355 500 произведений, 25 200 авторов.

Электронная библиотека книг » Javier Marias » Fiebre Y Lanza » Текст книги (страница 14)
Fiebre Y Lanza
  • Текст добавлен: 17 сентября 2016, 19:10

Текст книги "Fiebre Y Lanza"


Автор книги: Javier Marias



сообщить о нарушении

Текущая страница: 14 (всего у книги 22 страниц)

–Basta. – 'That's enough', fue en inglés, la lengua en que hablábamos, otra cosa habría sido una descortesía hacia la señora Berry, me extrañaba un poco que no se retirara, solía hacerlo por lo regular, incluso en conversaciones más convencionales o no encaminadas hacia algún lugar, todavía ignoraba hacia cuál esta vez. Así que era eso lo que Wheeler me quería mostrar: 'Asignado al Cuerpo de Información en 1940' (hoy los malos traductores dirían 'Cuerpo de Inteligencia', da lo mismo, ambos serían el Servicio Secreto, el MI5 y el MI6, Military Intelligence significan las iniciales, para algunos una contradicción en los términos, el equivalente británico de las soviéticas GPU, OGPU, NKVD, MGD, KGB, infinitos sus nombres a lo largo del tiempo: el MI5 para el interior y el MI6 para el exterior, el primero atento a lo nacional y el segundo a lo internacional); 'Teniente Coronel Provisional en 1945; encargos especiales' (es decir, 'misiones') 'en el Caribe, el África Occidental y el Sudeste Asiático entre 1942 y 1946'. Eso era lo que acababa de leer—. El resto no nos concierne ahora, son mis méritos y publicaciones y empleos, bla bla bla —añadió.

–También Toby estuvo en el MI5, eso se contaba cuando yo enseñé aquí —dije—. Y bueno, la verdad es que en una ocasión él me lo confirmó.

–¿Te habló de eso? —Preguntó Wheeler—. Es raro. Raro y hasta muy raro, debiste de ser de los pocos a los que habló. Él estuvo más bien en el MI6, los dos estuvimos en él durante la Guerra, como casi toda la gente de Oxford y Cambridge, quiero decir los que teníamos suficiente formación y desenvoltura y sabíamos lenguas, y habríamos sido de utilidad mucho menor en los frentes, además, aunque alguno nos tocó pisar también. Que nos reclutaran o reclamaran el MI6 o el SOE pronto no tuvo nada de particular, es más, se empezaron a nutrir de nosotros para las tareas y puestos de responsabilidad. —Se percató de que yo no conocía estas últimas siglas y me las aclaró—: Special Operations Executive, funcionó durante la Guerra tan sólo, del 40 al 45. No, miento, fue desmantelado oficialmente en el 46. De verdad y del todo, bueno, supongo que nada de lo que existe se desmantela nunca del todo ni de verdad. Eran eso, ejecutores, y bastante brutos: el MI6 se dedicaba a la investigación y la información, bien, llámalo espionaje y premeditado engaño; el SOE al sabotaje, la subversión, los asesinatos, la destrucción, el terror.

–¿Asesinatos? —Me temo que ante esta palabra uno nunca sabe reprimirse y callar, aún menos que ante su compañera el terror.

–Sí, claro. Ellos acabaron con Heydrich, por ejemplo, el Protector del Reich en Bohemia y Moravia, una de sus mayores hazañas, qué ufanos estaban, el año 42. Fueron dos resistentes checos los que lanzaron granadas contra su automóvil y lo ametrallaron, pero la operación la había concebido y organizado el Coronel Spooner, uno de los jefes del SOE. Con escasa previsión, mal cálculo y regular ejecución, por cierto, quizá hayas oído hablar de ese episodio o lo hayas visto en películas, no sé si te ha interesado mucho la Segunda Guerra Mundial. Heydrich no recibió heridas mortales de necesidad; se creyó que salvaría la vida, y cada día de su convalecencia (resultó ser su agonía, bien) lo pagaban cien rehenes fusilados al anochecer. Tardó en morirse una semana, imagínate, y si de hecho murió fue, se dice, porque acabó por hacerle muy lento efecto el veneno que llevaban las balas. Bueno, eso según los alemanes: dijeron que habían sido impregnadas de toxina botulínica traída desde América por el SOE, no lo sé, puede que los médicos nazis metieran la pata, quisieran salvar el cuello y se inventaran eso. Pero si la historia es cierta y Frank Spooner mandó en efecto envenenar la munición, ya podrían haberla untado con algo más rápido y fulminante, ¿no?, quizá con curare, como los indios sus flechas y lanzas, ¿no? —Y Wheeler se rió un poco, sin alegría: por primera vez su risa me recordó a la de Rylands, que era breve y seca y un poco diabólica y no sonaba aspirada ( ja, ja, ja), sino plosiva, con una tclaramente alveolar, como es siempre la ten inglés: Ta, ta, ta, hacía. Ta, ta, ta—. Claro que habría dado lo mismo, la rapidez. Cuando Heydrich murió por fin, los nazis exterminaron a la entera población de Lidice, la aldea en que habían aterrizado con sus paracaídas los agentes del SOE que dirigieron el atentado in situ. No quedó un alma viva, pero eso no les bastó, así que redujeron el lugar a escombros, lo nivelaron, lo borraron del mapa, resultaba extraño su fuerte sentido espacial, una cosa malsana, su inquina a los sitios, como si creyeran en el genius loci, su odio espacial" —'Eso también lo tenía Franco', pensé; 'y por encima de todo odió a mi ciudad, Madrid, porque no lo quiso ni se le rindió hasta el final'—. Eran algo brutos los hombres del SOE, a menudo actuaban sin calibrar si las consecuencias compensaban o no la acción. Algunos soldados los detestaban, los despreciaban. Leí hace unos meses en un libro de Knightley que el Jefe de Bombardeos, Sir Arthur Harris, los tildaba de aficionados, ignorantes, irresponsables y mendaces. Otros dijeron cosas peores. Su efecto más beneficioso fue psicológico, en realidad, y eso no es desdeñable: saber de su existencia y de sus proezas (que eran más bien leyenda) elevaba la moral en los países ocupados, allí se les suponían poderes de los que carecían, y mucha más inteligencia e infalibilidad y astucia de las que jamás tuvieron. Fallaron mucho, ya lo creo. Pero la gente cree lo que necesita creer, eso lo sabemos, y todo tiene su tiempo para ser creído. ¿Dónde estábamos? ¿Por qué hablamos de esto?

–Me contaba de la gente de Oxford y Cambridge que ingresaba en el MI6 o en el SOE. —Basta con que a uno le mencionen y expliquen un nombre para pasar a emplearlo con casi familiaridad. Wheeler había dicho la misma frase que Tupra, 'todo tiene su tiempo para ser creído', pensé si sería un lema, conocido por ambos. Mientras Wheeler hablaba yo había ido echando vistazos al resto de su nota biográfica que ya no nos concernía: un hombre lleno de distinciones y honores, españoles, portugueses, británicos, norteamericanos, Comendador de la Orden de Isabel la Católica, de la del Infante Dom Henrique. Vi que entre sus escritos estaba este título de 1955: The English Intervention in Spain and Portugal in the Time of Edward III and Richard II. 'Lleva la vida entera estudiando las injerencias de su país en el extranjero', pensé, 'desde el siglo XIV, desde el Príncipe Negro, quizá le surgió el interés tras su paso por el MI6'—. Dijo que Toby perteneció al primero.

–Ah sí. Ah ya. Bueno, tú sabes de nuestro privilegio: se nos considera preparados, capacitados por principio para cualquier actividad, tenga o no relación con nuestros estudios o nuestras disciplinas. Y, bueno, esta Universidad lleva demasiados siglos interviniendo a través de sus vástagos en la gobernación de este país para que nos negásemos a colaborar cuando más se nos necesitaba. Tampoco se podía elegir entonces, no eran tiempos de paz. Aunque hubo quien lo hizo, hubo quien se negó. Y lo pagó, muy caro. Toda la vida. También quien fue agente doble y quien traicionó, habrás oído hablar de Philby, Burgess, Maclean y Blunt, su escándalo dosificado a lo largo de los años cincuenta y sesenta, y aun en los setenta, de Blunt nada se supo hasta el 79, cuando Mrs. Thatcher decidió incumplir su pacto heredado y hacer público lo que él había confesado en secreto quince años antes, y así hundirlo bien, lo desposeyeron de todo, empezando ridículamente por su título de Sir. En fin, siendo tantos los enrolados, nada hay de extraño en que surgieran cuatro traidores de nuestras Universidades, por suerte fueron de la otra los cuatro, no de la nuestra, eso lleva medio siglo favoreciéndonos calladamente, un poco más. —'El rencor espacial, el castigo al lugar', pensé, 'también aquí'—. Bueno, cuatro: los Cuatro de la Fama del Círculo de los Cinco, pero ha habido muchísimos más. —No entendí a qué se refería: 'The Four of Fame from the Ring of Five', habían sido sus palabras en inglés. Pero esta vez mi ignorancia la disimulé hasta en el gesto, no deseaba que por ella tuviese que interrumpirse más. 'Ringpodía ser 'anillo' también—. Yo entré, Toby entró, como tantos otros, no ha dejado de ser algo común, ni siquiera después de la Guerra, siempre han necesitado de todo y han ido a buscarlo a los mejores sitios, a los indicados. Y han necesitado siempre lingüistas, descifradores, gente que supiera idiomas: no creo que haya nadie de la SubFacultad de Eslavas aquí que no les haya prestado algún servicio alguna vez. No de campo, desde luego, ninguna misión, alguien de Eslavas estaba ya demasiado marcado por su profesión para serles útil allí, habría sido como enviar a un espía con un cartel en la frente que dijera 'Espía'. Pero sí los han requerido para traducir, hacer de intérpretes, descifrar, autentificar grabaciones y pulir acentos, realizar escuchas e interrogar, allí en Vauxhall Cross, o en Baker Street. Antes de la caída del Muro, claro está, ahora ya no los necesitan tanto, es el turno de los arabistas y los eruditos del Islam, éstos no se hacen aún verdadera idea de lo que les cae encima, no los dejarán en paz. —Me acordé entonces del cabezudo Rook, eterno traductor de Tolstoy y presunto e inverosímil amigo de Vladimir Nabokov, y de Dewar el Destapador, el Matarife, el Martillo y el Inquisidor (pobre Dewar aquejado de insomnio, y cuan injustos sus alias), que era hispanista pero leía a Pushkin en ruso, según descubrí, deleitándose con sus estancias yámbicas en alta o a media voz. Viejos conocidos de la ciudad de Oxford en la que había permanecido dos años pero siempre de paso, con casi todos había interrumpido el trato al regresar a Madrid. Cromer-Blake y Rylands muertos, con quienes había entablado mayor amistad. Clare Bayes de vuelta a su marido Edward Bayes, tal vez, o con un nuevo amante, en todo caso no quedaba hueco para mí como amigo, o para mí no había justificación, había sido secreta nuestra efusividad. Mantenía con Kavanagh un contacto esporádico, el jefe de mi SubFacultad, hombre divertido, gran hipocondriaco, quizá por eso escribía bajo aquel pseudónimo sus novelas de terror, dos formas distintas de adicción al pavor. Y Wheeler. Pero en realidad él era ya posterior a mi estancia, más bien una herencia de Rylands y su sucesor, su sustituto o relevo en mi vida, me enteraba ahora de su carácter familiar, el de la herencia y la sucesión, quiero decir. Wheeler se quedó pensativo un momento (quizá se apiadaba de algún arabista conocido suyo, y de su inminente sino acosado por el MI6), y luego retrocedió a algo anterior, insistió—: Es muy raro que Toby te contara nada de eso. A él no le gustaba que se supiera, ni recordar. Como de hecho tampoco a mí, no creas ahora que voy a relatarte andanzas en el Caribe ni en el África Occidental ni en el Sudeste Asiático, según las imprecisas acusaciones del Who's Who. ¿Qué te dijo en aquella ocasión? ¿Te acuerdas de cómo fue?

Sí me acordaba, palabra por palabra casi, en ninguna otra ocasión Rylands me había hablado con tanta intensidad, tan entregado a su memoria y prescindiendo tanto de su voluntad. Era cierto: no le gustaba recordar en compañía, y no quería dejar saber.

–Hablábamos de la muerte —dije. 'Lo grave de que la muerte se acerque no es la propia muerte con lo que traiga o no traiga, sino que ya no se podrá fantasear con lo que ha de venir', había dicho Rylands sentado en una silla de su jardín junto al mismo río pausado que ahora veíamos, el río Cherwell de terrosas aguas, sólo que la casa de Rylands daba a un tramo más selvático, más feérico, y mucho menos sosegador. A veces aparecían cisnes, a los que él lanzaba trozos de pan.

–¿De la muerte? También eso es raro —comentó Wheeler—. Es raro que hablara Toby, y es raro que nadie hable, más aún si ya se cuenta con ella, por enfermedad o por edad. O por carácter, también. —'Wheeler ya cuenta', pensé, 'pero más por su inteligencia que por su edad.'

–Cromer-Blake estaba ya muy enfermo, nos temíamos lo que luego pasó. Hablar de eso, y del poco tiempo, llevó a Toby a hacer recapitulación. —'Yo he tenido lo que se llama comúnmente una vida plena, o así la considero yo', había dicho Rylands. 'No he tenido mujer ni hijos, pero creo haber tenido una vida de conocimiento, que era lo que me importaba. Nunca he dejado de saber más de lo que sabía antes, y es indiferente dónde quieras poner ese antes, aunque sea hoy, aunque sea mañana.'

–¿Y te contó entonces lo que había hecho, te contó de sus andanzas? —me preguntó Wheeler, creí notar un poco de aprensión en su voz, como si pudiera estarse refiriendo a algo más concreto que haber colaborado con el MI6, que en el fondo, en Oxford, era algo intrascendente, vulgar.

–Quiso explicarme que él había tenido una vida plena, que no se había limitado al estudio y al conocimiento y a la enseñanza, como podía parecer —contesté. 'Pero también he tenido una vida plena porque esta vida ha tenido acción, e imprevistos', había dicho Rylands—. Y fue entonces cuando me confirmó lo que yo había oído como rumor por ahí: que había sido espía, esa fue la palabra que usó. Y yo deduje que había pertenecido al MI5, no se me ocurrió pensar en el MI6, quizá porque éste nos suena menos a los españoles.

–Eso te dijo. —No hubo tono de interrogación—. Usó esa palabra, hmm —murmuró Wheeler, como hacía tanta gente en Oxford, y Rylands también—. Hmm. —Vi a Peter tan meditativo y curioso que me pareció egoísta y de mal amigo no ampliarle el contexto, que tan bien recordaba, y no citarle verbatima su hermano menor—. Hmm —musitó otra vez.

–'Yo he sido espía', me dijo, 'como seguramente has oído y como lo han sido tantos de nosotros porque eso puede ser parte de nuestra tarea; pero no de oficina, como lo son ese Dewar de tu departamento y la mayoría, sino de campo'. —Noté en los ojos de Wheeler que acusaba la coincidencia con algunas de las expresiones que acababa él de emplear.

–¿Dijo algo más? —preguntó.

–Sí, dijo más: habló un rato seguido, casi como si yo no estuviera, y añadió algunas cosas. Por ejemplo dijo: 'Yo he estado en la India y en el Caribe y en Rusia, y he hecho cosas que ya no puedo contar a nadie porque resultarían ridículas y no se creerían, yo sé bien lo que se puede contar y lo que no se puede según los tiempos, porque he dedicado mi vida a saberlo en la literatura, y lo distingo'.

–Tenía razón Toby en eso, hay cosas que ya no pueden contarse aunque hayan pasado, o difícilmente. Los hechos de guerra suenan pueriles en los tiempos de relativa paz, y que algo haya ocurrido no es suficiente para admitir su relato, no basta con que sea cierto para resultar plausible. La verdad se vuelve inverosímil a veces con el paso del tiempo; se aleja, y entonces parece fábula, o ya no más la verdad. A mí mismo me parecen ficticios episodios que yo he vivido. Episodios importantes, pero de los que el tiempo que sigue comienza a dudar, quizá no tanto el propio, el de uno, cuanto las épocas, son las épocas nuevas las que rebajan lo anterior y lo que ellas no vieron, no sé, casi como si le tuvieran celos. A menudo el presente infantiliza el pasado, tiende a convertirlo en fantasioso y pueril, y así nos lo deja inservible, nos lo estropea. —Hizo una pausa, asintió con la cabeza al cigarrillo que dubitativamente me había llevado a los labios tras beberme el café (no sabía si podía molestarlos el humo a aquellas horas). Miró por la ventana hacia el río, hacia su tramo de río más civilizado y armónico que el de Toby Rylands. Había perdido momentáneamente toda prisa y toda impaciencia, suele ocurrir eso cuando se rememora a los muertos—. Quién sabe si no morimos por eso, en parte: porque se nos anula del todo lo que hemos vivido, y entonces caducan hasta nuestros recuerdos. Caducan las vivencias primero. Y luego también nuestros recuerdos.

–También todo tiene su tiempo para no ser creído, es eso, ¿verdad?

Wheeler sonrió vagamente, como a su pesar. No le pasó inadvertida mi inversión de su frase de hacía poco, del lema posible que compartía con Tupra, si es que era un lema y no una coincidencia de sus pensamientos, una afinidad más entre ambos.

–Pero aun así te contó —murmuró entonces Wheeler, y más que aprensión creí notar ahora fatalidad o vencimiento o resignación en su voz, es decir, rendición.

–No se crea, Peter. Contó y no contó. Aunque se abstrajera a veces, él nunca perdía del todo su voluntad, creo yo, ni decía más de lo que tenía conciencia de querer decir. Aunque fuera una conciencia remota o recóndita, o amortiguada. Exactamente igual que usted.

–¿Qué más contó y no contó, así pues? —Dejó de lado mi última observación, o se la guardó para más adelante.

–En realidad no contó, sólo dijo. Dijo: 'Nada de esto debe ya ser contado, pero yo he corrido riesgos mortales y he delatado a hombres contra los que no tenía nada personalmente. Yo he salvado vidas y a otra gente la he enviado al paredón o a la horca. Yo he vivido en África, en lugares inverosímiles y en otras épocas, y he visto matarse a la persona que amaba'.

–¿Eso dijo, 'he visto matarse...'? —No repitió entera la frase. Era grande la sorpresa de Wheeler, o era irritación acaso—. ¿Y eso fue todo? ¿Dijo quién, cómo fue?

–No. Recuerdo que se paró en seco entonces, como si su voluntad o su conciencia le hubieran dado a su memoria un aviso, para que no se extralimitara; luego añadió: 'Y asistí a combates', me acuerdo bien. Después siguió hablando, pero de su presente. Ya no dijo más de su pasado, o sólo en términos muy generales. Aún más generales.

–¿Puedo saber qué términos fueron esos? —La pregunta de Wheeler no sonó autoritaria, sino más bien tímida, como sime pidiese permiso; fue casi un ruego.

–Cómo no, Peter —le contesté, y en verdad no hubo reserva ni insinceridad en mi tono—. Dijo que su cabeza estaba llena de recuerdos nítidos y fulgurantes, espantosos y exaltadores, y que quien pudiera verlos en su conjunto como él los veía pensaría que eran suficiente para no querer más, para que la sola rememoración de tantos hechos y tantas personas emocionantes llenara los días de la vejez más intensamente que el presente de tantos otros. —Me detuve un instante, para darle tiempo a escuchar las palabras interiormente—. Con bastante aproximación, esos fueron sus términos o eso vino a decir. Y añadió que no era así, sin embargo. Que no era así, en su caso. Dijo que seguía queriendo más. Dijo que aún lo quería todo.

Ahora Wheeler pareció a la vez aliviado y entristecido e inquieto, o tal vez no era una cosa ni la otra ni otra, sino conmovido. Seguramente en su caso tampoco era así, por muchos recuerdos fulgurantes y nítidos que conservara. Seguramente nada llenaba bastante los días de su vejez, pese a sus maquinaciones y esfuerzos.

–Y tú le creíste todo eso —dijo.

–No tenía por qué no —contesté—. Y además habló con verdad, eso lo sabe uno a veces sin asomo de duda, que alguien habla con verdad. No son muchas, eso es cierto —añadí—. En las que no quepa ni la menor duda.

–¿Recuerdas cuándo fue eso, aquella conversación?

–Sí, era Hilary de mi segundo curso aquí, hacia finales de marzo.

–Eso es un par de años antes de su muerte, ¿verdad?

–Más o menos, quizá algo más. Puede que por entonces ni siquiera nos hubiera presentado aún, a usted y a mí. Usted y yodebimos de coincidir por primera vez ya en Trinity de aquel año, poco antes de mi regreso definitivo a Madrid.

–Teníamos ya edad, Toby y yo, muy eméritos los dos. Nunca creí que yo fuera a tener tanta más, no sé cómo la habría él llevado, toda esa que se me ha añadido, y a él no. Probablemente mal, peor que yo. Era más quejoso porque también era más optimista, y por lo tanto más pasivo, ¿no le parece, Estelle?

Me sorprendió que de pronto llamara a la señora Berry por su nombre de pila, nunca se lo había oído, y no eran pocas las veces en que él había estado solo conmigo y aun así se había dirigido a ella siempre como 'Mrs. Berry'. Pensé si la índole de la conversación no tendría algo que ver. Como si con ella me estuvieran abriendo una puerta o varias (no sabía aún cuál ni cuántas), entre ellas la de su cotidianidad sin testigos. Ella siempre lo llamaba 'Professor', que no significa 'profesor' en Oxford, sino más bien catedrático o jefe de departamento, luego hay tan sólo un Professoren cada SubFacultad, y los demás son meros dons. Y esta vez la señora Berry le correspondió y le dijo asimismo 'Peter' a secas. Así debían de llamarse cuando estuvieran a solas, Peter' y Estelle, pensé. Imposible saber si se tuteaban, en cambio, ya que en el actual inglés no hay distinción alguna entre el 'tú' y el 'usted', only 'you'.

–Sí, Peter, tiene razón. —Decidí imaginar que habrían conservado el 'usted', de haberse hablado en español, como yo se lo conservaba mentalmente a Wheeler cuando me dirigía a él en su lengua—. Él confiaba en que las personas vinieran y las cosas llegaran por sí solas, así que se decepcionaba más. No sé si era más optimista o más orgulloso. Pero no iba por ellas. No iba a buscarlas como usted. —El tono calmado y discreto de la señora Berry fue sin embargo el habitual, no percibí la menor variación.

–No son características excluyentes, Estelle, el orgullo y el optimismo —le respondió un Wheeler levemente profesoral—. Fue él quien me habló de ti —dijo a continuación mirándome, y en él sí hubo un claro cambio de tono respecto a los últimos que había empleado: se le había disipado la bruma (la aprensión o la irritación posible o la fatalidad), como si tras unos momentos de alarma lo hubiera tranquilizado comprobar que yo no sabía demasiado de Rylands pese a sus confidencias improvisadas de aquel día de Hilary de mi segundo año en Oxford. Que su rememoración no había traicionado del todo a su voluntad en mi presencia, y quizá en la de nadie nunca, así pues. Que yo sabía de su pasada condición de espía y de algunos imprecisos hechos sin fecha ni lugar ni nombres, pero nada más. Volvió a sentirse con dominio de la situación tras su breve desequilibrio, se lo noté en los ojos, se lo noté en el dejo algo didáctico de la voz. Sin duda lo desazonaba descubrir que no poseía todos los datos, si había creído que sí, y ahora dio por sentado que de nuevo contaba con todos, con los que le hacían falta o le proporcionaban holgura y comodidad. A la luz de la mañana algo avanzada se le veían muy transparentes los ojos, no tan minerales como solían sino mucho más líquidos, como eran los de Toby Rylands o su derecho al menos, el que tomaba el color del jerez o el color del aceite según lo iluminara el sol, y predominaba y asimilaba al otro cuando se los contemplaba a distancia: o quizá es que uno se atreve a encontrar más parecidos entre las personas cuando se sabe apoyado por la consanguinidad de éstas. Wheeler no me había explicado todavía nada de aquel parentesco ignorado hasta entonces, pero apenas si me había costado aplicarle esa corrección a mi pensamiento y no verlos ya más como amigos, sino como hermanos. O como hermanos además de amigos, esto en todo caso debían de haberlo sido. Los ojos de Wheeler me parecieron ahora casi dos gotas gruesas de vino rosado—. Fue Toby quien me adelantó que tú podías ser como nosotros, tal vez —añadió.

–¿En qué sentido como nosotros? ¿Qué quiere decir? ¿Qué quiso decir?

Wheeler no me contestó directamente. La verdad es que lo hacía muy rara vez.

–Ya no queda apenas gente así, Jacobo. Nunca hubo mucha, más bien poquísima, de ahí lo reducido que siempre fue el grupo, y lo disperso. Pero en estos tiempos la escasez es absoluta, no es tópico ni exageración decir que estamos en vías de galopante extinción. Nuestros tiempos se han hecho ñoños, melindrosos, en verdad mojigatos. Nadie quiere ver nada de lo que hay que ver, ni se atreve a mirar, todavía menos a lanzar o arriesgar una apuesta, a precaverse, a prever, a juzgar, no digamos a prejuzgar, que es ofensa capital, oh, es de lesa humanidad, atenta contra la dignidad: del prejuzgado, del prejuzgador, de quién no. Nadie osa ya decirse o reconocerse que ve lo que ve, lo que a menudo está ahí, quizá callado o quizá muy lacónico, pero manifiesto. Nadie quiere saber; y a saber de antemano, bueno, a eso se le tiene horror, horror biográfico y horror moral. Se requieren para todo demostraciones y pruebas; el beneficio de la duda, lo que así se ha llamado, lo ha invadido todo, sin dejarse una sola esfera por colonizar, y ha acabado por paralizarnos, por hacernos formalmente ecuánimes y escrupulosos e ingenuos, y en la práctica idiotas, completos necios. —Esta última palabra la dijo así, en español, sin duda porque en inglés no existe ninguna que se le asemeje fonética ni etimológicamente: 'utternecios', le salió al mezclar—. Necios en sentido estricto, en el sentido latino de nescius, el que no sabe, el que carece de ciencia, o como dice vuestro diccionario, ¿conoces la definición que da? 'Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber', te das cuenta: lo que podía o debía saber, es decir, el que ignora a conciencia y con voluntad de ignorar, el que rehúye enterarse y abomina de aprender. El satisfecho insipiente. —Y tanto para la cita como para este adjetivo último recurrió también al español: siempre se recuerdan términos de las lenguas ajenas que sus hablantes ya no usan ni casi conocen—. Y es así, para necia, como se educa a la gente desde la niñez, en nuestros países tan pusilánimes. No es una evolución ni una degeneración naturales, no es casual, sino algo procurado, deliberado, institucional. Todo un programa para la formación de conciencias, o para su anulación (para la anulación del carácter, ç a va sans dire!). Hoy se detesta la certidumbre: eso empezó como moda, quedaba bien ir contra ellas, los simples las metieron en el mismo saco que a los dogmas y las doctrinas, los muy ramplones (y hubo entre ellos intelectuales), como si todo fueran sinónimos. Pero la cosa ha hecho fortuna, ha arraigado, y hasta qué punto. Hoy se aborrece lo definitivo y seguro, y en consecuencia lo ya fijado en el tiempo; y es en parte por eso por lo que también se detesta el pasado, a menos que se logre contaminarlo con nuestra vacilación, o que pueda contagiárselo de la indefinición del presente, ya se intenta sin cesar. Hoy no se tolera saber que algo ha sido; que haya sido ya y haya sido así, como fue, a ciencia cierta. En realidad no se tolera no ya saberlo, sino su mero haber sido. Sin más, sólo eso: que haya sido. Sin nuestra intervención, sin nuestra ponderación, cómo decir, sin nuestra indecisión infinita ni nuestra escrupulosa aquiescencia. Sin nuestra tan querida incertidumbre como imparcial testigo. Esta época es tan soberbia, Jacobo, como no ha habido otra desde que yo estoy en el mundo (ríete tú de Hitler), y se me hace difícil creer que la pudiera haber antes. Ten en cuenta que cada día que me levanto he de hacer un notable esfuerzo, y recurrir a la ayuda de amigos más jóvenes como tú mismo, para olvidarme de que guardo memoria directa de la Primera Guerra Mundial, o como la llamáis vosotros para mis mayores escozor y escarnio, de la Guerra del 14. Ten en cuenta que una de las primeras palabras que yo aprendí o retuve, a fuerza de oírla, fue 'Gallípoli', parece increíble que ya viviera cuando ocurrió aquella matanza. Tan soberbia es la época que en ella se da un fenómeno que yo imagino sin precedentes: el rencor que hacia el pasado siente el presente hacia lo que osó suceder sin nosotros aquí, sin nuestra cauta opinión ni nuestro dubitativo consentimiento, y lo que todavía es peor, sin nuestro provecho. Lo más extraordinario es que ese resentimiento no obedece, en apariencia al menos, a la envidia de esplendores pretéritos que se fueron sin incluirnos, a la aversión por una excelencia de la que tuviéramos percepción y a la que no contribuimos, que no probamos y nos perdimos, que nos desdeñó y no presenciamos, porque la jactancia de nuestro tiempo es de tal calibre que no puede admitir la idea, ni siquiera la sombra o la niebla o el vaho de ninguna superioridad antigua. No, es tan sólo el rencor hacia lo que no ha podido abarcarse y nada nos debe hacia lo que ya concluyó y por tanto se nos escapa. Escapa a nuestro control y a nuestras maniobras y decisiones, por mucho que los gobernantes vayan hoy pidiendo perdón por las tropelías de sus antecesores, y hasta viendo de repararlas con ofensivos dineros a los descendientes de los dañados, y por mucho que esos descendientes se los embolsen de grado y aun los reclamen, a su vez unos aprovechados, unos caraduras. No se ha visto estupidez mayor ni mayor farsa, por ambas partes: cinismo en los que dan, cinismo en los que reciben. Y un acto más de soberbia: ¿cómo se arrogan un Papa, un Rey o un Primer Ministro el derecho a atribuir a su Iglesia, a su Corona o a su país, a los de su tiempo, las culpas de sus predecesores, las que éstos nunca vieron así ni reconocieron hace siglos? ¿Quiénes se creen que son nuestros representantes, nuestros gobiernos, para pedir perdón en nombre de quienes fueron libres de hacer e hicieron, y ya están muertos? ¿Quiénes son para enmendarlos, para contradecir a los muertos? Si fuera sólo simbólico, sería una memez, nada más, engolamiento y propaganda. Pero no hay simbolismo posible si además hay 'compensaciones', grotescamente retrospectivas y nada menos que monetarias. Cada persona es cada persona y no se prolonga en sus remotos vástagos, ni siquiera en los inmediatos, que a menudo son infieles; y de nada sirven estas transacciones gestos a quienes fueron damnificados, a quienes se persiguió y torturó, se esclavizó y asesinó de veras en su única y verdadera vida: esos están bien perdidos en la noche de los tiempos y en la de las infamias, que sin duda no será menos larga. Ofrecer o aceptar disculpas ahora, vicariamente, exigirlas o presentarlas por el mal infligido a unas víctimas que nos son ya informes y abstractas, es una burla, y no otra cosa, de sus carnes chamuscadas concretas y sus cabezas segadas, de sus pechos agujereados concretos, de sus huesos partidos y sus gargantas cortadas. De sus concretos y desconocidos nombres de los que fueron privados o a los que renunciaron. Una burla del pasado. No se lo soporta, no, el pasado; no soportamos no poder remediarlo, no haberlo podido conducir, dirigir; ni evitarlo. Así que se lo tergiversa o se lo truca o altera si resulta posible, se lo falsea, o bien se hace de él liturgia, ceremonia, emblema y al final espectáculo, o simplemente se lo mueve y remueve para que parezca que intervenimos a pesar de todo y aunque esté ya bien fijado, de eso hacemos caso omiso. Y si no lo es, si no es posible, se lo borra entonces, se lo suprime, se lo destierra o expulsa, o se lo sepulta. Eso se consigue, Jacobo, lo uno o lo otro se logra demasiadas veces porque el pasado no se defiende, no está en su mano. Y así hoy nadie quiere enterarse de lo que ve ni de lo que pasa ni de lo que en el fondo sabe, de lo que ya se intuye que será inestable y movible o será incluso nada, o en un sentido no habrá sido. Nadie está dispuesto por tanto a saber con certeza nada, porque las certezas se han abolido, como si estuvieran apestadas. Y así nos va, y así va el mundo.


    Ваша оценка произведения:

Популярные книги за неделю