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Pídeme lo que quieras, ahora y siempre
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Текст книги "Pídeme lo que quieras, ahora y siempre"


Автор книги: Megan Maxwell



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44

A las siete de la mañana, cuando todavía estoy en la cama, suena mi móvil. Miro la pantalla y no reconozco el número. Lo cojo y escucho:

–¿Qué has hecho?

–¿Cómo? —pregunto adormilada, sin entender nada.

–¿Por qué te has despedido, Judith?

¡Eric!

Gerardo ya le ha debido de informar de lo que he hecho y, airado, grita:

–¡Por el amor de Dios, pequeña, necesitas el trabajo! ¿Qué pretendes hacer? ¿En qué pretendes trabajar? ¿Quieres ser camarera otra vez?

Alucinada por esas preguntas y, en especial, porque me llame «pequeña», siseo:

–No soy tu pequeña y no vuelvas a llamarme en tu vida.

–Jud...

–Olvída que existo.

Corto la llamada.

Eric vuelve a insistir. Corto la llamada.

Al final apago el móvil y, antes de que llame al número de mi casa, desenchufo el teléfono. Enfadada me doy la vuelta y continúo durmiendo. Quiero dormir y olvidarme del mundo.

Pero no puedo dormir y me levanto. Me visto y salgo. No quiero estar en casa. Llamo a Nacho y me voy con él a su taller. Durante horas, observo los tatuajes que hace mientras hablamos. A la hora de cerrar, llamamos a los amigos y nos vamos de jarana. Necesito celebrar que no trabajo para Müller.

Cuando llego a casa son las tres de la madrugada. Voy directamente a la cama. Tengo un pedo colosal.

Sobre las diez de la mañana llaman a mi puerta. Con gesto pesaroso me levanto para abrir. Me quedo de piedra cuando veo que es un mensajero con un precioso ramo de rosas rojas de tallo largo. Intento que se las lleve. Sé de quién son, pero el mensajero se resiste. Al final me las quedo y van derechas a la basura. Pero la cotilla que hay en mí busca la tarjetita y el corazón se me acelera cuando leo:

Como te dije hace tiempo, te llevo en mi mente desesperadamente.

Te quiero, pequeña.

Eric Zimmerman

Boquiabierta, releo de nuevo la nota.

Cierro los ojos. No, no, no. Otra vez, ¡no!

A partir de ese momento no puedo encender el móvil sin recibir una llamada de Eric. Agobiada decido desaparecer. Lo conozco y en horas lo tengo en la puerta de mi casa. Por Internet alquilo una casita rural. Cojo mi Leoncito, y esta vez me voy para Asturias, concretamente a Llanes.

Llamo a mi padre y no le digo dónde estoy. No me fío de que no se lo cuente a Eric. Se llevan demasiado bien. Le aseguro que estoy bien, y mi padre asiente. Sólo me exige que lo llame todos los días para saber que estoy en condiciones y que lo avise cuando llegue a Madrid. Según él, tenemos que hablar muy seriamente. Accedo.

Durante una semana paseo por esa bonita localidad, duermo y pienso. Tengo que decidir qué voy a hacer conmigo después de Eric. Pero soy incapaz de pensar con claridad. Eric está tan metido en mi mente, en mi corazón y en mi vida que apenas puedo razonar.

Eric insiste.

Me llena el buzón de mensajes y, cuando ve que no le hago caso, comienza a mandarme e-mails que leo por las noches en la habitación de la preciosa casa que he alquilado.

De: Eric Zimmerman

Fecha: 25 de mayo de 2013 09.17

Para: Judith Flores

Asunto: Perdóname

Estoy preocupado, cariño.

Lo hice mal. Te acusé de ocultarme cosas cuando yo sabía lo de tu hermana y no te lo dije. Soy un idiota. Me estoy volviendo loco. Por favor, llámame.

Te quiero.

Eric

De: Eric Zimmerman

Fecha: 25 de mayo de 2013 22.32

Para: Judith Flores

Asunto: Jud..., por favor

Sólo dime que estás bien. Por favor..., pequeña

Te quiero.

Eric

Leer sus e-mails me emociona. Sé que me quiere. Lo sé. Pero lo nuestro no puede ser. Somos fuego y hielo. ¿Por qué volver a intentarlo otra vez?

De: Eric Zimmerman

Fecha: 26 de mayo de 2013 07.02

Para: Judith Flores

Asunto: Mensaje recibido

Sé que estás muy enfadada conmigo. Me lo merezco. He sido un idiota (además de un gilipollas). Me he portado fatal y me siento mal. Contaba los días para verte en la convención de Múnich y, cuando te tuve delante, en vez de decirte lo mucho que te quiero me porté como un animal furioso. Lo siento cariño. Lo siento, lo siento, lo siento.

Te quiero.

Eric

Saber que deseaba verme en la convención me alegra. Ahora entiendo por qué se comportó de esa manera. Utilizó su frialdad como mecanismo de defensa y le jugó una mala pasada. Intentó encelarme y lo consiguió. No midió los resultados, y ahora estoy muy enfada con él.

De: Eric Zimmerman

Fecha: 27 de mayo de 2013 02.45

Para: Judith Flores

Asunto: Te extraño

Escucho nuestras canciones.

Pienso en ti.

¿Me perdonarás alguna vez?

Te quiero.

Eric

Nuestras canciones también las escucho yo con el corazón encogido. Hoy mientras comía en una terracita en Llanes ha sonado You are the sunshine of my life de Stevie Wonder, y he recordado cuando me ordenó salir del coche para bailar con él en medio de una calle en Múnich. Eso lo humaniza. Detalles como ése me hacen saber lo mucho que Eric ha cambiado por mí. Le quiero, pero tengo miedo. Tengo miedo a no parar de sufrir.

De: Eric Zimmerman

Fecha: 27 de mayo de 2013 20.55

Para: Judith Flores

Asunto: Eres increíble

Flyn acaba de contarme lo de la coca-cola y tu caída en la nieve. ¿Por qué no me lo dijiste?

Si antes te quería, ahora te quiero más.

Eric

Saber que Flyn se ha sincerado con su tío me emociona. Eso me hace saber que comienza a sentirse más seguro de sí mismo. Me gusta saberlo. ¡Olé mi niño!

A Eric... lo quiero todavía más. ¿Por qué me pasa esto?

¿Acaso el efecto Zimmerman me ha abducido de tal manera que no lo puedo olvidar? Definitivamente sí.

De: Eric Zimmerman

Fecha: 28 de mayo de 2013 09.35

Para: Judith Flores

Asunto: Hola, cariño

Estoy en la oficina y no me concentro.

No puedo parar de pensar en ti. Quiero que sepas que no he jugado en todo este tiempo. Te mentí, pequeña. Como te dije, mi ÚNICA fantasía eres tú.

Te quiero ahora y siempre.

Eric

Ahora y siempre. Qué bonitas palabras cuando me las decía mirándome a los ojos. Mi fantasía eres tú, cabezón. ¿Qué tengo que hacer para olvidarte y que te olvides de mí?

De: Eric Zimmerman

Fecha: 28 de mayo de 2013 16.19

Para: Judith Flores

Asunto: Te lo ordeno

¡Maldita sea, Jud!, te exijo que me digas dónde estás.

Coge el maldito teléfono y llámame ahora mismo, o escríbeme un e-mail. ¡Hazlo!

Eric

¡Vaya, regresó Iceman! Su enfado me hace reír. ¡Anda y que le den!

De: Eric Zimmerman

Fecha: 29 de mayo de 2013 23.11

Para: Judith Flores

Asunto: Buenas noches, pequeña

Perdona mi último e-mail. La desesperación por tu ausencia me puede.

Hoy ha sido un gran día para Flyn. Laura le ha invitado a su cumpleaños y desea contártelo.

¿Tampoco lo vas a llamar a él?

Te echo de menos y te quiero.

Eric

Mi desesperación también me puede. ¡Oh, Dios!, ¿qué voy a hacer sin ti?

Lloro de alegría al saber que Flyn está feliz por esa invitación. Mi pequeño gruñón comienza a vivir. Yo también te quiero, Eric, y te echo de menos.

De: Eric Zimmerman

Fecha: 30 de mayo de 2013 15.30

Para: Judith Flores

Asunto: No sé qué hacer

¿Qué tengo que hacer para que respondas a mis mensajes?

Sé que los recibes. Lo sé, cariño.

Sé por tu padre que estás bien. ¿Por qué no me llamas a mí?

Mi paciencia se está resquebrajando día a día. Ya me conoces. Soy un alemán cabezón. Pero por ti estoy dispuesto a hacer lo que sea.

Te quiero, pequeña.

Eric (el gilipollas)

Cuando cierro el ordenador, resoplo. Ya imaginaba que mi padre lo tendría al día.

Las tornas han cambiado. Ahora es él quien escribe y yo quien no contesta. Ahora entiendo lo que él sintió en su momento. Trato de olvidarlo como él trató de olvidarme, y soy consciente de que no me deja hacerlo, como yo no lo dejé a él.




45

El día en que llego a Madrid tras mi semana en Llanes, regreso con el corazón todavía más partido. Saber que Eric me busca me hace estar insegura hasta del mismo aire que respiro. El tiempo no ha eliminado el dolor, lo ha acrecentado a unos niveles que nunca pensé que existían.

Llamo a mi padre. Le digo que ya he llegado a Madrid y charlo con él.

–No, papá. Eric me desespera y...

–Tú tampoco eres una santa, cariño. Eres cabezona y retadora. Siempre has sido así, y justamente has ido a dar con la horma de tu zapato.

–¡Papáaaaa!

Mi padre ríe, y contesta:

–¡Ojú, morenita! ¿No recuerdas lo que tu madre decía?

–No.

–Ella siempre decía: «El hombre que se enamore de Raquel, tendrá una vida sosegada, pero el hombre que se enamore de Judith, ¡pobrecito! Va a estar a la gresca día sí, día también».

Sonrío al recordar esas palabras de mi madre, y mi padre añade:

–Y así es, morenita. Raquel es como es y tú eres como tu madre, ¡una guerrera! Y para aguantar a una guerrera sólo hay dos opciones: o das con un tonto que nunca abra la boca, o das con un guerrero como es Eric.

–¿Y tú qué eres papá, un tonto o un guerrero?

Mi padre se ríe.

–Yo soy un guerrero como Eric. ¿Cómo crees, si no, que aguanté a tu madre? Y aunque Dios se la llevó pronto de mi vida, nunca otra mujer ha llegado a mi corazón porque tu madre dejó el listón muy..., muy alto. Y eso es lo que le pasa a Eric, tesoro. Tras conocerte a ti, sabe que no va a encontrar otra igual.

–Sí, de tonta —me mofo.

–No, cariño. De lista. De espabilada. De divertida. De graciosa. De gruñona. De peleona. De maravillosa. De bonita. De todo, morenita..., de todo.

–Papá...

–Como bien presuponía, Eric te pertenece, y tú le perteneces a él. Lo sé.

Soy incapaz de no echarme a reír.

–Por favor, papá, como guionista de culebrones ¡no tienes precio!

Cuando cuelgo, sonrío.

Como siempre, hablar con mi padre me relaja. Quiere lo mejor para mí y, como él dice, lo mejor para mí es ese alemán, aunque yo en estos momentos lo dude.

Por la noche, cuando abro el ordenador, tengo un nuevo mensaje de Eric.

De: Eric Zimmerman

Fecha: 31 de mayo de 2013 14.23

Para: Judith Flores

Asunto: No me dejes

Sé que me quieres aunque no contestes. Lo vi en tus ojos la última noche en el hotel. Me echaste, pero me quieres tanto como yo te quiero a ti. Piénsalo cariño. Ahora y siempre tú y yo.

Te quiero. Te deseo. Te echo de menos. Te necesito.

Eric

¿Por qué es tan romántico?

¿Dónde está el frío alemán?

¿Por qué sus palabras románticas me ponen tonta y las necesito leer y releer? ¿Por qué?

Cuando apago la luz de mi habitación, vuelvo a pensar en lo único que pienso últimamente. Eric. Eric Zimmerman. Huelo su camiseta. No sé qué voy a tener que hacer para olvidarlo.

Me despierto a las seis de la mañana sobresaltada. He soñado con Eric. ¡Ya ni en sueños me lo quito de la mente!

¡Pa matarme!

¿Por qué cuando estás obsesionada con alguien el día y la noche se resume en pensar sólo en él?

Enfadada, no consigo conciliar el sueño y decido levantarme. Cabreada como estoy opto por hacer una limpieza general. Eso me relajará. Me pongo a ello y a las diez de la mañana tengo una liada en la casa que no hay ni por dónde cogerla.

¡Menuda leonera he organizado!

Estoy nerviosa. El corazón me palpita enloquecido y decido darme una ducha, pasar de la casa e ir a correr. Darme unas carreritas me vendrá de lujo. Eliminaré adrenalina. Cuando salgo de la ducha, me recojo el pelo en una coleta alta, me pongo unos piratas negros, las zapatillas de deporte y una camiseta.

De pronto, suena el timbre y, al abrir sin mirar, me quedo sin habla cuando me encuentro con Eric. Está más guapo que nunca vestido con esa camisa blanca y los vaqueros. Asustada por tenerlo tan cerca, intento cerrar la puerta, pero no me deja. Mete un pie.

–Cariño, por favor, escúchame.

–No soy tu cariño, ni tu pequeña, ni tu morenita ni nada. Aléjate de mí.

–¡Dios, Jud!, me estás destrozando el pie.

–Quítalo y no lo destrozaré —respondo mientras trato de cerrar la puerta con todas mis fuerzas.

Pero no quita el pie.

–Eres mi amor, mi cariño, mi pequeña, mi morenita y, además, eres mi mujer, mi novia, mi vida y miles de cosas más. Y por eso quiero pedirte que vuelvas a casa conmigo. Te echo de menos. Te necesito y no puedo vivir sin ti.

–Aléjate de mí, Eric —gruño mientras batallo inútilmente con la puerta.

–He sido un idiota, cariño.

–¡Oh, sí!, eso no lo dudes —siseo al otro lado de la puerta.

–Un idiota con todas sus letras al dejar marchar lo más bonito que ha pasado por mi vida. ¡Tú! Pero los idiotas como yo se dan cuenta e intentan rectificar. Dame de nuevo otra oportunidad y...

–No quiero escucharte. ¡No, no quiero! —grito.

–Cariño..., lo he intentado. He intentado darte tu espacio. Darme a mí el mío. Pero mi vida sin ti ya no tiene sentido. No duermo. Estás en mi mente las veinticuatro horas del día. No vivo. ¿Qué quieres que haga si no puedo vivir sin ti?

–Cómprate un mono —chillo.

–Cariño..., lo hice mal. Oculté lo de tu hermana y tuve la poca decencia de enfadarme contigo cuando yo hacía lo mismo que tú.

–No, Eric, no... Ahora no te quiero escuchar —insisto a punto de llorar.

–Déjame entrar.

–Ni lo sueñes.

–Pequeña, déjame mirarte a los ojos y hablar contigo. Déjame solucionarlo.

–No.

–Por favor, Jud. Soy un gilipollas. El hombre más gilipollas que hay en el mundo, y te permitiré que me lo llames todos y cada uno de los días de mi vida, porque me lo merezco.

Las fuerzas se me acaban. Escuchar todo lo que él me dice comienza a poder conmigo, y cuando dejo de apretar la puerta, Eric la abre totalmente y murmura, mirándome:

–Escúchame, pequeña... —Y al mirar al fondo, pregunta—: ¿Limpieza general? ¡Vaya, estás muy, muy cabreada!

La comisura de sus labios se curva, y entonces, yo grito, histérica, al ver que se mueve.

–No se te ocurra entrar en mi casa.

Se para. No entra.

–Y antes de que sigas con el chorreo de palabras bonitas que me estás diciendo —lo suelto, furiosa—, quiero que sepas que no voy a volver a hipotecar mi vida para que todo de nuevo vuelva a salir mal. Me desesperas. No puedo contigo. No quiero dejar de hacer las cosas que a mí me gustan porque tú quieras tenerme en una jaula de cristal. No, ¡me niego!

–Te quiero, señorita Flores.

–Y una chorra. ¡Déjame en paz!

Y pillándole de improviso, cierro la puerta de un portazo. Mi pecho sube y baja. Estoy acelerada. Eric lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a decirme las cosas más bonitas que un hombre puede decir a una mujer, y yo, como una tonta, lo he escuchado.

Soy idiota. Tonta. Lela. ¿Por qué?, ¿por qué lo escucho?

El timbre de la puerta vuelve a sonar. Es él. No quiero abrir.

No quiero verlo, aunque me muera por hacerlo. Pero de pronto oigo una voz. ¿Ésa es Simona? Abro la puerta y, boquiabierta, veo a Norbert junto a su mujer. El hombre dice:

–Señorita, desde que usted se marchó de la casa, ya nada es igual. Si vuelve, le prometo que la ayudaré a poner su moto a punto siempre que quiera.

Levanto las cejas, y Simona, tras abrazarme, me da un beso en la mejilla.

–Y yo prometo llamarte, Judith. El señor me ha dado permiso. —Y cogiéndome las manos, cuchichea—. Judith, te echo de menos y, si no vuelves, el señor nos martirizará el resto de nuestros días. ¿Tú quieres eso para nosotros? —Niego con la cabeza, e insiste—: Además, ver «Locura esmeralda» sola no tiene la gracia que tenía como cuando la veíamos juntas. Por cierto, Luis Alfredo Quiñones le pidió el otro día matrimonio a Esmeralda Mendoza. Lo tengo grabado para que lo veamos las dos.

–¡Ay, Simona...! —Suspiro y me llevo las manos a la boca.

De pronto Susto y Calamar entran en la casa y comienzan a ladrar.

—¡Susto! —grito al verlo.

El perro salta, y yo lo abrazo. Le he echado tanto de menos... Después, toco a Calamar y susurro:

–Cómo has crecido, enano.

Los animales saltan encantados a mi alrededor. Me recuerdan. No se han olvidado de mí. Eric, apoyado en la pared, me está mirando cuando entra Sonia con una encantadora sonrisa y me besa.

–Cariño mío, si no te vienes con nosotros tras la que ha movilizado Eric, es que eres tan cabezota como él. Este hijo mío te quiere, te quiere, te quiere, y me lo ha confesado.

La estoy mirando sorprendida cuando entra mi padre.

–Sí, morenita, este muchacho te quiere mucho y te lo dije: ¡regresará a ti! Y aquí lo tienes. Él es tu guerrero y tú eres su guerrera. Vamos, tesoro mío..., te conozco, y si ese hombre no te gustara, ya habrías retomado tu vida y no tendrías esas ojeras.

–Papá... —sollozo, llevándome las manos a la boca.

Mi padre me da un beso y murmura:

–Sé feliz, mi amor. Disfruta de la vida por mí. No me hagas ser un padre preocupado el resto de mis días.

Dos lagrimones me caen por la cara cuando oigo:

–¡Cuchufletaaaaaaaaaaa! —Mi hermana solloza, emocionada—. ¡Aisss, qué bonito lo que ha hecho Eric! Nos ha reunido a todos para pedirte perdón. ¡Qué romántico! ¡Qué maravillosa muestra de amor! Un hombre así es lo que yo necesito, no un gañán. Y por favor, perdónale porque no te contara lo de mi separación. Yo le amenacé con machacarlo si lo hacía.

Miro a Eric. Sigue apoyado fuera de mi casa y no aparta sus ojos de mí. En este momento, entra Marta y, guiñándome un ojo, cuchichea:

–Como digas que no al cabezón de mi hermano, te juro que me traigo a todos los del Guantanamera para convencerte mientras bebemos chupitos y gritamos: «¡Azúcar!» —Río—. Piensa lo que ha sido para él pedirnos ayuda a todos. Este chico por ti se ha abierto en canal, y eso se lo tienes que recompensar de alguna manera. Vamos, quiérele tanto como él te quiere a ti.

Me río. Eric también ríe, y mi sobrina grita:

–¡Titaaaaaaaaaaaaaaa! El tito Eric ha prometido que este verano me iré con vosotros los tres meses de las vacaciones a tu piscina, y en cuanto al chi..., a Flyn, es muy enrollado. ¡Mola mazo! No veas cómo juega a Mario Cars. ¡Qué fuerte! Es buenísimo.

Esto parece el metro en hora punta. El salón está lleno de gente mientras Eric me mira con sus preciosos ojazos azules sin entrar en mi casa. De pronto, llega Flyn. Al verme se tira a mi cuello. Me abraza y me besa. Adoro sus besos, y cuando se suelta, sale por la puerta y me río al ver que arrastra el árbol de Navidad rojo.

¿Han traído el árbol rojo de los deseos?

Eso me hace reír. Miro a Eric, y éste se encoge de hombros.

–Tía Jud —dice Flyn—, todavía no hemos leído los deseos que pedimos en Navidad. —Eso me emociona, él murmura—: He cambiado mis deseos. Los que escribí en Navidad no eran muy bonitos. Además, le he confesado al tío Eric que yo también ocultaba secretos. Le he dicho que yo fui quien agitó la coca-cola ese día para que te explotara en la cara y que por mi culpa te caíste en la nieve y te hiciste la fea herida de la barbilla.

–¿Por qué se lo has dicho?

–Tenía que decírselo. Siempre has sido buena conmigo, y él tenía que saberlo.

–¡Ah!, por cierto, cariño —indica Sonia—, a partir de este año las Navidades las celebraremos juntos. Se acabó celebrarlas por separado.

–¡Bien, abuela! —salta Flyn, y yo sonrío.

–Y nosotros estaremos también —puntualiza mi emocionado padre.

–¡Bien, yayo! —aplaude Luz, y Eric se ríe con las manos en los bolsillos.

Lo miro. Me mira. Nuestros ojos se encuentran, y cuando creo que no puede llegar más gente, entran Björn, Frida y Andrés con el pequeño Glen. Los dos hombres no dicen nada. Sólo me miran, me abrazan y sonríen. Y Frida, abrazándome también, murmura en mi oído:

–Castígale cuando lo perdones. Se lo merece.

Ambas nos reímos, y yo me llevo las manos a la cara. No me lo puedo creer. Mi casa está llena de gente que me quiere, y todo esto lo ha movilizado Eric. Todos me miran a la espera de que diga algo. Estoy emocionada. Terriblemente emocionada. Eric es el único que está todavía fuera. Le he prohibido entrar. Con decisión, se acerca a mi puerta.

–Te quiero, pequeña —declara—. Te lo digo a solas, ante nuestras familias y ante quien haga falta. Tenías razón. Tras lo de Hannah estaba encerrado en un bucle que no me favorecía y a mi familia tampoco. Lo estaba haciendo mal, especialmente con Flyn. Pero tú llegaste a mi vida, a nuestras vidas, y todo cambió para bien. Créeme, amor, que eres el centro de mi existencia.

Un «¡ohhhhhh!» algodonoso escapa de la garganta de mi hermana, y yo sonrío cuando Eric añade:

–Sé que no hice las cosas bien. Tengo mal genio, soy frío en ocasiones, aburrido e intratable. Intentaré corregirlo. No te lo prometo porque no te quiero fallar, pero lo voy a intentar. Si accedes a darme otra oportunidad, regresaremos a Múnich con tu moto y prometo ser quien más te aplauda y más grite cuando compitas en motocross. Incluso, si tú quieres, te acompañaré con la moto de Hannah por los campos de al lado de casa. —Y clavando su mirada en mis ojos, susurra—: Por favor, pequeña, dame otra oportunidad.

Todos nos miran.

No se oye una mosca.

Nadie dice nada. Mi corazón bombea a un ritmo frenético.

¡Eric lo ha vuelto a hacer!

Lo quiero..., lo quiero y lo adoro. Ése es el Eric romántico que me vuelve loca.

Voy hasta la puerta, salgo de mi casa, me acerco a Eric y, poniéndome de puntillas, acerco mi boca a la suya, chupo su labio superior, después el inferior y, tras darle un mordisquito, manifiesto:

–No eres aburrido. Me gusta tu mal genio y tu cara de mala leche, y no te voy a permitir que cambies.

–De acuerdo, cariño —asiente con una gran sonrisa.

Nos miramos. Nos devoramos con la mirada. Sonreímos.

–Te quiero, Iceman —digo finalmente.

Eric cierra los ojos y me abraza. Me aprieta contra su cuerpo, y todos aplauden.

Eric me besa. Yo lo beso y me fundo en sus brazos, deseosa de no soltarme nunca más.

Así estamos unos minutos, hasta que se separa de mí. Todos se callan.

–Pequeña, me has devuelto dos veces el anillo, y espero que a la tercera vaya la vencida.

Sonrío, y sorprendiéndome de nuevo, clava una rodilla en el suelo y, poniendo el anillo de diamantes delante de mí, dice, desconcertándome:

–Sé que fuiste tú la que me pidió matrimonio la otra vez por un impulso, pero esta vez quiero que sea mi impulso, y sobre todo que sea oficial y ante nuestras familias. —Y dejándome boquiabierta, continúa—: Señorita Flores, ¿te quieres casar conmigo?

Me pica el cuello. ¡Los ronchones!

Me rasco. ¿Boda? ¡Qué nervios!

Eric me mira y sonríe. Sabe lo que pienso. Se levanta, acerca su boca a mi cuello y sopla con dulzura. En este mismo instante, acepto que él es mi guerrero, y yo, su guerrera, y agarrándole la cara, lo miro directamente a los ojos y respondo:

–Sí, señor Zimmerman, me quiero casar contigo.

En el interior de mi casa todos saltan de alegría.

¡Boda a la vista!

Eric y yo, abrazados, los miramos y somos felices. Entonces, agarro el picaporte de la puerta y la cierro. Mi amor y yo nos quedamos en el descansillo de mi casa, solos.

–¿Todo esto lo has organizado por mí?

–¡Ajá, pequeña! He tirado de la artillería por si no me querías escuchar, ni ver, ni besar, ni dar una oportunidad —susurra, besándome el cuello.

¡Es que me lo como!

Feliz como una perdiz mientras acepto sus dulces besos en mi cuello, murmuro:

–He echado de menos algo.

–¿El qué? —pregunta, mirándome.

–La botellita de pegatinas rosas con sabor a fresas.

Eric suelta una carcajada y me da un morboso azote en el trasero.

–Esa y todas las que quieras están esperándonos en la nevera de nuestra casa.

–¡Genial!

Me estrecho contra él, lo abrazo y me coge entre sus brazos. Enredo mis piernas en su cintura y me apoya contra la pared.

Me besa, lo beso. Me excita, lo excito.

Lo deseo, me desea.

–Pequeña, para —me advierte, divertido al ver mi entrega—. La casa está llena de gente y nos encontramos en el pasillo de tu edificio.

Asiento. Disfruto de estar entre sus brazos, y murmuro haciéndole reír:

–Sólo te estoy mostrando lo que va a ocurrir cuando estemos solos. Porque quiero que sepas que te voy a castigar.

Eric da un respingo. Me mira. Mis castigos suelen ser drásticos y, mordisqueando su boca, afirmo:

–Te voy a castigar obligándote a cumplir todas nuestras fantasías.

Mi amor sonríe y aprieta su dura erección contra mí. ¡Oh, sí!

Saca su móvil y teclea algo. En décimas de segundo, la puerta de mi casa se abre. Björn nos mira, y Eric le pide:

–Necesito que saques con urgencia a todos de la casa y te los lleves.

Björn sonríe y nos guiña un ojo.

–Dadme tres minutos.

–Uno —responde Eric.

Sonrío. Éste es el exigente Eric que me vuelve loca.

En apenas treinta segundos, entre risas, todos se marchan mientras yo sigo en los brazos de Eric y les digo adiós consciente de que saben lo que vamos a hacer. Mi padre mi guiña un ojo, y yo le tiro un beso.

Cuando entramos en la casa y estamos solos, el silencio del hogar nos envuelve. Eric me deja en el suelo.

–Comienza tu castigo. Ve a la cama y desnúdate.

–Pequeña...

–Ve a la cama... —exijo.

Sorprendido, levanta las cejas, después las manos y desaparece por el pasillo. Con las pulsaciones a mil, miro las cajas que aún no he deshecho. Miro las etiquetas y cuando encuentro lo que quiero lo saco y, divertida, corro al baño.

Cuando salgo y entro en la habitación, Eric mira asombrado. Voy vestida con mi disfraz de poli malota. ¡Por fin lo estreno con él!

Lo miro. Me doy una vueltecita mostrándole las vistas que aquel disfraz da mientras me coloco la gorra y las gafas. Eric me devora con la mirada. Con chulería camino hasta mi equipo de música, meto un CD y de pronto la cañera guitarra de los AC/DC rasga el silencio de la casa. Comienzan los acordes de Highway to Hell, una canción que sé que le gusta.

Sonríe, sonrío, y como una tigresa camino hacia él. Saco la porra que llevo en el cinturón y me planto ante el amor de mi vida.

–Has sido muy malo, Iceman.

–Lo asumo, señora policía.

Doy dos golpes en mi mano con la porra.

–Como castigo, ya sabes lo que quiero.

Eric suelta una carcajada, y antes de que pueda hacer o decir nada más, mi amor, mi loco amor alemán, me tiene bajo su cuerpo y, con una sensualidad que me enloquece, susurra:

–Primera fantasía. Abre las piernas, pequeña.

Cierro los ojos. Sonrío y hago lo que me pide, dispuesta a ser su fantasía.


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