Текст книги "Esposa por una semana"
Автор книги: Kelly Hunter
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–¿Cuánto alcohol dices que había en ese té? —preguntó Nick.
Hallie le pasó una taza y él se bebió el contenido de un trago.
–Odio esto —murmuró él.
–Sí, pero funcionará —dijo ella con más confianza de la que sentía—. Confía en mí.
–Confío en ti —dijo él—. Es en los malos en quien no confío. ¿Y si no sale bien? ¿Y si te hacen daño? Jamás me lo perdonaría.
–Tienes que pensar en positivo —dijo ella—. Piensa en Lara Croft en Tomb Raider.
–Lara Croft tiene armas grandes y muchas vidas. Tú no tienes armas y sólo tienes una vida.
–Para vivirla como quiera. Y quiero hacer esto, Nick. Este error lo he cometido yo y quiero arreglarlo yo.
Él estaba más cerca que hacía un momento, lo suficientemente cerca como para estirar el brazo y tocarla. Se debatía entre su deseo de protegerla y su deseo de estar de acuerdo con su plan. Levantó la mano y le tocó la mejilla; la miraba con sus intensos ojos oscuros, lleno de tensión.
–No puedo hacerlo —murmuró él en tono ronco.
–¿A qué te refieres exactamente? —le susurró ella cuando sus labios se acercaron a los suyos y le deslizó la mano por la mejilla para agarrarle la parte de atrás de la cabeza—. ¿Te refieres a besarnos, o a acceder a mi plan?
–A cualquiera de las dos cosas —dijo él mientras unía sus labios a los de ella.
Ella esperó rabia de él, al menos un resto, pero su beso resultó inesperadamente dulce. Sus manos acariciaron sus cabellos al tiempo que trazaba el chichón de la cabeza con cuidado.
–¿Sigue doliéndote? —le preguntó él.
–No —ella le deslizó la mano por el pecho, deleitándose con el calor de su cuerpo y con la fuerza de su torso y sobre todo con la vida que desprendía su persona. Él la besó de nuevo, esa vez con más pasión, con un deje de desesperación que ella también mostró al besarlo.
–¿Y ahora qué?
–No.
Le hinco los dedos en los hombros; estaba tan ardiente con sus caricias No tenía defensas cuando se trataba de Nick, ni una; pero aun así trató de disuadirlo, tanto por su bien como por el de ella.
–Estás rompiendo todas las reglas —le susurró ella mientras él le acariciaba los hombros y empezaba a juguetear con los tirantes del camisón con sus dedos largos y firmes—. Un dormitorio no es un lugar público.
–Lo sé —dijo él en ese tono ronco que encendía los deseos de una mujer.
–Y la puerta está cerrada y las cortinas echadas.
–No hay público —murmuró él y le puso los labios en el hombro en el mismo sitio donde había estado el tirante.
–Y no sé tú —dijo ella desesperadamente, en un intento de recordarle lo de las reglas—, pero a mí esto empieza a parecerme sexo.
–No es sexo —dijo él con certidumbre—. Es el preludio.
Hallie cedió, se rindió, estremeciéndose de placer mientras él pasaba los labios sobre sus hombros con toda suavidad, trazando sobre su clavícula un camino lento y tortuoso. La subió encima del aparador sin esfuerzo y al instante siguiente tenía su pezón en su boca, a través de la fina barrera de seda del vestido, pero no era suficiente, claramente no lo era. Le acarició los cabellos y se deleitó con su tacto sedoso. Arqueó la espalda mientras él le bajaba los tirantes del vestido. El cuerpo siguió y entonces sus pechos quedaron al descubierto delante de él; y Nick empezó a acariciarle los pezones duros con tanta suavidad que ella no sabía si llorar de placer o gritar de frustración.
–No me voy a romper —dijo ella en tono sensual, como para darle una pista.
–Eso también lo sé —esbozó una sonrisa de medio lado—. Seguramente serás indestructible. Me he dado cuenta hoy. Sólo tu aspecto es frágil.
–No soy frágil —dijo ella—. Ni siquiera soy virgen ya.
Entonces él le mordió los pezones hinchados y casi doloridos de deseo y ella gimió con aprobación mientras las sensaciones se apoderaban de ella.
–¡Que Dios nos ayude! —dijo él fervientemente mientras la tomaba entre sus brazos y la llevaba hasta la cama.
Hallie se agarró a él cuando los dos cayeron sobre los almohadones que cubrían la cama, deseando sentirlo encima, dentro de ella Cuanto antes mejor. El corazón le latía muy deprisa y respiraba aceleradamente mientras le desabrochaba los botones de la camisa, se la quitaba y se abrazaba enseguida a él para deleitarse con el roce de su piel, aplastando los pezones contra su pecho musculoso. Más, deseaba más, exigía más mientras le desabrochaba ciegamente el cinturón y después la cremallera de los pantalones. Pero él le retiró la mano con una risa ahogada.
–No —murmuró él—. Las damas primero.
–¿Qué pasa con la igualdad? —gruñó ella.
–Está sobrevalorada.
Nick sonrió con picardía mientras le quitaba el vestido y después las braguitas.
–Las damas primero es una buena opción para ti en este momento. Confía en mí.
Le tomó las manos y se las subió por encima de la cabeza y ella lo dejó hacer; le dejó hacer lo que quisiera. Estaba desnuda para él, totalmente desnuda salvo por los diamantes de la gargantilla y los pendientes.
–Cierra los ojos —le susurró él mientras se echaba encima de ella.
Y ella hizo lo que él le ordenaba. Gimió de placer cuando él la besó desde la muñeca hasta el codo. Se estremeció cuando él empezó a acariciarla por todas partes y sus labios trazaron un camino que recorrió el suave lateral de sus pechos, la curva de su estómago. Y cuanto más te acariciaba, más crecía la tensión entre sus piernas. Sabía lo que iba a pasar cuando él le separó los muslos y bajó un poco más; lo sabía y lo deseaba con todas sus fuerzas. Pero él se hizo de rogar un poco más y empezó a besarla en las caderas mientras acariciaba con sus dedos hábiles los pliegues delicados de su sexo.
–¡Por favor!
Acercó la boca un poco más, mientras sus manos continuaban acariciándola con empeño. Se puso tensa, se agarró a la sábana por encima de la cabeza y finalmente, él empezó a lamerla. Sintió como si no pudiera respirar; el calor de su boca era divino, las rítmicas caricias de su lengua un tormento insoportablemente exquisito.
Sabía exactamente dónde lamer, exactamente cómo complacerla; y ella se retorció con sus caricias, cabalgando sobre la ola de deseo que él no dejaba de provocar con tanta delicadeza y habilidad. Y cuando pensó que ya no podía más, cuando estaba totalmente mojada y a punto de explotar, él concentró sus esfuerzos y Hallie alcanzó el orgasmo mientras se estremecía de placer.
–¡Oh, Dios! —gimió Hallie.
–Te lo dije—murmuró él.
Se quitó los pantalones y se colocó sobre ella, mientras ella le hundía los dedos en los cabellos y lo besaba para darle un beso ardiente que no fue nada tierno sino cargado de deseo puro. Le tocó a él el turno de gemir, de estremecerse mientras se colocaba entre sus piernas; de jadear mientras el deseo de Hallie se tornaba salvaje.
–Chist —murmuró él—. Tranquila.
Nick la penetró despacio, inexorablemente, deslizando su miembro sobre su carne caliente y resbaladiza, al tiempo que su cuerpo se estiraba para acogerlo. Deslizó los dedos sobre su sexo para provocar a sus músculos tensos hasta someterlos. Finalmente estuvo sentado sobre ella, exactamente donde deseaba estar y todo su cuerpo estaba a punto de explotar al tiempo que ella lo embestía con sus caderas y alcanzaba de nuevo el clímax.
Nick pensó que jamás había visto nada tan lujurioso, tan bello, como Hallie cabalgando sobre los coletazos de la pasión; tan valiente, tan totalmente abierta para él, mientras él le separaba más las piernas, le agarraba las nalgas con las dos manos y la penetraba una y otra vez, disfrutando de la posesión, del olor del sexo y del calor mojado y prieto que lo envolvía.
–Ésta sería la parte del sexo —le susurró ella mientras le rodeaba la cintura con las piernas y le clavaba las uñas en la espalda.
–Esto no es sexo —murmuró Nick en tono ronco, a punto de perder el control—. Esto es un frenesí.
Hallie se despertó justo antes del amanecer, demasiado preocupada por lo que les depararía el día como para continuar durmiendo. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana hacia el tranquilo jardín de los Tey preguntándose si John se levantaría pronto para hacer tai-chi y si ése fuera el caso, pudiera ella beneficiarse al observar la relajante disciplina. Retiró las cortinas y pegó la palma de la mano en el cristal de la ventana, tratando de pensar en la confianza en sí misma que sabía que debía tener si quería que su plan funcionara.
Oyó el susurro de las sábanas. Hallie se volvió a mirarlo y vio que Nick se había dado la vuelta para abrazarla. Al no encontrarla a su lado, se despertó. Ella adivinó el instante en que él la vio y al momento se había levantado de la cama y avanzaba hacia ella, gloriosamente desnudo. Conocía ya ese cuerpo que había amado por entero durante la noche; conocía su olor y su sabor, su pasión y su juego.
Lo miró a los ojos para ver si había frialdad en su mirada; para ver si había tensión en su expresión. Pero Nick no parecía ni tenso ni frío. Le rodeó la cintura con un brazo y la estrechó contra su cuerpo fuerte y cálido y apoyó la barbilla en su cabeza, en silencio, mientras él también despertaba al nuevo día.
–No podía dormir —murmuró ella.
–Ya me he dado cuenta —susurró él—. ¿Estás lista para salvar el día?
Todavía no. Pero lo estaría.
–Claro.
–Mentirosa —respondió con una brusquedad que le transmitió su preocupación—. No tienes por qué hacerlo ya lo sabes. No es demasiado tarde para cambiar de opinión. Podemos encontrar otro modo que sea más seguro.
–No lo hay. Mi plan es bueno, Nick. Y lo sabes. Quiero intentarlo; quiero arreglar esto a mi manera.
–¿Por qué? ¿Para demostrarle a tus hermanos que puedes?
–No. No es por eso.
Toda la vida sus hermanos le habían sacado las castañas del fuego cuando había cometido algún error. Lo habían hecho porque la querían; eso lo sabía ella. Y también porque habían querido hacerse responsables de su educación y se habían tomado esa tarea muy en serio. ¿Pero acaso no se habían dado cuenta? ¿Acabo no habían sido capaces de entender por qué ella protestaba; de darse cuenta de que su manera de tratarla no le había permitido creer en sí misma y confiar en sus habilidades?
–Esto no tiene nada que ver con mis hermanos —dijo ella en tono bajo—. Se trata de mí misma. Necesito demostrarme a mí misma que puedo hacerlo.
Nick suspiró largamente mientras le echaba el brazo a la cintura.
–¿No podemos darlo por hecho? —dijo él.
–No —respondió ella.
–Caramba —le dio la vuelta para poder mirarla a la cara—. ¿Cómo puedo ayudarte? —murmuró él—. ¿Qué necesitas?
Ni una pregunta más, ni una protesta más; tan sólo apoyo, una fuerza que como una flecha salió disparada para clavársele directamente en el corazón. Desde que había conocido a aquel hombre había estado en la cuerda floja. Se había resistido a su calidez, a su ingenio; incluso a hacer el amor con él durante unos días. Pero no se podía resistir a creer en él. No volvería a sentirse insegura; con ese hombre, no. Calladamente, más con toda su voluntad, Hallie se enamoró de Nick.
–¿Qué necesito?
Sonrió mientras le entrelazaba las manos entre los cabellos y sus labios se encontraban con los suyos. La respuesta era obvia.
En ese momento, lo necesitaba a él.
Capítulo 9
–¡Cómo detesto esto! —dijo Nick cinco horas más tarde, cuándo estaban todos reunidos en la cocina de los Tey para terminar de delinear el plan—. No puedo creer que te deje hacerlo.
–Es el único modo —dijo John Tey—. Es la única que puede cancelar el contrato. Me temo que es imposible que la acompañes.
Nick frunció el ceño. Sólo de pensar que Hallie tuviera que enfrentarse a unos asesinos profesionales sin él se le revolvía el estómago.
–Sigo pensando que debería ir sola —dijo Hallie—. Sin que nadie me acompañe.
–No —respondió Nick en tono seco—. No vas a ir allí sola. Si no es conmigo, vas con Kai.
–¿Y por qué meter a Kai en esto? ¿O a John, pongamos por caso? Este asunto no tiene nada que ver con ellos.
–No —repitió—. O te acompaña Kai o no vas.
–Kai te acompañará —dijo John.
–Él está muy capacitado —comentó Jasmine con sinceridad.
Hallie suspiró y lo miró con rabia; los miró a todos con rabia.
–De acuerdo, que me acompañe Kai.
Nick miró a Kai a los ojos y los hombres cruzaron una mirada de entendimiento. Kai haría todo lo que estuviera en su mano para protegerla. Todo.
Más le valdría.
–Basta —dijo Hallie de pronto.
–¿Basta el qué?
–Esa mirada. Ésa que dice que despellejarás a Kai si deja que me pase algo.
–¿Conoces esa mirada?
–Tengo cuatro hermanos —le recordó con mal gesto.
–Y sinceramente tengo que decir que no sé cuántos de ellos sobrevivieron a tu adolescencia—soltó Nick.
John Tey sonrió; y a Kai le dio una tos que parecía ocultar una risotada.
–Yo ya he llamado —dijo John—. La cita está concertada. Os esperarán en la tienda.
–¿Estás lista? —le preguntó Nick en voz baja.
–Sí, estoy lista —respondió ella aparentemente confiada—. Mis habilidades para la negociación están afinadas y listas para entrar en acción.
Más le valía. Kai, John, Jasmine y él llevaban dos horas planteándole toda clase de cuestiones y objeciones que imaginaban que se les podían ocurrir a los malos.
–Cíñete al plan —le dijo Nick—. Y quédate con Kai.
–Por supuesto —Hallie le echó una sonrisa tranquilizadora.
–Y no hagas ninguna tontería.
Ella entrecerró los ojos y alzó la barbilla. A Nick le encantaba esa expresión suya.
–¿Algo más? —le dijo ella con sarcasmo.
–Sí —se acercó a donde estaba ella y la besó con la intensidad suficiente para iluminar media ciudad—. Ten cuidado.
Se metió las manos en los bolsillos y retrocedió un paso antes de volver a agarrarla. Porque sabía que si no se apartaba de ella, no querría soltarla.
–Tardaremos veinte minutos en llegar —dijo Kai—. Veinte más en completar las negociaciones. Después, llamaré.
Nick asintió y observó su marcha en silencio. Iban a ser los cuarenta minutos más largos de su vida.
Era el día de Año Nuevo y la mayoría de las tiendas estaban cerradas. Lucky Plaza también estaba cerrado, pero Kai condujo directamente hacia el muelle de carga número cinco, aparcó el Mercedes junto al enorme portón de hierro y apagó el motor.
–Hemos quedado aquí —dijo él mientras asentía para señalarle una cámara de seguridad que había en la pared—. Nos habrán visto llegar. ¿Estás lista?
Hallie asintió. El corazón le latía aceleradamente, le sudaban las palmas de las manos y no dejaba de morderse los labios.
–¡Espera!
Bajó la pestaña donde había un pequeño espejo, sacó la barra de labios del bolso Hérmes y se pintó los labios. Ya estaba lista.
Kai le echó una de sus poco frecuentes sonrisas y en ese momento la puerta se abrió y dos centinelas vestidos de traje los esperaron.
Sería capaz de hacerlo. Ella había causado aquella pequeña catástrofe y ella la arreglaría. Lo que era más, Nick confiaba en que así lo hiciera.
Había llegado el momento de la verdad.
La galería comercial estaba desierta y silenciosa, pero la puerta de la pequeña tienda del rincón estaba abierta, las luces en el interior encendidas y el joven dependiente a quien le había comprado la urna esperándolos tras el mostrador. No estaba solo. Un hombre de cabello canoso y ojos de mirada fría estaba a su lado. Quienquiera que fuera y Hallie no podía decir que deseara averiguarlo, poseía un aire indiscutible de autoridad y poder.
–Gracias por acceder a verme con tanta rapidez —dijo ella con educación.
–No tenemos problemas con la organización Tey —dijo el hombre en un inglés con acento muy marcado—. Preferimos que continúe siendo así —su mirada negra y fría se posó en Kai y después en ella—. ¿Tiene algo que tratar con nosotros?
–¿Un negocio que debería haber concluido ya? —dijo Hallie sin titubear, sabiendo instintivamente que aquel hombre no toleraría vacilación alguna por su parte—. Ahora me veo en la desafortunada postura de tener que cambiar de planes—esbozó una encantadora sonrisa—. Me temo que ya no requiero sus servicios.
–Me temo, señora Cooper, que no renegociamos ningún acuerdo. Ni siquiera con los que los proponen —dijo el hombre mayor también con una sonrisa encantadora—. Es malo para el negocio.
Nick se mantuvo ocupado, paseándose de un lado al otro del salón de los Tey. Jasmine había preparado té dos veces; y ya había pasado media hora. Los primeros veinte minutos habían sido insoportables. Sabía que Hallie y Kai los habían empleado para llegar al sitio donde estaban citados. Pero a partir de entonces era distinto. En ese momento, pensaba Nick con preocupación, Hallie estaría hablando con los asesinos a sueldo para prescindir de sus servicios y Nick estaba muy, muy nervioso. De un momento a otro, Kai lo llamaría.
–Tu esposa es una mujer de muchos recursos —le dijo John. John, que había sido una presencia tranquilizadora durante todo el percance—. Confío en que tendrá éxito —añadió John—. Y Kai está con ella. No se tomarán a la ligera su presencia. Ni por el hombre ni por la organización a la que representa.
Nick suspiró ruidosamente mientras se pasaba la mano por la cabeza. Su preocupación principal era el bienestar de Hallie. En cuanto ella estuviera a salvo, se ocuparía del problema siguiente: la presencia de Kai en la reunión y la implicación del grupo Tey en el asunto tendría consecuencias negativas para el hombre.
–¿De qué modo te dejará este asunto en deuda con ellos?
–No tanto —dijo John con una sonrisa leve—. No somos ni enemigos ni aliados, las dos organizaciones tienen un gran poder. Coexistimos, por decirlo de alguna, manera. Somos respetuosos los unos con los otros. No creo que esta pequeña transacción rompa nuestro equilibrio.
Nick no sabía si lo que decía el hombre lo convencía o no. Su explicación le sonaba demasiado sencilla y demasiado simplona, tal vez, dado lo que conocía de la cultura china.
–Esperemos que tengas razón —le dijo con recelo—. Sé que es un riesgo, pero no podía dejar que fuera sola.
–Ni yo —corroboró John—. Soy vuestro anfitrión. Fui yo quien permití a mi hija que llevara a tu esposa al Lucky Plaza. Mi conciencia no me lo permitiría.
–Gracias —dijo Nick en voz baja.
Estaba agradecido por todo lo que el hombre había hecho por él.
–Tu esposa cometió un sencillo error —dijo John magnánimamente—. Podría haberle pasado a cualquiera.
Nick se quedó mirándolo.
–De acuerdo —dijo John—. A cualquiera a lo mejor no.
—Pues claro que no renegocian los contratos —dijo Hallie, decidiendo que había llegado el momento de examinar el magnífico jarrón de porcelana que había en un pedestal de mármol—. Estas piezas son sin duda de lo más exquisitas —dijo con admiración, para seguidamente continuar en tono más formal—. Entiendo su postura perfectamente, pero no estoy aquí para renegociar. El encargo no se llevó a cabo en el tiempo especificado. Nuestro contrato es nulo. Tengo necesidad de otro —dijo con suma cortesía; Tris estaría orgulloso de ella y Nick sorprendido—. Simplemente deseaba decirle en persona que considero nuestro negocio completado.
No iba a tragárselo. Hallie miró al hombre a los ojos sin pestañear, segura de que él le diría que tampoco hacía ese tipo de cosas, que el contrato se completaría cuando se llevara a cabo el encargo y no antes; y que eso también sería sin duda bueno para el negocio.
–Es la primera vez que hemos tenido tal problema —dijo el hombre con pesar mientras miraba al joven dependiente—. Que sea la última.
El joven lugarteniente del crimen asintió con respeto.
El viejo general la estudió con gesto reflexivo antes de mirar al silencioso Kai.
–Que así sea —dijo con un ademán desdeñoso—. El contrato queda anulado. Feliz Año Nuevo, señora Cooper. Ojalá sea un año próspero para usted y toda su familia. Mi asistente se encargará de los detalles.
–Gracias —respondió Hallie e inclinó la cabeza, porque francamente, parecía lo más apropiado en ese momento.
Esperó a que el hombre se marchara antes de ponerse derecha y volverse hacia el vendedor que le había vendido el jarrón en primer lugar.
–Es una mujer muy afortunada, señora Cooper —le dijo en tono seco—. La ha dejado vivir.
–Tal vez esté pasando una nueva página ahora que estamos en Año Nuevo.
Kai hizo una mueca. El joven ayudante sonrió con su sonrisa de medio lado.
–Me gusta usted, señora Cooper.
–Dé gracias porque no está casado con ella —dijo Kai.
–Cierto.
Hallie ignoró totalmente su conversación. Todavía no había terminado.
–¿Podría ocuparse de los detalles hoy? —le dijo al dependiente—. ¿Hoy?
Vio que el otro sacaba su agenda electrónica y el calendario.
–No hay problema —dijo el joven—. Voy a encontrarme con mis contactos en la hora siguiente.
Contactos, asesinos, lo que fuera. Mientras lo cancelara todo, le valía.
–Gracias —dijo ella, sonriéndole de oreja a oreja; de pronto, se le ocurrió algo—. Me pregunto si
–¡No!—dijo Kai—. Nada de preguntar.
–Tampoco hacemos reembolsos —dijo el vendedor.
–Pues claro que no —dijo Hallie—. Eso sería de muy mal gusto. Sólo pensaba en la urna; en la urna de la ventana. Después de todo, era parte de nuestro arreglo
—No han llamado —dijo Nick—. ¿Qué les está llevando tanto tiempo?
Iba por la cuarta taza de té verde muy apicarado y el azúcar empezaba a hacerle efecto. Pronto. Llamarían muy pronto. Mientras tanto Nick se paseaba de arriba abajo. Pasearse de un lado a otro era bueno. Pasearse y esperar era mejor que sentarse y esperar y desear por centésima vez haberla acompañado. ¡Maldita sea, debería haber hecho eso de todos modos! Porque si algo le pasaba a Hallie
El ahogado timbre del móvil de John interrumpió su último pensamiento. Nick sintió que se le subía el corazón a la garganta y un sudor frío cuando John aceptó la llamada. Fue brusca, breve y en cantonés.
John se guardó el teléfono en el bolsillo y se volvió hacia él con una sonrisa en los labios.
–La reunión ha sido un éxito. Han disuelto el contrato.
Nick soltó el aire que llevaba tanto rato aguantándose y sintió que la sangre empezaba a correrle por las venas de nuevo. Hallie estaba a salvo; eso era todo lo que importaba. Le temblaban las manos tanto que las apoyó sobre el aparador para tranquilizarse un poco; también le temblaban las piernas, aunque para eso sólo podía rezar para que lo sujetaran hasta que se le pasara la sensación.
–Toma —John le pasó un vaso que contenía una pequeña cantidad de un líquido claro—. La amas y temes por ella. Es una reacción perfectamente normal.
Nick se bebió el contenido del vaso y casi se atragantó del ardor del líquido.
–¿Pero qué me has dado? —a Nick le dio la tos.
–Vodka ruso barato —dijo John Tey entre risas—. Es muy bueno para cuando alguien está en estado de shock. Es bueno para recordar que uno está vivo.
–Lo ha conseguido —dijo Jasmine con alegría—. Es una heroína.
–Mujer loca y temeraria —murmuró Nick entre dientes—. Jamás debería haberle permitido siquiera que lo intentara.
Estaba deseando echarle mano, que entrara por esa puerta. Heroína o no, iba a encerrarla y a tirar la llave al río hasta que le jurara que jamás lo haría pasar por algo tan horrible como aquello.
–Por supuesto, tú también eres un héroe —dijo Jasmine—. En realidad, tal vez seas el héroe más grande de todos hoy.
–¿Cómo? —Nick pestañeó.
¿Cómo era posible que él fuera un héroe? ¡Él no había hecho nada! Nada aparte de esperar y esperar y de volverse loco mientras esperaba.
–No interferiste —dijo Jasmine—. La dejaste ir aunque ello fuera en contra de tu naturaleza y confiaste en ella para que arreglara el problema. Creo que eso ha sido muy heroico por tu parte.
–Eres una chica estupenda —le dijo él en tono pensativo mientras adelantaba el vaso para tomarse otro poco—. Pero creo que estás confundiendo el heroísmo con la locura.
Veinte minutos después, Hallie y Kai cruzaban la puerta de la casa y Nick consiguió saludarlos de manera incluso civilizada, gracias en parte al excelente vodka ruso barato de John.
–Todo hecho —dijo Hallie, toda sonrisas—. Te dije que funcionaría.
Nick suspiró, la abrazó y la apretó contra su pecho y ella se dejó llevar, no tan despreocupada y confiada como había aparentado momentos antes.
–No vuelvas a hacerme pasar nada por el estilo—te dijo en tono brusco—. ¿Me has oído?
Hallie lo abrazó con fuerza y al momento se retiró, un poco cortada.
Jasmine, Nick se dio cuenta, estaba mucho más tranquila con Kai. Esperó hasta que él dejara el paquete grande que llevaba sobre el aparador para ir a saludarlo con una taza de fragrante té que sujetaba con las dos manos. Vio que Kai tomaba la taza de té con una sonrisa de pesar y que los dos se daban la mano y entendió que Hallie no se había equivocado tampoco con eso. Era una bonita imagen, la de dos cabezas morenas sobre el ofrecimiento del té, con el blanco de la pared, la madera oscura de los muebles y un paquete mal envuelto sobre el aparador de fondo. Un paquete que tenía la forma de un jarrón
¡No! Imposible. No podía haberse atrevido. ¡Cómo era posible que fuera lo que le parecía que era! Miró a Hallie y ella le sonrió con gesto inocente. Pero no se fiaba ni un pelo de esa sonrisa.
–¿Pero qué diablos —señaló el paquete —es eso?
Nick aceptó la un tanto urgente oferta de John para ponerse inmediatamente a completar su trato de negocios. O eso o entrar en una discusión sobre cómo y por qué Hallie poseía el maldito jarrón; y sospechaba que John Tey lo sabía. De modo que se fueron al despacho de John, sobre cuya mesa estaban los documentos del contrato que John acaba de firmar y que Nick estaba también a punto de firmar. El problema era que no podía hacerlo.
–¿Hay algún problema? —le preguntó el hombre.
–Sí —respondió él.
–Hemos acordado que los términos son justos —dijo John en tono sereno.
–Y lo son —se apresuró a decir Nick—. El problema no es ése. El problema es que un contrato está basado en la verdad, en la confianza y en la comprensión. Y también en el honor. Siempre has sido honorable en tus tratos conmigo, John. Yo, sin embargo, no he sido totalmente honorable en los míos contigo.
John Tey se arrellanó en el asiento y lo miró con seriedad.
Nick aspiró hondo y se preparó para sincerarse.
–No estoy casado, John. Hallie no es mi esposa. Sólo finge serlo.
–Lo sé—dijo el hombre, que continuó al ver la cara de sorpresa de Nick—. Lo he sabido desde un principio.
Tal vez fuera el vodka, tal vez el susto de ver la urna allí envuelta, pero Nick no supo qué decir ni qué hacer. No estaba del todo seguro de que todavía pudiera hablar.
–No pensarás de verdad que firmaría un contrato multimillonario con un hombre sin hacerle una investigación exhaustiva antes, ¿verdad? —John Tey sonrió—. Aparte de que los detalles de la empresa eran precisos hasta el más mínimo detalle, me gustaría saber por qué te pareció necesario mentir sobre tu estado civil.
¡Ah!
–Fue un error de juicio por mi parte —dijo Nick con vergüenza.
La verdad era que no quería entrar en el porqué del asunto.
–Creo que en algún momento mi hija te vio como un posible marido —dijo el hombre con suma astucia—. Y me da la impresión de que te has inventado una mujer porque no deseabas herir sus sentimientos.
–Me inventé una esposa porque quería asegurar este acuerdo de negocios —lo corrigió Nick mientras hacía una mueca burlona; si iba a contarle la verdad, mejor hacerlo sin tapujos—. No quería casarme con tu hija pero tampoco podía permitirme el ofenderte. Confía en mí, ha habido más interés que caballerosidad en mi gesto.
John respondió a ese comentario encogiéndose de hombros.
–Luego está Hallie —negó con la cabeza y se echó a reír—. Tal vez no te hayas casado todavía con ella, Nicholas, pero está claro que le has dado tu corazón.
–¿Cómo? —dijo Nick muy sorprendido—. No puedes pensar Yo no
¡Ay Dios! ¡Que sí!
Aunque pareciera ridículo, era innegable que estaba enamorado de Hallie Bennett. Hallie, con su cabello rojizo, esos ojos dorados y ese talento innato para meterse en líos.
–Creo que en ese sentido vas a estar muy ocupado, hijo.
Nick gimió. Lo veía tan claro Hallie en su vida, compartiendo su cama y él ni siquiera queriendo mirar a otra mujer porque aquélla lo llenaría de tal modo que ni siquiera le entrarían ganas; una casa llena de antigüedades y de niños traviesos y una niña pequeña con el pelo negro y los ojos dorados y la habilidad para tener a su papá, a sus tíos y a sus hermanos a sus pies. ¿Y si tenía dos hijas, en lugar de una?
–Dispárame ahora —le dijo a John—. Será menos doloroso.
–¡Oh, no lo creo! —respondió John—. Creo que estarás satisfecho con la pareja que has elegido para compartir tu vida. Además, no puedo hacer negocios con un hombre muerto, ¿no te parece? —John tomó un bolígrafo y se lo pasó—. Mi firma ya está en el papel, Nicholas. El honor ha quedado satisfecho. Fírmalo.
Hallie dejó a Nick y a John abajo terminando de firmar el contrato de distribución y se dirigió a la suite para empezar a hacer la maleta. Podría haber esperado hasta más tarde, incluso hasta el día siguiente, pero estaba demasiado inquieta para echarse a descansar. El plan había funcionado a las mil maravillas, Nick estaba a salvo y sentía una gran satisfacción de pensar que lo había conseguido hacer ella sola.
Al menos podría sentirse orgullosa de ello. Sí, se sentiría orgullosa de ello y no pesarosa, como Nick parecía pensar que debería sentirse ella; aunque, para ser justos, no era la cancelación del asesinato lo que había inquietado a Nick, sino que hubiera llevado la urna. Nick no parecía muy contento con la pieza.
La verdad era que Nick no estaba muy contento con ella. Había hecho mal su papel de esposa, lo había distraído de su trabajo, había concertado su asesinato y había influido negativamente con ello en las negociaciones que había ido a hacer a Hong Kong. Seguramente estaría contando las horas que faltaban para llegar al aeropuerto de Londres para poder pagarle y librarse de ella. Y no le extrañaba.
Por su parte, despedirse de Nick iba a ser lo más difícil que habría hecho en su vida. Un paso adelante y dos atrás. A pesar de lo segura que se sentía de sí misma en ese momento, sabía que dejar a Nick le partiría el corazón.
Pero no quería llorar, ni decirle que lo amaba. No. No pensaba hacerle eso. Él le había pedido que fuera su esposa durante una semana y una vez transcurrida la semana todo terminaría. Eso era lo que habían acordado; al menos eso debería hacerlo bien.
Seguía haciendo la maleta diez minutos después cuando Nick llegó a la habitación y lo saludó con una sonrisa tímida, una sonrisa que se desvaneció en cuanto él no se la devolvió. Vio que se acercaba a la ventana y permanecía allí, pesaroso y preocupado, con las manos metidas en los bolsillos y de espaldas a ella. ¡Oh, Dios! Algo malo pasaba. Esperó a que él le dijera algo, cualquier cosa; pero Nick permaneció en silencio.