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Esposa por una semana
  • Текст добавлен: 7 октября 2016, 15:41

Текст книги "Esposa por una semana"


Автор книги: Kelly Hunter



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–Estoy en el apartamento de uno de mis hermanos de momento. Es un poco protector y le gusta saber dónde estoy si salgo con alguien que no conozco. Antes solía enfadarme con él. Ahora simplemente le digo lo que quiere saber. Bueno, la mayor parte del tiempo.

Ella sacó el móvil y marcó el número de Tris, aliviada cuando le salió el contestador automático en lugar de su hermano. Dejó su mensaje y colgó rápidamente.

–No te ofendas—dijo en voz baja.

–No estoy ofendido. Ha sido inteligente por tu parte. Eso hace de ti una mujer inteligente —dijo Nick.

Bonita respuesta.

Él la acompañó al ascensor y las puertas se cerraron, dejándoles en un espacio íntimo, muy íntimo. Se aclaró la voz y se arriesgó a echarle una mirada. Tenía un perfil impresionante; además de unos pies grandes. Entre ellos fluía una sensación tan intensa que casi se podía palpar; Hallie pensó que también él estaba tan cerca que casi lo podría palpar; pero ése no sería un gesto prudente. Él se volvió hacia ella y esbozó esa sonrisa pausada y encantadora que penetraba en los cerebros e iba directamente a los sentidos y entonces

–Estamos aquí —dijo y las puertas del ascensor se abrieron.

El despacho de Nick era una explosión visual de color y movimiento. Los dibujos animados cubrían cada centímetro de espacio disponible, los ordenadores y las impresoras escáner atestaban cada mesa. Había una cocina pequeña llena de café y cola; una trucha de plástico decoraba la parte superior del microondas. Todo aquel lugar era un caos organizado y verdaderamente intrigante.

–¿Y cuántas personas trabajan aquí? —quiso saber ella.

–Doce, incluyéndome a mí.

–A ver Son todos hombres.

–Salvo Fiona, nuestra secretaria. Tristemente, se niega a limpiar.

–Ya me cae bien.

–Supongo que es lógico —dijo él—. Lo mismo le pasa a Clea. Éste es mi despacho —añadió mientras abría la puerta de una habitación asombrosamente ordenada.

–¿Para qué tienes la canasta de baloncesto?

–Para pensar.

Bueno.

–¿Y la televisión con pantalla de plasma y los sillones reclinables?

Había dos sillones, uno junto al otro, más o menos a un metro y medio de una pantalla fija en la pared.

–Para trabajar.

¡Ah! No sabía por qué había esperado un despacho normal con una decoración normal. Nicholas Cooper no tenía nada de corriente.

–Bien, entonces dime más cosas sobre este juego tuyo. ¿Es algo que sabría si estuviéramos casados?

–Lo sabrías —respondió Nick en tono divertido mientras insertaba un disco en la consola y le hacía un gesto para que se sentara en el sillón.

–Si de verdad lleváramos casados estos últimos tres años, habrías prohibido que se hablara de ello.

Eso no le sonó como algo propio de una esposa.

–¿No podría haberte sido de ayuda y haberte animado?

–Sin duda. Sólo pretendía ser realista, pero no tenemos que hacer eso. En lugar de eso podemos inventarnos una historia.

–Eso es decisión tuya. Tú eres el experto en fantasía. ¿Por cierto, cuánto tiempo le has dicho a tu distribuidor que llevas casado?

–No se lo he dicho —la miró de reojo—. Estoy pensando en un par de meses, tal vez en menos. Así, si no sabemos algo el uno del otro no parecerá tan raro.

–A mí me parece bien.

Entonces apareció el juego. La música del comienzo era adecuadamente estridente y la figura femenina que apareció en ese momento en la pantalla, muy de moda.

–Muy bonita —dijo ella con educación—. ¿Qué hace ella?

–Sobre todo pelea —le pasó un mando de control del videojuegos—. Aprieta un botón, cualquier botón.

Hallie presionó unos botones y fue recompensada con una ráfaga de patadas, vueltas y gruñidos femeninos. Aunque Hallie se dio cuenta de que la figura de la pantalla ni siquiera sudaba un poco.

–¿Son esas proporciones anatómicamente posibles? —quiso saber.

–Para las terrícolas, no —dijo Nick—. Y ella no lo es. Xia es de Nuevo Marte.

–Nuevo Marte, ¿eh? Ya se me podría haber ocurrido. Sobre todo por la ropa. ¿Tiene alguna opción para cambiarse de modelo?

–¿Quieres cambiarle la ropa?

–Bueno, no creo que pueda darle una patada en el trasero a un marciano con esos tacones de aguja, ¿verdad?

Hallie suspiró.

–Estás perdiendo credibilidad, Nick.

–¿A qué te dedicabas antes de vender zapatos? —le preguntó él.

–Trabajé en una mesa de black jack de un casino de Sydney durante una temporada.

–¿Por qué lo dejaste?

–Porque no veía el sol nunca.

–¿Y antes de eso?

–Estuve una breve temporada bañando perros en una peluquería canina —el recuerdo era vago, pero aun así se estremeció—. Demasiadas pulgas.

–¿Y tienes algún título o formación?

–Tengo un título en Bellas Artes y estoy cursando para conseguir el diploma de Sotheby's de Arte Asiático. Por eso vine a Londres.

–¿Y por qué Arte Asiático?

–Mi padre es catedrático de historia con un interés particular en la cerámica china antigua y cuando yo era pequeña pasaba muchas horas en su taller con él y me leí todos sus libros.

Habían sido las rajas en los vidriados sobre cerámica lo que primero le había llamado la atención. La rica historia que había detrás de cada pieza había sostenido ese interés.

–Entonces estás siguiendo los pasos de tu padre. Debe de estar muy orgulloso de ti.

–No, la mayor parte del tiempo mi padre me ignora. De todos modos aprendo. Soy capaz de distinguir una copia falsa de un jarrón de la dinastía Ming a diez metros de distancia. En realidad, estoy totalmente segura de que el Ming que hay en el Museo Central es una copia.

Él se quedó mirando.

–De acuerdo, noventa por cien segura de ello.

–¿Entonces por qué no estás terminando tu diploma?

–Lo haré. En cuanto gane el dinero suficiente para pagar mis dos últimos semestres.

–¿Vendiendo zapatos?

–Es un empleo ¿no?—dijo ella a la defensiva—. Los trabajos interesantes y bien pagados son muy poco frecuentes cuando eres estudiaste. Los empleadores saben que estás sólo haciendo algo eventual.

–¿Y no podías haberle pedido a tu familia que te ayudara?

–No —respondió en tono seco.

Había tocado un lema tabú. Sus hermanos le habrían prestado el dinero. ¡Maldición! Habrían querido prestárselo y su padre lo mismo; pero ella se había negado a aceptar esa ayuda. La señora Independiente. Y la molestaba mucho que no hubieran entendido por qué se había negado. Ninguno de sus hermanos había aceptado dinero de nadie cuando habían empezado. Estaba en casa de Tris porque él tenía una habitación libre y porque los alquileres en Londres estaban por las nubes. Ésa era toda la ayuda que estaba dispuesta a aceptar.

Pero el dinero fácil no era su estilo en absoluto. Sin embargo, cobrar diez mil libras por una semana de trabajo, por hacer un trabajo bastante fuera de lo común y de naturaleza exigente, eso ya era otra cosa.

–¿Cuanto necesitas para terminar tus estudios? —le preguntó él con curiosidad.

–Diez mil libras, además del dinero de mi manutención. Pero ya tengo ahorradas cinco mil, así que con tus diez mil creo que lo tengo cubierto.

–¿Y luego qué? ¿Te vas a pasear por el mundo en busca de objetos antiguos o de algún tesoro oriental desaparecido hace largo tiempo?

–Sí, igual que Lara Croft e indiana Jones—dijo ella con sarcasmo—. ¿Sabes? Tal vez necesites salir un poco más. Tal vez pases demasiado tiempo en el mundo de la fantasía.

–¿Lo ves? Sabía que no te llevaría mucho empezar a hablar como una esposa de verdad —respondió con una sonrisa—. ¿No quieres ser una profanadora de tumbas?

Desde luego que sí. Sólo que la posibilidad no le parecía probable. Y en cuanto a ser como una esposa quejicosa ¡Se iba a enterar cuando se pusiera a ello de verdad!

–En este momento estoy pensando que quiero ser como Xia, porque ella es muy buena con eso de darle patadas a los alienígenas, ¿no? ¿Qué consigue si gana?

–Puntos.

–¿Puntos como si fueran dinero? ¿Puede ir de compras después?

–Sólo puede comprar un arma nueva.

–¿Cómo, nada de cirugía plástica? Porque de verdad creo que debería hacerse una reducción de pecho.

–El público a quien nuestros juegos va dirigido son chavales adolescentes.

–¿De verdad? —dijo con sarcasmo.

–Además, sus pechos no tienen nada de malo En realidad, son excelentes. Son pechos de ensueño.

Hallie suspiró.

–Y no quiere decir que los tuyos no sean también bonitos —añadió Nick con cortesía.

–Los míos son de verdad—dijo ella en tono seco mientras le echaba una mirada de soslayo—. Totalmente reales. Por si acaso pregunta alguien.

–Estoy muy impresionado —sus ojos eran de un azul intenso y su sonrisa como la de un pirata—. Porque parece que están muy bien colocados. Creo que debería fijarme un poco mejor; o bien sentirlos de verdad. Yo tampoco soy una persona de expedientes.

–¿Está acaso viéndonos la hija de tu distribuidor?

Sin embargo sus palabras le habían provocado un leve cosquilleo y se le pusieron duros los pezones sólo de pensar en que él la tocara ahí.

–¿Acaso estamos en un sitio publico? —repitió ella.

–Tristemente, no —entrecerró los ojos y centró de nuevo su atención en la pantalla—. ¡Dios, me encantan las mujeres picantes!

¡Ay, Dios!

–¿Y qué hay en este juego para las chicas? —dijo ella apresuradamente—. Aparte de este mando de control tan chulo.

–Shang.

–¿Cómo?

–Shang. El principito paladín.

Nick volvió al menú principal y una figura masculina apareció en la pantalla. Tenía un corte de pelo irregular, una cara exótica, un cuerpo atlético y musculoso y tampoco se quedaba corto en el departamento de munición.

–¿Lleva una pistola en el bolsillo, o es que se alegra de verme?

En esa ocasión fue Nick quien suspiró.

–No me lo preguntarás en serio.

–Este es un juego, Nick. No tengo por qué tomármelo en serio.

–Tienes razón, no tienes por qué. He cometido un error. Soy yo quien debe tomárselo en serio. Mi gente se ha pasado tres años desarrollando este programa, Hallie y ahora soy yo quien debe lanzarlo al mercado. No puedo permitirme cometer ningún error. Sobre todo con John Tey ni con su hija. Ahí es donde entras tú.

–Llámame ingenua para los grandes negocios, pero creo que mentirle a un posible futuro socio en los negocios sobre tu estado civil es un error —Hallie se sintió obligada a señalar.

–Pareces la voz de mi conciencia —murmuró él—. Si tienes un plan alternativo, cuéntamelo.

–Qué pena.

Parecía cansado y melancólico. Como si tener que engañar a John Tey no le hiciera gracia. De repente sintió lástima por él y sintió deseos de acercarse a donde estaba sentado en el sillón para consolarlo, de acariciarle el cabello brillante y despeinado, de acercar sus labios a los suyos y sentir cómo la pasión la recorría y el calor empezaba a aumentar mientras se deleitaba con aquella boca hábil y ¡Caramba! ¡Ya bastaba! Eso no era lástima Eso era deseo.

–¿Cómo? —él la miraba con extrañeza.

–Indigestión —dijo ella—. Creo que es algo de lo que he comido. Seguramente las almejas.

–Probablemente la situación en general —dijo él—. Entonces ¿qué vas a hacer, Hallie? ¿Aceptas o no?

Hallie vaciló, queriendo aceptar, decir que sí. Y no sólo por la aventura, por el dinero o por la emoción; sino para poder pasar más tiempo con Nick. El mismo Nick que estaba dispuesto a pagarle diez mil libras para que al final de la charada ella se marchara.

Una mujer sensata lo rechazaría en ese momento y se ahorraría el dolor de corazón, algo que sin duda acaecería a cualquiera que fuera lo suficientemente descuidada como para enamorarse de él. Una mujer inteligente suspiraría por ese bolso de Hérmes, incluso pasaría un par de minutos imaginándose cómo le quedaría colgando del brazo, pero al final no lo aceptaría. Eso era lo que debería hacer. Pero lo que dijo fue:

–Nick, ¿tú crees en el destino? ¿En la providencia?

–Sólo como último recurso. ¿Por qué?

–Creo que deberíamos dejar que decida el juego. Xia y Shank contra los marcianos. Si ganamos iremos a Hong Kong como marido y mujer. Si perdemos te lanzarás a las tiernas mercedes del señor Tey y te confesarás con él.

–No lo dirás en serio, ¿verdad?

Lo decía en serio.

–Trato hecho —dijo él cuando empezó el combate.

Dos tremendas horas después la suerte estaba echada: irían juntos a Hong Kong.

El teléfono de la mesilla de noche estaba sonando. Hallie se dio la vuelta y estiró el brazo para tantear la superficie de la mesa y contestar, porque no pensaba abrir los ojos a esas horas. Su velada con Nick no se había alargado demasiado, pero todavía no había amanecido, todavía estaba oscuro. Finalmente encontró el teléfono y descolgó.

–¿Sí?

–¿Puedes faltar al trabajo un par de horas esta tarde?

–¿Nick?

–Sí, soy Nick —respondió en tono impaciente.

–¿No podrías haber esperado a que se hiciera de día para decírmelo? —murmuró.

–Es de día. ¿Sigues en la cama?

Hallie suspiró y abrió los ojos para echar un vistazo a los números digitales de su despertador. ¡Las cinco de la mañana! Ay no, Nick era de ésos a quienes les encantaba madrugar. Le costaría digerir esa idea. Se apoyó el auricular en el pecho y aspiró hondo varias veces antes de volver a llevárselo a la oreja.

–Éste es el único día de la semana que libro y te lo advierto, más vale que esta llamada sea por una razón de peso. ¿Qué es lo que quieres?

–Decirte que tenemos una cita esta tarde a las dos en Tiffany's para comprar tus anillos.

–¿Anillos? —Hallie abrió los ojos como platos—. ¿En Tiffany's? ¿En Tiffany's, la joyería?

De pronto estaba completamente despierta.

–El anillo de compromiso y la alianza matrimonial. Será lo normal. El encargado de la tienda de Old Bond Road es amigo mío; me va a prestar unos anillos —dijo Nick—. Después de eso iremos de compras. Necesitas también ropa adecuada.

¿Iban a ir de compras? ¿Y eso lo decía un hombre?

–Eres gay ¿verdad?

–No —dijo en tono risueño.

–¿Has estado empinando el codo?

–Tampoco estoy bebido —dijo, esa vez con exasperación—. Nuestro modo de presentarnos en Hong Kong será importante y supongo que no tienes nada en el ropero que resulte adecuado para esta empresa.

–¿Adecuado en qué sentido? —dijo mientras pensaba en un sinfín de trajes de chaqueta y de sombreros redondos sin alas—. Me vas a vestir como si fuera Jackie Kennedy ¿verdad? ¡Tú sueñas con transformarme!

–Hasta este momento no —dijo en el mismo tono risueño—. Y tampoco estoy pensando en un estilo en plan Primera Dama; pero tampoco quiero que vistas a lo Marilyn Monroe.

Debería haberse sentido insultada. Se habría sentido insultada de no haber sido la diosa del sexo con quien él la había comparado.

–¿Quién va a pagar esta ropa?

–Yo. Tómatelo como un plus.

–Me encanta éste trabajo —dijo Hallie—. Desde luego que quiero hacerlo, Nick. A las dos en punto en la joyería. ¡Ah, y! ¿Nick?

–¿Sí?

Su tono de voz era magnánimo, indulgente. Como si ella hubiera reaccionado exactamente como lo hubiera hecho cualquier juguete.

–Tráete a tu madre.

Hallie llegó a la joyería a las dos en punto y vio que Nick y Clea ya la estaba esperando fuera; Clea, pensativa y Nick, sencillamente pagado de sí mismo.

–Hemos llegado un poco más temprano, de modo que ya hemos estado dentro —la informó Nick—. Stuart me ha prestado algunos anillos. Estoy seguro de que te gustará.

–¿Qué quieres decir con que estás seguro de que me gustarán? ¿Quieres decir que ni siquiera puedo entrar en la tienda y ojear yo misma las piezas? —Hallie se quedó mirándolo asombrada, segura de que estaría bromeando—. ¿Es que no necesitas ver si me sirven o no los anillos? ¿Y si el anillo que has elegido no me sirve?

–Toma, pruébate éste, querida —Clea le pasó uno de sus anillos, una banda ancha de diamantes cuadrados engastados en platino—. Hemos tomado éste como medida. Yo suelo tener buen ojo para estas cosas.

Hallie se puso el anillo en el dedo anular de la mano izquierda y se quedó mirándolo con consternación. Le quedaba perfectamente.

–¿Te queda bien? —le preguntó Nick, todo solícito—. Parece que sí.

–Sádico —respondió ella mientras le devolvía el anillo a Clea y con un último vistazo a uno de los lugares más conocidos de Londres, se dio la vuelta.

–¿Has podido tomarte la semana libre en el trabajo? —le preguntó Nick.

–Sí. La sobrina del dueño me va a sustituir —dijo Hallie, recordando la conversación de esa mañana con su jefa.

No había necesidad de contarte a Nick que si a la sobrina le gustaba trabajar en la tienda, ella se quedaba sin empleo. Aunque si todo iba como había planeado, no necesitaría ningún empleo de todos modos.

–¿Y qué hay de tu hermano? Con el que estás viviendo. ¿Sabe que te vas a Hong Kong?

–Aún no. Resulta que él va a estar fuera toda la semana que viene. Le dejaré una nota.

–Eso le gustará —aventuró Nick.

–Sí —Hallie esbozó una sonrisa deslumbrante—. ¿Y ahora adónde vamos?

Diez minutos después estaban a la puerta de una de las boutiques más exclusivas de Knightsbridge.

–¿Estás seguro de todo esto? —le preguntó Hallie en tono dubitativo.

Una cosa era comprarse unos cuantos trajes en alguna tienda de moda de rango medio y otra muy distinta gastarse un pastón en ropa de diseño para una semana.

–Estoy de acuerdo con que debo ir bien vestida, ¿pero de verdad necesitamos entrar en un sitio tan exclusivo como éste?

–No te preocupéis, querida —le dijo Clea—. Aquí me hacen un buen descuento.

–Ni lo sueñes —le susurró Hallie a Nick mientras se fijaba en el traje de chaqueta del escaparate—. Creo que debo advertirte que sigo teniendo pesadillas de la primera vez en la que mis hermanos me llevaron de compras. Sólo querían comprarme faldas de peto hasta los tobillos y suéteres de cuello alto; sombreros de ala ancha y

–Me parece muy sensato, querida. Esos sombreros, teniendo en cuenta lo peligroso que es el sol en Australia y la tez tan pálida que tienes —dijo Clea.

Hallie emitió un gemido de protesta. Y ella que había pensado que Clea sería una aliada en el tema de la ropa

–Lo que quiero decir es que me he pasado años peleándome para poder elegir mi propia ropa y no estoy por abandonar ahora —señaló a Nick con severidad—. Puedes decirme qué clase de estilo buscas, pero no te dejaré que elijas mi ropa por mí. ¿Estamos, o no?

–Bueno yo

–Y dicho eso, por supuesto que te voy a pedir tu opinión sobre la ropa que elija. No soy una mujer poco razonable. Si te gusta algo, puedes decírmelo.

–¿Y si no me gusta?

Hallie consideró su pregunta. A veces tenía una manera de pensar un poco antagonista.

–Seguramente será mejor que no digas nada —dijo por fin, antes de ponerse derecha y entrar en la tienda.

La boutique era elegante y discreta. La dependienta, que parecía recién salida de un salón de belleza, le quitó un poco el ánimo, aunque hubiera saludado a Clea con simpatía.

–Creo que tiene la talla treinta y ocho —dijo la dependienta después de dar una vuelta alrededor de Hallie.

–La cuarenta —la corrigió Hallie.

–En esta tienda, querida, tienes la treinta y ocho.

A Hallie le gustó más la mujer.

–¿Tienes algunas preferencias en el color?

–Me gustan todos los colores.

La mujer apenas pudo ahogar un estremecimiento.

–Sí, querida. ¿Pero acaso todos los colores casan contigo? Empecemos con el gris.

Hallie abrió la boca para protestar, pero la mujer no quiso saber nada de nada. Descolgó una chaqueta y una falda a juego de la percha y se los acercó con firmeza.

–Por supuesto, es la persona que lleva la ropa puesta quien le da color y vida a la prenda, pero creo que eso lo tienes cubierto de sobra.

–Mmm

Hallie tomó el traje y se lo enseñó a Nick.

–¿Qué te parece?

–No estoy seguro —dijo él—. Si te digo que me gusta, tal vez decidas comprarlo o tal vez no, dependiendo de si te gusta a ti o no. Sin embargo, si digo que no me gusta, te sentirás obligada a comprarlo, te guste o no a ti. ¿Tengo razón o no?

–Sí —dijo Hallie, que estaba a punto de sonreír—. ¿Entonces, qué te parece?

–Pruébatelo.

Cuando lo hizo, él entrecerró los ojos y adoptó una estudiada expresión de impasibilidad.

–¿No? —dijo ella—. Seguramente no será el estilo que buscabas.

–Sí —dijo él firmemente—. Lo es.

Aun así, ella vaciló.

–Es muy

–Elegante —dijo él—. Discreto. Precisamente lo que estoy buscando.

Elegante, ¿verdad? No era un término que acostumbrara a idear o utilizar cuando pensaba o hablaba de sus cosas. Había conseguido que le dieran la libertad de elegir su propia ropa casi con veinte años y típico de las adolescentes, se había tirado por las faldas cortas y los tops más brillantes y ceñidos. De acuerdo, desde entonces había madurado un poco, tenía algunos vestidos amplios en su ropero, pero lo cierto era que muy pocas veces veían la luz del día. Jamás, jamás, había llevado puesto nada tan elegante como aquello. El traje se ceñía a cada curva de su cuerpo y la tela le pareció suave y magnífica bajo sus dedos, como el cachemir, sólo que sin serlo. Incluso el color no estaba tan mal cuando uno se acostumbraba. Y sin embargo

–No me pega, ¿verdad? —dijo ella.

–Míralo como si fuera un disfraz —le dijo Nick—. Piensa en la esposa de un empresario.

–No conozco a ninguna esposa de ningún empresario —Hallie se dio la vuelta hacia Clea, que miraba afanosamente la ropa que colgaba de un perchero—. A no ser que tú seas una

–¡No! —exclamó enseguida Nick—. ¡No lo es!

–Es muy gris, ¿verdad, querida? —dijo Clea, que brillaba como la máquina tragaperras de un casino de Las Vegas con sus pantalones dorados y su blusa de chiffon rojo sangre moteada de psicodélicas espirales doradas.

–Más gris que una urna funeraria china —dijo Hallie con tristeza—. ¿Tienes algo un poco más alegre? —le preguntó a la dependienta.

–¿Qué te parece esto? —Clea levantó un vestido de verano de flores en tonos fucsia, lima y marfil—. Éste sí que es bonito.

–¿Por qué mi madre? —murmuró Nick—. ¿Por qué no podríamos habernos traído a tu madre?

–Murió cuando yo tenía seis años —dijo Hallie, que se volvió hacia Clea—. Eso me gusta —se lo colocó por encima y se dio la vuelta.

Nick la miraba con intensidad.

–Lo siento —dijo él en voz baja—. Dijiste que te habían criado tu padre y tus hermanos, pero no me di cuenta. Pruébatelo.

Y cuando lo hizo

–Se lo lleva —le dijo a la dependienta; entonces se volvió hacia Hallie—. Eso no es negociable.

–Afortunadamente para ti, estoy de acuerdo —dijo Hallie.

–Su padre tenía también un gusto excelente para la ropa —dijo Clea—. Bendito hombre.

Pero Hallie no estaba escuchando. Estaba mirándose al espejo, donde su reflejo le fruncía el ceño mientras giraba a un lado y al otro para mirarse bien. Finalmente, con las manos en las jarras, se volvió hacia Nick.

–¿Me hace gorda este vestido?

Dos horas después, Hallie y Clea habían comprado ropa suficiente para seis meses y en cuanto a Nick, no era ni el sádico que Hallie lo había acusado de ser, ni el roñica que decía su madre. No, para que un hombre soportara tanto y se quejara tan poco, era simplemente un santo.

–¿Ahora adónde vamos entonces? ¿Hemos terminado? —le dijo Hallie a Nick después de acompañar a Clea a su Mercedes—. ¿Tú necesitas algo?

–Un bar—murmuró con sinceridad.

–Buena idea —dijo Hallie—. Yo también me apunto. Hasta ahora no me había dado cuenta de que ir de compras por las boutiques diera tanta sed. Claro que nunca me he comprado más de dos cosas a la vez. ¿Quién iba a saberlo?

–No irás a repasar todas las decisiones que has tomado en la boutique acerca de la ropa, ¿verdad?

–¿Quién yo? —sonreía de oreja a oreja—. Sólo si insistes.

Nick se estremeció. Vio un pub de ésos donde la gente iba a ver los partidos por televisión y prácticamente corrió hasta la puerta. Necesitaba tomar algo y sentarse un rato. Necesitaba un lugar de madera oscura, con una moqueta oscura, poco iluminado, un buen whisky y nada de espejos. Lo necesitaba urgentemente.

–¡Ah! —dijo Hallie mientras se sentaba en un banco—. Muy agradable.

–¿No te parece un poco masculino?

–No. A mí me parece de lo más acogedor. Tengo cuatro hermanos, ¿recuerdas?

–Confía en mí, no lo había olvidado. ¿Dónde viven?

–Donde los lleve su trabajo. Está Luke, que es submarinista de la Marina a medio camino de un proyecto de tres años en Guam; Pete pilota aviones que realizan vuelos chárter en Grecia; Jake dirige una academia de artes marciales en Singapur y por último Tristán. Es con él con quien me estoy hospedando mientras dure el curso.

–¿Tristán?

Después de Pete, Luke y Jake, un hermano llamado Tristán parecía algo incongruente.

–¿Y a qué se dedica Tristán? —preguntó Nick.

–Trabaja para la Interpol.

–¿En la administración?

–No, en comandos operativos —dijo ella—. Pero en realidad es un corderito.

Sin duda. Todos los especialistas en comandos operativos eran corderitos. Era una profesión tan suave y pacífica

–¿Sabes?, tal vez necesite una esposa distinta para ir a Hong Kong —dijo él—. Tal vez necesite una morena.

–Yo antes era morena —dijo Hallie—. El peluquero era un hombre joven que acababa de empezar y decidimos experimentar. Se marchó de la peluquería poco después de eso —suspiró—. Estoy segura de que Tris no lo habría castrado de verdad.

Tal vez estuviera condenado.

–O una rubia —murmuró—. Siempre podría sustituirte por una rubia.

–Vamos. No me puedes engañar. Ahora no me vas a sustituir; tendrías que volver a salir de compras.

Nick se estremeció. Ella tenía razón. Sustituirla no era una opción real.

–Además —continuó ella con alegría—, no pienso contarle a mis hermanos los detalles de nuestro pequeño compromiso. Ellos no lo entenderían.

En eso estaba totalmente de acuerdo.

–Háblame entonces de tu familia —le dijo ella, cambiando hábilmente de tema para volver a él—. ¿Cuándo murió tu padre?

–Hace dos años. Era constructor.

–¿Y Clea? Has dicho que no era la esposa de un empresario. ¿A qué se dedica?

–A muchas personas les cuesta creerlo, pero Clea es arquitecto. Una arquitecto muy bueno.

–¿Se conocieron así? ¿A través de su trabajo?

–No, se conocieron en una fiesta de cumpleaños. Clea estaba en la tarta. Trato de no pensar en ello.

–¿Qué hay de hermanos o hermanas?

–Soy hijo único.

–¿Nunca te sentías solo? —preguntó ella.

–No.

Parecía como si a Hallie le costara asimilar el concepto de ser hijo único.

–Tenía muchos amigos, siempre estaba acompañado. Y cada vez que tenía tiempo libre había un ordenador a mano y una docena de mundos imaginarios en los que perderse.

–Y ahora te ganas la vida creando mundos fantásticos. Supongo que eso significa que siempre supiste lo que querías hacer, incluso siendo niño.

–Siempre lo hice. ¿Eso es lo mismo?

–Seguramente. Mis hermanos siempre sabían lo que querían hacer de mayores —Hallie sonrió con pesar—. Conmigo fue distinto cada semana se me ocurría una idea nueva Astronauta, piloto de Fórmula 1 Mi familia aún no está convencida de que no vaya a cambiar de opinión en cuanto a mi deseo de trabajar en el negocio del arte.

–¿Y lo harás?

–¿Quién sabe? —Hallie se encogió de hombros—. Me encanta la emoción que comporta hallar piezas antiguas y bellas y me encanta examinar su historia y la historia de las personas que haya detrás. Encontraré trabajo con algún respetable marchante de arte asiático y anticuario y será fascinante; pero si no es así bueno haré otra cosa. Al menos lo habré intentado.

–Quieres cometer tus propios fallos.

–¡Eso es! —en sus ojos y en su voz ardía la pasión—. ¿Tienes idea de lo duro que es tomar tus propias decisiones con cuatro hermanos mayores todos empeñados en dirigirte la vida? De verdad, Nick, tengo veinticuatro años y no soy lenta para aprender. ¿Qué pasa si cometo uno o dos fallos por el camino? Los arreglaré. Desde luego no necesito a mis hermanos metiéndose para enderezar cada cosa que hago mal —Hallie alzó la barbilla—. Sé cuidarme sola; quiero cuidarme sola. ¿Es acaso mucho pedir?

–En absoluto. Lo que tú quieres es libertad.

–E igualdad —dijo con firmeza—. Y no les pasaría nada si de tanto en cuanto me mostraran un poco de respeto.

Bien. Nick ahogó la ligera simpatía que empezaba a sentir por sus hermanos y se fijó en la situación global. Libertad, igualdad, respeto. Eso no le costaría ningún esfuerzo. No era como si ella le estuviera pidiendo la luna y las estrellas.

–Quiero que sepas que aunque te esté pagando un montón de dinero por engañar a mi socio futuro, tienes todo mi respeto —afirmó—. Estamos juntos en esto como iguales.

En ese momento apareció el camarero.

–Dos whiskys. Sin hielo.

Capítulo 3

Tres días después Hallie subía a bordo de un avión rumbo a Hong Kong. Se había hecho la manicura, la pedicura, distintos tratamientos de belleza y de peluquería y se podía decir sin miedo a equivocarse que en ese momento era la esposa de un empresario, chic con sus pantalones de lana fina color arena y su camisola rosa. Llevaba unos zapatos a juego con la camisola, un bolso de Hérmes y a Nick a su lado, tremendamente atractivo con un traje de chaqueta gris y una camisa blanca y sin corbata. Ella era la mujer que lo tenía todo, una pura fantasía. Pero eso no significaba que no pudiera disfrutar del momento.

Unos retazos de nubes blanquecinas moteaban el cielo del mediodía; sus asientos estaban en primera clase y el despegue fue perfecto. Hallie se relajó en su asiento y se preparó para recibir toda clase de mimos y atenciones; pero enseguida se dio cuenta de que la mujer que fuera sentada cerca de Nick sin duda quedaría totalmente ignorada. O bien eso, o bien era totalmente invisible al resto de las mujeres del mundo cuando sonreían, suspiraba o se arreglaban delante de él.

Las azafatas se tranquilizaron cuando el vuelo estaba en proceso y continuaron con sus quehaceres con eficiente profesionalidad, pero las sonrisas coquetas de las pasajeras no cesaron. Una joven incluso consiguió tropezarse y caer con elegancia en el regazo de Nick en un revuelo de disculpas, todo ello acompañado de todo el rozamiento posible.

–¿Las mujeres siempre caen a tus pies para que te fijes en ellas? —le preguntó a Nick cuando se había marchado la joven.

–La verdad es que se ha tropezado con mis pies —dijo Nick—. Sobresalían en el pasillo. Ha sido culpa mía que acabara cayéndose encima de mí.

–¿Y también que acabara plantándote los pechos en la cara? ¿Eso también ha sido culpa tuya?

Nick se encogió de hombros, tratando sin éxito de hacerse el inocente.

–Estaba intentando ponerse de pie —dijo él—. Estas cosas pasan.

–Ya lo veo.

Hallie decidió que estaba acostumbrado a ello. Sencillamente, estaba acostumbrado a que las mujeres cayeran a sus pies.

–¿Sabes?, te ahorrarías bastante de esa atención no deseada si llevaras un anillo de casado—le dijo ella.


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