412 000 произведений, 108 200 авторов.

Электронная библиотека книг » Владимир Набоков » Pálido Fuego » Текст книги (страница 10)
Pálido Fuego
  • Текст добавлен: 21 октября 2016, 20:45

Текст книги "Pálido Fuego"


Автор книги: Владимир Набоков



сообщить о нарушении

Текущая страница: 10 (всего у книги 17 страниц)

– ¿Piensan viajar? -pregunté, sonriente y señalando el bolso.

Sybil lo levantó por las asas como si fuera un conejo y lo consideró con mis ojos.

– Sí, a fin de mes -dijo-. Después que John haya terminado su trabajo.

(¡El poema!)

– ¿Y adonde, si se puede saber? -(volviéndome hacia John).

El Sr. Shade miró a la Sra. Shade y ella respondió por él, a su manera habitual, brusca y desenvuelta, que todavía no estaban seguros, quizá fuera Wyoming o Utah o Montana, y tal vez alquilarían en alguna parte un chalet a 6.000 o 7.000 pies.

– En medio de los altramuces y los álamos temblones -dijo el poeta gravemente. (Evocando el paisaje.)

Empecé a calcular en voz alta la altura en metros y me pareció excesiva para el corazón de John, pero Sybil le tironeó de la manga recordándole que tenían otras compras que hacer, y me dejaron con unos 2.000 metros y un eructo perfumado a valeriana.

¡Pero a veces el destino de alas negras puede desplegar una solicitud exquisita! Diez minutos más tarde el Dr. A. -que también trataba a Shade– me contaba con impasible minucia que los Shade habían alquilado un pequeño ranch que unos amigos que se iban a otra parte, tenían en Cedarn, Utana, en la frontera del Idoming. Desde el consultorio del Doctor volé a una agencia de viajes, conseguí mapas y folletos, los estudié, aprendí que en la ladera de la montaña que domina Cedarn hay dos o tres grupos de cabañas, corrí a mandar un pedido al correo de Cedarn, y unos días más tarde tenía alquilado para el mes de agosto algo que, a juzgar por las instantáneas que me habían mandado parecía una cruza de isba de mujiky de Refugio Z, pero que tenía un cuarto de baño embaldosado y costaba más caro que mi castillo appalachiano. Ni los Shade ni yo dijimos una palabra sobre nuestras direcciones de verano, pero yo sabía, y ellos no, que era la misma. Cuanto más me indignaba la evidente intención de Sybil de ocultármela, más dulce me resultaba imaginar mi brusca aparición en traje tirolés, desde detrás de un peñasco, y el aire acobardado pero sonriente de John. Durante la quincena en que dejé que mis demonios llenaran mi espejo goético hasta desbordar de acantilados rosa y malva, de negros enebros, caminos tortuosos, de artemisa que se transforma en hierba y lujuriantes flores azules, de esos álamos temblones pálidos, como la muerte, mientras una interminable hilera de Kimbotes en shorts verdes encontraba una antología de poetas y el hato de sus mujeres, debo de haber cometido algún terrible error en mis conjuros, pues el flanco de la montaña está seco y lúgubre, y el ranch desvencijado de los Hurly, sin vida.


Verso 293: Ella

Hazel Shade, la hija del poeta, nacida en 1934, muerta en 1957 (véanse notas a los versos 230 y 347).


Verso 316: el Toothwort White frecuentó nuestros bosques en mayo

Francamente, no estoy seguro de lo que significa esto. La variante escrita al margen no es de mucha ayuda:


En los bosques la piéride de Virginia aparecía en mayo


¿Personajes del folklore, quizá? ¿Hadas? ¿O mariposas de la col?


Verso 319: pato carolino

Bonita imagen. El pato carolino, ave de ricos colores esmeralda, amatista, cornalina, con marcas negras y blancas es incomparablemente más hermoso que el tan encarecido cisne, ganso serpentino con un cuello sucio de felpa amarillenta y palmetas de caucho negro' como un hombre rana.

Dicho sea de paso, la nomenclatura popular de los animales americanos refleja el espíritu simple y utilitario de los pioneros ignorantes y aún no ha adquirido la pátina de los nombres de la fauna europea.


Verso 334: vino a buscarla

"¿Vendrá alguna vez a buscarme?" solía preguntarme mientras esperaba y esperaba, en ciertos crepúsculos ámbar y rosa, a un amigo de ping-pongo al viejo John Shade.


Verso 347: viejo granero

Este granero, o más bien cobertizo, donde "ciertos fenómenos" se produjeron en octubre de 1956 (pocos meses antes de la muerte de Hazel Shade), había pertenecido a un tal Paul Hentzner, granjero excéntrico de origen alemán, con aficiones pasadas de moda como la taxidermia y la herborización. Por un extraño ardid del atavismo era (según Shade, a quien le gustaba hablar de él, la única vez, dicho sea de paso, en que mi viejo y querido amigo se puso un poco pesado) una regresión a los "curiosos alemanes" que tres siglos antes habían sido los padres de los primeros grandes naturalistas. Aunque según un criterio académico fuera un hombre sin educación, sin verdadero conocimiento de las cosas alejadas en el espacio y en el tiempo, había en él algo pintoresco, de la tierra, que a John Shade le gustaba mucho más que los refinamientos suburbanos del Departamento de Inglés. Él, que se mostraba tan exigente en la elección de sus compañeros de paseos, gustaba de vagabundear con el flaco y solemne alemán, una tarde de cada dos, seguir el sendero del bosque que subía a Dulwich y dar toda la vuelta por los campos de sus conocidos. Él, que se complacía en la palabra justa, estimaba a Hentzner porque sabía "los nombres de las cosas", aunque algunos de esos nombres fueran sin duda monstruosidades locales, o germanismos, o puros inventos del viejo pillo.

Ahora se paseaba con otro compañero. Recuerdo límpidamente una tarde perfecta en que mi amigo daba salida a un chisporroteo de chistes, retruécanos y anécdotas a las que yo respondía galante con cuentos de Zembla y fugas de cortar el aliento. Cuando íbamos orillando el bosque de Dulwich, me interrumpió para mostrarme una gruta natural en las rocas musgosas, al borde del sendero, bajo los cornejos en flor. Era el lugar donde el buen granjero se detenía invariablemente y una vez que iban en compañía de su hijo pequeño éste, que trotaba al lado de ellos, señaló con el dedo y observó con carácter informativo: "Aquí es donde papá orina". Otra historia, menos insustancial, me aguardaba en lo alto de la colina donde un cuadrado invadido por epilobios, asclepias y vernonias donde revoloteaban nubes de mariposas, contrastaba brutalmente con los solidagos que había todo alrededor. Después que la mujer de Hentzner lo hubo abandonado (alrededor de 1950), llevándose el niño consigo, él vendió su granja (ahora reemplazada por un autocine) y se fue a vivir a la ciudad; pero las noches de verano solía llevarse una bolsa de dormir al granero que estaba en la punta de las tierras que aún poseía, y allí murió una noche.

El granero había estado en el lugar cubierto de malezas que Shade hurgaba con el bastón favorito de la tía Maud. Un sábado por la noche un joven estudiante empleado en el hotel de la universidad y una moza del lugar fueron allí por una razón cualquiera y estaban charlando o dormitando cuando creyeron volverse locos de terror al oír ruidos de cadenas y ver luces errantes que les hicieron escapar espantados. Nadie se preocupó realmente por saber qué les había hecho huir, si un fantasma ofendido o un pretendiente rechazado. Pero la Wordsmith Gazette("El diario de estudiantes más antiguo de los EE.UU.") se apoderó del incidente y empezó a sacarle el relleno como un perrito dañino. Varios presuntos especialistas en espiritismo visitaron el lugar y todo el asunto se transformó tan abiertamente en una broma pesada, con la participación de los chistosos más conocidos del College, que Shade se quejó a las autoridades, con el resultado de que el granero inútil fue demolido por constituir un peligro de incendio.

De Jane P. obtuve, sin embargo, gran cantidad de informaciones muy diferentes y mucho más patéticas, que me explicaron por qué mi amigo había considerado oportuno regalarme con vulgares travesuras de estudiantes, pero también me hizo lamentar el haberle impedido llegar al punto que confusamente y no sin cierta turbación (porque, como he dicho en una nota anterior, nunca tuvo interés en referirse a su hija muerta) apuntaba, llenando una pausa bien venida con un extraordinario episodio de la historia de la Universidad de Onhava. Este episodio se produjo en el año de gracia de 1876. Pero volviendo a Hazel Shade, había decidido investigar ella misma esos fenómenos para un trabajo ("sobre cualquier tema") que le había pedido en el curso de psicología un profesor astuto que recogía datos sobre los "Aspectos autoneurinológicos de los estudiantes universitarios norteamericanos". Sus padres le permitieron hacer una visita nocturna al granero sólo a condición de que Jane P. -considerada de absoluta confianza– la acompañara. Apenas se habían instalado las muchachas cuando una tormenta eléctrica que duraría toda la noche envolvió el refugio con aullidos y relámpagos tan teatrales, que fue imposible prestar atención a los ruidos y luces interiores. Hazel no renunció y unos días más tarde le pidió a Jane que fuera otra vez con ella, pero Jane no podía. Me dijo haber sugerido que los mellizos White (dos encantadores estudiantes aceptados por los Shade) la sustituyeran. Pero Hazel rechazó categóricamente este nuevo arreglo y después de una disputa con sus padres, tomó su linterna y su cuaderno de notas y partió sola. Es fácil imaginar cuánto temían los Shade un recrudecimiento de la perturbación del poltergeist, pero el Dr. Sutton, siempre sagaz, afirmó -no sé con qué autoridad– que prácticamente se desconocen casos en que la misma persona se encuentra metida de nuevo en esa clase de manifestaciones después de un lapso de seis años.

Jane me autorizó a copiar algunas de las observaciones de Hazel basadas en notas tomadas en el lugar mismo:


22.14. Comienzo de las investigaciones.

22.23. Raspados y balbuceos.

22.25. Un pequeño círculo de luz pálida, del tamaño de una carpetita, revoloteó por las paredes sombrías, las ventanas clausuradas y el piso, cambió de lugar, se detuvo aquí y allá, dando saltos; parecía esperar, fastidiando por divertirse, una embestida evitable. Desaparecido.

22.37. Reaparición.


Seguían varias páginas de notas, pero por razones obvias debo renunciar a transcribirlas en este comentario. Había largas pausas y de nuevo "raspados y balbuceos", y vueltas del circulito luminoso. Ella le hablaba. Si le preguntaba algo que le parecía deliciosamente tonto ("¿Eres un fuego fatuo?"), se lanzaba de aquí para allá en extática negación, y cuando quería dar una respuesta grave a una pregunta grave ("¿Estás muerto?"), se elevaba lentamente como para ganar altura y dejarse caer pesada y afirmativamente. Durante algunos instantes respondía al alfabeto que ella recitaba hasta que decía la letra exacta, tras de lo cual el circulito daba un pequeño salto de aprobación. Pero esos saltos se volvieron cada vez más distraídos y después de haberse deletreado lentamente un par de palabras, el redondelito aflojó como un niño cansado y por último se metió en una grieta, de donde voló de pronto con brío extravagante y empezó a girar por las paredes en su ansia por renovar el juego. El revoltijo de palabras cortadas y sílabas sin sentido que al fin logró reunir se presentaban en sus notas escrupulosas como una corta línea de simples grupos de letras. Transcribo:


pada ata lana par not odo sol wart alen to tala feur for rant tal toldo


En sus Observacionesla transcriptora dice que ha tenido que recitar el alfabeto, o por lo menos empezar a recitarlo ochenta veces, de las que diecisiete no dieron ningún resultado. Las divisiones basadas en intervalos tan variables no pueden ser sino bastante arbitrarias; algunos de esos galimatías se pueden reagrupar en otras unidades lexicológicas que no significarían mucho más (por ej. "todo", "talento", "forran", etc.). El fantasma del granero parece haberse expresado con la dificultad empastada de la apoplejía o del semisueño, acuchillado por la luz del techo, un desastre militar de consecuencias cósmicas que la lengua espesa y mal dispuesta no puede expresar claramente. Y en este caso también nosotros podríamos sentir el deseo de abreviar las preguntas de un lector o compañero de lecho hundiéndonos de nuevo en la beatitud del olvido, si alguna fuerza diabólica no nos instara a buscar un secreto designio en el abracadabra,


812 algún vínculo laberíntico, una especie

813 de estructura concordante en el juego,


Detesto esa clase de juegos; me hacen doler abominablemente las sienes, pero los he afrontado valientemente y he meditado sin fin, con la paciencia y el disgusto infinitos de un comentador, las sílabas mutiladas del informe de Hazel en busca de una mínima alusión al destino de la pobre muchacha. No encontré ni una. Ni el espectro del viejo Hentzner, ni la linterna de bolsillo de un sinvergüenza en acecho, ni la propia imaginación histérica de Hazel, expresan nada aquí que pueda interpretarse, aunque sea remotamente, como una advertencia o la menor relación con las circunstancias de su muerte próxima.

El informe de Hazel hubiera podido ser más largo si -como le dijo a Jane– el recomienzo de los "raspados" no hubiera sacudido de pronto sus nervios fatigados. El redondelito de luz que hasta entonces se había mantenido a distancia, se precipitó hostilmente hacia sus pies de modo que estuvo a punto de caerse del bloque de madera que le servía de asiento. Le abrumó saber que estaba sola en compañía de un ser inexplicable y quizá muy maligno, y con un estremecimiento que estuvo a punto de dislocarse los omoplatos, se apresuró a volver al asilo celeste de la noche estrellada. Un sendero familiar lleno de gestos calmantes y otras pequeñas muestras de consuelo (grillo solitario, farol solitario) le conducía a su casa. Se detuvo y lanzó un aullido de terror: un sistema de manchas oscuras y pálidas coaguladas en una figura fantástica se había levantado del banco del jardín hasta donde llegaba la luz de la galería de entrada. No tengo idea de lo que puede ser la temperatura media de una noche de octubre en New Wye, pero sorprende que la ansiedad de un padre sea tan grande en el caso presente como para hacerle velar al aire libre, en pijama y con la indefinible "salida de baño" que mi regalo de cumpleaños iba a sustituir (véase nota al verso 181).

Hay siempre "tres noches" en los cuentos de hadas, y en este triste cuento de hadas hay también una tercera. Esta vez Hazel quiso que sus padres fueran testigos con ella de la "luz parlante". Las actas de esa tercera sesión en el granero no se han conservado, pero ofrezco al lector la escena siguiente que a mi juicio no puede estar muy lejos de la verdad:


EL GRANERO EMBRUJADO


Oscuridad completa. Se oye al Padre, a la Madre y a la Hija que respiran suavemente en diferentes rincones. Pasan tres minutos.


EL PADRE (a la Madre): ¿Estás bien, ahí?

LA MADRE: Aja. Estos sacos de patatas hacen un perfecto…

LA HIJA (con la fuerza de una máquina de vapor): ¡Sh-sh-sh!

Pasan quince minutos en silencio. El ojo empieza a descubrir aquí y allá, en la oscuridad, ranuras azules y una estrella.

LA MADRE: Eso fue la barriga de papá, creo… no un fantasma.

LA HIJA (con énfasis): ¡Muy divertido!

Transcurren otros quince minutos. El Padre, hundido en pensamientos sobre su trabajo, lanza un suspiro neutral.

LA HIJA: ¿Es necesario suspirar así todo el tiempo?

Transcurren quince minutos.

LA MADRE: Si me pongo a roncar, que el Espectro me pellizque.

LA HIJA (exagerando el dominio de sí misma): ¡Mamá, por favor! ¡Por favor, mamá!

El padre se aclara la garganta pero decide no decir nada. Transcurren otros doce minutos.

LA MADRE: ¿Alguno de ustedes se da cuenta de que todavía quedan algunas de esas bombas de crema en el refrigerador?

Es demasiado.

LA HIJA (estallando): ¿Por qué tienes que echarlo todo a perder? ¿Por qué siempre tienes que echar todo a perder? ¿Por qué no puedes dejar a la gente tranquila? ¡No me toques!

EL PADRE: Vamos, vamos, Hazel, tu madre no dirá una palabra más y seguiremos con… pero hace una hora que estamos aquí sentados y se está haciendo tarde.

Pasan dos minutos. La vida es desesperada, la otra vida implacable. Se oye a Hazel que llora despacio en la oscuridad. John Shade enciende una lámpara. Sybil enciende un cigarrillo. Se levanta la sesión.


La luz nunca volvió pero aún brilla en un breve poema " La naturaleza de la electricidad", que John Shade había enviado a la revista de Nueva York, The Beau and the Butterfly, en 1958, pero que no apareció hasta después de su muerte:


Los muertos, los buenos muertos, ¿quién sabe?,


se quedan en los filamentos de tugsteno,


y en mi mesa de luz brilla


la novia difunta de otro hombre.



Y quizá Shakespeare inunda toda


una ciudad con innumerables luces,


y el alma incandescente de Shelley


atrae a las pálidas falenas de las noches sin estrellas.



Los faroles de las calles tienen números, y quizá


el número novecientos noventa y nueve


(que brilla tan vivamente a través de un árbol


tan verde) es un viejo amigo mío.



Y cuando por encima de la llanura lívida


juegan los ganchos de los relámpagos, quizá


los tormentos de un Tamerlán, [contienen


el rugido de los tiranos desgarrados en el infierno.




La ciencia nos dice, por lo demás, que la Tierra no sólo caería en pedazos, sino que se desvanecería como un fantasma, si la Electricidad desapareciera de pronto del mundo.


Verso 347: Invertía las palabras

Uno de los ejemplos que da su padre es extraño. Estoy casi seguro de que fui yo quien, un día que hablábamos de "palabras espejo", observó (y recuerdo la expresión de estupefacción del poeta) que "loma" al revés da "malo" y "Adán", "nada". Pero también es cierto que Hazel Shade se parecía a mí en ciertos aspectos.


Versos 367-370: then-pen, again-explain

Hablando, John Shade, como buen norteamericano, rimaba "again" con "pen" y no con "explain". La posición contigua de estas rimas es curiosa.


Verso 376: poema

Creo poder adivinar (en mi caverna de montaña desprovista de libros) de qué poema se trata; pero sin verificar, no quiero nombrar al autor. De todas maneras, deploro los pérfidos ataques contra los poetas más distinguidos de nuestro tiempo.


Versos 376-377: se decía, en el curso de Literatura Inglesa, que era

En el borrador figura una variante más significativa y más armoniosa:


el Jefe de nuestra Sección estimaba


Aunque esto se pueda tomar como una referencia al hombre (quienquiera que fuese) que ocupaba ese cargo en la época en que Hazel Shade era estudiante, no se podría criticar al lector si la aplicara a Paul H. Jr., el distinguido administrador e inepto erudito que desde 1957 era jefe de la Sección Inglés del Wordsmith College. Nos veíamos de vez en cuando (véase la introducción y la nota al verso 894), pero no a menudo. El Jefe de la Sección a la que yo pertenecía era el Prof. Nattochdag, "Netochka", como llamábamos al buen hombre. Desde luego, un extranjero no tenía derecho a las migrañas que desde hace cierto tiempo me torturan hasta tal punto que una vez tuve que salir en mitad de un concierto donde me tocó estar sentado junto a Paul H. Jr. Al parecer lo tenía, y tanto. Paul H. no me quitó los ojos de encima e inmediatamente después de la muerte de John Shade, se vio circular una copia mimeograf iada de una carta que empezaba así:


Varios miembros del Departamento de inglés están dolorosamente inquietos por el destino de un poema manuscrito, o partes de un poema manuscrito, que ha dejado el dijunto John Shade. El manuscrito ha caído en manos de una persona que no sólo no está calificada para la tarea de editarlo, puesto que pertenece a otra sección, sino que se le considera un desequilibrado. Cabe preguntarse si alguna acción legal… etc.


"Acción legal", desde luego, que podría intentar también algún otro. Pero no importa; la justa cólera es mitigada por la satisfacción de saber de antemano que el caballero engagé estará menos inquieto por la suerte del poema de mi amigo después de haber leído el pasaje comentado aquí. A Southey le gustaba la rata asada para la cena, lo cual es especialmente cómico dado que las ratas devoraron a su obispo.


Verso 384: libro sobre Pope

El título de esta obra que se encuentra en la biblioteca de cualquier facultad, es Supremely Blest, frase tomada de un verso de Pope que recuerdo pero no puedo citar exactamente. El libro se ocupa sobre todo de la técnica de Pope pero contiene también sabrosas observaciones sobre "la moral estilizada de su tiempo".


Versos 385-386: Jane Dean, Pete Dean

Seudónimos transparentes de dos personas inocentes. Visité a Jane Provost en agosto, al pasar por Chicago. Todavía no se había casado. Me mostró algunas fotos divertidas de su primo Peter y sus amigos. Me dijo -y no tengo ninguna razón para no creer en sus palabras– que Peter Provost (a quien yo deseaba mucho conocer, pero que estaba, ay, vendiendo automóviles en Detroit) podía haber exagerado un poquito, pero que seguramente no mentía cuando explicaba que tenía que cumplir una promesa hecha a uno de sus más caros amigos del club, un magnífico y joven atleta cuya "corona" no será, esperemos, "más breve que la de una muchacha". Esas obligaciones no deben ser tratadas a la ligera o con desdén. Jane dijo que había intentado hablar con los Shade después de la tragedia, y que más tarde había escrito a Sybil una larga carta sin obtener nunca respuesta. Le dije, utilizando algunas expresiones vulgares, que empezaba a dominar: "¡Me lo va a contar a mí!"


Versos 403-404: Son las ocho y cuarto (y aquí el tiempo se bifurca)

A partir de aquí hasta el verso 474 se alternan dos temas sincronizados: televisión en la sala de los Shade y réplica, por así decirlo, de las acciones de Hazel (ya presagiadas) desde el momento en que Peter encontró a la desconocida con la que tenía cita (406-407) y se disculpó de haber tenido que irse apresuradamente (426-428), hasta el trayecto de Hazel en el autobús (445-447 y 457-459), para terminar en el descubrimiento del cadáver por el guardia (475-477). He empleado itálicas para el tema de Hazel.

Toda la cosa me parece demasiado trabajada y larga, especialmente si se considera que este procedimiento de sincronización ha sido utilizado hasta el hartazgo por Flaubert y por Joyce. Por lo demás, el diseño es exquisito.


Verso 408: Una mano masculina

El 10 de julio, día en que John Shade escribió esto y quizá en el minuto mismo en que empezó a utilizar la ficha treinta y tres para los versos 406-416, Gradus iba en un coche alquilado desde Ginebra a Lex donde se sabía que descansaba Odón, después de terminar su película, en la villa de un viejo amigo americano, Joseph S. Lavender (el nombre viene de "lavadero", no de "landa"). Nuestro brillante conjurado había oído decir que el tal Joe Lavender coleccionaba las fotografías de tipo artístico que en francés se llaman ombrioles. No le habían dicho exactamente qué eran y se las sacó de la cabeza como si fueran "pantallas de lámparas adornadas con paisajes". Su estúpido plan consistía en presentarse como agente de un vendedor de objetos de arte de Estrasburgo y luego, mientras bebía con Lavender y su invitado, tratar de obtener datos sobre el lugar donde podía estar el Rey. No había tenido presente el hecho de que Donald Odón, con su sentido absoluto de esas cosas, deduciría en seguida, con sólo ver la forma en que Gradus mostraba la palma vacía antes de estrechar la mano, o se inclinaba ligeramente después de cada trago y otras maneras de conducirse (que el mismo Gradus no percibía en los demás, pero que había aprendido de ellos) que, cualquiera que fuese su lugar de nacimiento, seguramente había vivido mucho tiempo en un medio zemblano de clase baja y por lo tanto era un espía o algo peor. Gradus tampoco sabía que las ombriolesque Lavender coleccionaba (y estoy seguro de que a Joe no le importará esta indiscreción) combinaban una belleza exquisita con una extrema indecencia en los temas: desnudeces confundidas entre higueras, ardores de dimensiones extraordinarias, nalgas suavemente sombreadas y también pequeños toques de encanto femenino.

Desde su hotel, en Ginebra, Gradus había tratado de hablar por teléfono con Lavender, pero le dijeron que no se podía antes de mediodía. A mediodía Gradus estaba ya en camino y volvió a telefonear, esta vez desde Montreux. Lavender había dejado un mensaje: si el Sr. Degré quería ir a la hora del té. Almorzó en un café a orillas del lago, dio un pequeño paseo, preguntó el precio de una jirafita de cristal en una tienda de souvenirs, compró un periódico, lo leyó en un banco y después se puso en camino. En las cercanías de Lex se perdió en los senderos escarpados y tortuosos. Deteniéndose debajo de una viña, en la entrada ruinosa de una casa sin terminar, tres índices de tres albañiles le señalaron el techo rojo de la villa de Lavender en lo alto de una pendiente verde, del otro lado del camino. Decidió abandonar el coche y subir los peldaños de piedra de lo que parecía un atajo fácil. Mientras subía por el camino entre paredes, con los ojos clavados en un álamo que tan pronto ocultaba el techo rojo en lo alto de la cuesta, tan pronto lo descubría, el sol encontró un punto débil en las nubes de lluvia y de pronto un agujero azul que las atravesó irregularmente se rodeó de un círculo radiante. Sintió el peso y el olor de su nuevo traje marrón comprado en una tienda de Copenhague y arrugado ya. Sofocado, consultando el reloj pulsera y abanicándose con el sombrero blando, igualmente nuevo, llegó por fin a la continuación transversal del camino serpenteante que había dejado abajo. La cruzó, pasó por un portillo, se metió en la curva de un sendero de grava y se encontró delante de la villa de Lavender. Su nombre, Libitina, estaba escrito en letras cursivas sobre una de las ventanas con barras del lado norte; las letras eran de alambre negro y los puntos de las tres íes hábilmente imitados con la cabeza alquitranada de un clavo envuelto en tiza y plantado en la fachada blanca. Este sistema y los barrotes de las ventanas de la fachada norte, Gradus los había observado ya en las villas suizas, pero su inmunidad a las alusiones clásicas le privaba del placer que hubiera sentido ante ese tributo que la macabra jovialidad de Lavender había pagado a la diosa romana de los cadáveres y las tumbas. Otra cosa atrajo su atención: desde una ventana de ángulo salían los sonidos de un piano, un tumulto de música vigorosa que por alguna razón extraña, como me diría después, le sugirió una posibilidad que no había previsto y que le hizo llevar rápidamente la mano al bolsillo del revólver como si se preparara para encontrar, no a Lavender ni a Odón, sino a ese talentoso autor de himnos, Charles el Bienamado. La música cesó cuando Gradus, confundido por la forma fantasiosa de la casa, vaciló delante de una galería de vidrios. Un anciano lacayo de verde apareció por una puerta lateral verde y lo condujo a otra entrada. Fingiendo cierta desenvoltura que una repetición laboriosa no mejoraba, Gradus le preguntó, primero en un francés mediocre, después en un inglés peor y por último en buen alemán, si había muchos huéspedes en la casa; pero el hombre se limitó a sonreír e inclinándose, lo introdujo en la sala de música. El músico había desaparecido. Una vibración de harpa aún salía del piano de cola sobre el cual descansaba un par de sandalias dé playa como al borde de un estanque de nenúfares. De un asiento bajo la ventana una mujer flaca, toda centellante de azabache, se levantó penosamente y se presentó como la gobernanta del sobrino del Sr. Lavender. Gradus mencionó su ansia por ver la sensacional colección de Lavender: esto definía muy justamente las imágenes de las escenas de amor en los vergeles, pero la gobernanta (a quien el Rey siempre había llamado, con gran placer de ella, Mademoiselle Belle en lugar de Mademoiselle Baud) se apresuró a confesar su total ignorancia de las aficiones y los tesoros de su patrón y sugirió al visitante que echara un vistazo al jardín: -Gordon le mostrará sus flores favoritas -dijo y llamó al cuarto vecino-: ¡Gordon! -Más bien de mala gana apareció un muchacho esbelto pero de aspecto robusto, de unos catorce o quince años, que el sol había teñido de un tono melocotón. Ño llevaba nada encima salvo un paño de piel de leopardo alrededor de los ríñones. El pelo muy corto era ligeramente más claro que la piel. En su encantador rostro bestial había una expresión a la vez sombría y astuta. Nuestro inquieto conjurado no registró ninguno de esos detalles y se limitó a experimentar una impresión general de indecencia. -Gordon es un prodigio musical -dijo la Srta. Baud y el muchacho hizo una mueca de desagrado-. Gordon, ¿quiere mostrarle el jardín a este señor? -El muchacho asintió, añadiendo que se pegaría un remojón si nadie tenía inconveniente. Se puso las sandalias y mostró el camino. La extraña pareja avanzó entre la luz y la sombra: el gracioso muchacho con guirnaldas de hiedra alrededor de la cintura y el lamentable asesino con su barato traje marrón y un diario doblado que le salía del bolsillo izquierdo de la chaqueta.

– Esta es la gruta -dijo Gordon-. Una vez pasé la noche aquí con un amigo. -Gradus echó una mirada indiferente al antro musgoso donde se podía percibir un colchón neumático con una mancha oscura en el nylon naranja. El muchacho pegó unos labios ávidos a un caño de agua de manantial y se secó las manos húmedas en los pantalones de baño negros. Gradus consultó su reloj. Siguieron caminando.– Todavía no ha visto nada -dijo Gordon.

Aunque la casa poseía por lo menos media docena de retretes, el Sr. Lavender en querido recuerdo de la granja de su abuelo en Delaware, había instalado uno rústico debajo del álamo más alto de su espléndido jardín, y para los invitados selectos, cuyo sentido del humor lo permitía, descolgaba de la vecindad confortable de la chimenea de la sala de billar, un almohadón en forma de corazón, muy bien bordado, que uno podía llevarse al trono.

La puerta estaba abierta, y en la superficie interna la mano de un niño había garabateado con carbón: El Rey estuvo aquí.

– Es una linda tarjeta de visita -dijo Gradus con risa forzada-. Dicho sea de paso, ¿dónde está ese rey?

– Quién sabe -dijo el muchacho golpeándose los flancos cubiertos por shorts de tenis blancos-, eso fue el año pasado. Creo que se iba a la Costa Azur, pero no estoy seguro.

El querido Gordon mentía, lo cual estaba bien de su parte. Sabía perfectamente que su gran amigo ya no estaba en Europa; pero el querido Gordon no hubiera debido referirse a esa historia de la Riviera que resultaba ser cierta y cuya mención hizo que Gradus, enterado de que la Reina Disa tenía allí un palacio, se golpeara mentalmente la frente.


    Ваша оценка произведения:

Популярные книги за неделю