Текст книги "Narrativa breve"
Автор книги: Марк Твен
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Классическая проза
,сообщить о нарушении
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Pronto resplandores amarillos y rojos brillantes se dispararon a través del humo y los nombré en un instante – llamas—y también acerté, aunque éstas eran las primerísimas llamas que había visto el mundo. Treparon a los árboles, refulgieron espléndidas entrando y saliendo en el volumen enorme y creciente del humo tropezante, ¡y tuve que aplaudir, y reír y bailar en mi embeleso, porque era tan nuevo y tan extraño y tan maravilloso y tan bello!
Él llegó corriendo y se detuvo y miró y durante muchos minutos no dijo una palabra. Después me preguntó qué era. Ah, fue muy malo que hiciera una pregunta tan directa. Tenía que contestarla, desde luego, y lo hice. Dije que era fuego. Si le molestó que yo lo supiera y él tuviera que contestar, no fue culpa mía; no deseaba irritarlo. Después de una pausa preguntó:
—¿Cómo llegó?
Otra pregunta directa y también tuvo una respuesta directa.
—Yo lo hice.
El fuego estaba viajando cada vez más lejos. El hombre se acercó al borde del lugar quemado y se quedó mirando hacia abajo y dijo:
—¿Qué son éstas?
—Brasas.
Alzó una para examinarla, pero cambió de idea y la volvió a dejar. Después se fue. Nadale interesa.
Pero estaba interesado. Había cenizas, grises y blandas y delicadas y hermosas: supe qué eran de inmediato. Y los rescoldos; yo conocía los rescoldos, también. Encontré mis manzanas y las arranqué y me sentí alegre; porque soy muy joven y mi apetito es activo. Pero quedé desilusionada; estaban todas abiertas y arruinadas. Arruinadas aparentemente; pero no era así ; eran mejores que las crudas. El fuego es hermoso; algún día será útil, creo.
Viernes. Volví a verlo, por un momento, el lunes pasado al caer la noche, pero sólo por un momento. Esperaba que él me halagara por tratar de mejorar la hacienda, porque yo había querido lo mejor y había trabajado duro. Pero no estaba complacido y se dio vuelta y me dejó. También estaba descontento por otra cosa: traté una vez más de convencerlo de que dejara de arrojarse por las Cataratas. Era porque el fuego me había revelado una pasión nueva —muy nueva y distinta por entero del amor, la pena y esas otras que ya había descubierto: el miedo. ¡Y es horrible! Me gustaría no haberlo descubierto nunca; me da momentos oscuros, arruina mifelicidad, me hace estremecer ytemblar y tiritar. Pero no pude convencerlo, porque él no ha descubierto aún el miedo, así que no puede comprenderme.
Extracto del diario de Adán
Tal vez debiera recordar que ella es muy joven, una simple muchacha, y tenerlo en cuenta. Ella es toda interés, ansiedad, vivacidad, el mundo para ella es un encantamiento, una maravilla un misterio, una alegría; no puede hablar con deleite cuando encuentra una flor nueva, debe cuidarla y acariciarla y olerla y hablarle, y volcarle encima nombres cariñosos. Y es loca por los colores: rocas marrones, arena amarilla, musgo gris, follaje verde, cielo azul; la perla del amanecer, las sombras púrpuras sobre las montañas, las islas doradas que flotan en mares escarlatas al atardecer, la ¡una pálida navegando el bastidor de nubes astillado, las joyas estrelladas que refulgen en los baldíos del espacio: ninguno de ellos tiene algún valor practico, por lo que puedo ver, pero debido a que tienen color y majestuosidad, eso basta Para ella y pierde ja cabeza por ellos. Si pudiera tranquilizarse y quedarse quieta un par de minutos seguidos, seria un espectáculo que daría reposo. En ese caso creo que podría disfrutar mirándola; en realidad estoy seguro de que podría, porque estoy empezando a darme cuenta de que es una criatura notablemente gentil flexible, esbelta, delgada, redondeada, bien formada, ágil, grácil; y una vez cuando estaba de pie, blanca como el mármol y bañada por el sol sobre un peñasco, con ja cabeza joven echada atrás y la mano haciéndose sombra sobre los ojos, contemplando el vuelo de un pájaro en el cielo, reconocí que era hermosa.
Lunes a mediodía. Si hay algo en el planeta en lo que ella no esta interesada no figura en mi lista. Hay animales a los que soy indiferente, pero no pasa lo mismo con ella. No discrimina, los acepta a todos, piensa que todos son tesoros, cada uno nuevo que aparece es bienvenido.
Cuando el poderoso brontosaurio llegó pisando fuerte al campamento, ella lo miró como una adquisición; yo lo consideré una calamidad; ese es un buen ejemplo de la falta de armonía que impera en el modo en que vemos las cosas. Ella quería domesticarlo, yo quería obsequiarle el terreno hogareño y mudarnos. Ella creía que podía ser domado con un buen trato y que seria un buen animal doméstico: le dije que un animal doméstico de seis metros y medio de alto y veinticinco metros de largo no era el objeto mas correcto para tener en casa, porque, incluso con las mejores intenciones y sin querer hacer ningún daño, podía sentarse sobre la casa y aplastarla porque cualquiera podía ver por su mirada que era un animal distraído.
Aun así, puso el corazón en quedarse con el monstruo y no podio ceder. Pensó que podía empezar un tambo con él y quería que yo la ayudara a ordeñarlo; pero no quise; era demasiado riesgo. No tenia el sexo adecuado y de todos modos no teníamos escalera. Diez o doce metros de su cola descansaban sobre el suelo, como un árbol caído, y ella pensó que podio treparse, pero estaba equivocada; cuando llegó a la parte empinada estaba demasiado resbaladiza y cayó), se habría lastimado de no ser por mi.
¿Estaba satisfecha ahora? No. Nada la satisface nunca sino la demostración; las teorías no puestas a prueba no son lo de ella y no las quiere. Es el mejor espíritu, lo reconozco; me atrae, siento la influencia de el; creo que si estuviera más con ella lo tomarla yo mismo. Bueno, a ella le queda una teoría sobre este coloso: creyó que si podía domarlo y ponerlo amistoso podríamos hacerlo parar en el río y usarlo de puente. Resultó que ya estaba bastante domado – al menos hasta donde le importaba a ella así que probó su teoría, pero fracasó: cada vez que lo lenta colocado del modo correcto en el río y volvía a la costa para cruzar sobre él, él se movía y la seguía como una montaña doméstica. Como los demás animales. Todos hacen eso.
Viernes. Martes… miércoles… jueves… y hoy.. todo sin verlo. Es mucho tiempo para estar sola; aun así, es mejor estar sola que no ser bienvenida.
Teníaque tener compañía – fui hecha para eso, creo– así que hice amistad con los animales. Son encantadores y tienen la mejor predisposición y las costumbres más corteses; nunca parecen amargados, nunca te dejan sentir que estás entrometiéndote, te sonríen y agitan la cola, si tienen una, y siempre están dispuestos a juguetear o ir de excursión o cualquier cosa que quieras proponer. Creo que son perfectos caballeros. Todos estos días hemos pasado momentos tan buenos y no me he sentido sola, nunca. ¡Sola! No, diría que no. Caramba, siempre hay un enjambre de ellos rodeándome —a veces cubren hasta cuatro o cinco acres —, es imposible contarlos; y cuando te paras sobre una roca en el medio y miras sobre la extensión de pieles es algo tan moteado y salpicado y alegre de color y resplandores juguetones y relámpagos de sol y tan rizado de rayas que podrías pensar que es un lago, sólo que sabes que no lo es; y hay tormentas de pájaros sociables y huracanes de alas que giran; y cuando el sol golpea toda esa conmoción plumosa, surge de todos los colores en que puedas pensar una luz ardiente, que basta para encandilarte los ojos.
Hicimos largas excursiones y he visto buena parte del mundo; casi todo, creo; y así soy el primer viajero y el único. Cuando estamos en marcha, es un espectáculo imponente: no hay nada semejante en ninguna parte. Por comodidad cabalgo un tigre o un leopardo, porque es suave y tiene una espalda redonda que me cae bien y porque son animales tan hermosos; pero para las distancias largas o para ver el paisaje cabalgo el elefante. Me alza con la trompa, pero puedo bajarme sola; cuando estamos listos para acampar, se sienta y me deslizo hacia abajo por su espalda.
Los pájaros y los animales son todos amistosos entre sí y no hay disputas acerca de nada. Todos hablan y todos me hablan, pero debe de ser un idioma extranjero, porque no puedo distinguir una palabra de lo que dicen; sin embargo, ellos con frecuencia me entienden cuando les contesto, en especial el perro y el elefante. Eso me avergüenza. Muestra que son más brillantes que yo y por lo tanto mis superiores. Eso me irrita, porque yo quiero ser el Experimento principal y pretendo serlo, además.
Ahora he aprendido una cantidad de cosas y soy educada, pero no era así al principio. Al principio era ignorante. Al principio solía fastidiarme porque, a pesar de toda mi vigilancia, nunca era lo bastante astuta como para estar allí cuando el agua corría colina arriba; pero ahora no me importa. He experimentado y experimentado hasta ahora y sé que nunca corre colina arriba, salvo en la oscuridad. Sé que lo hace en la oscuridad, porque la charca nunca se seca, cosa que haría, desde luego, si el agua no volviera por la noche. Es mejor probar las cosas mediante el experimento real; entonces sabes; mientras que si dependes de adivinar y suponer y conjeturar, nunca llegarás a estar educado.
Hay cosas que no puedesaveriguar; pero nunca averiguarás que no puedes adivinando y suponiendo: no, tienes que ser paciente y seguir experimentando hasta que descubres que no puedes averiguarlo. Y es delicioso saberlo de ese modo; hace tan interesante el mundo. Si no hubiera nada que averiguar, sería aburrido. Incluso tratar de averiguar y no averiguar es tan interesante como tratar de averiguar y averiguar y no sé más que eso. El secreto del agua era un tesoro hasta que lotuve; entonces toda la excitación se fue y reconocí un sentimiento de pérdida.
Por el experimento sé que la madera flota y las hojas secas y las plumas y muchas otras cosas; en consecuencia mediante toda esa evidencia acumulativa sabes que una roca flotará; pero tienes que conformarte con sólo saberlo, porque no hay modo de probarlo: hasta ahora. Pero encontraré un modo… entonces esaexcitación se irá. Ese tipo de cosas me ponen triste; porque pronto, cuando haya descubierto todo no habrá más excitaciones, ¡y me gustan tanto las excitaciones! La otra noche no podía dormir pensando en eso.
Al principio no podía distinguir para qué servía yo, pero ahora creo que era para averiguar los secretos de este mundo maravilloso y ser feliz y agradecer al Dador de todo por inventarío. Creo que todavía hay muchas cosas por aprender: eso espero; y si economizo y no me apresuro demasiado creo que durará semanas y semanas. Eso espero. Cuando arrojas una pluma hacia arriba deriva en el aire y desaparece de la vista; después arrojas un terrón y no lo hace. Baja, todas las veces. Lo he probado y probado y siempre es así. Me pregunto por qué es. Por supuesto que no baja, ¿pero por qué parece hacerlo? Supongo que es una ilusión óptica. Quiero decir, una de ellas lo es. No sé cuál. Puede ser la pluma, puede ser el terrón; no puedo probar cuál es, sólo puedo demostrar que una u otra es un fraude y dejar que una persona decida.
Observando, sé que las estrellas no van a durar. He visto algunas de las mejores fundirse y bajar por el cielo. Si una puede derretirse, pueden derretirse todas; si todas pueden derretirse, pueden derretirse ~ la misma n<> che. Esa pena llegará: lo sé. Pienso sentarme todas las noches y mirarlas todo lo que pueda mantenerme despierta; y dejaré impresos esos campos centelleantes en mi memoria, para que pronto, cuando sean llevados, pueda devolver con mi fantasía esas miríadas encantadoras al cielo negro y hacerlas refulgir otra vez y duplicarlas con la humedad de mis ojos.
Después de la caída
Cuando miro atrás. el Jardín es un sueño para mí. Era hermoso, abrumadoramente hermoso, encantadoramente hermoso; y ahora está perdido y no volveré a verlo.
El Jardín está perdido, pero yo lo encontré a él y estoy contenta. Él me ama tanto como puede; yo lo amo con todo el vigor de mi naturaleza apasionada y esto, creo, corresponde a mi juventud y mi sexo. Si me pregunto por qué lo amo, descubro que no lo sé y no me importa realmente mucho saberlo; así que supongo que este tipo de amor no es producto de! razonamiento y las estadísticas, como el amor por otros reptiles y animales. Creo que esto debe ser así. Amo ciertos pájaros por cómo cantan; pero no amo a Adán por cómo canta: no, no es eso; cuanto más canta más lejos me siento de estar reconciliada con su canto. Sin embargo, le pido que cante, porque deseo aprender a gustar de todo lo que le interese. Estoy segura de que puedo aprender, porque al principio no podía soportarlo, pero ahora puedo. Agria la leche, pero no importa; puedo acostumbrarme a ese tipo de leche.
No es por su brillantez que lo amo: no, no es eso. No hay que culparlo por su brillantez, tal como es, porque él no se hizo a si mismo; es como Dios lo hizo y eso basta. Había un propósito sabio en ello, esolo sé. Con el tiempo se desarrollará, aunque creo que no será brusco; y, además, no hay apuro; él está bastante bien como es.
No es por sus modales graciosos y considerados y por su delicadeza que lo amo. No, tiene fallas en ese sentido, pero está bastante bien así y va mejorando.
No es por su industriosidad que lo amo: no, no es eso. Creo que la lleva en él y no sé por qué me la oculta. Es mi único dolor. Por lo demás es franco y abierto conmigo, ahora. Estoy segura de que no me oculta nada sino esto. Me apena que deba tener un secreto para conmigo y a veces me arruina el sueño pensar en eso, pero lo sacaré de mi mente; no me preocupará mi felicidad, que por lo demás es plena, casi desbordante.
No es por su educación que lo amo: no, no es eso. Es autodidacta y realmente sabe muchas cosas, pero no son esas.
No es por su caballerosidad que lo amo: no, no es eso. Él me lo dijo, pero no lo culpo; es una peculiaridad del sexo, creo, y él no hizo su sexo. Por supuesto, no se lo habría dicho, habría muerto antes; pero esa es también una peculiaridad del sexo y no me jacto de ella, porque yo no hice mi sexo.
¿Entonces por qué es que lo amo? Sencillamente porque es masculino, creo.
En el fondo es bueno y lo amo por eso, pero podría amarlo sin eso. Si me golpeara y abusara de mí, tendría que seguir amándolo. lo sé. Es una cuestión de sexo, creo.
Es fuerte y apuesto y lo amo por eso y lo admiro y estoy orgullosa de él, pero podría amarlo sin esas cualidades. Si fuera sencillo, lo amaría; si fuera un desastre, debería amarlo; y trabajaría para él y me esclavizaría por él y rezaría por él y estaría junto a su lecho hasta que me muera.
Sí, creo que lo amo simplemente porque es míoy es masculino. No hay otro motivo, supongo. Así que creo que es como dije al principio: que este tipo de amor no es producto del razonamiento y la estadística. Sólo llega– nadie sabe de dónde– y no puede explicarse a sí mismo. Y no necesita hacerlo.
Es lo que pienso. Pero soy sólo una muchacha y la primera que examina este asunto y puede resultar que en mi ignorancia y falta de experiencia no lo haya comprendido bien.
Cuarenta años después
Es mi plegaria, es mi anhelo, que podamos irnos de esta vida juntos: un anhelo que nunca desaparecerá de la tierra, sino que tendrá sitio en el corazón de cada esposa que ame, hasta el fin de los tiempos; y será bautizado con mi nombre.
Pero si uno de nosotros tiene que irse antes, es mi plegaria que sea yo; por que él es fuerte, yo soy débil, no soy tan necesaria para él como él lo es para mí: la vida sin él no sería vida; ¿cómo podría soportarla? Esta plegaria es también inmortal y no dejará de ser ofrecida mientras mi raza continúe. Soy la primera esposa; y en la última esposa me veré repetida.
En la tumba le Eva
Adán: Dondequiera estaba ella, allí estaba el Edén.
( 1893-l905)
Noé y el inspector [2]
Noah and the Inspector
Nadie podrá negar que son muy notables los progresos realizados en el arte de la construcción naval desde los tiempos en que Noé puso a flote su arca. Las leyes de la navegación acaso no existían o no eran aplicadas en todo su rigor literal. Actualmente las tenemos tan sabiamente combinadas que a la vista parecen papel de música. El pobre patriarca no podría hacer hoy lo que tan fácil le fue hacer entonces, pues la experiencia, maestra de la vida, nos ha enseñado que es necesario preocuparse por la seguridad de las personas dispuestas a cruzar los mares. Si Noé quisiera salir del puerto de Bremen, las autoridades le negarían el permiso correspondiente. Los inspectores pondrían toda clase de reparos a su embarcación. Ya sabemos lo que es Alemania. ¿Imagináis en todos sus pormenores el diálogo entre el patriarca naval y las autoridades? Llega el inspector, vestido irreprochablemente con su vistoso uniforme militar, y todos se sienten sobrecogidos de respeto a la vista de la majestad que brilla en su persona. Es un perfecto caballero, de una finura exquisita, pero tan inmutable como la propia estrella polar, siempre que se trata del cumplimiento de sus deberes oficiales.
Comenzaría por preguntarle a Noé el nombre de la población de su nacimiento, su edad, la religión o secta a que perteneciera, la cantidad de sus rentas o beneficios, su profesión o ejercicio habitual, su posición en la escala social, el número de sus esposas, de sus hijos y de sus criados, y el sexo y edad de hijos y criados. Si el patriarca no estuviera provisto de pasaporte, se lo obligaría a recabar todos los papeles necesarios. Hecho esto —antes no—, el inspector visitaría el arca…
—¿Longitud?
—Doscientos metros.
—¿Altura de la línea de flotación?
—Veintidós metros.
—¿Longitud de los baos?
—Dieciocho a veinte.
—¿Material de construcción?
—Madera.
—¿Se puede especificar?
—Cedro y acacia.
—¿Pintura y barniz?
—Alquitrán por dentro y por fuera.
—¿Pasajeros?
—Ocho.
—¿Sexo?
—Cuatro hombres y cuatro mujeres.
—¿Edad?
—La más joven tiene cien años.
—¿Y el jefe de la expedición?
—Seiscientos.
—Por lo que veo, va usted a Chicago. Hará usted negocio en la Exposición. Ahora dígame el nombre del médico de a bordo.
—No llevamos médico.
—Hay que llevar médico, y también un empresario de pompas fúnebres. Son requisitos indispensables. Personas de cierta edad no pueden aventurarse en un viaje como éste sin grandes precauciones. ¿Tripulantes?
—Las ocho personas mencionadas.
—¿Las mismas ocho personas?
—Sí, señor.
—¿Contando las mujeres?
—Sí, señor.
—¿Han prestado ya sus servicios en la marina mercante?
—No, señor.
—¿Y los hombres?
—Tampoco.
—¿Quién de ustedes ha navegado?
—Ninguno.
—¿Qué han sido ustedes?
—Agricultores y ganaderos.
—Como el buque no es de vapor, necesita por lo menos una tripulación de 800 hombres. Hay que procurárselos a toda costa. Es necesario tener también cuatro segundos y nueve cocineros. ¿Quién es el capitán?
—Servidor de usted.
—Se necesita un capitán. Y se necesita por lo menos una camarera, y ocho enfermeras para los ocho ancianos. ¿Quién ha hecho el proyecto y especificaciones del buque?
—Yo.
—¿Es su primer ensayo?
—Sí, señor.
—Ya lo suponía. ¿Qué cargamento lleva usted?
—Anímales.
—¿De qué especie?
—De todas.
—¿Son animales domésticos?
—Casi todos son animales en estado salvaje.
—¿Exóticos o del país?
—Principalmente exóticos.
—Enumere usted alguno de los animales más notables que se propone llevar en su viaje.
—Megaterios, elefantes, rinocerontes, leones, tigres, lobos, serpientes; en una palabra, llevo animales de todos los climas. Una pareja de cada especie.
—¿Las jaulas están sólidamente construidas?
—No hay jaulas.
—Necesita usted proveerse de jaulas de hierro. ¿Quién es el encargado de dar alimentos y agua a las fieras?
—Nosotros.
—¿Los ocho ancianos?
—Sí, señor.
—Es peligroso para las fieras, y sobre todo para los ancianos. Se necesita tener empleados competentes, de mucha fuerza y habituados a este trabajo. ¿Número de animales?
—Grandes, siete mil. Contados todos, grandes, medianos y pequeños… noventa y ocho mil.
—Necesita usted mil doscientos empleados. ¿Qué métodos de ventilación ha adoptado usted? Y diga antes, ¿cuántas ventanas y puertas tiene la embarcación?
—Dos ventanas.
—¿En dónde están?
—Junto al alero.
—¿Y un túnel de doscientos metros cuenta sólo con dos respiraderos? ¡Imposible permitir esto! Hay que abrir ventanas y hay que instalar el alumbrado eléctrico. No se puede permitir la salida sin que esta embarcación lleve por lo menos una docena de luces de arco y mil quinientas lámparas incandescentes. ¿Número de bombas?
—No tenemos bombas.
—Debe usted comprar bombas. ¿De dónde se procura usted el agua para las personas y para los animales?
—Bajamos cubos por las ventanas.
—Eso no se puede aceptar. ¿Fuerza motriz?
—¿Fuerza… qué?
—Fuerza motriz. Ponga usted atención: ¿cómo echa usted a andar el barco?
—Yo no empleo fuerza. Anda solo.
—Necesita usted, o bien velas, o bien vapor. ¿Timón?
—No hay timón.
—¿Cómo gobierna usted la embarcación?
—No la gobernamos.
—Necesita usted instalar todo lo relativo al timón. ¿Anclas?
—No las tenernos.
—Seis por lo menos. Si no lleva usted seis anclas, no se le permitirá zarpar. ¿Lanchas de salvamento?
—No hay.
—Anote usted veinticinco. ¿Salvavidas?
—Tampoco.
—Anote usted dos mil. ¿Cuánto tiempo va a durar la travesía?
—Un año más o menos.
—Me parece larga. Con todo, llegará usted a tiempo para la Exposición. ¿Qué lámina ha empleado usted para el casco?
—No hay láminas.
—Pero, hombre de Dios, la bruma va a taladrar el barco, y antes de un mes no será barco sino criba. Está usted irremediablemente destinado a habitar los profundos abismos del océano: Si no se pone un buen refuerzo metálico, no saldrá usted. Y olvidaba hacerle a usted una advertencia. Chicago está en el interior del continente, y este buque no puede llegar hasta allá.
—¿Chicago? ¿Pero qué es eso de Chicago? Yo no voy a Chicago.
—¿De veras? Pero entonces no comprendo el objeto de llevar tantos animales a bordo.
—Son animales de reproducción.
—¿No son suficientes los que hay en el mundo?
—Lo son para el estado actual de la civilización; pero como los otros animales van a ser ahogados por el diluvio, éstos servirán para asegurar la perpetuación de sus especies.
—¿Diluvio dice usted?
—Sí, señor. Un diluvio.
—¿Tiene usted la seguridad?
—Absoluta. Lloverá durante cuarenta días con sus noches.
—¿Y eso lo tiene a usted preocupado? Aquí llueve hasta ochenta días con sus noches.
—Pero no se trata de una lluvia de ésas. La que va a venir cubrirá las cimas de las más altas montañas y desaparecerá la superficie de la Tierra.
—Si así es, y le hago a usted una advertencia oficiosa, no queda a su elección el vapor o la vela: tiene usted que proveerse de máquinas de vapor, pues no podrá usted llevar agua para once o doce meses. Además necesita usted una potente destiladora.
—Ya digo que echaré cubos por las dos ventanas.
—¡Vaya una simpleza! Antes de que el diluvio haya cubierto las más altas montañas, toda el agua dulce estará hecha una salmuera por efecto del agua del mar. Necesitará usted una máquina de valor para destilar el agua. Veo, en efecto, que es el primer paso que da usted en el arte de la construcción naval.
—Es verdad; no había hecho estudios especiales, y he procedido sin conocimiento de las nociones respectivas.
—Considerando las cosas desde ese punto de vista especial, me parece muy notable la obra de usted. Yo juraría que jamás se ha botado al agua una embarcación de carácter tan extraordinario.
—Agradezco mucho los elogios con que usted se sirve favorecerme. El recuerdo de su visita será imperecedero. Mil gracias, mil gracias. Adiós, señor.
¡Inútil es que digas adiós, viejo y venerable patriarca! Bajo el exterior afectuoso y cortés de ese inspector alemán, se oculta una voluntad de hierro. Yo te juro, viejo y venerable patriarca, que el inspector no autorizará tu partida.
El pobre novio de Aurelia
Aurelia's Unfortunate Young Man
Los detalles del caso de que ahora voy a daros cuenta llegaron a conocimiento mío a través de la carta de una muchacha que vive en la hermosa ciudad de San José, una muchacha que me es completamente desconocida y que firma sencillamente Aurelia María, usando tal vez un nombre que no es el suyo.
Pero dejemos a un lado todo esto y vayamos al grano: esa pobre chica tiene casi deshecho el corazón a causa de las desgracias que ha tenido que padecer, y se halla en una indecisión tan grande ante los consejos opuestos de amigos despistados y enemigos astutos, que no sabe ahora qué camino seguir para desenredarse de la red de problemas en que parece casi irreparablemente envuelta. En su tribulación, se dirige a mí en busca de apoyo y me pide que la oriente y aconseje, con una dramática elocuencia capaz de derretirle el corazón a una estatua. Oíd su triste historia.
Dice Aurelia María que, cuando tenía dieciséis años, conoció y amó, con todo el afecto de su carácter sano y apasionado, a un muchacho de Nueva Jersey llamado Williamson Breckinridge Caruthers, más o menos seis años mayor que ella. Así que se hicieron novios, con el espontáneo consentimiento de todas sus amistades y parentelas, y durante cierto tiempo pareció que su vida estaba llamada a singularizarse por una inmunidad contra la mala suerte que sobrepasaba el cupo de que habitualmente disponen las personas.
Finalmente, cambió la estrella de su buena racha. El joven Caruthers contrajo unas viruelas de la peor especie, y, cuando la enfermedad lo dejó, tenía la cara llena de hoyos, como un molde para flan, y su atractivo personal se había esfumado para siempre.
Aurelia pensó durante el primer momento en romper su compromiso, pero, compadecida de su desventurado novio, optó solamente por retrasar una temporada la fecha de la boda y ponerlo a prueba.
La víspera misma de la ceremonia y extasiado en la contemplación de un globo, Breckinridge se cayó a un pozo, se quebró una pierna malamente y tuvieron que cortársela por encima de la rodilla. Otra vez su Aurelia sintió deseos de romper el compromiso y ahora del todo, pero otra vez triunfó el amor. Hubo un nuevo aplazamiento de la boda y, con él, una nueva oportunidad a Breckinridge para que se rehiciera.
Mas de nuevo sorprendió la desdicha al desgraciado galán. Una desdicha de doble sello patriótico e industrial, ya que el prematuro disparo de un cañón que conmemoraba el 4 de Julio le hizo perder un brazo, y tres meses más tarde una cardadora mecánica le arrancaba el otro. El corazón de Aurelia María quedó casi triturado a causa de estas últimas calamidades. La entristecía hondamente ver cómo iba perdiendo a su amado a pedacitos, y dándose cuenta, como se la daba, de que él no podría resistir indefinidamente tan galopante proceso de reducción, aunque no sabía cómo detener su espantable carrera. En su acongojante desesperación, la chica, como los corredores de Bolsa que por esperar pierden, casi llegó a arrepentirse de no haberse adueñado de su Breckinridge al principio, antes de que hubiera sufrido tan alarmantes depreciaciones. Pero, así y todo, su animoso corazón la sostuvo y decidió aguantar un poco más las antinaturales tendencias del ser amado.
Nuevamente se aproximó el día de la boda y nuevamente fue ensombrecido por un vistoso contratiempo: Caruthers cayó con la erisipela y perdió enterito uno de sus ojos. Entonces, los amigos y los parientes de la novia, decidiendo que la muchacha ya había tolerado más de lo que razonablemente se podía esperar de ella, insistieron ahora en que se deshicieran para siempre el compromiso y el noviazgo. Sin embargo, y al cabo de unas breves dudas, Aurelita, con la generosidad que la caracterizaba, declaró que lo había pensado muy bien y que no hallaba muestras de que pudiera culparse a Breckinridge de nada.
De manera que fue aplazada una vez más la fecha de la boda, y que poco después el novio se rompió la otra pierna.
Fue realmente un día muy duro para la pobre muchacha aquel en que presenció cómo los cirujanos se llevaban el saco cuyo uso ya conocía por experiencia previa, y en que se le reveló la triste verdad de que una porción más de su amado acababa de marcharse para siempre. Sintió que el campo de sus amores se iba reduciendo de día en día. Pero, una vez más, se mostró enérgica con sus parientes y renovó su compromiso.
Muy poco antes del nuevo día fijado para el casorio, sucedió otro desastre. Todos recordaremos que, el año pasado, los indios bravos del río Owens no arrancaron la cabellera más que a un hombre; pues bien, ese hombre era Williamson Breckinridge Caruthers, natural de Nueva Jersey. Se dirigía presurosamente a su casa, llevando la felicidad en el pecho, cuando perdió el pelo para siempre: hora de verdadera amargura en la que casi maldijo la equivocada compasión que había respetado su cabeza.
Aurelia María, por fin, se encuentra seriamente perpleja sobre lo que ha de hacer. Ama todavía a su Breckinridge —me escribe– con auténtica ternura femenina; ama lo que aún queda de él. Pero sus padres se oponen rotundamente a la boda porque el fragmento carece de bienes y está incapacitado para el trabajo, y porque ella no cuenta con los suficientes medios como para sostenerse ambos con decoro.
«¿Y ahora qué hago?», me pregunta con afligida ansia.
Sé que se trata de un asunto delicado, de un asunto que decide para toda su vida la felicidad de una mujer y la de casi las dos terceras partes de un hombre. Me doy cuenta, pues, de que hacer algo más que una simple sugerencia sobre el asunto, significaría tomar demasiada responsabilidad en el caso.
¿Y si se proveyese al hombre de cuanto le falta? Si Aurelia puede pagárselos, que proporcione a su mutilado amante brazos de madera, piernas de madera, un ojo de cristal y una buena peluca, y que lo ponga a prueba nuevamente, ¿no?
«Dele usted otros noventa días, ni uno más, y si no se desnuca en ese plazo, cásese con él y corra ese riesgo. No me parece, Aurelia, que de todos modos sea demasiado riesgo, ya que si él se obstina en su curiosa propensión a averiarse cada vez que encuentra manera de hacerlo, su próximo experimento deberá estar destinado a acabar con él del todo, y entonces, casada o soltera, quedará usted libre. Si al ocurrir eso ya estuviera usted casada, las piernas y brazos de madera y otros artículos análogos que de valor posea, han de pasar a la viuda, así que, como puede comprobar, no se expone a perder más que la querida fracción de un noble pero desdichadísimo esposo, que luchó honradamente por portarse como está mandado pero cuyos extraordinarios instintos estaban en su contra. Inténtelo, Aurelia María. He pensado mucho y detenidamente sobre el asunto y creo que es lo único que puede usted hacer. Verdaderamente, hubiera sido una feliz idea, por parte de Breckinridge Caruthers, empezar por el cuello y haberse desnucado de entrada. Pero, ya que le ha parecido más adecuado escoger una política distinta y prolongarse durante el mayor tiempo posible, no creo que debamos reprochárselo, si eso le divierte. Hagamos lo que podamos, dadas las circunstancias, y procuremos no impacientarnos con él.»