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Lo Que Debe Hacerse
  • Текст добавлен: 10 октября 2016, 04:54

Текст книги "Lo Que Debe Hacerse"


Автор книги: Leon Tolstoi



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La organización del pájaro obedece a la necesidad que tiene de volar, de andar, de picotear, de mirar, y cuando hace todo eso, se le ve satisfecho y alegre, y entonces es un pájaro. Lo mismo ocurre con el hombre: cuando anda, vuelve, se levanta, se sienta y trabaja con los ojos, los dedos, los oídos, la lengua y el cerebro, se siente satisfecho, y únicamente entonces es un hombre.

El que haya reconocido la misión que tiene de trabajar, se sentirá impulsado naturalmente hacia esa alternativa del trabajo que conduce a la satisfacción de sus necesidades exteriores e interiores, y no cambiará ese orden alternado más que cuando sienta en sí un impulso irresistible hacia una tarea exclusiva, exigida por sus demás ocupaciones.

Es tal la esencia natural del trabajo, que la satisfacción de todas las necesidades del hombre reclama esa misma alternativa de las diversas formas del trabajo que hace de éste, no una carga, sino un placer. La falsa creencia de que el trabajo es una maldición, es la única que ha podido persuadir a los hombres a eximirse de él en sus diferentes formas, es decir, a usurpar el trabajo de otros, porque el trabajo especial de los unos impone a los otros una ocupación forzada, y esto es lo que han dado en llamar la división del trabajo.


XXII


Estamos tan acostumbrados a nuestro falso punto de vista respecto a la organización del trabajo, que nos parece que sería mejor para el zapatero, el mecánico, el escritor o el músico, verse libres del trabajo propio del hombre; pero en donde no se ejerza violencia sobre el trabajo de otro, en donde se borre la falsa creencia en las delicias de la ociosidad, ni uno siquiera huirá el hombro al trabajo físico necesario a la satisfacción de sus necesidades, porque esa tarea especial no es un placer, sino un sacrificio que el hombre se impone en pro de su vocación y de sus semejantes.

El zapatero de pueblo, si abandona el acostumbrado y alegre trabajo de la tierra por el de fabricar o remendar el calzado de sus vecinos, es únicamente porque le gusta coser: sabe que nadie puede hacerlo mejor que él y que sus convecinos se lo agradecen; pero, no obstante esto, no puede sentir el deseo de renunciar para toda su vida a la alegre alternativa del trabajo.

Lo mismo les sucede al starosta, al mecánico, al escritor y al sabio.


Nosotros somos los que, con nuestras ideas desnaturalizadas, nos imaginamos que, si al tenedor de libros se le envía a ser mujik y que si a un ministro se le deporta a Siberia, se les causa un perjuicio, cuando en realidad lo que se hace es colmarlos de beneficios, por cuanto se les hace dejar un trabajo penoso, especial, y tomar la alegre alternativa del trabajo.

En una sociedad natural, ocurren las cosas de otro modo. Conozco un mir 7en donde los aldeanos no necesitan de nadie. A uno de los habitantes del mir, más instruido, que los otros, le pedían que leyese por las noches, para lo cual se preparaban durante el día. Él condescendía voluntariamente, pero se fatigó con aquel trabajo exclusivamente intelectual y se puso enfermo: los habitantes del mir se compadecieron de él y le rogaron que se fuera a trabajar al campo.

Aunque se considere el trabajo como la médula y la alegría de la vida, el fondo, la base de la vida será siempre la lucha contra la naturaleza, es decir, el trabajo de los campos, el trabajo de los oficios, el trabajo intelectual y las relaciones sociales. Ya no se verá la derogación de una o de varias formas de este trabajo, ni de trabajo especial, más que en el caso de que el hombre de un trabajo especial, encariñado con él y sabiendo que lo hace mejor que los demás, se sacrifique por la satisfacción inmediata de necesidades que le sean expuestas debidamente.

Únicamente esa o parecida noción del trabajo y la natural distribución del mismo que de ella se deriva, destruyen el anatema que nuestra imaginación hace pesar sobre él; y todo trabajo se convierte en júbilo, porque el hombre, o realizará una faena indudablemente útil y alegre y de ningún modo fatigosa, o tendrá la conciencia de que se sacrifica en una tarea exclusiva y más difícil, pero útil para la dicha de los demás.

—Pero la división del trabajo es más ventajosa. – ¿Por qué es más ventajosa?—Tiene más cuenta hacer zapatos y tejer indianas, tan de prisa y tanto como sea posible. —Pero ¿quién hará esos zapatos y tejerá esas indianas? Los que de generación en generación no hacen más que alfileres.

¿Cómo puede reportar esto ventajas a los hombres? Si se trata de fabricar alfileres é indianas, pase; pero de lo que se trata es de los hombres, de su felicidad, y la felicidad de los hombres está en la vida, y la vida es el trabajo.

¿Y cómo puede reportarles ventaja a los hombres la necesidad de un trabajo doloroso y fuerte? Una sola cosa hay que tenga para ellos más ventaja, la misma que deseo para mí: alguna dicha y la satisfacción de todas estas necesidades físicas y espirituales, de estas aspiraciones de la conciencia y de la razón que son innatas en mí.

Y he aquí que he llegado a convencerme de que, para la satisfacción de mis necesidades, no tenía que hacer más que curarme de la locura en que


vivía antes con el loco de Krapivenski, de esa locura que consiste en creer que algunos escapan a la necesidad del trabajo y que «otros lo arreglarán todo»; y que para curarme, no tenía que hacer más que lo que e3 propio del hombre, es decir, trabajar satisfaciendo las necesidades de la propia naturaleza.

Y al convencerme de ello, me convencí también de que el trabajo, así comprendido, se divide por sí mismo en diferentes partes, de las que cada una tiene su encanto, y que, lejos de agobiarnos, nos descansan la una de la otra. Yo he dividido al tun tun, y sin ánimo de defender la propiedad y la justicia de esa división, el trabajo según las necesidades que tengo en la vida, en cuatro partes, correspondientes a los cuatro tironesde que se compone la jornada, procurando satisfacer dichas necesidades, y he aquí las respuestas que me he dado a la pregunta «¿Qué hacer?» l. º—No mentirme a mí mismo, por descarriada y separada que esté mi vida del verdadero camino que la razón abre a mis ojos.

2. º—Dejar de creer en la legitimidad de mi vida, en mi superioridad y en que soy diferente de los demás hombres, y reconocer y confesar que soy culpable.

3. °—Cumplir la ley eterna e indubitable del hombre por el trabajo de todo mi ser, sin avergonzarme jamás por ninguna clase de trabajo, y luchar contra la naturaleza para asegurar mi vida y la de los demás.

SOBRE EL TRABAJO Y EL LUJO




I


He acabado ya con lo que personalmente me atañe; pero no puedo resistir al deseo de añadir algunas palabras aplicables a todo el mundo, y de comprobar, por medio de consideraciones generales, las conclusiones particulares a que he llegado. Quiero decir por qué me parece que muchos de nuestra esfera social deben venir a donde yo he venido y lo que ocurriría si vinieran, aunque fuese en corto número.

Creo que muchos vendrán adonde yo he venido, porque si las gentes de nuestro círculo, de nuestra casta, se examinan seriamente, los jóvenes que van en pos de su dicha personal se estremecerán de miedo ante la desgracia de su vida, desgracia que va en aumento y que los lleva a su perdición; los concienzudos temblarán ante la dureza y la ilegitimidad de su vida, y los timoratos retrocederán ante el riesgo de la suya.

La desgracia de nuestra vida. —Inútil es que nosotros, los ricos, corrijamos y sostengamos con nuestra ciencia y con nuestro arte nuestra mentirosa vida: esta vida se debilita más cada año y se hace más enfermiza y más dolorosa: cada año es mayor el número de suicidas y el de las mujeres que se resisten a engendrar: sentimos, de año en año, acrecer el peso angustioso de nuestra existencia, y de generación en generación van debilitándose más las gentes de nuestra clase. Es evidente que la salvación no puede residir en esa multiplicación de comodidades y de dulzuras de la vida, ni en los tratamientos de toda clase, ni en los artificios imaginados para el perfeccionamiento de la vista, del oído, del apetito, de las dentaduras postizas, de los cabellos, de la respiración, de los masajes, etc.

Es indudable que las personas que no usan esos procedimientos perfeccionados están más robustas y gozan mejor salud, y la trivialidad ha llegado a tal punto, que en los periódicos se publican reclamos sobre los polvos estomacales al uso de los ricos, con el título de Blessings for the poor(la dicha de los pobres), en los que se dice que únicamente los pobres hacen una digestión regular; pero que los ricos necesitan digestivos, en cuyo número se encuentran dichos polvos. No es posible corregir el mal por medio de distracciones, comodidades ni polvos: el único remedio hay para corregirlo, es cambiar de vida.

La discordancia de nuestra vida con nuestra conciencia. —Por mucho que intentemos justificar a nuestros propios ojos nuestra traición para con el linaje humano, nuestros pujos de justificación caen hechos polvo ante la evidencia. Las personas mueren en derredor nuestro, agobiadas por un trabajo superior a sus fuerzas y por la carga abrumadora de la miseria: 145


destruimos el trabajo de otros, y el alimento y el vestido que les son necesarios, con el único fin de encontrar distracciones y variedad para disipar el fastidio de nuestra vida. Por eso, aunque sea poca la conciencia que le quede al hombre de nuestra casta, ese resto de conciencia no puede adormecerse, y envenena todas esas comodidades, todas esas dulzuras que nos suministran nuestros hermanos doloridos y agobiados de trabajo. Todo hombre de conciencia siente eso, y se alegraría de olvidarlo; pero no puede.

El nuevo y efímero desquite de la ciencia por la ciencia y del arte por el arte no resiste a la luz del buen sentido. No puede tranquilizarse la conciencia de los hombres con invenciones nuevas, sino por una vida nueva en la cual no haya ni necesidad ni ocasión de justificarse.

Dos razones demuestran a los hombres que pertenecen a las clases ricas la necesidad de cambiar de vida: el cuidado de su dicha personal y de la de sus semejantes, no aseguradas en el camino por el cual van, y la obligación de satisfacer la voz de la conciencia que les es imposible llenar con su existencia actual. Estas razones unidas deben impulsar a las personas de las clases ricas a cambiar su vida de modo que aseguren su felicidad y satisfagan su conciencia.

Y para verificar ese cambio, no hay más que un camino: dejar de mentir, humillarse y proclamar el trabajo, no como la maldición, sino como la alegría de la vida.

—Pero cuando dedique diez, ocho, cinco horas a un trabajo físico que harían de buena gana millares de mujiks por tener el dinero que yo tengo, ¿qué resultará de ello? —me preguntan.

El primero, sencillo e incontestable resultado será que te pondrás más alegre; que tendrás mejor salud; que te encontrarás mejor y que aprenderás a conocer la verdadera vida que te ocultabas a ti mismo o que desconocías.

El segundo, que si tienes conciencia, no sufrirá como sufres al presente viendo el trabajo de los hombres, cuya importancia exageramos o disminuimos siempre; que estarás contento por cumplir mejor cada día con las obligaciones de tu conciencia, y con salir de esa horrible situación en la que el mal se acumula en nuestra vida hasta tal punto, que es imposible hacer bien a los hombres; que saborearás la dicha de vivir libremente y «le poder hacer el bien, y que abrirás la ventana y amanecerás en los dominios del mundo moral, vedado antes para ti.


II


Pero nos dicen: – ¿A qué esas rarezas tratándose de nosotros? ¿A qué esas preguntas hondas, filosóficas, científicas, políticas, artísticas, religiosas y sociales, a nosotros los senadores, ministros, académicos, profesores y artistas, cuyos momentos son preciosos, según el mundo?' ¿A qué hacernos 146


perder el tiempo con esas rarezas? ¿A qué hacer que nos limpiemos las botas; que nos lavemos las camisas; que cavemos la tierra; que plantemos patatas; que les demo3 de comer a las aves y al ganado, etc., cosas que en lugar nuestro hacen con gusto el– portero, el cocinero y millares de personas que avaloran el tiempo de que nosotros disponemos?

¿Y por qué, entonces, nos vestimos, nos lavamos y nos peinamos? ¿Por qué alargamos las sillas a las señoras y a los caballeros que nos visitan, y abrimos y cerramos la puerta, y ayudamos a subir al carruaje y hacemos otras muchas cosas semejantes que en otro tiempo sólo hacían nuestros esclavos? Pues las hacemos, porque consideramos que así debe de ser y que en eso reside la dignidad humana, es decir, el deber del hombre.

Y lo mismo sucede con el trabajo físico. La dignidad del hombre, el deber más sagrado de éste es el de emplear las piernas y los brazos, que le han sido dados, en el uso para que fueron creados, y el dedicarse a producir los alimentos con que se nutre, sin dejar que sus manos se atrofien, limitándose a lavarlas, cuidarlas y hacer que lleven a la boca, únicamente, los alimentos, la bebida y los cigarrillos. Tal es el sentido del trabajo físico para el hombre en toda sociedad; pero en nuestra sociedad, en la que la derogación de esta ley natural se ha convertido en la desgracia de una clase entera, el trabajo físico toma una significación más: el de una predicación y el de una actividad capaces de conjurar las calamidades que amenazan al linaje humano.

Eso de decir que no tiene importancia alguna el trabajo físico para el hombre instruido, es como decir, tratándose de la construcción de un monumento: —¿Qué importancia tiene el colocar una piedra en su lugar, precisamente?

Pero todo asunto de importancia se realiza como cosa corriente, sin ostentación, con sencillez: no se labra la tierra ni se lleva a pacer el ganado a golpe de bombo ni vuelo de campanas. Los grandes, los verdaderos negocios siempre revisten sencillez y modestia. El asunto de más importancia que solicita nuestra atención, es la resolución de esas terribles contradicciones en medio de las cuales vivimos, y los medios que resuelven esas contradicciones son modestos, imperceptibles, y al parecer, ridículos: servirse uno a sí mismo; trabajar corporalmente para sí y, si se puede, para los demás: he ahí los medios que se nos ofrecen, a nosotros los ricos, si comprendemos la desgracia, la ilegitimidad y el peligro de esta situación en que hemos caído.

—Y en cuanto a mí, y a otro y a un tercero, y a un décimo que no repugnemos el trabajo físico, por considerarlo necesario a la dicha y a la tranquilidad de nuestra conciencia, ¿qué nos sucederá?


Suponiendo que haya uno, o dos, o tres, o diez que, sin disputar con nadie, sin estorbar al gobierno, sin violencia revolucionaria, resuelven por sí mismos la terrible cuestión ante todos planteada y que divide las opiniones, y que la resuelven de manera tal, que se tranquilice su conciencia y que nada tengan que temer, en tal caso, resultará que los demás hombres verán que la dicha que por todas partes buscan, está cerca de ellos; que las contradicciones que parecen insolubles, entre la conciencia y la organización de la sociedad, se resuelven de la manera más fácil y más satisfactoria, y que en vez de temer a las personas que nos rodean, debemos acercarnos más a ellas, y amarlas.

Esta cuestión económica y social que parece in-soluble, se parece al cofre del célebre fabulista Krilov. El cofrecillo se abre con facilidad; pero no con tanta facilidad que no exija para ello la cosa más sencilla, y es que lo abran.


III


El hombre ordena su propia biblioteca, su propia galería de cuadros, su propio departamento, sus vestidos propios, y adquiere en propiedad el dinero para comprar todo cuanto necesita, y a fuerza de ocuparse en esta propiedad imaginaria como si fuese verdadera, acaba por perder absolutamente la conciencia de lo que le pertenece en verdadera propiedad, de aquello sobre lo cual puede ejercer su actividad, de aquello que puede usar y que permanece siempre en poder suyo, y de lo que no le pertenece; que no puede ser propiedad suya, dele el nombre que quiera, y que no puede ser objeto de su actividad.

Las palabras tienen siempre un sentido claro en tanto que no les demos intencionalmente un doble sentido.

¿Qué es la propiedad?

La propiedad significa lo que me pertenece a mí solo, exclusivamente; aquello de que puedo disponer siempre como yo quiera; lo que nadie puede quitarme jamás; lo que permanece siempre mío hasta el fin de mi vida; lo que debo emplear, acrecer y mejorar. Así, pues, esta propiedad es de cada hombre, de él mismo, y exclusivamente suya.

Pero cuando una docena de hombres labran la tierra, talan un bosque y construyen botas, no por necesidad, sino por convicción de que el hombre debe trabajar y de que cuanto más trabaje se encontrará mejor, ¿qué resulta?

Resultará que bastan esos diez como basta uno solo, para demostrar a los hombres, en hecho y en principio, que ese terrible mal que padecen no es consecuencia de una ley del destino ni de la voluntad de Dios, ni de ninguna necesidad histórica, sino de una superstición de ningún modo formidable ni 148


terrible, de una superstición sin fuerza y sin fundamento en la cual basta no creer para verse libre de ella y para barrerla como una tela de araña. El que se dedique a trabajar para cumplir con la ley satisfactoria de su vida, es decir, el que trabaje para satisfacer a la ley del trabajo, se verá libre de aquella superstición que se llama la propiedad imaginaria.

Si el trabajo llena la vida del hombre, y si éste conoce los placeres del descanso, no tiene necesidad de salones, de muebles, de vestidos elegantes y variados, de alimentos caros, de medios de transporte, ni de distracciones. Pero, sobre todo, el hombre que considere el trabajo como el objeto y la alegría de su vida, no buscará el alivio de su trabajo en el trabajo de los demás. El hombre que cifre su vida en el trabajo, se propondrá un quehacer mayor, que llene más su vida, a medida que vaya adquiriendo más soltura, más destreza, y se vaya endureciendo más.

Para el que cifra su vida en el trabajo y no en sus resultados, le será indiferente la cuestión de instrumentos para la adquisición de la propiedad.

Sin dejar de elegir los más productivos, gozará las mismas satisfacciones de trabajo y de reposo, aunque trabaje con los instrumentos más imperfectos o improductivos. Si tiene un arado de vapor, se servirá de él: si no lo tiene, hará uso de una yunta, y si le falta también ésta, cavará con un azadón la tierra, y en cualquiera de los tres casos realizará su objeto de consagrar su existencia a una faena útil a los hombres, y gozará con ello.

Y la situación del que así proceda, tanto por las condiciones exteriores como por las condiciones interiores de su vida, será más feliz que la de un hombre que cifre su vida en la adquisición, de la propiedad.

Por sus condiciones exteriores nunca se verá necesitado, porque, al ver las gentes su deseo de trabajar, tratarán de hacer lo más productivo que sea posible su trabajo, y asegurarán su existencia material, cosa que no hacen en favor de los que persiguen la propiedad; y todo lo que el hombre necesita es tener su existencia material asegurada.

Por sus condiciones interiores, tal hombre será siempre más feliz que el que persigue la propiedad, por cuanto éste no obtendrá nunca tanto como desea, mientras que él, y en la medida de sus fuerzas, hállese débil, viejo o moribundo, mientras respire, obtendrá, con satisfacción completa, la estimación y la simpatía de los hombres.


IV


He aquí lo que resultará de que algunos seres originales, de que algunos locos labren, recosan las botas, etc. en vez de fumar, de jugar, de viajar y de arrastrar el fastidio durante las diez horas que al trabajador intelectual le quedan libres al día.


Resultará que esos locos demostrarán con su ejemplo que aquella propiedad imaginaria en persecución de la cual los hombres padecen y se atormentan y atormentan a los demás, no es necesaria a la felicidad humana, antes bien la impide, y que no es más que una superstición; que la propiedad única, la verdadera propiedad, reside en la cabeza, en los brazos y en las piernas; que para explotar de un modo útil, efectivo y agradable esta verdadera propiedad, es necesario repudiar la falsa noción de la propiedad llevada más allá de nuestro cuerpo, y por la cual perdemos las mejores fuerzas de nuestra vida.

Resultará que aquellos locos demostrarán que cuando el hombre deje de creer en la propiedad imaginaria, y sólo entonces, cultivará su propiedad verdadera, su cuerpo y su espíritu, y la cultivará de modo que le dé centuplicados frutos y una felicidad de que no tenemos idea; que únicamente entonces el hombre llegará a ser útil, vigoroso, bueno y capaz de reponerse de cualquier fracaso; que en todas partes, y para todos, será siempre un hermano querido, necesario y accesible. Y las gentes, al ver uno, o dos, o diez de estos locos, comprenderán lo que deben realizar para deshacer ese terrible nudo que "les ha echado la superstición de la propiedad, y para zafarse de la miserable situación en que gimen todos al unísono, sin poder prever la salida.

—Pero ¿qué hará un solo hombre ante la multitud discordante?

No hay razonamiento que demuestre mejor el error de los que lo hacen.

Los sirgueros tiran del barco remontando el río, y no es posible dar con un solo sirguero que sea tan estúpido que se niegue a tirar del cable, aduciendo que no tiene fuerza suficiente para arrastrar él solo la barca contra la corriente. El que reconoce por encima de todos sus derechos a la vida animal, como el comer y el dormir, un deber humano, sabe perfectamente en qué consiste ese deber, como lo sabe el sirguero que tira del cable: éste sabe que no tiene que hacer más que tirar y seguir en la dirección que se le haya indicado. Ya verá lo que tiene que hacer, y cómo tiene que hacerlo, cuando haya soltado el cable.

Lo que sucede con el sirguero y con todos los que están unidos en un trabajo común, sucede también en el gran negocio de la totalidad del género humano. No debe ninguno soltar el cable, sino tirar todos en la dirección indicada por el maestro. Por eso se ha dado a todos la misma razón, para que esa dirección sea siempre la misma; y esa dirección se halla tan visible é indubitablemente indicada, lo mismo en la vida entera de las gentes que nos rodean, que en la conciencia de cada uno y en todas las manifestaciones de la sabiduría humana, que únicamente no la ve el que no-quiere trabajar.

—¿Qué resultará, pues, de todo eso?


—Que tirarán uno o dos hombres; que, al verlos, se les unirá un tercero; que luego seguirán los mejores, hasta que el asunto se ponga en movimiento y marche francamente, incitando y decidiendo a tirar también hasta a aquellos que no comprendan lo que se hace ni por qué se hace.

A los que trabajen con el propósito deliberado de cumplir la ley divina, se les unirán desde luego los que hayan adoptado los mismo3 sentimientos, mitad por propósito deliberado, mitad por confianza: luego se les unirá un número más crecido de personas que los hayan adoptado únicamente por la fe que les inspiren los más avanzados, y por último, la mayoría de las gentes, y sucederá entonces que los hombres dejarán de perderse y hallarán la felicidad.


V


Eso sucederá pronto, cuando las gentes de nuestro círculo, y a su ejemplo la mayoría de los hombres, dejen de considerar que es vergonzoso ir de visita con botas a lo ruso, y no encuentren que lo sea ir en zapatillas ante personas que no tienen especie alguna de calzado; cuando dejen de creer que es vergonzoso no conocer el francés y no saber la última noticia, y encuentren que lo sea comer pan sin saber cómo se hace; que es vergonzoso no llevar camisa planchada ni vestidos pulcros, y lo sea llevarlos limpios por efecto de la ociosidad; que es vergonzoso llevar las manos sucias, y no crea que lo es llevarlas limpias de callos.

Y todo eso sucederá cuando la opinión pública lo pida: y la opinión pública lo pedirá cuando de la imaginación de los hombres desaparezcan los sofismas que disfrazan la verdad.

Recuerdo que se han realizado grandes mudanzas en este sentido, y que esas mudanzas se han realizado por el cambio operado en la opinión pública.

Recuerdo que era una vergüenza para los ricos no salir en carruaje tirado por cuatro caballos y con dos lacayos; que lo era no dejarse lavar, vestir y calzar por un ayuda de cámara o por una doncella, y he aquí que al presente, y de pronto, se ha hecho vergonzoso no vestirse y calzarse uno mismo y salir con lacayos en el coche.

Todos esos cambios se han realizado por la opinión pública. ¿Y acaso no son bien manifiestos los cambios que esa misma opinión está preparando hoy?

Bastó hace veinticinco años que el sofisma que justificaba la esclavitud desapareciera, para que cambiase la opinión pública: bastará que desaparezca el sofisma que justifica el poder del oro sobre los hombres para 151


que la opinión cambie sobre lo que es digno de loa y lo que es vergonzoso, y el cambio de opinión producirá el cambio de vida.

Pero el aniquilamiento del sofisma que justifica el poder del oro y el cambio de la opinión pública con relación a esto, marchan a todo vapor.

Este sofisma se hace traición a sí mismo y apenas oculta ya la verdad: basta fijar la atención para descubrir el cambio que se está operando en la opinión pública.

Basta que un hombre de nuestro tiempo, siquiera sea poco instruido, reflexione acerca de las consecuencias reales que se derivan de las opiniones que profesa sobre el mundo, para que se convenza de que esa apreciación de lo bueno y de lo malo, de lo elogiable y de lo vergonzoso sobre la cual ordena, por inercia, su vida, está en abierta contradicción con el resultado de sus reflexiones.

Le basta a un hombre de nuestro tiempo abstraerse por un minuto de su vida de inercia, y considerarla y someterla a esa nueva apreciación que se derivará de sus reflexiones acerca del mundo, para sentirse espantado ante el engaño de su vida.

Tomemos como ejemplo a un joven (en la juventud es más poderosa la energía de la vida, y más obscura la conciencia del yo), tomemos a un joven de las clases ricas, cualquiera que sean sus tendencias.

Todo joven considera vergonzoso no socorrer al anciano, al niño y a la mujer; exponer al peligro la vida o la salud de otro, poniendo en salvo las propias; que es salvaje y vergonzoso hacer lo que hacen, según cuenta Skayler, los kirghiz durante la tempestad, que es enviar fuera a las mujeres para que sostengan los vientos y tirantes de la tienda mientras zumba el huracán y permanecer ellos dentro sentados y bebiendo el kumiss 8; que es vergonzoso obligar a trabajar para él a un hombre debilitado, y más vergonzoso aún que el hombre más fuerte, al ver arder el buque en que navega, derribe a los más débiles y se arroje el primero en el bote de salvamento, etc.

Todo eso lo encuentran vergonzoso los jóvenes y no lo harían ellos en circunstancia alguna; pero en la vida ordinaria hay cosas análogas, y aún peores, que les disfraza el sofisma y que ellos hacen como cosa corriente.

La formación de nuevos puntos de vista sobre la vida, es hoy el asunto en que se fija la opinión pública, y la opinión que los afirma no está lejos de elaborarlos.

Las mujeres son las que forman esa opinión, y las mujeres son muy fuertes, sobre todo en nuestro tiempo.


FIN.



notes

Notas a pie de página


1Como si dijéramos, los descamisados. (en ruso Zolotoia rota).

2Agua endulzada con miel y aromatizada con especias. Se toma caliente.

3Especie de alpargatas.

4Habitantes de la casa de Rjanoff.

5Llamase así en Rusia el documento que se entrega a las prostitutas.


[6] Decimos que el elefante y la bacteria son organismos, tan sólo porque suponemos en dichos seres, por analogía, las mismas asimilaciones, las mismas sensaciones o sea la misma conciencia que tenemos y sentimos nosotros; pero, en las sociedades humanas y en el género humano, no existe ese carácter esencial, y por lo tanto, aunque dejando a un lado ese carácter esencial encontremos otros caracteres que sean comunes al género humano y al organismo, no es justa U asimilación del género humano a un organismo.



(Nota del autor)


7Colectividad de habitantes de un mismo pueblo

8Bebida hecha con leche de yegua


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