Текст книги "Esposa por una semana"
Автор книги: Kelly Hunter
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Ella llevaba una alianza, además de un anillo de compromiso con un diamante del tamaño de un huevo pequeño. A ojos de todo el mundo, estaba comprometida. Sin embargo Nick no llevaba ni un solo anillo en la mano.
–No llevaba ninguno la última vez que fui —respondió—. Sería un poco extraño que lo llevara ahora.
–No lo sería teniendo en cuenta lo que ha pasado —Hallie empezó a sentir un punto de tensión con ese tema—. ¿Si de verdad estuviéramos casados, llevarías anillo?
–Tendrías que insistirme —la miró de reojo—. Y a ti te pasaría lo mismo, ¿no?
–Desde luego —levantó la mano izquierda, hacia donde estaba sentado Nick y el diamante brilló a la luz—. Algunas personas respetan la santidad del matrimonio y no se van a por una persona que lleve anillo.
–¡Qué gracia! —dijo él en tono seco—. No pareces tan ingenua.
–Ja. Lo que pasa es que yo no pienso que esté siendo ingenua. Pero debo reconocer que si no te pones anillo, nunca lo sabremos.
La joven torpe estaba de vuelta, toda solicitud cuando le preguntó a Nick si le había hecho daño, si se sentía bien y sí podía hacer algo, cualquier cosa, por él.
–¡De verdad!
–Ah, creo que lo tengo todo cubierto.
Hallie sonrió en tono punzaste mientras la mano que llevaba los anillos, se posó sobre el muslo de Nick. Un movimiento nada sutil; pero estaba reclamando su propiedad y la otra lo sabía.
–Aunque, pensándolo mejor, querido, parece que tienes un poco de frío —le dijo a Nick mientras le deslizaba la mano por el muslo muy despacio, un poco más arriba—. ¿Quieres una manta para ponértela en el regazo?
Con un mohín de fastidio y una mirada a juego con la de Hallie, la otra mujer desapareció. Y desde luego Nick se había dado cuenta. Su esposa era quien en ese momento tenía su atención; toda su atención.
–¿Qué estás haciendo?—le preguntó él.
–Practicando.
–¿Para qué?
Hallie sonrió. Ciertamente resultaba muy fácil manipularle la imaginación; y divertido.
–Estoy practicando mis detalles posesivos contigo para cuando conozca a Jasmine.
–Bueno, ¿pues te importaría practicar con la mano en otro sitio? No soy de piedra.
Aquello era discutible, porque en ese momento el muslo de Nicholas Cooper estaba duro como una piedra.
–Lo siento. Pensaba que coincidimos en que habría contacto físico entre nosotros en los lugares públicos —dijo mientras retiraba la mano, sacaba la manta y se la colocaba sobre las rodillas. Sabía que no debería tentarlo, pero no se pudo resistir—. Estamos en un lugar público —dijo con dulzura—. Y tenemos espectadores.
–¿Sabes?, tienes razón. Tienes toda la razón —dijo él.
Apagó la luz del techo, le tomó la mano y se la colocó de nuevo sobre el muslo, que se cubrió con la manta con una sonrisa de desafío puro.
–Puedes continuar con toda libertad.
De acuerdo, así que en cierto modo era ella la que se lo había buscado. Pero en ese momento era él quien se lo estaba buscando y ella la que se sentía tentada, muy tentada a dárselo. Pero si lo hacía, las cosas acabarían saliéndose de madre y sólo Dios sabía cómo acabaría aquello. Pensándolo bien, tenía una idea bastante clara de lo que podría pasar después
¿Pero y si los pillaban?
Los echarían del avión por escándalo. Un enorme sello rojo quedaría grabado en su pasaporte y después la Interpol la enviaría a un centro para desviados sexuales y Tris se enteraría y sería horrible
Nick no era el único que tenía una imaginación muy vívida. Fingiendo despreocupación, Hallie le retiró la mano del muslo y fue a tomar el vaso del agua. Estaba sofocada, excitada y no tenía idea de lo que hacer en una situación como ésa.
Pero tenía que reconocer que estaba disfrutando de cada segundo.
–En realidad, he cambiado de opinión —dijo Hallie.
–Bien —él aspiró hondo.
–Después de todo, no estaría bien olvidar que esto no es más que un acuerdo de negocios.
–Exactamente —corroboró Nick.
Exactamente. La sensación de leve angustia que tenía en la boca del estómago no podía ser contrariedad. Nick era su jefe, nada más y sólo durante una semana. Después de esto cumpliría el contrato y finalizaría la obligación. Sin duda podría resistirse a sus considerables encantos durante una maldita semana.
Lo único que le hacía falta era una visión más profesional.
–Entonces ¿cómo quieres plantear este negocio de estar casados? —le dijo ella con delicadeza—. ¿Queremos ir de cariñosos y tiernos, o más bien de esclavos de la fiera atracción de dos opuestos?
–Debes verte como un cruce entre una ayudante personal y un pastor alemán —le dijo él—. Debes apoyarme, ser leal y cuando sea necesario, extremadamente protectora.
¿Un pastor alemán? ¡Qué asco! Parecía que aquella nueva visión funcionaba rápidamente.
–¿Algo más?
–¿Estás segura de que no eres capaz de esbozar una sonrisa de afecto?
–Sólo si hubiera un cubo a mano. Porque seguramente tendría que vomitar inmediatamente después.
Nick suspiró.
–Entonces sé tú misma. Eso funcionará también.
–Ya.
Hallie se quedó pensativa un momento.
–Gracias por decirme eso —añadió Hallie.
–¿Has visto? Esa sonrisa ha sido casi de afecto.
–¡De eso nada! —protestó ella.
Nick sonrió divertido y encendió la luz del techo; entonces sacó el periódico y lo abrió, poniendo fin a la discusión de manera efectiva.
Hallie se quedó mirando la última hoja del periódico, que temblaba levemente. ¡Maldita sea, Nick se estaba riendo de ella!
–No ha sido una sonrisa de afecto.
–Si tú lo dices, querida
Un matrimonio apasionado, decía. Una batalla constante de ingenios. Menos mal que sólo duraría una semana. Si pasaba más tiempo, seguramente acabaría con él.
Doce horas y varias zonas horarias después, llegaron por fin al Aeropuerto Internacional de Chek Lap Kok, recogieron su equipaje y fueron recibidos por el chófer de Tey. Siguieron al silencioso doble de Jet Li por la elegante terminal de llegadas, cruzaron las enormes puertas de salida automáticas y ya estaban en Hong Kong.
–¡Caramba! —Hallie contemplaba con asombro el esbelto edificio de acero y vidrio del que acababan de salir—. Hace más fresco de lo que yo pensaba.
–Estamos en invierno —respondió Nick—. Si te gusta el calor y la humedad, volveremos en septiembre.
–¡Ah!
Siguieron al chófer de Tey hacia un Mercedes mal aparcado y Hallie empezó a mirarlo con creciente interés. Tal vez fuera su manera de moverse, o cómo parecía saber lo que estaba pasando a su alrededor sin parecer siquiera que se estaba dando cuenta. O tal vez fuera su manera de cargar las maletas en el maletero, como si estuvieran vacías, lo cual no era desde luego el caso. Tal vez fuera sencillamente que era guapísimo, con una callada intensidad que llamaba la atención Pero no Tampoco era eso. Le recordaba a alguien.
Le recordaba a Tris.
–¿Éste es el chófer de Tey? —le susurró a Nick—. Parece más que un chófer.
–Así es —concedió el chófer con voz suave y cultivada mientras cerraba el maletero—. También cocino.
Maravilloso. Justo lo que necesitaban. Seguridad de alta calidad con un oído excelente y un afición por los cuchillos de cocina. Afortunadamente para Nick, ella tenía años de práctica a la hora de burlar a los hombres suspicaces de ojos de águila, cuya misión en la vida era proteger y servir. Al menos ése no era nada suyo.
–Encantada de conocerlo —dijo ella con alegría.
–Y yo a usted, señora Cooper.
Señora Cooper ¡Oh, maldita sea! Ya estaba ahí. Durante los cinco días siguientes ella era la señora de Nicholas Cooper.
El trayecto a la residencia de los Tey transcurrió en silencio. El conductor maniobraba el Mercedes con suavidad, Nick estaba pensativo y Hallie observaba con ojos muy abiertos la entrada del túnel iluminado que los llevaría por debajo de Victoria Harbour hasta la isla de Hong Kong.
El miedo por estar en el túnel se añadió al nerviosismo que sentía por conocer a los Tey y empezó a notar que se le formaba un nudo en el estómago. Qué extraño, nunca había pensado que hacer de esposa de Nick fuera a ser difícil. Hasta ese momento. Finalmente salieron del túnel, bordearon el distrito financiero de la zona centro de Hong Kong y continuaron por una cuesta larga y empinada, donde los altos edificios de apartamentos daban paso a las mansiones de lujo, que cuanto más subían más lujosas eran.
–¿Cómo estoy? —le preguntó a Nick cuando el Mercedes accedió a un camino asfaltado y cruzó unas enormes verjas de hierro forjado que se cerraron a su paso.
–Preciosa—le respondió Nick tomándole la mano y sonriéndole de manera tranquilizadora mientras le rozaba los nudillos con los labios—. Estás muy guapa.
–Así me voy a poner peor —dijo ella mientras retiraba la mano de la suya apresuradamente.
–Estás para comerte —añadió él.
Hallie le echó una mirada furibunda.
Más preparados no podían estar.
Jasmine Tey era una pequeña mariposa asiática con unos grandes ojos que sólo parecían ver a Nick. Los recibió a la puerta, exquisitamente ataviado con un vestido de tirantes color verde jade. La melena negra y lisa por la cintura la llevaba retirada de la cara con un precioso pasador de bambú que enfatizaba tanto la belleza de su rostro como su bonito cabello, dándole un aspecto joven y fresco.
–¡Nick! Bienvenido —exclamó Jasmine—. Mi padre quería estar aquí para recibiros, pero no ha podido salir antes de la oficina.
Se pegó a Nick para darle un beso que parecía prometer mucho, pero sin embargo consiguió mantenerse dentro de los límites de la propiedad.
Hallie sonrió y se aclaró la voz.
–Jasmine —dijo Nick mientras retiraba a un lado a Jasmine con delicadeza pero con gesto firme—. Me gustaría presentarte a Hallie, mi esposa.
–Hola —dijo Jasmine en tono mucho menos animado del que había utilizado para dirigirse a Nick, pero ofreciéndole de todos modos una leve sonrisa—. Nick no nos dijo nada de ti hasta el final de su última visita. Tristemente pensé que estaba disponible e hice el ridículo con él —su franqueza desarmaba, pero la mirada de adoración que le echó a Nick, no.
El chófer, que había avanzado detrás de ellos con las maletas en la mano, le habló a Jasmine en su idioma, pero en tono bajo.
–Kai cree que todavía estoy haciendo el ridículo.
–Ah, a mí me parece que lo estás haciendo bien —dijo Hallie, que miró a Kai con especulación antes de volverse de nuevo hacia Jasmine—. Créeme, la primera vez que conocí a Nick me olvidé hasta de mi nombre. Y hoy en el vuelo había una mujer que —Hallie volteó los ojos—. Bueno, que prácticamente se cayó encima de él para llamar la atención. Imagínate.
Una leve sonrisa se dibujó en los labios de la chica. Parecía que podía sonreír.
–Pero no lo culpo —dijo Hallie, refiriéndose a Nick y animándose con el tema—. Él no puede evitar el efecto que nos causa. Por supuesto, no tiene por qué disfrutar de ello tanto como disfruta.
–Pero, cariño
–¡Ni cariño, ni nada! —él le había pedido que se mostrara posesiva y celosa y ella estaba dispuesta a mostrarse de las dos maneras—. ¡Ya he tenido suficiente por un día con tantas mujeres cayendo rendidas a tus pies! —sonrió a Jasmine—. Intento por todos los medios no ponerme celosa, pero a veces no puedo evitarlo. ¿Qué puedo hacer?
–Podrías intentar confiar en mí —dijo Nick en tono seco, muy seco, mientras inclinaba la cabeza y le posaba los labios sobre los suyos para besarla con delicadeza.
Estaban en un sitio público, haciendo aquello para beneficio de Jasmine. Estaban haciendo un teatro, eso era todo. Pero la callada intensidad de su mirada le aceleró el pulso y su cuerpo deseó más. De haber estado casada de verdad con ese hombre, querría llevárselo a la cama inmediatamente. Él podría enseñarle con su cuerpo y con sus ojos lo mucho que la amaba. No a la coqueta del vuelo de ese día, ni a ninguna de las mujeres que trataban de llamar su atención, sino a ella. Estaba excitada, sudorosa, verdaderamente excitada y sin duda roja como un tomate.
–Esto ¿hay un sitio donde pueda asearme un poco? —preguntó Hallie para disimular.
–Pues claro —dijo Jasmine—. Venid, os enseñaré vuestra suite. También tengo un refrigerio preparado por si os apetece cenar conmigo dentro de un rato en la terraza. No sabía si tendríais hambre o no, de modo que hay un poco de todo.
De pronto Jasmine era tan joven como los dieciocho años que tenía, una dulce niña haciendo de anfitriona por su padre y tratando de hacerlo lo mejor posible. Hallie se identificaba con ella.
–Estupendo —dijo Hallie con una sonrisa cariñosa.
Nick le puso la mano en la cintura cuando echaron a andar detrás de Jasmine, que los conducía hacia su suite; el calor de su mano traspasó la seda de su camisola. Cuando llegaron a su dormitorio, el roce de su mano entre sus omoplatos era como una caricia leve y su cuerpo vibraba entre un mar de sensaciones.
–Bien, muchas gracias —le dijo a Jasmine—. Nos encontraremos en la terraza en
–Media hora —murmuró Nick con ese tono de voz, justo antes de cerrar la puerta.
–¡Caramba! —suspiró Hallie, casi sin aliento mientras se dirigía a la ventana, sobre todo para poner tierra de por medio con Nick, más que para contemplar las vistas.
Sin embargo las vistas eran magníficas, tenía que reconocerlo. El garaje de tres plazas y el bonito y cuidado jardín de tos Tey se extendía bajo su ventana y más allá de los muros se apreciaban otras viviendas de lujo que sólo los extremadamente ricos podían permitirse. Bajando la cuesta, las mansiones y los bloques de apartamentos daban paso gradualmente a los rascacielos y la locura de las luces de neón del distrito comercial del centro de la ciudad. Más allá se extendían las brillantes aguas de Victoria Harbour y más allá de eso, más rascacielos, los de Kowloon.
–¡Vaya! —suspiró con asombro.
–Quita la respiración., ¿verdad? —le dijo Nick, que cruzó la sala y se acercó a ella—. ¿Cómo te parece que ha ido con Jasmine?
–Creo que lo ha entendido —dijo Hallie.
–¿No crees que ha sido demasiado sutil? —preguntó él.
–Nosotros las mujeres somos criaturas de lo más sutiles.
Nick no parecía enteramente convencido.
–Creo que necesitamos más.
–¿Más qué? ¿Más escenas de celos? Mira, estoy tratando de apoyarte, pero en mi opinión no creo que lo que quieras es que Jasmine piense que necesitas que alguien te rescate de los brazos de una esposa extremadamente posesiva.
–No más celos, sino más contacto físico.
–¡Ah!
Le echó un brazo a la cintura para estrecharla contra su cuerpo.
–Así.
«Así» era lo suficiente para que se le derritieran todos los huesos del cuerpo. Hallie le puso las manos en el pecho para intentar apartarse un poco de él, a pesar de que la parte inferior de su cuerpo la traicionara al pegarse a él.
–Kai nos está observando —murmuró ella.
Estaba abriendo la puerta del lado del conductor del Mercedes, tal vez para ir a buscar a John Tey pero mientras los estaba mirando a ellos.
–Lo sé.
Nick se estaba excitando mientras hablaban y no trató de disimular su estado cuando apartó la mano de la cintura de Hallie y se la deslizó hacia la parte alta del trasero para apretarla un poco más contra su cuerpo.
–Pervertido —le dijo en tono ligero.
–Tal vez no sea el público —sus labios sonreían—. Podrías ser tú.
Ella le deslizó las manos sobre los hombros, deleitándose con el tacto de su cuerpo a través de la camisa, con el olor a almizcle de su piel.
–¿Quieres decir que no lo sabes?
–No. Y no me queda suficiente sangre en el cerebro para adivinarlo.
–Tal vez sean ambas cosas —dijo ella con un hilo de voz.
–Ahora sí que estás tratando de liarme.
–En realidad, trato de distraerte.
–Inténtalo un poco más —le dijo él mientras le acercaba los labios al cuello.
El roce de sus labios le provocó un estremecimiento de placer. Una charada, eso era todo, pero de todos modos ladeó la cabeza para dejarle que lo hiciera mejor; y emitió un gemido entrecortado cuando al calor de sus labios siguió la punta de la lengua que provocaba y saboreaba su cuello.
Aquello era una locura, pensaba ella mientras le hundía las manos en los cabellos y le exigía más. Una locura total, cuando Nick le agarró del trasero y se pegó a ella mientras sus labios le dejaban un rastro de besos en el hombro, en la clavícula, en el nacimiento de los pechos Y a Hallie le faltó muy poco para ponerse a gemir cuando él encontró con su lengua la cumbre de su pecho a través de las finas capas de seda; y muy poco para gritar cuando él empezó a utilizar los dientes y la lengua.
–Nick.
Él había encontrado el cierre de sus pantalones y el roce de sus dedos en la cintura le provocaron temblores ardientes de pura sensación.
–¡Nick! ¡Se ha ido!
–¿Quién se ha ido? —él tenía los ojos entrecerrados y la voz quebrada, pero parecía que había caído en la cuenta—. ¡Ah, sí, él! —dejó de acariciarla y se estremeció mientras trataba de dominarse—. Sí, dame un segundo.
Ningún problema. A ella tampoco le iría mal disponer de un momento para recuperar la compostura; por no hablar de unos cuantos metros más de espacio vital.
Él la soltó, le dejó un poco de espacio, pero sus caricias la habían excitado y sus pechos ardían por sentir de nuevo sus manos y sus labios. Medio cegada de frustración, se tambaleó hacia el centro de la habitación. Entonces se detuvo.
El suelo era de un mármol rosa muy pálido con alguna veta gris, los muebles de cerezo con incrustaciones de madreperla y los accesorios eran rojos, no rojo oscuro ni apagado, sino de un rojo alegre: las alfombrillas, las cortinas, la cama Sin duda la cama era roja y tenía cojines suficientes junto al cabecero como para repartir por toda la casa.
–Creía que habías dicho que había también un sofá —dijo ella finalmente.
–Lo había —dijo Nick con expresión de extrañeza—. En esa pared.
Pero en ese momento ya no había sofá. Lo que sí que había era una cama; una enorme cama roja.
–Para los chinos el rojo es el color de la suerte —dijo Nick—. Se supone que trae buena suerte.
–Bien —murmuró ella.
Porque desde luego la iban a necesitar cuando se tratara de compartir la cama.
–¿Te importa si me ducho primero?
–Adelante —Nick le hizo un gesto hacia la puerta que tenía a la derecha.
El baño también era de mármol, con grifos dorados, toallas rojas y la ducha de mamparas de cristal más grande que había visto en su vida. En el cubículo había dos cabezas de ducha. Dos, la una al lado de la otra; y ese detalle le llamó la atención como lo había hecho la cama del dormitorio.
–O podríamos ducharnos juntos y ahorrar tiempo —dijo él desde la puerta.
¿De verdad pensaba que si se desnudaban y mojaban juntos ganarían tiempo? Ella le echó una mirada significativa. Estaba apoyado contra el marco de la puerta, sonriéndole de medio lado y observándola con mirada intensa.
No, eso tampoco lo pensaba.
Nick conocía a las mujeres. Conocía el tacto de sus cuerpos, de sus labios, tanto entre sus brazos como en su cama. Y sobre todo le encantaban las mujeres, a quienes también solía gustar. Pero jamás había conocido a una mujer que lo afectara igual que Hallie Bennett. Si cuando la tenía cerca casi no se acordaba de su nombre, ¿cómo iba a pensar siquiera en el trato que habían hecho?
Si era divertida muchas otras lo eran.
Si era bella había muchas mujeres bellas en el mundo.
¿Pero desde cuando había deseado mirar siempre a la misma mujer, para no perderse detalle de ella? Desde cuando lo había distraído una mujer de su trabajo y de los objetivos que había trazado para la empresa? ¿Y desde cuándo había tenido una mujer esa clase de poder sobre él? Desde nunca. Por eso no le gustaba; no le gustaba ni un pelo.
Hallie Bennett estaba allí para resolver sus problemas con las mujeres, con la hija de John Tey para ser más exactos, no para causarle más problemas.
Cuando ella salió del baño, elegante y acicalada con un vestido verde musgo, él estaba francamente irritado. De poco le servía saber que su manera de pensar era poco razonable, o que ella estaba haciendo lo que habían acordado desde un principio. Desde luego le sirvió de muy poco que supiera lo que le pasaba con sólo mirarlo.
–Elige un tema, cualquier tema —le dijo ella airadamente—. Religión, política, lo que tú quieras. Estoy segura de que podemos no estar de acuerdo en algo.
–Deportes —dijo bruscamente.
No conocía a ninguna mujer que pudiera hablar con lógica cuando se trataba de los deportes.
–Por supuesto, sólo hay un deporte de verdad y es el fútbol americano —afirmó ella con convencimiento.
–El fútbol —la corrigió él.
–Como sea. Yo apoyo al equipo de Brasil.
–¿Porque ganan?
–No —ella entrecerró los ojos pensativamente—. Estoy bien segura de que tiene algo que ver con el uniforme verde y dorado.
–¿Apoyas a Brasil por el color de su camiseta? —empezaban a entenderse—. Eso es una ridiculez.
–¿Preferirías que apoyara al equipo porque su juego es fascinante y porque de allí salen algunos de los mejores goleadores del mundo?
–Esto no.
Eso acabaría con todo el propósito de su conversación.
–Estoy intentando encontrar algo que no me guste de ti —añadió Nick.
–¡Ah! —sonrió con dulzura—. Y en cuanto a la ducha Me temo que he gastado todo el agua caliente.
–Mmm.
Ése no era tampoco el problema, pensaba él con pesar mientras sacaba sus cosas para afeitarse y se dirigía al baño. Una ducha fría era precisamente lo que necesitaba.
La ducha le cayó bien. Lo ayudó lo suficiente como para que al bajar se sintiera fresco, calmado y controlado. Lo conseguiría. Los dos, lo conseguirían. Ya era demasiado tarde para echarse atrás. Tenían que hacerlo.
John Tey llegó a casa del trabajo con Kai a su lado en el momento en que salían a la terraza, así que Nick le presentó a Hallie, que se portó adecuadamente y le aseguró a su anfitrión que Jasmine les había dado un buen recibimiento en su ausencia, que el viaje había sido bueno y que sí, que estaba encantada de estar allí en su casa; y todo ello lo expresó con tanto encanto que John Tey no se pudo resistir.
A los cinco minutos, Hallie había descubierto que su anfitrión cortaba su propio seto y que todas las mañanas pasaba una hora haciendo tai-chi; que era propietario de una colección de arte y que Jasmine pintaba sobre seda desde hacía años. Cinco minutos y Jasmine se estaba riendo, John se estaba riendo, e incluso el serio del chófer parecía haber bajado la guardia; y todo ello era obra de Hallie, que les encantó con su calidez, su ingenio y su entusiasmo por la vida. Ella se entusiasmaba con lo que fuera que tuviera que ofrecerle la vida, bien fuera un videojuego o un beso. Se entregaba a tope.
Y desde luego sabía besar.
–¿Coleccionas antigüedades? —le pregunto John cuando ella se agachó para examinar un caballito de jade que descansaba sobre un pedestal de mármol.
–Mi padre. John, esto es exquisito. Del arte primitivo de la dinastía Quing, ¿no? Nunca he visto ninguno en tan buen estado.
Nick se quedó asombrado de sus conocimientos. John sonrió por el elogio.
–Kai os llevará a algunas de nuestras galerías privadas por la mañana, si así lo deseas. Allí encontrarás piezas muy bellas. Tal vez incluso un recuerdo de tu estancia con nosotros.
–Tal vez —Hallie sonrió—. No quiero desbaratar los planes que tengáis, pero me encantaría ver también los adornos de Año Nuevo de la ciudad. Y la danza del león y tal vez comprar algunas naranjas
Jasmine asentía con la cabeza con vigor. John miró a su hija con cierto pesar.
–Mi hija también se ha ofrecido para enseñarte estas cosas. ¿Estaría bien mañana? —se volvió hacia Jasmine—. Puedes decirle a Kai cuándo queréis salir.
–Pero, padre, sin duda podemos ir solas.
–No.
Era la primera vez que Nick lo veía negándole algo a su hija y Jasmine se quedó en silencio.
–Kai os acompañará.
Jasmine agachó la cabeza asintiendo.
–Sí, padre.
–Entonces ya está —John era de nuevo el anfitrión encantador—. Vamos, Nick. Debes probar los rollitos de primavera. Los ha hecho Jasmine.
Para Hallie la velada transcurrió de un modo muy agradable y por ello se le hizo muy corta; el problema era que en cuanto tuvieran que retirarse a descansar, Nick y ella tendrían que enfrentarse a esa enorme cama roja. El sofá ya no estaba, de eso estaba segura y el suelo era de mármol. Ella no pensaba dormir en el suelo, ni esperaba que Nick lo hiciera. No. Tendrían que compartir la cama y todavía no sabía cómo pero iba a tener que dejar las manos quietas.
De modo que estaba algo nerviosa cuando se dirigieron al dormitorio de invitados, con los ojos como platos cuando él entró detrás de ella en la suite y se aflojó la corbata y cerró la puerta antes de proceder a desabrocharse los botones de la camisa. La costumbre, eso era todo; no había hada sexual en ello. Pero no podía dejarlo continuar.
–El baño —dijo ella con firmeza mientras lo señalaba.
–Bien —Nick agarró su bolsa de aseo y se metió en el baño sin mediar palabra.
Una semana. Podría ser profesional, se decía ella; lo conseguiría.
Hallie miró la cama de reojo. ¿Cómo diablos iba a hacerlo?
Cuando él terminó en el baño y Hallie entró y se puso su camiseta y los boxers de Mickey Mouse, lo tenía todo pensado. Afortunadamente, Nick todavía no se había metido en la cama. Estaba de pie en la ventana: una silueta oscura recortada en el cielo de la noche. Si le había parecido que estaba guapo con traje, no era nada comparado con lo bien que estaba con aquellos boxers negros tan apretados.
–Yo me acostaré en el suelo —dijo él.
–No puedes acostarte en el suelo. Está demasiado duro. De todos modos, tengo un plan —Hallie se acercó a la cama y empezó a colocar cojines en medio de la misma.
–¿Éste es tu plan? —preguntó Nick con cierto escepticismo.
–Ésta —dijo mientras se afanaba en colocar los cojines —es la Gran Muralla China. Tú eres la horda mongola y yo las mejores tropas del emperador.
Le pareció como si estuviera a punto de echarse a reír, pero al ver la mirada de Hallie debió de decidirse por lo contrario.
–Bueno, eso no parece muy justo —dijo él finalmente—. ¿Por qué no puedo ser yo las mejores tropas imperiales y tú los bárbaros?
–Bien. Sólo quédate en tu lado de la muralla, ¿de acuerdo?
–Defenderé esta muralla con la vida —bromeó Nick.
–Como sea.
Eso le enseñaría a mezclar metáforas con un maestro en videojuegos. Ella se metió debajo de la sábana y se tumbó. Momentos después, Nick se acercó a ella y la cama se hundió bajo su peso. Su plan funcionaba. Y entonces la cabeza y el torso de Nick aparecieron por encima de los cojines, que desbarató involuntariamente con el codo.
–Las tropas del emperador pueden subirse a la muralla, ¿no? Creo que debo patrullarla.
–Confía en mí, no tienes por qué patrullar la muralla. No está ocurriendo nada en tu lado esta noche; no está ocurriendo nada en la frontera norte. Duerme un poco.
Él desapareció tras la muralla de cojines para volver casi inmediatamente.
–¿Ningún grupo de asalto?
–No. No hay nada en tu lado de la muralla que quieran los bárbaros.
Eso era mentira. Sabía de hecho que había enormes tesoros que desenterrar a tan sólo unos cojines de distancia.
–Aquí está el problema —dijo Nick—. Jamás he dormido en la misma cama con una mujer sin acostarme con ella, a ver si me entiendes. Siento como si debiera estar haciendo algo.
–Duérmete. Piensa en la muralla.
Ella, sin embargo, se iba a pasar el resto de la noche fantaseando sobre qué era lo que él pensaba que debería hacer.
–¿Y tú, has dormido alguna vez con un hombre sin acostarte con él? —le preguntó él.
–Sí.
¿Contaría compartir tienda cuando se había ido de acampada con un hermano de nueve años?
–No es difícil —añadió Hallie.
–De eso nada —dijo él—. Es extremadamente duro. Un grupo de asalto ya lo sabría.
A Hallie se le encogió el estómago y se estremeció mientras trataba de no imaginarse precisamente qué parte de Nick estaba dura.
–Enviar un grupo de asalto al otro lado de la muralla sería un suicidio —respondió ella.
–¿Y si te invitara para hacer unas negociaciones de paz?
–¡Ja! No pienso caer en la vieja trampa.
–No puedo creer que pensaras alguna vez que este plan fuera a funcionar —dijo él mientras el último cojín se caía de la cama.
–Bien, entonces yo dormiré en el suelo.
–No puedes dormir en el suelo. Es muy duro.
–Pues duérmete antes de que te estrangule —le gritó ella.
Hallie permaneció un rato en silencio.
–Estás incitando deliberadamente a la horda mongola, ¿verdad?
–¿Y está funcionando?
–No —ahuecó el almohadón hasta dejarlo como a ella le gustaba y le dio la espalda adrede—. La horda mongola conoce tus trucos.
Hallie oyó su risa ronca y sexy seguida de un crujido de sábanas.
–Buenas noches, señora Cooper.
Y mucho, mucho tiempo después, cuando el ritmo regular de su respiración le dijo que Nick se había dormido, ella respondió.
–Buenas noches, Nicholas.
Capítulo 4
Nick despertó antes de que amaneciera junto a una Hallie que dormía acurrucada a su lado. Le tenía la cabeza pegada al hombro, el brazo en el pecho y la piernas enredadas con las suyas; y no se veía ningún cojín por ningún sitio. Y lo que era más importante, se dijo no con poca satisfacción, era que ella estaba en su lado de la cama; lo cual significaba que, técnicamente, había sido ella quien había llevado a cabo la invasión. Tenía el cuerpo relajado, la respiración lenta y regular. La horda mongola era vulnerable. La cuestión era qué iba a hacer él al respecto.
Un caballero se levantaría de la cama sin despertarla y se metería en la ducha Un mujeriego la llenaría de besos, la penetraría y le daría placer hasta saciarla y después la llevaría en brazos a la ducha
Difícil elección.
Seguía debatiéndose entre una u otra cosa cuando sintió que ella se movía un poco. Sus piernas largas y suaves se enredaron un poco más con las suyas y su mano le trazó un pausado camino desde el pecho al estómago, provocándole un estremecimiento de placer que lo recorrió de la cabeza a los pies. Incluso dormida sabía qué hacer para que él le prestara toda su atención. Entonces ella dejó la mano quieta.
Nick sintió que se ponía toda tensa, la oyó aspirar con fuerza. Estaba despierta.
–Buenos días —le dijo él en tono sensual, aunque a esas horas en las que la plateada oscuridad aún los envolvía, era discutible.
Ella se apoyó sobre un codo, miró a su alrededor con aturdimiento y le dio sin querer con la rodilla en la entrepierna.
–¡Ay! —Nick cerró los ojos y se quedó sin aire.
La fantasía se había disipado en un segundo.
–Lo siento —Hallie retiró la rodilla—. ¿Qué ha pasado con los cojines?