Текст книги "Narrativa breve"
Автор книги: Марк Твен
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Классическая проза
,сообщить о нарушении
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—No nos queda más remedio que quedarnos en la plataforma, capitán. Tenemos que permanecer aquí quiérase o no. El gobernador quiere viajar solo, se ha empeñado en ello. Así que él tiene que ganar la partida.
Y seguidamente añadió:
—Y, ¿lo comprende usted?, estamos envenenados. Este es nuestroúltimo viaje, podéis estar completamente seguro de ello. Una fiebre tifoidea, he aquí lo que saldrá de todo esto. Por mi parte empiezo a sentir que me viene encima, ahora, ahora mismo. Sí, señor; hemos sido predestinados, tan cierto como que ha nacido usted.
Una hora después fuimos retirados de la plataforma, completamente helados e insensibles, en la estación siguiente, y yo caí inmediatamente en una fiebre virulenta, sin recobrar el conocimiento por espacio de tres semanas. Supe más tarde que pasé aquella terrible noche con una caja de inofensivos fusiles y un queso magníficamente inocente; pero cuando esto me comunicaron era ya demasiado tarde para salvarme: la imaginación había hecho su recorrido, y mi salud quedó alterada para siempre. Ni las Bermudas ni otra tierra alguna me la puede devolver jamás. Este es mi último viaje, y me voy derechito hacia casa, a morir.
El entierro de Buck Fanshaw
Buck Fanshaw's Funeral'
Alguien ha dicho que para conocer a fondo a una comunidad debe observarse el estilo de sus entierros y saber a qué clase de hombres se dedican los más lujosos.
No se podría determinar cuál era la clase de hombres que se enterraban con mayor pompa en aquella época heroica, si al distinguido flántropo o al conocido matón; posiblemente estas dos grandes capas de la sociedad honraban por igual a sus ilustres fallecidos. Por tanto, el filósofo a quien he citado habría tenido que ver dos entierros representativos en Virginia City antes de formar una idea sobre la ciudad.
Cuando Buck Fanshaw dio su último suspiro, el sentimiento de tristeza fue general. Estaba considerado como uno de nuestros más prominentes ciudadanos; tenía un lujoso saloony además «había matado a su hombre», y no por motivos particulares, sino por defender a un desconocido que se veía abrumado por el número de sus contrincantes. Estaba casado con una moza casquivana de la que hubiera podido separarse sin las formalidades de un divorcio. Tenía un alto cargo en el cuerpo de bomberos y era un verdadero Warivick en la política. Cuando falleció, un profundo dolor conmovió a toda la ciudad, pero en especial a sus más bajos estratos.
La investigación dio como resultado que Buck Fanshaw, en una crisis de delirio a causa de un pernicioso tifus, había tomado arsénico, se había disparado un tiro en el pecho, rebanado la garganta y luego se había arrojado a la calle desde la ventana del cuarto piso, rompiéndose el cuello. Después de arduas deliberaciones, el jurado, entristecido y apenado, pero sin permitir que el dolor les nublara la mente, dio el veredicto de que la muerte de Fanshaw había sido natural y «por voluntad divina». ¿Qué haría el mundo sin jurados?
Se iniciaron grandes preparativos para el entierro y los funerales. Todos los vehículos de la ciudad fueron requisados, los saloonsguardaron un respetuoso luto, la bandera de la ciudad y la del cuerpo de bomberos fueron izadas a media asta, mientras que sus miembros en pleno, luciendo uniforme de gala y con las bombas cubiertas por negros crespones, debían acompañar a la fúnebre comitiva.
Debo hacer observar que en el país de la plata todos los pueblos de la tierra estaban representados por alguno de sus aventureros, y cada uno de ellos había traído consigo la jerga especial de su país. Por consiguiente, no había idioma en el mundo más rico, enérgico y con más diversos y encontrados modos de expresión que el que se hablaba en Nevada, excepto quizás el de California en los primeros tiempos de la fiebre minera. Hasta los oradores sagrados debían decidirse a emplear jeringonza en sus sermones si querían que sus fieles les entendieran frases como «seguro que sí», «no, apuesto a que no», «los irlandeses quedan excluidos» y otras parecidas estaban siempre en labios de todos, salían a relucir inesperadamente y sin guardar la menor relación con el tema que se debatía en aquel instante.
Una vez concluida la investigación por la muerte de Buck Fanshaw, los hombres de pelo en pecho celebraron una asamblea pública; pues en esta costa del Océano Pacífico no había acontecimiento que no diera lugar a una reunión pública, con objeto de que la voz popular pudiera manifestarse. Se tomaron varios acuerdos relacionados con el entierro y quedaron nombradas varias comisiones, entre ellas una, compuesta por un solo hombre, que recibió el encargo de buscar un cura para la oración fúnebre.
Scotty Briggs, el único componente de esta comisión, fue a visitar al eclesiástico. Este era un amable y delicado mozo del este que acababa de salir del seminario y que desconocía completamente los usos y costumbres de la población minera. Cuando, años más tarde, refería las incidencias de su conversación con Scotty valía la pena escucharlo.
Scotty Briggs era un valentón de carácter resuelto y decidido, cuya indumentaria en las grandes solemnidades, como ahora que actuaba en nombre del Comité, consistía en un casco de bombero y una camisa de franela rojo escarlata; el revólver pendía de un ancho cinturón de cuero; llevaba echada al brazo su chaqueta y los bajos de sus pantalones se escondían dentro de unas altas botas de montar. No es, pues, de extrañar que su aspecto contrastara de un modo extraordinario con el del pálido y desmedrado joven teólogo. Podemos decir, de paso, que Scotty era hombre de ardiente corazón y capaz de todo con tal de ayudar a un amigo. Jamás tomó parte en una pelea si razonablemente podía mantenerse al margen y todas en las que intervenía eran motivadas por asuntos en los que él, personalmente, no tenía nada que ver, y en las que se mezclaba tan sólo para prestar mano fuerte al más débil. Hacía ya años que Buck Fanshaw y Scotty eran amigos inseparables, habiéndose ayudado lealmente en muchas peleas y aventuras. Por ejemplo, se contaba de ellos que en cierta ocasión, al ver a varios mozos forasteros enzarzados en descomunal pelea, se quitaron rápidamente la chaqueta y se lanzaron al combate poniéndose al lado de la parte más débil. Cuando después de una victoria conseguida no sin esfuerzo y desperfectos miraron a su alrededor para ver lo qué había sido de sus protegidos, se encontraron con que éstos se habían retirado bonitamente por el foro llevándose como recuerdo las chaquetas de sus protectores.
Pero volvamos a la visita de Scotty al predicador. El semblante de Scotty reflejaba profunda tristeza, a tono con las circunstancias de su fúnebre encargo. Sin más ceremonia, tomó asiento frente al reverendo, depositó su casco de bombero bajo las narices del párroco, precisamente encima del borrador de un sermón que éste estaba concluyendo de escribir, se secó el sudor de la frente con un enorme pañuelo de roja seda y lanzó un profundo suspiro a guisa de introducción apropiada al triste asunto que se le había encomendado. Se atragantó y los ojos se le humedecieron; sin embargo, se dominó con un poderoso esfuerzo de voluntad y dijo con una voz verdaderamente sepulcral:
—¿Es usted el tipo que maneja el terno evangélico?
—¿Que si yo…? Usted perdone… Temo no haberle entendido.
Scotty dejó escapar un doloroso sollozo y otro suspiro aún más profundo que el primero.
—Mire —dijo—. Nos encontramos en un apuro, y los muchachos piensan que puede aliviarnos cargar con usted. Es decir, en el caso de que yo apunte bien y esté hablando con el patrón del taller de aleluyas.
—Yo soy el pastor que tiene a su cuidado el rebaño cuyo redil está en la casa de al lado.
—¿El qué?
—El consejero espiritual de una pequeña comunidad de creyentes cuyo santuario está tocando a mi domicilio.
Scotty se rascó la cabeza, calló unos instantes y murmuró al fin:
—Me ha ganado usted, socio. No puedo ver sus cartas. Hay que correr el cubo.
—¿Cómo?… Dispénseme, pero ¿qué fue lo que dijo?
—Me parece que rumbeamos mal. No fumamos la misma pipa. Pero verá: Uno de nuestros muchachos ha echado el completo, y quisiéramos despedirlo dignamente; por eso he venido aquí, para reclutar alguien que pueda soplarnos la música adecuada.
—Mi querido amigo, cada vez comprendo menos el sentido de sus palabras. Todo lo que dice me resulta enteramente incomprensible. ¿No podría usted expresarse de un modo más sencillo? Al principio creía haber comprendido lo que deseaba, pero ahora he vuelto a caer en la oscuridad. ¿No le parece que la cosa iría mucho más rápida si usted se limitara a concretar los hechos sin dificultar su comprensión con el empleo de imágenes y alegorías?
Hubo otro largo y embarazoso silencio. Después observó Scotty:
—No puedo servir más: paso.
—¿Cómo?
—Me ha matado el juego, socio.
—No comprendo lo que usted quiere decir.
—Ese farol no lo he visto, y tengo que resignarme.
El párroco se reclinó sobre el respaldo de su silla completamente anonadado, y Scotty apoyó la cabeza en la mano con aire meditativo; sin embargo, pronto levantó de nuevo los ojos y dijo con aire desolado pero lleno de confianza:
—Ahora ya sé cómo vendérselo. Lo que necesitamos es un buen fabricante de sermones, ¿comprende?
—¿Un qué?
—Un fabricante de sermones. Un párroco.
—¿Por qué no me lo ha dicho desde el principio? Yo soy el eclesiástico… el párroco.
—¡Bravo, esto sí que es hablar bien! Me ve perdido en el túnel y se descuelga como un hombre. ¡Chóquela!
Tendió su poderosa mano por encima de la mesa y estrujó la débil y delicada del predicador con cordial y efusivo apretón.
—Ahora ya seguimos buen rumbo, socio —prosiguió—. Vamos a empezar otra vez y si desbarro algo no haga caso, porque estamos pasando un gran disgusto; verá, uno de los muchachos se ha ido al pozo.
—¿Se ha ido adónde?
—Al pozo; que ha tirado la esponja, ¿comprende?
—¿Tirado la esponja?
—Si, volcado el cubo .
—Ah, ¿quiere usted decir que se ha marchado al misterioso país del cual ningún caminante ha regresado jamás?
—¿Regresar? No, apuesto que no. El está muerto, socio.
—Sí, sí, ya comprendo.
—¿De verás? Temí que empezara a perder el rumbo otra vez. Bueno, pues él vuelve a estar muerto…
—¿Vuelve a estar muerto? ¿Acaso se había ya muerto antes alguna otra vez?
—¿Muerto antes? ¡No! ¿Cree usted que un hombre tiene tantas vidas como los gatos? Pero seguro que el pobre muchacho está completamente muerto. ¡Ojalá yo no hubiese llegado nunca a vivir este día! Un amigo mejor que Buck Fanshaw no lo hay en el mundo. Le conocía hasta de espaldas, y cuando conozco a un hombre y le aprecio, le doy hasta la cantimplora, ¿me oye? Puede echárselo al pecho que no encontrará un hombre más macho en las minas. Jamás dejó Buck Fanshaw a ningún amigo en la estacada. Pero ahora, todo ha concluido. Han podido más que él.
—¿Quiénes, pues?
—¿Quién ha de ser?… la muerte. Sí, sí, no hay más remedio, debemos renunciar a él. Es un mundo bien perverso éste en que vivimos, ¿no es verdad? Pero, socio, era todo un luchador. Debía haberle visto cuando se disparaba. Era un macho del sombrero a las botas con un cristal en el ojo. Bastaba escupirle en la cara y darle espacio, de acuerdo con su fuerza, y era estupendo ver cómo se cambiaba de piel y entraba de cabeza. Era el peor hijo de cuatrero que jamás respiró. Socio, entraba de lleno. Era en eso peor que los indios.
—¿En qué?
—Al disparar. Al aguantar. Luchando, ¿comprende? Y no tenía miramientos con… nadie. Perdóneme, amigo, por haber estado a punto de soltarle un taco, pero, verá, estoy como un potro cuando lo ensillan por primera vez. Pero hemos de conformarnos; su cuenta está saldada. Bueno, si usted quiere ayudarnos a plantarle…
—¿Debo asistir a las exequias y pronunciar la oración fúnebre?
—Exequias… sí, sí. Ese es nuestro juego. Vamos a hacerlo en grande. El en vida no era avaro, y en su entierro no debe economizarse nada en absoluto. Ataúd con incrustaciones de plata y seis banderas enlutadas sobre la carroza fúnebre; en el pescante, un negro de librea y sombrero de copa… ¿qué le parece todo esto para empezar? Y también nos ocuparemos de usted, socio. Vamos a colocarle bien. Pondremos un coche a su disposición, y si desea algo más, no tiene más que soplarlo y lo tendrá al instante. En la casa mortuoria, le prepararemos un estrado. ¡Y no tenga usted miedo! Sople bien fuerte en su trompeta, aunque no venda una escoba. Pinte a Buck tan macho como pueda, pues todo aquél que le haya conocido le dirá que era el hombre mejor de las minas; no tema exagerar. Allí donde se llevaba a cabo alguna injusticia, acudía en seguida a remediarla. Si la ciudad está tranquila y en paz, a él debe agradecerlo. Yo estaba presente cuando una vez apaleó a cuatro «greasers» en once minutos. Cuando se trataba de restablecer el orden y calmar los ánimos, no esperaba que nadie acudiera para ayudarle, sino que ponía inmediatamente manos a la obra. No quería saber nada de los católicos: su lema era: «Los irlandeses quedan excluidos», pero, sin embargo, defendió igualmente sus drechos en cierta ocasión cuando unos indeseables ordinarios quisieron hacer excavaciones mineras en el cementerio católico, y dejó aquello bien limpio. Yo lo vi con mis propios ojos.
—Su acto fue meritorio, por lo menos su intención, si no el modo cómo se llevó a cabo. ¿Tenía el difunto alguna creencia religiosa? Es decir… ¿sentía que dependía de una potencia superior a la humana y que debía conformarse con sus designios?
Nueva meditación.
—Me ha tumbado de nuevo. ¿No podría repetirme la pregunta más despacio?
—Quiero decir solamente, para expresarme con más claridad, si él estaba en relación con alguna comunidad que se mantuviera apartada de los intereses mundanos, que se dedicase al sacrificio en bien de la moralidad.
—Ha errado; pruebe por otro camino, socio.
—¿Cómo dice?
—Es usted demasiado para mí, ¿sabe? Nada más meter la izquierda me hace comer hierba. En cuanto baraja, saca triunfo; pero yo no estoy de suerte. Empecemos la partida de nuevo.
—¿Qué? ¿Empezar otra vez?
—¡Eso es!
—Bueno, pues… era él un buen hombre y…
—¡Alto!… ya estoy. No haga apuestas hasta que vea mis cartas. ¿Un buen hombre, dice usted? Socio, no hay bastantes palabras para él. Era el mejor hombre de… Si usted le hubiese conocido le habría querido igual que yo. Podía descalabrar a cualquier gandul de su tamaño en toda América. Fue él quien, en las últimas elecciones, apaciguó los disturbios antes de que empezaran, y todos dijeron que nadie más que Buck habría podido hacerlo. Se paseó con una bandera en una mano y una trompeta en la otra. Catorce hombres hubieron de ser retirados de la plaza en menos de tres minutos. Deshizo el tumulto antes de que nadie pudiera empezar la juerga. Mi amigo no suspiraba más que por la paz, y quería paz a toda costa: no toleraba los desórdenes. Socio, su muerte es una gran pérdida para la ciudad. A los muchachos les agradaría mucho si usted le hiciera la justicia de decir todo esto de Buck. Una vez, cuando los «micks» apedrearon las ventanas de la escuela dominical metodista. Buck Fanshaw, por su propia iniciativa, cerró el saloon, tomó un par de «seis tiros» y estuvo protegiendo el edificio. Decía: «Los irlandeses quedan excluidos». Y así fue. ¡Era el más macho de todas las montañas! No habría quien pudiese correr más de prisa, saltar más alto, pegar más fuerte y beber más que él en diecisiete condados. No olvide esto, socio: los muchachos le aplaudirán calurosamente. Después también puede usted decir que él jamás se sacudió a su madre.
—¿Que nunca sacudió a su madre?
—Eso, sí. Cualquiera puede decírselo.
—¿Por qué había de hacerlo? Hubiese sido horrible.
—Eso digo yo también, pero hay quien lo hace.
—¡Oh, no! ¡Nadie que tenga un átomo de honradez!
—Y sin embargo… algunos que no son tan malos como todo esto lo han hecho…
—A mi entender, todo hombre que ose levantar la mano contra su madre…
—Alto ahí, socio. Ha tirado la pelota fuera de la red. Lo que yo quise decir es que él no trató jamás de sacudirse a su madre, dejarla abandonada, ¿sabe usted? Ni mucho menos. Le había regalado una casa para que viviera un campo de cultivo y mucho dinero; siempre se preocupó de ella y se aseguró de que nada le faltara. Y cuando su madre pescó la viruela se quedó a su lado cuidándola sin dejarla día ni noche… ¡Que me condene si no es verdad! Perdone este juramento, pero salió tan de pronto que no lo pude evitar. Me ha tratado como a un caballero, socio, y no soy hombre que le ofenda intencionadamente. Es usted bueno, de verdad. Es usted todo un tipo. Me ha sido muy simpático, socio, y a todo el que opine lo contrario le voy a arrear. Le daré tal paliza, que va a creerse que es un cadáver del año pasado. ¡Venga, chóquela usted!
Estrechó otra vez efusivamente la mano al párroco, y se alejó.
El entierro se efectuó tal como los «muchachos» deseaban. Jamás se había visto en Virginia City otro igual. Todos los comercios cerraron sus puertas, los instrumentos de viento lanzaban al aire la armonía de tristes marchas, la carroza fúnebre estaba cubierta por negros crespones, las banderas a media asta. En la luctuosa comitiva figuraban nutridas formaciones de militares, bomberos, miembros de sociedades secretas en uniforme, bombas de incendio enlutadas, coches con delegaciones de las autoridades y ciudadanos ocupando toda clase de vehículos o bien a pie. Éste grandioso desfile atrajo una ingente multitud de espectadores que se agolpaban por las calles, ventanas y hasta sobre los tejados. Aun después de muchos años, cuando se quería ponderar en Virginia City el fausto y la grandiosidad de un espectáculo, se tomaba el entierro de Buck Fanshaw como punto de comparación.
Scotty Briggs marchaba detrás del féretro formando parte de la presidencia del duelo. Cuando terminó la oración fúnebre y se hubo rezado la última plegaria por el alma del difunto, dijo, en voz baja y con profunda emoción:
—Amén. Los irlandeses quedan excluidos.
Este había sido el lema favorito del difunto y Scotty lo repetía en aquel momento, probablemente para honrar la memoria de su desaparecido amigo.
En los años que siguieron se distinguió Scotty Briggs por el hecho de ser el único entre todos los matones de Virginia City que hizo gala de sentimientos cristianos, dedicándose a la enseñanza de la Religión. El hombre que por su propio impulso e innata hidalguía había tomado siempre partido en favor de los débiles para defenderlos contra sus enemigos, podía llegar a ser un magnífico miembro de la comunidad cristiana. Su conversión no disminuyó ni su valor ni su generosidad; por el contrario, les dio una dirección más inteligente al tiempo que encontraba otro amplio campo en su nueva actividad. ¿Es de extrañar que su clase dominical progresara mucho más que las otras? No lo creo. Hablaba a los cachorros de minero en un lenguaje que ellos entendían muy bien.
Un mes antes de su muerte tuve la suerte de poderle escuchar mientras explicaba a su clase la bella historia de José y sus hermanos, de memoria, sin mirar el libro. Dejo al lector que imagine él mismo la impresión que las ardientes palabras salidas de la boca del celoso maestro, en su extraña jerga, producían en los pequeños escolares, que le escuchaban con admirada atención, pendientes de sus labios, y ni él ni ellos sospechaban siquiera que la narración bíblica estaba sufriendo una interpretación que habría asombrado a José y a sus hermanos si hubieran podido oírla.
El diario de Adán y Eva
Extracts from Adam's & Eve's Diaries
I. Extractos del diario de Adán
Lunes. La criatura nueva de pelo largo es bastante entrometida. Siempre anda por ahí y me sigue. No me gusta esto; no estoy acostumbrado a la compañía. Me gustaría que se quedara con los demás animales… Nublado hoy, viento del este; creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿Nosotros?¿De dónde saqué esa palabra? Ahora recuerdo: la criatura nueva la usa.
Martes. Estuve viendo la gran cascada. Es lo mejor de la hacienda, creo. La criatura nueva la llama Cataratas del Niágara: no estoy seguro de por qué. Dice que Pa– recelas Cataratas del Niágara. Eso no es una razón, es simple imbecilidad y atolondramiento. Yo mismo no tengo la menor oportunidad de nombrar nada. La criatura nueva nombra todo lo que aparece, antes de que yo pueda protestar. Y siempre ofrece el mismo pretexto: pareceeso. Está el dodo, por ejemplo. La criatura dice que en cuanto uno le da un vistazo "parece un dodo". Sin duda el animal tendrá que quedarse con ese nombre. Me fatiga discutir sobre el asunto y tampoco sirve de nada. ¡Dodo! No se parece a un dodo más que yo.
Miércoles. Me construí un refugio contra la lluvia, pero no pude tenerlo para mí en paz. La criatura nueva se metió. Cuando traté de echarla volcó agua por los agujeros con los que mira y se la quitó con el dorso de las zarpas, e hizo un ruido como el que hacen los otros animales cuando están con pena. Me gustaría que no hablara; siempre está hablando. Esto suena como una agresión barata a la pobre criatura, un desprecio; pero no es lo que pretendo. Nunca antes oí la voz humana y cualquier sonido extraño y nuevo que se entrometa con el silencio solemne de estas soledades ensoñadas me ofende el oído y parece una nota en falso. Y este sonido nuevo es tan cercano a mí; está justo en mi hombro, justo en mi oído primero de un lado y después del otro y estoy acostumbrado sólo a sonidos que están más o menos lejos de mí.
Viernes. Poner nombres sigue sin cesar, haga lo que haga yo. Yo tenía un nombre muy bueno para la hacienda y era musical y hermoso:
Jardín del Edén.
En privado, sigo llamándolo así, pero ya no en público. La criatura nueva dice que es todo bosques y rocas y paisaje y por lo tanto no se parece a un jardín. Dice que Pa receun parque y que no se parece a nada sino a un parque. En consecuencia, sin consultarme, le ha dado un nombre:
Parque de las cataratas del Niágara.
Me parece que es algo bastante arbitrario. Y ya hay un cartel:
No pisar el césped
Mi vida ya no es lo que era.
Sábado. La criatura nueva come demasiada fruta. Lo más probable es que nos quedemos cortos. Otra vez hablando de "nosotros": esa es su palabra; también la mía, ahora, de tanto oírla. Buena cantidad de niebla, esta mañana. Yo no salgo en la niebla. La criatura nueva sí. Sale con cualquier clima y entra después con los pies embarrados. Y habla. Solía estar tan agradable y tranquilo aquí.
Domingo. Logré resistirlo. Ese día se va poniendo cada vez más difícil. Fue elegido y puesto aparte en noviembre pasado como día de descanso. Yo ya tenia seis de esos a la semana, antes. Esta mañana encontré a la criatura nueva tratando de bajar manzanas con terrones del árbol prohibido.
Lunes. La criatura nueva dice que su nombre es Eva. Me parece muy bien, no tengo objeciones. Dice que es para llamarla, cuando yo quiero que venga. Le dije que entonces era superfluo. Es evidente que la palabra hizo que me respetara más; y en realidad es una palabra grande, buena y que soportará la repetición. Me dijo que no es una criatura, es una Ella. Lo más probable es que esto sea dudoso; sin embargo para mí es lo mismo; lo que ella es no seria nada para mí si se metiera en sus asuntos y no hablara.
Martes. Ella ha sembrado la hacienda entera con nombres abominables y carteles ofensivos:
Al remolino por aquí A la Isla de la Cabra por aquí Por aquí a la Cueva de los Vientos
Ella dice que este parque seria un lindo lugar de vacaciones si existiera la costumbre. Lugar de vacaciones – otro de sus inventos: sólo palabras, sin el menor sentido. ¿Qué es un lugar de vacaciones? Pero mejor no preguntarle, le da tanta rabia explicar.
Viernes. Leha dado por rogarme que deje de ir a las Cataratas. ¿Qué hay de malo en eso? Dice que la hace temblar. Me pregunto por qué; siempre lo hice, siempre me gustó la zambullida y el fresco. Supongo que para eso se hicieron las Cataratas. No tienen otro uso que pueda ver y tienen que haber sido hechas para algo. Ella dice que sólo fueron hechas como paisaje: como el rinoceronte y el mastodonte.
Bajé las Cataratas en un barril: no fue satisfactorio para ella. Bajé en una bañera: seguía siendo insatisfactorio. Nadé por el Remolino y los Rápidos vestido con hoja de vid. Se dañó mucho. De allí vinieron quejas aburridas sobre mi extravagancia. Me siento demasiado sofocado aquí. Necesito un cambio de clima.
Sábado. Me escapé el martes por la noche y viajé dos días y me construí otro refugio en un lugar apartado y borré mis huellas lo mejor que pude, pero ella me dio caza mediante una bestia que ha domado y que llama lobo y llegó haciendo otra vez ese ruido penoso y volcando esa agua por los sitios con los que mira. Me sentí obligado a regresar con ella, pero pronto emigraré cuando se presente la ocasión. Ella se dedica a muchas cosas tontas; entre otras, a estudiar por qué los animales llamados leones y tigres viven de hierbas y flores, cuando, como dice ella, el tipo de dientes que tienen indicarían que fueron hechos para comerse entre sí. Eso es una tontería., porque hacerlo los mataría y eso introduciría lo que, según tengo entendido, se llama "muerte"; y la muerte, según me han dicho, aún no entró al Parque. Lo cual es una lástima, en algunos aspectos.
Domingo. Logré soportarlo.
Lunes. Creo que entiendo para qué es la semana: es para dar tiempo para descansar del cansancio del domingo. Me parece buena idea… Ella ha estado trepando otra vez a aquel árbol. La hice bajar. Ella dijo que nadie estaba mirando. Parece considerar eso como justificación suficiente para arriesgarse a cualquier cosa peligrosa. Se lo dije. La palabra justificación la dejó admirada y con envidia, además, pensé. Es una buena palabra.
Martes. Me dijo que estaba hecha de una costilla tomada de mi cuerpo. Esto es por lo menos dudoso, si no algo más que dudoso. No me falta ninguna costilla… Ella se hace mucho problema con el buitre; dice que la hierba no pega con él; teme no poder criarlo; piensa que está hecho para vivir de carne en descomposición. El buitre debe arreglárselas lo mejor que pueda con lo que se le ofrece. No podemos dar vuelta todo el esquema para acomodar al buitre.
Sábado. Ella se cayó a la charca ayer cuando se estaba mirando en ella, cosa que siempre hace. Casi se ahogó y dijo que era de lo más incómodo. Esto le hizo sentir pena por las criaturas que viven allí, a las que llama peces, porque sigue aplicándole nombres a las cosas que no los necesitan y que no vienen cuando las llaman con esos nombres, lo cual no tiene la menor consecuencia para ella, igual es tan cabeza hueca; así que sacó un montón de esas criaturas y las trajo anoche y las puso en mí cama para que se calentaran, pero me fijé en ellas de vez en cuando todo el día y no veo que estén más felices allí que antes, sólo inás quietas. Cuando llegue la noche las arrojaré afuera. No volveré a dorinir con ellas, porque las encuentro pegajosas y desagradables para tenderse entre ellas cuando una persona no tiene nada puesto.
Domingo. Logré soportarlo.
Martes. Ella se lleva bien con una serpiente ahora. Los otros animales se alegraron, porque siempre estaba experimentando con ellos y molestándolos; y yo me alegro porque la serpiente habla y esto me permite descansar un poco.
Viernes. Ella dice que la serpiente le aconseja probar la fruta de aquel árbol y dice que el resultado será una educación magnífica, amplia y noble. Le dije que habría también otro resultado: introduciría la muerte en el mundo. Eso fue un error: habría sido mejor guardármelo para mí; sólo logró darle una idea: ella podría salvar al buitre enfermo y darles carne fresca a los abatidos leones y tigres. Le aconsejé mantenerse lejos del árbol. Dijo que no lo haría. Preveo problemas. Emigraré.
Miércoles. He pasado un período desparejo. Anoche escapé y cabalgué toda la noche lo más rápido que pude, esperando salir del Parque y ocultarme en alguna otra región antes de que empezaran los problemas; pero no lo logré. Alrededor de una hora después de la salida del sol, estaba cabalgando a través de una llanura florecida donde miles de animales estaban pastando, dormitando o jugueteando entre si, de acuerdo con su deseo, cuando de pronto estalló una tempestad de ruidos horribles y en un instante la llanura era una conmoción frenética y cada animal estaba destruyendo al vecino. Supe lo que significaba: Eva había comido de aquel fruto y la muerte había llegado al mundo… Los tigres comieron mi caballo, sin prestar atención cuando les ordené desistir, y me habrían comido a mí si me hubiese quedado, cosa que no hice, porque me aparté a gran velocidad… Encontré este sitio, fuera del Parque y estuve bastante c& modo por unos días, pero ella me encontró. Me encontró y nombró el lugar como Tonawanda dice que pareceeso. En realidad no sentí pena porque viniera, porque por aquí hay poco para comer y ella trajo algunas de aquellas manzanas. Me sentí obligado a comerlas, tanta hambre tenía. Iba contra mis principios, pero encuentro que estos principios no tienen fuerza auténtica sino cuando uno está bien alimentado… Ella llegó cubierta de arbustos y montones de hojas y cuando le pregunté qué quería decir semejante desatino y se las arranqué y las tiré; ella soltó una risita y se ruborizó. Nunca antes había visto a alguien soltar una risita y ruborizarse y me pareció algo indecoroso e idiota. Ella dijo que pronto sabría cómo era yo mismo. Fue cierto. Hambriento como estaba, bajé la manzana a medio comer – por cierto la mejor que hubiera visto nunca, si se consideraba lo avanzado de la temporada– y me arreglé yo mismo con las ramas y hojas tiradas y después le hablé con cierta severidad y le ordené que fuera a buscar más y que no se exhibiera de ese modo. Ella lo hizo y después de esto nos arrastramos bajando hasta donde había estallado la batalla entre las bestias salvajes y recogimos algunas pieles y le hice preparar un par de trajes adecuados para las ocasiones públicas. Son incómodos, es cierto., pero elegantes y eso es lo que importa en la ropa… Descubro que ella es buena compañera. Veo que yo estaría solitario y deprimido sin ella, ahora que he perdido mi propiedad. Por otra parte, ella dice que se ha ordenado que trabajemos para vivir de ahora en adelante. Ella será útil. Yo controlaré.