Текст книги "Esposa por una semana"
Автор книги: Kelly Hunter
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–¿Y si no basta?
–Entonces tal vez uno de nosotros pueda dormir encima de la cama y el otro bajo de las sábanas —dijo Hallie, pensando que tal vez eso pudiera funcionar—. Yo dormiré bajo las sábanas y tú puedes dormir encima de la cama. Anoche dormiste destapado casi toda la noche.
–Eso fue porque no encontraba la colcha, no porque no quisiera taparme.
–Un caballero le ofrecería las sábanas a la dama —dijo Hallie.
–¿Y dónde está la igualdad? —Nick sonrió con picardía.
Hallie suspiró con sentimiento. No siempre era fácil practicar lo que uno predicaba.
–O podríamos echarlo a suertes con una moneda.
Nick se metió la mano en el pantalón y sacó una moneda, que seguidamente le tiró a Hallie.
–Si sale cruz dormiré bajo las sábanas.
Salió cruz.
–Bien —Hallie levantó la barbilla—. Yo me quedo encima de las sábanas.
Nick sonrió un poco más.
Ella se tumbó en la cama de espaldas a él y trató de no pensar en Nick, de relajarse y de dormirse, pero no le sirvió de mucho. Necesitaba taparse con algo. La colcha de seda roja era su única opción. Se sentó y tiró de la colcha para taparse antes de volverse a tumbar, bien consciente de que Nick la observaba divertido.
Diez minutos después emitió un suspiro sentido y se retiró la colcha a un lado. Le daba demasiado calor. Le echó otra mirada a Nick, que en lugar de estar trabajando, estaba mirándola. Riéndose de ella, para ser más exactos.
–¿Cambio de planes? —le preguntó él.
–Sí. La separación de las sábanas queda abandonada.
Se metió bajo las sábanas con gesto desafiante y se tapó la cabeza con la sábana de arriba.
–Imagino que no tendrás un plan nuevo, ¿verdad? —le dijo Nick.
–Esto no.
En ese momento no se le ocurría nada.
–Siempre podríamos dormir uno para un lado y el otro para el otro. Yo podría poner la cabeza en este lado y tú en el otro. Así, si nos movemos de noche acabaremos topándonos con unos pies.
–¡No! —dijo ella apresuradamente—. ¡Ni hablar!
Eso sería fatal, horrible y no lo decía por los pies. Porque si él tiraba de la sábana hacia arriba y ella la seguía, por él camino se podría encontrar con algo que no fueran precisamente unos pies; y sólo de pensar en lo que la experiencia sexual de Nick podría animarla a hacer si se diera tal situación, se ponía nerviosa. Por no hablar de lo que podría hacer para controlar su creciente curiosidad.
Seguía sintiendo ciertas molestias después de hacer el amor con él esa mañana. ¿Y si a Nick se le metiera en la cabeza, por ejemplo, tranquilizarla? En ese caso estaría perdida. Seguramente acabaría rogándole. Maldita sea, estaba a punto de empezar a rogarle en ese momento y eso que sólo lo estaba pensando.
–Nada de ponernos al contrario —trató de hablar en tono firme, pero le dio la impresión de que no había colado del todo.
–¿Por qué no? —dijo él.
–Porque soy mucho más baja que tú, por eso y tal vez me mueva para abajo mientras duermo. Sobre todo si tú tiras de las sábanas hacia ti. Si pasara eso, a lo mejor no termino encontrándome con tus pies.
–Tienes razón —él la miraba con expresión intensa—. Cada uno para un lado queda descartado del todo —Nick ya no parecía muy divertido, sino más bien peligroso—. Supongo que tendremos que echar mano de la fuerza de voluntad —se acercó entonces a ella y la tapó bien con la sábana—. Duérmete —se inclinó hacia delante y posó sus labios con delicadeza sobre los de ella con un gesto que habría sido casto salvo por la punta de su lengua, que se deslizó por su labio superior.
Fue suficiente para que a ella se le escapara un gemido de deseo, para que arqueara inconscientemente su cuerpo hacia él, mientras la tensión se apoderaba de su cuerpo y Nick lo sabía.
–Basta —gimió Nick—. No me dejes seguir, Hallie. No vamos a hacerlo. Tengo demasiado trabajo.
–Entonces ve a hacerlo —le susurró ella, cerrando los ojos con fuerza como si tal vez, sólo tal vez, podría resistirse mejor a él si no lo veía.
Tardó mucho en quedarse dormida; cosa que ocurrió mucho después de que Nick se metiera en la cama.
Hallie se despertó a la mañana siguiente acurrucada junto a Nick, con la cabeza apoyada en su hombro y la mano en la cintura. Se quedó totalmente quieta, tratando de idear la mejor manera de apartarse de él, mientras su cuerpo respondía de otro modo, claramente a gusto en el sitio donde estaba. El caso era que ella y Nick habían decidido que hacer el amor quedaba descartado y desde luego iban a tener que hacer un esfuerzo conjunto para poner en práctica esa decisión. Si alguno de ellos se mostraba débil, los dos estarían perdidos; no tenía más.
Hallie contuvo la respiración mientras retiraba la mano de la cintura de Nick con el fin de apartarse de él despacio, mientras lo miraba a la cara al mismo tiempo para ver si se despertaba. Pero Nick dormía profundamente. Entre las ojeras, que le daban un aspecto vulnerable y la pelusilla de dos días, Nick daba un poco de miedo. La fuerza de su expresión la atraía a pesar de la resistencia que ella ponía.
Porque no eran ni su cuerpo ni su cara lo que más la atraían, aunque ambos fueran preciosos. No, era algo mucho más intrínseco, algo que le llegaba al alma. Algo que la hacía temblar. Se retiró un poco y tocó el borde de la cama con los dedos de los pies. Casi había llegado. Un pie en el suelo y después el otro hasta ponerse de pie. Misión cumplida.
Pero se había llevado la sábana consigo, lo cual la dejaba con un problema nuevo. Tapar a Nick otra vez, o no taparlo. No parecía que tuviera frío. Se fijó en su pecho gloriosamente esculpido y vio que no tenía carne de gallina. Entonces cometió el error de bajar la mirada y al ver el sustancioso bulto bajo la tela elástica de los boxers, tragó saliva con dificultad. Qué más daba si tenía o no frío; ella necesitaba taparlo enseguida. Agarró la sábana y estaba a punto de colocársela sobre el cuerpo cuando un sexto sentido le hizo mirarlo a la cara.
Estaba despierto, mirándola todo el tiempo con los ojos entrecerrados, con una sonrisa en los labios y una invitación en la mirada que le resultó prácticamente irresistible.
–¿Vas a algún sitio? —dijo él.
Hallie dejó la sábana y retrocedió rápidamente, casi cayéndose al hacerlo.
–Yo ah, se me ocurrió levantarme temprano para ver si Jasmine quiere que le eche una mano con las preparaciones para Nochevieja.
Nick sonrió de oreja a oreja.
–Es buen detalle —dijo él.
–Sí, bueno, hay cosas que hacer.
Hallie sonrió de oreja a oreja; el corazón le latía muy deprisa y sintió un cosquilleo en la piel al oír su voz ronca y adormilada. Entonces echó una última mirada hacia aquel hombre tan viril que se encontraba tumbado sobre la cama, antes de meterse corriendo por miedo a que la tentadora sonrisa de Nick Cooper la embaucara.
Como Nick y John se habían ido a la oficina del último y Kai estaba fuera arreglando lo del análisis de la carne de cangrejo, Hallie y Jasmine se pusieron a trabajar en serio en la decoración de la casa para el Año Nuevo. Había naranjas que colocar en pequeñas pirámides con incienso a ambos lados como ofrenda a los antepasados, preciosos sobres rojos para meter billetes nuevos que regalarle a amigos y parientes y exquisitos farolillos de papel para iluminar la terraza cuando cayera la noche. Había grano para ofrecérselo al Gallo ya que era su año y había que darle un buen recibimiento. Había que consultar el horóscopo, que pintarse las uñas de un brillante color rojo y contratar los servicios de una peluquera para que las peinara a última hora de la tarde.
Dejaron los vestidos para el último momento. La elección de Hallie era sencilla, puesto que había decidido ponerse el vestido dorado. Jasmine tenía más donde elegir, pero llegado el almuerzo estaban entre dos: un vestido de seda azul noche hasta los pies y un vestido sin hombreras color burdeos con detalles dorados en el corpiño. Los dos eran preciosos. Ninguna de las dos sabía por cuál decidirse.
Kai volvió a la hora del almuerzo. Parecía demasiado callado, incluso para su costumbre. Después de almorzar, lavar los platos y recoger la cocina, Kai habló.
–¿Puedo hablar contigo a solas? —le preguntó a Jasmine.
–¿Se trata de la carne de cangrejo? —Jasmine lo miró con curiosidad.
–No.
Hallie vio que se metían en el despacho de John con un insidioso presentimiento. Parecía como si Kai tuviera muchas cosas en la cabeza. Salió en el Mercedes unos veinte minutos después y Hallie encontró a Jasmine junto a la ventana, con los ojos llenos de lágrimas.
–Se va al continente la semana que viene y no va a regresar —dijo la joven meneando la cabeza—. Nunca pensé que se marchara de verdad.
–¡Oh, Jasmine!
–No quiero que se marche —Jasmine hizo una pausa—. Pensaba que sí, pero no quiero.
La chica estaba llorando de verdad. Agachó la cabeza y entonces la brillante melena lisa ocultó la desazón de su rostro.
–Pensaba que te sentías atrapada —dijo Hallie con suavidad—. Que querías ser independiente.
–Quiero a Kai.
–Porque siempre ha estado ahí para ti. Porque es seguro.
–¡No! No es sólo por eso —sollozó—. Pensaba que me amaba.
Y era ella la que le había metido esa idea en la cabeza, pensaba Hallie mientras se reprendía para sus adentros por hacerlo. Había estado pensando en Jasmine y en Kai y en la situación en la que estaban los dos; pensando que no les iría mal pasar algún tiempo separados.
–Piénsalo desde el punto de vista de Kai —urgió a la joven—. Aunque te ame de verdad, ha sido tu protector durante casi diez años ya. Sabe muy bien que no sería justo por su parte cargarte con sus sentimientos. Sobre todo cuando tú no has tenido la oportunidad de descubrir quién eres y lo que quieres.
–Sé quién soy —dijo Jasmine con su callada certidumbre—. Y ahora sé que quiero a Kai.
–Tal vez sea cierto. ¿Pero no preferirías acercarte a él como igual? ¿Como una mujer a la que amar y respetar en lugar de como la chica que él sienta que tiene que vigilar?
Jasmine se quedó en silencio. Finalmente, levantó la cabeza y se volvió a mirar a Hallie, esa vez con incertidumbre más que con desolación en la mirada.
–Por supuesto que sí.
–Entonces tal vez esto sea para mejor —dijo Hallie en tono suave—. Para empezar yo pienso que eres una mujer muy afortunada. ¿Qué más podrías querer que el amor de un bello guerrero que sabe lo que necesitas y está dispuesto a dártelo incluso si ello significa perderte? ¿Es que no lo ves?
Hallie le retiró de la cara un mechón de cabello que se le había pegado a la llorosa mejilla.
–Te está dejando libre.
Dos horas después, tras darse Jasmine una ducha y tomarse las dos una taza de té, estaban de nuevo delante de los dos vestidos que colgaban de la puerta del ropero de Jasmine.
–Pongamos un año —dijo Jasmine pensativamente.
–O dos.
–No creo que pueda esperar tanto tiempo.
–Yo no he dicho que no puedas verlo —dijo Hallie—. Y desde luego no te he dicho que no puedas darle algo para que te recuerde. ¿Vendrá a la fiesta?
–No lo sé —dijo Jasmine—. Hay una entrada para él.
–Creo que el vestido azul será mejor. El escote es más modesto, es lo que Kai esperará, pero después, cuando te des la vuelta y se vea toda la espalda ¿Cómo piensas peinarte?
–Con un recogido —dijo Jasmine.
–Perfecto. ¿Y alguna joya?
Jasmine se acercó a un pequeño joyero de madera y sacó una cadena de plata tan fina que apenas se veía. De ella colgaba una perla en forma de lágrima un poco más clara que el tono de su piel.
–He pensado ponerme esto. No es nada caro, más bien una baratija, pero era de mi madre. No tiene cierre, se mete por la cabeza. Pero es demasiado largo.
–No si te lo pones hacia atrás —le dijo Hallie.
–¡Oh! —exclamó Jasmine—. Ahora sí que me decanto por el vestido azul. Y le voy a pedir a Kai que baile conmigo. Es una fiesta; y en las fiestas las personas sacan a bailar a otras.
Los instintos femeninos de la niña no tenían nada de malo, pensaba Hallie mientras asentía con entusiasmo.
–Un baile lento —dijo ella—. Un vals, para que tenga que ponerme la mano en la espalda y tocarme toda la piel.
Jasmine sonrió despacio. Hallie le devolvió la sonrisa. Kai estaba metido en un buen lío.
Nick y John volvieron a media tarde, más temprano de lo esperado.
–Estamos casi listos —dijo Nick cuando Hallie lo llevó al jardín para que le diera la explicación completa—. John tiene a sus abogados preparando ya los documentos. Les he enviado un fax a mis abogados, pero no creo que haya ningún problema. Lo único que nos queda por hacer es firmarlos.
–¿Entonces estás contento con el trato? —le preguntó ella.
–Es un poco menos de lo que yo había pensado en cierta forma y un poco más en otras. Creo que John siente lo mismo que yo —Nick le echó una sonrisa recelosa—. Tengo una nueva apreciación para el regateo como forma artística, pero al final hemos llegado a un acuerdo. Es un trato justo. Los dos vamos a ganar mucho dinero. Así que esta noche hay que celebrarlo.
Hallie lo miró con preocupación. No parecía como si tuviera muchas ganas de celebrarlo. Parecía exhausto.
–¿Vas a aguantar hasta la medianoche? ¿Por qué no subes y descansas un poco? Échate una siesta, Nick.
–Lo haría, pero la cama de arriba me trae recuerdos tuyos. Si subo a tumbarme a la cama, sé que no voy a descansar y menos a dormirme.
–¿Estás coqueteando conmigo?
–No.
La miró con intensidad, demasiado cansado y tenso para molestarse con lindezas. Necesitaba descansar, necesitaba dormir, pero si ésa no era una opción, entonces lo mejor que podía hacer era tomarse un descanso de su trabajo, de la tensión de fingir que Hallie y él estaban casados, de los Tey por muy agradables que fueran.
–Ven a la ciudad conmigo. Tengo que buscar un regalo de Año Nuevo para Jasmine. Te vendrá bien. En realidad nos vendrá bien a los dos.
–¿Tú crees?
–Quiero relajarme y ser yo misma un rato. No Hallie Cooper, la esposa de un empresario; ni Hallie Bennett, cómplice de las mentiras. Sólo quiero ser yo. Y quiero que tú seas tú.
–Tiempo muerto —dijo Nick.
Exactamente.
–Entonces, ¿qué me dices?
Veinte minutos después estaban en una bulliciosa acera de una calle del centro de Hong Kong, después de que Kai los dejara y de que Nick le asegurara que después tomarían un taxi para volver. Estaba cansado e irritable y el tratar de negar la enorme atracción sexual que sentía por Hallie no parecía servirle de mucho; pero no podía negar que su sugerencia de tomarse un respiro era buena.
–¿Tienes algo en mente para Jasmine? —le preguntó él.
–Estoy completamente segura de que lo sabré cuando lo vea —respondió Hallie alegremente.
Nick gimió. Sin duda tardarían años en elegir algo.
–Estoy abierta a cualquier sugerencia —añadió.
Dios existía.
–Perfume —le decía él firmemente dos minutos después, cuando estaban ya delante del mostrador de una tienda muy grande—. Le compraremos un perfume.
–Muy previsible —suspiró Hallie.
–Seguro —la corrigió Nick mientras observaba la sorprendente variedad que tenían allí—. Elige tú.
–Tendré que olerlos primero y encontrar el que mejor le vaya a Jasmine. Por supuesto ya sé cómo huelen la mitad de ellos, de modo que no tardaré mucho.
Tal vez el perfume no hubiera sido una solución tan rápida y fácil al problema de comprar un regalo para Jasmine, pensaba Nick con pesar mientras Hallie tomaba el bote que tenía más cerca y se lo llevaba a la nariz.
–Éste es demasiado fuerte. Jasmine es mucho más delicada que todo eso —Hallie hizo una mueca y dejó rápidamente el bote en el mostrador antes de escoger otro—. Y éste ya no se lleva —continuó por el mostrador hacia el siguiente grupo de pequeños botes de perfume, escogió uno del centro y se lo pasó a él—. Prueba éste.
Él lo olió.
–Huele bien.
Pero Hallie lo rechazó.
–Sí, huele bien, pero no tiene fondo. Es demasiado casto. Jasmine es una mujer, no una niña.
–Tal vez pudiera usarlo para sus momentos más de niña —sugirió él, pero ahogó un suspiro al oír que Hallie decía que no.
Sin duda se tirarían horas eligiendo el perfume.
El siguiente también olía bien. ¡Maldita sea, todos olían bien! Pero según Hallie ninguno era el adecuado. Entonces Hallie señaló un probador largo y estrecho que había en un estante alto y la dependienta se lo bajó con amabilidad. Levantó el tapón, aspiró hondo y suspiró con felicidad.
–Éste —dijo—. Éste sí que es para Jasmine.
Nick lo tomó y lo olió. Agradable. No entendía la razón por la cual ése era más Jasmine que los demás, pero si a Hallie le satisfacía, a él también.
–Entiendo lo que quieres decir —asintió con la cabeza para darle énfasis a sus palabras.
–¡Mentiroso! —su risa fue cálida y espontánea, el reflejo de una mujer—. Dime por qué lo he elegido.
–¿Por capricho?
Hallie entrecerró los ojos y levantó la cara. A Nick le encantaba ese gesto suyo.
–Acabo de darte unas pistas enormes sobre cómo comprarle un perfume a una mujer. ¡Enormes! Al menos podrías haber prestado atención.
–He prestado atención.
–De acuerdo, entonces —puso los brazos en jarras—. Elige uno para mí.
Nick miró a Hallie de hito en hito, se quedó mirando los perfumes, las doscientas botellas que había allí y estuvo a punto de ponerse a sudar.
–No me vendría mal una pista.
Hallie avanzó de nuevo delante del mostrador, se acercó a un grupo de botes y alzó la mano sobre uno en particular antes de escogerlo.
–Toma. Es el que solía usar mi madre; me trae muy buenos recuerdos de ella. Es cálido, elegante. Me encanta, pero yo no lo uso.
–¿Y para ti eso es una pista?
–Es una pista grande —dijo con voz grave, pero sus ojos reían.
Nick suspiró con fuerza, le quitó de la mano el perfume que solía usar su madre y lo olió. Conocía ese aroma y también le encantaban los recuerdos que suscitaba en él ya que también Clea lo había usado. Era cierto, no era el adecuado para Hallie. De todos modos, estaba cerca.
Atacó el problema sistemáticamente, pasando por todos los perfumes que tenía delante y rechazando todos salvo tres de ellos. Con ésos se tomó su tiempo, antes de escoger el adecuado, que le pasó a ella.
–Éste.
–¿Estás seguro? —se burló ella—. ¿Cómo lo sabes? Porque juraría que tu nariz se ha puesto en huelga hace ya diez botes.
–Huélelo —la urgió él.
Ella aspiró hondo. Tenía algunos de los ingredientes presentes en el perfume de su madre, la misma calidez de base, pero era distinto. Más exótico y juvenil. Más vibrante.
–¿Y bien? —le preguntó él con cierto nerviosismo.
–Me gusta.
–¿Cuánto te gusta?
–Mucho.
La sonrisa de alivio de Nick fue tan tierna como la de un chiquillo y Hallie sintió que le palpitaba el corazón. Nick Cooper era una curiosa mezcla: de pronto suave y al momento siguiente dulce y tierno como un niño.
–Prométeme que te lo pondrás para mí esta noche —murmuró él.
Sí, suave como la seda.
–Ahora, voy a elegir uno para ti —le dijo ella.
–¡No lo hagas! —dijo él, claramente horrorizado con la idea—. Camina conmigo por las callejuelas de la ciudad un rato. Es todo lo que quiero. Deja que te enseñe el Hong Kong que mejor conozco.
La idea le gustó.
Le encantaba hacer precisamente eso, porque fue allí donde encontró lo que no había encontrado en el impoluto aeropuerto o las luminosas tiendas. Paseando por las calles con Nick encontró los puestos de los vendedores ambulantes con sus carretas de comida; el olor a año viejo y el bullicio de una exótica y vibrante cultura. ¿Ése era el Hong Kong que Nick prefería? Debería haberlo adivinado. Nick siempre había buscado lo genuino, añadiéndole un toque de incertidumbre y coloreándolo del color de lo mágico. Era parte de su encanto.
¿Qué clase de mujer elegiría cuando finalmente se decidiera a casarse? Hallie se quedó pensativa. ¿Se reiría con él y se deleitaría con el niño que se escondía tras el hombre? ¿Sería una mujer de mundo y elegante? ¿Un valor añadido a sus intereses de negocios? ¿Elegiría a la perfecta esposa para un empresario? Hallie estaba tan distraída con sus pensamientos que estuvo a punto de caerse encima de Nick cuando éste se arrodilló para examinar los relojes de imitación que un golfillo había alineado con precisión militar sobre una toalla sucia.
–Cartier —dijo él, sonriéndole—. Menudo chollo. ¿Quieres uno?
Maldita sea, sabía que eso ocurriría. Se estaba enamorando de él.
–Ése —señaló un sencillo reloj de esfera redonda que había a la mitad de la fila—. ¿Funciona?
–Las manillas se están moviendo. Eso siempre es una buena señal —dijo él mientras le daba al chico dinero suficiente para comprar diez relojes de aquellos y le decía que se quedara con el cambio—. ¿Adónde vamos ahora? —le dijo mientras le daba el reloj.
–De vuelta a casa de los Tey si este reloj va bien. Tengo que volver a las cinco y media si quiero que la peluquera me peine.
–¿Y quieres?
–Desde luego. Esta noche voy a una fiesta con un traje de diseño y habrá música y baile y sonarán las doce campanadas. Quiero ir muy bien arreglada. Esta noche quiero sentirme como Cenicienta.
–¿Quiere decir eso que yo debo ser tu príncipe azul?
–Puedes intentar ser mi príncipe azul —respondió Hallie con una sonrisa en los labios.
Estaban en una calle llena de gente y por el carril central un taxi avanzaba hacia ellos.
Nick lo vio casi al mismo tiempo que ella y se adelantó para levantar la mano. El taxi giró bruscamente y se abrió paso hasta el carril lateral ante la protesta general de los demás coches.
–Creo que nos ha visto —dijo Nick.
–Sí, pero ¿quieres meterte en un coche con ese conductor? —murmuró Hallie.
El taxista no aminoró la velocidad; si acaso, aceleró.
–No va a parar —dijo ella.
En ese mismo momento alguien empujó a Nick por la espalda y lo precipitó a la carretera.
–¡Nick!
Todo ocurrió en un caos de gritos. Haciendo gala de unos reflejos instintivos, Hallie sacó un brazo, lo agarró de la camisa y tiró de él con todas sus fuerzas, en el mismo momento en que el taxi pasaba a su lado a toda velocidad, a pocos centímetros de la alcantarilla. Nada amortiguó la caída de Hallie cuando los dos cayeron hacia atrás: se pegó en el codo contra el suelo de cemento y Nick cayó encima de ella con la fuerza de todo su peso, dejándola momentáneamente sin respiración. Al momento Nick estaba de rodillas a su lado, pero Hallie lo veía todo borroso.
–Hallie, Hallie, ¿me oyes?
La cara de Nick se cernía sobre la suya; una cara conocida en un mar de caras orientales y Hallie se agarró a él como un náufrago a una balsa.
–No iba a parar —le susurró ella.
–Es cierto. No iba a parar.
Nick parecía casi tan desconcertado como ella mientras le retiraba un mechón de cabello de los ojos.
–¿Cómo te encuentras? ¿Dónde te duele? —le preguntó Nick.
–Me he raspado el codo —dijo ella—. Y me he dado un golpe en la cabeza.
–¿Cuántos dedos ves?
–Ninguno. Me estás tocando el pelo.
–Bien —dijo Nick—. ¿Y ahora, cuántos?
–Dos.
Poco a poco empezaba a ver un poco más claro. Trató de sentarse, e inmediatamente vio un montón de manos delante que no sólo querían ayudarla a sentarse sino que al momento estaban levantándola con mucho cuidado.
–Gracias —dijo ella—. Gracias, de verdad —añadió cuando alguien le pasó el bolso, donde tenía los perfumes guardados.
La gente que los rodeaba discutía animadamente y Hallie oyó un gran vocerío y vio cómo gesticulaban. Finalmente un chino trajeado y con pinta de ejecutivo se acercó a ellos.
–Lo han empujado —le dijo a Nick—. Este hombre dice que lo ha visto —señaló a un hombre pequeño que estaba al fondo de la multitud—. Ha dicho que ha sido un hombre con una gorra roja, una cazadora con cremallera y vaqueros. Un hombre joven.
Nick asintió y les dio las gracias a los dos hombres.
–A mí también me ha parecido ver a alguien empujándote —dijo Hallie—, pero no le vi la cara.
Había estado demasiado ocupada tratando de agarrar a Nick por la camisa.
–Vamos —dijo Nick, conduciéndola hacia la puerta de una tienda donde no había tanto bullicio—. Creo que debemos llevarte al hospital para que te miren ese codo.
–¡No, Nick! ¡Nos va a llevar horas!
Si iban al hospital se perderían la fiesta.
–Sólo te has caído encima de mí, eso es todo. Me crié jugando al fútbol con mis hermanos; estoy acostumbrada a caerme.
Bueno, estaba exagerando un poco. Aunque de todos modos, él no pareció tragárselo. Le levantó el brazo para examinárselo y se lo giró para que ella pudiera vérselo. Era un rasguño muy feo. ¡Maldición!
–Esto no me va a ir muy bien con el vestido.
–No bromees —dijo él con voz ronca—. Tienes una contusión.
Nick le agarró la cabeza y con mucha delicadeza se la echó hacia delante para ver si tenía alguna herida.
–¡Ay! —gritó Hallie cuando él le tocó precisamente donde se había pegado contra el suelo.
–Se te está hinchando —le dijo él—. Te va a salir un chichón.
–También me va a peinar una peluquera. Nadie se dará cuenta de que está ahí. De verdad, Nick, estoy bien.
Él la miraba con sus ojos negros de expresión intensa y sus manos se deslizaron por su cuello hasta que le agarró la cara con las dos manos.
–Me has asustado —dijo sin más.
Entonces se acercó a ella y la besó en los labios.
Fue delicado, muy delicado y Hallie tembló con la ternura de su gesto. Cerró los ojos, levantó las manos para colocarlas sobre sus hombros y abrió la boca, deleitándose con su sabor caliente y delicioso. Él se tomó su tiempo, un tiempo lento y agonizante, antes de rozarle la lengua con la suya. No había prisa. Nick fue aumentando la tensión del beso con delicadeza y seguridad y por segunda vez en el mismo día, vio un millón de estrellas con la imaginación. Eso era lo que llevaba esperando toda la vida: la fuerza atemperada por el cariño, la mezcla de pasión y dulzura; y Hallie le echó los brazos al cuello y bebió de esa dulzura sin pensar en nada aparte de la creciente necesidad de poseerla.
Fue Nick quien interrumpió el beso y apoyó la frente contra la de ella mientras respiraba con agitación.
–Tenemos público —murmuró él—. Y estamos en la calle. Yo creo que no hemos incumplido ninguna norma.
–Menos mal —susurró ella.
Hallie no estaba muy de acuerdo con eso. En realidad le parecía que estaban quebrantando todas y cada una de las normas que se habían impuesto.
Él se retiró, pero quedó claro que no era lo que deseaba hacer.
–¿Quieres que vayamos a ver a un médico?
Era una pregunta, no una orden y Hallie se dio cuenta de que a pesar de todas las similitudes entre Nick y sus hermanos, en algunas cosas Nick era muy, muy diferente. Ver a un médico era algo que decidiría ella y eso fue lo que hizo.
–Estoy bien —dijo Hallie con firmeza—. De verdad, estoy bien.
–Vamos —Nick no sabía si maldecir su obstinación o si aplaudir su espíritu—. Te llevaré a casa.
Capítulo 7
–¿Qué ha pasado? —gritó Jasmine cuando les abrió la puerta de casa.
Llevó a Hallie al salón y la ayudó a sentarse en la primera silla que vio.
–Quédate aquí —le ordenó la joven, que desapareció rápidamente.
Cuando volvió lo hizo con Kai, que llevaba un botiquín en la mano. Nick suspiró aliviado al ver que Jasmine sacaba un bote de líquido antiséptico y se disponía a limpiarle la herida del codo.
Se había dado un susto de muerte al verla tirada en la calle, con aquel aspecto tan frágil y desvalido, tan sólo medio inconsciente; y su decisión de no consultar a ningún médico no le había sentado bien.
–También se ha dado un golpe en la cabeza —le dijo Nick a Jasmine.
Jasmine miró rápidamente a Hallie.
–Necesitamos una linterna —dijo firmemente—. Tengo que mirarle las pupilas para ver si las tiene dilatadas o no.
–Eso no me preocupa —protestó Hallie—. Estoy bien.
–No discutas —le dijo él—. Tan sólo deja que te lo mire —sonrió con pesar—. Al menos hazlo por mí.
–Eres igual que mis hermanos —gruñó ella.
–¿Qué ha pasado? —preguntó Kai.
–Estaba intentando parar un taxi y me coloqué demasiado cerca de la calzada. Hallie tiró de mí para que no me cayera y nos caímos hacia atrás.
–Te empujaron —dijo Hallie, que se volvió a mirar a Kai—. Alguien le dio un empujón y casi lo atropella un taxi que venía a toda velocidad. Sólo vi a un hombre con una cazadora grande y una gorra, pero había un hombre mayor que dijo que le había visto la cara. Dijo que había sido un joven y que lo había hecho adrede.
–¿Te empujaron entonces? —dijo Kai.
–Alguien me empujó por detrás —respondió Nick—. Pero no sé si fue adrede o sin querer.
Hallie lo miró con expresión de desafío.
–Si fue sin querer, ¿por qué no se quedó para ayudarte?
–A lo mejor le dio miedo hacerlo.
–¿Sabéis el nombre del hombre mayor? —preguntó Kai.
–No se me ocurrió que fuera necesario —dijo Nick—. ¿Por qué?
–Fui al hospital a ver qué pasaba con el hombre que se puso enfermo en el restaurante. Está en coma. Los médicos sospechan que fue envenenado. Llevé la carne de cangrejo a un laboratorio privado para que la analizaran, pero hasta el momento los tests no han dado ningún resultado. Si no contiene veneno es extraño —Kai hizo una pausa—. Hay otro dato inquietante relacionado con el incidente de anoche —dijo en voz baja—. La bandeja no iba destinada a esa mesa, sino a la nuestra. Y si es lo que yo sospecho y sólo la primera ración de cangrejo está envenenada, eso quiere decir que era para ti, Nick.
–¿Cómo? ¿Quieres decir que alguien está tratando de matarme? —dijo con incredulidad—. ¿Lo dices en serio?
–Yo siempre hablo en serio —dijo Kai—. Dime si todavía quieres asistir a la fiesta de esta noche y contrataré unos guardaespaldas.
Nick se había tomado muy bien la noticia de que alguien estaba intentando matarlo, pensaba Hallie mientras observaba cómo se paseaba de un lado al otro de la habitación de invitados un rato después.
–¿Tienes idea de quién podría querer matarte? —le preguntó ella pensativamente.
–No.
–Tal vez sea alguien que no quiere que te asocies con John. A lo mejor han inventando un juego como los tuyos y la entrada de tus productos en el mercado no les resulte muy adecuada.
–Hallie —empezó a decir en tono de advertencia.
–O podría ser un distribuidor resentido que no pudo conseguir tu negocio —dijo—. ¿A cuántos rechazaste antes de decidirte por Empresas Tey?
Nick volteó los ojos.
–A unos pocos, pero de verdad no creo que
–También podría ser una mujer despreciada. Sí, es una idea. Estoy segura de que de ésas tienes muchas.
–Yo no he despreciado nunca a nadie —le soltó—. Sólo
–¿Sólo abandonas?
–Sí y ya que estamos hablando de eso, voy a rescindir tu contrato. Te mando de vuelta a casa.
–¿Ah, sí? —Hallie se dijo que debía mantener la calma, sobre todo en esos momentos—. ¿Y a santo de qué?