eric y Flyn. Eric, al verme aparecer, se levanta y camina hacia mí. Está guapísimo con su traje oscuro y su camisa celeste.

–Estás preciosa, Jud. Preciosa.

Me besa en los labios y su beso me sabe a deseo y amor. Durante una fracción de segundo nos miramos a los ojos, hasta que una vocecita protesta.

–Dejad de besaros ya. ¡Qué asco!

Flyn no soporta nuestras demostraciones de afecto, y eso nos hace sonreír, aunque al niño no le parece gracioso. Cuando me fijo en él, va vestido como Eric, pero ¡en miniatura! Asiento con aprobación.

–Flyn, así vestido, te pareces mucho a tu tío. Estás muy guapo.

El crío me mira y esboza una sonrisita. Le ha gustado mi comentario sobre que se parece a su tío, pero, aun así, me apremia para cenar.

–Vamos..., llegas tarde y tengo hambre.

Miro el reloj. ¡No son ni las siete!

¡Por Dios!, pero ¿cómo pueden cenar tan pronto?

Este horario guiri me va a matar. Eric parece leer mis pensamientos y sonríe. Cuando me recompongo, contemplo la preciosa y engalanada mesa que Simona y Norbert nos han preparado y pregunto mientras Eric me guía hacia una de las sillas:

–Bueno, y en Alemania, ¿qué se cena la última noche del año?

Pero antes de que me puedan responder se abre la puerta y aparecen Simona y Norbert con dos soperas que dejan sobre la bonita mesa. Sorprendida, observo que en una de las soperas hay lentejas, y en otra, sopa.

–¿Lentejas? —digo entre risas.

–¡Puag! —gesticula Flyn.

–Es tradición en Alemania, al igual que en Italia —contesta Eric, feliz.

–La sopa es de chicharrones con salchichas, señorita Judith, y está muy sabrosa —indica Simona—. ¿Le pongo un poquito?

–Sí, gracias.

Simona llena mi plato, y todos me miran. Esperan que la pruebe. Cojo mi cuchara y hago lo que desean. Efectivamente, está muy buena. Sonrío, y los demás también lo hacen.

Incapaz de callar lo que pienso, mientras Norbert bromea con Flyn y Simona le llena el plato de sopa, miro a Eric y cuchicheo:

–¿Por qué no les dices a Simona y Norbert que se sienten con nosotros a cenar?

Mi propuesta en un principio le sorprende, pero tras entender lo que pretendo finalmente accede.

–Simona, Norbert, ¿les apetece cenar con nosotros?

El matrimonio se mira. Por su cara imagino que es la primera vez que Eric les propone algo así.

–Señor —responde Norbert—, se lo agradecemos mucho, pero ya hemos cenado.

Eric me mira. Como estoy dispuesta a conseguir mi propósito, digo sonriente:

–Me encantaría que para el postre se sentaran con nosotros, ¿me lo prometen?

El matrimonio se vuelve a mirar, y al final, ante la insistencia de Flyn, Simona sonríe y asiente.

Diez minutos después, tras acabar la sopa, Simona y Norbert entran con más platitos. Me quedo mirando fijamente uno.

–Eso es verdura. Se llama sauerkraut —indica Eric—. Es col agria. Pruébala.

–Sí. Está muy rico —señala Flyn.

Su gesto me demuestra que no le gusta y, por la pinta que tiene, no me llama. Decido declinar la oferta con la mejor de mis sonrisas y cojo un panecillo con algo que parece una salchicha blanca.

De pronto, veo que Norbert deja unas bandejas sobre la mesa. Aplaudo. Langostinos, queso y jabón ibérico. ¡Olé! Eric, al ver mi gesto, coge mi mano.

–No olvides que mi madre es española y tenemos muchas costumbres que ella nos ha inculcado.

–¡Mmm, me encanta el jamón! —añade el pequeño.

El jamoncito está de vicio. ¡Dios, qué maravilla! Y cuando traen el asado de pato, ya no puedo más. Pero como no quiero hacer un feo, me sirvo un poquito, y la verdad, ¡está exquisito!

También pruebo un queso alemán fundido y col con zanahoria. Me dicen que son comidas tradicionales para traer la estabilidad financiera, y como estoy en paro, ¡me pongo morada!

La cena es en todo momento amena, aunque me doy cuenta de que soy yo quien lleva el hilo de la conversación. Eric, con mirarme y sonreír, tiene bastante. Flyn intenta obviarme, pero la edad es un grado, y cuando hablo de juegos de la Wii o la PlayStation, es incapaz de no sumarse a la conversación. Eric sonríe y, acercándose a mí, murmura:

–Eres increíble, cariño.

Cuando decido que no voy a comer nada más para no reventar, aparecen Simona y Norbert con un postre que tiene una pinta maravillosa y que con sólo verlo ya lo quiero devorar.

Bienenstich de Simona. ¡Qué rico! —aplaude Flyn, emocionado.

Sin que pueda apartar mis ojos de ese pastel con tan buena pinta, pregunto:

–¿Qué es eso?

–Es un postre alemán, señorita —indica Norbert—, que a mi Simona le sale de maravilla.

–¡Oh, sí! Es el mejor bienenstich que comerás en tu vida —me asegura Eric, divertido.

La mujer, emocionada al sentirse el centro de atención de todos, en especial de los tres hombres de la casa, sonríe y se dirige a mí:

–Es una receta que ha pasado de mi abuela a mi madre, y de mi madre a mí. El bienenstich está confeccionado por capas. La de abajo es masa quebrada con levadura; la segunda es un relleno de azúcar, mantequilla y crema de almendras que yo trituro hasta hacerla cremosa, y la de arriba es de nuevo masa quebrada con almendras caramelizadas.

–¡Mmm, qué rico! —susurro. Y levantándome con decisión, añado—: Como éste es el postre, se tienen que sentar con nosotros a comerlo. —Simona y Norbert se miran, y antes de que digan nada, les recuerdo—: ¡Me lo han prometido!

Eric sigue mi ejemplo; se levanta, retira una silla y le dice a la mujer:

–Simona, ¿serías tan amable de sentarte?

La mujer, casi sin respirar, se sienta, y junto a ella, su marido, y yo, acercándome, pregunto:

–Esto se corta como si fuera una tarta, ¿verdad?

Simona asiente.

–Muy bien, pues seré yo quien os sirva a todos este fantástico bienenstich. —Luego, miro al niño y le pido—: Flyn, ¿podrías traer dos platitos más para Simona y Norbert?

El pequeño, dichoso, se levanta, corre hacia la cocina y regresa con los dos platos. Con decisión, corto cinco trozos y los reparto, y una vez que me siento en mi silla, Eric me mira, satisfecho.

–Vamos..., atacadlo antes de que yo me lo coma todo —murmuro, haciéndoles reír a todos.

Entre risas y ocurrencias devoramos el maravilloso postre. Sorprendida, observo cómo las cuatro personas que me rodean disfrutan del momento como algo único, y yo soy tremendamente feliz. Entonces, les propongo que me canten un villancico alemán, y rápidamente Norbert se arranca con el tradicional O Tannenbaum.

O Tannenbaum, O Tannenbaum,

wie treu sind deine Blätter.

Du grünst nicht nur zur Sommerzeit,

nein auch im Winter, wenn es schneit.

O Tannenbaum, O Tannenbaum,

wie grün sind deine Blätter!

Los escucho, maravillada. Eric, con su sobrino sentado en su regazo, también canta ese villancico tan alemán que me pone la carne de gallina. Ver a esas cuatro personas unidas por la música me hace recordar a mi familia. Con seguridad, mi padre y mi hermana estarán rebañando el cordero, y mi sobrina y mi cuñado riendo por las bromas. Eso me emociona, y los ojos se me llenan de lágrimas.

Pero cuando acaban la canción aplaudo, y rápidamente Flyn, que ha entrado en el juego que yo quería, pide que yo cante uno en español. Mi mente va rápida, e intento pensar qué villancico él ha podido escucharle a Sonia y me arranco con Los peces en el río. Acierto, y el niño y Eric me siguen, y cantamos entre palmas.

Pero mira cómo beben los peces en el río,

pero mira cómo beben por ver a Dios nacido

Beben, y beben, y vuelven a beber,

los peces en el río por ver a Dios nacer.

Cuando acabamos, esta vez son Simona y Norbert quienes nos aplauden, y nosotros nos sumamos a los aplausos.

¡Qué momento tan bonito y familiar!

Eric descorcha una botella de champán, llena todas las bonitas copas y a Flyn le pone zumo de piña. Todos brindamos por san Silvestre.

Cuando Simona se empeña en recoger la mesa, quiero ayudarla. Al principio, ella y Norbert se quejan, pero al final desisten al escuchar a Eric decir:

–Simona, si Jud ha dicho que te ayuda, nada la va a detener.

La mujer se da por vencida y, encantada, la ayudo. Consigo que Norbert se quede con Eric y Flyn en el salón, hablando. Cuando regreso para quitar los últimos platos, Simona me susurra:

–No, señorita Judith..., esos platos hay que dejarlos sobre la mesa hasta bien entrada la madrugada. En Alemania es tradición dejar las sobras de lo cenado en la mesa. Eso nos asegura que el año que viene tendremos la despensa bien llena.

Inmediatamente, suelto los platos con alegría.

–Pues ¡ea! ¡Todo sea por la despensa llena!

Durante un rato los cinco nos reímos mientras contamos anécdotas graciosas. Entre risas me comentan que allí es tradición un juego llamado Bleigiessen, y sorprendida escucho que se venden kits de Bleigiessen con los significados.

El Bleigiessen es un ritual para predecir o adivinar el futuro. Se funde plomo en una cuchara con el fuego de una vela y, una vez fundido, las gotas de plomo se echan a un recipiente con agua fría y se deja que endurezcan. Cada persona coge luego una de esas formas y, con la ayuda del kit, predice su futuro.

–Si el plomo tiene forma de mapa —dice Flyn, gozoso—, es que vas a viajar mucho.

–Si tiene forma de flor —indica Norbert—, significa que habrá nuevos amigos.

–Y si sale en forma de corazón —explica sonriendo Simona—, es que el amor llegará pronto.

Eric está disfrutando. Lo veo en su cara y en su forma de sonreír. Finalmente, se levanta de la mesa, nos invita a todos a sentarnos en el sillón y dice mientras pone la televisión:

–Jud, en Alemania hay otra tradición. Resulta algo extraña, pero es una tradición.

–¿Ah, sí? ¿Y cuál es? —pregunto, curiosa.

Todos sonríen, y Eric, tras darme un dulce beso en la mejilla, indica:

–Los alemanes, después de la cena de Nochevieja y antes de salir a admirar los fuegos artificiales, solemos ver un vídeo cómico, bastante antiguo, en blanco y negro, llamado Dinner for One. Mira..., empieza tras los anuncios.

Los demás asienten y se acomodan, y Eric, al ver que me río, murmura:

–No te rías, morenita. ¡Es una tradición! Todos los canales de televisión lo emiten año tras año el 31 de diciembre. Pero lo más curioso de todo es que es un sketch en inglés, aunque en algunos canales lo ponen con subtítulos en alemán.

–¿Y de qué trata?

Eric me acomoda entre sus brazos y, mientras comienza el sketch, susurra en mi oreja:

–La señora Sophie celebra su noventa cumpleaños en compañía de James, su mayordomo, y varios amigos que ya no están porque han muerto. Lo gracioso es ver cómo el mayordomo, durante la velada, se hace pasar por cada uno de los amigos de la señora.

De pronto, para de hablar porque comienza a reír por lo que ve en la televisión. En el tiempo que dura el vídeo los miro con sorpresa a todos. Se divierten tanto que hasta Flyn abandona su habitual ceño fruncido para reír abiertamente ante las cosa que hace el mayordomo de la televisión.

Cuando acaba el sketck, Simona va a la cocina y regresa con cinco vasitos con uvas. Miro la fruta con asombro.

–Recuerda que mi madre es española —señala Eric—. Las uvas nunca han faltado en una noche así.

Emocionada, atontada y feliz por unas simples uvas, grito cuando Eric pone el canal internacional y conecta con la Puerta del Sol de Madrid.

¡¡Aisss, mi España!!

¡Viva España!

Me siento más española que nunca.

Quedan quince minutos para que acabe el año y ver en la televisión mi querido Madrid hace que me emocione. Flyn me mira sorprendido, y Eric se acerca a mí para decir en mi oreja:

–No me llores, cariño.

Me trago las lágrimas y sonrío.

–Tengo que ir al baño un segundito.

Desaparezco todo lo rápidamente que puedo.

Cuando entro en el baño y cierro la puerta, mi boca se contrae y lloro. Pero mis lágrimas son extrañas. Estoy feliz porque sé que mi familia está bien. Estoy feliz porque Eric está a mi lado. Pero las puñeteras lágrimas se empeñan en salir.

Lloro, lloro y lloro, hasta que consigo controlar el llanto. Me echo agua en la cara y, después de unos minutos en el baño, suenan unos golpecitos en la puerta. Salgo y Eric, preocupado, me pregunta:

–¿Estás bien?

–Sí —afirmo con un hilo de voz—, sólo que es la primera vez que estoy lejos de mi familia en una noche tan especial.

Mi cara y, sobre todo, mis ojos le indican lo que me pasa y me abraza.

–Lo siento, cariño. Siento que, por estar aquí conmigo, estés pasando un mal rato.

Sus palabras, de pronto, me reconfortan, me hacen sonreír, y le beso en los labios.

–No lo sientas, cielo. Está siendo una Navidad muy mágica para mí.

No muy convencido con lo que he dicho, clava sus impactantes ojos en mí y cuando va a añadir algo más, le doy un rápido beso en los labios.

–Vamos..., regresemos al salón. Flyn, Simona y Norbert nos esperan.

Cuando el reloj de la Puerta del Sol comienza a sonar, les indico que ésos son los cuartos. Y cuando comienzan las verdaderas campanadas los animo a todos a meterse una uva en la boca. Para Flyn y Eric eso es algo que ya han hecho en otras ocasiones, pero para Norbert y Simona no, y me río al ver sus caras.

Uva a uva, mi carácter se refuerza.

Una. Dos. Tres. Papá, Raquel, Luz y mi cuñado están bien.

Cuatro. Cinco. Seis. Yo soy feliz.

Siete. Ocho. Nueve. ¿Qué más puedo pedir?

Diez. Once. Doce. ¡Feliz 2013!

Tras el último campanazo, Eric me va a abrazar, pero Flyn se mete entre los dos y nos separa. Yo sonrío y le guiño un ojo. Es normal. El pequeño quiere ser el primero. Norbert y Simona, al ser testigos de lo ocurrido, me abrazan y dicen en alemán:

—Gutes Neues Jahr!

Incapaz de contener mis impulsos, los besuqueo y, entre risas, les hago repetir en español:

–¡Feliz Año Nuevo!

El matrimonio se divierte repitiendo lo que yo les digo, riendo y dando muestras de su felicidad. Norbert y Simona después le dan la mano a Eric y se desean un Feliz Año mientras Flyn no se separa de su lado. Me agacho para estar a su altura y, sin que él proteste, le beso en la mejilla.

–Feliz Año, precioso. Que este año que comienza sea maravilloso y espectacular.

El pequeño me devuelve el beso y, para mi asombro, sonríe. Norbert lo coge entre sus brazos, y Eric rápidamente me mira, me abraza y con todo su amor murmura en mi oído, poniéndome la carne de gallina:

–Feliz Año Nuevo, mi amor. Gracias por hacer de esta noche algo muy especial para todos nosotros.




16

Los días pasan y estar junto a Eric es lo mejor que me ha ocurrido. Me quiere, me mima y está pendiente de todo lo que necesito. Flyn es otro cantar. Rivaliza conmigo en todo, y yo intento hacerle ver que no soy su adversario. Si hago una tortilla de patatas, no le gusta. Si bailo y canto, me mira con desprecio. Si veo algo en la televisión, se queja. Directamente no me soporta y no lo disimula. Eso me pone cada día más frenética.

Hablo con mi familia en Jerez, y todos están bien. Eso me reconforta. Mi hermana me cuenta lo cansadísima que está con el embarazo y la guerra que le da mi sobrina. Yo sonrío. Imagino a Luz histérica en espera de que los Reyes Magos la visiten. ¡Qué linda que es mi Luz!

Una mañana llego a la cocina y pillo a Simona mirando la televisión. Está tan concentrada en lo que ve que no me oye. Cuando estoy ya a su lado, la veo angustiada, asustada.

–¡Dios mío, ¿qué te ocurre?!

La mujer se seca los ojos con una servilleta y mirándome murmura.

–Estoy viendo «Locura esmeralda», señorita.

Sorprendida, miro la tele y veo que se trata de una telenovela. ¿En Alemania ven culebrones mexicanos? Se me escapa una sonrisa, y Simona me imita.

–Creo que a usted también le gustaría, señorita Judith. ¿En España no conocen esta novela?

–No me suena, pero estos culebrones no me van.

–Créame que a mí tampoco, pero en Alemania está causando furor. Todo el mundo ve «Locura esmeralda».

Cuando estoy a punto de reírme, una vez superado el asombro, ella añade:

–Trata sobre la joven Esmeralda Mendoza. Ella es una bella joven que trabaja de sirvienta para los señores Halcones de San Juan. Pero todo se complica cuando regresa de Estados Unidos el hijo pródigo Carlos Alfonso Halcones de San Juan y se encapricha de Esmeralda Mendoza. Pero ella ama en secreto a Luis Alfredo Quiñones, el hijo bastardo del señor Halcones de San Juan, y ¡oh, Dios!, es todo tan difícil...

Boquiabierta y divertida, escucho con atención lo que la mujer me dice. ¡Vaya pedazo de culebrón que me está contando! A mi hermana le encantaría. Al final, sin saber por qué, me siento con ella y, de pronto, estoy sumergida en la historia.

Marta, la hermana de Eric, pasa a buscarme el día 2 de enero. Le he comentado que necesito hacer unas compras navideñas y gustosa se ofrece a acompañarme. Eric, encantado por verme sonreír, me da un beso en los labios cuando me voy.

–Pásalo bien, cariño.

Hace un frío que pela. Estamos a 2 grados bajo cero a las once y media de la mañana. Pero me siento feliz por la compañía de Marta y sus divertidas ocurrencias. Llegamos hasta la plaza central de Múnich, Marienplatz, una plaza majestuosa, rodeada de edificios impresionantes. Aquí hay un enorme y precioso mercadillo callejero donde hago varias compras.

–¿Ves aquel balcón? —Asiento, y Marta prosigue—: Es el balcón del ayuntamiento y desde ahí todos las tardes tocan música en vivo.

De pronto, un puesto multicolor con infinidad de árboles de Navidad llama mi atención. Los hay rojos, azules, blancos, verdes y de distintos tamaños. En su mayoría están decorados con fotografías, notitas con deseos, macarrones o CD de plásticos. ¡Me encanta! Miro a Marta y pregunto:

–¿Qué crees que pensará tu hermano si pongo un árbol de éstos en su salón?

Marta enciende un cigarrillo y se ríe.

–Le horrorizará.

–¿Por qué?

Acepto un cigarrillo mientras Marta mira los coloridos árboles artificiales.

–Porque estos árboles son demasiado modernos para él y, sobre todo, porque nunca lo he visto poner un árbol de Navidad en su casa.

–¿En serio? —Estoy perpleja y a la vez convencida de lo que quiero hacer—. Pues lo siento por él, pero yo no puedo vivir sin tener mi árbol de Navidad. Por lo tanto, le horrorice o no, se tendrá que aguantar.

Marta suelta una carcajada, y sin más, decido comprar un árbol rojo de dos metros. ¡La bomba! Compro también infinidad de cintas de colores con campanillas colgando. Quiero decorar la casa como se merece. ¡Aún es Navidad! Lo dejo pagado y prometemos regresar al final del día a recogerlo.

Durante más de una hora las dos seguimos comprando regalitos y, cuando nuestras narices están rojas por el frío, Marta me propone ir a tomar algo. Acepto. Estoy muerta de frío, hambre y sed. Me dejo guiar por ella por las bonitas calles de Múnich.

–Te voy a llevar a un sitio muy especial. Otro día que salgamos te llevaré a comer al restaurante que hay en la Torre Olímpica. Es giratorio, y verás unas maravillosas vistas de Múnich.

Congelada, asiento mientras observo que allí todos los taxis son de color crema y la mayoría Mercedes-Benz. ¡Vaya lujazo! Pocos minutos después, cuando entramos en un enorme lugar, Marta indica con orgullo:

–Querida Judith, como buena muniquesa que soy, tengo el orgullo de decirte que estás en la Hofbräuhaus, la cervecería más antigua de mundo.

Entusiasmada, miro a mi alrededor. El lugar es precioso. Con solera. Observo los techos abovedados recubiertos de curiosas pinturas y los largos y grandes bancos de madera donde la gente se divierte bebiendo y comiendo.

–Ven, Jud, vamos a tomar algo —insiste Marta, cogiéndome del brazo.

Diez minutos después, estamos sentadas en uno de los bancos de madera junto a otras personas. Durante una hora hablamos y hablamos mientras disfruto de una estupenda cerveza Spatenbräu.

El hambre aprieta y decidimos pedir varias cosas y comer para después proseguir con nuestras compras. Dejo a Marta que elija, y pide leberkäs, que es embutido caliente, albóndigas de harina con carne picada y tocino, y una crujiente rosquilla salada en forma de ocho a la que se le pueden untar salsas. ¡Todo exquisito!

–Bueno, ¿qué te parece Múnich?

Una vez que mastico y trago un trozo de la crujiente rosquilla, respondo:

–Lo poco que he visto hasta ahora, majestuoso. Creo que es una ciudad muy señorial.

Marta sonríe.

–¿Sabías que a los de Múnich se nos conoce como los mediterráneos de Europa?

–No.

Ambas nos reímos.

–¿Has venido para quedarte con Eric?

¡Vaya, directa y al grano!, como a mí me gusta. Y dispuesta a ser sincera, digo:

–Sí. Somos como el fuego y el hielo, pero nos queremos y deseamos intentarlo.

Marta aplaude, feliz, y los que están a nuestro lado la miran extrañados. Pero sin importarle en absoluto las miradas de los otros, cuchichea:

–Me encanta. ¡Me encanta! Espero que mi hermanito aprenda que la vida es algo más que trabajo y seriedad. Creo que tú vas a abrirle los ojos en muchos sentidos, pero siento decirte que eso te va a traer más de un problema. Lo conozco muy bien.

–¿Problema?

–¡Ajá!

–Pues yo no quiero problemas. —Al decir eso me acuerdo de la canción de David de María e inevitablemente sonrío—. ¿Por qué crees que voy a tener problemas con Eric?

Marta se limpia los labios con una servilleta y contesta:

–Eric nunca ha vivido con nadie, excepto estos últimos años con Flyn. Se independizó muy pronto, y si hay algo que no soporta es que se inmiscuyan en su vida y en sus decisiones. Es más, me encantaría contemplar su cara cuando vea el árbol de Navidad rojo y las cintas de colores que has comprado. —Ambas nos reímos, y prosigue—: Conozco a ese cabezón muy bien y estoy segura de que vas a discutir con él. Por cierto, en lo referente a la educación de Flyn, es una cosa mala. Lo tiene sobreprotegido. Sólo le falta meterlo en una urna de cristal.

Eso me provoca risa.

–No te rías. Tú misma lo vas a comprobar. Y fíjate lo que te digo: mi hermano no aprobará el regalo que le has comprado a Flyn.

Miro hacia la bolsa que Marta está señalando y, sorprendida, pregunto:

–¿Que no aprobará el skateboard?

–No.

–¿Por qué? —inquiero al pensar en cómo me divierto con mi sobrina y su skate.

–Eric rápidamente valorará los peligros. Ya lo verás.

–Pero si le he comprado casco, rodilleras y coderas para que cuando se caiga no se haga daño...

–Da igual, Judith. En ese regalo, Eric sólo verá peligro y se lo prohibirá.

Media hora después salimos del local y nos dirigimos hacia la calle Maximilianstrasse, considerada la milla de oro de Múnich. Entramos en la tienda de D&G y aquí Marta se lanza a por unos vaqueros. Mientras ella se los prueba, rápidamente le compro una camiseta que he visto que le ha gustado. Visitamos infinidad de tiendas exclusivas, a cuál más cara, y cuando entramos en Armani, decido comprarle una camisa blanca con rayitas azules a Eric. Va a estar guapísimo.

Una vez que finalizamos las compras, regresamos a la plaza del ayuntamiento a recoger mi bonito árbol de Navidad. Marta se ríe. Yo también, aunque ya comienzo a dudar de si he hecho bien al comprarlo.


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