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Cyteen 2 - El Renacer
  • Текст добавлен: 7 октября 2016, 12:55

Текст книги "Cyteen 2 - El Renacer"


Автор книги: C. J. Cherryh



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–No, imposible.

–Estabas mintiendo cuando me dijiste que odiabas el vídeo. ¿No es cierto? Querías que no tuviera acceso a los informativos. Todavía es así.

–Pedistes una conexión. No la vas a tener. Ya sabes por qué. —El tío Denys aferró la taza entre sus manos grandotas—. Por tu salud. Por tu bienestar. Porque hay cosas que no tienes por qué saber todavía. Sé niña durante un tiempo. Incluso en estas circunstancias.

Ella tomó el papel, y cuidadosa, deliberadamente lo dobló y se lo guardó en el bolso, pensando, en el tono de mamá: Espera y verás, tío Denys.

Quería darte eso —dijo el tío Denys—. No quiero hacerte perder más tiempo. Gracias por almorzar conmigo.

–Esta es la octava.

–¿La octava qué?

–La octava vez que intentas darme pena. Te lo dije. Fue una cosa muy fea, tío Denys.

Cambiar y cambiar de nuevo. El Trabajo funcionaba solamente si uno lo usaba en el momento preciso. No importaba si uno estaba listo o no.

–La cinta. Ya sé. Lo siento. ¿Qué más puedo decir? ¿Que no lo hubiera hecho? Sería una mentira. Me alegro sinceramente de que te vaya bien. Estoy muy orgulloso de ti.

Ella le sonrió con una sonrisa torcida, rápida y después se puso seria y cansada.

–Claro.

–¿«Sé fiel a tu propio yo»? —Con una sonrisa muy suya—. Ya sabes quién planificó todo esto.

Ella lo pensó de nuevo. Era uno de los mejores cambios del tío Denys, directamente desde donde ella no lo esperaba, y la dejó en blanco, sin pensamientos.

Mierda. No había mucha gente que pudiera Atraparla así.

–Me pregunto si puedes imaginarte cómo se siente uno —continuó el tío Denys—. Conocí a tu predecesora, mis primeros recuerdos de ella son los de una joven hermosa, muy hermosa; y después, ver que la misma mujer joven llega lentamente al final de tu vida, cuando ya estás viejo, es una perspectiva increíble.

Trataba de Trabajarla, claro.

–Me alegro de que te guste.

–Me alegro de que aceptaras mi invitación —dijo él y tomó café.

–¿Te gustaría hacer algo que me encantaría de verdad?

–¿Qué?

–Dile a Ivanov que no quiero ir a mi cita.

–No. No voy a decirle eso. Te puedo decir dónde está la respuesta. Está en el material del decimoquinto año.

–Muy gracioso, tío Denys.

–No quería hacerme el gracioso. Es la verdad, nada más. No vayas demasiado rápido, Ari. Pero voy a cambiar una cosa. Voy a dar por terminadas tus clases.

–¿Qué quiere decir eso de dar por terminadas mis clases?

–Más bajo, Ari. Voces. Voces. Estamos en un lugar público. Quiero decir que es una pérdida de tiempo. Verás al doctor Edwards cuando lo necesites. Al doctor Dietrich. Ellos te darán tiempo especial. Tienes acceso a más cintas de las que puedes hacer. Tendrás que seleccionarlas. La respuesta a lo que eres está allí, mucho más que en material biográfico. Elige tú misma. En este momento eres una Especial. Tienes privilegios. Tienes responsabilidades. Así es como funcionan las cosas. —Tomó dos sorbos de café y apoyó la taza—. Voy a poner los cobros de la biblioteca en mi cuenta. Todavía tengo más que tú. Podrás ver a tus amigos de la escuela cuando quieras. Pídeles que vengan a través del sistema. Recibirán el mensaje.

Se levantó de la mesa y se fue. Ella se quedó sentada un momento, pensando, tratando de recuperar el aliento.

Podía ir a clases si quería. Podía pedir tiempo a sus instructores, eso era todo.

Podía hacer lo que quisiera.

Inyecciones, análisis de nuevo. Ari se burló del técnico que le extrajo sangre y le inyectó el medicamento. Ni siquiera vio al doctor Ivanov.

–Hay recetas en la farmacia —dijo el técnico—. Sabemos que ha estado ensayando en su domicilio. Por favor, tenga cuidado. Siga las instrucciones.

El técnico era un azi. No era alguien a quien pudiera gritar. Se levantó, mareada, fue a la farmacia del hospital y retiró las recetas.

Kat. Al menos era útil.

Volvió a casa temprano. Nada de entrevistas con el doctor Ivanov, nada de largas esperas. Colgó el bolso en el recipiente de plástico y leyó la cuenta y vio que habían puesto treinta créditos en su cuenta por las pastillas y probablemente también por las de Florian y Catlin.

–Mierda —maldijo en voz alta—. Cuidador, mensaje a Denys Nye: la farmacia es cosa tuya. Tú la vas a pagar. Yo no la he pedido.

La puso furiosa.

Era la inyección. La inyección le hacía eso. Respiró hondo unas cuantas veces y fue a la biblioteca a poner los frascos en el armario debajo de la máquina.

Mierda.No le tocaba la menstruación. Pero se sentía igual. Se sentía...

Inquieta. Como si deseara tener trabajo para hacer esa noche o algo así. O podía ir a ver a la potranca, tal vez. Había estado trabajando mucho y había ido muy pocas veces. Dejaba la mayor parte de la crianza de la potranca en manos de Florian, pero en realidad tampoco tenía ganas de ir a verla. Las inyecciones la molestaban y le disgustaba perder el control cuando había gente a su alrededor. Ya iba a tener que esforzarse bastante para no mostrarse irritable con Florian y Catlin cuando volvieran a casa, así que ni pensar en andar cerca de Andy, que era demasiado bueno para tener que soportar a una CIUD de mal humor.

Sabía lo que le pasaba, tenía que ver con la menstruación, mierda. El doctor Ivanov estaba metiéndose con ella de nuevo y resultaba muy embarazoso. Estar con otros, con mayores, que podían darse cuenta de lo que le estaba pasando, y eso también la avergonzaba.

Probablemente todo tenía que ver con órdenes de Denys. Claro que sí. Y trató de pensar en una forma de detener todo aquello, pero mientras Ivanov tuviera el poder de suspender su licencia como supervisora si faltaba a las sesiones, tenía que asistir.

Mierda, no era posible que aquellas inyecciones y controles estuvieran relacionados con su trato con los azi, no lo era, pero no podía probarlo, a menos que hiciera lo mismo que la primera Ari y llamara a Seguridad para que ellos arreglaran una reunión de la Casa.

Dios, ¿y sentarse ahí, frente a todos los mayores que conocía en la Casa y explicarles lo de los ciclos y las inyecciones? Ni hablar.

No te enfrentes a Administración, le había dicho Ari senior por su propia experiencia.

Claro que Ari senior se lo estaba haciendo tanto como Denys.

Mierda.

Mierda, mierda, mierda.

Abrió el armario de cintas y buscó algo que le ocupara la mente y eliminara parte de su enfado. Una de las cintas E. Dumas, tal vez. Quería pasar esa cinta dos veces. Sabía que era buena.

Pero empezó a pensar en las cintas para adultos y eso le recordó la última cinta sobre sexo que había usado hacía ya mucho tiempo. Y eso era exactamente lo que quería.

Así que sacó una que no parecía tan vergonzosa como las demás. Modelos,se llamaba; y la llevó a la biblioteca, le dijo al Cuidador que informara a Florian y a Catlin cuando llegaran que ella estaba con una cinta y que tal vez tardaría unos quince minutos más; controló el tiempo.

Y cerró la puerta del laboratorio de cintas, se drogó con la dosis media de trank que se usa para entretenimientos, se instaló y la dejó correr.

Un rato después pensó que sería mejor detenerla. Era diferente de cualquier cosa que hubiera esperado.

Pero los sentimientos que le provocaba eran interesantes.

Muy interesantes.

Florian y Catlin estaban en casa a la hora en que terminó la cinta. Ella no debía moverse todavía, pensó; pero era sólo una dosis pequeña, no era peligrosa, sólo la hacía sentir un poquito drogada, de aquella forma rara, tibia. Le preguntó al Cuidador si ellos dos estaban solos (una tontería, claro) antes de abrir la puerta.

Los encontró en la cocina preparando la cena. Se sintió tibia de nuevo.

–Hola, sera —saludó Florian—. ¿Le ha ido bien hoy?

Almuerzo con Denys, recordó Ari. Y pensó que todavía estaría furiosa, si no hubiera tomado la droga. Era extraño... la forma en que las cosas le parecían más o menos importantes durante el día.

–Ya no tengo que ir a clase. Dijo que no tengo que ir a clase excepto si necesito ayuda especial. Dijo que tengo demasiadas cintas que hacer.

¿Y por dónde empiezo? Qué tontería. Como si tuviera todo el tiempo del mundo.

¿Está bien, sera? —Catlin estaba preocupada.

–Sí. —Ari se separó del marco de la puerta y fue a preparar las servilletas. El reloj del horno estaba corriendo, un brillo de números verdes—. Puedo soportarlo. Lo superaré. Tal vez tiene razón: tengo mucho que revisar. Y no es que vaya a perder la escuela. —Se inclinó en una silla. El reloj seguía—. Pero voy a echar de menos a los chicos.

–¿Nos vamos a ver con ellos? —preguntó Florian.

–Claro, claro. Continuaremos viéndonos. —Ari tomó el plato y lo sostuvo y Florian usó las pinzas de cocina para sacar la cena calentada del horno. Ella tomó su parte y se sentó mientras Florian y Catlin cogían las suyas y se unían a ella.

La cena. Un poco de charla. Después a las habitaciones a estudiar. Tal como lo habían hecho siempre, pero ella tenía su propia oficina ahora y ellos sus terminales de ordenador y sus accesos a la Casa a través del Cuidador.

Ari fue a su habitación a cambiarse. Y se sentó sobre la cama; deseaba no haber visto aquella cinta y sabía que estaba en un lío.

Un gran lío. Porque sabía decirse que no cuando veía razones para hacerlo, pero se le hacía cada vez más difícil pensar en las razones que había para no seguir sus propios instintos, porque cuando se negaba algo, se ponía furiosa y cuando se ponía furiosa, volvía el mismo sentimiento.

Fue y leyó Base Uno, renglones y renglones de informes triviales generados por Ari senior, como ella generaba otros ahora, hasta que los pasó cada vez más rápido. ¿A quién le importaba que Ari senior hubiera hecho un pedido de tomates el 28 de septiembre?

Pensó en la biblioteca de cintas, en poner una de las Recomendadas y empezar con algo. Y finalmente decidió que probablemente era lo mejor que podía hacer.

–Sera. —Era la voz de Florian por el Cuidador—. Perdone. Estoy haciendo la lista. ¿Quiere algo de Mantenimiento?

Mierda, mierda, mierda.

–Mándala. —Le llegó un pensamiento, tibio, hormigueante y muy peligroso. Luego dijo, deliberadamente, consciente de que era una estupidez—: Y ven aquí un momento. A mi oficina.

–Sí, sera.

Tonto,se dijo a sí misma. Y cruel. Es una porquería hacerle eso, mierda. Inventa algo. Encárgale algún trabajo.

Dios...

Pensó en Ollie. Había pensado en él toda la tarde. Ollie con mamá. Ollie cuando parecía joven y mamá también era joven. Mamá nunca había estado sola, nunca mientras Ollie estuvo con ella. Y a Ollie nunca le había importado.

–¿Sera? —dijo Florian desde el umbral.

–Fuera —dijo ella a Base Uno, giró la silla y se levantó—. Adelante, Florian. ¿Qué está haciendo Catlin?

–Estudiando. Tenemos un manual que hacer. Cinta liviana. No es... no es algo que usted tenga que supervisar, ¿verdad? ¿Le digo que no lo haga?

–No. Está bien. ¿Es muy urgente?

–No.

–¿Incluso si te atrasas? ¿Incluso si no lo haces?

–No, sera. Dijeron... cuando podamos. Creo que estará bien. ¿Qué quiere que haga?

–Quiero que vengas a mi habitación un momento —dijo Ari y lo cogió de la mano y lo llevó por el pasillo hacia el dormitorio.

Y cerró la puerta cuando llegaron y echó el pestillo. Él la miró, preocupado.

–¿Hay algún problema, sera?

–No lo sé. —Ella le puso las manos sobre los hombros. Con cuidado. Él se apartó, se le movieron las manos, una ligera reacción defensiva que hubiera tenido igualmente incluso de haber sabido que ella iba a tocarlo. Se sentía inquieto si lo tocaban, como le había ocurrido con Maddy una vez—. ¿Está bien? ¿Te molesta?

–No, sera. No me molesta. —Todavía estaba confuso. Su respiración se aceleró y profundizó cuando Ari le pasó las manos por los costados y caminó a su alrededor, y otra vez hacia el otro lado. Tal vez pensaba que era una especie de prueba. Tal vez lo entendía. Otra reacción, cuando ella le tocó el pecho.

Ella sí sabía. Eso era lo horrible. Estaba avergonzada de sí misma. Tenía miedo por Catlin y por él, aunque nada importaba en aquel momento.

Le aferró el hombro, como a un amigo.

–Florian. ¿Sabes algo de sexo? Él asintió. Una vez, enfático.

–Si lo hicieras conmigo, ¿Catlin se sentiría mal? Él negó con la cabeza. Respiró hondo.

–No si usted dijera que está bien.

–¿Tú te sentirías mal? Otra vez el mismo gesto.

–No, sera.

–¿Estás seguro?

Él asintió, con fuerza. Otro suspiro.

–Sí, sera. —Otro gesto—. ¿Puedo ir a decírselo a Catlin?

–¿Ahora?

–Si tardamos un rato, ella se va a preocupar. Creo que tengo que decírselo, sera.

Le pareció justo. Era imposible evitar las complicaciones.

–De acuerdo —aceptó ella—. Vuelve pronto.

V

Florian dejó a sera para que durmiera, finalmente. Él había dormido un poco, pero sera estaba inquieta. Sera dijo que estaba un poco incómoda y que él podía volver a su cama, que estaba bien, que quería dormir y que no estaba acostumbrada a tener compañía.

Así que él se puso los pantalones, pero como se iba a la cama, cogió el resto de la ropa en la mano, se deslizó fuera del dormitorio y cerró la puerta.

Pero Catlin tenía la luz abierta todavía y salió al pasillo.

El se detuvo inmediatamente, paralizado. Deseó haber terminado de vestirse.

Ella se quedó allí un momento. Así que Florian se dirigió a la habitación de Catlin.

–¿Todo bien? —preguntó.

–Creo que sí —dijo él. Sera estaba un poco incómoda, él le había hecho daño, pero era necesario porque sera estaba hecha así. Sera dijo que él debía seguir, y ella había estado contenta con él, en general. Eso esperaba. Realmente esperaba eso—. Sera dijo que quería dormir, que me fuera a la cama. Haré el manual mañana.

Catlin lo observó, como hacía a veces cuando estaba confundida, abierta hasta las entrañas. El no sabía qué decirle. No sabía lo que Catlin esperaba de él.

–¿Cómo fue?

–Hermoso —respondió Florian con la respiración irregular. Sabía lo que le estaba diciendo, y la forma en que había estado funcionando la mente de ella y la forma en que seguía funcionando ahora. Compañeros. Por muchos, muchos años. Catlin sentía curiosidad. Algunas cosas estaban más allá de su capacidad y a ella no le importaba. Pero sí estaba interesada en esto, quería desentrañar el asunto; ella era capaz de deshacer algo para saber cómo funcionaba, y ahora el sentimiento era el mismo.

Finalmente murmuró, y él sabía que iba a decirlo:

–¿Me lo mostrarías? ¿Crees que a sera le importaría?

No estaba mal. Habría sentido el tirón de la cinta si fuera algo malo.

Estaba cansado. Pero si su compañera quería algo, lo tendría, siempre, para siempre.

–De acuerdo —dijo, tratando de despertarse y encontrar la energía necesaria. Y fue a la habitación de Catlin con ella.

Se desnudó. Y ella también, y eso era raro porque siempre habían sido recatados, tanto como podían; incluso en el campo, cuando no había forma de cubrirse, habían tratado de no mirar.

Pero él era quien estaba más avergonzado porque siempre había tenido sentimientos sexuales, eso lo comprendía ahora, mientras que Catlin, que era tanto más capaz que él en otros campos, se perdía mucho de lo que tenía que ver con eso que sera llamaba valores contradictorios.

–A la cama —señaló él y abrió las sábanas y se metió dentro, porque hacía un poco de frío; y porque la cama era cómoda, un lugar como de descanso, y él sabía que Catlin se sentiría más tranquila al estar junto a él en ese contexto.

Así que ella también se metió y se puso a su lado, mirándolo, y se apretó contra él cuando Florian se lo indicó y se relajó cuando él se lo ordenó, incluso cuando él le puso la mano sobre el costado y la rodilla entre las piernas.

–Déjame actuar a mí primero —dijo él y le informó que había algo de dolor en el asunto, pero aquello no era más que una orden de no reaccionar para Catlin. Era imposible sorprenderla con esas cosas.

–De acuerdo —aceptó ella.

Ella reaccionaba... y bien. Él lo descubrió muy pronto con el tacto. El se detuvo.

–Se hace cada vez más fuerte. ¿Quieres seguir? ¿Te gusta?

Ella lo pensó. Respiraba con fuerza.

–Sí —decidió.

–Ahora lo hacemos de nuevo —dijo él– y después tú me lo haces a mí. ¿De acuerdo? Como si fuera un baile. Variaciones. ¿Entiendes?

Ella soltó un profundo suspiro y lo imitó hasta que él sintió que perdía el control.

–Despacio —dijo él—. Para.

Ella lo obedeció. El se colocó bien entonces, y le pareció más fácil con ella que con sera, pero era lógico. Catlin lo escuchaba, incluso cuando resultaba difícil escuchar y él tenía más idea de lo que hacía esta vez.

Le advirtió sobre algunas cosas. Fueron muy cuidadosos el uno con el otro para no desencadenar una reacción de sorpresa: en eso Florian confiaba más en ella que en sera.

Ella no le hizo daño, no le dejó ni una marca. Sera sí lo había hecho.

Él terminó; y dijo, sin aliento:

–Es todo lo que puedo hacer, Catlin. Para mí es el segundo asalto. Estoy muy cansado.

Ella permaneció un momento en silencio, sin aliento también.

–Estuvo muy bien. —En esa forma pensativa en que lo decía cuando estaba de acuerdo con algo.

Él la abrazó ,con un sentimiento tibio. Ella no entendía siempre por qué hacía cosas como ésas. Él no creía que lo hubiera entendido esta vez, pensaría que era un reflejo temporal, una cosa sexual pero cuando él la besó en la frente y le dijo que sería mejor que la dejara sola, ella murmuró:

–Puedes quedarte aquí. —Y se acomodó como si fuera una pieza de rompecabezas al lado de él, y le dio un lugar cómodo que era más fácil no dejar.

Tenían que levantarse antes que sera de todos modos.

VI

Ari se despertó cuando la llamó el Cuidador, recordó lo que había hecho la noche anterior y se quedó allí un instante, recordando.

La asustaba un poco. Era un poco doloroso. No había sido como en la cinta, más real, un poco torpe. Pero alguien había dicho, tal vez la cinta, que eso pasaba; hasta el sexo requiere práctica. Y ellos tenían doce años y se acercaban a los trece por el camino difícil. Eso era ser joven. Su cuerpo todavía estaba creciendo. El de Florian también. Eso hacía que las cosas fueran diferentes. La cinta había dicho eso.

–¿Ari tiene alguna información sobre sexo? —preguntó a Base Uno.

Pero Base Uno le dio la misma referencia de siempre y ella la había leído tantas veces que casi se la sabía de memoria.

Había sido muy irresponsable la noche anterior, eso era lo que la carcomía ahora. Podía haberles hecho daño y lo peor de todo era que todavía podía hacerlo: todavía estaba obsesionada esta mañana, mucho más calmada y fría, pero el sexo era como la cinta, difícil de recordar un minuto después de haber terminado, un engaño, maldición. Dejaba sólo una curiosidad, algo que uno seguía toqueteando como un loco que se manosea un diente enfermo para ver si le sigue doliendo.

Resultaba difícil recordar muchas cosas cuando eso empezaba.

Como la responsabilidad. Como la gente que le importaba a uno.

Como quién era uno.

Ari senior tenía razón .Hacía que las ideas se confundieran. Podía llegar a dominarlo todo con mucha facilidad.

El sexo será tu punto flaco. El cerebro será tu mayor recurso.

¡A la mierda con esas inyecciones! Me están Trabajando, eso es lo que hacen, me están Trabajando y no sé cómo detenerlo. El doctor Ivanov me puede quitar la licencia si no las acepto, y sé lo que me están haciendo, mierda.

Tengo eso en la sangre todavía. Todavía lo siento. Las hormonas se vuelven locas.

Y todavía quiero ir con Florian y probar de nuevo como una tonta.

¡Tonta, tonta, tonta, Ari Emory!

¿Estás bien? —Acorraló a Florian para hacerle la pregunta antes del desayuno, en el pasillo. Cuidado. Hay que cuidar las cosas. Era el único antídoto.

–Sí, sera —respondió Florian, un poco ansioso, tal vez porque ella lo estaba sacando a solas de la cocina por el pasillo y lo acorralaba contra la pared y tal vez pensaba que iban a hacerlo todo otra vez.

Cálmate, no lo confundas. Ya has hecho bastante daño, tonta. Podía oír a mamá, bien claro, como cuando hacía algo estúpido... Mierda, Ollie.

¿Estás seguro? Quiero que no trates de hacerme sentir bien, Florian. Si hice algo mal, dímelo.

–Estoy bien. —Florian respiró hondo.– Pero, sera... Catlin y yo... ella... yo... Sera, dormí con ella anoche. Hicimos... hicimos el amor también. Fue agradable... en ese momento. Está bien, ¿verdad?

Una curva hormonal. Mal humor. Pánico. Descubrió que estaba respirando asustada y cruzó los brazos, se volvió y miró el suelo de piedra un momento hasta que logró dominarse y recuperar el sentido.

Tonta, Ari. Eres una tonta. Mira lo que ha pasado.

Ella es su compañera, no yo, ¿por qué mierda me siento celosa? Le hice algo horrible y él ni siquiera sabe que no está bien.

¡Mierda, Ari, mierda!

Contradicción. Eso es lo que desata el sexo. Un estado de contradicción terrible. Hormonas. Eso es lo que me pasa.

Me pregunto si podría escribir esto para uno de los malditos trabajos del doctor Dietrich.

Pero ¿ella está bien? —preguntó, dándose la vuelta para mirar a Florian, a un Florian muy preocupado y dolido—. Está bien hoy, ¿verdad? Quiero decir, no crees que esto haya afectado a la relación entre vosotros dos, ¿verdad? Eso es lo que me preocupa.

La cara de él se iluminó, como si las nubes hubieran pasado.

–No, sera, no. Es que... nos pusimos a pensar... Sera, Catlin tuvo curiosidad. Nada más. Usted la conoce. Si existe, quiere saber cómo es, y si tiene que ver conmigo, necesita saberlo, sera, realmente necesita entender lo que pasa. —Volvió a fruncir el ceño—. Todo lo que yo hago, sera, le pertenece a ella también. Tiene que ser así.

Ella le apoyó el brazo en el hombro, le cogió la mano y la apretó con fuerza.

–Claro que sí. Está bien. Está bien, Florian. Solamente me siento mal si vosotros estáis mal. No te acuso de nada. No me importa lo que hayas hecho. Solamente me preocuparía haberte perjudicado.

–No, sera. —Él confiaba plenamente en Ari. Haría cualquier cosa por ella. Parecía muy aliviado. Ella lo cogió del brazo y de la mano y avanzó con él por el pasillo hacia la cocina, donde los ruidos de las cacerolas y puertas indicaban que Catlin estaba trabajando.

–Pero Catlin no es tan social como tú. Y el sexo representa una gran sacudida, Florian, una gran carga de hormonas. (Pero en realidad son los valores contradictorios los que hacen enloquecer las cosas. Contradicción y recuerdo, interacción de cerebro y hormonas. Eso es lo que me pasa. Procesos CIUD. Todo el medio fluctuando en cuanto a los valores. Ni siquiera Florian piensa de esta forma contradictoria.)No le molestó, ¿verdad?

A él se le escapó una risita, más de sorpresa que de angustia, una risita que la dejó un poco menos preocupada, o más, pero por otras cuestiones.

–Mierda, Florian, no sé todo lo que debería saber. A veces, quisiera ser azi. En serio. Vigila a Catlin. Si sus reacciones no son las mismas, o las tuyas, quiero saberlo enseguida, quiero saberlo inmediatamente, llámame aunque tengas que parar un Ejercicio para hacerlo, ¿entiendes?

–Sí, sera.

–Me preocupo, me preocupo porque soy responsable, eso es todo. Y me pone nerviosa esto de experimentar con nosotros mismos, porque no puedo ir a preguntar a nadie, tengo que intentar las cosas y de verdad necesito que me digas si me equivoco contigo. Tú tienes que poner objeciones, ¿me oyes?, tienes que objetar si crees que estoy haciendo algo incorrecto.

–Sí, sera. —Automático como la respiración.

Llegaron a la cocina. Catlin estaba poniendo la mesa. Los miró, un poco extraña por la tensión que tenía entre las cejas.

–No te preocupes —dijo Ari—. Florian me ha contado lo que pasó. Está bien.

La tensión desapareció. Catlin le dirigió una de sus sonrisas verdaderas.

–Él estaba contento de verdad anoche —comentó Catlin atacando directo el centro de la cuestión, como sólo ella podía hacerlo.

Claro que Florian había estado contento. Su supervisora se lo llevaba a la cama y le decía que había estado bien; lo mandaba en estado de contradicción a entenderse con una Catlin en el mayor estado de contradicción posible para ella, ¿cómo podía estar Catlin cuando su supervisora se encerraba en la habitación con su compañero y hacía algo misterioso y emocional con él?

Así que se despertaban con toda esa carga sobre sus espaldas.

Tonta, tonta. Los hiciste sentir mal dos veces, por razones equivocadas. ¿No puedes hacer nada bien?

Tomaron el desayuno. Pasadme la sal. Más café, sera... Mientras ella seguía sintiendo el estómago revuelto y trataba de parecer alegre y pensar en cosas alegres al mismo tiempo.

Y después:

–Florian —dijo, finalmente—. Catlin. Dos caras perfectamente atentas se volvieron hacia ella, abiertas como flores a la luz.

–Sobre lo que pasó anoche... somos muy jóvenes todavía. Tal vez sea bueno que experimentemos entre nosotros para que no estemos demasiado hundidos en un estado de contradicción cuando lo hagamos con otras personas, porque ahí es cuando la gente puede Trabajarnos. Pero debemos evitar con todo cuidado Trabajarnos unos a otros sin querer, ni siquiera si nos resulta divertido, porque no hay duda de que uno se descuida. Yo he bajado la guardia en esto.

Le hablaba a Catlin, sobre todo. Y ella observó:

–Sí, el sexo hace bajar la guardia. —Con su risa rara, tan difícil de captar como su sonrisa verdadera—. Eso se puede usar.

–Claro que sí —dijo Ari finalmente, con más firmeza que antes. La contradicción disminuía, despacio, ahora que sabía lo que debía hacer—. Pero resulta difícil para los CIUD. Estoy con problemas de contradicción, nada que no pueda superar. Tenéis que acostumbraros a verme un poco rara de vez en cuando; no dura mucho, no me perjudica, forma parte del sexo de los CIUD. Se supone que no debo discutir mis problemas psíquicos con vosotros, pero ahora que lo estoy haciendo, me siento mejor y recupero el equilibrio. Eso no es anormal en un CIUD. Ya sabéis algo sobre eso. Y otra cosa. Creo que debería hacerlo, tomadme como ejemplo, para empezar. Vosotros no estáis acostumbrados a la contradicción... —Miró a Catlin a los ojos—. No a la contradicción fuerte, por lo menos. Sentiste algo cuando Florian se hirió. Pero eso es algo que ya sabías, Esto es nuevo y hermoso, y es una cosa de mayores. Como el vino. Si te sientes incómoda o preocupada al respecto, cuéntaselo a Florian o a mí, ¿de acuerdo?

–De acuerdo —aceptó Catlin, abierta hasta el fondo y muy seria—. Pero Florian ya hizo cinta al respecto, así que está bien. Si lo acepto es porque él es el especialista en esto, nada más. Pero puedo aprenderlo bien. Había que confiar en Catlin. Ari prestó atención a los nuevos porque Catlin sabía cómo leer las caras, y ella tenía ganas de reírse. Las hormonas todavía estaban enloquecidas. Pero el cerebro había empezado a defenderse.

El cerebro tenía que ganar, había dicho Ari senior. Pero la pequeña glándula en la base del cerebro es la causa de todos los problemas. No es casual que estén tan juntos en el cuerpo. Dios tiene sentido del humor.

VII

—Vamos a dar permiso para que Will asimile la rutina —dijo Yanni—. Yo personalmente creo, y el directorio estaba de acuerdo, que ya lo ha hecho hasta cierto punto, desde el momento en que esto empezó a funcionar. Con ese toque de valores profundamente colocados que tiene, no me sorprende, y estoy de acuerdo con el directorio en que eso es causa de preocupación.

Justin miró sin ver el borde del escritorio de Yanni.

–Estoy de acuerdo con eso —decidió finalmente.

–¿Qué piensas?

Él respiró hondo, se arrancó de las sombras mentales y miró a Yanni a la cara, no a los ojos.

–Creo que el directorio tiene razón. No lo analicé desde esta perspectiva. ;

–Quiero decir, ¿cuál es tu visión del problema en sí?

–No lo sé.

–Por Dios, despierta, hijo. No pensé, no lo analicé, no lo sé, ¿qué mierda te pasa? Él meneó la cabeza.

–Cansado, Yanni, simplemente estoy cansado. Esperó la explosión. Yanni se inclinó hacia delante sobre los brazos y suspiró profundamente.

–¿Grant?

Justin miró la pared.

–Lo siento mucho —dijo Yanni—. Hijo, es cuestión de tiempo. Mira, ¿quieres una fecha? Conseguiré el permiso. Eso va a llegar.

–Claro que sí —masculló Justin con suavidad—. Claro que sí. Todo llegará. Conozco el juego, maldita sea. Ya me he cansado, Yanni. Estoy fuera. Estoy cansado, Grant está cansado. Sé que Jordan se está cansando. —Estaba al borde de las lágrimas. Dejó de hablar y se quedó así, mirando adelante, a la pared y el rincón donde empezaban los estantes. Un bastón ritual de espíritus de los downers, en una vitrina. Yanni tenía sentido estético. O era un regalo de alguien. Ya se lo había preguntado antes. Envidiaba esa pieza.

–Hijo.

–¡No me llame así! —Volvió a fijar los ojos en Yanni, con dificultad, el aliento trabado en el pecho—. No... me llame así. No quiero oír esta palabra.

Yanni lo miró un largo rato. Yanni podía partirlo en dos porque lo conocía bien. Y él le había dado todas las claves, durante todos esos años. Acababa de darle una importante ahora, con esta reacción.

Pero incluso eso le era indiferente.

–Morley envió un excelente informe sobre tu trabajo con el joven Benjamín —dijo Yanni—. Dice... dice que tus argumentos son muy convincentes. Va a ir al comité con eso.

El bebé Rubin. Ya no era un bebé. Seis años, un niño flaco, dulce, de ojos grandes, con muchos problemas de salud y un profundo afecto por Alley Morley. Y en cierta medida, su paciente.

Así que Yanni empezaba a atacarlo por los puntos más sensibles. Era de esperar. No iba a salir entero de la oficina. Había sabido eso cuando Yanni lo dejó pasar.

Miró el bastón sagrado en la vitrina.

No era humano. Un pueblo amable que los humanos no tenían derecho a llamar primitivo. Así los llamaban, por supuesto. Y los metían en un protectorado.

–Hijo... Justin. Te aseguro que es un retraso temporal. Le dije lo mismo a Grant. Tal vez seis meses. Nada más.

–Si... —Justin estaba sereno ahora, al menos lo suficiente para poder hablar sin derrumbarse—. Si acepto que me detengan... si acepto cooperar en un psicotest, sobre todo lo que pasó entre Jordan y yo, durante estos años, ¿sería suficiente para conseguir el permiso para Grant?

Un largo silencio.

–No voy a darles esa oportunidad —dijo Yanni—. Mierda, no.

Él cambió la dirección de los ojos y miró a Yanni.

–No tengo nada que esconder. No hay nada ahí dentro, Yanni. Ni siquiera un pensamiento pecaminoso, a menos que les sorprenda saber que me gustaría ver a la Administración de Reseune en el infierno. Pero no movería un dedo para mandarlos allá. Tengo mucho que perder. Demasiada gente perdería demasiadas cosas.


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