Текст книги "Pídeme lo que quieras, ahora y siempre"
Автор книги: Megan Maxwell
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Epílogo
Múnich... dos meses después
–¡Corre, Judith!, comienza «Locura esmeralda» —grita Simona.
Al oírla miro a Eric, a mi sobrina y a Flyn. Estamos en la piscina y, ante la risa de mi alemán, digo:
–En media hora regreso.
–Tita, ¡no te vayas! —gruñe mi sobrina.
–Tía Jud...
Secándome con la toalla miro a los pequeños, que están en el agua, y les indico:
–Vuelvo en seguida, pesaditos.
Eric me agarra. No quiere que me vaya. Desde que he regresado no se sacia de mí.
–Venga, quédate con nosotros, cielo.
–Cariño —murmuro, besándolo—. No me lo puedo perder. Hoy Esmeralda Mendoza va a descubrir quién es su verdadera madre, y la serie se acaba. ¿Cómo me lo voy a perder?
Mi alemán suelta una carcajada y me da un beso.
–Anda ve.
Con una sonrisa en los labios dejo a mis tres amores en la piscina y corro en busca de Simona. La mujer ya me espera en la cocina. Cuando llego me siento junto a ella, que me da un kleenex. Comienza «Locura esmeralda». Nerviosas vemos cómo Esmeralda Mendoza descubre que su madre es la enfermiza heredera del rancho «Los Guajes». Somos testigos de cómo la maltrecha mujer abraza a su hija mientras Simona y yo lloramos como dos magdalenas. Al final se hace justicia: la familia de Carlos Alfonso Halcones de San Juan se arruina, y Esmeralda Mendoza, la que fuera su criada, es la gran heredera de México. ¡Casi ná!
Ensimismadas, vemos cómo Esmeralda, junto a su hijo, va en busca de su único y verdadero amor, Luis Alfredo Quiñones. Cuando él la ve llegar, sonríe, le abre los brazos, y ella se refugia en ellos. ¡Momentazo! Simona y yo sonreímos emocionadas y, cuando creemos que la serie acaba, de pronto alguien dispara a Luis Alfredo Quiñones y las dos abrimos los ojos como platos cuando pone en la pantalla: «Continuará».
–¡Continuará! —gritamos las dos con los ojos bien abiertos.
Nos miramos y, al final, reímos. «Locura esmeralda» sigue, y con ella, nosotras con seguridad cada día.
Simona se va a preparar la comida, y yo voy a ir a la piscina, pero me encuentro a los niños junto a Eric en el salón, jugando con la Wii a Mortal Kombat. Flyn, al verme llegar, dice:
–Tío Eric, ¿machacamos a las chicas?
Yo sonrío. Me siento junto a mi amor y, al ver la mirada de mi sobrina ante lo que Flyn ha dicho, juntamos nuestros pulgares, damos una palmadita y murmuro:
–Vamos, Luz. Demostrémosles a estos alemanes cómo juegan las españolas.
Después de más de una hora de juegos, mi sobrina y yo nos levantamos y cantamos ante ellos:
We are the champions, my friend.
Oh weeeeeeeeee....
Flyn nos mira con el cejo fruncido. No le gusta perder, pero esta vez lo ha hecho. Eric me mira y sonríe. Disfruta de mi vitalidad, y cuando me tiro sobre él y lo beso, afirma:
–Me debes la revancha.
–Cuando quieras, Iceman.
Me besa. Le beso. Mi sobrina protesta:
–¡Jo, tita!, ¿por qué siempre os tenéis que besar?
–Sí, ¡qué pesados! —asiente Flyn, pero sonríe.
Eric los mira y, para quitárnoslos de encima, dice:
–Corred. Id a la cocina a por una coca-cola.
Es mencionar aquella refrescante bebida, y los niños corren como locos. Cuando nos quedamos solos, Eric me tumba en el sofá y, divertido, me apremia:
–Tenemos un minuto, a lo máximo dos. Vamos, ¡desnúdate!
A mí me entra la risa. Y cuando Eric me hace cosquillas al meter sus manos por debajo de mi camiseta, de pronto escucho;
–¡Cuchuuuuuuuuuuuuuuuu..., cuchufleta!
Eric y yo nos miramos, y rápidamente nos incorporamos del sillón. Mi hermana nos mira desde la puerta y, con gesto descompuesto, exclama:
–¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios!, que creo que he roto aguas.
Rápidamente, Eric y yo nos levantamos del sillón y acudimos a su lado.
–No puede ser. No puedo estar de parto. Falta mes y medio. ¡No quiero estar de parto! No. ¡Me niego!
–Tranquilízate, Raquel —murmura Eric mientras abre su móvil y llama por teléfono.
Pero mi hermana es mi hermana y, descompuesta, gimotea:
–No puedo ponerme de parto aquí. La niña tiene que nacer en Madrid. Todas sus cosas están allí y..., y... ¿Dónde está papá? Nos tenemos que ir a Madrid. ¿Dónde está papá?
–Raquel..., por favor, tranquilízate —digo muerta de risa ante la situación—. Papá está con Norbert. Regresará en unas horas.
–¡No tengo horas! Llámalo y dile que venga ¡ya! ¡Oh, Dios!, ¡no puedo estar de parto! Primero está tu boda. Luego, regreso a Madrid y, por último, tengo a la niña. Éste es el orden de las cosas, y nada puede fallar.
Intento sujetarle las manos, pero está tan nerviosa que me da manotazos. Al final, tras recibir candela por parte de mi enloquecida hermana, miro a Eric y digo:
–Tenemos que llevarla al hospital.
–No te preocupes, cariño —susurra Eric—. Ya he llamado a Marta y nos espera en su hospital.
–¿Qué hospital? —aúlla, descompuesta—. No me fío de la sanidad alemana. Mi hija tiene que nacer en el Doce de Octubre, ¡no aquí!
–Pues Raquel —suspiro—, me parece que la niña va a ser alemana.
–¡No!... —Y agarrando a Eric del cuello, tira de él y, fuera de sí, le exige—: Llama a tu avión. Que nos recoja y nos lleve a Madrid. Tengo que dar a luz allí.
Eric pestañea. Me mira y a mí me entra la risa otra vez. Mi hermana, desconcertada, grita:
–¡Cuchu, por favorrrrrrrrrrrrrrr, no te rías!
–Raquel..., mírame —murmuro, e intento no reír—. Punto uno: relájate. Punto dos: si la niña tiene que nacer aquí, nacerá en el mejor hospital porque Eric lo va a arreglar. Y punto tres: por mi boda no te preocupes, que quedan diez días, cariño.
Eric, al que le ha cambiado la cara y tiene un agobio por todo lo alto, le pide a Simona que se quede con los niños. Luego, sin hacer caso a los lamentos de mi hermana, la coge entre sus brazos y la mete en el coche. En veinte minutos, estamos en el hospital donde trabaja mi cuñada Marta. Nos espera. Pero mi hermana sigue en sus trece. La niña no puede nacer allí.
Pero la naturaleza sigue su curso y, cinco horas después, una preciosa niña de casi tres kilos nace en Alemania. Tras pasar con mi hermana el trago del parto, pues se niega a estar sola en un quirófano con desconocidos a los que no entiende, cuando salgo despeluchada miro a Eric y a mi padre. Ambos están serios. Se levantan y yo camino hasta ellos y me siento.
–¡Dios, ha sido horrible!
–Cariño —se preocupa Eric—, ¿te encuentras bien?
Todavía recordando lo que he visto, murmuro:
–Ha sido horroroso, Eric..., horroroso. ¡Mira cómo tengo el cuello de ronchones!
Cojo una revista que hay sobre la mesa y me doy aire. ¡Qué calor!
–Morenita —gruñe mi padre—, déjate de tonterías y dime cómo está tu hermana.
–¡Ay, papá!, perdona —suspiro—. Raquel y la niña están estupendamente. La niña ha pesado casi tres kilos, y Raquel ha llorado y ha reído cuando la ha visto. Está ¡genial!
Eric sonríe, mi padre también, y se dan un abrazo. Se felicitan. Pero a mí aquello me ha trastocado.
–La niña es preciosa..., pero yo..., yo me estoy mareando.
Asustado, Eric me sujeta. Mi padre me quita la revista y me da aire mientras musito:
–Eric.
–Dime, cariño.
Lo miro con los ojos desencajados.
–Por favor, cariño. No permitas que yo pase por eso.
Eric no sabe qué decir. Ver cómo estoy le está preocupando, y mi padre suelta una risotada.
–¡Ojú, miarma!, eres igualita que tu madre hasta en eso.
Cuando el mareo se ha pasado y vuelvo a ser yo, mi padre me mira.
–Otra niña. ¿Por qué siempre estoy rodeado de mujeres? ¿Cuándo voy a tener un nietecito varón?
Eric me mira. Mi padre me mira. Yo pestañeo y les aclaro:
–A mí no me miréis. Tras lo que he visto, no quiero tener hijos ¡ni loca!
Una hora después, Raquel está en una preciosa habitación y los tres vamos a visitarla. La pequeña Lucía es preciosa, y a Eric se le cae la baba mirándola.
Lo miro boquiabierta. ¿Desde cuándo es tan niñero? Tras pedir permiso a mi hermana, coge a la pequeña con delicadeza y me dice:
–Cariño, ¡yo quiero una!
Mi padre sonríe. Mi hermana igual, y yo muy seriamente respondo:
–¡Ni loca!
Por la noche mi padre se empeña en quedarse con mi hermana y mi sobrinita en el hospital. Le llamo Papá Pato cuando me despido de él, y se ríe. Cuando regresamos Eric y yo solos en el coche estoy cansada. Eric conduce en silencio mientras suena una canción alemana en la radio, y yo miro encantada por la ventana. De pronto, cuando llegamos a la urbanización, Eric para el coche a la derecha.
–Baja del coche.
Pestañeo y me río.
–Venga, Eric. ¿Qué quieres?
–Baja del coche, pequeña.
Divertida, le hago caso. Sé lo que va a hacer. Entonces, comienza a sonar Blanco y negro de Malú, y Eric, tras subir el volumen de la música a tope, se planta delante de mí y me pregunta:
–¿Bailas conmigo?
Sonrío y paso las manos alrededor de su cuello. Eric me acerca a su cuerpo mientras la voz de Malú dice:
Tú dices blanco, yo digo negro.
Tú dices voy, yo digo vengo.
Miro la vida en colores, y tú en blanco y negro.
–¿Sabes, pequeña?
–¿Qué, grandullón?
–Hoy al ver a la pequeña Lucía he pensado que...
–No... ¡Ni se te ocurra pedírmelo! ¡Me niego!
¡Joder! Al decir esto último me he recordado a mi hermana. ¡Qué horror! Eric sonríe, me abraza todavía más fuerte contra él y murmura:
–¿No te gustaría tener una niña a la que enseñar motocross?
Me río y respondo:
–No.
–¿Y un niño al que enseñar a montar en skateboard?
–No.
Continuamos bailando.
–Nunca hemos hablado de esto, pequeña. Pero ¿no quieres que tengamos hijos?
¡Por todos los santos!, ¿qué hacemos hablando de este tema? Y mirándolo, cuchicheo:
–¡Oh, Dios, Eric! Si hubieras visto lo que yo he visto, entenderías que no quiera tenerlos. Se te pone eso... enorme..., enormeeeeeeeeee, y tiene que doler una barbaridad. No. Definitivamente me niego. No quiero tener hijos. Si quieres anular la boda lo entenderé. Pero no me pidas que piense en tener niños ahora mismo porque no quiero ni imaginármelo.
Mi chico sonríe, sonríe... y, dándome un beso en la frente, murmura:
–Vas a ser una madre excepcional. Sólo hay que ver cómo tratas a Luz, a Flyn, a Susto, a Calamar y cómo mirabas a la pequeña Lucía.
No contesto. No puedo. Eric me obliga a continuar bailando.
–No se cancela ninguna boda. Ahora cierra los ojos, relájate y baila conmigo nuestra canción.
Hago lo que me pide. Cierro los ojos. Me relajo, y bailo con él. Lo disfruto.
Cuatro días después le dan el alta a mi hermana y dos días más tarde a la pequeña Lucía. A pesar de haber nacido antes de tiempo, la pequeña es fuerte como un roble y una auténtica muñequita. Mi padre no para de decir que es igualita que yo, y, la verdad, es morenita y tiene mi boca y mi nariz. Es una monada. Cada vez que Eric coge a la niña me mira con ojos melosos. Yo niego con la cabeza, y él se parte de risa. A mí no me hace gracia.
Los días pasan y llega la boda.
La mañana en cuestión estoy histérica. ¿Qué hago vestida de novia?
Mi hermana es una plasta, mi sobrina una tocapelotas y, al final, mi padre es quien tiene que poner orden entre nosotras. Vamos, lo de siempre cuando estamos juntas. Estoy tan nerviosa por la boda que pienso incluso hasta en escapar. Mi padre, al contárselo, me tranquiliza. Pero cuando entro en la abarrotada iglesia de San Cayetano del brazo de mi emocionado padre vestida con mi bonito traje de novia palabra de honor y veo a mi Iceman esperándome más guapo que en toda su vida con ese chaqué, sé que no voy a tener un hijo, voy a tener tropecientos mil.
La ceremonia es corta. Eric y yo así lo hemos pedido, y cuando salimos, los amigos y familiares nos cubren de arroz y pétalos de rosas blancas. Eric me besa, enamorado, y yo soy feliz.
El banquete lo celebramos en un bonito salón de Múnich. La comida es deliciosa; mitad alemana, mitad española, y parece gustarle a todo el mundo.
Eric, sorprendiéndonos, no ha reparado en gastos. No quiere que mi padre, mi hermana y yo nos sintamos solos, y ha hecho venir a mi buen amigo Nacho, y de Jerez al Bicharrón y el Lucena con sus mujeres, Lola la Jarandera, Pepi la de la Bodega, la Pachuca y Fernando con su novia valenciana. Según ellos, el Franfur se puso en contacto con ellos y los invitó con todos los gastos pagados. Incluso Eric ha invitado a las Guerreras Maxwell. ¡La locura!
¡Me lo como! Yo a mi marido me lo como a besos.
De Müller ha invitado a Miguel con su huracanada novia, a Gerardo con su mujer y a Raúl y Paco, que al verme, aplauden emocionados.
Brindamos con Moët Chandon rosado. Eric y yo entrelazamos nuestras copas y felices bebemos ante todos. La tarta es de trufa y fresa, expreso deseo del novio y, cuando la veo, los ojos me hacen chiribitas. Ni contar lo morada que me pongo.
Al abrir el baile de nuevo, mi ya marido me vuelve a sorprender. Eric ha contratado a la cantante Malú y en directo nos canta nuestra canción, Blanco y negro. ¡Qué momentazo! Abrazada a él, disfruto la canción mientras nos miramos enamorados. ¡Dios, cuánto le quiero!
Tras aquello, una orquesta ameniza el baile. Sonia, mi padre y mi hermana están pletóricos de felicidad. Marta y Arthur aplauden. Flyn y Luz, divertidos, corren por el salón, y Simona y Norbert no pueden parar de sonreír. Todo es romántico. Todo es maravilloso y disfrutamos de nuestro bonito día.
Risueña, bailo con Reinaldo y Anita la Bemba colorá mientras gritamos «¡Azúcar!». Y Eric no puede parar de reír. Soy su felicidad.
Con Sonia, Björn, Frida y Andrés nos desmelenamos al bailar September, y cuando la canción acaba, Dexter pilla el micrófono y a capela nos canta un bolero mexicano dedicado a Eric y a mí. Yo sonrío y aplaudo.
Tengo unos excelentes amigos dentro y fuera de la habitación. Son personas como yo a las que les gusta el morbo y los juegos calientes entre cuatro paredes, pero que cuando salen de ellas son atentas, cariñosas, educadas y muy divertidas. Todos ellos me hacen dichosa y feliz.
El baile dura horas, y cuando veo a Dexter hablando animadamente con mi hermana, alarmada, miro a Eric, y éste me indica que no me preocupe. Al final, sonrío.
La fiesta acaba a las cuatro de la mañana, y por la noche mi padre y mi hermana con las niñas y Flyn se van a dormir a casa de Sonia. Quieren dejarnos la casa enterita para nosotros.
Cuando llegamos, Eric se empeña en cogerme en brazos para traspasar el umbral. Encantada dejo que me coja y, cuando lo traspasamos me suelta, y, dichoso, susurra:
–Bienvenida al hogar, señora Zimmerman.
Encantada le beso. Saboreo a mi marido y le deseo.
Cuando entramos y cierro la puerta, sin hablar, le quito el chaqué, la pajarita, la camisa, los pantalones y los calzoncillos. Lo desnudo para mí y sonrío al decir:
–Ponte la pajarita, Iceman.
Divertido, lo hace. ¡Dios!, mi alemán desnudo y con la pajarita es mi fantasía. Mi loca fantasía. Tiro de él y, al llegar a la puerta del despacho, lo miro y susurro:
–Quiero que me rompas el tanga.
–¿Segura, cariño? —pregunta riendo mi amor.
–Segurísima.
Eric, excitado, comienza a subir tela, y más tela..., y más tela. La falda del vestido es interminable. Al final, lo detengo entre risas.
–Ven..., siéntate en tu sillón.
Se deja guiar por mí. Hace lo que le pido y me mira.
Excitada, desabrocho la falda de mi bonito vestido de novia, y ésta cae a mis pies. Vestida sólo con el corpiño y el tanga, me siento con sensualidad sobre la mesa de mi enloquecido marido.
–Ahora, ¡rómpelo!
Dicho y hecho.
Eric rasga el blanco tanga, y cuando pasa sus manos por mi tatuado y siempre depilado monte de Venus, murmura con voz ronca:
–Pídeme lo que quieras.
Cuando dice eso cierro los ojos y me emociono.
Todo comenzó entre nosotros cuando me dijo esas palabras aquel día en el archivo de la oficina. Sonrío al recordar mi cara la primera vez que me llevó al Moroccio, o vi aquella grabación en el hotel, o le metí el chicle de fresa en la boca. Recuerdos. Recuerdos calientes, morbosos y divertidos pasan por mi mente mientras mi loco y ardiente marido me toca. Y dispuesta a sellar para siempre lo que un día comenzó, lo beso, agarro su erecto pene con mi mano, lo guío hasta mi húmeda hendidura, me empalo en él y, cuando mi amor jadea, lo miro a esos maravillosos ojos azules que siempre me han vuelto loca y susurro locamente enamorada:
–Señor Zimmerman, pídeme lo que quieras, ahora y siempre.
Megan Maxwell es una reconocida y prolífica escritora del género romántico. De madre española y padre americano, ha publicado novelas como Te lo dije (2009), Deseo concedido (2010), Fue un beso tonto (2010), Te esperaré toda mi vida (2011), Niyomismalosé (2011), Las ranas también se enamoran (2011), ¿Y a ti qué te importa? (2012), Olvidé olvidarte (2012), Las guerreras Maxwell. Desde donde se domine la llanura (2012), Los príncipes azules también destiñen (2012), Pídeme lo que quieras (2012), Casi una novela (2013), Llámame Bombón (2013) y Pídeme lo que quieras, ahora y siempre (2013), además de cuentos y relatos en antologías colectivas. En 2010 fue ganadora del Premio Internacional Seseña de Novela Romántica; en 2010, 2011 y 2012 recibió el Premio Dama de Clubromantica.com y en 2013 recibió el AURA, galardón que otorga el Encuentro Yo Leo RA (Romántica Adulta).
Pídeme lo que quieras, su debut en el género erótico, fue premiada con las Tres plumas a la mejor novela erótica que otorga el Premio Pasión por la novela romántica.
Megan Maxwell vive en un precioso pueblecito de Madrid, en compañía de su marido, sus hijos, su perro Drako y su gato Romeo.
Encontrarás más información sobre la autora y sobre su obra en: www.megan-maxwell.com.
Pídeme lo que quieras, ahora y siempre
Megan Maxwell
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© Megan Maxwell, 2013
© Editorial Planeta, S. A., 2013
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www.esenciaeditorial.com
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Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
Primera edición en libro electrónico (epub): marzo de 2013
ISBN: 978-84-08-11272-3 (epub)
Conversión a libro electrónico: Víctor Igual, S. L.
www.victorigual.com