412 000 произведений, 108 200 авторов.

Электронная библиотека книг » Владимир Набоков » Pálido Fuego » Текст книги (страница 14)
Pálido Fuego
  • Текст добавлен: 21 октября 2016, 20:45

Текст книги "Pálido Fuego"


Автор книги: Владимир Набоков



сообщить о нарушении

Текущая страница: 14 (всего у книги 17 страниц)

Versos 747-748: un artículo aparecido en una revista acerca de una tal Sra. Z.

Todo el que tenga acceso a una buena biblioteca podría sin duda remontarse fácilmente hasta la fuente de esta historia y descubrir el nombre de la dama; pero esas trivialidades tan insignificantes no están a la altura de la verdadera erudición.


Verso 768: dirección

En este punto quizá divierta al lector mi alusión a John Shade en una carta (de la que afortunadamente he conservado una copia carbónica) que escribí a una corresponsal instalada en el sur de Francia, el 2 de abril de 1959:


"Mi querida: Es usted absurda. No le doy ni le daré, como a nadie, mi dirección privada, no por temor de que me haga una visita, como se complace en imaginar: todo mi correo va a la dirección de mi oficina. Aquí las casas suburbanas tienen buzones abiertos en la calle, y cualquiera puede llenarlos de anuncios publicitarios o robar las cartas que me envían (no por pura curiosidad, se lo aseguro, sino por otros motivos más siniestros). Le mando ésta por avión y le repito con urgencia la dirección que Sylvia le ha dado: Dr. C. Kinbote, KINBOTE (no "Charles X. Kingbot, Esq.") como usted o Sylvia han escrito; por favor, sea más prudente… y más inteligente, Wordsmith University, New Wye, Appalachia, USA.

No estoy enojado con usted, pero tengo toda clase de preocupaciones y estoy con los nervios de punta. Creía -creía profunda y candidamente– en el afecto de una persona que vivía aquí, bajo mi techo, pero he sido herido y traicionado como nunca ocurría en tiempos de mis antepasados, que hubieran podido hacer torturar al ofensor aunque, naturalmente, no deseo hacer torturar a nadie.

Ha hecho aquí un frío terrible, pero gracias a Dios un verdadero invierno nórdico se ha transformado en una primavera meridional.

No trate de explicarme lo que su abogado le dijo, pero haga que él se lo explique al mío que él me lo explicará a mí.

Mi trabajo en la Universidad es agradable y tengo un vecino muy encantador -ahora, mi querida, no suspire ni alce las cejas-›; es un señor muy viejo, en realidad el señor que es autor de ese pasaje sobre el ginkgo en su álbum verde (véase de nuevo -quiero decir que el lector debería ver de nuevo– la nota al verso 49).

Sería más prudente que no me escribiera demasiado a menudo, mi querida."


Verso 782: su poema

Una imagen de "los contrafuertes sombreados de azul y las cimas encremadas de sol" del Monte Blanco es percibida fugazmente a través de la nube de ese poema particular que yo quisiera citar pero que no tengo a mano. La "montaña blanca" del sueño de la dama, que por una errata correspondía a la " fontana blanca" de Shade, hace aquí una aparición temática, confundida por la grotesca pronunciación de la señora.


Verso 802: montaña

El pasaje 797 (segunda parte del verso) -809, en la sexagesimoquinta ficha del poeta, fue compuesto entre el poniente del 18 de julio y el alba del 19. Esa mañana yo había rezado en dos iglesias diferentes (de cada lado, por así decirlo, de mi secta zemblana, no representada en New Wye) y había vuelto a casa caminando en un elevado estado de ánimo. No había nubes en el cielo desencantado y la tierra misma parecía suspirar en espera de Nuestro Señor Jesucristo. Esas mañanas soleadas y tristes siento siempre en mis huesos que existe todavía una posibilidad de no quedar excluido del Cielo y de que me sea concedida la salvación a pesar del barro helado y el horror que hay en mi corazón. Mientras subía con la cabeza gacha por el sendero de grava de mi pobre casa alquilada, escuché con absoluta claridad, como si estuviera de pie, junto a mi hombro, y elevando la voz como si hablara a un hombre ligeramente sordo, la voz de Shade que decía: "Venga esta noche, Charlie". Miré a mi alrededor con temor y asombro: estaba absolutamente solo. Telefoneé en seguida. Los Shade habían salido, dijo la ancillulamofletuda, una odiosa admiradora que iba a cocinarles los domingos y que sin duda soñaba con que el viejo poeta la mimara el día que se quedase sin mujer. Volví a telefonear dos horas más tarde; me atendió, como de costumbre, Sylvia; insistí en hablar con mi amigo (nunca le transmitían mis "mensajes"), lo conseguí y le pregunté con la mayor calma posible qué habían estado haciendo alrededor de mediodía, cuando le oí como un gran pájaro en mi jardín. Shade no podía recordar nada, me dijo que esperase un minuto, que había estado jugando al golf con Paul (poco importa quién era) o por lo menos había mirado jugar a Paul con otro colega. Exclamé que debía verlo esa noche y de pronto, sin razón alguna, me eché a llorar, inundando el teléfono y tratando de recobrar el aliento, paroxismo que no se había producido desde que Bob me dejó el 30 de marzo. Hubo un conciliábulo agitado entre los Shade y después John me dijo: -Escuche, Charles, salgamos a hacer una buena caminata esta noche, lo encuentro a las ocho. -Era la segunda buena caminata desde el 6 de julio (aquella insatisfactoria conversación sobre la naturaleza); la tercera, el 21 de julio, sería excesivamente breve.

¿Por dónde andaba yo? Sí, deambulando una vez más, como en los viejos tiempos, con John, en los bosques de Arcadia, bajo un cielo salmón.

– Entonces -dije alegremente– ¿sobre qué estaba usted escribiendo anoche, John? La ventana de su estudio sencillamente resplandecía.

– Sobre montañas -contestó.

La cadena Bera, una erección de piedra veteada y pinos hirsutos se levantó delante de mí en toda su potencia y su orgullo. La espléndida noticia me hizo palpitar el corazón y sentí que a mi vez podía permitirme ser generoso. Supliqué a mi amigo que no me dijera nada más si no lo deseaba. Dijo que sí, que no lo haría, y empezó a quejarse de las dificultades de la tarea que se había impuesto. Calculó que durante las últimas veinticuatro horas su cerebro había producido unos mil minutos de trabajo y cincuenta versos (digamos, del 797 al 847), o sea una sílaba cada dos minutos. Había terminado el Canto Tercero, el penúltimo, y había empezado el Cuarto, el último (véase el Prólogo, véase el Prólogo en seguida) y si no me molestaba volveríamos a la casa -aunque sólo eran alrededor de las nueve-, de modo que pudiera sumirse de nuevo en su caos y sacar de él un cosmos con todas sus estrellas húmedas.

¿Cómo podía yo decir que no? El aire de la montaña se me había subido a la cabeza: ¡Shade estaba recomponiendo mi Zembla!


Verso 803: una errata

Los traductores del poema de Shade tropezarán con cierta dificultad para transformar, de un trazo, mountain(montaña) en fountain(fontana); no es posible hacerlo ni en francés, ni en alemán, ni en ruso ni en zemblano; de modo que el traductor tendrá que insertar aquí una de esas notas de pie de página que son el museo de criminales de las palabras. ¡Y sin embargo! Existe, que yo sepa, un caso absolutamente extraordinario, increíblemente elegante en que participan no sólo dos sino trespalabras. La historia misma es bastante trivial (y probablemente apócrifa). En un relato periodístico de la coronación del Zar de Rusia, se había impreso vororta (crow-aiervo)en lugar de korona (crown-corona), y al día siguiente, al disculparse del error, hubo una segunda equivocación y se imprimió korova (cow-voca.). La correlación artística entre la serie crown-crow-cowy la serie rusa korona-vorona-korovaes algo que, estoy seguro, hubiera extasiado a mi poeta. Nunca vi nada semejante en el terreno de los juegos lexicológicos y las posibilidades de una doble coincidencia desafían todo cálculo.


Verso 810: una trama de sentido

Una de las cinco cabinas de este motel está ocupada por el propietario, un hombre de 70 años, de ojos lagrimeantes, cuya cojera me recuerda a Shade. Tiene una pequeña gasolinera aquí cerca, vende gusanos a los pescadores y por lo general no me molesta, pero el otro día me invitó a que "tomara cualquier viejo libro" de un anaquel que hay en su habitación. Por no herirlo, eché un vistazo primero a un lado y después a otro, pero eran todos libros policíacos encuadernados a la rústica, con los ángulos rotos, y no merecían más que un suspiro y una sonrisa. Me dijo que esperara un instante, y sacó de la alcoba un tesoro encuadernado en tela y destartalado. "Un gran libro escrito por un gran tipo", las cartas de Franklin Lane. -Yo solía verlo en Rainier Park, de muchacho, cuando era guardabosque allí. Lléveselo por un par de días. ¡No lo lamentará!

No lo lamenté. He aquí un pasaje que curiosamente hace eco al tono de Shade al final del Canto Tercero. Procede de un fragmento escrito por mano de Lane el 17 de mayo de 1921, en vísperas de su muerte, después de una grave operación: "Y si hubiera pasado a ese otro mundo, ¿a quién hubiese buscado?… A Aristóteles. ¡Ah, sería un hombre con quien hablar! Qué satisfacción verlo tomar, como riendas entre sus dedos, la larga cinta de la vida del hombre y seguirla a través del laberinto mistificador de toda la maravillosa aventura… Lo que estaba torcido, enderezado. El plano de Dédalo simplificado por una mirada desde ba… esfumado, podría decirse, por el toque de un pulga magistral que hubiera hecho de toda esa cosa intrincada, fluctuante, una sola y bella línea recta".


Verso 819: jugando a un juego de mundos

Mi ilustre amigo mostraba una predilección infantil por toda clase de juegos de palabras y especialmente por lo que se llama el golf verbal. Era capaz de interrumpir el curso de una conversación polifacética para entregarse a ese pasatiempo particular y naturalmente hubiera sido grosero de mi parte negarme a jugar con él.


Verso 822: matando a un rey balcánico

Desearía ardientemente poder decir que el texto del borrador era:


matando a un rey de Zembla


…pero ay, no es así: Shade no conservó la ficha en que figuraba el borrador.


Verso 830: Sybil, tengo

Esta rima rara ( Sybil, it is, possibilities) viene a coronar como una apoteosis todo el canto y a sintetizar los aspectos contrapuntísticos de sus "accidentes y posibilidades".


Versos 835-838: Ahora espiaré, etc.

El canto, iniciado el 19 de julio en la ficha sesenta y ocho, se abre con un shadismo típico: la hábil disposición de varias frases que repercuten unas en otras en un revoltijo de encabalgamientos. En realidad la promesa hecha en esos cuatro versos no se cumplirá verdaderamente, salvo la repetición de su ritmo encantatorio en los versos 915 y 923-924 (que conduce al salvaje ataque en los versos 925-930). El poeta como un gallo fogoso parece batir las alas para prepararse al estallido de la supuesta inspiración, pero el sol no sale. En lugar de la poesía salvaje que se había prometido, encontramos una o dos bromas, algo de sátira y al final del canto, una irradiación maravillosa de ternura y reposo.


Versos 841-872: dos modos de componer

En realidad tres, si contamos el muy importante método que consiste en fiarse del relámpago y la flauta del mundo subliminal y de su "muda orden" (verso 871).


Verso 873: Mi mejor momento

Cuando mi querido amigo empezaba con este verso su paquete de fichas del 20 de julio (de la ficha setenta y uno a la ficha setenta y seis, terminando en el verso 948), Gradus, en el aeropuerto de Orly, subía a bordo de un avión a reacción, se ajustaba el cinturón, leía un diario, se elevaba, planeaba, profanaba el cielo.


Versos 887-888: Como mi biógrafo quizá es demasiado grave o sabe demasiado poco

¿Demasiado grave? ¿Que sepa demasiado poco? Si mi pobre amigo hubiera podido adivinar quién sería, se hubiese ahorrado esas conjeturas. En realidad tuve el placer y el honor de ser testigo (una mañana de marzo) del espectáculo que describe en los versos siguientes. Yo iba a Washington y justo antes de partir recordé que me había pedido que mirara algo en la Biblioteca del Congreso. Oigo con tanta claridad en el oído de mi espíritu la voz fría de Sybil diciéndome: -Pero John no puede verlo, está en el baño -y el rugido ronco de John desde el cuarto de baño-: ¡Déjalo entrar, Sybil, no me va a violar! -Pero ni él ni yo pudimos recordar qué era ese algo.


Verso 894: un rey

Durante los primeros meses de la revolución zemblana aparecieron no pocas veces retratos del Rey. De vez en cuando algún entrometido de la universidad dotado de memoria fiel, o alguna de las mujeres de club que andaban siempre detrás de Shade y su excéntrico amigo, me preguntaron con el aire estúpido de saberlo todo que se adopta en esos casos, si alguien me había dicho cuánto me parecía al infortunado monarca. Yo contestaba algo por el estilo de: "todos los chinos se parecen" y cambiaba de tema. Pero un día en el salón del Club de la Facultad donde estaba descansando, rodeado por algunos de mis colegas, tuve que hacer frente a un ataque especialmente incómodo. Un profesor visitante alemán de Oxford exclamó en voz alta y como para sí mismo, que el parecido era "absolutamente inaudito" y cuando le hice notar como de paso que todos los zemblanos con barba se parecen -y que, en efecto, el nombre Zembla, es la corrupción no del zemlyaruso, sino de Semblerland, país de reflejos, de "parecidos"– mi torturador dijo: -¡Ah, sí, pero el Rey Charles no usaba barba, y sin embargo es su misma cara! Tuve (añadió) el honor de estar sentado a unos pocos metros del palco real en el Festival deportivo de Onhava donde fui con mi mujer, que es sueca, en 1956. Tenemos una foto de él en casa, y la hermana de mi mujer conocía muy bien a la madre de uno de los pajes del Rey, una mujer interesante. ¿No ve usted (arrancándole casi la solapa a Shade) la asombrosa semejanza de rasgos… la parte superior de la cara, y los ojos, sí, los ojos, y la curva de la nariz?

– Pero no, señor -dijo Shade, volviendo a cruzar una pierna y agitándose ligeramente en su sillón como era su costumbre cuando se disponía a hacer una declaración-, no hay ningún parecido. He visto al Rey en los noticiarios cinematográficos, y no hay ningún parecido. Los parecidos son las sombras de las diferencias. Personas diferentes ven semejanzas diferentes y diferencias similares.

El bueno de Netochka, que parecía notablemente incómodo durante esta conversación, señaló con su suave voz qué triste era pensar que un "gobernante tan simpático" probablemente hubiera muerto en la cárcel.

Se nos añadió un profesor de física. Era lo que se llama un "Rosado" que creía en lo que creen los Rosados (la educación progresista, la probidad del que hace espionaje a favor de Rusia, las radiaciones causadas sólo por las bombas hechas en los EE.UU., la existencia en el pasado reciente de una Era McCarthy, las hazañas soviéticas, incluido el Dr. Zhivago, y así sucesivamente): -Su pesar es infundado -dijo-. Se sabe que el desconsolado monarca escapó disfrazado de monja; pero lo que le ocurra o haya ocurrido, no puede interesar al pueblo zemblano. La historia lo ha denunciado, y ese es su epitafio.

Shade: -Exacto, señor. A su debido tiempo la historia habrá denunciado a todo el mundo. El Rey quizá haya muerto, o quizá esté tan vivo como usted y Kinbote, pero respetemos los hechos. Sé por él (señalándome) que la tan difundida historia de la monja es una vulgar fabricación pro extremista. Los extremistas y sus amigos han inventado una cantidad de absurdos para ocultar su derrota, pero la verdad es que el Rey salió a pie del palacio, y cruzó las montañas y salió del país, no con el traje negro de una pálida solterona, sino vestido de lana escarlata como un atleta.

– Extraño, extraño -dijo el visitante alemán que por algún capricho de ancestral bosque de los alisos había sido el único en sentir la nota extraña que se había abierto paso y desaparecido.

Shade (sonriendo y masajeándome la rodilla): -Los reyes no mueren… desaparecen solamente, ¿no es cierto, Charles?

– ¿Quién ha dicho eso? -preguntó bruscamente, como saliendo de un trance, el ignorante y siempre suspicaz jefe del Departamento de Inglés.

– Considere mi propio caso -prosiguió mi querido amigo, ignorando a Mr. H.-. Se ha dicho que me parezco a cuatro personas por lo menos: Samuel Johnson; el antepasado del hombre amorosamente reconstruido en el Museo de Exton; y dos personajes locales, uno de los cuales es esa bruja hirsuta y descuidada que distribuye las cucharadas de puré en la cafetería de Levin Hall.

– La tercera en la fila de las brujas -dije con encantadora precisión, y todo el mundo se echó a reír.

– Yo diría más bien -observó Mr. Pardon (historia norteamericana)– que se parece al Juez Goldsworth ("Uno de nosotros", intercaló Shade, inclinando la cabeza), especialmente cuando está verdaderamente furioso contra el mundo entero, después de una buena comida.

– He oído decir -comenzó apresuradamente Netochka– que los Goldsworth se están divirtiendo muchísimo…

– Lástima que no pueda probar mi argumento -murmuró el tenaz visitante alemán-. Si por lo menos tuviéramos una foto aquí. ¿No habría una en alguna parte…?

– Naturalmente -dijo el joven Emerald levantándose.

El Profesor Pardon me habló ahora: -Yo tenía la impresión de que usted había nacido en Rusia, y de que su nombre era una especie de anagrama de Botkin o Botkine.

Kinbote: -Usted me confunde con algún refugiado de Nova Zembla (insistiendo sarcásticamente en "Nova").

– ¿No me ha dicho usted, Charles, que kinbotesignifica regicida en su lengua? -preguntó mi querido Shade.

– Sí, destructor de rey -dije (ansioso por explicar que un rey que oculta su identidad en el espejo del exilio es en cierto sentido exactamente eso).

Shade (dirigiéndose al visitante alemán): -El Profesor Kinbote es autor de una obra notable sobre los nombres de pila. Creo (a mí) que existe una traducción inglesa, ¿verdad?

– Oxford, 1956 -respondí.

– ¿Sabe usted ruso, sin embargo? -dijo Pardon-. Creo que le oí a usted, el otro día, hablando con… cómo se llama… oh, Dios mío (formando laboriosamente el nombre con los labios).

Shade: -Señor, a todos nos cuesta "atacar" ese nombre (riendo).

Profesor Hurley: -Piense en la palabra francesa para "neumático": "pneumatique".

Shade: -Pero señor, mucho me temo que no haya hecho más que pinchar el neumático de la dificultad (riéndose a carcajadas).

– Flatman -ironicé-, sí -continué dirigiéndome a Pardon-, claro que hablo ruso. Comprende, era el idioma elegante par excellence, mucho más que el francés, entre los nobles de Zembla por lo menos, y en la corte. Hoy todo eso ha cambiado, naturalmente. Ahora son las clases más bajas las que tienen que hablar el ruso a la fuerza.

– ¿Y nosotros no estamos también tratando de enseñar el ruso en nuestras escuelas? -dijo el Rosado.

Entre tanto, en el otro extremo de la habitación el joven Emerald había estado platicando con los anaqueles. En ese momento volvía con el volumen T-Z de una enciclopedia ilustrada.

– Aquí está -dijo– ese rey. Pero miren, es joven y apuesto. (Ah, ésa no sirve, gimió el visitante alemán.) Joven, apuesto y con un uniforme de fantasía -continuó Emerald-. Exactamente el maricón de fantasía, en realidad.

– Y usted -dije calmosamente– es un mocoso, de mente sucia y vestido con una chaqueta verde y barata.

– ¿Pero qué he dicho? -preguntó el joven maestro a los presentes, abriendo las palmas como un discípulo en la Ultima Cena de Leonardo.

– Vamos, vamos -dijo Shade-. Estoy seguro, Charles, de que nuestro joven amigo nunca tuvo intención de insultar a su soberano y homónimo.

– No hubiera podido aunque lo quisiese -observé plácidamente, convirtiéndolo todo en broma.

Gerald Emerald tendió la mano… que en el momento de escribir todavía sigue en esa posición.


Versos 895-899: Cuanto más peso… O esta papada

En lugar de estos versos fáciles e indignantes, el borrador da:


895 Tengo cierto gusto, lo admito,

por la parodiat ese resorte último del ingenio:

"En la lucha de la naturaleza, cuando el coraje prevalece

la víctima vacila y el vencedor fracasa."

899 Sí, lector, Pope


Verso 920: que eriza todos los pelillos

Alfred Housman (1859-1936) cuyo libro The Shropshire Ladrivaliza con In Memoriam, de Alfred Tennyson (1809-1892), en representar quizá (no, suprímase ese cobarde "quizá") el logro más alto de la poesía inglesa en un siglo, dice en alguna parte (¿un prólogo?) exactamente lo contrario: el erizarse de los pelillos excitados le molestaba para afeitarse; pero como los dos Alfredos utilizaban sin duda una navaja ordinaria y John Shade una vieja Gillette, la discrepancia puede deberse al empleo de instrumentos diferentes.


Verso 922: cuando Nuestra Crema la sostiene.

Esto no es del todo exacto. En el anuncio a que se alude, la barba está sostenida por burbujas de espuma, no por una sustancia cremosa.

Después de este verso, en lugar de los versos 923-930, encontramos la siguiente variante, apenas tachada:


Todos los artistas han nacido en lo que llaman


una época lamentable; la mía es la peor de todas:


una época que piensa que las bombas y las naves espaciales


no pueden ser hechas sino por un genio de nombre extranjero,


cuando cualquier cretino puede armar la cosa;


una época en que una banda de sinvergüenzas puede pasar


por el selenógrafo; una época cómica


que ve en el Dr. Schweitzer a un gran sabio.




Habiendo tachado esto, el poeta ensayó otro tema, pero estos versos también quedaron suprimidos:


Inglaterra donde los poetas volaron más alto, ahora


quiere que arrastren los pies y que Pegaso are;


añora los mercaderes de prosa del Grupo de los Mugrientos,


el Hombre Mensaje, al ganso babieca


y todas las novelas sociales de nuestra época


no dejan más que una pizca de polvo de carbón en la página.




Verso 929: Freud

Con los ojos del alma veo de nuevo al poeta desplomándose literalmente en el jardín, golpeando el césped con el puño y torciéndose y aullando de risa, y yo mismo, el Dr. Kinbote, la barba inundada en un torrente de lágrimas mientras trataba de leer inteligiblemente fragmentos de un libro que había escamoteado de un aula: una obra erudita sobre psicoanálisis, utilizado en las facultades norteamericanas, repito, utilizado en las facultades norteamericanas. Ay, sólo encuentro dos pasajes copiados en mi cuaderno de notas:


Al hurgarse la nariz a pesar de todas las órdenes de no hacerlo, o cuando el muchacho se pasa el tiempo metiendo el dedo en el ojal… el maestro analista sabe que el apetito del lujurioso no conoce límites en su fantasía.

(Citado por el Profesor C. de la obra del Dr. Oskar Pfister, The Psychoanalytical Method, 1917, N.Y., p. 79)

El gorrito de terciopelo rojo en la versión alemana de Caperucita Roja es un símbolo de menstruación.

(Citado por el Profesor C. de la obra de Erich Fromm, The Forgotten Language, 1951, N.Y., p. 240)


¿Esos payasos creen realmente en lo que enseñan?


Verso 934: grandes camiones

Debo decir que no recuerdo haber oído muy a menudo que pasaran por nuestra vecindad "grandes camiones". Coches ruidosos, sí, pero no camiones.


Verso 937: vieja Zembla


Hoy soy un comentador cansado y triste.

Paralelamente al lado izquierdo de la ficha (la setenta y seis) el poeta ha escrito, la víspera de su muerte, un verso (de la Segunda Epístola del Ensayo sobre el hombre, de Pope) que quizá tenía intención de citar en una nota de pie de pagina:


En Groenlandia, en Zembla o Dios sabe dónde


¿Así que esto es lo que ese viejo traidor de Shade podí decir de Zembla… mi Zembla? ¿Mientras se afeitaba? Ex traño, extraño…


Versos 939-940: La vida del hombre, etc.

Si entiendo correctamente el sentido de esta sucinta obse vación, nuestro poeta sugiere aquí que la vida humana no es sino una serie de notas de pie de página de una vasta y oscura obra maestra inconclusa.


Verso 949: Y todo el tiempo

Así, en algún momento de la mañana del 21 de julio, el último día de su vida, John Shade empezó su último paquete de fichas (setenta y siete a ochenta). Dos zonas de tiempo silencioso se habían fundido ahora para formar el tiempo corriente del destino de un solo hombre; y no es imposible que el poeta en New Wye y el matón en Nueva York se hayan despertado esa mañana con el mismo tictac del reloj de su Cronometrista.


Verso 949: todo el tiempo

Y todo el tiempo Gradus se iba acercando.

Una tormenta formidable lo había recibido en Nueva York la noche de su llegada de París (lunes 20 de julio). La lluvia tropical había inundado los subsuelos y las vías del subterráneo. Reflejos caleidoscópicos jugaban en las calles como ríos. Vinogradus nunca había visto semejante despliegue de relámpagos, Jacques d'Argus tampoco -o Jack Grey, más exactamente (¡no olvidemos a Jack Grey!)-. Se instaló en un hotel de tercera clase de Broadway y durmió profundamente, tendido boca arriba sobre las sábanas, con un pijama rayado -del tipo que los zemblanos llaman rusker sirsusker("ropa de seersuckerruso")– con los calcetines puestos, como de costumbre: desde el n de julio, en que había visitado una casa de baños finlandesa en Suiza no se había visto los pies desnudos.

Ahora era el 21 de julio. A las ocho de la mañana Nueva York despertó a Gradus con un estrépito violento. Como de costumbre empezó su confusa existencia diaria sonándose la nariz. Después sacó de una caja de cartón donde la guardaba por la noche y se metió en la boca de máscara de Comus, una dentadura postiza excepcionalmente grande y de aspecto terrible: el único defecto grave, en realidad, de su aspecto por lo demás inofensivo. Hecho esto, extrajo de su portafolios dos galletitas que había guardado y un bocadillo de seudojamón aún más viejo todavía, pero de gusto aceptable, pequeño, blanduzco, vagamente asociado a su viaje en ferrocarril de Niza a París la noche del sábado precedente, no tanto por espíritu de economía de su parte (las Sombras le habían adelantado, por lo demás, una bonita suma) como por un apego animal a los hábitos de su frugal juventud. Después de desayunar en la cama con esas golosinas, empezó los preparativos para el día más importante de su vida. Se había afeitado el día anterior, eso era cosa resuelta. Metió su fiel pijama no en la valija sino en el portafolios, se vistió, sacó del interior de la chaqueta un peine de carey rosa de bolsillo, de dientes mugrientos, se lo pasó por el pelo erizado, se puso cuidadosamente el sombrero de fieltro, se lavó las dos manos con el lindo y moderno jabón líquido en el lindo, moderno y casi inodoro lavatorio situado del otro lado del corredor, orinó, se enjuagó una mano y sintiéndose limpio y pulcro, salió a dar una vuelta.

Era la primera vez que visitaba Nueva York, pero como muchos semicretinos, estaba por encima de las novedades. La noche anterior había contado las hileras ascendentes de ventanas iluminadas en varios rascacielos, y ahora, después de verificar la altura de unos cuantos edificios más, consideró que sabía todo cuanto había que saber. Tomó una taza desbordante y medio platillo de café en un mostrador atestado y húmedo y se pasó el resto de la mañana azul humo pasando de un banco a otro y de un periódico a otro en las avenidas del lado oeste de Central Park.

Empezó con el ejemplar del día del New York Times. Moviendo los labios con retorcimiento de gusano, leyó acerca de toda clase de temas. Hrushchov (que escribían "Khrushchev") había retardado súbitamente una visita a Escandinavia para ir en cambio a Zembla (aquí sintonizó: " Vi nazivaete sebya semblerami, ¡Ustedes se llaman zemblanos, a ya vas naz'ivayu zemlyakamil, y yo les llamo camaradas compatriotas!" Risas y aplausos). Los Estados Unidos se disponían a lanzar el primer barco mercante atómico (únicamente para fastidiar a los rusos, naturalmente. J. G.). Anoche en Newark, en una casa de departamentos de 555 South Street, cayó un rayo que destruyó un televisor e hirió a dos personas que miraban a una actriz perdida en una violenta tormenta de estudio (¡esos espíritus atormentados son terribles! C. X. K. testeJ. S.). La Joyería Rachel, de Brooklyn, pide, en caracteres perla, un pulidor “que tenga experiencia en joyas de fantasía" (oh, Degré lá tenía). Los hermanos Helman dijeron que habían colaborado en las negociaciones para levantar un pagaré importante: 5 000 000 de dólares, Decker Glass Manufacturing Company, Inc., que vence el 1o de julio de 1979, y Gradus, de nuevo joven, releyó esto dos veces, quizá con el pensamiento gris en el fondo de que al día siguiente cumpliría sesenta y cuatro años (sin comentario). En otro banco encontró un ejemplar del lunes del mismo periódico. Durante una visita a un museo de Tiitehorse (Gradus lanzó un puntapié a una paloma que se acercaba demasiado), la Reina de Inglaterra se dirigió a un rincón de la Sala de los Animales Blancos, se quitó el guante derecho y volviendo la espalda a varias personas que evidentemente la miraban, se frotó la frente y un ojo. Había estallado una rebelión pro roja en Iraq. Interrogado sobre la exposición soviética del New York Coliseum, Carl Sandburg, poeta, respondió, y yo cito: "Se dirigen a los niveles intelectuales más altos." Un plumífero encargado de reseñar nuevos libros para turistas, hablando de su propio viaje a Noruega dijo que los fiordos son demasiado famosos como para necesitar de (su) descripción, y que todos los escandinavos aman las flores. Y en un picnic para niños de todos los países, una mocosa zemblana le gritó a una amiguita japonesa: Ufgut, ujgut, velkam ut Semblerland!(¡Adiós, adiós, hasta la vista en Zembla!) Confieso que ha sido un juego maravilloso consultar en la biblioteca Universitaria de Wordsmith diversas efemérides por encima de la sombra de unas hombreras.

Jacques d'Argus miró por vigésima vez su reloj. Se paseó como una paloma, con las manos detrás de la espalda. Se hizo lustrar los zapatos marrones y apreció la forma en que el muchachito, lindo pero sucio, hacía restallar la franela tensa. En un restaurante de Broadway consumió una gran porción de cerdo rosado con chucrut, una doble ración de patatas fritas elásticas y la mitad de un melón demasiado maduro. Desde mi nubecita alquilada lo contemplo con tranquila sorpresa: ¡ahí está ese individuo dispuesto a cometer un acto monstruoso, y disfrutando groseramente de una grosera comida! Debemos suponer, pienso, que la imaginación que podía tener al proyectarse se detenía en el acto, al borde de todas las consecuencias posibles; consecuencias fantasmagóricas, comparables a los dedos fantasmagóricos de un amputado o al despliegue en abanico de casillas que un caballo de ajedrez (esa pieza saltadora), de pie en una fila marginal, "siente" en extensiones espectrales más allá del tablero, pero que no tienen ningún efecto sobre sus movimientos reales, sobre el juego real.


    Ваша оценка произведения:

Популярные книги за неделю