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Baile Y Sueño
  • Текст добавлен: 5 сентября 2016, 00:03

Текст книги "Baile Y Sueño"


Автор книги: Javier Marias



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'Serás boba', le dije, 'mira que eres boba', y mientras lo decía reímos juntos, y sentí algo parecido a un vanto. 'Pues no, todavía no me he idiotizado tanto como para dedicarme a la publicidad o ponerme a escribir novelas como todo el mundo. Aunque en fin, todo podría andarse, yo ya no descarto ninguna mamarrachada en la vida. Pero qué boba eres, pasan los años y es increíble lo boba que sigues siendo.'

'Ah, pues ya me dirás a qué viene esa pregunta tan natural, tan normal. Bueno, a mí me la hacen mis colegas a diario.' Y aún seguía o seguíamos riendo con gusto, nada como la leve tomadura de pelo mutua, la que jamás ofende sino que da contento, para demostrarse el afecto, quiero decir el preliminar cuando estábamos juntos y al cabo de tres frases o cuatro podíamos tocarnos, besarnos, o abrazarnos tumbados y muy despiertos. Pero ahora no habríamos querido, de habernos visto con los ojos físicos. 'Qué pasa, ¿alguien te ha puesto el suelo perdido? No me lo creo.'

Paré yo de reír por fin, un momento.

'No, no es mi suelo. Fue el de Wheeler. Pero sería largo de contar ahora. Dime, ¿es posible o no, que pase eso?'

'¿El de Peter? ¿A sus años? Voy a tener que regañarlo. Yo comprendo todas las tentaciones, pero no creo que le convenga nada de eso. ¿Cómo es que no se lo impide la señora Berry, cómo es que no ahuyenta a esas sucias?' Y aún soltó otra carcajada, sin duda tenía alegre el ánimo. Eso me gustaba y no me gustaba, podía ser por mí o por algún otro individuo que quizá acababa de irse, o estaba a punto de llegar, o estaba ella a punto de salir a encontrarlo, o estaba él ya allí en mi casa, oyendo la conversación y aguardando a que terminara impaciente, oyendo sólo su parte, no la mía pero sí la de Luisa. No lo creía, esto último, ella sonaba como si no hubiera testigos y nada la condicionara ni la amenazara. Pero quién sabía, no se sabe nunca, podía tratarse de un extranjero que no entendiera la lengua, uno habla como si no hubiera testigos cuando está seguro de que no le entienden, o incluso lo hace a propósito para enamorar o atraer o eso espera engreído, para mostrarse tal cual es supuestamente, para que el contemplador admire cómo es uno con los demás, cuan simpático y risueño, hay una pizca de fingimiento y otra de exhibicionismo en ello, yo lo he hecho, en épocas de debilidad desde luego, me empezaba a parecer esta una de ellas. Y aquella no era mi casa. Estos pensamientos embrionarios hicieron amainar mi risa y me permitieron insistir, no en tono serio pero sí de premura:

'Bien, los pondré sobre aviso a ambos, de que vas a reñirlos y se la cargarán contigo. Pero dime, ¿eso es posible, lo de la gota de sangre, lo de la mancha?'

Ella me conocía bien, seguramente era a quien mejor conocía, comprendió que ya tocaba responder a la estrafalaria consulta o bien dejarla caer, perderse, eso era fácil, nuestra confianza no era la de antaño y no me debía nada, ni siquiera respuestas de cortesía. Al menos yo no la sentía a ella en deuda, y en esto es el sentimiento lo que importa y manda (sentirse acreedor, deudor), mucho más que los hechos y los dineros, o que los favores y daños.

'Sí, podría ocurrir. Pero sería escasa cantidad, supongo, una gota pequeña; habría de ser muy incipiente la cosa, para pillar a la mujer desprevenida.'

'¿De un par de pulgadas, o una y media, algo así? La mancha. ¿Podría ser?'

Eso le provocó de nuevo un poco de risa. Aunque ya no era como la de antes, como la común; era un resto, con menos brío.

'¿Pulgadas?', dijo divertida. '¿Cómo pulgadas? Te recuerdo que aquí no tenemos de eso, ni lo entendemos, eh, no exageres la anglificación. Y ademas qué, ¿cogiste la cinta métrica? ¿O fue a ojo? Todo esto qué es, ¿te has hecho detective, has entrado en Scotland Yard? Pero qué te ha dado.' Ahora su voz denotó extrañeza. En España nadie se acuerda de que el nombre es New Scotland Yard, desde hace tiempo.

'Perdona, quería decir centímetros, cuatro o cinco. De diámetro. Uno se acostumbra aquí, a estas medidas inglesas.'

'Ya ya. Pues no lo sé, Jaime. Yo no suelo ir con cinta métrica, y además, a mí nunca me ha pasado algo así. Sigo siendo precavida y sigo llevando ropa interior inferior, como la has llamado. Eso no te lo había oído antes, por cierto: muy logrado.' Y aún le salió un amago de risa sincera. Fue sólo un amago, como si la expresión le hubiera hecho gracia de veras, pero le diera ya pereza celebrármela.

'¿Y podría la mujer no darse cuenta?'

'Sí, podría. Aunque no tardaría mucho en dársela, si es alguien normal y no está ida, claro. O borracha, o algo. Pero inicialmente sí podría no darse cuenta, supongo. Dime de qué va todo esto, anda, si no es de anuncios de compresas ni de una novela. Empiezas a darme grima.'

'Y entonces dejaría sin limpiar la mancha, ¿no?', pregunté. 'Si ella no la ve, ahí se queda.' Y aquí afirmé.

La risa se había deshecho, sustraído, acabado. Yo había hecho una pregunta de más, tal vez dos pero sobre todo una, lo había sabido antes de hacerla, esa última. Pero cuesta mucho no intentar cerciorarse de la posibilidad de algo, y más cuesta cuanto más remota.

'No sé, tú sabrás de quién me hablas. Muy descuidada. Pero ahora en serio, ¿a qué viene esto, qué ha pasado?' No hubo enfado en su tono, ni creo que tampoco celos, no soy tan ingenuo. Pero sí leve aspereza, quizá se había cansado del juego al que no jugaba.

'Espera, que todavía he de hacerte otra consulta, a lo mejor estás más enterada que yo de estas cosas, que no tengo ni idea. ¿Tú has oído hablar de un producto de belleza, un injerto artificial o no sé, dicen que es una inyección, eso cuesta creerlo, lo llaman bottox?’

Quería averiguarlo aunque fuera algo anecdótico, pero es que así además evité contestarle, al final ella había preguntado un poco en serio ('Ahora en serio', había dicho, y lo parecía) y yo no iba a contarle, no sólo porque fuera largo y cosa mía, sino porque el relato le resultaría decepcionante y sobre todo ya no estaría intrigada, tras conocerlo. La había notado algo intrigada. No tanto como preocupada, eso habría sido aún mejor, para volver yo a su mente de vez en cuando, durante unos días. Sí, se le habían despertado la curiosidad y la impaciencia, yo no la había llamado con esa intención pero me había encontrado con ello. Y sí, de pronto había querido participar de mis cosas, como en los viejos tiempos. Había sido breve, sólo un minuto (ah, siempre hay más por venir, siempre queda, un minuto, la lanza, un segundo, la fiebre, y otro segundo, el sueño, y un poco más, para el baile —la lanza, la fiebre, mi dolor y la palabra, el sueño, y todavía un poco más, para el último baile—), había deseado compartir mis pesquisas o mis andanzas sin ni siquiera saber cuáles eran, como antiguamente. Pobre de mí o del que era entonces, lo sentí como un triunfo aunque fuera tan breve. O más bien como una gloria, un regalo, un alarde, un vanto. Lo que era seguro es que ella volvería a mi mente durante unos días, tras aquella charla, y no de vez en cuando sino todo el rato. Pero yo no podía regresar a casa ni pensar en ello, luego serían pocos esos días, por necesidad y por suerte. Durarían hasta que se extraviara otra vez lo que se me volvió a hacer presente, que Luisa aún no iba a decirme: 'Ven, ven, estaba tan equivocada antes. Ocupa de nuevo este lugar a mi lado, aquí tienes tu almohada que ya está sin huella, no había sabido verte. Ven. Ven conmigo. Aquí no hay nadie, regresa, ya se fue mi fantasma, puedes ocupar su sitio y ahuyentar su carne. Se ha convertido en nada y su tiempo no avanza. Lo que fue ya no ha sido. Así que entonces, supongo, quédate aquí para siempre'. Sí, también pasaría esa noche, y ella aún no lo habría dicho.

Fue a De la Garza a quien le oí la palabra bottoxmientras esperábamos a Tupra en el amplio cuarto de baño de los discapacitados, al que éste me ordenó volver con el agregado, llevármelo allí y aguardar su venida, en cuanto él hubiera restituido la señora al marido, llevarme a Rafita a aquel espacio vacío y allí retenerlo o entretenerlo hasta que Tupra se nos uniera, prefería ser él quien se encargase ahora, estaba claro, debió de juzgarme atontado y lento y nada práctico en las emergencias, quizá también con escaso arrojo. Yo no había empleado, creo, más de cinco minutos en entrar y salir de los tres lavabos uno tras otro, pero sin duda le parecieron más de la cuenta a quien tenía por norma ser intransigente con las contrariedades.

Una vez fuera del de las damas me acerqué a la pista de baile más frenética y concurrida y entonces vi venir a Tupra o a Reresby en mi dirección desde su mesa, abriéndose paso con agilidad entre los noctámbulos —sabía ser escurridizo y así no pringarse con sus perfumados sudores—, habría dejado solo a Manoia y no le habría gustado tener que hacerlo y que interrumpir por tanto sus persuasiones o sus propuestas, llevaba la mirada alerta, tanto como yo la mía, al avistarnos simultáneamente percibí en la suya un chispazo de reconvención e incomprensión mezcladas ('Cómo es que no te los traes ya contigo, aún no has dado con ellos, te he pedido que aligeraras', me dijo con sus pupilas casi tan pálidas como sus iris a veces, o fue con sus pestañas tan lustrosas y densas que se tornaban lo predominante cuando le daba menos luz que sombra); pero no había tiempo para espaciarse en eso, de modo que al instante aunamos ojos para ser cuatro buscando, y fueron los suyos los primeros en divisarlos, me los señaló con un dedo irritado, a Flavia y a De la Garza, como quien alza el cañón de un arma.

Estaban en medio de la pista rápida bailando muy locamente, pidiendo sendos exorcistas y espantando a alguna gente que sin duda los veía como elementos extraños (a ella por edad, a él por peligro), aquel baile no admitía el agarrado clásico ni tampoco el aproximado, así que De la Garza no estaba sometido al tormento de los conos enhiestos o picahielos horizontales que ya habíamos probado ambos, sino que de hecho era él —y eso fue lo que nos provocó gran alarma y nos impelió a intervenir sin más dilación ni contemplaciones– quien ahora azotaba a la señora Manoia, casi literalmente o sin casi, y lo más sorprendente era que ella no parecía dolerse de los zurriagazos involuntarios —eso creí, no sé si Tupra– que aquel capullo mayúsculo le propinaba en su danza, hacía falta ser un capullo de nivel máximo para ponerse a bailar de aquella forma salvaje, a poca distancia, dando vueltas a lo Travolta, ofreciéndole a su pareja tanta nuca como cara, sin haber previsto que la redecilla vacía, sin coleta ni melena llenándola ni peso alguno para contenerla o frenarla, con tanto movimiento veloz y brusco podía convertirse en un látigo, una correa, una tralla descontrolada; de haberle puesto en la punta algún adorno metálico, habría sido directamente como las boleadoras de un gaucho o el knut de un cruel cosaco, por suerte no la había rematado con herretes ni bolitas ni cascabeles ni púas ni nada, eso habría hecho picadillo a Flavia; aun así me estremecí, porque semejante ocurrencia habría cabido de sobra en su despoblado cerebro, y habría sido muy propia de un chorras de su calibre: disfrazado de rapero negro y de torero napoleónico, de pintor majo Meléndez en su autorretrato del Louvre y de adivinadora zíngara con su aro preceptivo tintineando y bailándole (todo a la vez, un ser confuso). 'Es que le daría de tortas y no acabaría', ese fue mi pensamiento único, breve y simple, de aquel instante. Cada vez que giraba, su redecilla maldita fustigaba lo que de Flavia quedara a su altura y a su alcance, por fortuna las más de las veces el flagelo le pasaba a ella por encima del pelo o quizá eran postizos varios, al ser De la Garza más alto; pero aún nos dio tiempo a ver cómo en un par de ocasiones, al agacharse el agregado un poco en sus febriles remolineos, la redecilla le cruzaba el rostro a la señora Manoia, de oreja a oreja. Sólo la visión ya escocía, por eso era tan incomprensible que ella no pareciera enterarse, por muchas capas de maquillaje que le pudieran amortiguar los trallazos: me recordó fugazmente a esos boxeadores con enorme capacidad de encaje, esos que ni pestañean al recibir la primera tunda —una verdadera lluvia de golpes—, aunque todo suele ser cuestión de que les castiguen —y por fin les abran– un pómulo o una ceja.

No esperamos a que terminase la fiera pieza de música. Invadimos la pista en seguida y, agarrándolos por los hombros con firmeza y tiento (Tupra se fue por Flavia y yo me fui por el capullo, no hizo falta que lo habláramos), los paramos a los dos en seco. Vimos sus caras de gran desconcierto, y también vimos —al estar ya encima de ellos– que la señora Manoia llevaba en la mejilla una marca, una erosión de la soga, un arañazo del látigo, no le había brotado sangre pero resultaba apreciable, como si fuese una raspadura, me recordó a la huella que les queda largo tiempo en el cuello a los ahorcados de los westerns(a los ahorcados frustrados; y bueno, tampoco tanto, lo de ella se iría pronto), no iba a gustarle eso a Manoia cuando lo descubriera, vi en una mueca de Tupra que él estaba pensando lo mismo y oí el chasquido de su lengua, ella ni se había dado cuenta, sería por la exaltación de la danza, no acababa de explicármelo.

–La acompaño al lavabo, a ver si eso tiene remedio o puede disimularse —me dijo señalando la marca. Y a ella, inmediatamente—: Te has hecho un poco de daño en la cara, Flavia. —Y se pasó el dedo por su propia mejilla—. Vamos al cuarto de baño, yo te espero fuera. Lávate ese rasguño, anda, y quizá puedas maquillártelo, ¿sí? Se va a preocupar Arturo, si no. Te quiere ya allí, que vuelvas. ¿Duele? —Ella se llevó la mano a la cara y negó con la cabeza, estaba como pensativa o era sólo aturdida. Y a continuación Tupra se dirigió a mí de nuevo para darme esta orden, hablaba rápido pero con calma—: A él llévatelo al de los tullidos y esperadme allí los dos, no tardaré mucho. A ver si adecentamos esa herida un poco, no parece que haya corte, y se la devuelvo al marido un momento. Retén a este mamón mientras tanto, serán cinco minutos, no más, pon siete. Rétenlo allí hasta que yo llegue. A este tarado hay que neutralizarlo, hay que anularlo.

Lo llamó primero 'cunt'y luego 'morón', la primera palabra la conocía por entonces sólo en su sentido de 'coño', el sexo femenino nombrado a lo bruto o sólo con el pensamiento, la otra acepción la inferí aquella noche y la confirmé más tarde en el diccionario, uno de slangdesde luego. No era muy distinto de lo que lo llamaba yo mentalmente, 'capullo', y es probable que 'cunt'tenga un valor parecido a eso y que 'mamón' sea más inexacto, no sé si más agresivo. Pero no es lo mismo lo que piensa uno y hasta lo que dice, que lo que oye proferir a otros; el insulto que uno piensa y aun lanza, sabe en qué medida va en serio y que ésta no suele ser grande, conoce la función de desahogo que cumple, y las más de las veces no se preocupa ni le da importancia porque es consciente de que tiene poca; controla uno a voluntad la vehemencia, que en términos generales puede ser bastante artificial si es que no falsa: una exageración retórica, una representación ante uno mismo o ante los demás, una especie de bravata. En cambio el insulto vertido ajeno resulta siempre inquietante, tanto si nos va dirigido como si se dedica a terceros, porque es difícil calibrar con qué verdadero fondo se corresponde —fondo de la persona que injuria—, con qué cólera o qué inquina, con cuánta posibilidad real de violencia. Por eso no me hizo gracia oírle a Tupra esos vocablos, y también, es seguro, porque en él me eran inauditos y no nos gusta descubrir en otros incluso lo que nosotros tenemos o son nuestras potencialidades más feas, lo que en nosotros parece aceptable (qué remedio), queremos creer que hay hombres y mujeres mejores, querríamos que los hubiera sin tacha y que además fueran amigos, o al menos tenerlos cerca y nunca enfrente, nunca en contra. Claro que tampoco es frecuente que de mi boca salga 'capullo', sin ir a buscar más ejemplos, y sin embargo lo había pensado esa noche un montón de veces, al igual que durante la cena de Wheeler y después, con él a solas. Pero no lo había dicho, creía, no en su presencia, pues tampoco es lo mismo pensar algo y guardárselo, pensarlo con fuerza y callarlo, que soltarlo ante testigos o soltárselo al destinatario, aunque sólo sea porque uno permite entonces que se le atribuyan las pronunciadas palabras, y que sean ya para siempre tenidas como propias de uno o verosímiles en sus labios ('Yo te he oído, lo dijiste, aquel día recurriste a esos términos'). Y eso ya es dar muchos datos, destapar demasiadas cartas.

Vi la orden tan irrealizable que se lo pregunté a Tupra a las claras:

–¿Cómo que me lo lleve allí? ¿Con qué pretexto? ¿Y para qué, qué quieres?

–Dile que vas a mamársela. —Se había impacientado Reresby, pero fue un segundo: mi mirada de extrañeza tuvo que ser tan intensa (trasluciría el mosqueo, indisimulable, inmediato) que debió de parecerle de intolerancia, o incluso de soñada amenaza. Así que añadió al instante, ahogando su anterior frase grosera (quizá era sólo Reresby el malhablado, no Tupra ni Ure ni Dundas, y acaso cada noche era quien era, a todos los efectos y consecuencias)—: Dile que si quiere una raya, superior, de primera. Seguro que me espera allí con la nariz hecha agua. Seguro que no objeta nada.

–¿Cómo sabes? —le pregunté. Luego pensé que con Tupra era una pregunta ociosa, o de redundante respuesta. Él se dedicaba principalmente a saber, o esa era mi idea, y además de antemano, a conocer rostros futuros; y a diferencia de lo que ocurría conmigo y con Mulryan y Rendel, tal vez con Jane Treves y Branshaw ocasionalmente (con Pérez Nuix era más dudoso), a él no hacía falta guiarlo ni indicarle la senda de cada saber pertinente. Era él quien nos conducía, quien decidía qué aspectos de las personas nos interesaban o concernían y nos interrogaba sobre el campo acotado, por ejemplo si el cantante Dick Dearlove era capaz de matar y en qué circunstancias, o si un hombre anónimo tenía intenciones de devolver un crédito, tantas cosas distintas y tantas veces. Nunca me había preguntado si yo creía que De la Garza podía darle a la coca o al pegamento o al opio, de hecho no tenía recuerdo de que nunca hubiera preguntado por él, nada. Así que sólo ahora, por tanto, me paré a pensarlo. Bien mirado, no era improbable que le diera a todo: demasiado ansioso, demasiado ufano y atolondrado, y también muy excitable.

–Tú díselo y verás —me contestó Tupra mientras le ofrecía delicadamente su brazo a la señora Manoia y arrancaban los dos hacia el lavabo de damas. Se encontrarían con cola, sin lugar a dudas—. Dentro de siete minutos más o menos. Me reuniré con vosotros. Entretenlo hasta entonces. —Y con su dedo como un cañón corto señaló la puerta del pintado garfio, imposible no acordarse de Peter Pan nada más verlo.

Se lo dije a Rafita, que al igual que Flavia se había quedado momentáneamente estupefacto. Eso lo hizo recobrarse, reactivarse; se mostró interesado, o más bien algo afanoso.

–Vale, vamos —contestó en seguida, y hacia allá nos fuimos y franqueamos el garfio. Una vez en el lavabo de los mutilados, que seguía desierto como poco antes, no ocultó cierta impaciencia ante la perspectiva, debía de pensar que así la ebriedad se le mitigaría, había entrado en una fase de pequeño mareo, por fortuna no grave, no vomitaría, pero los pies se le enredaron un poco en el breve trayecto con mucho obstáculo humano, lo achaqué también en parte a efectos de su demenciado baile y desde luego el jadeo, después me di cuenta de que se le habían soltado los cordones de los zapatos, ambos, se podía haber dado una buena toña y quedar frito en la pista, allí lo habrían rematado las hordas y nos habríamos ahorrado unas cuantas vainas—. No la tienes tú, tú no la tienes. —Quiso constatar el hecho.

–No, la tiene el señor Reresby —le respondí, y entonces se me ocurrió que éste bien podía tenerla de veras o en absoluto; para alguien como él no sería complicado disponer de ella, ofrecerla puede ser muy útil en nuestros tiempos y él sabía moverse en cualquier territorio—. No tardará, ha dicho. Iba a ver si le curaba un poco el jabeque que le has pintado a nuestra titi con esas cuerdas absurdas que te salen de la coronilla, esa canasta. —A aquellas alturas ya no me importaba ponerlo verde, y además en el extranjero se adquiere confianza con los compatriotas muy rápidamente y sin base, para mal y aun para fatal por norma, pero tiene la ventaja de que se puede ir al grano cuando hace falta. De la Garza me estaba causando demasiados problemas y todos evitables, lo peor era eso. Me adapté de antemano a su habitual jerga impostada (yo nunca diría por mi cuenta 'jabeque'), eso equivalía a recorrer de golpe un gran trecho, de la confianza—. A quién se le ocurre ponerse esa ridiculez, y luego azotar con ella a tu pareja de baile, ya veremos cómo se lo toma el marido cuando le vea el fustazo en plena cara. – 'Uno sfregio', me acordé de sus consultas de pronto, horrorizado; 'se la vamos a devolver con una especie de sfregio, si comprendí bien su gesto, se pasó la uña del pulgar por la mejilla; tiene tela la cosa, le va a sentar como un tiro, aunque aún peor habría sido el arañazo en la bazzaen lugar de en la guancia, Manoia lo podría haber juzgado una alusión, una burla, una revancha mía por sus malos modos, aunque el mentón de la pobre Flavia no sea protuberante ni por lo tanto bazza, propiamente'—. Eres un imprudente del copón, De la Garza. Te he dicho que ese tipo tiene mucha influencia en el Vaticano, y bueno, en toda Italia, incluida Sicilia. —Yo mismo me quedé sorprendido de utilizar esa expresión ('del copón'), en mí absolutamente desusada, debió de ser por asociación de ideas con el Vaticano, que estará perdido de copones, supongo, uno al menos en cada estancia—. Y además le he visto muy malas pulgas, muy mala hostia —debí de seguir asociando, también deslizándome hacia el habla a la vez zafia y redicha de aquella peste de gañán perfumado—, confío en que Reresby sepa explicárselo, que no fue intencionado, que ni te diste cuenta. No lo fue, ¿verdad, Rafita?, no fue a propósito. —Nunca antes lo había llamado a él así directamente, me parecía; de hecho creía haberle oído el diminutivo a Peter ya después de que el agregado hubiera abandonado su casa aquella noche sin mojar y de vacío, para conducir y estrellarse en la carretera junto con el alcalde y la alcaldesa de Thame o Bicester o Bloxham o Wroxton (pero no había habido suerte).

–Claro que no ha sido aposta, qué te crees, ¿que me quiero quedar sin mojar al final, que me quiero estropear el polvo? Espero que no me lo hayáis jodido ya vosotros, me habéis cortado la inspiración y la faena al carajo, sois la leche merengada. Estaba que me salía. —Eso dijo, 'joder el polvo', y la metáfora taurina, y 'merengada', lograba teñir casi siempre su ordinariez de ñoñería, la nefasta mezcla española tan extendida y con nuestros escritores a la cabeza, incluidos muchos jóvenes deprimentemente anticuados, malolientes de puro rancios, las tradiciones abyectas resultan fáciles de seguir, se hacen tenaces. En lo segundo no podía acompañarlo, adaptarme: no estaba al alcance de mis concesiones, aquella cursilería suya.

–Pero qué polvo ni qué polvo, estás obsesionado con mojar, De la Garza. Olvídate de eso. A ti todo te da lo mismo, ¿no? Podría ser tu tía, y está aquí con su marido de guardia, te lo he advertido. Por qué no te vas de putas un rato, anda, tu sueldo te dará para eso. A ella es que ni, vamos, ni se le ha pasado por la cabeza. Y encima vas y le sueltas unos zurriagazos, no creo que quiera ni despedirse.

–Bah —contestó con displicencia—, ha sido sin querer, y ya me voy a quitar la peineta esta, para el baile no funciona, es un poco incordio. —Se acarició la redecilla con toda la mano de arriba abajo, como si escurriera una bayeta—. Y ni lo habrá notado, hombre, con la cara inflada a bottoxcomo la lleva. Y qué dices, tío, la tenía ya entregada. Sólo me faltaba cuadrarla y hala: estocada hasta la empuñadura, hasta las corvas. Tocar pelo y a tomar por saco. —Insinuó la postura de entrar a matar con la espada. Empezaba con sus incongruencias en ristra, señal de que se recuperaba. Me pregunté qué creería que significaba 'corvas', pero a él no iba a preguntárselo.

¿Bottox?—Fue entonces cuando oí el neologismo por vez primera—. ¿Qué es eso? ¿Y qué palabra es? Bottox. —La dije de nuevo para acostumbrarme, uno suele hacerlo con las que no conoce. De la Garza había llamado peineta a sus cuerdecillas colgantes, en su vida debía de haber visto una de aquéllas. Entre eso y sus enigmáticas corvas no era esperable que me ofreciera una etimología. Insistía en la comparación taurina, con ademán y todo, eso sí que era propio de nuestros particulares fascistas en el sentido coloquial del término, o en el analógico. No el gesto en sí, desde luego (hasta yo soy capaz de imitarlo, lo mismo que el de una verónica o un derechazo; todo a solas, bien entendido), sino la engreída asociación (digamos) de las labores de seducción de mujeres con la lidia de un toro bravo ante espectadores. Quizá a la postre sí era el suyo un espíritu fascista, por analogía.

–Ah no sabes. —Y lo dijo en un tono pueril de perdonavidas, como si mi ignorancia fuera la prueba de su mundanidad superior (no se la discutía, patanes mundanos los hay a millares y van en aumento) y de su permanente instalación en lo chic que le importaba tanto (por mí podía morar en ese terreno hasta el mismísimo último día, yo no pensaba disputárselo, ni tan siquiera hollarlo)—. Ah no sabes —repitió. Estaba encantado de poder aleccionarme en algo, es un decir—. Se lo inyectan a lo bestia las tías con pasta, y bueno, ya también algunos tíos. Tu amigo seguramente, sin ir más lejos, me pega que se lo meta en los pómulos, en la barbilla, en la frente, y en las sienes, contra las patas de gallo. Ese Reresby tiene la piel muy compacta y sin arrugas, se debe clavar la hipodérmica cada pocos meses, la italiana dejará pasar sólo semanas, qué sé yo. Si se lo permiten.

Era verdad que Tupra tenía una piel inquietantemente lustrosa y tersa para sus años probables, de un bonito color acervezado o incluso a veces amelocotonado, pero nunca me había parecido que fuera gracias a ningún artificio ni tratamiento, o bien es que no solía ocurrírseme que los varones recurrieran a eso, no aún por aquel entonces. Quién sabía, sin embargo. Me estaba quedando anticuado en algunos aspectos: yo ignoraba la existencia de aquel bottoxy sin duda de otros productos, era sólo un ejemplo. Bueno, todavía seguía ignorándola, Rafita no era el más indicado para explicar bien nada.

–¿La hipodérmica? ¿Se lo inyectan, quieres decir inyecciones en toda regla, con aguja y todo? Qué es, ¿una cosa líquida, claro? Contra las arrugas. —Lo último fue una afirmación, también a modo de acostumbramiento. Me resultaba inconcebible, que nadie se hiciera clavar una aguja en la frente o en la barbilla (lo de las sienes no era creíble) sin verse obligado a ello por imperiosos motivos, y además, aquella palabra... Si de algo tengo sentido es de las lenguas y las etimologías, supongo que me acostumbré a estar alerta y a deducirlas cuando enseñaba en Oxford y los estudiantes (por lo general malintencionados, chinchosos) me las preguntaban constantemente de los vocablos más peregrinos, tenía que improvisar a menudo, inventármelas sobre la marcha, cómo puede uno saber en mitad de una clase de dónde vienen 'papirotazo' o 'moflete', o cómo se originaron 'coscorrón', 'esgrima' o 'vericueto'. Ahora no pude evitar la sospecha de que bottoxfuera una contracción (tranquilizadora y de camuflaje, además de cómoda y práctica) de 'botulin toxin' eninglés, es decir, de la toxina botulínica tan peligrosa y temida y que, según me había contado Wheeler, el SOE había traído ex profeso de América en plena Guerra para impregnar con ella y emponzoñar las balas que le dispararon a Heydrich en el atentado de 1942 en Praga, y que fue lo que a la postre le causó la muerte a la que tanto se resistía, su voluntad no se le iba. 'Es demasiada coincidencia para que no sea eso. Bottox', pensé. 'Y si lo es, qué locura, inocularse veneno para no envejecer, o bueno, para aparentarlo, habrá de ser en cantidades muy medidas, mínimas. Pero qué fácil sería que se le fuera la mano al practicante, en la dosis. Y qué antigua ya esa palabra, "practicante", era normal en mi infancia'—. ¿Bottoxno significará la toxina botulínica, espero? —le pregunté a De la Garza. Al ver su cara de brutalidad ignorante ya supe que no tenía ni idea, pero no esperaba tanta memez como la que encerró su respuesta, así que dudé si era fingida o si es que le había aumentado con la semiborrachera y el reciente zarandeo de la música bestia. No era tan cabestro, pese a todo, como para sufrir tal confusión indeliberadamente.

–Esto no tiene nada que ver con la bulimia, tío —me contestó el muy mendrugo—. Ni con la bulimia ni con la anorexia. —Había apoyado una mano en una de las extrañas barras cilíndricas del lavabo espacioso y limpio; en la única fija, de hecho, para su suerte: sin duda le venía bien para no vencerse mientras aguardaba su prometida raya.

–No bulímica, hombre. Botulínica. Del botulismo, ya sabes. —Seguía mirándome con expresión muy ignara—. El botulismo, esa enfermedad que se coge al comer alimentos en mal estado, o conservas mal envasadas, ¿no has oído hablar de eso? —Me sabía esa etimología, así que se la solté, no digo que no fuera por devolverle su anterior tono de aleccionamiento—: Carne, o pescado, no sé si también fruta; pero pasaba sobre todo con los embutidos, y de ahí el nombre: 'botulus'significa en latín 'embutido'.

–No sé de qué me hablas, ni puta idea, lo que es no me lo preguntes, ni de dónde lo sacan. Pero no me pega que en esto entren ni salgan los chorizos ni las butifarras, oye. Esto va de una sustancia que se la inyectan y creo que les paraliza los nervios y entonces apenas si hacen gestos, se les van las arrugas mientras les dura el efecto y no les sale ninguna nueva, bueno, ahí donde se lo pinchen, claro. Pero vamos, es así, yo conozco a varias: ¿que una tía tiene la frente hecha un pergamino? Pues inyección al canto y a presumir de lisa como si fuera de mármol, una estatua. ¿Que tiene como un acordeón las mejillas? Pues les suelta unas dosis de paralís y a exhibirlas bien frescas y tersas. Lo único malo es que, al quedárseles paralizados los nervios, se les insensibiliza toda la zona, por eso la italiana ni se habrá enterado de que le daba con esto —se tocó la redecilla como si fuera una crin—, y también se les queda una expresión rara, como de piradas. No pueden mover bien nada, así que se las ve muy lozanas y prietas pero también muy tiesas, a lo muñecona, con cara un poco de bobas y locas. No sé si te has fijado en esta actriz, la exmujer del otro que está con la nuestra, joder, se me ha ido cómo se llama, esa con cara de alta, a mí me da que esos ojos tan fijos que se le han puesto son por el bottox, y como puntiagudos, ¿no? ¿No la ves como grillada de cara? Se lo debe meter en los pómulos y en las patas de gallo, a litros, es como si no pudiera ni cerrar los ojos, lo mismo duerme con ellos abiertos. Y como esta Flavia, joder. Según el ángulo parece un duende.


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