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Pídeme lo que quieras, ahora y siempre
  • Текст добавлен: 19 сентября 2016, 13:08

Текст книги "Pídeme lo que quieras, ahora y siempre"


Автор книги: Megan Maxwell



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–¿Dentro de casa?

Parpadeo. Le guiño un ojo y, con complicidad, cuchicheo:

–Que sepas que acabas de aumentar la familia. Ya somos cinco.

Mi alemán cierra los ojos y entiende perfectamente lo que acabo de decir y antes de que diga alguna de sus perlas, le apremio:

–Vamos, Eric —digo mientras cojo al cachorro—. Démosle la sorpresa a Flyn.

–¿Susto no le dará miedo?

Yo niego con la cabeza.

Sin hacer ruido, nos dirigimos hacia su habitación de juegos. Con cuidado, abro la puerta y hago entrar al animal.

—¡Susto! —grita el niño, y lo abraza.

Las carcajadas de Flyn son maravillosas. ¡Colosales! Y el perro se tumba panza arriba para que le rasque la barriguita. Durante un rato, la felicidad del pequeño es plena, hasta que ve en mis manos algo que llama su atención. Con los ojos como platos, se acerca a mí y pregunta:

–Y éste ¿quién es?

Eric, dichoso y, sobre todo, sorprendido por la felicidad que ve en su sobrino, explica:

–Cuando fui a buscar a Susto, estaba con él en la jaula. Susto no quiso dejarlo solo y se vino con nosotros.

El crío, alucinado, mira a su tío. Dos perros. ¡Dos! Yo, encantada, dejo al cachorro en sus manos.

–Este pequeñín será tu superamigo y supermascota. Por lo tanto, el nombre se lo tienes que poner tú.

Flyn mira a su tío, y cuando ve que éste asiente, sonríe. Mira a continuación al cachorro blanco y dice, tras guiñarme un ojo:

–Se llamará Calamar.

Un enorme nudo de emociones se agolpa en mi garganta al escucharlo, y sonrío. El pequeño pone el pulgar ante mí, yo pongo el mío, y terminamos con una palmada. Nos reímos. Eric me besa en el cuello y susurra en mi oído al ver a su sobrino feliz:

–Cuando quieras, ya sabes..., me caso contigo.




31

Con el transcurrir de los días, mi cara vuelve a ser lo que era, y cuando el doctor me quita los puntos de la barbilla ante la atenta mirada de Eric, sonríe al ver la obra de arte que ha hecho. No se notan, y eso me hace feliz.

La casa, tras la llegada de Susto y Calamar, se ha vuelto una casa llena de risas, ladridos y locura. Eric, los primeros días, protesta. Encontrarse meadas de Calamar en el suelo le pone de mal humor, pero al final claudica. Susto y Calamar lo adoran, y él los adora a ellos.

Muchas mañanas cuando me levanto me gusta asomarme a la ventana y ahí está mi Iceman, lanzándole un palo a Susto, para que éste corra tras él. El animal lo ha tomado como costumbre. Antes de que él se vaya a trabajar, le lleva un palo a sus pies, y Eric juega y sonríe. Algunos fines de semana convenzo a Eric y a Flyn para pasear por el campo nevado con los animales. Susto lo agradece, y Eric juega con él mientras Flyn corretea a nuestro alrededor con su mascota. Me emociona todo. En especial, cuando veo cómo Eric se agacha y abraza a Susto. Mi frío y duro Iceman se va descongelando a cada día que pasa, y cada día me enamora más.

También he acompañado en varias ocasiones a Eric al campo de tiro olímpico. Sigue sin gustarme el rollito de las armas, pero disfruto al ver lo bien que él lo hace. Me siento orgullosa. Una de las mañanas que estamos ahí me presenta a unos amigos, y uno de ellos pregunta si soy española. Directamente, niego con la cabeza e indico: «¡Brasileña!». De inmediato el hombre dice: «Samba, caipirinha». Yo asiento y me río. Está visto que, dependiendo de dónde seas, te persigue un sambenito. Eric me mira sorprendido y al final sonríe. Esa noche, cuando me hace el amor, cuchichea con sorna en mi oído:

–Vamos, brasileña, baila para mí.

Flyn ha avanzado mucho con el skate y los patines. El tío es listo y aprende rápidamente. Lo hacemos a escondidas, cuando Eric no está. Si nos viera, ¡nos mataría! Simona sonríe y Norbert refunfuña. Me advierte que el señor se enfadará cuando lo sepa. Sé que tiene razón, pero ya no puedo parar mis enseñanzas con el crío. Su trato conmigo ha cambiado, y ahora me busca y pide mi ayuda continuamente.

Eric, en ocasiones, nos observa, y sabe que entre nosotros ha ocurrido algo para que se haya obrado ese cambio en el pequeño. Cuando pregunta, lo achaco a la llegada de los animales a la casa. Él asiente, pero sé que no lo convence. No pregunta más.

El primer día que puedo salir a escondidas con Jurgen a desfogarme con la moto es una pasada. Tantos días de inactividad en casa casi me vuelven loca, por lo que salto, derrapo y grito con Jurgen y los amigos de éste por los caminos de cabras de las afueras de Múnich. Pienso en Eric. Debo contárselo. El problema es que no encuentro nunca el momento oportuno. Eso me comienza a martirizar. Nuestra base es la confianza, y esta vez yo estoy fallando.

Una tarde cuando estoy liada con mi moto en el garaje llega Flyn del colegio. El niño me busca, y cuando me encuentra, alucinado, mira la moto. La recuerda. Y cuando le indico que es la moto de su madre y que me tiene que guardar el secreto ante su tío, pregunta:

–¿Sabes utilizarla?

–Sí —respondo con las manos sucias de grasa.

–El tío Eric se enfadará.

La frase me hace gracia. Todos, absolutamente todos, saben que Eric se enfadará. Y respondo, mirándolo:

–Lo sé, cariño. Pero el tío Eric, cuando me conoció, ya sabía que yo hacía motocross. Lo sabe y tiene que entender que a mí me gusta practicar este deporte.

–¿Lo sabe?

–Sí —afirmo, y sonrío al recordar cómo se enteró.

–¿Y te deja?

Esa pregunta no me sorprende, y mirándolo, le aclaro:

–Tu tío no me tiene que dejar. Soy yo la que decido si quiero o no hacer motocross. Los adultos decidimos, cariño.

El crío, no muy convencido, asiente, y vuelve a preguntar:

–¿Sonia te regaló la moto de mi madre?

Lo miro, y antes de contestar, pregunto:

–¿Te molestaría si fuera así?

Flyn lo piensa y, dejándome de piedra, contesta:

–No. Pero tienes que prometerme que me enseñarás.

Sonrío, suelto una carcajada y digo mientras él ríe:

–Tú qué quieres, ¿que tu tío me mate?

Una hora después, Eric me llama por teléfono. Tiene un partido de baloncesto y quiere que vaya al polideportivo. Encantada, acepto. Me pongo unos vaqueros, mis botas negras y una camiseta de Armani. Me abrigo, llamo a un taxi y, cuando llego a la dirección que él me ha dado, sonrío al verle esperándome apoyado en su coche.

Eric paga el taxi, y mientras caminamos hacia los vestuarios, murmuro:

–¿Cómo no me habías dicho lo del partido?

Mi chico sonríe, me besa y susurra:

–Lo creas o no, se me olvidó. Si no es por Andrés, que me ha llamado a la oficina, ¡ni lo recuerdo!

Cuando llegamos a los vestuarios, me besa.

–Ve a las gradas. Seguro que allí está Frida.

Encantada de la vida y del amor, camino hacia la cancha. Allí está Frida junto a Lora y Gina. Mi trato con ellas ha cambiado. Me aceptan como la novia de Eric y se lo agradezco. Lora, la rubia, al verme aparecer, sonríe y dice:

–Llegó mi heroína.

Sorprendida, la miro, y cuchichea:

–Ya me he enterado de que le diste a Betta su merecido.

Miro a Frida en actitud de reproche por habérselo contado, y ésta indica:

–A mí no me mires, que yo no he sido.

Lora sonríe y, acercándose de nuevo a mí, me comenta:

–Me lo ha contado la mujer que iba con Betta.

Asiento, sonriendo.

–Por favor, que no se entere Eric. No me gustaría darle otro disgusto más.

Todas se muestran de acuerdo y poco después los chicos salen a la cancha. Como es de esperar, el mío me vuelve loca. Verle ágil y activo mientras corre por la pista me pone a cien. Pero esta vez, a pesar de su empeño, pierden el partido por tres puntos.

Cuando termina, bajamos hasta la pista, y Eric, al verme, me besa. Está sudoroso.

–Voy a ducharme, cariño. En seguida vuelvo.

En la salita donde solemos esperarlos sólo estamos Frida y yo. Lora y Gina se han marchado. Cotilleamos, divertidas, hasta que Eric y Andrés salen, y este último dice:

–Preciosa, cambio de planes. Regresamos a casa.

Frida, sorprendida, protesta.

–Pero si hemos quedado con Dexter en su hotel.

Andrés asiente con la cabeza, pero indica:

–Anularé la cita. Me ha surgido algo que tengo que solucionar.

Veo que Frida refunfuña.

–¿Quién es Dexter? —pregunto.

La joven me mira, y ante los atentos ojos de mi Iceman, responde:

–Un amigo con el que jugamos cuando viene a Múnich. Eric le conoce también, ¿verdad?

Mi chico asiente.

–Es un tipo genial.

¿Jugar? ¿Sexo? Mi cuerpo se excita y, acercándome a Eric, sondeo:

–¿Por qué no vamos nosotros a esa cita?

Me mira sorprendido, e insisto:

–Me apetece jugar. Venga..., vamos.

Mi Iceman sonríe y mira a Frida; después, me mira a mí y señala:

–Jud, no sé si el juego de Dexter te va a gustar.

Alucinada, lo miro y, al ver que no dice nada, pregunto a Frida:

–¿Le va el sado?

–No y sí —responde Andrés ante la risa de Eric.

Frida se encoge de hombros.

–A Dexter le gusta dominar, jugar con las mujeres y ordenar. No es sado lo suyo. Es exigente, morboso e insaciable. Yo me lo paso genial cuando nos vemos.

Eric saluda con la mano a uno de sus compañeros que se marcha y dice, cogiéndome de la cintura:

–Venga, vámonos a casa.

Yo lo miro, lo paro e insisto:

–Eric, quiero conocer a Dexter.

Mi Iceman me mira, me mira y me mira, y al final claudica.

–De acuerdo, Jud. Iremos.

Andrés lo llama y comenta el cambio de planes. Dexter acepta, encantado.

Entre risas, llegamos a nuestros respectivos coches, nos despedimos y cada pareja toma su camino. Mi chico y yo nos sumergimos en el tráfico de Múnich. Está callado. Pensativo. Yo canturreo una canción de la radio y, de pronto, veo que se para en una calle. Me mira y pregunta:

–¿Tan deseosa estás de jugar?

Su pregunta me sorprende, y respondo:

–Oye..., si te molesta, no vamos. He pensado que te podía apetecer.

–Te dije que para mí el juego en el sexo es un suplemento, Jud, y...

–Y para mí lo es también, cariño —afirmo. Y mirándole de frente, aclaro—: Tú me has enseñado que esto es una cosa de dos. Cuando tú lo propones, a mí me parece bien. ¿Por qué no te puede parecer bien a ti que lo proponga yo?

No responde; sólo me mira. Y encogiéndome de hombros, añado:

–Al fin y al cabo, es un suplemento que los dos disfrutamos, ¿no?

Tras un silencio en el que Eric respira, dice con voz más dulce.

–Dexter es un buen tío. Nos conocemos desde hace años y cuando viene a Múnich solemos vernos.

–¿Para jugar? —pregunto con sarcasmo.

Eric asiente.

–Para jugar, cenar, tomar algo o simplemente hacer negocios.

–¿Te excita que yo haya pedido jugar con él?

Mi alemán clava sus impresionantes ojos en mí y, tras hacerme arder, murmura:

–Mucho.

Asiento, y Eric me indica que baje del coche. Hace un frío pelón. Me encojo en el interior de mi plumón rojo y comienzo a caminar de la mano con Eric. Me sujeta con seguridad. Su mano se acopla a la mía tan bien que sonrío, encantada. En seguida, veo que vamos directos a un hotel y leo NH Munchën Dornach.

Cuando entramos, Eric pregunta por la habitación del señor Dexter Ramírez. Nos indican el número, y tras llamarlo para confirmar nuestra llegada, Eric y yo nos introducimos en el ascensor. Estoy nerviosa. ¿Tan especial es este Dexter? Eric, agarrado a mi cintura, sonríe, me besa y murmura:

–Tranquila, todo irá bien. Te lo prometo.

Llegamos ante una puerta que está entornada. Eric toca con los nudillos y oigo decir en español:

–Eric, pasa.

Mi vagina comienza a lubricarse. Eric me coge del brazo y entramos. Cierra la puerta y escuchamos:

–Ahorita salgo.

Entramos en un amplio y bonito salón. A la derecha, hay una puerta abierta desde donde veo la cama. Eric me observa. Sabe que lo estoy mirando todo con curiosidad. Se acerca a mí y pregunta:

–¿Excitada?

Lo miro y asiento. No voy a mentir. En ese momento, aparece un hombre de la edad de Eric sentado en una silla de ruedas.

–Eric, ¡cuate! ¿Cómo estás?

Choca su mano con la de él, y después el hombre dice mientras pasea sus ojos por mi cuerpo:

–Y tú debes de ser Judith, la diosa que tiene a mi amigo atontado, por no decir enamorado, ¿verdad?

Eso me hace sonreír, aunque estoy sorprendida de verlo en aquella silla.

–Exacto —respondo—. Y que conste que me encanta tenerlo atontado y enamorado.

El hombre, tras cruzar una divertida mirada con Eric, coge mi mano, la besa y murmura con galantería:

–Diosa, soy Dexter, un mexicano que cae rendido a tus pies.

¡Vaya, mexicano! Como el culebrón de «Locura esmeralda». Eso me hace sonreír, aunque me apena verlo en silla de ruedas. ¡Es tan joven! Pero tras cinco minutos de charla con él, soy consciente de la vitalidad y buen rollo que desprende.

–¿Qué queréis beber?

Se lo decimos y Dexter abre un minibar y lo prepara. Me observa. Me mira con curiosidad, y Eric me besa. Cuando nos da las bebidas, sedienta, doy un gran trago a mi cubata.

–Me gustan las botas de tu mujer.

Sorprendida por aquel comentario, toco mis botas. Eric sonríe y me indica, tras besarme en el cuello:

–Cariño, desnúdate.

¿Así? ¿En frío?

¡Joder, qué fuerte!

Pero dispuesta a ello y sin ningún pudor, lo hago. Quiero jugar. Yo lo he pedido. Dexter y Eric no me quitan ojo mientras me desprendo de la ropa, y yo me recreo en excitarlos. Una vez que estoy completamente desnuda, Dexter dice:

–Quiero que te pongas las botas de nuevo.

Eric me mira. Recuerdo lo que ha dicho Frida de que a éste le gusta ordenar. Entro en su juego, cojo las botas y me las pongo. Desnuda y con las botas negras que me llegan hasta la mitad de los muslos, me siento sexy, perversa.

–Camina hacia el fondo de la habitación. Quiero verte.

Hago lo que él me pide. Mientras camino sé que los dos me miran el trasero; lo muevo. Llego hasta el final de la habitación y regreso. El hombre clava la mirada en mi monte de Venus.

–Bonito tatuaje. Como decimos en mi país, ¡muy padre!

Eric asiente. Da un trago a su whisky y responde sin apartar sus ojazos de mí:

–Maravilloso.

Dexter alarga su mano, la pasa por mi tatuaje y, mirando a Eric, señala:

–Llévala a la cama, güey. Me muero por jugar con tu mujer.

Eric me coge de la mano, se levanta y me lleva hasta la habitación contigua. Me hace poner a cuatro patas en la cama y, tras abrirme las piernas, dice mientras se desnuda:

–No te muevas.

Excitante. Todo esto me parece excitante.

Miro hacia atrás, y veo que Dexter se acerca a nosotros en su silla. Llega hasta la cama. Toca mis muslos, la cara interna de mis piernas y sus manos alcanzan las cachas de mi trasero. Las estruja y da un azote. Después otro, otro y otro, y dice:

–Me gustan los traseros enrojecidos.

Después, pasea su mano por mi hendidura y juguetea con mis humedecidos labios.

–Siéntate en la cama y mírame.

Obedezco.

–Diosa..., mi aparatito no funciona, pero me excito y disfruto tocando, ordenando y mirando. Eric sabe lo que me gusta. —Ambos sonríen—. Soy un poco mandón, pero espero que los tres lo pasemos bien, aunque ya me ha advertido tu novio que tu boca es sólo suya.

–Exacto. Sólo suya —asiento.

El mexicano sonríe, y antes de que diga nada, añado:

–Eric sabe lo que te gusta, pero yo quiero saber cómo te gustan las mujeres.

–Calientes y morbosas. —Y sin dejar de mirarme, pregunta—: Eric, ¿tu mujer es así?

Mi Iceman pasea su lujuriosa mirada sobre mí y asiente.

–Sí, lo es.

Su seguridad me hace jadear y, dispuesta a ser todo eso que él afirma que soy, lo animo:

–¿Qué es lo que deseas de mí, Dexter?

El hombre mira a Eric, y tras éste asentir, puntualiza:

–Quiero tocarte, atarte, chuparte y masturbarte. Dirigiré los juegos, os pediré posturas y lo pasaré chévere con lo que hacéis. ¿Estás dispuesta?

–Sí.

Dexter coge una bolsa que cuelga de la silla y dice, tendiéndomela:

–Tengo ciertos juguetitos sin estrenar que quiero probar contigo.

Abro la bolsa. Veo una nueva joya anal. Esta vez con el cristal rosa. Me sorprendo y sonrío. ¿Estará de moda eso en Alemania? Con curiosidad abro una cajita donde hay una cadenita con una especie de pinza en cada extremo, y cuando la cierro, observo un par de consoladores. Son suaves y rugosos. Uno de ellos es un arnés con vibración. Los toco, y Dexter explica:

–Quiero introducirlos dentro de ti; si me dejas, claro.

Eric me aprieta contra él y afirma con voz ronca:

–Te dejará, ¿verdad, Jud?

Asiento.

Calor..., tengo mucho calor.

Dexter coge la bolsa, saca la cajita que he abierto segundos antes, me enseña la cadena y murmura:

–Dame tus pechos. Voy a ponerles estos clamps.

No sé qué es eso. Miro a Eric, y éste me indica tras tocarlos:

–Tranquila, no dolerá. Estas pinzas son suaves.

Acerco mis pechos a aquel hombre, y entonces la carne se me pone de gallina cuando con aquella especie de pinza oscura agarra un pezón y después, con la otra pinza, el otro. Mis pechos quedan unidos por una cadenita y, cuando tira de ella, mis pezones se alargan, y yo jadeo mientras siento un hormigueo excitante.

Dexter sonríe. Disfruta, y sin apartar sus oscuros ojos de mí, susurra en voz baja:

–Quiero verte atada a la cama para masturbarte y después quiero ver cómo Eric te folla.

Jadeo y, dispuesta a todo, me levanto, saco las cuerdas que hay en la bolsa y, ofreciéndoselas a mi amor, murmuro:

–Átame.

Eric me mira, coge las cuerdas y, sobre mi boca, susurra:

–¿Estás segura?

Lo miro a los ojos, y totalmente excitada por lo que allí está ocurriendo, asiento:

–Sí.

Me tumbo en la cama. Mis pezones, al estirarme, se contraen. Eric ata mis manos y pasa la cuerda por el cabecero. Después, me anuda un tobillo, que ata a un lado de la cama y, finalmente, al otro. Estoy totalmente abierta de piernas e inmovilizada para ellos.

Dexter, con pericia, se pasa de la silla a la cama y me mira. Tira de la cadenita de mis pezones, y yo gimo.

–Eric..., tienes una mujer muy caliente.

–Lo sé —asiente mientras me mira.

Mi vagina se lubrica sola, y Dexter añade:

–¿Te gusta el sado, diosa?

Eric sonríe, y yo contesto:

–No.

Dexter asiente y vuelve a preguntar:

–¿Te excita que utilicemos tu cuerpo en busca de nuestro propio placer?

–Sí —respondo.

Vuelve a tirar de la cadenita, y mis pezones se endurecen como nunca. Jadeo, grito, y pregunta de nuevo:

–Te pone cachonda lo que hago.

–Sí.

Pasa uno de los consoladores por mi húmeda vagina.

–¿Deseas que te utilice, te use y te disfrute?

Con los ojos viciados por el momento, miro a Eric. Su mirada lo dice todo. Disfruta. Y con voz sensual, susurro:

–Utilízame, úsame y disfrútame.

De la boca de Eric sale un gemido. Ha enloquecido con lo que he dicho. Coge la cadenita de mis pechos y tira de ella. Yo jadeo, y me besa. Mete su lengua hasta el fondo de mi boca mientras mis pezones cosquillean a cada tirón.

Encantado con lo que ve, el mexicano acaricia la parte interna de mis muslos con sus suaves manos. Eric para sus besos y nos observa. Sus preguntas me han excitado cuando veo que se acerca a mi boca y dice:

–Ábrela.

Hago lo que me pide y mete el consolador color celeste en mi boca.

–Chúpalo —exige.

Durante unos minutos, Dexter disfruta de mis lametazos, hasta que lo saca de mi boca.

–Eric..., ahora quiero que te chupe a ti.

Mi alemán, encantado, dirige su duro pene a mi boca. Lo introduce en mí, y yo lo chupo, lo degusto. Dejo que me folle la boca, hasta que vuelvo a escuchar.

Stop.

Me siento desolada. Mi Iceman retira su maravillosa erección de mi boca. Dexter moja la punta del consolador en abundante lubricante y comenta mientras lo pone en mi mojada hendidura:

–Ahorita por aquí.

Eric se sienta en el otro lado de la cama, abre mi vagina con sus dedos para facilitarle el acceso, y Dexter lentamente lo introduce.

–¿Te agrada esto? —pregunta Dexter.

Jadeo, me muevo y asiento, mientras Eric, mi amor, me mira y sé que me ofrece.

–¡Qué buena onda! —murmura el mexicano.

Durante unos segundos aquel extraño mueve el consolador en mi interior. Lo mete..., lo saca..., lo gira..., tira de la cadenita de mis pezones, y yo jadeo. Cierro los ojos y me dejo llevar por el momento. Mi cuerpo atado se resiente. Se mueve y grito. Excitada por estar atada, abro los ojos y miro a mi amor. Sonríe y se toca su pene. Lo tiene duro. Preparado para jugar.

–Me gusta tu olor a sexo —murmura Dexter, y mete el consolador de tal manera en mi cuerpo que yo vuelvo a gritar y me arqueo—. Así..., vamos, diosa, ¡córrete para mí!

El consolador entra y sale de mí, arrancándome gemidos incontrolados, y cuando mi vagina tiembla y succiona el consolador, Dexter lo saca. Eric se mete entre mis piernas y con su dura erección me empala, y grito de placer.

Dexter se vuelve a sentar en su silla. Tira de la cadena de mis pezones y me muevo como puedo. Estoy atada de pies y manos, y sólo puedo jadear, gemir y recibir las estocadas de mi amor, mientras Dexter quita los clamps de mis doloridos pezones y susurra:

–Diosa, levanta las caderas...Vamos..., recíbelo. Sí..., así.

Hago lo que me pide. Disfruto de las estocadas cuando le oigo susurrar entre dientes.

–Eric, güey. Fuerte..., dale fuerte.

Eric me besa. Devora mi boca y, hundiéndose en mí con fuerza, me hace gritar. Dexter pide. Exige. Nosotros le damos. Disfrutamos de aquel momento y, cuando no podemos más, nos corremos.

Con las respiraciones entrecortadas, Eric me desata las manos, mientras siento que Dexter me desata los pies. Eric me abraza y sonríe. Yo hago lo mismo cuando el tercero murmura:

–Diosa, eres recaliente. Estoy seguro de que me vas a hacer disfrutar mucho. Ven. Levántate.

Hago lo que me pide. Dexter me agarra por el culo, me lo aprieta y acerca su boca a mi chorreante monte de Venus. Lo muerde. Sus ojos miran mi tatuaje y sonríe. Eric se levanta, se pone detrás de mí y con sus dedos me abre para su amigo. Dios, ¡todo es tan caliente!

Dexter desliza su lengua por el interior de mis labios internos y exige que me mueva sobre su boca. Lo hago. Me subo a sus hombros para darle mayor acceso, mientras Eric me sujeta por la espalda. Mis caderas oscilan hacia adelante y hacia atrás, mientras Dexter, con intensidad, me aprieta contra su boca y me presiona las nalgas, enrojeciéndomelas. Le gustan rojas, y yo me dejo.

Durante varios minutos en silencio me hacen suya. No hay música. Sólo se escuchan nuestros cuerpos, nuestros jadeos y el sonido de los gustosos lametazos de Dexter. Eric, enloquecido por lo que ve, toca mis pezones mientras Dexter se deleita con mi clítoris, y yo murmuro, gozosa:

–Sí..., ahí..., ahí.

Morbo...Esto es morbo en estado puro.

Mis jadeos aumentan. Voy a correrme de nuevo, pero entonces Dexter para, y tras dar un beso a mi monte de Venus, me hace bajarme de sus hombros y susurra mientras echa la silla de ruedas hacia atrás.

–Aún no, diosa..., aún no.

Estoy acalorada. Muy acalorada. Eric se sienta en la cama y, tras besarme en el cuello, dice, tomando el mando de la situación:

–Apóyate en mí y ábrete de piernas como cuando te entrego a un hombre.

Mi estómago se contrae. Estoy acalorada, empapada, húmeda y deseosa de correrme. Una vez que me tiene como él quiere, apoya su barbilla en mi hombro derecho, toca uno de mis pezones con el pulgar y pregunta, ante la atenta mirada de Dexter:

–¿Te gusta ser nuestro juguete?

Mi respuesta es clara y contundente, incluso con un hilo de voz.

–Sí.

La risa de Eric en mi oído me excita, y más cuando dice tras besarme el hombro:

–La próxima vez te compartiré con un hombre o quizá sean dos, ¿qué te parece?

Mi mirada se clava en Dexter. Sonríe. Hiperventilo, pero respondo, excitada:

–Me parece bien. Lo deseo.

Eric asiente, y exponiéndome totalmente a su amigo, murmura:

–Cuando estemos con ellos, abriré tus piernas así...

Hace con mis piernas lo que dice, y yo jadeo, mientras Dexter nos mira con lujuria.

–Te ofreceré. Los invitaré a que te saboreen. Ellos tomarán de ti lo que yo les deje y tú obedecerás. —Asiento—. Cuando tus orgasmos me satisfagan, te follaré mientras ellos miran, y una vez termine, ordenaré que ellos te follen. Te follarán, te poseerán, y tú gritarás de placer. ¿Quieres jugar a eso, Jud?

Voy a responder, pero no puedo. Un nudo en mi garganta apenas deja salir mis palabras, y lo oigo repetir:

–¿Quieres o no jugar a eso?

–Sí —consigo responder.

Un zumbido me pone la carne de gallina. Eric en sus manos tiene el vibrador en forma de pintalabios que yo llevo en el bolso. ¿Cuándo lo ha cogido? Después, me enseña la joya anal de cristal rosa y el lubricante, y murmura:

–Ahora vas a ir hasta Dexter —dice, entregándome la joya y el lubricante—. Y le vas a pedir que te introduzca la joya en tu bonito culito y después regresarás de nuevo aquí.

Cojo lo que me da y, excitada, hago lo que me pide. Desnuda y vestida sólo con las botas, camino hacia un colorado Dexter. Le entrego la joya y el lubricante. Alucinado, veo que mira mi monte de Venus. Le excita mi tatuaje.

–Quiero tocarlo. Se ve tan chévere...

Me acerco a él, y con deseo, pasa su mano por mi monte de Venus mientras lo devora con la mirada. Una vez que lo hace, me doy la vuelta, pongo mi culo en pompa ante él y, sin hablar, escucho como él destapa el lubricante para segundos después notar una presión en el agujero de mi ano, hasta que introduce la joya anal.

–Precioso —le oigo murmurar.

Cuando me incorporo, Dexter me sujeta por las caderas y dice, mientras mueve la joya en mi interior:

–Tu tatuaje me hará pedir mil cosas, diosa; no lo olvides.

Regreso junto a Eric. Me sienta sobre él, y Dexter murmura con voz ronca:

–Ofrécemela, Eric.

Mi Iceman pasa sus brazos por debajo de mis piernas y las abre. Mi húmeda vagina queda abierta y palpitante ante la cara de Dexter. El hombre respira con dificultad y no aparta sus ojos. Mi entrega lo vuelve loco.

También yo respiro con dificultad. Estoy muy excitada. Exaltada. Estoy al borde del orgasmo. Jadeo y meneo las caderas en busca de algo, de alguien, y es mi dedo el que al final pasa por mi chorreante sexo. Sin ningún pudor, yo misma lo introduzco en mi vagina mientras Eric me anima a seguir con el juego y sé que Dexter disfruta. Lo veo en su cara. Abierta y expuesta como él quiere, siento que retira mi dedo para introducir uno de los consoladores.

Grito de excitación mientras Dexter entra y saca aquello con celeridad de mi interior. Pero yo quiero más. Necesito más, y cuando además del consolador posa el vibrador en mi hinchado clítoris como un maestro, me hace gritar. Con pericia, mientras Eric me sujeta las piernas, Dexter aleja y acerca el vibrador al punto exacto de mi placer, y como si de latigazos se tratara, convulsiono, jadeo y le escucho decir:

–Diosa..., córrete ahorita mismo para nosotros.

–Sí... —grito, enloquecida.

Con su dedo toca mi hinchado clítoris y chillo. Estoy húmeda, tremendamente húmeda, y sorprendiéndole le pido:

–Dexter..., chúpame, por favor.

Mi ruego le activa. Eric se echa hacia adelante para facilitar la acción a su amigo, que instantes después posa su boca sobre mi humedad. Enloquecida, vuelvo a estar sobre su boca. Dexter chupa, lame, rodea y estimula mi vulva hasta llegar al clítoris. Es tocarlo, y yo jadear. Es tirar de él con los labios, y yo gemir. Me vuelve loca, y cuando me corro en su boca, murmura:

–Eres exquisita.

Agotada, sonrío cuando Eric me agarra con fuerza, me pone a cuatro patas sobre la cama y, con brusquedad y sin hablar, me penetra.

Superexcitado por lo que ha visto, enloquecido, se mete en mí, mientras yo, desgarrada, me abro y lo recibo gustosa. Una, dos, tres..., mil veces profundiza, en tanto me agarra por la cintura y, desde atrás, me penetra sin compasión. Un azote, dos, tres. Grito. Me agarra del pelo, tira de él hacia atrás y sisea:

–Arquea las caderas.

Hago lo que me pide.

–Más —exige en mi oído.

Me siento como una yegua montada mientras Eric me empala una y otra vez ante la atenta mirada de Dexter. De pronto, Eric se para, saca la joya de mi ano y mete su erección. Caigo sobre la cama y jadeo agarrándome a las sábanas. Sin lubricante cuesta..., duele..., pero ese dolor me gusta. Me incita a pedir más. Eric me aprieta contra él, me vuele a dar otro azote y pide:

–Muévete, Jud... Muévete.

Me muevo. Sus acometidas son devastadoras. Enardecidas. Sexuales. Me empalo una y otra vez en él, hasta que Eric me coge por la cintura y me da tal estocada que me hace gritar mientras un orgasmo asolador nos enloquece a los dos.

Agotados por lo que acabamos de hacer, Dexter nos observa desde su silla. Disfruta. Le gusta lo que ve. Eric propone darnos una ducha y, cuando estamos solos, pregunta con mimo:

–¿Todo bien, pequeña?

–Sí.

Me encanta que siempre se preocupe por mí en cuanto estamos solos. El agua resbala por nuestros cuerpos y reímos. Le pregunto a Eric por qué Dexter está en silla de ruedas y me comenta que fue a raíz de un accidente con su parapente. Eso me apena. Es tan joven... Pero Eric, exigente, me besa. No quiere hablar de eso y me hace regresar a la realidad cuando introduce de nuevo la joya en mi culo. Cuando salimos del baño, Dexter sigue donde lo hemos dejado, con el vibrador en la mano. Lo está oliendo y, cuando me ve, comenta:

–Me encanta el olor a sexo.

Sus ojos me indican lo mucho que me desea, y sin pensarlo, acerco mi cara a la suya y murmuro al recordar una palabra de «Locura esmeralda».

–Ahora me vas a coger tú, Dexter.

Eric me mira, sorprendido. Dexter me mira, boquiabierto. ¿De qué hablo?

Ninguno de los dos entiende lo que digo. A Dexter no le funciona su aparatito. ¿Cómo lo va a hacer? Tras explicarle a Eric mi propósito, sonríe. Con su ayuda, sentamos a Dexter en una silla sin brazos, y le atamos uno de los penes vibratorios con arnés a la cintura. Divertido, Dexter mira el pene que ha quedado erecto ante él y se mofa.

–¡Dios, cuánto tiempo sin verme así!

Sin más, beso a Eric. Mi culo queda a la altura de Dexter, y Eric me abre las cachas y le tienta para que mueva mi joya anal. Lo hace. Dexter entra en el juego y me pellizca las nalgas para enrojecérmelas. Eric me besa, y susurra en mi boca:

–Me vuelves loco, cariño.

Sonrío. Eric sonríe. Mira a su amigo y le pide:

–Dexter, ofréceme a mi mujer.

El hombre me coge de la mano, me sienta sobre él y me abre las piernas. Toca con su mano mi joya y murmura en mi oreja:

–Diosa..., eres caliente. Me encanta tu entrega.

Sonrío, y cuando la boca de Eric se posa en mi vagina, me contraigo. Dexter me sujeta, y yo me muevo mientras jadeo y grito por las maravillosas cosas que mi amor me hace. Pero dispuesta a calentarlos aún más a los dos, susurro:

–Sí... Ahí... Sigue... Sigue... Más... ¡Oh, sí!... Me gusta... Sí...Sí.

Eric toca con su lengua mi clítoris una y otra vez. Lo rodea, lo coge con sus labios y tira de él, mientras Dexter me ofrece y toca mis pechos. Con la punta de sus dedos los endurece, los pellizca. Mi Iceman se ocupa de mi vagina y de arrancarme locos gemidos de placer. La respiración de Dexter se acelera por momentos, y cuando Eric me coge en volandas y me penetra, los tres jadeamos. Mi amor me apoya contra la pared para hundirse en mí una y otra vez con fuerza, hasta que los dos finalmente nos corremos. Gustosa y altamente excitada, miro a Dexter, que está acalorado. Y acercándome a él, musito:


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