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Fiebre Y Lanza
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Автор книги: Javier Marias



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'Barcelona 17, 4 tarde', indicaba la primera y más breve parte de la noticia. 'La Policía ha realizado algunas detenciones de elementos destacados del POUM, entre los que se encuentran Jorge Arques, David Pérez, Andrade y Ortiz. Nin, que fue detenido ayer, ha sido trasladado a Valencia.' La firmaba 'Febus', otro alias obviamente. La segunda parte añadía: 'Barcelona 17, 12 noche. Durante el día de hoy, la Policía ha seguido realizando detenciones de elementos destacados del POUM. Como ya se sabe, el dirigente de más prestigio de este partido, Andrés Nin, fue detenido hace unos días, y desde la Delegación del Estado en Cataluña se le trasladó a Valencia y desde esta población ha salido para Madrid. Se realizaron después unas catorce detenciones, entre ellas, la del director del diario La Batalla, órgano del POUM, y de algunos redactores de este periódico. Los talleres, Redacción y Administración del mencionado diario fueron incautados por las autoridades. Debido a las declaraciones prestadas por los detenidos, se procedió a nuevas investigaciones, que dieron por resultado la detención de cincuenta personas más. Todos ellos han sido trasladados a la Delegación del Estado en Cataluña. Figuran entre los detenidos varias mujeres, de singular belleza, de nacionalidad extranjera. Este servicio lo están llevando a cabo agentes de las brigadas criminal y social ayudados por guardias de Asalto y Seguridad. Se han incautado de todos los locales que esta organización tenía en Barcelona y estudiado minuciosamente la documentación encontrada en los archivos por veinticinco agentes especializados en esta labor. En una torre de San Gervasio, que fue propiedad del Beltrán y Musitu, donde el POUM tenía instalado un cuartel, se está realizando un minucioso registro, y se han encontrado varios millares de equipos completos para soldados, del último modelo'. Volvía a firmar 'Febus'. El subrayado no era de ese redactor pseudónimo ni tampoco es mío, sino de "Wheeler, de quien había encontrado no pocos en sus muchos libros ya hojeados y aun saqueados, así como anotaciones marginales no muy extensas o es más, por lo general cifradas o abreviadas y así mal comprensibles para mí o para cualquiera que pudiera verlas. En esta ocasión, a la derecha de la media columna reproducida en tinta roja, había escrito verticalmente (apenas le quedaba espacio), a pluma como de costumbre y con su inconfundible letra que yo bien conocía: ' CfFrom Russia with Love, es decir, 'Conferre Desde Rusia con amor, latinajos hasta en los márgenes, por mucho que la abreviatura 'Cfsea una manera frecuente en inglés de remitir en un texto a otra obra, el equivalente de nuestros 'Vide'o 'Véase'. ¿Desde Rusia con amor, la segunda aventura o entrega de James Bond si mal no recordaba, a lo sumo la tercera o cuarta? Y me pregunté en el acto si se referiría a la película, que desde luego yo había visto en su día (aún con el gran Sean Connery, de eso estaba seguro), o a la novela del malogrado Ian Fleming en que se basaba. La curiosidad gratuita o inmotivada (que es la que aqueja a los eruditos) nos convierte en peleles, nos zarandea y arroja de un lado a otro, disminuye nuestra voluntad y lo peor es que nos escinde y dispersa, nos hace querer cuatro ojos y dos cabezas o más bien varias existencias, con cuatro ojos y dos cabezas todas ellas. Aun así logré mantenerme atento un rato más a aquel Doble Diario, pero no traía gran cosa sobre los avatares de Nin y el POUM, los cuales, por otra parte —me daba cuenta—, no me interesaban demasiado en sí mismos, o al menos no me habían interesado antes de abrir aquellos volúmenes, Orwell y Thomas en un principio. (Todo culpa de Tupra, él me había enredado, lo hizo desde el primer instante.)

En el mismo Abcrepublicano del día siguiente, 19 de junio de 1937, vi una página entera sobre el Pleno del Comité del Partido Comunista que había empezado a celebrarse en Valencia. En la primera sesión había intervenido con un 'informe' Dolores Ibárruri, sin duda más conocida entonces y ahora y en el futuro por su correspondiente alias, Pasionaria, la cual, 'siempre adicta a Stalin' y quizá en 'un estallido de histeria', como había murmurado Benet poco antes, dedicó cuatro furibundas y despiadadas palabras a los depurados de aquellos días: 'En el acto del Monumental Cinema', dijo, 'levantamos la bandera del Frente Popular. Los enemigos de esta unión son ciertas izquierdas y los trotskistas. Jamás serán excesivas las medidas que se tomen para liquidarlos'. Me dieron ganas de subrayar yo esta última frase, tan invitadora a las liquidaciones que en efecto se siguieron, pero me abstuve, al fin y al cabo eran tomos de Peter y no era previsible que yo volviera a consultarlos nunca más en la vida, tras aquella noche de rara vigilia impremeditada.

Vi que el Abcfranquista de Sevilla se hacía por su parte casi inaudible eco de las purgas catalanas en una sucinta y desapasionada nota del 25 de junio, cuya indiferencia mal casaba con las acusaciones que situaban al POUM y a sus dirigentes al servicio de Franco, Mussolini, Hitler, su Gestapo y hasta la Guardia Mora: 'El Gobierno Rojo', era su titular, 'a raíz de la pérdida de Bilbao, fusiló a varios dirigentes del POUM. La situación en Cataluña'. La noticia decía: 'Salamanca 24. Noticias de procedencia francesa aseguran que a raíz de la pérdida de Bilbao el Gobierno de Valencia ha tomado la ofensiva contra el POUM y otros partidos poco afines, para evitar sucediera lo contrario'. (Frase casi ininteligible, por cierto, la derecha más bruta siempre que la izquierda.) 'Según estos informes, Andrés Nin, Gorkin y un tercer dirigente cuyo nombre se desconoce, han sido llevados a Valencia y ejecutados. Todos los dirigentes trotskistas han sido detenidos por orden del cónsul de los Soviets, Ossenko, que ha recibido orden de su Gobierno de realizar en Cataluña una represión semejante a la última realizada en Rusia contra Tukachewsky y sus amigos.'

Obviamente los datos eran del todo inexactos y no sólo en lo relativo a Nin, ya que más de un mes más tarde, el 29 de julio de 1937, el Abcrepublicano de Madrid, siempre con la firma de Febus, reproducía sin comentarios la nota hecha pública por el Ministerio de Justicia 'sobre los encartados por delitos de Alta Traición'. 'Han sido entregados al Tribunal de Espionaje y Alta Traición' (que de hecho acababa de crearse el 22 de junio al efecto, como lo prueba que el sumario número 1 de ese juzgado Especial fuera el instruido contra el POUM) 'los atestados correspondientes' a once acusados, diez del Partido Obrero de Unificación Marxista y uno de Falange Española, mencionándose entre los primeros a Juan Andrade y 'Julián Gómez Gorkin'. Dichos atestados los formaba 'abundante documentación encontrada en el local del POUM: claves, códigos telegráficos, documentos referentes a tráfico de armas, contrabando de dinero y objetos de valía, diversos periódicos de diversas capitales, principalmente de Barcelona; comunicaciones de elementos extranjeros alusivas a entrevistas habidas dentro y fuera del territorio leal, y participación de elementos extranjeros en los antecedentes de espionaje y movimiento subversivo de mayo último'. El escrito terminaba con una elocuente advertencia a posibles intercesores: 'Son, pues, inútiles, cuantas gestiones se intenten que no se reduzcan a la estricta y leal aplicación de las leyes'. Lo de los 'diversos periódicos de diversas capitales' me pareció lo más indefendible y traicionero de todo; y que encima fueran 'principalmente de Barcelona', hallándose el local del POUM registrado en esa ciudad precisamente, una agravante clamorosa y sin duda condenatoria. Los diez encausados eran varones y tenían nombres españoles, luego las varias mujeres de nacionalidad extranjera y de singular belleza parecían haber salido con bien y escurrido el bulto, como correspondía a sus características.

En cuanto al 'cónsul de los Soviets, Ossenko', según la tinta gris azulada —en realidad Antonov Ovseenko—, si las detenciones habían sido efectivamente ordenadas por él cumpliendo a su vez órdenes de su Gobierno ruso, debió de ser in extremisy la obediencia no le sirvió de gran cosa, ya que en junio —es de esperar que muy a finales, para que le diera por lo menos tiempo a cursarlas y a saber a Nin ajusticiado– fue requerido en Moscú para su nombramiento como Comisario de Justicia del Pueblo y su inmediata incorporación allí al nuevo cargo: 'broma típica de Stalin', musitaba ahora Thomas en una nota a pie de página, pues el viejo camarada Antonov Ovseenko nunca llegó a su puesto y desapareció para siempre sin dejar rastro, no se sabe si en un campo de concentración lento y lejano o despachado con prontitud al subsuelo en cuanto pisó suelo patrio. Sin duda su compatriota de Madrid, Orlov, tenía bien aprendida la mortal lección de aquel cónsul —veterano del asalto al Palacio de Invierno de San Petersburgo y antiguo amigo personal de Lenin– cuando a su vez fue llamado, algo más tarde, desde Rusia con amor.

Aquella anotación de Wheeler seguía llamándome a mí, por su parte: 'Cf From Russia with Love. ¿Qué diablos tendría que ver esa novela o película de espías ya fríos con Nin, o con el POUM, o con sus hermosas mujeres foráneas? Y aunque el Doble Diariono cesaba de atraer mi atención por otros mil motivos y no pensaba abandonar aún mis leídas por tarde que se me estuviera haciendo —todo despertaba mi curiosidad gratuita, desde titulares incomprensibles como uno del 18 de julio de 1937 que decía verbatim: 'El torero Sidney Franklin, natural de Brooklyn, pone de manifiesto los embustes de Franco', hasta algunos artículos, con los que me fui topando, escritos por mi padre cuando era muy joven en el Abcmadrileño y por tanto reproducidos ahora en tinta roja, bien firmados con su propio nombre, Juan Deza, bien con el pseudónimo que había empleado a veces durante la contienda—, de repente me acordé de una cosa que me hizo dejar los grandes tomos a un lado y levantarme indeciso. En una pequeña habitación contigua a la de invitados que yo había ocupado otras veces y tendría ya preparada para aquella noche, había visto novelas policiacas o de misterio, a las que Wheeler, como toda persona especulativa y más o menos filosófica, era calladamente aficionado (no tanto como secretamente, pero tampoco iba a guardar esa parte de su biblioteca enorme en sus salones o en el estudio, a la vista de cualquier colega fisgón y maledicente que lo visitara). En alguna ocasión me había preguntado, incluso, si no las escribiría con pseudónimo él mismo, como tantos otros donsde Oxford y Cambridge que en principio no quieren ver mezcladas esas actividades plebeyas con sus verdaderos nombres de lumbreras o eruditos o sabios, pero que casi siempre acaban por desenmascararse solos, sobre todo si el elogio y las ventas acompañan a esas novelas, obras menores o de diversión para ellos a las que nunca dan importancia, pero mucho más remunerativas que las que consideran valiosas y serias y sin embargo casi nadie lee. Era el caso de muchos: el Catedrático de Poesía en Oxford Cecil Day-Lewis había sido Nicholas Blake para los adictos a los enigmas, el anglicista JIM Stewart, también de Oxford, había sido Michael Innes, y hasta uno de mis antiguos colegas, el irlandés Aidan Kavanagh, experto en el Siglo de Oro y jefe de la SubFacultad de Español a la que yo estuve adscrito, había publicado desenvueltas novelas de horror y éxito bajo el alias exagerado de Goliath Cherubim, nadie pudo llamarse jamás de ese modo.

En alguna noche de insomnio pasada en la casa había curioseado un poco en esa habitación pequeña, recordaba haber visto obras de autores policiacos clásicos, Ellery Queen y Agatha Christie, Van Dine y Van Gulik, Woolrich, Highsmith y Dexter, y por supuesto Conan Doyle, Simenon y Chesterton, conocía los nombres a través de mi padre —mucho más especulativo que yo—, no directamente sus creaciones (Sherlock Holmes y Maigret aparte, que son cultura general básica). Tal vez hubiera suerte —la curiosidad acuciante, cuando nos prende– y estuviera junto a ellos Fleming, aunque no fuera propiamente un autor policiaco, imagino que todos los anteriores lo habrían desdeñado con un rictus, también hay plebeyos para los plebeyos siempre, y parias para los parias, también siempre (misterios de la voracidad, supongo). Me mantuve indeciso durante unos segundos. Si subía ahora los dos pisos corría más riesgo de despertar a Wheeler o a la señora Berry, pero habría de subirlos en todo caso más tarde para acostarme (aunque entonces no bajarlos y subirlos de nuevo), y el ruido de la vieja máquina que había usado con alegría había ya representado un considerable riesgo, caí en la cuenta. Dudé si poner algo de orden, antes, en el desbarajuste del estudio; pero pensaba seguir todavía un rato mirando aquel Doble Diarioque contenía noticias estrafalarias y textos desconocidos de mi padre joven, muy joven, escritos cuando no sospechaba que los de la tinta roja perderían la Guerra ni que a él lo denunciaría tras la derrota su mejor amigo con la complicidad de otro individuo que ni siquiera lo conocía —quizá alquilado para la faena, quizá dispuesto a echar con gusto una firma y así hacer méritos ante los vencedores franquistas—, ni que se irían por ello al traste sus principales vocaciones o aspiraciones, la docente y la especulativa. Así que abandoné el trastero en que había convertido el despacho sin intentar ponerle aún remedio y ascendí lenta y precavidamente la escalera, como un intruso o un espía o un burglar(no hay palabra específica para eso en mi lengua, para el tipo de ladrón que se cuela en las casas), me agarré a la barandilla como había hecho Peter, mi equilibrio no era perfecto, a lo tonto iba bien servido, quiero decir que con las copas solitarias últimas me había deslizado irreflexivamente hacia un principio de emulación de la Frasca.

Pese a mis precauciones fui encendiendo luces, peor habría sido tropezar y rodar muchos más escalones abajo que el cenicero, por falta de visión al dar mis beodos y silenciosos pasos. Una buena colección tenía Wheeler, de policiacas, más nutrida de lo que recordaba, era muy aficionado sin duda, también había representación de Stout, Gardner y Dickson, de MacDonald (Philip) y Macdonald (Ross), de Iles y Tey y Buchan y Ambler, los dos últimos eran más del subgénero espías o así me sonaba —todos esos nombres los conocía asimismo a través de mi padre—, luego había esperanzas de encontrar allí a Fleming y se cumplieron en cuanto comprendí que el orden era alfabético y enfoqué mejor: no tardé en divisar entonces los lomos de la colección completa con las famosas misiones del Comandante Bond, incluso una biografía de su creador había. Cogí From Russia with Love, tenía pinta de ser primera edición como el resto de los volúmenes, con sus gastadas sobrecubiertas todos, y al buscar la página para comprobarlo vi que el ejemplar estaba dedicado a mano por el autor a Wheeler, luego se habían conocido, las palabras de puño y letra de Fleming no permitían inferir más lejos, es decir, que hubieran llegado a amigos: 'To Peter Wheeler who may know better. Salud! from Ian Fleming 1957', el año de publicación del libro. 'Who may know better', con ser tan breve, era frase muy ambigua —en parte lo era por eso—, que podía traducirse y aun entenderse de varias maneras: 'Que puede saber más', 'Que tal vez esté mejor enterado', 'Que acaso está más al tanto', incluso 'Que quizá sea más sabio' (en algo concreto, habría que sobreentender en este caso). Pero además cabía toda una gama de interpretaciones menos literales, según el sentido que con frecuencia tiene la expresión 'to know better' o 'to know better than...', y en todas esas versiones posibles habría habido algo de advertencia o reproche, no sé cómo decir, 'Para Peter Wheeler, que haría mejor en no...' o 'que puede guardarse de...' lo que fuese a que se refiriera; o 'Que más le valdría'; o 'Que sabrá lo que hace'; o incluso 'Que él sabrá' o 'Que allá él', un matiz o insinuación de esa clase. Miré las demás novelas, desde Casino Royale, de 1953, hasta Octopussy and The Living Daylights, de 1966, títulos ya póstumos. Las cinco más antiguas llevaban dedicatoria escrita, la de From Russia with Loveera de hecho la última, y las publicadas después carecían de ella, y ninguna de las cuatro anteriores era más expresiva, al contrario, todas más anodinas o lacónicas directamente, 'To Peter Wheeler from Ian Fleming', 'This is Peter Wheeler's copy from the Author'y así. Quizá Wheeler y Fleming habían dejado de tratarse hacia 1958. Luego éste —leí en la solapa de su biografía– había muerto, en 1964, con cincuenta y seis años y en plena eclosión de su éxito o más bien del de las películas de Bond con Connery, verdadero impulso del de sus novelas. En cuanto a la palabra en español, 'Salud!', supuse que habría venido dictada tan sólo por la condición de hispanista del destinatario, sin mayor misterio. Aquella relación o amistad entre la eminencia oxoniense y el inventor de 007 no me casaba en principio, pero casi todo había dejado de casar últimamente. Y al fin y al cabo Wheeler no había sido tan eminente en los años cincuenta —no digamos en los treinta, durante la Guerra de España– como había llegado a ser más tarde (el título de Sir se le había otorgado ya después de que nos conociéramos él y yo, por ejemplo, aún era 'Professor Wheeler' tan sólo cuando me lo había presentado Rylands).

De pie me cansaba, estaba incómodo y me tambaleaba no poco, así que decidí bajarme el ejemplar de From Russia with Lovepara registrarlo en el estudio con calma —me lo bajé sujetándolo como si fuera un tesoro—, y fue entonces, al descender, y según iba apagando las luces que había encendido para subir sin traspiés, cuando descubrí una gruesa gota de sangre en lo alto del primer tramo de la escalera. No era una gotita, eso quiero decir: estaba sobre la madera, no sobre la parte alfombrada, era circular, de unos cuatro o cinco centímetros de diámetro o bien de entre pulgada y media y dos, más que una gota era una mancha (por suerte no llegaba a charco) que escapó a mi comprensión al verla y quizá también luego. Lo primero que pensé, cuando por fin pensé con actividad pensadora (antes no había habido ni eso), fue que me pertenecía, que acaso la había dejado caer sin darme cuenta, al subir; que me había dado algún golpe o me había arañado o raspado con algo sin ni siquiera enterarme —a quién no le ha sucedido eso—, absorto como había estado en mis merodeos librescos y además muy poco sobrio. Miré hacia atrás, hacia arriba, los peldaños del siguiente tramo que iluminé de nuevo, también miré los de abajo, no había más gotas y eso era raro, cuando uno gotea sangre deja casi siempre varias, lo que se llama un reguero o un rastro, a no ser que se percate de ello al caer la primera e inmediatamente se tape la herida —el boquete, pero eso no hay quien lo tape– para no seguir manchando. Y en ese caso uno se preocupa de limpiar más tarde la que vio en el suelo, tras detener la hemorragia, eso antes que nada. Me palpé, me miré, me toqué las manos, los brazos, los codos —me había quitado la chaqueta y remangado la camisa durante mis afanados estudios—, no vi nada, tampoco en los dedos, que sangran increíblemente al más mínimo pinchazo o rasguño o corte, aunque sea el de una hoja, me pasé por la nariz el pulgar y el índice, también la nariz sangra a veces sin motivo aparente, me acordé de un amigo al que le sangró con motivo, le había dado de más a la cocaína durante algunos años y traficaba un poco, cantidades pequeñas, y tras cruzar con éxito y un modesto cargamento una aduana italiana (perfumada con colonia la coca, para despistar a los perros, esto es, perfumado el envoltorio), antes de salir del recinto empezó a descenderle una lenta gota de sangre por una de sus fosas nasales, tan lenta que ni se dio cuenta: nada tiene eso de particular en ningún sitio, menos en una aduana, el detalle bastó para que un carabinero con ojo crítico le echara el alto y se iniciara un registro en regla con todos los perros asesorando, la gota le costó una temporada larga en una cárcel de Palermo, hasta que logró rescatarlo de allí la diplomacia española, esa trena era un hervidero, un avispero, le trajo disgustos y cicatrices pero también le sirvió para hacer contactos y alianzas notables y prolongar la mala vida indefinidamente y supongo que para aumentarla, la última noticia que había tenido fue que empezaba a llevar una adinerada y respetable existencia como empresario de la construcción en Nueva York y Miami, tras haberse estrenado en el negocio en La Habana con rehabilitaciones de hoteles, jamás había tenido nada que ver con ese ramo. Es asombroso cómo una sola gota de sangre que ni siquiera cae —sólo asoma– puede delatar y cambiarle la vida a alguien, por culpa del sitio en que fue a asomar, sólo por eso, el azar poco distingue.

Me miré la camisa, el pantalón de arriba abajo, aterra pensar desde cuántos puntos puede sangrarse, desde cualquiera y todos, probablemente, esta piel nuestra no resiste nada, no sirve, todo la hiere, hasta una uña la abre, un cuchillo la raja y la desgarra una lanza (también destroza la carne). Incluso me llevé el dorso de la mano a los labios y le solté saliva, por ver si eran las encías o más atrás y más abajo y la sangre era escupida por una tos olvidada o a la que no hubiera hecho caso, me acaricié el cuello y la cara, al afeitarme me corto a veces y se me podía haber abierto de nuevo un tajo que yo mal creyera cicatrizado. Pero ni rastro en mi cuerpo, parecía sin fisuras, cerrado, no era mía la gota, luego tal vez era de Peter, él había girado a la izquierda al ir a acostarse, miré hacia allí pero tampoco en el breve trecho que separaba la escalera de la puerta de su dormitorio vi más manchas, podía ser de cualquier invitado entonces, que hubiera subido al primer piso durante la cena fría, en busca de un segundo cuarto de baño cuando el de la planta baja hubiera estado ocupado, o en busca de una rápida alcoba, y acompañado. También podía ser de la señora Berry, pensé, aquella figura tan opaca y tácita, llevaba años vislumbrándola en su discreción, de tarde en tarde, casi un fantasma, primero al servicio de Toby Rylands, luego al de Wheeler que la había contratado o tomado a su cargo, nunca me había preguntado por ella, se la daba por descontada y fiable, desde que la conocía había atendido satisfactoriamente a la intendencia y las necesidades de los dos profesores solos y ya jubilados, primero del uno y después del otro, pero nada podía yo saber de las suyas, ni de sus problemas, ni de su salud, sus angustias, su posible familia, sus orígenes o su pasado, su probable y pretérito señor Berry, era la primera vez que pensaba en eso, en un señor Berry del que habría enviudado o quizá se habría divorciado y con el que quién sabía si mantendría algún trato, hay personas que asumimos que estuvieron siempre destinadas a sus funciones, qué nacieron para lo que hacen o las vemos ya haciendo, cuando nunca nadie nació para nada, ni hay destino que valga ni nada está asegurado, ni siquiera para los nacidos príncipes o más ricos que todo pueden perderlo, ni para los más pobres o esclavos que pueden ganarlo, aunque esto último rara vez suceda y casi nunca sin rapiña o sin latrocinio o sin fraude, sin ardides o sin traiciones o engaño, sin conspiración, sin derrocamiento o sin usurpación o sin sangre.

Pensé en todo caso que debía limpiar aquella, la mancha en lo alto del primer tramo, es curioso —una condenación– cómo se siente uno responsable de lo que encuentra o descubre, aunque nada tenga que ver con ello, cómo sentimos que debemos ocuparnos o poner remedio a lo que en un momento existe para nosotros tan sólo y de lo cual nos creemos los únicos enterados, aunque no nos concierna ni hayamos tenido parte: un accidente, una situación penosa, una injusticia, un abuso, un recién nacido abandonado, desde luego un cadáver hallado o lo que podría llegar a serlo, un malherido, a aquel amigo que traficaba un poco —compañero de colegio, Comendador se llamaba o se llama si no ha cambiado de nombre en América o donde quiera que haya ido, fueron años y años justo delante de mí cuando pasaban lista, si le tocaba responder la lección o se la cargaba yo sabía que yo era el siguiente, fue las barbas de mi vecino durante toda la infancia– le había ocurrido una cosa así y había huido y a la vez no había huido: había ido a recoger un paquete a la casa del camello que solía aprovisionarlo y también hacerle algún ocasional encargo, como el que lo envió a la postre al talego palermitano; llamó al timbre varias veces sin éxito, era extraño porque había avisado, por fin le abrieron pero el hombre no estaba, había debido salir de improviso, medio le entendió eso a su novia en la puerta, la que el camello tenía entonces, tanto éste como Comendador cambiaban de chica cada pocas semanas, no fueran ellas a olerse algo, y a veces se las intercambiaban, cómo decir, para amortizarlas. La joven parecía muy ida, balbuceaba, a duras penas reconoció a mi amigo ('Ah sí, te veo, en el Joy te veo', dijo) y se tambaleó hacia el cuarto en que su pareja de escasos días había dejado el paquete listo para que ella se lo entregara ignorando su contenido, pero a los dos segundos y antes de alcanzar el cuarto, sin haber mediado más que inconexas frases entre Comendador y ella ('¿Qué te ocurre, qué has tomado?', le preguntaba él, 'Ahora te miro', contestaba ella), aquél la vio trastabillar y salir como despedida por el pasillo, dar dos o tres pasos a la carrera y descontrolados por efecto del tropezón, y chocar de frente contra una pared, un buen golpe ('Sonó muy seco, como leña partida'), y cayó a plomo la chica sin conocimiento. Él le vio en seguida una pequeña brecha, la joven estaba apenas vestida con una camiseta larga que le llegaba hasta medio muslo y que seguramente se había puesto tan sólo ante la insistencia del timbre y una vaga conciencia de su encomienda, debajo nada, según observó Comendador al instante tras la caída, la muerte, el desmayo. Vio también entonces una mancha de sangre en el suelo, quizá semejante a la que yo tenía ante mis ojos ahora, pero más fresca, de hecho parecía provenir de la chica, de entre sus piernas, tal vez menstruaba y no se había dado cuenta en su estado ensoñado, ausente, narcotizado acaso, o tal vez se había herido con algo puntiagudo o cortante al caer, algo en el suelo, una astilla, era improbable. Pero lo más preocupante no era eso ni tampoco la brecha, sino su aire tan enajenado o ido seguido de su pérdida de conocimiento, que se había producido a la vez que el golpe pero a buen seguro no era a él debida o no solamente, sino a lo que quisiera que aquella chica se hubiera estado metiendo poco antes o quién sabía desde hacía cuántas horas, lo mismo había empalmado toda una mañana de excesos con la preceptiva noche de farra previa. Comendador se agachó, la incorporó con tiento, estaba inerte, la hizo sentarse con la espalda apoyada contra la pared, sobre la madera, intentó que las nalgas le quedaran cubiertas, los faldones de la camiseta moteados de rojo, trató de reanimarla, le habló, le palmeó las mejillas, le sacudió los hombros, le vio los ojos entrecerrados o más bien entreabiertos y sin embargo escarchados, velados, sin foco ni visión ni vida, le pareció una muerta y entonces la creyó muerta efectivamente, sin remisión y para siempre muerta ante sus propios ojos y para su solo conocimiento. No probó más. Se dio cuenta de que la puerta de la calle había quedado abierta, oyó pasos por la escalera y una vez que se hubieron perdido retrocedió hasta la entrada para cerrarla, regresó al pasillo, vio desde allí el paquete pequeño por el que había venido, estaba sobre la mesilla de noche del dormitorio adyacente, hacia el que se dirigía la joven en su sonambulismo antes de tropezar y estrellarse de cabeza contra una pared. La cama de esa alcoba estaba deshecha, también en las sábanas una mancha de sangre, no grande, quizá le había empezado la menstruación mientras dormitaba o ya agonizaba sin saber qué era eso, no se había percatado del flujo o le habían faltado voluntad o fuerzas para encauzarlo, ignoro si es palabra adecuada. Comendador imaginó posibilidades, pero sin detenimiento, muy rápidas, teñidas de pánico, mejor llevarse el paquete de todas formas, si por un mal azar se presentaban enfermeros o policías antes de que volviera el camello, para éste sería una gran putada si lo veían. No lo pensó más, cruzó por encima de las piernas de la chica sentada y sucia, entró en la alcoba, echó mano al género y se lo metió en un bolsillo, cruzó de vuelta y continuó hasta la puerta de salida sin mirar atrás. La abrió, comprobó que no hubiera nadie, la cerró a su espalda con delicadeza y en cuatro saltos y tres zancadas bajó los pisos y se encontró en la calle.

Huyó entonces y también no huyó entonces, porque fue justo entonces, cuando tuvo claro que ya no había modo de regresar a la casa ni de entrar en ella aunque lo quisiera, ni de ayudar a la joven si estaba viva, entonces fue cuando corrió como loco hasta una cabina y trató de localizar al camello en su móvil, para advertirle de lo ocurrido y compartir su conocimiento. Contestó un buzón, dejó un recado muy breve y confuso, pensó que el hombre podía estar en su tienda, o que al menos allí encontraría a sus empleados que Comendador conocía y que harían algo, el camello regentaba una tienda de ropa italiana cara, de marca, una franquicia o como se llamen, y estaba cada vez más volcado en ella, todos tienden hacia la respetabilidad en cuanto ven un resquicio y los dejan o pueden, quienes quebrantan las leyes y quienes aspiran a subvertir el orden, los delincuentes como los revolucionarios, éstos a menudo tan sólo de puertas adentro, la tendencia la disimulan cuando viven de sus representaciones, Comendador y yo hemos conocido a unos cuantos. Comendador no se sabía el teléfono de aquella tienda pero ésta no estaba lejos, así que echó a correr y correr y corrió por las calles como nunca lo había hecho desde la infancia, o desde la Universidad acaso, durante las manifestaciones del final del franquismo ante sus siempre más lentos y abrigados guardias. Y según corría iba rememorando lo que aún era pasado tan inmediato que le costaba creer que ya no fuera presente y que no pudiera enmendarlo, y pensando: 'No he hecho nada, no lo he intentado, ni siquiera enterarme ni cerciorarme, no le he tomado el pulso ni le he hecho ningún boca a boca ni le he dado un masaje cardiaco, nunca he hecho nada de eso ni sé cómo hacerlo más allá de lo visto inútilmente en diez mil películas, pero probar, qué menos, quién sabe si la hubiera salvado y ahora ya es tarde, cada minuto que pasa es más tarde y más nos condena, a mí y a esa chica pero sobre todo a ella, tal vez aún no ha muerto y en cambio morirá mientras yo estoy corriendo, o mientras llego y hablo con los empleados de la tienda fina y les cuento lo sucedido, o mientras ellos buscan a Cuesta o a Navascués, su socio, que seguramente tendrá llave del piso y podría abrirles, abrirnos si es que yo decido volverme hasta allí con ellos, mejor no, llevo el género encima, pero mientras tanto puede que esa cría imprudente muera por culpa del tiempo que estoy perdiendo o más bien ya he perdido, el que debería haber empleado en intentar lo que fuera a la desesperada o en llamar a una ambulancia, podía haberle humedecido las sienes, la nuca, la cara, haberle dado a oler cognac, o alcohol, o colonia, haberle por lo menos limpiado la sangre, soy tan egoísta y miserable y cobarde como sabía que era, pero saberlo no es lo mismo que contemplarlo, y ver que tiene sus consecuencias'. Entró en la tienda como un caballo al galope y allí estaban todos, el camello Cuesta y Navascués su socio y los empleados, el primero tenía apagado su móvil, atendía a unas clientes que se sobresaltaron, no había oído nada, Comendador lo urgió, le contó atropelladamente, Cuesta se lo llevó a su despacho de la trastienda, lo calmó, cogió el teléfono fijo, marcó su propio número con premura pero sin excesiva alarma y a los pocos segundos Comendador lo oyó hablar con su novia en la casa de la que él había huido escopetado, sin volver la vista. 'Qué te ha pasado', le oyó decirle, 'me dice Comendador que te has dado un golpe y te has desmayado. Ah ya. Es que como no reaccionabas, no sabía qué pensar el hombre. ¿Pero no las llevas siempre encima? Deberías vigilar más eso, está visto que no te puedes saltar ni una. ¿Seguro que estás bien, no quieres que vaya? ¿Estás segura? Bueno. Date alcohol en la herida, ponte una tirita, del chichón no te libras, pero mejor que te la desinfectes, no lo dejes, ¿eh? Bueno. Bueno. Sí, sí, parece que le has dado un buen susto, ha venido corriendo, aquí lo tengo sin resuello. Sí, me dice que llegaste a dárselo antes del patatús, ya, normal que no te acuerdes. Vale, se lo diré. Te veo más tarde. Anda, un beso.' Cuesta le explicó por encima, la chica tenía diabetes, aquello le sucedía a veces si se pasaba con la bebida una noche y se olvidaba de la medicación para tentar más la suerte, las dos cosas solían ir juntas e incurría en ellas más de la cuenta, era una insensata, una cría. Ya se había recuperado, ya estaba mejor, se había tomado su pastilla, aunque a buenas horas, y la brecha no era nada, una abolladura y un poquito de sangre. Que lo sentía mucho, la cría, haberle dado a Comendador ese susto, que para él un beso, que la perdonara por haberle hecho pasar tan mal rato, que gracias por haberse preocupado tanto por ella, que era un cielo, Comendador era un cielo. Me acordé de este episodio mientras iba al cuarto de baño de la planta baja, cogía un paquete de algodón y un bote de alcohol y subía de nuevo hasta lo alto del primer tramo de la escalera para limpiar aquella mancha poco explicable que no era responsabilidad mía, por suerte estaba en la madera y no en la alfombra. Comendador no le había hablado a Cuesta, al hacerle su veloz y agitado relato en la tienda, de las manchas de sangre que sin duda eran de su novia, la del suelo y la de las sábanas y las motas en la camiseta, y al parecer ella tampoco se las había mencionado al teléfono, luego no tenía sentido —o incluso hubiera sido indiscreto, sin tacto– que él le preguntara al respecto. Tal vez la chica se avergonzaba y prefería hacer como si no las hubiera habido y por tanto nadie las pudiera haber visto: quizá —sin decirlo– le pedía perdón por eso. Y así Comendador nunca supo con certidumbre de dónde venían ni a qué se habían debido, se dio a sí mismo por buena la explicación de una menstruación sin aviso o bien no atajada a tiempo por comprensible descuido, y al cabo de unos días empezó a dudar, incluso de haberlas visto, aquellas manchas, a veces nos sucede eso con lo que se niega o se calla, con lo que se guarda y sepulta, va difuminándose sin remedio y llegamos a descreer que en verdad existiera o se diera, tendemos a desconfiar increíblemente de nuestras percepciones cuando ya son pasado y no se ven confirmadas ni ratificadas desde fuera por nadie, renegamos de nuestra memoria a veces y acabamos por contarnos inexactas versiones de lo que presenciamos, no nos fiamos como testigos ni de nosotros mismos, sometemos todo a traducciones, las hacemos de nuestros nítidos actos y no siempre son fieles, para que así los actos empiecen a ser borrosos, y al final nos entregamos y damos a la interpretación perpetua, hasta de lo que nos consta y sabemos a ciencia cierta, y así lo hacemos flotar inestable, impreciso, y nada está nunca fijado ni es definitivo nunca y todo nos baila hasta el fin de los días, quizá es que no soportamos las certezas apenas, ni siquiera las que nos convienen y reconfortan, no digamos las que nos desagradan o nos cuestionan o duelen, nadie quiere convertirse en eso, en su propio dolor y su lanza y su fiebre. 'Tal vez me asusté al ver la herida en la frente de la chica, el golpe sonó fatal y fue muy aparatoso, y verle brotar un poco de sangre quizá me hizo tomar por lo mismo, quién sabe, una mancha oscura de la madera, por ejemplo, no había mucha luz en aquel pasillo', me había dicho Comendador al contarme el episodio, ya unos días más tarde. '¿Y la de la cama, y las gotas?', le decía yo. 'No lo sé, podían ser cualquier otra cosa, tal vez eran de vino, o de cognac incluso, a lo mejor había bebido por el pasillo y en la cama a morro y se le había derramado todo y no se había dado ni cuenta en su malestar, ida como estaba o sintiéndose a morir como debió sentirse antes de hacer el esfuerzo de levantarse para venir a abrirme.' '¿Quieres decir que estás convencido de haber visto esa sangre en varios lugares y a la vez crees posible no haberla visto o que ni siquiera la hubiera, que sólo fuera una figuración tuya, o tu propio temor a verla?' 'Sí, supongo que sí, supongo que eso es posible', contestaba Comendador perplejo.


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