Текст книги "Pídeme lo que quieras, ahora y siempre"
Автор книги: Megan Maxwell
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39
Cuando llego a Madrid, nadie sabe de mi llegada. Nadie me recibe. No he llamado a nadie. Contrato una furgoneta en el aeropuerto y meto todas mis cajas en ella. Cuando salgo de la T-4 intento sonreír. ¡Vuelvo a estar en Madrid!
Pongo la radio, y las voces de Andy y Lucas cantan:
Te entregaré un cielo lleno de estrellas, intentaré darte una vida entera
en la que tú seas tan feliz, muy cerquita estés de mí.
Quiero que sepas..., lelelele.
Intento cantar, pero mi voz está apagada. No puedo hacerlo. Simplemente soy incapaz. Cuando llego a mi barrio, la alegría me inunda, aunque luego, cuando tengo que ocuparme de las veinte cajas yo solita, la alegría se convierte en mala leche. ¿He metido piedras?
Una vez que acabo, cierro la puerta de mi casa y me siento en el sofá. De vuelta en el hogar. Levanto el teléfono decidida a llamar a mi hermana. Al final, lo cuelgo. No me apetece dar explicaciones todavía, y mi hermana será un hueso duro de roer. Enchufo el frigorífico y bajo a comprar algo de comida al Mercadona. Cuando regreso y coloco lo que he comprado, la soledad me come. Me carcome.
Tengo que llamar a mi hermana y a mi padre.
Lo pienso, lo pienso, lo pienso. Al final decido comenzar por mi hermana y, como era de esperar, a los diez minutos de colgar la tengo en la puerta de mi casa. Cuando abre con su llave, estoy sentada en el sofá y, al verme, murmura:
–Cuchuuuuuu, pero ¿qué te ha pasado, cariño?
Ver a mi hermana, su embarazo y su mirada es el colmo de todo, y cuando me abraza lloro, lloro y lloro. Me tiro llorando dos horas en las que ella me acuna y me dice una y otra vez que no me preocupe por nada. Que haga lo que haga estará bien. Cuando me tranquilizo, la miro y pregunto:
–¿Dónde está Luz?
–En casa de su amiga. No le he dicho que estás aquí o ya sabes...
Eso me hace sonreír y murmuro:
–No le digas nada. Mañana me quiero ir a Jerez a ver a papá. Cuando regrese la visitaré, ¿vale?
–Vale.
Con mimo le paso la mano por su abultada barriga, y antes de que yo pueda decir nada, suelta:
–Jesús y yo nos estamos separando.
Sorprendida, la miro. ¿He oído bien? Y con una frialdad que no sabía que existía en mi hermana, me explica:
–Le dije a papá y a Eric que no te dijeran nada por no preocuparte. Pero ahora que estás aquí, creo que lo tienes que saber.
–¡¿Eric?!
–Sí, cuchu..., y...
–¿Eric lo sabía? —grito, descolocada.
Mi hermana, que no entiende nada, me toma las manos y murmura:
–Sí, cariño. Pero le prohibí que te lo contara. No vayas a enfadarte con él por eso.
No doy crédito. ¡No doy crédito!
Él se enfada conmigo porque le oculto cosas cuando él me las esconde también, ¿increíble?
Cierro los ojos. Intento tranquilizarme. Mi hermana tiene un problemón, e intentando olvidarme de Eric y nuestros problemas, pregunto:
–Pero... Pero ¿qué ha pasado?
–Me la estaba pegando con medio Madrid —afirma tan fresca—. Ya te lo dije hace tiempo, aunque no me creyeras.
Durante horas hablamos. Esta noticia me ha dejado totalmente noqueada. No me esperaba esa traición por parte del tonto de mi cuñado. ¡Para que te fíes de los tontos...! Pero lo que me tiene totalmente sin palabras es mi hermana. Ella, que es tan llorona, de pronto está centrada y tranquila. ¿Será el embarazo?
–¿Y Luz? ¿Cómo lo lleva ella?
Mueve la cabeza con resignación.
–Bien. Ella lo lleva bien. Se disgustó mucho cuando le dije que me iba a separar de su padre, pero, desde que Jesús se fue hace mes y medio de casa, la veo feliz y me lo demuestra todos los días cuando la veo sonreír.
Hablamos, hablamos y hablamos, y tras comprobar por mí misma lo fuerte que es mi hermana y, en especial, que está bien a pesar del disgusto y el embarazo, pregunto:
–¿Mi coche está en el parking?
–Sí, cielo. Funciona de maravilla. Lo he estado utilizando yo estos meses.
Asiento. Me retiro el pelo de la cara, y entonces, susurra:
–No me cuentes lo que ha pasado con Eric. No quiero saberlo. Yo sólo necesito saber que tú estás bien.
Agradezco que diga eso y, mirándola, afirmo como puedo:
–Lo estoy, Raquel. Estoy bien.
Nos volvemos a abrazar y me siento en casa. Cuando esa noche se va y me quedo sola por fin puedo respirar. Me he desahogado. He llorado como deseaba y me siento mucho mejor. Aunque estoy más enfadada con Eric. ¿Cómo ha podido ocultarme algo así?
Decido no llamar a mi padre. Voy a sorprenderlo. A las siete de la mañana me levanto y voy al garaje. Miro a mi Leoncito y sonrío. ¡Qué bonito es! Tras meterme en él arranco y pongo dirección a Jerez. En el camino, tengo momentitos para todo. Para la risa. Para el llanto. Para cantar o para maldecir y acordarme de todos los antepasados de Eric.
Al llegar a Jerez voy directa al taller de papá. Cuando aparco el coche en la puerta lo veo hablando con dos amigos suyos y, de pronto, al verme, se paraliza. Sonríe, y corre hacia mí para abrazarme. Su abrazo candoroso me hace saber que me va a mimar y, cuando nos separamos, mira alrededor y pregunta:
–¿Dónde está Eric?
No contesto. Los ojos se me llenan de lágrimas y al ver mi gesto susurra:
–¡Oh, morenita! ¿Qué ha pasado, mi vida?
Conteniendo el llanto, lo vuelvo a abrazar. Necesito los mimos de mi papi.
Esa noche, después de cenar, estoy mirando las estrellas cuando mi padre se sienta en el sofá?
–¿Por qué no me dijiste lo de Raquel y Jesús? —le preguntó con tristeza.
–Tu hermana no quería preocuparte. Ella lo habló con Eric y le pidió que no te lo contara.
–¡Vaya, qué bien! —siseo deseosa de arrancarle la cabeza a Eric por ser tan falso conmigo.
–Escucha, morenita, tu hermana sabía que si te decía algo, vendrías a Madrid. Sólo hice lo que ella me pidió. Pero, tranquila, ella está bien.
–Lo sé, papá, lo he visto con mis propios ojos y me ha dejado sin palabras.
Mi padre asiente.
–Me entristece mucho lo que ha ocurrido, pero si Jesús no valoraba a mi niña como debía hacerlo, mejor que la deje en paz. ¡Menudo sinvergüenza! —cuchichea—. Con suerte, mi niña encontrará un hombre que la valore, la quiera y, sobre todo, haga que vuelva a sonreír.
Con una dulce sonrisa, lo miro. Papá es un romántico empedernido.
–Raquel es un bombón de mujer —prosigue, y yo sonrío—. ¡Ojú, morenita!, sinceramente, no me esperaba que Jesús pudiera hacer lo que ha hecho. Ha jugado con los sentimientos de mi niña y mi nietecilla, y eso no se lo voy a perdonar.
Asiento, y mientras abro la lata de coca-cola que ha dejado delante de mí, pregunta:
–Y tú, ¿me vas a contar qué ha pasado con Eric?
Me siento junto a él y, tras dar un trago, murmuro:
–Somos incompatibles, papá.
Menea la cabeza y cuchichea:
–Ya sabes, tesoro, que los polos opuestos se atraen. Y antes de que digas nada, vosotros no sois Jesús y Raquel. No tenéis nada que ver con ellos. Pero déjame decirte que cuando estuve para tu cumpleaños os vi muy bien. Te vi feliz, y a Eric, totalmente enamorado de ti. ¿Por qué de pronto esto?
Espera una explicación, y hasta que la consiga no va a parar, por lo que, dispuesta a darla, musito:
–Papá, cuando Eric y yo retomamos nuestra relación, nos prometimos que nunca nos ocultaríamos cosas y seríamos sinceros al cien por cien. Pero yo no he cumplido la promesa, aunque por lo que veo él tampoco.
–¿Tú no la has cumplido?
–No, papá...Yo...
Se lo cuento todo: lo del curso de paracaidismo de Marta y Sonia, lo de la moto, mis salidas con Jurgen y sus amigos, enseñar a Flyn a montar en skate y patines, la caída del pequeño y que le sobé el morro a una ex de Eric que nos hacía la vida imposible.
Con los ojos como platos, mi padre me escucha y murmura:
–¿Que tú pegaste a una mujer?
–Sí, papá. Se lo merecía.
–Pero, hija, ¡eso es horrible! Una señorita como tú no hace esas cosas.
Cabeceo. Asiento y aseguro convencida de que lo volvería a hacer.
–Simplemente le di su merecido por perra.
–Morenita, ¿quieres que te lave la boca con jabón?
Me entra la risa al escucharlo y él al final se ríe. No es para menos, y dándome unos toquecitos en la mano, me recuerda:
–Yo no te enseñé a comportarte así.
–Lo sé, papá, pero ¿qué querías que hiciera? Ella me ha provocado, y ya sabes que soy demasiado impulsiva.
Divertido, da un trago a su cerveza y señala:.
–Vale, hija. Entiendo que lo hicieras, pero oye ¡que no se vuelva a repetir! Nunca has sido una camorrista y no quiero que lo seas.
Sus palabras me hacen reír, lo abrazo y susurra en mi oreja:
–¿Conoces el dicho «si tienes un pájaro debes dejarlo volar»? Si vuelve, es tuyo; si no, es que nunca te perteneció. Eric regresará. Ya lo verás, morenita.
No contesto. No tengo fuerzas para responder ni pensar en refranes.
A la mañana siguiente arranco mi moto y me desfogo saltando como un kamikaze por los campos de Jerez. Es mi mejor medicina. Arriesgo, arriesgo y arriesgo y, al final, me caigo. Pedazo de leñazo que me meto. En el suelo pienso en cómo Eric se preocuparía por mi caída y, cuando me levanto, toco mi dolorido trasero y maldigo.
Por la tarde, mientras estoy viendo la televisión, me suena el móvil. Es Fernando. Su padre, el Bicharrón, le ha contado que estoy en Jerez sin Eric y se preocupa por mí. Dos días después, aparece por Jerez. Cuando me ve nos abrazamos y me invita a comer. Hablamos. Le comento que Eric y yo hemos roto, y sonríe. El muy idiota sonríe y me dice:
–Ese alemán no te va a dejar escapar.
Sin querer hablar más del tema le pregunto por su vida y me sorprendo cuando me cuenta que está saliendo con una chica de Valencia. Me alegro por él y más cuando me confiesa que está total y completamente colgado por ella. Eso me encanta. Quiero verlo feliz.
Los días pasan y mi humor tan pronto es alegre como depresivo. Echo en falta a Eric. No se ha puesto en contacto conmigo, y eso es una novedad. Lo quiero. Lo quiero demasiado como para olvidarlo tan pronto. Por las noches, cuando estoy en la cama cierro los ojos y casi lo siento a mi lado mientras en el iPod escucho las canciones que he disfrutado a su lado. Mi nivel de masoquismo sube por días. Me he traído una camiseta suya y la huelo. Su olor me encanta. Necesito olerlo para dormir. Es una mala costumbre, pero no me importa. Es mi mala costumbre.
Cuando llevo una semana en Jerez, llamo a Sonia a Alemania. La mujer se pone muy contenta al recibir mi llamada, y yo me sorprendo cuando sé que Flyn está allí con ella. Eric está de viaje. Estoy tentada de preguntar si es a Londres, pero decido que no. Bastante me martirizo. Durante un buen rato hablo con el crío. Ninguno de los dos mencionamos a su tío, y cuando el teléfono lo vuelve a coger Sonia, murmura:
–¿Estás bien, tesoro?
–Sí. Estoy con mi padre en Jerez y aquí me mima como necesito.
Sonia sonríe y cuchichea:
–Sé que no lo quieres escuchar, pero te lo voy a decir: está insoportable. Ese hijo mío, con ese carácter que se gasta, es intratable.
Sonrío con tristeza. Imagino cómo está. Sonia murmura:
–No dice nada, pero te añora mucho. Lo sé. Soy su madre y, aunque no me lo dice ni se deja mimar, lo sé.
Hablamos durante quince minutos. Antes de colgar le pido que por favor no le digan a Eric que yo he llamado. No quiero que piense que le quiero poner en contra de su familia.
Tras diez días en Jerez con mi padre y sentir su calorcito y su amor, decido regresar a Madrid. Él viaja conmigo. Quiere ver a mi hermana y comprobar que ambas estamos bien. Lo primero que hacemos nada más llegar es ir a ver a mi sobrina. La pequeña al verme me abraza y me come a besos, pero rápidamente pregunta por su tito Eric.
Después de comer, y tras el acoso y derribo de mi sobrina preguntando por su tito, decido hablar con ella a solas. No sé cómo le puede afectar la separación de su madre y ahora la mía. Cuando nos quedamos a solas me pregunta por el chino. Le regaño por no llamar a Flyn por su nombre, aunque, cuando no me ve, me río. Esta niña es tremenda. Cuando le cuento que Eric y yo ya no estamos juntos, protesta y se enfada. Ella quiere a su tito Eric. La mimo e intento hacerle entender que Eric la sigue queriendo, y al final asiente. Pero de pronto me mira a los ojos y me pregunta:
–Tita, ¿por qué mis padres ya no se quieren?
¡Vaya preguntita! ¿Qué le respondo?
Pero mientras le peino su bonito pelo oscuro, contesto:
–Tus papis se van a querer toda la vida. Lo que pasa es que se han dado cuenta de que son más felices viviendo por separado.
–¿Y por qué si se quieren discutían tanto?
Con cariño le doy un beso en la cabeza.
–Luz, las personas aunque discutan se quieren. Yo misma, si estoy mucho tiempo con tu mami, discuto, ¿verdad? —La pequeña asiente, y añado—: Pues nunca dudes de que aunque discuta con ella la quiero muchísimo. Raquel es mi hermana y es una de las personas más importantes de mi vida. Lo que pasa es que los adultos tenemos opiniones diferentes en muchas cosas y discutimos. Y por eso tus papis se han separado.
–¿Por eso ya no estás con el tito Eric? ¿Por opiniones diferentes?
–Se puede decir que sí.
Luz clava sus ojillos en mí y vuelve a preguntar:
–Pero ¿todavía le quieres?
Suspiro. ¡Luz y sus preguntas! Pero incapaz de no contestar, respondo:
–Claro que sí. Las personas no se dejan de querer de un día para otro.
–¿Y él te quiere a ti todavía?
Pienso, pienso, pienso y, tras meditar mi respuesta, digo:
–Sí. Estoy convencida de que sí.
La puerta se abre y aparece mi hermana. Está guapísima con su vestido de premamá; tras ella va mi padre. Menuda papeleta que tiene el hombre con nosotras dos...
–¿Estáis preparadas para irnos a tomar algo al parque?
–Sí —aplaudimos Luz y yo.
Mi padre coge la cámara de fotos.
–Poneos un momento, que os voy a hacer una foto. Estáis guapísimas. —Cuando hace la fotografía, murmura—. ¡Ojú, qué orgulloso estoy! ¡Vaya tres mujeres más guapas que tengo!
40
Una mañana, tras mil indecisiones, llamo por teléfono a las oficinas de Müller y hablo con Gerardo. El hombre, encantado de hablar conmigo, me indica que esperaba mi llamada. Le pregunto por Miguel y me dice que está de viaje y regresa el lunes. Después hablamos de trabajo y me pregunta qué día me voy a reincorporar. Es miércoles. Decido comenzar a trabajar el lunes. Él acepta. Cuando cuelgo, el corazón me late acelerado. Voy a regresar al lugar donde todo empezó.
El viernes voy al local de tatuajes de mi amigo Nacho. Cuando me ve en la puerta, abre los brazos, y yo corro a su encuentro. Esa noche nos vamos de copeteo y terminamos a las tantas.
El domingo por la noche no duermo. Al día siguiente regreso a Müller. Cuando el despertador suena, me levanto. Me ducho y después cojo mi coche y me dirijo a la empresa. En el parking mi corazón comienza a bombear con fuerza, pero cuando, tras pasar por personal, regreso a mi despacho, el corazón se me sale por la boca. Estoy nerviosa. Muy nerviosa.
Varios compañeros, al verme, corren a saludarme. Todos parecen felices por el reencuentro y yo les agradezco esa deferencia. Cuando me quedo sola, miles de recuerdos llegan a mí. Me siento a mi mesa, pero mis ojos vuelan a mi derecha, al despacho de Eric, de mi loco y sexy señor Zimmerman. Sin querer remediarlo me dirijo a él, abro la puerta y miro a mi alrededor. Todo está como el día que me fui. Paseo mi mano por la mesa que él ha tocado y, cuando entro en el archivo, siento ganas de llorar. Cuántos buenos, bonitos y morbosos momentos he pasado con él aquí.
Cuando escucho ruido en el despacho de al lado presupongo que ha llegado mi jefe. Con cuidado salgo del archivo por el antiguo despacho de Eric y regreso a mi mesa. Me estiro la chaqueta de mi traje azul, levanto el mentón y decido presentarme. Llamo a la puerta y al entrar con los ojos como platos susurro:
–¡¿Miguel?!
Sin importarme quién nos pueda ver, me acerco a él y lo abrazo. Esa sorpresa sí que no me la esperaba. Mi antiguo compañero, el guaperas de Miguel, ¡es mi jefe! Tras el efusivo abrazo que nos damos, Miguel me mira y en mofa dice:
–Ni lo sueñes, preciosa. Yo no tengo líos con mi secretaria.
Eso me hace reír. Me siento en la silla y él se sienta al lado.
–Pero ¿desde cuándo eres el jefe? —pregunto, alucinada.
Miguel, que sigue tan guapo como siempre, responde:
–Desde hace un par de meses.
–¿En serio?
–Sí, preciosa. Tras echar a la jefa y, a los dos días, a su tonta hermana, tiraron de mí porque era el único que conocía el funcionamiento de este departamento. Y cuando vi que los tenía cogidos por los huevillos, les pedí el puesto y, por lo visto, el señor Zimmerman accedió.
Eso me sorprende. Eric nunca me lo comentó. Pero feliz por Miguel, murmuro:
–Dios, Miguel, no sabes cuánto me alegro. Estoy muy feliz por ti.
Mi amigo me mira y, tras pasar su mano por mi cara, susurra:
–No puedo decir lo mismo yo de ti. Sé que te marchaste a vivir a Múnich con Zimmerman. —Eso me vuelve a sorprender. No tiene por qué saberlo nadie, y me aclara—: Tranquila. Me encontré un día con tu hermana y me lo comentó. Nadie lo sabe. Pero ¿qué ha pasado? ¿Qué haces de nuevo aquí?
Consciente de que tengo que dar una explicación, le comunico:
–Hemos roto.
–Lo siento, preciosa —dice con pesar.
Me encojo de hombros.
–No salió bien. El señor Zimmerman y yo somos demasiado diferentes.
Miguel me mira y, ante lo que he dicho, opina:
–Diferentes sois. Eso fijo. Pero ya sabes que los polos opuestos se atraen.
Eso me hace reír. Es lo mismo que dijo mi padre.
Diez minutos después estamos en la cafetería. Miguel ha avisado a mis locos amigos Raúl y Paco de mi regreso, y los cuatro, como hacíamos meses atrás, hablamos y nos contamos confidencias.
Pasamos un buen rato en la cafetería, donde nos ponemos al día. Cuando ya estoy en el despacho de Miguel y éste me está entregando unos documentos, suenan unos golpecitos en la puerta. Miguel y yo miramos, y un mensajero con gorra roja pregunta:
–Por favor, ¿la señorita Judith Flores?
Asiento y me quedo parada cuando me entrega un ramo de flores multicolores. Sonrío. Miro a Miguel, y éste dice, levantando los brazos:
–Yo no he sido.
Cuando abro la tarjetita, el corazón me da un vuelco al leer:
Estimada señorita Flores:
Bienvenida a la empresa.
Eric Zimmerman
Cierro los ojos. Miguel se acerca a mí y tras leer por encima de mi hombro la tarjetita dice:
–¡Vaya con el jefazo! Para haber roto con él, qué informado está de tu regreso.
Mi estómago se contrae. El corazón me palpita enloquecido. ¿Qué hace Eric?
41
Los días pasan y me sumerjo en el trabajo. Trabajar junto a Miguel es una delicia. Más que a una secretaria me trata como a una compañera. Por las tardes necesito salir de casa. Doy paseos y en ocasiones me agobia ver a tanta gente. Echo en falta esos paseos en la nieve por la urbanización solitaria llena de árboles de Múnich.
Uno de aquellos días mi jefe, a la hora de la comida, me dice:
–Te invito a comer. Quiero enseñarte algo que estoy seguro que te va a encantar.
Nos montamos en su coche y aparcamos por el centro de Madrid. Agarrada de su brazo camino por la calle mientras vamos charlando cuando veo que entramos en un burger algo costroso. Divertida, lo miro y digo:
–Serás rata.
–¿Por qué? —pregunta divertido.
–¿De verdad que me vas a invitar a comer una hamburguesa?
Miguel asiente, me mira con una extraña sonrisa, y dice:
–Claro. Siempre te han gustado, ¿no?
Me encojo de hombros y finalmente musito:
–Pues también tienes razón. Pero hoy, como invitas tú, la quiero doble de queso y doble de patatas.
Asiente y nos ponemos en la cola. Estamos charlando, y cuando nos toca pedir, me quedo sin palabras al ver a la persona que nos va a tomar el pedido.
Ante mí está mi ex jefa. Aquella idiota de pelo lustroso que me hacía la vida imposible en Müller. Ahora es la encargada de aquel burger. Mi cara de asombro es tal que ella, molesta, dice:
–Si no saben lo que van a pedir, por favor, dejen pasar al siguiente cliente.
Tras reponerme de la impresión, Miguel y yo hacemos nuestro pedido, y cuando nos marchamos con las bandejas a la mesa, entre risas, él comenta:
–Anda, tira la hamburguesa y vayamos a comer otra cosa. Esa tía es tan mala que es capaz de habernos escupido o echado matarratas en la comida.
Horrorizada ante tal posibilidad le hago caso y entre risas salimos de ese lugar. La vida en ocasiones es justa y a ella la vida le está dando una buena lección.
Mis días se estructuran en trabajo, paseos y noches pensando en Eric. No he vuelto a saber nada más de él. Ya ha pasado un mes desde mi regreso a España y cada día me siento más lejos de él, aunque cuando me masturbo con el vibrador que él me regaló le siento a mi lado.
Vuelvo a salir con los amigos de siempre y disfruto de los bocatas de calamares de la plaza Mayor con ellos. Pero cuando nos vamos de juerga, me descontrolo. Bebo más de la cuenta y sé que lo hago para olvidar. Lo necesito.
De momento, ningún hombre llama mi atención. Ninguno me pone. Y cuando alguno lo intenta, directamente lo corto. Yo elijo, y no estoy en el mercado de la carne.
Un domingo por la mañana, tras una buena juerga la noche anterior, suena la puerta de mi casa. Me levanto. El timbre vuelve a sonar. Mi hermana no es, o ella misma habría abierto la puerta. Cuando miro por la mirilla tengo que pestañear al ver quién es. Abro la puerta y murmuro:
–¡¿Björn?!
El hombre me mira y soltando una carcajada dice:
–¡Madre mía, Jud, menuda juerga te debiste de pegar anoche!
Abro los brazos, él da un paso adelante y nos fundimos en un sano y cariñoso abrazo. Pasados unos segundos musita:
–Venga, date una ducha. Necesitas ser persona.
Corro al baño, y cuando me miro en el espejo, hasta yo misma me asusto. Soy como la bruja Lola pero en moreno. El agua me reactiva la vida y la circulación de la sangre. Cuando acabo y regreso al salón vestida con mis clásicos vaqueros, una camisa y una coleta alta, dice:
–Preciosa. Así estás mil veces más tentadora.
Ambos nos reímos. Le invito a sentarse en mi sofá y mirándolo pregunto:
–¿Qué haces aquí?
Björn me retira un pelo de la cara, lo pone tras la oreja y responde:
–No, preciosa. La pregunta es: ¿qué haces tú aquí?
No lo entiendo. Pestañeo.
–Debes regresar a Múnich.
–¡¿Cómo?!
–Lo que oyes. Eric te necesita y te necesita ¡ya!
Me acomodo en el sillón. Me muevo y aclaro.
–No se me ha perdido nada en Múnich, Björn. Tú mismo viste que entre él y yo, tras lo que pasó esa noche, nada funcionaba. Viste que...
–Lo que vi es que me besaste para enfurecerlo. Eso es lo que vi.
–¡Joder, Björn! No me lo recuerdes.
–¿Tan terrible fue? —se mofa. Y cuando voy a responder, suelta una carcajada y pregunta—: Pero bueno, cielo, ¿cómo se te ocurrió hacer eso?
Cada vez más descolocada frunzo el ceño y murmuro:
–Te besé porque Eric necesitaba un último toque para echarme de su vida. Me lo acababa de decir segundos antes y yo sólo le facilite el momento. Cuando tú llegaste, lo siento, pero te vi y tuve que hacerlo. Te besé para que él diera el último paso y me echara.
–Pero ¿él te dijo que te marcharas?
Lo pienso, lo pienso y, finalmente, respondo:
–Sí.
–No —corrige él—. Tú eras la que gritaba que te marchabas, y él al final fue quien te dijo que si te querías marchar que te marcharas. Pero fuiste tú, querida Judith.
–No..., pero...
–Exacto. ¡No! Él no fue.
La sangre se me agolpa. No quiero hablar de eso y, antes de que Björn diga nada más, me levanto del sofá.
–Mira, chato, si has venido aquí para volverme loca hablando del gilipollas de tu amigo, sal ahora mismo por esa puerta, ¿entendido?
Björn sonríe y cuchichea:
–¡Guau!..., tiene razón Eric, ¡qué carácter!
Cierro los ojos. Resoplo. Me rasco el cuello y él dice:
–No te rasques, mujer, que no es bueno para tus ronchones.
Lo miro y él pone los ojos en blanco.
–Sí, preciosa. Eric me tiene loco. No para de hablar de ti y ya no lo soporto más. Conozco tus ronchones. Tus enfados. Sé que adoras las trufas. Los chicles de fresa. Por favor, ¡ya no puedo más!
Eso me hace aletear el corazón, pero sin querer creer nada, musito:
–Él me dijo que iba a retomar sus juegos. Me lo dijo antes de marcharme.
–¿Te dijo eso?
–Sí.
Björn sonríe y murmura:
–Pues que yo sepa, preciosa, no le he visto en ninguna fiestecita. Es más, he llegado a pensar que se va a meter a monje.
Eso me hace callar, y mirándome, aclara:
–Ese tonto y cabezón amigo mío te iba a pedir, la noche en la que tú te pusiste hecha una furia, que te casaras con él.
–¡¿Qué?!
–Pero vamos a ver, Judith —insiste Björn—, ¿por qué te crees que llegaba yo con una botellita de champán en las manos? Lo que pasa es que o se explica muy mal, o tú no le quisiste escuchar.
Pestañeo. Muevo la cabeza. ¿Boda?
¿Eric me iba a pedir que me casara con él?
Definitivamente, está loco, ¡loco! Y cuando voy a decir algo, Björn prosigue:
–Cuando ocurrió lo de Betta y se enteró de todo lo demás se enfadó muchísimo. Su madre y su hermana tuvieron una buena bronca con él. Le aclararon que todo lo ocurrido no era culpa tuya ni de nadie. En todo caso era culpa suya por ser como es. Él no se enfadó contigo, cariño, se enfadó consigo mismo. No podía entender que fuera tan obtuso como para que todos le tuvierais que mentir y ocultar cosas. —Pestañeo, casi no respiro, y Björn prosigue—: Cuando vino a mi casa y me lo contó, yo le dije lo que siempre le he dicho. Su manera de decir las cosas, tan tajante, hace que la gente se intimide y no cuente nada. Le ha costado entenderlo, pero lo ha entendido. Durante días lo pensó, por eso no te hablaba, y cuando se dio cuenta de ello quiso remediarlo pero todo se fue a la mierda. Tú me besaste. Él se bloqueó, y tú te marchaste.
Björn me mira, y yo, todavía patidifusa, lo miro a su vez. Chasquea los dedos delante de mí y pregunta:
–¿Sigues aquí?
Asiento y continúa:
–El caso, preciosa, es que él ha dicho que tú te marchaste y tú has de regresar. Es tan orgulloso que a pesar de saber que lo hizo mal, es incapaz de pedirte que regreses aunque se esté muriendo. Por lo tanto, cielo, si le quieres, da tú el paso. Te lo agradeceremos todos los que vivimos a su alrededor.
Lo pienso, lo pienso, lo pienso y, finalmente, respondo:
–No voy a hacerlo, Björn.
Éste resopla, se levanta y pregunta:
–Pero ¿cómo podéis ser tan cabezones los dos?
–Con práctica —respondo al recordar esa contestación que Eric una vez me dio.
–Os queréis. Os echáis de menos. ¿Por qué no lo solucionáis? La primera vez os separasteis porque él te echó. En esta segunda ocasión es porque tú te has ido. Uno de los dos ha de ceder esta tercera vez, ¿no?
Me levanto y, aturdida por lo que he oído, digo:
–Necesito salir de aquí. Vamos, te invito a tomar algo.
Esa noche Björn y yo salimos por Madrid. Hablamos y hablamos. En ningún momento intenta propasarse conmigo y se comporta como un auténtico caballero y mejor amigo de Eric. Tras dejarme en mi casa a las nueve se marcha. Debe coger un vuelo que lo lleve a Múnich.
Al día siguiente en la oficina estoy escribiendo un e-mail cuando el hombre que me tiene enloquecida pasa por delante de mí como un huracán y, sin pararse, dice, dando un golpe en mi mesa:
–Señorita Flores, pase a mi despacho.
El corazón se me sube a la garganta. ¿Eric allí?
No me puedo levantar.
Las piernas me tiemblan.
Hiperventilo.
Tres minutos después el teléfono suena. Una llamada interna. Lo cojo.
–Señorita Flores, la estoy esperando —insiste Eric.
Como puedo me levanto. Llevo sin verlo demasiados días y de pronto está allí, a menos de cinco metros de mí y requiere mi presencia. Me pica el cuello. Cierro los ojos, tomo aire y entro en el despacho. El impacto al verlo me deja sin aliento. Se ha dejado crecer la barba.
–Cierra la puerta.
Su tono de voz es bajo e intimidador. Hago lo que me pide y lo miro.
Me mira, me mira y me mira, y de pronto dice:
–¿Qué hacías anoche con Björn por Madrid?
Pestañeo. Tanto tiempo sin vernos, ¿y me pregunta eso? ¡Será...!
Cuando consigo despegar unos dientes de otros, respondo:
–Señor, yo...
–Eric..., soy Eric, Judith, déjate de llamarme «señor».
Está furioso, tremendamente furioso, y su mala leche comienza a hacerme reaccionar. Su mirada es fría, pero ahora que sé lo que Björn me ha contado, juego con una baza a mi favor y respondo:
–Mira, no voy a mentirte. ¡Se acabaron las mentiras! Björn es un amigo, ¿por qué no voy a salir con él por Madrid o por donde me dé la gana?
Mi respuesta no lo satisface y pregunta entre dientes:
–¿En Múnich has salido alguna vez con él sin yo saberlo?
Abro la boca, sorprendida, y cuchicheo mientras muevo la cabeza:
–¡Serás gilipollas...!
Eric pone los ojos en blanco, mueve la cabeza también y sisea:
–No comiences, Judith.
–Perdona. Pero no comiences tú —digo, dando un golpe con la mano en la mesa—. Pero ¿qué tonterías me estás preguntando? Björn es el mejor amigo que puedes tener y tú me preguntas tonterías. Mira, chato, ¿sabes lo que te digo? Lo veré siempre que me dé la gana.
–¿Juegas con él, Judith?
Otra pregunta sorpresa. Al final, le doy. ¿Cómo puede pensar eso? Y malhumorada, se me ocurre responder con chulería:
–Simplemente hago lo que tú haces. Ni más. Ni menos.
Silencio. Tensión. De nuevo, Alemania contra España. Al final asiente y tras mirarme de arriba abajo sisea:
–De acuerdo.
Nos miramos. Nos retamos. Estoy por gritarle que él me ha ocultado lo de mi hermana, pero al final y sin saber por qué voy y digo:
–El próximo fin de semana voy a Múnich.
Eric se levanta de la silla y, apoyándose en la mesa con los ojos fuera de sus órbitas, pregunta:
–¿Vas a ir a la fiesta de Björn?
No sé de qué fiesta habla. Björn no me ha dicho nada ni conoce mi viaje. Yo he quedado con Marta en Múnich, para ver a Flyn y a todos los que quiero, pero apoyándome en la mesa, contesto lenta y retadoramente:
–Y a ti ¿qué te importa?
Suena el teléfono. ¡Mi salvación! Con rapidez lo cojo.
–Buenos días. Le atiende Judith Flores. ¿En qué puedo ayudarle?
–Cuchufleta, ¿cómo estás, cariño?
¡Mi hermana!
Sin dejar de mirar a Eric, respondo:
–¡Hola, Pablo!
–¡¿Pablo?! Pero Cuchuuuuuuu, que soy yo, Raquel.
–Lo sé, Pablo..., lo sé. Vale. Si quieres cenamos. ¿En tu casa? ¡Genial!
Mi hermana no entiende nada, y antes de que diga nada más, añado:
–Luego, te llamo. Ahora estoy hablando con mi jefe. Hasta dentro de un rato.
Cuando cuelgo, la mirada de Eric es siniestra. No sabe quién es ese Pablo y lo desconcierta. Divertida porque sé lo que piensa, añado:
–¿Qué pasa? ¿quien te informa de mi vida no te ha hablado de Pablo? —Y echándome para adelante en la mesa, siseo ante su cara—: Pues te tienen muy mal informado. Björn es un amigo, algo que desde luego Pablo no es.