Текст книги "Narrativa breve"
Автор книги: Марк Твен
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Классическая проза
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Cartas de la Tierra
Letters from the Earth
El Creador estaba sentado sobre el trono, pensando. Detrás de Él, se extendía el continente ilimitable, del cielo, impregnado de un resplandor de luz y colores; ante Él se elevaba la noche del Espacio, como un muro. Su poderoso volumen se erguía, tosco y semejante a una montaña, en el cenit, y Su cabeza divina refulgía allí como un sol distante. A Sus pies habla tres figuras Colosales, disminuidas casi hasta desaparecer, por el contraste – los arcángeles -, con la cabeza al nivel de Sus tobillos.
Cuando el Creador hubo terminado de pensar, dijo: "He pensado. ¡Contemplad!"
Levantó la mano, y de ella brotó un chorro de fuego, un millón de soles estupendos, que rasgaron las tinieblas y se elevaron más y más y más lejos, disminuyendo en magnitud e intensidad al traspasar las remotas fronteras del Espacio, hasta que al fin no fueron sino como puntos de diamantes que despedían luces bajo el vasto techo cóncavo del universo.
Al cabo de una hora fue despedido el Gran Consejo.
Los miembros se retiraron de la Presencia impresionados y cavilosos, y se dirigieron a un lugar privado donde pudieran hablar con libertad. Ninguno de los tres parecía querer comenzar, aunque todos querían que alguien lo hiciera. Cada uno ardía en deseos de discutir el gran acontecimiento, pero prefería no comprometerse hasta saber Cómo lo consideraban los otros. Así que hubo una conversación vaga y llena de pausas sobre asuntos sin importancia, que se arrastró tediosamente, sin llegar a ninguna parte, hasta que por fin el arcángel Satanás se armó de valor – del que tenía una buena provisión– y abrió el fuego. Dijo "Todos sabemos de qué tenemos que hablar aquí, caballeros, y ya podemos dejar los fingimientos, y comenzar. Si esta es la opinión del Consejo…"
"¡Lo es, lo es!" dijeron Gabriel y Miguel, interrumpiendo agradecidos.
"Muy bien, entonces, adelante. Hemos sido testigos de algo maravilloso; en cuanto a eso, estamos necesariamente de acuerdo. En cuanto a su valor -si es que lo tiene– es cosa que no nos concierne personalmente. Podemos tener tantas opiniones sobre ello como nos parezca, y ése es nuestro límite. No tenemos voto. Yo pienso que el Espacio estaba bien como estaba, y que era útil, también. Frío y tinieblas: un lugar tranquilo, de vez en cuando, después de una temporada en los agotadores esplendores y el clima excesivamente delicado del cielo. Pero éstos son detalles de poca monta. El nuevo rasgo, el inmenso rasgo distintivo es -¿cuál, caballeros?".
"La invención e introducción de una leyautomática, no supervisada, auto-reguladora, para el gobierno de esas minadas de soles y mundos danzantes y vertiginosos!"
"¡Eso es!" dijo Satanás. "Ustedes perciben que es una idea estupenda. El Intelecto Maestro no ha producido nada que se le aproximara antes. La Ley -la Ley Automática– ¡la Ley exacta e invariable – que no requiere vigilancia, ni corrección, ni reajuste mientras duren las eternidades! Él dijo que esos innúmeros cuerpos enormes se precipitarían a través de las inmensidades del Espacio por la eternidad, a velocidades inimaginables, en órbitas estupendas y que sin embargo nunca chocarían, nunca prolongarían o disminuirían sus períodos orbitales ¡ni en la milésima parte de un segundo en dos mil años! Eso es el nuevo milagro, y el mayor de todos: la Ley Automática. Y Él le dio un nombre: LEY DE LA NATURALEZA -y dijo que la Ley de la Naturaleza es la LEY DE DIOS nombres intercambiables para una y la misma cosa
"SI”, dijo Miguel, "y Él dijo que establecerá la Ley Natural – la Ley de Dios en todos sus dominios, y que su autoridad seria suprema e inviolable."
"Además", dijo Gabriel, "dijo que luego crearla animales y los pondría, de igual modo, bajo la autoridad de esa Ley."
"Si", dijo Satanás, "ya lo oí, pero no entiendo. ¿Qué quiere decir animales, Gabriel?"
"Ah, ¿cómo puedo saberlo yo? ¿Cómo podría saberlo ninguno de nosotros? Es una palabra nueva."
( Intervalo de tres siglos, tiempo celestial: el equivalente de cien millones de años, tiempo terrenal. Entra un Ángel Mensajero.)
"Caballeros, está haciendo los animales. ¿Quieren venir a ver?"
Fueron, vieron y se quedaron perplejos, profundamente perplejos -y el Creador lo notó, y dijo, " Preguntad Responderé."
"Divino", dijo Satanás haciendo una reverencia, "¿para qué son?"
"Constituyen un ejemplo de Moral y Conducta. Observadlos y aprended”
Había miles de ellos. Estaban plenos de actividades. Atareados, todos atareados -principalmente en perseguirse unos a otros. Satanás hizo notar -después de haber examinado a uno de ellos con un poderoso microscopio:
"Esta gran fiera está matando a los animales más débiles, Divino."
“'El tigre, sí. La ley de su naturaleza es la ferocidad. La ley de su naturaleza es la Ley de Dios. No puede desobedecería."
"¿Entonces al obedecerla no comete falta alguna, Divino?"
"No, no tiene culpa."
"Esta otra criatura, ésta que está aquí, es tímida, Divino, y sufre la muerte sin resistirse."
"El conejo, sí. No tiene valor. Es la ley de su naturaleza. La Ley de Dios. Debe obedecerla."
"¿Entonces no se le puede exigir que contradiga su naturaleza y se resista, Divino?"
"No. A ningún animal se le puede obligar decentemente a contradecir la ley de su naturaleza. La Ley de Dios."
Después de un largo tiempo y de muchas preguntas, dijo Satanás. "La araña mata a la mosca, y la come; el pájaro mata a la araña y la come; el gato montés mata al ganso; el… todos se matan unos a otros. Es una serie de asesinatos en sucesión. Hay aquí multitudes incontables de animales y todos matan, matan, matan, todos son asesinos. ¿No son culpables, Divino?"
No son culpables. Es la ley de su naturaleza. Y siempre la ley de la naturaleza es la Ley de Dios. Ahora -observad– ¡contemplad! Un nuevo ser la obra maestra: ¡el Hombre!"
Hombres, mujeres, niños venían en tropel, en bandadas, en millones.
"¿Qué haréis con ellos, Divino?"
"Poner en cada individuo, en distintos grados y tonos, todas las diversas Cualidades Morales, en masa, que se han estado distribuyendo una por vez, como única característica distributiva, entre los animales sin palabra – valor, cobardía, ferocidad, blandura, equidad, justicia, astucia, traición, magnanimidad, crueldad, malicia, lujuria, merced, piedad, pureza, egoísmo, dulzura, honor, amor, odio, bajeza, nobleza, lealtad, falsedad, veracidad, engaño – cada ser humano tendrá todo esto en si, y eso constituirá su naturaleza. En algunos habrá características nobles y elevadas que sofocarán a las mezquinas, y esos se llamarán hombres buenos; en otros dominaran las características mezquinas, y esos se llamarán hombres malos. Observad – contemplad – ¡desaparecen!"
"¿Dónde han ido, Divino?"
"A la Tierra, ellos y los demás animales."
"¿Qué es la Tierra?"
"Un pequeño globo que hice una vez, hace dos tiempos y medio. Vosotros lo visteis, pero no lo notasteis en la explosión de mundo y soles que surgieron de mi mano. El hombre es un experimento, los otros animales son otro experimento. El tiempo demostrará si valía la pena. La exhibición ha terminado; podéis marcharos, caballeros."
Pasaron varios días.
Esto representa un largo periodo de (nuestro) tiempo, ya que en el cielo un día es como mil años.
Satanás hacia comentarios admirativos sobre algunas de las refulgentes industrias del Creador, comentarios que, leyendo entre líneas, resultaban sarcasmos. Se los había hecho confidencialmente a los amigos de quienes estaba seguro, los otros arcángeles, pero algunos ángeles lo oyeron e informaron al Cuartel General.
Se le ordenó marchar al destierro por un día: el día celestial. Era un castigo al que estaba acostumbrado, gracias a su lengua demasiado suelta. Antes lo habían deportado al Espacio, por no haber otro lugar donde mandarlo, y allí había revoloteado aburriéndose en la noche eterna y el frío del ártico; pero ahora se le ocurrió ir más allá y buscar la Tierra para ver cómo resultaba el experimento de la Raza Humana.
Después de un tiempo escribió -muy privadamente– sobre eso a San Miguel y San Gabriel.
La carta de Satanás
Este es un lugar extraño, un lugar extraordinario, e interesante. No hay nada que se le parezca allí. Toda la gente es loca, los otros animales son todos locos, la Tierra es loca, la Naturaleza misma es loca. El hombre es una rareza maravillosa. En las condiciones más favorables, es una especie de ángel del grado más bajo enchapado en níquel; en las peores, es indescriptible, inimaginable; y antes, y después, y todo el tiempo, el hombre es un sarcasmo. Y sin embargo, con toda sinceridad y sin ningún esfuerzo, se llama a sí mismo "la obra más noble de Dios." Es verdad lo que les digo. Y esta idea no es nueva en él: la ha pregonado a través de todos los tiempos, y la creyó. La creyó y no encontró a nadie en toda su raza que se riera de ella.
Más aún, si puedo obligarlos a Uds. a hacer otro esfuerzo de imaginación el cree ser el favorito del Creador. Cree que el Creador está orgulloso de él; hasta cree que el Creador lo ama; que siente pasión por él; que se queda levantado de noche para admirarlo; si, y para protegerlo y alejarlo; de problemas. Le reza y cree que Él lo escucha. ¿No es una idea curiosa? Llena sus oraciones de toscas alabanzas floridas y de mal gusto, y piensa que Él se sienta ronroneando a gozar de esas extravagancias. Los hombres lloran pidiendo ayuda, y benevolencia y protección, todos los días; y todavía más, lo hacen con esperanza y con fe, aunque ninguna de sus oraciones ha recibido respuesta jamás. La afrenta diaria, el fracaso diario, no los desanima: siguen rezando lo mismo. Hay algo casi noble en su perseverancia. Y ahora debo exigirles otro esfuerzo: ¡el hombre cree que irá al Cielo!
Tiene maestros asalariados que le dicen eso. También le dicen que hay un infierno de fuego inextinguible, y que irá ahí si no guarda los Mandamientos. ¿Qué son los Mandamientos? Son algo muy curioso. Les diré algo de ellos más adelante.
Carta II
"Nada les he dicho del hombre que no sea cierto". Deben perdonarme esta observación de vez en cuando en mis cartas; quiero que tomen en serio las cosas que les cuento y siento que si yo estuviera en el lugar de ustedes y ustedes en el mío, necesitaría este recordatorio cada tanto para evitar que flaqueara mi credulidad.
Porque no hay nada en el hombre que no sea extraño para un inmortal. No ve nada como lo vemos nosotros, su sentido de las proporciones es completamente distinto del nuestro y su sentido de los valores diverge tanto del nuestro, que con toda nuestra gran capacidad intelectual es improbable que aún el mejor dotado entre nosotros pueda nunca llegar a entenderlo.
Tomen esta muestra, por ejemplo: Ha imaginado un Paraíso, dejó fuera del mismo el más supremo de los deleites, el éxtasis único que ocupa el primerísimo lugar en el corazón de todos los individuos de su raza – y de la nuestra: ¡el contacto sexual!
Es como si salvara de perecer a una persona perdida en un desierto abrasador, y al decirle que puede tener todas las cosas que deseara menos una, ella eligiera quedarse sin agua.
Su Cielo es como él mismo: extraño, interesante, asombroso, grotesco. Les doy mi palabra, no posee una sola característica que él realmente valore. Consiste – entera y completamente – en diversiones que no le atraen en absoluto acá en la Tierra, pero que está seguro de que le gustarán en el Cielo. ¿No es extraño? ¿No es interesante? No deben pensar que exagero, porque no es así. Les daré detalles.
La mayor parte de los hombres no cantan, la mayor parte de los hombres no saben cantar, no se quedan donde otros cantan si el canto se prolonga por más de dos horas. Noten eso.
Solamente dos hombres de cada cien tocan un instrumento musical y no hay cuatro de cien que tengan deseos de aprender a hacerlo. Tomen nota.
Muchos hombres rezan, no a muchos les gusta hacerlo. Unos cuantos oran largo tiempo, los otros abrevian.
Van a iglesia más hombres de los que quieren hacerlo.
Para cuarenta y nueve de cada cincuenta hombres el día santo es insufriblemente aburridor.
De todos los hombres que están en una iglesia un domingo, dos tercios ya están cansados en la mitad de la función y el resto antes de que termine.
El momento más grato para ellos es aquél en que el sacerdote levanta las manos para la bendición. Se puede oír el suave murmullo que se extiende por todo el salón, y notar que es de elocuente alivio.
Todas las naciones miran con menosprecio a todas las demás naciones.
Todas las naciones detestan a todas las demás naciones.
Todas las naciones blancas desprecian a todas las naciones de color, de cualquier tinte, y cuando pueden las someten a opresión.
Los hombres blancos rehusan mezclarse con "los negros", o casarse con ellos.
No les permiten el acceso a sus escuelas o a sus iglesias.
Todo el mundo odia a los judíos, no los toleran sino cuando son ricos.
Les ruego que tomen nota de todos esos
Otra cosa. Toda la gente cuerda detesta los ruidos.
A todo el mundo, cuerdos o locos, le gusta tener variedad en la vida. La monotonía los cansa rápidamente.
Todos los hombres, según el equipo mental que les haya tocado en suerte, ejercitan su intelecto constantemente, sin cesar y esa ejercitación constituye una parte esencial, vasta y preciada, de su vida.
El intelecto mínimo posee, así como el más alto, algún tipo de habilidad, y siente gran placer en ponerlo a prueba, verificándola, perfeccionándola. El chiquillo que es superior a su camarada en el juego, es tan laborioso y tan entusiasta en su práctica como lo son el escultor, el pintor, el pianista, el matemático, y el resto. Ni uno de ellos podría ser feliz si se le vedara el uso del talento.
Pues ahora, ya tiene ustedes los hechos. Saben qué le gusta a la raza humana y qué no le gusta. Ha inventado un Cielo, sacado de su propia cabeza. por sí solo: ¡adivinen cómo es! Ni en mil quinientas eternidades podrían hacerlo. Ni la mente más capaz que Uds. o yo conociéramos en cincuenta millones de infinitudes podría hacerlo. Muy bien, yo les diré.
1. – Ante todo, les recuerdo el hecho extraordinario por el cual comencé. A saber, que el ser humano, como los inmortales, naturalmente valora el acto sexual por sobre todos los demás goces -¡y sin embargo lo deja fuera de su paraíso! Solamente pensar en el acto lo excita; la oportunidad lo enloquece; en este estado está dispuesto a arriesgar la vida, la reputación, todo – hasta su propio Paraíso tan extraño– por aprovechar esa oportunidad y llevarla al punto culminante. Desde la juventud hasta la edad madura todos los hombres y mujeres valoran la cópula por encima de todos los otros placeres combinados; y sin embargo es como les dije; no existe en el Cielo de estos seres: la oración ocupa su lugar.
Así es como la aprecian; pero como todos sus llamados "dones", es una pobre cosa. En su mejor y más plena realización el acto es breve más allá de cuanto pueda imaginarse quiero decir, de cuanto pueda imaginar un mortal. En cuanto a su repetición, el hombre es limitado – oh , mucho más allá de lo que puedan concebir los inmortales. Nosotros los que continuamos el acto y su éxtasis supremo sin interrupción y sin retracción durante siglos nunca podremos comprender ni compadecer adecuadamente la enorme pobreza de estos seres en lo que se refiere a esta rica gracia que, como la poseemos nosotros, vuelve tan triviales todas las otras posesiones que no vale tenerlas en cuenta.
2. – En el Cielo del hombre ¡todos cantan!El que no cantaba en la Tierra canta ahí, el que no sabia cantar en la Tierra sabe hacerlo ahí. Este canto universal no es casual ni circunstancial, ni se alivia con intervalos de silencio; sigue todo el día y todos los días, durante un periodo de doce horas. Y todos se quedan ahí; mientras que en la Tierra, el lugar quedaría vacío en dos horas. El canto consiste sólo en himnos religiosos. No, es un solohimno religioso. Las palabras son siempre las mismas, alrededor de una docena en número, no hay rima, no hay poesía: "Hosanna, hosanna, hosanna, señor Dios del Sabath, ¡ra! ¡ra! ¡ra! ¡siss! ¡-bum!.. ¡Ah!"
3. – Mientras tanto todas las personas tocan el arpa: ¡millones y millones! —aunque en la Tierra no más de veinte de cada mil sabían tocar un instrumento, o siquiera desearon hacerlo alguna vez.
Piensen en ese huracán de sonido ensordecedor: millones y millones de voces chillando al mismo tiempo y millones y millones de arpas rascando al mismo tiempo. Yo les pregunto: ¿es odioso, es detestable, es horroroso?
Piensen más aún: ¡es una función de alabanza; una función de loa, de lisonja, de adulación! ¿Me preguntan Uds. quién es el que está dispuesto a tolerar esta extraña adulación, esta adulación insana; y que no sólo la tolera, sino que la disfruta, la exige, la or dena? ¡Aguarden sin respirar!
¡Es Dios! El Dios de esta raza, quiero decir. Se sienta en su trono, asistido por sus veinticuatro ancianos y otros dignatarios de la corte, y pasea la mirada sobre kilómetros y kilómetros de adoradores tempestuosos y sonríe, y ronronea, inclinando la cabeza con satisfecha aprobación en dirección al norte, al este, al sur: el espectáculo más raro y cándido imaginado hasta ahora en este universo, a mi modo de pensar.
Es fácil ver que el Inventor de los cielos no dio origen a la idea, sino que la copió de las ceremonias teatrales de algún pobre e insignificante estado soberano de algún rincón de las atrasadas poblaciones de oriente.
Toda la gente blanca cuerda detesta el ruido; y sin embargo aceptan con tranquilidad un Cielo de esta clase – sin pensar, sin reflexionar, sin estudiarlo – y en verdad quieren llegar allí. Viejos de cabeza cana y profundamente devotos emplean gran parte de su tiempo en soñar con el día feliz en que dejarán los cuidados de esta vida para penetrar en las alegrías de ese lugar. A pesar de eso se puede ver qué irreal es para ellos y qué poco convencidos están de que sea un hecho porque no hacen ningún preparativo práctico para el gran cambio: nunca se ve a ninguno de ellos con un arpa, ni se oye cantar a ninguno.
Como ven, ese espectáculo singular es una ceremonia de alabanza: alabanza por medio de cantos, alabanza por postración. Y toma el lugar de "la iglesia": Pues bien, en la Tierra esta gente no puede soportar demasiada iglesia: una hora y cuarto es el máximo y se establece el limite en una vez por semana. Es decir el domingo. Un día de cada siete; y aún así, no lo espera con ansias. En consecuencia, consideren lo que el Cielo les reserva: ¡una "iglesia" que dura para siempre y un Sabat que no tiene fin! Aquí se cansan pronto de su breve Sabat hebdomandario, pero desean con ansia el que es eterno; sueñan con él, hablan de él; piensanque piensan que van a disfrutar de él -¡con todo su simple corazón piensan que piensan que van a ser felices en él!
Es porque no piensan en absoluto; sólo piensan que piensan; ni dos de cada diez seres humanos tienen con qué pensar. Y en punto de imaginación – ¡oh, bueno, miren su Cielo t Lo aceptan, lo aprueban, lo admiran. Eso les da a ustedes su medida intelectual.
4. – El inventor de ese Cielo vacía en él a todas las naciones de la Tierra, en un embrollo común. Todas están en absoluta igualdad, ninguna se destaca sobre las otras; todos tienen que ser "hermanos"; tienen que mezclarse, orar juntos, tocar el arpa juntos, cantar hosannas juntos – blancos, negros, judíos, todos – no hay distinción. Acá en la Tierra todas las naciones se odian y todas odian a los judíos. Sin embargo, todas las personas piadosas adoran ese Cielo y todos quieren entrar en él. Realmente lo quieren. ¡Y cuando están en un rapto de santidad piensan que piensan que si estuvieran allí tomarían a todo el populacho contra su corazón, y lo abrazarían, lo abrazarían, lo abrazarían!
¡Es una maravilla el hombre! Me gustaría saber quién lo inventó.
5. – Todos los hombres de la Tierra poseen una porción de intelecto, grande o pequeña; y sea grande o pequeña lo pone muy orgulloso. Y su corazón se expande en la sola mención de los jefes intelectuales de su raza y ama los cuentos de sus espléndidas realizaciones. Porque son de la misma sangre, y al cubrirse de honra, esos jefes lo cubren de honra a él. ¡Mirad – grita -, lo que puede hacer la mente del hombre!; y pasa lista a los ilustres de todas las épocas; y señala las literaturas imperecederas que han dado al mundo, y las maravillas mecánicas que han inventado, y las glorias con que han vestido a las ciencias y a las artes; y ante ellos se descubre como ante los reyes, y les rinde su más profundo homenaje, el más sincero que pueda ofrecer su corazón exultante – y exalta así el intelecto por sobre todas las otras cosas de su mundo -, entronizándolo allí bajo la bóveda celestial en una supremacía inalcanzable. Y luego imagina un Cielo que no tiene pizca de intelectualidad por ningún lado.
¿Es extraño, es curioso, es sorprendente? Es exactamente como lo cuento, aunque pueda parecer increíble. Este sincero adorador del intelecto y pródigo remunerador de sus servicios acá en la Tierra ha inventado una religión y un Paraíso que no rinden homenaje alguno al intelecto, ni le ofrecen distinciones, ni lo hacen objeto de su liberalidad; que en realidad ni siquiera lo mencionan nunca.
Ya habrán notado ustedes que el Cielo del ser humano ha sido proyectado y construido sobre un plan absolutamente definido; ¡y que este plan es, que contiene un elaborado detalle, todas y cada una de las cosas que son repulsivas para el hombre, y ni una sola de las cosas que le gustan!
Muy bien, cuanto más adelante prosigamos, más aparente se hará este curioso hecho.
Tomen nota de esto: en el Cielo del hombre no hay ejercicio para el intelecto, nada que pueda alimentarlo. Allí se pudriría en un año – se pudriría y apestaría. Se pudriría y apestaría y en ese estado alcanzaría la santidad. Una bendición: porque sólo los santos pueden tolerar los goces de ese loquero.
Carta III.
Han notado que el ser humano es una curiosidad. En tiempos pasados tuvo cientos de religiones (y las consumió y las arrojó lejos de sí); hoy tiene cientos y cientos de religiones, y lanza no menos de tres nuevas cada año. Podría ampliar ese número y todavía me mantendría dentro de la realidad.
Una de sus religiones principales es la llamada Cristiana. Un esquema de ella les resultaría interesante. Está explicada en detalle en un libro llamado Antiguo y Nuevo Testamento, que contiene dos millones de palabras. También tiene otro nombre: la Palabra de Dios. Pues los cristianos creen que cada palabra del libro fue dictada por Dios – Ése del cual les he hablado.
Es muy interesante. Contiene noble poesía; y algunas fábulas ingeniosas; y un poco de historia sanguinaria; y unas buenas moralejas; y un tesoro de obscenidad; y más de un millar de mentiras
Esta Biblia está formada principalmente por fragmentos de biblias más antiguas que tuvieron su hora y se desmoronaron. Así que es evidente que le falta de originalidad, de hecho. Los tres o cuatro acontecimientos más notables e imponentes ya estaban en las biblias anteriores; todos los mejores preceptos y reglas de conducta vinieron también de esas biblias; hay sólo dos cosas nuevas en ella: el infierno, por un lado y ese Cielo singular de que les hablé.
¿Qué podemos hacer? Si creemos, como esta gente que Dios inventó estas crueldades, Lo difamamos; si creemos que estas gentes mismas las inventaron, las difamamos a ellas. Es un desgraciado dilema en cualquier caso, porque ninguna de las partes nos ha hecho ningún daño a nosotros.
Para mayor tranquilidad, tomemos partido. Unamos fuerzas con la gente y carguémosle este feo peso a Él: el Cielo, el infierno, la Biblia, todo en fin. No parece bueno, no parece justo, y sin embargo cuando se considera ese Cielo y de qué manera agobiante está cargado con todo lo que es repulsivo para el ser humano, ¿cómo podemos creer que un ser humano lo inventó? Y cuando llegue a hablarles del infierno, la presión será mayor aún, y ustedes dirán probablemente: no, ningún hombre produciría ese lugar ni para sí mismo ni para nadie más; es simplemente imposible.
Esa inocente Biblia narra la Creación. ¿De qué? ¿Del universo? Sí, del universo. ¡En seis días!
Dios lo hizo. No lo llamó universo, ese nombre es moderno. Toda su atención se concentró en este mundo. Lo construyó en cinco días – ¿y luego? ¡Le tomó sólo un día hacer veinte millones de soles y ochenta millones de planetas!
¿Para qué eran – según esta idea? Para dar luz a este pequeño mundo de juguete. Ese fue su único propósito; no tuvo otro. Uno de los veinte millones de soles (el más pequeño) era para iluminarlo durante el día, el resto era para ayudar a una de las incontables lunas a modificar la oscuridad de sus noches. Es bien manifiesto que él creía que sus flamantes cielos quedaban sembrados de diamantes con esas minadas de estrellas titilantes tan pronto como el sol del primer día se hundía en el horizonte; cuando en realidad ni una sola estrella brilló en esa negra bóveda hasta tres años y medio después de que se completa la formidable industria de aquella semana memorable [3]. Luego apareció una estrella, completamente sola, y comenzó a titilar. Tres años más tarde apareció otra. Las dos brillaron juntas más de cuatro años antes de que se les uniera una tercera. Al cabo de la primera centuria no había siquiera veinticinco estrellas brillando en las vastas inmensidades de esos tristes cielos. Al cabo de mil años no había aún el suficiente número de estrellas visibles para constituir un espectáculo. Al cabo de un millón de años solamente la mitad del despliegue actual había enviado su luz a través de las fronteras telescópicas, y pasó otro millón hasta que sucediera lo mismo con el resto. No habiendo telescopios en esa época, no se observó el advenimiento.
Hace trescientos años que el astrónomo cristiano sabe que su Deidad no hizo las estrellas en esos tremendos seis días; pero el astrónomo cristiano no se extiende sobre esos detalles. Ni tampoco lo hace el sacerdote.
En su Libro, Dios es elocuente en la alabanza de sus poderosas obras, y las llama con los nombres más grandes que encuentra, indicando así que tiene una fuerte y justa admiración por las magnitudes; por otra parte hizo esos millones de soles prodigiosos para iluminar este orbe pequeñísimo, en vez de señalar al pequeño sol de este orbe la obligación de asistirlos. Él menciona a Arcturus; una vez fuimos allí. ¡Es una de las lámparas nocturnas de la Tierra! – ese globo gigantesco que es cincuenta mil veces más grande que el sol de esta Tierra, y que comparado con Arcturus es como un melón comparado con una catedral.
A pesar de eso, los chicos todavía aprenden en ]a escuela dominical que Arcturus fue creado para contribuir a iluminar esta Tierra; y el niño crece y continúa creyéndolo mucho después de haber descubierto que todas las probabilidades están contra eso.
Según la Biblia y sus sirvientes el universo tiene solamente seis mil años. Sólo en los últimos cien años descubrieron algunas mentes estudiosas e inquisitivas que está más cerca de los cien millones.
Durante los Seis Días, Dios creó al hombre y los otros animales.
Hizo un hombre y una mujer y los colocó en un agradable jardín, junto con las otras criaturas. Todos vivieron juntos allí en contento y armonía y floreciente juventud por algún tiempo; luego vinieron los problemas. Dios había prevenido al hombre y a la mujer que no debían comer de la fruta de cierto árbol. Y agregó una observación sumamente extraña: dijo que si la comían seguramente morirían. Raro, porque si nunca habían visto un caso de muerte no tenían ninguna posibilidad de saber qué quería decir. Tampoco hubiera sido posible que Él ni ningún otro Dios hiciera entender a estos seres ignorantes lo que eso significaba sin ofrecer un ejemplo. La sola palabra no podía tener significado para ellos, como no 10 hubiera tenido para un niño de días.
Poco después una 'serpiente los buscó a solas, y se dirigió hacia ellos caminando erguida, como era la costumbre de las serpientes en esos días. La serpiente dijo que el fruto prohibido llenaría de conocimientos sus mentes vacías. Así que comieron, lo que era natural, pues el hombre está hecho de tal mañera que siempre está ansioso de saber; mientras que el sacerdote, como Dios, cuyo representante e imitador es, tuvo por tarea desde el primer momento evitarque aprendiera nada útil.
Adán y Eva comieron de la fruta prohibida e inmediatamente una gran luz penetró en sus oscuras mentes. Habían adquirido conocimientos. ¿Qué conocimientos? – ¿conocimientos útiles? No – simplemente el conocimiento de que existía una cosa llamada bien y de que existía una cosa llamada mal, y de cómo hacer el mal. Antes no podían hacerlo. Por lo tanto hasta este momento todos sus actos habían sido sin mácula, sin culpa, inofensivos.
Pero ahora podían hacer el mal – y sufrir por ello; ahora habían adquirido lo que la Iglesia llama una posesión invaluable: el sentido moral; ese sentido que distingue al hombre de la bestia y lo coloca por encima de la bestia y no por debajo de la bestia– donde uno supondría que sería el lugar apropiado, pues que él tiene siempre la mente sucia y es culpable y las bestias siempre tienen la mente limpia y son inocentes. Es como considerar más valioso un reloj que siempre tiende a descomponerse que uno que no se descompone nunca.
La Iglesia todavía considera el Sentido Moral como la más noble posesión del hombre en la actualidad, aunque la Iglesia sabe que Dios tiene sin lugar a dudas una opinión muy pobre de este sentido y que hizo cuanto pudo, aunque con poco tino como siempre, por impedir que sus felices hijos del Edén lo adquirieran.
Muy bien, Adán y Eva sabían ahora lo que era el mal, y cómo hacerlo. Sabían cómo realizar distintas clases de cosas malas, y entre ellas una principalisima: precisamente aquella en que Dios habla pensado especialmente. Era el arte y el misterio de la relación sexual. Para ellos fue un espléndido descubrimiento, y dejaron de perder el tiempo para volcar toda su atención en eso, ¡pobres jóvenes rebosantes de felicidad!
En medio de una de esas celebraciones oyeron a Dios caminando entre los arbustos, como era su costumbre vespertina, y quedaron aterrorizados. ¿Por qué? porque estaban desnudos. Antes no lo sabían. Antes no les importaba. Ni a Dios tampoco.