Текст книги "Pálido Fuego"
Автор книги: Владимир Набоков
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Классическая проза
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bajo el rugoso muro gris un polipodio raro;
y mientras nos atan las regias manos,
abrumar a nuestros inferiores con sarcasmos, alegremente ridículizar
a los imbéciles dedicados a la causa, y escupirles
en los ojos sólo por pasar el rato.
Tampoco se puede ayudar al exiliado, al viejo 610
que agoniza en un motel, con el ventilador ruidoso
girando en la tórrida noche de la sabana,
y desde afuera un poco de luz coloreada
llega hasta su cama, sombrías manos del pasado
que ofrecen gemas; y la muerte viene rápido.
Se ahoga y conjura en dos lenguas
a las nebulosas que se dilatan en sus pulmones.
Un violento dolor, un desgarrón: es todo lo que se puede prever.
Quizá descubre uno le grand néant ; quizá
otra vez de la yema del tubérculo sube uno en espiral. 620
Como lo señalaste la última vez que pasamos
delante del Instituto: "Verdaderamente no podría decir
cuál es la diferencia entre este lugar y el infierno."
Escuchamos a los partidarios de la cremación ahogarse de risa
y resoplar cuando Grabermann acusó al Horno
de atentar contra el nacimiento de los espectros.
Todos evitábamos criticar las creencias.
El gran Starover Blue analizó el papel
desempeñado por los planetas como recaladas del alma.
Se meditó en el destino de las bestias. Un chino 630
se explayó sobre el ceremonial de los tés
con los antepasados, y hasta dónde remontarse.
Yo destrocé las fantasías de Poe,
y me referí a recuerdos infantiles de extraños
fulgores nacarados que no están al alcance de los adultos.
Entre nuestros oyentes habían un joven sacerdote
y un viejo comunista. Iph podía por lo menos
rivalizar con las iglesias y la línea del partido.
En los años siguientes empezó a decaer;
el Budismo se arraigó. Un médium introdujo fraudulentamente 640
pálidas jaleas y una mandolina flotante.
Fra Karamazof se deslizó en algunas clases
murmurando su inepto Todo está permitido ;
y para satisfacer el deseo de pez del seno materno
una escuela de freudianos bajó a la tumba.
Esta insípida aventura me ayudó en cierto sentido.
Aprendí lo que había que ignorar en mi estudio
del abismo de la muerte. Y cuando perdimos a nuestra hija
yo sabía que no habría nada: ningún supuesto
espíritu tocaría en mi teclado de madera seca 650
para deletrear su apodo; ningún fantasma
se levantaría graciosamente para acogernos, a ti y a mí,
en el sombrío jardín, cerca del nogal.
"¿Qué es ese curioso crujido… lo oyes?"
"Es el postigo de la escalera, querida."
"Si no duermes, encendamos la luz.
¡Detesto ese viento! Juguemos un poco al ajedrez." "De acuerdo."
"Estoy segura de que no es el postigo. Mira… otra vez."
"Es el zarcillo de una planta que golpea contra el vidrio."
"¿Qué es lo que se ha deslizado por el tejado con ese ruido sordo?" 660
"Es el viejo invierno que rueda en el barro."
"¿Y ahora, qué haré? Mi caballo está clavado."
¿Quién deambula tan tarde en la noche y el viento?
Es la pena del escritor. Es el salvaje
viento de marzo. Es el padre y su hijo.
Después vinieron minutos, horas, al fin días enteros,
en que ella estuvo ausente de nuestros pensamientos, tan rápida
corría la vida, vellosa oruga.
Fuimos a Italia. Tendidos al sol
en una playa blanca con otros norteamericanos 670
rosados o morenos. Volvimos en avión a nuestra pequeña ciudad.
Supe que mi serie de ensayos El hipocampo
bravío era "universalmente aclamado".
(Se vendieron trescientos ejemplares en un año.)
De nuevo empezaron los cursos, y en las laderas de las colinas
surcadas de caminos lejanos, se veía la corriente continua
de los faros de los coches volviendo todos al sueño
de la educación universitaria. Seguiste
traduciendo a Marvell y a Donne al francés.
Fue un año de tormentas: el ciclón Lolita 680
sopló de Florida a Maine.
Marzo resplandeció. Se casaron shahs. Rusos sombríos espiaban.
Lang hizo tu retrato. Y una noche morí.
El Crashaw Club me había pagado para que explicara
por qué la Poesía tiene Sentido para Nosotros.
Pronuncié mi sermón, aburrido pero breve.
Cuando me iba con cierta prisa, para evitar
el llamado "momento de las preguntas" del final,
uno de esos individuos atrabiliarios que van
a esas charlas sólo para decir que no están de acuerdo, 690
se levantó y me señaló con la pipa.
Y entonces se produjo -el ataque, el trance
o una de mis viejas crisis-. Había por casualidad
un médico en la primera fila. A sus pies
oportunamente caí. Mi corazón había dejado de latir,
parece, y pasaron varios momentos
antes de que palpitara y continuara penosamente
hacia un destino más concluyente. Préstenme ahora
toda su atención.
No puedo decirles cómo
lo supe… pero yo sabía que había cruzado 700
la frontera. Todo lo que amaba estaba perdido
pero no había aorta que señalara pesadumbre.
Un sol de goma convulso se ocultó,
y la nada negro sangre empezó a tejer
un sistema de células encadenadas en el interior
de células encadenadas en el interior de células encadenadas
en el interior de un único vástago. Y horriblemente clara
contra la oscuridad, una alta fontana blanca jugaba.
Me di cuenta, claro, de que no estaba formada
de nuestros átomos; que el sentido detrás 710
de la escena no era nuestro sentido. En la vida, el espíritu
de cualquier hombre reconoce rápidamente
las ilusiones de la naturaleza, y entonces delante de sus ojos
la caña se convierte en pájaro, la ramita nudosa
en una oruga geómetra, y la cabeza de la cobra, en una gran
falena malignamente replegada. Pero en el caso
de mi fontana blanca lo que sustituía
perceptivamente era algo que, yo lo sentía,
sólo podía ser comprendido por el que residiera
en el extraño mundo donde yo era un simple extraviado. 720
Y ahora vi que se desvanecía:
aunque aún inconsciente, yo estaba de vuelta en la tierra.
La historia que conté provocó la hilaridad de mi médico.
Dudaba mucho de que en el estado en que
me había encontrado, "se pudiera tener alucinaciones
o cualquier tipo de sueños. Más tarde, quizá,
pero no durante el colapso mismo.
No, Sr. Shade."
¡Pero Doctor, yo estaba muerto!
Sonrió. "No del todo: justo la mitad de una sombra", dijo.
Sin embargo, yo vacilaba. Mentalmente seguía 730
repasando toda la escena. De nuevo bajé
del estrado, y me sentí extraño y acalorado,
y vi que el tipo se levantaba, y me desplomé, no
porque un importuno me señalara con la pipa,
sino probablemente porque el tiempo estaba maduro
para ese sobrevuelo preciso y ese desfallecimiento
de un globo desinflado, de un viejo corazón inestable.
Mi visión trasudaba veracidad. Tenía el tono,
la quididad y la singularidad de su propia
realidad. Era . A medida que pasaba el tiempo 740
su vertical constante brillaba triunfalmente.
A menudo, cuando turbado por el resplandor exterior
de la calle y su pugna, me volvía a mí mismo y allí,
allí en el trasfondo de mi alma la encontraba,
¡Vieja Fiel! Y su presencia me consolaba siempre
maravillosamente. Entonces, un día,
encontré algo que parecía una manifestación idéntica.
Era un artículo aparecido en una revista
acerca de una tal Sra. Z. cuyo corazón
había sido reanimado por la mano pronta de un cirujano. 750
Habló al periodista de "la tierra
más allá del Velo" y el relato contenía
una alusión a los ángeles, y un reflejo
de vitrales, y un poco de música suave, y una selección
de cánticos, y la voz de su madre:
"Más allá de este huerto a través de una especie de humo
entrevi una alta fontana blanca… y me desperté."
Si en alguna isla innombrada el Capitán Schmidt 760
ve un animal desconocido y lo atrapa,
y si, un poco después, el Capitán Smith
trae una piel, esa isla no es un mito.
¡Nuestra fontana era una señal y una marca
objetivamente perdurable en las tinieblas,
sólida como un hueso, sustancial como un diente,
y casi vulgar en su robusta verdad!
El artículo era de Jim Coates. A Jim
le escribí de inmediato. Me dio la dirección de la Sra. Z.
Hice en auto trescientas millas para hablarle. 770
Llegué. Me acogió con un murmullo apasionado.
Vi aquel pelo azul, aquellas manos pecosas, aquel aire
de orquídea extasiada… y supe que había caído en la trampa.
"¿Quién perdería la oportunidad de conocer
a tan eminente poeta?" ¡Era encantador
de mi parte haber ido! Desesperadamente traté
de hacerle mis preguntas. Fueron descartadas:
"Otra vez quizá." El periodista
tenía aún sus garabatos. Yo no debía insistir.
Me atiborró de budín de frutas, convirtiéndolo todo 780
en una estúpida visita de cortesía.
"¡No puedo creer, decía, que sea usted !
Me encantó su poema de la Blue Review ,
Ese sobre el Mon Blon . Una sobrina mía
escaló el Matterhorn. El otro poema
no lo entendí. El sentido, quiero decir.
Porque claro, la sonoridad… ¡Pero soy tan bruta!"
Lo era. Pude haber perseverado. Pude
haberle dicho que me contara más sobre la fontana
blanca que los dos habíamos visto "más allá del velo". 790
Pero si (pensé) mencionaba ese detalle,
ella le saltaría encima como sobre una dulce
afinidad, un lazo sacramental
que nos unía místicamente a ella y a mí,
y en un instante nuestras dos almas serían
como hermano y hermana temblando al borde
de un tierno incesto. "Creo, dije, que se está
haciendo tarde.
También visité a Coates.
Temía haber perdido las notas de la Sra. Z.
Sacó su artículo de un fichero metálico 800
"Es fiel. No le he cambiado el estilo.
Hay una errata… no es que importe mucho:
montaña , no fontana . El toque majestuoso."
¡Vida Eterna… basada en una errata!
Mientras volvía a casa reflexioné: ¿aceptar la sugestión
y dejar de investigar mi abismo?
Pero de pronto vi que allí estaba
la verdadera cuestión, el tema en contrapunto;
nada más que esto: no el texto sino la textura; no el sueño
sino la coincidencia invertida, 810
no el absurdo fútil sino una trama de sentido.
¡Sí! Bastaba que yo pudiera encontrar en la vida
algún vínculo laberíntico, una especie
de estructura concordante en el juego,
un arte plexiforme y algo del mismo
placer que quienes lo jugaban encontraban.
No importaba saber quiénes eran. Ningún ruido,
ninguna luz furtiva salía de su intrincada
morada, pero allí estaban, apartados y mudos,
jugando a un juego de mundos, transformando peones 820
en unicornios de marfil y faunos de ébano;
manteniendo aquí una larga vida, extinguiendo
allá una breve; matando a un rey balcánico;
haciendo caer del cielo un gran trozo de hielo formado
en un avión que vuela a gran altura
y causando la muerte de un granjero; escondiendo mis llaves,
mis anteojos o mi pipa. Coordinando estos
acontecimientos y estos objetos con sucesos lejanos
y objetos desaparecidos. Haciendo ornamentos
de accidentes y posibilidades. 830
Con el impermeable puesto entré en casa: Sybil, tengo
la firme convicción… "Querido, cierra la puerta.
¿Tuviste un buen viaje?" Espléndido… pero más aún,
he vuelto convencido de que puedo avanzar a tientas
hacia alguna… alguna… "¿Qué, querido?" Vaga esperanza.
CANTO CUARTO
Ahora espiaré la verdad como nadie
la ha espiado hasta este momento. Ahora gritaré como
nadie ha gritado. Ahora intentaré lo que nadie
ha intentado. Ahora haré lo que nadie ha hecho.
Y hablando de esta maravillosa máquina: 840
Me desconcierta la diferencia entre
dos modos de componer: A, la manera
que sólo ocurre en la mente del poeta,
un ensayo de los juegos que pueden ejecutar las palabras,
mientras se enjabona por tercera vez una pierna; y B,
la otra manera, mucho más decorosa, cuando
está en su escritorio, escribiendo con una pluma.
En el método B la mano sostiene el pensamiento,
la abstracta batalla se libra concretamente.
La pluma se detiene en el aire, después cae para tachar 830
una puesta de sol o restaurar una estrella,
y guía así físicamente la frase
hacia un pálido resplandor diurno a través del laberinto de tinta.
¡Pero el método A es una tortura! El cerebro
queda pronto encerrado en un casco de dolor.
Una musa en ropa de faena dirige la perforadora
que tritura y que ningún esfuerzo de la voluntad
puede interrumpir, mientras que el autómata
saca lo que acaba de poner
o va con paso vivo a la tienda de la esquina 860
a comprar el diario que ya ha leído.
¿Por qué es así? Quizá porque
en el trabajo sin pluma no hay pausa de la pluma,
y uno debe usar tres manos al mismo tiempo,
teniendo que elegir la rima necesaria,
tener bajo los ojos el verso completo
y conservar en la mente todos los ensayos precedentes.
¿O el proceso es más profundo sin escritorio
para apoyar lo falso e izar lo poético?
Porque hay esos misteriosos momentos en que, 870
demasiado cansado para borrar, dejo caer la pluma,
deambulo y obedeciendo a alguna muda orden,
la palabra justa silba y se posa en mi mano.
Mi mejor momento es la mañana; mi casa
preferida el centro del verano. Una vez me oí
despertarme mientras la mitad de mí mismo
seguía durmiendo en la cama. Liberé violentamente mi espíritu
y me atrapé… en el jardín
donde las hojas de trébol recogían en su copa el topacio del alba,
y donde estaba Shade, de pie, en camisón y con un zapato. 880
Y entonces comprendí que esa mitad también
dormía profundamente; se rieron los dos y me desperté
seguro en mi cama mientras el día rompía su cáscara,
y los mirlos caminaban y se detenían, y en el húmedo
césped tachonado, ¡había un zapato marrón! Mi sello secreto,
la huella de Shade, el misterio innato.
Espejismos, milagros, mañana del centro del verano.
Como mi biógrafo quizá es demasiado grave
o sabe demasiado poco para poder afirmar que Shade
se afeitaba en su baño, aquí va:
Había instalado un sistema 890
de bisagra y tornillo, un soporte de acero
que atravesaba la bañera para mantener en su sitio
el espejo de afeitarse justo delante de la cara
y con el dedo gordo del pie, renovando el calor del grifo,
tronaba como un rey y sangraba como Marat.
Cuanto más peso, menos sólida es mi piel;
en algunos lugares es ridículamente fina;
así, junto a la boca: el lugar entre la comisura
y mi mueca, invita al tajo perverso.
O esta papada: algún día tendré que dejarme crecer 900
la barba de collar, inveterada en mí.
Mi nuez de Adán es un higo chumbo;
ahora hablaré del mal y la desesperanza
como nadie ha hablado. Cinco, seis, siete, ocho,
nueve golpes no bastan. Diez. Palpo
a través de la fresa con crema la ensangrentada papilla
y no encuentro nada cambiado en este cuadrado pinchudo.
Tengo mis dudas sobre ese tipo manco
que en los anuncios, de un solo golpe deslizante,
abre un sendero estrecho de la oreja al mentón, 910
después se lava la cara y palpa afectuosamente su piel.
Yo soy de la clase de los bimanos manícacos.
Así como un discreto efebo en malla de baile asiste
a una mujer en una danza acrobática,
mi mano izquierda ayuda, sostiene y se desplaza.
Ahora hablaré… Mejor que el jabón
es la sensación que el poeta espera
cuando la inspiración de helada llama,
la imagen repentina y la frase inmediata
hacen correr por la piel una triple ondulación 920
que eriza todos los pelillos
como en la ampliación del dibujo animado
la barba segada cuando Nuestra Crema la sostiene.
Ahora hablaré del mal como nadie
hasta hoy ha hablado. Detesto esas cosas como el jazz;
el cretino de medias blancas que tortura a un toro
negro, estriado de rojo; el bric-à-brac de los abstractos;
las máscaras rituales primitivas; las escuelas progresivas;
la música en los supermercados; las piscinas;
los brutos, los pesados, los filisteos con conciencia de clase, Freud, Marx, 930
los falsos pensadores, los poetas hinchados, los impostores y los tiburones.
Y mientras la navaja rasca y cruje
en su viaje por el país de mi mejilla,
los autos pasan por la autopista, y subiendo la empinada cuesta,
grandes camiones trepan por mis maxilares,
y ahora un paquebote silencioso arriba y ahora
turistas de gafas negras visitan Beirut, y ahora aro
los campos de la vieja Zembla donde crece mi barba gris
y donde los esclavos juntan el heno entre mi boca y mi nariz.
La vida del hombre como comentario de un hermético 940
e inconcluso poema. Nota para uso ulterior.
Vistiéndome en todas las habitaciones, rimo y deambulo
por la casa, con un peine en la mano
o un calzador que se convierte en cuchara
con la que como el huevo. Por la tarde
me llevas en auto a la biblioteca. Comemos
a las seis y media. Y esa extraña musa mía
que me dicta los versos, está conmigo en todas partes,
en la biblioteca y en el auto y en mi sillón.
Y todo el tiempo, todo el tiempo, mi amor, 950
estás aquí, tú también, debajo de la palabra, sobre
la palabra, para subrayar e intensificar
el ritmo vital. Se oía crujir un vestido de mujer
en los tiempos de antaño. A menudo he percibido
el sonido y el sentido de tu pensamiento próximo.
Y todo en ti es juventud, y vuelves nuevas,
mencionándolas, viejas cosas que hice para ti.
Golfo de sombra fue mi primer libro (versos libres); Resaca nocturna
vino después, luego Copa de Hebe , último carro
en ese carnaval mojado, porque ahora llamo 960
a todo "Poemas", y no me exaspera más.
(Pero esta charla transparente exige
algún título lunar. ¡Ayúdame, Will! Pálido Fuego .)
Suavemente el día ha pasado en un ligero murmullo
de sostenida armonía. El cerebro está vacío,
y una espiga marrón y el sustantivo que yo quería
usar, pero rechacé, se secan en el cemento.
Quizá mi amor sensual por la consonne
d'appui , hijo muerto de Eco, se basa
en el sentimiento de una vida fantásticamente planeada 970
y ricamente rimada.
Creo que entiendo
la existencia, o por lo menos una minúscula parte
de mi existencia, sólo a través de mi arte,
en términos de placer combinatorio;
y si mi universo privado se escande correctamente,
lo mismo ocurrirá con el verso de las galaxias divinas
del cual sospecho que es un yámbico.
Estoy razonablemente seguro de que sobrevivimos
y de que mi tesoro vive en alguna parte,
como estoy razonablemente seguro de que 980
mañana me despertaré a las seis, el veintidós de julio
de mil novecientos cincuenta y nueve,
y de que el tiempo será probablemente bueno.
Entonces que me dejen poner este despertador,
bostezar y devolver los "Poemas" de Shade a su anaquel.
Pero todavía no es hora de acostarse. El sol
alcanza las dos últimas ventanas del viejo Dr. Sutton.
Ese hombre tendrá… ¿cuántos años? ¿Ochenta? ¿Ochenta y dos?
Me doblaba en edad el año que me casé contigo.
¿Dónde estás? En el jardín. Veo 990
parte de tu sombra cerca del nogal.
En alguna parte juegan con el herrón. Clik. Clank
(la herradura apoyada contra el farol como una borracha).
Una sombría Vanessa de raya carmesí
gira en el sol bajo, se posa en la arena
y muestra sus alas de puntas azul negro manchadas de blanco.
Y a través de la sombra fluida y de la luz menguante,
un hombre, indiferente a la mariposa
– el jardinero de algún vecino, supongo-, pasa,
remonta el sendero empujando una carretilla vacía.
COMENTARIOS
Versos 1-4: Yo era la sombra del picotero asesinado, etc.
En esos primeros versos la imagen se refiere evidentemente a un pájaro que se estrella, en pleno vuelo, contra la superficie externa de un vidrio donde un cielo reflejado, con su color apenas más oscuro y una nube apenas más lenta, da la ilusión del espacio continuo. Podemos imaginarnos a John Shade al comienzo de su adolescencia, un muchachito de un físico sin atractivo pero por otra parte admirablemente desarrollado, que experimenta el primer choque escatológico cuando con dedos incrédulos recoge del césped el cuerpo ovoide y compacto y contempla las rayas rojo cera que adornan esas alas gris marrón y las graciosas plumas de la cola con la punta amarillo brillante como pintura fresca. Cuando tuve la suerte de ser vecino de Shade, durante el último año de su vida, en las idílicas colinas de New Wye (véase Prólogo), solía ver esos pájaros particulares alimentándose alegremente de las bayas azul pastel de los enebros que crecían en la esquina de su casa. (Véanse también versos 181-182.)
Mi conocimiento de las aves de jardín se había limitado a las del norte de Europa, pero un joven jardinero de New-, Wye en quien yo estaba interesado (véase nota al verso 998), me ayudó a identificar los perfiles de no pocos de esos pequeños extranjeros de aspecto tropical y sus cómicos llamados; y naturalmente, cada cima de árbol dirigía su línea punteada hacia el tratado de ornitología que estaba sobre mi escritorio al cual me lanzaba yo desde el césped en nomenclatúrica agitación. ¡Qué difícil me resultaba aplicar el nombre de "petirrojo' al impostor suburbano, el ave grosera, con su librea descuidada de un rojo opaco y esa fruición repugnante con que consumía largos, tristes, pasivos gusanos!
Dicho sea de paso, es curioso observar que un pájaro con cresta, llamado en zemblano sampel("cola de seda"), muy parecido al picotero por su forma y su color, es el modelo de una de las tres criaturas heráldicas (las otras dos son un reno natural y un tritón azur con crin de oro) del escudo de armas del rey zemblano Charles el Bienamado (nacido en 1915), cuyos gloriosos infortunios comenté tantas veces con mi amigo.
El poema fue empezado en el centro justo del verano, pocos minutos después de la medianoche del 1o de julio, mientras yo jugaba al ajedrez con un joven iranio matriculado en nuestros cursos estivales; y no me cabe duda de que nuestro poeta hubiera comprendido la tentación de sincronizar cierto hecho fatídico, la partida de Zembla del pretendido regicida Gradus, y esa fecha. En realidad Gradus salió de Onhava en el avión de Copenhague el 5 de julio.
Verso 12: la tierra de cristal.
Quizá una alusión a Zembla, mi querida patria. Después de esto, no estoy del todo seguro de haber descifrado correctamente el borrador descosido, medio borrado:
Ah, no debo olvidar de decir algo
que mi amigo me contó de cierto rey.
¡Ay, hubiera dicho mucho más si cierta anticarlista de su medio familiar no hubiera controlado cada línea que él le comunicaba! Más de una vez lo reprendí en tono de broma:
– ¡Debería prometerme de veras que usará todo ese material maravilloso, mal poeta con canas! -Y los dos nos moríamos de risa como chicos. Pero luego, después de la inspiradora caminata vespertina, teníamos que separarnos y la noche amenazadora levantaba el puente levadizo entre su fortaleza inexpugnable y mi humilde morada.
El reinado de ese Rey (1936-1958) será recordado al menos por algunos historiadores sagaces por pacífico y elegante. Gracias a un fluido sistema de sensatas alianzas, Marte nunca ensombreció los anales de su tiempo. En el plano interno, mientras la corrupción, la traición y el Extremismo no penetraron en él, la Plaza del Pueblo (parlamento) funcionó en perfecta armonía con el Consejo Real. En efecto, la armonía era la contraseña del reino. Florecían las bellas artes y la ciencia pura. Se permitía el desarrollo de la tecnología, la física aplicada, la química industrial, etc. Un pequeño rascacielos de vidrio ultramarino se levantaba lentamente en Onhava. El clima parecía mejorar. Los impuestos se habían convertido en una obra de arte. Los pobres se enriquecían un poco y los ricos se empobrecían un poco (con arreglo a lo que algún día se llamará quizá la ley de Kinbote). La asistencia médica se iba extendiendo a los confines del Estado; cada otoño, en su viaje por el país, cuando los fresnos alpestres se cargaban de frutos coral y los charcos tintineaban como mica, era cada vez menos frecuente que el cordial y elocuente monarca fuera interrumpido por un acceso de tos ferina en medio de una multitud de escolares. El paracaidismo había llegado a ser un deporte popular. Todo el mundo, en una palabra, estaba contento -incluidos los agitadores políticos que provocaban alegremente una agitación pagada por un Sosedcontento (el gigantesco vecino de Zembla). Pero no sigamos con este tema fastidioso. Para volver al Rey: tomemos por ejemplo el problema de la cultura personal. ¿Cuántas veces se han dedicado los reyes a alguna investigación especial? Entre ellos, los conquiliologistas se pueden contar con los dedos de una mano mutilada. El último rey de Zembla -en parte por influencia de su tío Conmal, el gran traductor de Shakespeare (véanse notas a los versos 39-40 y 962")-, a pesar de sus frecuentes jaquecas se entregó apasionadamente al estudio de la literatura. A los cuarenta años, no mucho antes de la caída de su trono, había alcanzado tal grado de erudición que se atrevió a acceder al ronco pedido de su venerable tío moribundo: -¡Enseña, Karlik! -Desde luego, hubiera sido indecoroso que un monarca apareciera con la toga profesoral en una cátedra universitaria para presentar a rosados jóvenes el Finnegans Wakecomo una monstruosa extensión de las "incoherentes transacciones" de Angus MacDiarmid y del Lingo-Grande de Southey ("Querido Stumparumper", etc.), o discutir las variantes zemblanas, compiladas en 1978 por Hodinski, del Kongs-skugg-sio(El espejo real), obra maestra anónima del siglo XII. Dio, pues, sus clases bajo un nombre supuesto y con un pesado maquillaje, peluca y barba postiza. Todos los zemblanos de barba castaña, mejillas coloradas y ojos azules se parecen, y yo que hace ya un año que no me afeito, me parezco a mi rey disfrazado (véase también la nota al verso 894).
Durante esos períodos de enseñanza, Charles Xavier se impuso la costumbre de dormir en un pied-à-terreque había alquilado, como lo hubiera hecho cualquier ciudadano erudito, en la calle Coriolanus: un estudio encantador, con calefacción central, cuarto de baño y cocinita. Uno recuerda con nostálgico placer su alfombra gris claro y las paredes gris perla (una de ellas ornada por una copia solitaria del Chandelier, pot et casserole émailée, de Picasso), un anaquel de poetas encuadernado en cuero de becerro, y un diván de apariencia virginal bajo su manta de imitación piel de panda. ¡Qué lejos de esta límpida simplicidad parecían el palacio y la odiosa Sala del Consejo con sus problemas insolubles y sus consejeros aterrados!
Verso 17: Y después el doble azul gradual; Verso 29: gris.
Por una extraordinaria coincidencia (inherente quizá a la índole contrapuntística del arte de Shade) nuestro poeta parece nombrar aquí (gradual, gris) a un hombre a quien vería durante un instante fatal tres semanas más tarde, pero cuya existencia no podía haber conocido en ese momento (2 de julio). Jakob Gradus utilizaba varios nombres: Jack Degree o Jacques de Grey, o James de Gray, y aparece también en los prontuarios policiales como Ravus, Ravenstone y d'Argus. En su morbosa preferencia por la Rusia rubicunda de la era soviética, sostenía que el verdadero origen de su nombre debía buscarse en la palabra rusa que significa uva, vinograd,convertida, gracias al añadido de un sufijo latino, en Vinogradus. Su padre, Martin Gradus, había sido pastor protestante en Riga, pero aparte de él y de un tío materno (Roman Tselovalnikov, oficial de policía y miembro a tiempo parcial del partido social-revolucionario), el resto del clan parece haberse dedicado al comercio de bebidas alcohólicas. Martin Gradus murió en 1920 y su viuda se trasladó a Estrasburgo donde murió también en seguida. Otro Gradus, comerciante alsaciano que, cosa extraña, no tenía ningún parentesco con nuestro asesino pero había mantenido una relación comercial bastante estrecha con sus padres durante años, adoptó al muchacho y lo crió con sus propios hijos. Parecería que en cierto momento el joven Gradus estudió farmacología en Zurich, y en otro viajó por brumosos viñedos como degustador ambulante de vinos. Lo encontramos después metido en actividades subversivas: imprimiendo panfletos atrabiliarios, haciendo de mensajero para oscuros grupos sindicalistas, organizando huelgas en fábricas de vidrio, y esa clase de cosas. En los años cuarenta vino a Zembla como vendedor de aguardiente. Allí se casó con la hija de un tabernero. Sus relaciones con el partido extremista datan de los primeros y feos manejos de éste, y cuando estalló la revolución, sus modestos dones de organizador fueron un tanto apreciados en diversos servicios. Su partida a Europa occidental, con un sórdido propósito en el corazón y una pistola cargada en el bolsillo, ocurrió el mismo día en que un inocente poeta en un inocente país comenzaba el Canto Segundo de Pálido fuego. Acompañaremos constantemente a Gradus en pensamiento, mientras se abre camino desde la distante y triste Zembla hasta la verde Appalachia, todo a lo largo del poema, siguiendo el camino de su ritmo, desfilando en una rima, deslizándose alrededor de un encabalgamiento, respirando con la cesura, balanceándose hasta el pie de la página de verso en verso como de rama en rama, escondiéndose entre dos palabras (véase la nota al verso 596), reapareciendo en el horizonte de un nuevo canto, acercándose regularmente con paso yámbico, cruzando calles, subiendo con la valija la escalera mecánica del pentámetro, bajando, abordando un nuevo tren de pensamiento, entrando en el vestíbulo de un hotel, apagando la lámpara de la mesa de luz, mientras Shade borra una palabra, y durmiéndose mientras el poeta deja la pluma por la noche.
Verso 27: Sherlock Holmes
Detective privado aguileno, largirucho, más bien simpático, personaje principal de varios cuentos de Conan Doyle. No tengo en este momento manera de verificar a cuál de ellos se alude aquí, pero sospecho que nuestro poeta inventó simplemente el Caso de las Huellas Invertidas.
Versos 34-35: estiletes de una helada estalactita de hielo (frozen stillicide)
¡Con qué persistencia nuestro poeta evoca las imágenes del invierno en el comienzo de un poema que empezó a componer en una balsámica noche de verano! El mecanismo de las asociaciones es fácil de desmontar (vidrio lleva a cristal y cristal a hielo), pero detrás el instigador conserva el incógnito. Uno es demasiado modesto para suponer que el hecho de que el poeta y su futuro comentador se encontraran por primera vez un día de invierno invada en cierto modo la estación real. En el precioso verso que encabeza este comentario el lector debería reparar en la última palabra. Mi diccionario define stillicidecomo "una sucesión de gotas que caen del alero, carámbano, estalactita". Recuerdo que la encontré por primera vez en un poema de Thomas Hardy. La brillante helada ha eternizado la gota en el brillante carámbano. Deberíamos también reparar en la alusión de estilo de capa y espada que aparece en los "esbeltos estiletes" y la sombra del regicida en la rima en stillicide.







