Текст книги "Cyteen 2 - El Renacer"
Автор книги: C. J. Cherryh
Жанр:
Научная фантастика
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Era como aparecía en las cintas, era grande y tenía tanto eco que uno se sentía mareado cuando lo miraba, con toda la gente en los balcones, que los miraba desde arriba; era real, como la Corte, que había sido primero sólo un sitio en una cinta y ahora sabía cómo sería aquella habitación en la planta de arriba porque el tío Giraud le había dicho que ahí era donde se reunían los Nueve.
El ruido desapareció. La gente seguía hablando pero ya no se gritaban, y la gente de Seguridad había hecho que los periodistas se quedaran fuera, así que ahora podían caminar y observar las cosas.
El tío Giraud la condujo a ella, a Florian y Catlin por las escaleras, donde ella saludó a Nasir Harad, el presidente de los Nueve: tenía el cabello blanco y fino, y comprendió que aquel hombre no se daba por vencido. Ella se daba cuenta de eso como se daba cuenta de que había algo raro en él, en la forma en que seguía sosteniéndole la mano después deque ella la hubiera estrechado y en la forma en que la miraba como si quisiera algo.
–Tío Giraud —murmuró ella cuando pasaban por las puertas hacia la Cámara del Concejo—. Qué raro era ése.
–Shh —dijo él y señaló el escritorio en forma de semicírculo donde se habrían sentado todos los cancilleres si hubieran estado allí.
Era raro, de todos modos, estar preguntándole a Giraud, nada menos, si alguien era amistoso o no. Observó lo que él le enseñaba, qué sillón era cada uno y el lugar donde se sentaba Giraud en el Concejo, eso era Ciencias, lo sabía: habían pasado por el Edificio de Ciencias y Giraud había dicho que tenía una oficina allí y una en el Salón del Estado, pero generalmente no estaba ahí, tenía secretarios que se encargaban de todo.
El tío Giraud hizo que Seguridad apretara un botón que abría la pared posterior y ella se quedó ahí, mirando, mientras la Cámara se abría hacia el enorme Salón del Concejo, y ahora era una habitación con un tamaño que correspondía al de los sillones, con la tribuna frente a la gran pared. El tío Giraud dijo que estaba hecho de piedra de las riberas del Volga, toda primitiva, trabajada, arenisca roja, como debía ser en la orilla de un río.
Los sillones parecían pequeñitos al lado de eso.
–Ahí se hacen las leyes —explicó el tío Giraud y la voz hizo un eco, como cada uno de los pasos que daban—. Ahí se sienta el presidente del Concejo, allá arriba, en la tribuna.
Ella lo sabía. Recordaba por la cinta la habitación atestada con gente que caminaba por los pasillos. El corazón le latía con fuerza.
–Esto es el centro de la Unión —continuó el tío—. Aquí la gente soluciona sus diferencias de opinión. Aquí se hace que todo funcione.
Ella nunca había oído hablar así al tío Giraud, nunca lo había oído hablar con aquella voz tranquila que decía cosas importantes. Sonaba como el doctor Edwards, como alguien que le estuviera dando lecciones.
Entonces se la llevó de nuevo afuera, donde estaba lleno de ruidos y Seguridad tenía que abrirles paso. Por las escaleras, abajo. Ari veía las cámaras colocadas más abajo.
–Vamos a unas entrevistas cortas —le dijo el tío Giraud– y después almorzaremos con el presidente Harad. ¿Te parece bien?
–¿Qué habrá de comer? —preguntó ella. La propuesta de comida sonaba bien. No estaba segura de si la alegraba tener que acompañar al presidente Harad.
–Canciller —dijo una mujer vieja, que se acercó a ellos. Puso una mano sobre la manga de Giraud y dijo—: Privado. Rápido. Por favor.
Había problemas. Ari se daba cuenta, la mujer lo exhalaba como si estuviera a punto de estallar de preocupación y Giraud se detuvo un instante y dijo:
–Ari. Quédate aquí.
Se pusieron a hablar y Ari sólo veía la espalda de la mujer. El ruido no la dejaba oír.
Pero el tío Giraud volvió muy rápido y estaba conmovido, distinto. Tenía la cara muy pálida.
–Sera —dijo Florian, muy rápido, muy bajo, como si quisiera que Ari le indicara qué debía hacer. Pero ella no sabía de dónde venía el peligro ni en qué consistía.
–Ari —dijo el tío Giraud y la llevó aparte, cerca de la pared, al otro extremo junto a la gran fuente, donde estaban las oficinas. Seguridad se movía con mucha rapidez, y Florian y Catlin iban con ella. Nadie los seguía. Sólo estaba ese sonido de voces, en todos lados, murmurando como el agua.
Seguridad abrió las puertas e indicó a los que estaban dentro que pasaran a la oficina interior, y todos parecieron confusos y disgustados.
–Esperad aquí —ordenó Giraud a Florian y Catlin, y ellos la miraron, asustados, y el tío Giraud la hizo entrar en una oficina vacía donde había un escritorio y una silla. Florian y Catlin iban a seguirla, no sabían qué hacer, pero él les repitió—: ¡Fuera!
–Está bien —les tranquilizó ella.
Entonces, Giraud les cerró la puerta en las narices. Ellos dos estaban asustados. El tío Giraud también tenía miedo. Y ella no sabía qué estaba pasando, pero ahora él la cogió por los hombros, la miró y le dijo:
–Ari... Ari hay noticias en la red. Son de Fargone. Quiero que me escuches. Es sobre tu mamá. Ha muerto, Ari.
Ella se quedó de pie, quieta. Sintió las manos de Giraud sobre los hombros. Le estaba haciendo daño en el hombro derecho. Le estaba diciendo una barbaridad, algo que no podía ser cierto, no con respecto a mamá, no tenía sentido.
–Murió hace seis meses, Ari. La noticia acaba de llegar por la red de la estación. Acaba de llegar. La reciben aquí con los comunicadores. Esa mujer, la oyó y me lo contó. Yo no quería que te enteraras por boca de otra persona, Ari. Tranquila, querida Ari.
La sacudió. Le dolía. Por un momento no pudo respirar, no lo consiguió hasta que se vio obligada a aspirar todo el aire de golpe y el tío Giraud la abrazó y le palmeó la espalda y la llamó cariño. Como mamá.
Ella le pegó. Él la abrazó para que no pudiera hacerlo y siguió abrazándola mientras ella lloraba.
–¡Mentira, mentira! —aulló Ari cuando consiguió recuperar el aliento.
–No. —Él la abrazó más fuerte—. Cariño, tu mamá era muy vieja, muy vieja, eso es todo. Y la gente se muere. Escúchame. Voy a llevarte a casa. A casa, ¿entiendes? Pero tienes que salir andando de aquí. Tienes que pasar entre toda esa gente y llegar al coche, ¿me entiendes? Seguridad ha ido a buscar el coche, iremos directo al aeropuerto. Volvemos a casa. Pero primero hay que llegar al coche. ¿Puedes?
Ella escuchaba. Lo escuchaba todo. Las palabras le resbalaban por encima. Pero dejó de llorar y él le enderezó los hombros y le secó la cara con los dedos, le alisó el cabello y la hizo sentarse en la silla.
–¿Estás bien? —le preguntó muy bajito—. ¿Ari?
Ella respiró de nuevo. Y lo miró sin verlo, con los ojos muy abiertos. Sintió que él le palmeaba el hombro y oyó cómo se dirigía a la puerta y llamaba a Florian y a Catlin.
–La mamá de Ari ha muerto —le oyó decir—. Acabamos de enterarnos.
Cada vez más gente. Florian y Catlin. Si todos lo creían, cada vez sería más cierto. Toda la gente de ahí fuera. Mamá estaba en las noticias. Toda la Unión sabía que mamá había muerto.
El tío Giraud volvió y se arrodilló sobre una pierna, sacó el peine muy despacio y empezó a peinarla. Ella agitó la cabeza y le giró la cara. Vete.
Pero él volvió a peinarla, muy despacio, con mucha paciencia, y le palmeó el hombro cuando terminó. Florian le trajo una bebida y ella la tomó con la mano libre. Catlin estaba de pie y parecía muy preocupada.
La muerte es la muerte, eso era lo que decía Catlin. Catlin no sabía qué hacer con una CIUD que pensaba que era otra cosa.
–Ari —dijo el tío Giraud—, salgamos de aquí. Vayamos al coche, ¿de acuerdo? Dame la mano. Nadie va a hacerte preguntas. Vamos al coche y nada más.
Ella le dio la mano. Se levantó y caminó aferrada a la mano del tío Giraud y así salieron de la oficina y pasaron afuera, donde la gente estaba de pie, lejos, al otro lado del salón y el sonido de voces murió en la distancia. Ari oyó el rumor de la fuente por primera vez. Giraud cambió la mano y le puso la derecha en el hombro, y ella caminó con él, con Catlin delante y Florian al otro lado, y toda la gente de Seguridad. Pero no los necesitaron. Nadie le hizo preguntas.
Le tenían lástima, pensó ella. Lo sentían por ella.
Y ella odiaba eso. Odiaba la forma en que la miraban.
Fue una larguísima caminata hasta que pasaron por las puertas y entraron en el coche, y Florian y Catlin se sentaron al otro lado mientras el tío Giraud la ponía en el asiento de atrás, se acomodaba junto a ella y la abrazaba.
Seguridad cerró las puertas, uno de ellos entró en el coche, cerró las puertas de delante y el coche arrancó, rápido, con fuerza, y las luces del túnel pasaron junto a ellos.
—Ari —le dijo Giraud en el avión, haciendo levantarse a Florian de su asiento para sentarse al otro lado de la mesita con ella, en cuanto despegaron—. Ahora ya sé lo que pasó. Tu mamá murió en su oficina. Estaba trabajando. Tuvo un ataque cardíaco, muy rápido. No pudieron ni llevarla al hospital.
–¿Dónde están mis cartas? —preguntó ella mirándolo a la cara fijamente.
Giraud le respondió sin apartar la mirada ni un instante.
–En Fargone. Estoy seguro de que las leyó.
–¿Por qué no me contestó?
Giraud se tomó un momento. Luego respondió:
–No lo sé. Te juro que no lo sé, Ari, no sé si algún día podré contestarte a esto. Voy a tratar de averiguarlo. Pero eso lleva tiempo. Todo lleva tiempo entre aquí y Fargone, todo lleva mucho tiempo.
Ella apartó la vista. Miró por la ventana, donde las tierras salvajes mostraban sus rojos apagados.
Había estado sin mamá durante seis meses. Y nunca lo había sentido. Había seguido adelante como si nada hubiera pasado, como si todo siguiera igual. Eso la avergonzaba. La hacía enloquecer de rabia. Podrían haber pasado cosas terribles además de eso y había que esperar seis meses hasta enterarse.
–Quiero que Ollie vuelva —dijo a Giraud.
–Me voy a ocupar de ello —le prometió.
–¡Pero hazlo!
–Ollie también tiene derecho a elegir —le advirtió—. ¿No te parece? Es el compañero de tu mamá. Tiene que cuidar los negocios de tu mamá, su trabajo. Tiene que ocuparse de que las cosas sigan bien. No es un criado, cariño, es un excelente administrador y se encarga de la oficina de tu mamá y de sus asuntos. Quiere hacerlo. Pero le preguntaré qué quiere hacer ahora.
Ella tragó saliva para aliviar el nudo que sentía en la garganta. Deseó que Giraud se fuera. Todavía no sabía qué pensar. Todavía estaba tratando de entender.
Pensó en aquella caminata y en la gente que la miraba fijamente. Y tenía que volver a hacerlo en Reseune, todos la mirarían, todos sabrían lo que pasaba.
Estaba furiosa. Estaba tan furiosa que no podía pensar.
Pero tenía que pensar. Tenía que saber cuándo le mentían.
Y quién quería obtener cosas de ella. Y si era verdad que mamá había muerto.
¿Quiénes son?, ¿dónde están?, ¿qué tienen?
Miró a Giraud cuando él no se daba cuenta, lo miró mucho, mucho rato.
VII
Los programas de noticias pasaron la película hasta la saciedad, la niña solemne, conmovida, con el traje azul, caminando con Giraud, Florian y Catlin más allá de las líneas silenciosas de los periodistas y los empleados gubernamentales; solamente se apreciaba el funcionamiento de las cámaras y el movimiento rápido, feroz de Seguridad, que los flanqueaba mientras pasaban por el vestíbulo.
Mikhail Corain lo miró con las mandíbulas tensas, miró las películas que seguían, algunas de Reseune, películas sobre la infancia de Ari, sobre la carrera de Jane Strassen, todas intercaladas con secuencias del juicio, la entrevista anterior y luego todo de nuevo, con entrevistas con el Departamento de Información de Reseune, con Denys Nye, con los psiquiatras infantiles, con música solemne e imágenes sobreimpresas y basura y constantes comparaciones fotográficas entre la Ariane original, con aspecto solemne en el funeral de su madre, y la cara de la réplica, decorosa, pálida, impresionada, en una foto extraída de aquel fragmento de película que pasaban sin cesar.
Todo Cyteen giraba en el mejor teatro que Reseune pudiera pedir. Aquella perra de Catherine Lao casi no tuvo que esforzarse en manipular los servicios informativos, que ya habían estado cubriendo todo el asunto de la ley de Descubrimiento, luego el bombazo de que había una réplica de Emory que pedía el derecho de Sucesión y que no era como la clon de Bok, sino una niña brillante, luego la aparición en el juicio, la entrevista, todos aquellos puntos apoyaban a los expansionistas; la invocación de la Ley de Secretos Militares en el Ministerio de Defensa, un poco de información de las objeciones de los centristas, una posible ganancia contra la marea.
Luego la muerte de Strassen y la niña, que recibió la noticia, virtualmente en directo.
Señor, aquello era un circo.
Un carguero atracó en la estación Cyteen y envió el contenido de su paquete de Fargone a los manipuladores de datos de Cyteen y el paquete de noticias llegó como un golpe a los comunicadores, éstos colocaron la información entre las más importantes y luego la noticia pasó el control humano y lo que podría haber sido una historia interesante y sólo eso, la muerte de una administradora de Reseune que ni siquiera era conocida para el ciudadano medio, se convirtió en la mayor noticia divulgada desde...
Desde el asesinato en Reseune y la audiencia Warrick.
La noticia tenía que ser auténtica; la acumulación de datos en una nave espacial, el sistema de noticias —correo electrónico, publicaciones, datos de mercado de acciones, informes financieros y estadísticas, votos e informes civiles– era todo el flujo de datos de la última estación visitada, sacada de la caja negra de una nave espacial cuando ésta llegaba a puerto, junto con los datos de la nave misma. Gracias a este sistema los mercados, y en realidad toda la Unión, seguían funcionando: manipular una caja negra era físicamente muy difícil y moralmente impensable, y Fargone quedaba a seis meses de Cyteen, así que era imposible que la información se hubiera programado en el tiempo para que llegara en el momento preciso...
Señor, se dio cuenta de que estaba recordando cada movimiento que había hecho, cada contacto con Giraud Nye y Reseune, preguntándose si había una remota posibilidad de que lo hubieran manipulado para que pidiera la ley de Descubrimiento justo en el momento en que Reseune estaba lista para combatirla.
Después de toda una vida de tratar con Emory, era normal que tuviera este tipo de pensamientos.
Como la idea de que hubieran podido asesinar a Strassen. Como el tipo de pensamiento sin escrúpulos que les permitía crear y abusar de una niña tal como estaban haciendo con ésta, matar a uno de sus seres queridos, a alguien que tenía ciento cuarenta y tantos años y ya estaba casi al límite.
¿Qué significaba una vida para gente que creaba y destruía muchas de forma rutinaria?
Era una pregunta que valía la pena tener en cuenta, algo que valía la pena averiguar sin remover mucho las aguas, por sus propios canales de investigación; pero por lo que sabía de LÍNEAS ESPACIALES RESEUNE, que funcionaba en la misma estación que la instalación del Departamento de Defensa en Fargone, con ninguna relación con la estación Fargone excepto un transbordador que hacía su recorrido dos veces diarias, sería muy difícil conseguir nada del interior.
Y el partido centrista podía perder una ventaja considerable si daba un paso en falso ahora, si hacía acusaciones que tal vez no pudiera probar, si empujaba un proyecto de ley que terminaría en largas audiencias y en un caso judicial que involucraría a aquella niña, una niña que había convertido a periodistas veteranos en un montón de sentimentales a medio derretir y había generado tal inundación de preguntas que el Departamento de Información había asignado números especiales para ese caso.
Y eso sólo era el principio. Las naves que partieran de Cyteen esa semana serían el comienzo de una onda que llegaría hasta la Tierra y no perdería audiencia.
No había forma humana de seguir adelante con el proyecto de ley. Cualquier cosa que implicara procedimientos de apertura de documentos podía tener intersecciones con el futuro, y estas intersecciones eran impredecibles.
A pesar de que considero que la investigación es necesaria para el interés general, opino que resultaba inapropiado continuar en este momento.Ésta era la frase con que luchaban todavía los escritores de discursos.
Hiciera lo que hiciera, iba a quedar mal. Había pensado en pedir una investigación para salvaguardar el bienestar de la niña y decir que Reseune la había creado sólo a fin de ocultar aquellos archivos.
Todo el partido centrista estaba metido en un serio problema de posición.
VIII
Nelly la ayudó a sacarse la blusa: se ataba sobre el hombro herido y la manga estaba cortada y vuelta a atar, así que la escayola podía salir por el agujero con facilidad. Tenía varias blusas de este tipo y usaba chaquetas que se podían atar sobre el hombro del lado derecho.
Se encontraba mejor ahora. Tenía que ducharse con una bolsa de plástico atada alrededor del brazo. Cuando salió de la ducha, Nelly la ayudó a desembarazarse de la bolsa y a ponerse el pijama.
Nelly estaba preocupada; Ari lo intuía y sabía que no debía ponerse nerviosa con Nelly, no debía ponerse nerviosa con nadie.
–Todavía no quiero ir a la cama —dijo cuando Nelly quiso ponerla dentro.
–Se supone que tienes que ir a la cama a esta hora —objetó Nelly.
Eso hizo que Ari sintiera ganas de pegarle o llorar, y las dos cosas eran estúpidas. Así que dijo, con mucha paciencia:
–Nelly, déjame sola y vete a la cama. Ahora mismo.
Había asistido a la ceremonia de homenaje a mamá aquel mismo día. Había estado allí y no había llorado, al menos no había hecho una escena como Victoria Strassen, que había suspirado, hipado y finalmente Seguridad había tenido que acercarse y hablarle. Ari nunca había visto a la tía Victoria. Ya le tenía rabia. Mamá se habría enfadado con ella, aunque fuera su medio hermana. Ella tenía heridas en la boca porque se había mordido muy fuerte para no llorar, pero no le importaba, estaba bien, era mejor que lo que había hecho la tía Victoria.
Quiero que decidas si quieres ir,había dicho el tío Denys. No es necesario que vayas. Estoy seguro de que a tu mamá no le importaría lo que hicieras. Ya sabes lo que pensaba de los formalismos. Se fue hacia el sol en Fargone: eso es un funeral espacial y tu mamá era una persona del espacio antes de vivir en Reseune. Pero aquí en la Casa hacemos las cosas de otra forma. Si el tiempo es bueno, salimos al jardín Este, donde están los monumentos, o algún otro lugar, y los amigos de tu mamá contarán algunas anécdotas sobre ella, es nuestra costumbre. No quiero que vayas si crees que te va a perjudicar; pero pienso que tal vez quieras escuchar esas cosas y tal vez eso te ayude a conocer mejor a tu mamá, quién era de joven y todo lo que hizo. Si no quieres, no vayas. Si decides ir y después cambias de idea al llegar a la puerta, nadie pensará mal de ti: los niños no siempre asisten a estas ceremonias. Ni siquiera van todos los amigos. Depende de la persona, depende de si cada uno siente que lo necesita, ¿comprendes?
Florian y Catlin no habían ido. Eran demasiado jóvenes y eran azi, dijo el tío Denys, y no entenderían los funerales CIUD.
No querrás que tomen cinta por eso después,había dicho el tío Denys.
Ari estaba muy aliviada porque todo se había terminado. Se sentía tan herida por dentro como por fuera y el tío Denys le daba una aspirina tras otra y el doctor Ivanov le había puesto una inyección que decía que la iba a marear un poco, pero le ayudaría a seguir de pie en la ceremonia.
Ella deseaba que no se la hubiera puesto. Le habría gustado escuchar mejor y ahora todo le daba vueltas, oía como en ecos.
Todavía sentía los efectos, pero le dijo a Nelly que se fuera, que le mandara a Florian y a Catlin y se acostara y tomara la cinta que el doctor Ivanov le había recetado.
–Sí —dijo Nelly y tenía aspecto de estar muy triste.
Ari se mordió el labio. Tenía muchísimas ganas de gritarle. En lugar de eso, fue y dio comida a los peces y contempló cómo buscaban los pedacitos y nadaban entre las algas. Había muchos bebés. Uno de los grandes había tenido bebés. Y estaba su macho más bonito, en el tanque, con todas las hembras feas para ver si los bebés salían más bonitos. Florian podría cazarlo con la red y ponerlo de nuevo en su tanque de siempre: ella tenía miedo de hacerle daño con la red si lo cogía con la mano izquierda. Mañana. No tenía ganas de hacer nada con ellos ahora.
Entraron Catlin y Florian, con sus uniformes; parecían preocupados, como siempre desde que les dijeron lo de mamá. No entendían ni la mitad de lo que se sentía, ella lo sabía, pero estaban muy tristes igualmente porque ella lo estaba.
Florian le había dicho que se sentía muy culpable por lo del brazo y después por lo de mamá y le preguntó si había algo que ellos pudieran hacer.
Ella hubiera querido que pudieran hacer algo. Pero él no tenía que sentirse culpable, sólo mal, si quería: ella se lo dijo y le preguntó si necesitaba cinta, como se suponía que había que hacer cuando un supervisor recibía a sus azi.
El tío Denys se lo había dicho.
–No —había respondido Florian, muy rápido, con mucha seguridad—. No queremos. ¿Y si usted nos necesita y estamos en el hospital? No. No.
Luego Ari les dijo:
–Quiero que os quedéis aquí esta noche:
–Sí, sera —dijo Florian y añadió—: Vamos a buscar nuestras cosas —como si los dos estuvieran contentos ahora.
Ari se sintió mejor porque estarían con ella y no habría nadie más. Resultaba difícil estar con mucha gente, era como ir desnuda, como si estuviera hecha de cristal y la gente supiera todo lo que le pasaba por dentro, eso que ella no quería que supieran. Pero no se sentía así con Florian y Catlin. Ellos eran sus auténticos amigos y podían dormir en la misma habitación y sentarse los tres en pijama, aunque Florian fuera un chico.
Y con la puerta cerrada y ellos acompañándola, ella podía dejar de sentir aquella sensación retorcida y ahogada que le hacía doler el brazo y la hacía sentir descompuesta y cansada, muy cansada del dolor.
–Dijeron muchas cosas agradables de mamá —explicó ella cuando Florian y Catlin trajeron sus jergones y los colocaron en el rincón. Luego se pusieron los pijamas y se sentaron en el borde de la cama de Ari.
Muchos miembros del personal habían sido amigos de mamá. Muchos de ellos estaban tristes y la echaban mucho de menos. La tía Victoria estaba triste y probablemente se asustó cuando se le acercó Seguridad para decirle que dejara de llorar y pedirle que se fuera; entonces la tía Victoria se había enfadado mucho y se había ido enseguida, sola, mientras el doctor Ivanov contaba cómo mamá manejaba el Ala Uno.
Había muchas cosas que deseaba decir en voz alta para que Florian y Catlin las escucharan. Pero se las diría, no habría problema con eso. Sólo que tardaría un poco más.
En la ceremonia había mucha gente triste, y era raro que ella no sintiera lo mismo que con los periodistas. Los periodistas habían sentido pena. Reseune también, pero muchos de ellos estaban tan enfadados como ella, probablemente porque pensaban que no era justo que la gente tuviera que morirse, pero había visto distintos matices de furia, muchos matices de pena, no era como con los periodistas, aquí los sentimientos eran muy fuertes, muy complicados, al menos por lo que ella veía en las caras.
Justin y Grant habían estado allí. Grant era el único azi.
Mucha gente había dicho que mamá había sido maestra de los dos y que la habían querido mucho.
El doctor Schwartz había dicho que mamá y él solían discutir mucho en voz alta y que todos los oían por los pasillos, pero que eso era porque ella nunca quería aceptar algo que no fuera dela mayor calidad, y dijo que todo lo que hubiera hecho en LÍNEAS ESPACIALES RESEUNE marcharía bien, porque así era como mamá trabajaba.
Eso hizo que Ari recordara la voz de mamá como un eco en el dormitorio, a través de las paredes: Mierda, Ollie...Y se sintió tibia de pronto, como si mamá le estuviera gritando: Ponte recta, mierda, Ari, no digas estupideces. Conmigo no lograrás nada si sigues así.
Como si mamá hubiera vuelto durante un instante. Como si estuviera allí, con ellos, en aquel mismo momento. O en cualquier momento en que ella quisiera recordarla. Ya no estaba en Fargone. Ollie sí. Y muchos de los Desaparecidos también, tal vez.
En el avión, al volver, había calculado qué miembros de la Casa podían saber algunas cosas.
Y a quién podía presionar para que se las contara.
IX
—Estás loco —dijo Yanni. Justin lo miró a los ojos y replicó:
–Eso no es un gran descubrimiento. Está todo en el informe. Probablemente usted cree que tengo motivos ocultos, y eso no es verdad. No tengo nada contra John Edwards. Nada contra nadie. Ni siquiera sé si tengo razón. Es que... —Se encogió de hombros. Era fácil pasarse de la raya con Yanni y probablemente ya lo había hecho, y mucho. Tiempo para batirse en retirada, pensó. Y rápido—. Voy a ponerme de nuevo en lo mío. Tendré el proyecto GY mañana por la mañana.
–Alto ahí.
Justin se dejó caer de nuevo en la silla bajo el ceño de Yanni.
–Crees que la niña necesita más tensión —dijo Yanni.
–No quiero decir eso. Usted sabe que no quiero decir eso.
–Hijo, Administración está un poco alborotada. Y yo también. Aprecio que no odies a la niña y me doy cuenta de que crees sinceramente que has descubierto algo, pero estamos todos muy cansados, estamos un poco fuera de nosotros mismos y de verdad espero que no hayas ido a ninguna otra parte con esto.
–No. Claro que no.
–¿Sabes qué opino de lo que estás haciendo? No era una pregunta retórica. Yanni guardó un silencio mortal para esperar la respuesta.
–¿Qué, ser?
–Parece otra vez tu maldita locura, el mismo pozo al que vuelves como una piedra que cae, ésa es mi opinión. Motivaciones y estructuras de recompensa.
–Creo en lo que digo.
–Y lo pones por escrito. —Yanni levantó el informe de tres páginas y lo introdujo en una obertura de madera en el escritorio. Hubo un fogonazo rojo y un murmullo suave, lo cual significaba que la ceniza había sido eliminada—. Tómalo como un favor, hijo. Se supone que no puedo eliminar ningún documento relacionado con el proyecto. Acabo de quebrantar una regla. Tal como están las cosas, hay quienes consideran que estás a punto de rebasar el límite. Y a mí me gusta una de tus ideas, si no te importa que la tome prestada para una de las reuniones de personal en el futuro.
–Como quiera. Preferiría que no mencionara la fuente.
Yanni lo contempló un buen rato.
–No quiero que mi nombre aparezca en esto. Otra mirada larga.
–Psicología motivacional. Hasta ahora no has tenido los datos de Rubin. Sólo las estructuras. Te dije que te iba a sacar del trabajo entiempo real. Pero me gustaría que hicieras algo por mí, hijo. Un favor. Un favor importante. Voy a darte todos los datos de Rubin. Todos los documentos.
–¿Del... cómo decirlo, del segundo?
–No, la réplica no. El original.
–¿Por qué?
–No voy a decirte eso.
–¿Qué quiere que haga con los datos?
–Tampoco voy a decírtelo.
–Comprendo.
–De acuerdo. —Yanni se apoyó sobre los codos, las manos unidas frente a él—. Analiza el problema. Después ya te diré lo que pienso.
–¿Es un ejercicio?
–No voy a decírtelo.
–Mierda, Yanni...
–Tienes razón con respecto a la niña. Es más inteligente de lo que evidencian sus notas. Deja eso en mis manos. Ocúpate de lo tuyo. Yo me haré cargo del proyecto. ¿De acuerdo?
X
El tío Denys se sirvió otra ración de huevos. Ari revolvió la suya, simplemente los movió de un lado a otro porque el desayuno la ponía enferma.
–Podríamos salir a cenar esta noche —propuso el tío Denys—. ¿Te gustaría?
–No —respondió ella—. No tengo hambre.
Cumplía nueve años. Quería olvidar que era su cumpleaños. No quería quejarse por el estómago porque si lo hacía, el tío Denys llamaría al doctor Ivanov y eso significaría otra inyección y tener la cabeza mareada y confusa.
–¿Hay algo que te apetezca? —le preguntó el tío Denys.
Quiero a mamá,pensó ella, furiosa, tan furiosa que le parecía que tenía ganas de tirar los platos de la mesa y romperlo todo.
Pero no lo hizo.
–Ari, sé que es una temporada terrible para ti. No puedo hacer nada. Ojalá pudiera. ¿Hay algo que te apetezca? ¿Puedo darte algo?
Ella pensó. No sería inteligente desaprovechar una oportunidad como ésta. Si uno podía conseguir algo, había que sacar ventaja y tal vez después se alegraría de haberlo hecho. Había decidido eso hacía ya mucho tiempo.
–Hay una cosa que me gustaría para mi cumpleaños.
–¿Qué, querida?
Ella miró al tío Denys a los ojos, directamente a los ojos, con su mejor mirada de deseo.
–El caballo.
El tío Denys contuvo la respiración, muy rápido.
–Ari, querida...
–Tú me lo has preguntado.
–Creo que un brazo roto ya es suficiente. No. Decididamente no.
–Quiero el caballo.
–El caballo pertenece a Reseune, Ari. No puedes tenerlo así como así.
–De todos modos, eso es lo que quiero.
–No.
Eso dolía. Empujó el plato sobre la mesa para apartarlo y se levantó.
–Ari, creo que un brazo roto debería bastarte, ¿no te parece?
Ella se sintió al borde de las lágrimas y cuando estaba así se iba a su habitación. Así que se dirigió hacia allí.
–Ari —dijo el tío Denys—. Quiero hablar contigo. Ella se dio la vuelta para mirarlo.
–No me encuentro bien. Me voy a la cama.
–Ven aquí.
Pero ella no le obedeció. Se fue a su habitación y cerró la puerta.
Y se echó a llorar como un bebé, tirada en la cama, hasta que se puso furiosa y tiró a Poca-cosa por los aires.
Después se sintió como si algo se hubiera roto porque Poca-cosa era un recuerdo de mamá.
Pero de todos modos no era real.
Oyó que alguien abría la puerta del vestíbulo y después la de la habitación. Pensó que sería el tío Denys y se dio la vuelta para decirle algo feo, pero eran Catlin y Florian, que venían a ver qué le pasaba.
–Ser Denys la necesita —dijo Florian en voz baja.
–Dile que se vaya a la mierda.
Florian la miró, preocupado. Pero iba a ir y hacerlo, y se metería en problemas por ella, ella lo sabía.
–No —dijo. Se secó los ojos y se levantó—. Ya iré yo. Se secó los ojos de nuevo, pasó junto a los dos azi y salió a la sala.
Era un error salir huyendo del tío Denys. Cuando lo hacía, estaba dejando que él la Trabajara y ahora tenía que volver a la sala que era de él y ser buena.








