Текст книги "Esposa por una semana"
Автор книги: Kelly Hunter
Жанр:
Прочие любовные романы
сообщить о нарушении
Текущая страница: 5 (всего у книги 9 страниц)
El almuerzo fue una fiesta de sabores, además de muy entretenido. El restaurante era grande, los comensales ruidosos y a Hallie le encantó; casi tanto como la silenciosa corriente de comunicación entre Kai y Jasmine. Él parecía sentir la inquietud de Jasmine y la observaba detenidamente. Y Jasmine lo miraba a él cuando Kai no la miraba.
Cuando Hallie no pudo comer más, cuando estaba llena a reventar y no podía ni pensar en dar otro bocado, se levantaron de la mesa y subieron por la escalera a ver las tiendas del piso superior; tiendas de coleccionistas, la informó Jasmine distraídamente antes de excusarse y bajar por un pasillo lateral hacia los baños.
Kai observaba su marcha, sin apartar la mirada de ella; y un momento después había echado a andar hacia ella, la agarró del brazo y le dio la vuelta para que lo mirara justo cuando ella llegaba a la puerta del baño, en una indiscutible demostración de confusión masculina.
Hallie sonrió y los dejó a ello y se paseó hacia una peculiar tiendecilla que había en un rincón mientras esperaba. Resultaba difícil saber lo que vendía; las cortinas rojas del escaparate no daban ninguna pista. Y fue entonces cuando lo vio. En un pedestal descansaba una urna funeraria. Era antigua, muy antigua y casi luminosa en su frágil belleza. Era absolutamente impresionante.
El cartel negro a la entrada estaba en chino. Hallie no tenía ni idea de lo que decía; pero cuando se asomó por la puerta vio más urnas en el interior, algunas en pedestales, algunas encerradas en vitrinas y sencillamente no se pudo resistir a echar un vistazo.
El ambiente en el interior de la tienda era un reflejo sombrío de lo que contenía, el dependiente un joven de aspecto inmaculado con un traje sastre gris. El joven levantó la cabeza con sorpresa cuando ella accedió al fondo de la tienda. Tal vez no hablara inglés y no supiera cómo dirigirse a ella, pensaba Hallie. O tal vez se le hubiera olvidado el idioma; eso también era una posibilidad, dado el reducido número de clientes que posiblemente vería a diario. Le echó una sonrisa tranquilizadora y se volvió para continuar examinando las urnas en exposición. Muchas de las mismas eran antiguas y todas preciosas. Pero ninguna era más bonita que la que había en la ventana.
–Perdone —le dijo al joven dependiente, que aún no había hablado pero que la observaba de cerca de todos modos—. ¿Habla inglés?
–Sólo un poco —dijo con una leve sonrisa.
Un poco era algo y estaba bien. Un poco era definitivamente mejor que nada, que era lo que ella sabía de cantonés.
–¿Puedo ver la urna que tiene en el escaparate?
–La señora seguramente querrá comprar de otro estilo —dijo el joven con una firmeza sorprendente—. Hay muchas otras piezas en venta en el siguiente nivel de tiendas.
–Lo tendré en cuenta —dijo ella—. En este momento estoy más interesada en éstos.
–La señora se da cuenta de que estos jarrones no son para flores.
–Lo sé. Son urnas funerarias.
–Desde luego. Albergan las cenizas de nuestros queridos difuntos.
–Ciertamente.
Y el del escaparate era perfecto para cierto marido fingido cuya sensibilidad postcoital era inexistente. Pero Nick quería un jarrón y ella quería gastar su dinero. Sin duda era una situación beneficiosa para los dos.
–¿Podría echar un vistazo al que está en el escaparate?
–Es muy caro, señora.
–Eso mismo sospechaba yo —le dijo ella con voz suave.
Aquél no era el vendedor del año, desde luego. Ella esperó y él hizo lo mismo.
Finalmente él se acercó al escaparate, retiró el jarrón y lo colocó con cuidado en el mostrador delante de ella. Le hubiera gustado tener su lupa, pero se contentó con examinar la urna por dentro y por fuera. Sin duda era una pieza de coleccionista.
–No hacemos devoluciones —dijo el joven—. La señora debe estar muy segura.
–Lo estoy —dijo ella.
Había encontrado lo que estaba buscando; la marca de un conocido artista de época. Se preguntó si el vendedor lo sabría.
–¿Cuánto?
Nombró un precio que la dejó boquiabierta. Sin duda lo sabía.
Pero el valor seguía allí. La urna estaba en muy buen estado; incluso resultaba funcional. Además, le hacía gracia. Miró al vendedor y le echó una sonrisa pícara.
–Es para mi marido. Se lo merece.
Esa vez el vendedor le devolvió la sonrisa.
–¿Y su esposo se llama?
Sacó una agenda electrónica del bolsillo, mucho más cooperativo en ese momento que antes de la venta.
Ella le dio el nombre de Nick, la dirección de Tey, todo el dinero que Nick le había dado esa mañana y un poco más.
–¿Tiene una foto de su marido?
Era una pregunta extraña. Hallie se dijo, que además no tenía ninguna.
–No importa, nos ocuparemos de ello —el vendedor le tendió el recibo—. ¿Cuándo quiere que le llevemos la urna?
–¿Hoy? —Hallie supuso que seguramente no envolvían las urnas antiguas para llevar.
–No es posible, señora —el vendedor sacudió la cabeza pesarosamente.
–Bueno, desde luego lo necesito antes de Año Nuevo. ¿Podría hacer eso? —le preguntó ella con inquietud.
–Desde luego —dijo el vendedor—. Eso sí que podremos hacerlo. No somos lentos como otros —sonrió con encanto—. Somos profesionales.
Nick regresó al dormitorio a las cinco y media de esa tarde y se encontró a Hallie profundamente dormida en la cama, con la ropa puesta, descalza y los cojines por todas partes. Uno podía adivinar cómo era una persona sólo con verla dormir. Los que dormían acurrucados o en posición fetal eran personas cautas y cuidadosas. Los que dormían sin moverse y sin hacer ruido, desde luego serían igual despiertos. Eran los que se extendían encima de la cama los más preocupantes y Hallie Bennett dormía de ese modo.
Era una ninfa de cabellos rojizos que incluso dormida tenía la habilidad de conquistarlo con su vulnerabilidad, a la vez que lo turbaba con su valentía. La suya era una combinación explosiva. Y aplicada al sexo, resultaba muy venenosa. No era de extrañar que un hombre no fuera capaz de pensar a derechas después de estar con ella; no le extrañaba que él lo hubiera estropeado todo, encima dándole dinero un par de minutos después. Le había hecho daño y lo sabía. Y sobre todo, se arrepentía mucho de ello.
Se dio la vuelta y se aflojó la corbata y el primer botón de la camisa, vio la jarra de agua en el aparador y se sirvió un vaso. No lo necesitaba. No necesitaba que Hallie le dominara el pensamiento en mitad de unas complejas negociaciones, de modo que en lugar de pensar en los márgenes de beneficios, estaba pensando en la manera de disculparse y de devolverle a sus ojos y a su sonrisa el calor que había visto cuando lo había mirado a él.
Pero no había encontrado una solución que no lo dejara expuesto y vulnerable, lo cual quería decir que no se le había ocurrido ninguna solución.
–¡Eh! —dijo una voz adormilada desde la cama—. ¿Qué tal el negocio?
Nick se volvió hacia ella con recelo.
–Rápido —como había esperado que ella se mostrara fría, al no verla así, empezó a contarle más cosas—. John quiere que cerremos los acuerdos para el Nuevo Año chino. Aparentemente si se alargan demasiado podría señalar el principio de un año desfavorable y no querríamos eso.
–Desde luego que no —Hallie sonrió y se sentó en el borde de la cama; tenía el cabello revuelto y un aspecto muy sensual—. ¿Es posible entonces?
–John tiene un equipo estupendo trabajando en ello. Eso es desde su perspectiva. Desde mi lado sólo estoy yo y unos párrafos en dos lenguas y con eso me las tengo que apañar, pero eso será después de terminar con las condiciones.
Notó que ella ponía cara de preocupación primero y después pensativa. No había sido su intención contarle tanto y no sabía por qué lo había hecho aparte de porque a Hallie se le daba bien escuchar cuando quería.
–Sí, es posible —Nick se encogió de hombros—. ¿Qué tal tu día?
–Divertido —dijo con una sonrisa—. Tengo tu urna. La van a traer aquí. También fuimos a ver cosas y almorzamos de maravilla. ¡Ah! Y tengo algo que contarte sobre Jasmine, también. Sólo trató de seducirte porque te vio como una posibilidad para escapar de la posesividad de su padre. No creo que tengamos que preocuparnos porque tenga el corazón roto.
Estupendo, sencillamente estupendo. Todo aquel subterfugio para nada ¡Mujeres! Nick frunció el ceño. Había estado tratando de proteger a Jasmine para que no sufriera, mientras ella sólo había querido utilizarlo.
–¿Cómo? —dijo Hallie—. Pensaba que estarías contento.
–Lo estoy.
Lo estaba. Pero entre que Hallie había aceptado con despreocupación que no practicaran más el sexo y el verdadero motivo de Jasmine para seducirlo, empezaba a sentirse tremendamente desvalorizado.
–John nos ha invitado a cenar fuera esta noche —le dijo para cambiar de tema, antes de que su ego quedara destruido.
–¿A qué hora? —preguntó Hallie.
–A las siete.
Ella miró el reloj del aparador.
–Qué bien. Tengo tiempo suficiente para echar una siestecita.
Cualquiera se acostumbraría a eso de tumbarse por la tarde. Agarró un almohadón y se tumbó de nuevo; entonces cerró los ojos.
Nick no podía moverse por miedo a que sus pies lo llevaran hacia la cama y todas sus normas de la mañana se fueran al traste.
–¿Cómo te encuentras? —le preguntó en tono ronco y sensual, pero nada más decirlo se arrepintió de haber dicho nada.
Sabía exactamente qué había detrás de esa pregunta. Quería saber si estaba capacitada físicamente para que la tomara de nuevo.
Ella se apoyó en un codo y con un movimiento ágil y fluido fijó en él esos ojos suyos dorados.
–¿Te refieres a mental o a físicamente?
–A ambos.
Pero la mirada oscura y ardiente de Nick pasó de su rostro a sus pechos y Hallie supo enseguida lo que había detrás de su pregunta.
–Me deseas —suspiró ella—. ¡Quieres hacer el amor conmigo otra vez!
–¡No es cierto!
¡Oh, sí, sí que lo era! Y el mero hecho de saberlo la hizo sentirse femenina. Sonrió despacio y se arqueó de modo que la fina seda de su camisa le apretaba los pechos y tuvo la satisfacción de ver cómo se ponía pálido.
–Basta —ordenó él.
Ella sonrió de oreja a oreja.
–Tienes toda la razón. No debemos olvidar las reglas.
Se levantó de la cama con suavidad y avanzó hacia la ventana con una nueva seguridad en sí misma.
–¿Crees que alguno de los que están tras esas ventanas de allí podría tener unos prismáticos? —preguntó ella—. Porque me ha parecido ver un destello de luz o algo.
–Yo no he visto nada —dijo él.
Eso es porque había estado demasiado ocupado mirándola a ella.
–Supongo que podría haber sido un telescopio —añadió ella—. O una cámara —se dio la vuelta despacio, cada movimiento suyo era un sutil desafío—. Ése es el problema con una ciudad de este tamaño. Que siempre hay alguien observando.
–No hay nadie mirándonos —dijo él en tono firme.
–Que tú sepas —lo corrigió con una sonrisa pícara—. Mejor cerrar las cortinas, por si acaso. Porque si hubiera alguien ahí observándonos, vería la cama sin ningún problema.
Nick miró hacia la cama y a Hallie le pareció como si murmurara algo entre dientes, una especie de oración. Tal vez estuviera rezando de verdad.
–Voy a darme una ducha antes de la cena —dijo él con tenacidad—. Y me llevo la ropa dentro.
¿Cómo, no iba a desfilar desnudo con ese cuerpo suyo de dios griego por la habitación? ¡Qué aguafiestas!
–Ve —Hallie le hizo un gesto con la mano—. Yo ya me he duchado. Sólo tengo que cambiarme de ropa y estaré lista para la cena. Me voy a cambiar mientras tú estás en el baño. Y después saldré a la terraza para darte un respiro. No quiero que incumplas más normas.
Trató de no sonreír con gesto de suficiencia mientras él sacaba ropa limpia y se metía en el baño, donde cerró la puerta con más fuerza de la estrictamente necesaria.
La deseaba. Nick Cooper, un mujeriego empedernido, la deseaba; por mucho que hubiera dicho esa mañana. Y que Dios se apiadara de los dos, ella también lo deseaba a él.
Con la distancia llegaron los pensamientos racionales. Hallie estaba en la terraza deleitándose con la belleza de los cuidados jardines que rodeaban la casa y observando las nubes que empezaban a cubrir el cielo y pensó en la situación con sensatez.
La embriagadora imprudencia que impregnaba la idea de que Nick la deseaba se había asentado y había visto la realidad. Nick no quería desearla. No podía permitirse la distracción; se lo había dicho desde el principio. De ahí su trato, sus reglas y las diez mil libras que le pagaría al final de la semana. Él contaba con que ella cumpliera su parte del trato.
En cuanto a que ella lo deseara, bueno, eso era lo normal. Era una respuesta lógica a un hombre como Nick; tan lógica como el respirar. No quería decir que necesariamente deseara tener una relación con él. Había luchado mucho para ser independiente de sus bienintencionados hermanos mayores; a veces incluso había jugado sucio para mantenerla. De modo que no podía renunciar a ello; y no lo haría. No quería ser la esposa mimada de un hombre de negocios. Ni siquiera por Nick. De modo que todo quedaba zanjado. Nick tenía razón. Desde ese momento en adelante se ajustaría al trato, al plan que habían trazado. Y a las reglas. Por el bien de los dos.
Nick apareció en la terraza antes de las siete, recién duchado, afeitado y muy apuesto con unos pantalones oscuros y otra de esas camisas inmaculadas que se ponía sin corbata. Hallie se dijo que no sabía cómo iba a dejar de coquetear con un hombre así a su lado.
Sin embargo Hallie lo recibió con una sonrisa cálida pero no provocativa y su lenguaje corporal fue acogedor, pero no incitante.
–He estado pensando todo este dilema del deseo —le dijo en tono informal, como si sólo estuvieran hablando del tiempo—. Creo que lo mejor es que lo dejemos.
–Yo ya lo había pensado —dijo él.
–Es decir, sólo será durante unos días más; estoy seguro de que podremos conseguirlo. Así tú podrás concentrarte en tu trabajo y yo consigo el dinero para terminar mis estudios.
–Exactamente. Gracias, Hallie —dijo con una sonrisa de alivio.
–No sonrías —le advirtió ella—. Mi resolución no es del todo fiable. También estoy pensando que debería mostrarme más cuidadosa contigo, más similar a lo que sería la esposa de un empresario. ¿Qué puedo hacer por ti?
–Sólo lo que has estado haciendo. Mantener la conversación ligera, buscar espacios de interés común. En ese sentido, lo estás haciendo bien.
¡Uy, caramba! Un elogio. Entraban en un terreno peligroso.
–Y no estoy segura de dónde debo sentarme durante la cena. ¿A tu lado? ¿Frente a ti? ¿Dónde, Nick?
–A mi lado —dijo él—. John dice que el restaurante al que vamos a ir no es muy espectacular, pero parece ser que preparan el mejor cangrejo picante de Hong Kong. Espero que te guste la comida picante.
Le gustaba. A Hallie se le empezaba a hacer la boca agua. La cena no parecía que fuera de negocios, sino más bien de relax y divertida. Se miró los pantalones negros y la camisa rosa. Los pantalones estaban bien. La camisa era el problema. El agüilla de las patas de cangrejo podría salpicarle la tela con facilidad y luego quedaría fatal.
–Tal vez debería cambiarme de ropa.
O tal vez debería tratar de comer cangrejo de otra manera, con más cuidado, pensaba con un suspiro cuando John, Jasmine y Kai se unieron a ellos en la terraza.
–He pensado que tal vez vayamos en ferry al restaurante —dijo John con una sonrisa—. Tomáoslo como el capricho de un hombre mayor. Me encanta estar en el puerto de noche.
–Lo que quiere decir es que le encanta enseñarle la ciudad a todas las visitas —le susurró Jasmine a Hallie con una sonrisa—. Pero es un trayecto que no vais a olvidar, te lo aseguro. ¿Nos marchamos?
El trayecto en ferry fue tan mágico como le había prometido Jasmine, con Hong Kong Central en una orilla y Kowloon en la otra con sus rascacielos iluminados y sus exhibiciones de rayos láser que iluminaban la noche. El puerto en sí era un lugar bullicioso; la suave brisa y el vaivén de las olas en el casco del barco una delicia sensual. Pero fue el horizonte lo que verdaderamente la sorprendió, los miles de millones de luces que transformaban el puerto en un lugar mágico.
–Le has alegrado la noche a John —dijo Nick—. Le ha bastado con ver tu cara de felicidad.
–Nick, es todo precioso.
–Sí, lo es —dijo él en tono bajo.
Pero no estaba mirando las luces de Hong Kong; sino que la miraba a ella.
Totalmente desconcertada, Hallie se rodeó la cintura con los brazos y desvió la mirada.
–¿Tienes frío?
–No.
Pero de todos modos él se acercó a ella un poco más, de modo que su cuerpo le calentaba la espalda y los brazos le rodeaban la cintura; y ella no lo rechazó porque tenían público. Porque le gustaba.
El restaurante era una terraza en la acera, con mesas y sillas de plástico. Una fila de enormes cubos de cangrejos con las pinzas atadas se alineaba a un lado del cuadrado y unas tinas en las que crecían plantas de bambú en el otro. La entrada del establecimiento era el tercer lado y el cuarto la alcantarilla. Estaba pobremente iluminado, lleno de gente, no había manteles en las mesas, pero por lo menos había un montón de servilletas de papel.
Un camarero desaliñado corrió hacia ellos y los acompañó a la única mesa vacía, cuya superficie estaba pegajosa de no haberse limpiado bien. El hombre dio la vuelta a la mesa con una sonrisa de disculpa y les mostró una adyacente. El agua embotellada llegó a los treinta segundos, junto con vasos para todos. Les llevaron palillos chinos y pinzas especiales para partir las patas de cangrejo. No había menú. El restaurante servía cangrejo; y eso era todo lo que servía.
–Cocinado como deseen —les aseguró el camarero.
Pidieron una fuente de cangrejo picante, además de vino y cerveza y Hallie se recostó en el asiento para esperar a que les llevaran la comida mientras le sonaban las tripas de hambre y se le hacía la boca agua con los fragantes aromas de las humeantes fuentes que emergían por la puerta del local.
–Estás babeando —le dijo Nick—. Un buen marido debe decirle esto a su esposa.
–No estoy babeando —dijo ella con indignación—. Estoy empapándome del ambiente.
En cuanto a que él era un buen marido ¡Ja! No quería ni empezar a pensar de ese modo. En cuanto la semana hubiera terminado, no volvería a verlo. Sería mucho mejor que tuviera eso en mente.
Otro camarero apareció por una puerta con una bandeja de humeante cangrejo en la mano y se abrió paso hacia su mesa; pero en el último momento dio la vuelta para dejarle la bandeja a la gente que había llegado después que ellos y a quienes habían sentado en la mesa pegajosa.
–¡Caramba! —murmuró ella—. Tan cerca y tan lejos al mismo tiempo.
–No eres una chica de medias tintas, ¿verdad? —Nick la miró con resignación.
–Esto no. ¿Hay algún problema con eso?
–No exactamente.
Hallie se puso a observar la actividad en la mesa contigua, mientras el camarero servía con habilidad casi todo el cangrejo a un europeo de pelo moreno y después distribuía otros pedazos del cangrejo entre sus acompañantes asiáticos.
–La primera porción siempre se la sirven al invitado de honor —dijo Jasmine, notando su preocupación—. Es la mejor.
Hallie asintió. La china era una de las culturas más extendidas y más populares en todo el mundo y la fuerza no tenía nada que ver con ella. ¿Por qué utilizar la fuerza cuando la adulación y la perspicacia para los negocios funcionaban mejor? Sólo que esa vez la adulación no parecía estar funcionando nada bien. El europeo de pelo negro había empezado a emitir sonidos extraños, como si se estuviera asfixiando y se le estaba poniendo la cara morada. Se agarraba la garganta con las dos manos y le lloraban los ojos.
–¿Pero tan picante está el cangrejo? —le susurró a Jasmine.
–No tanto —respondió Jasmine en el mismo tono.
En ese mismo momento el hombre se cayó hacia delante, echando espuma por la boca, la silla se tambaleó y el hombre cayó al suelo y derribó con su peso una tina llena de cangrejos.
El resto fue un auténtico caos. Algunos comensales se levantaron y salieron de allí corriendo. Los cangrejos se escabullían, algunos con las pinzas atadas y otos chasqueando con las pinzas. Nick se agachó junto al hombre que se había caído y Kai también. John Tey estaba gritando órdenes por el móvil; y los cangrejos los cangrejos continuaban escapándose en todas las direcciones.
–Subid los pies —dijo John en voz alta.
Ni ella ni Jasmine vacilaron ni un momento, por muy poco femenino que resultara. Jasmine se inclinó hacia delante y balanceó el palillo delante de un cangrejo. Cuando el animal lo atrapó con una de sus pinzas, Jasmine levantó el cangrejo y lo echó otra vez en uno de los cubos.
–No vuelvas a hacer eso —le dijo su padre.
Jasmine sonrió.
Bajó el personal de la cocina; el cocinero del mandil protestaba diciendo que aquello no era culpa suya, mientras los ayudantes de cocina atrapaban con habilidad a los cangrejos y los volvían a echar en los cubos.
Cuando llegó el personal de la ambulancia, un grupo de gente rodeaba al hombre caído en el suelo. Hallie vio cómo lo tumbaban sobre una camilla y se lo llevaban rápidamente en la ambulancia, que se alejó de allí con el ruido de la sirena. Su aspecto no era nada bueno; para ser sincera, le había parecido como si estuviera muerto.
–Seguramente habrá sido una reacción al marisco o algo así —murmuró Jasmine mientras se mordía el labio inferior.
–Sí —Hallie le tomó la mano a la joven.
Observó que con mucha naturalidad Kai retiraba un pedazo de cangrejo del plato de la víctima, lo envolvía en una servilleta y seguidamente se lo guardaba en el bolsillo. Hizo lo mismo con una pata que estaba en otro plato de la misma mesa.
–¿Crees que las va a enviar a que las analicen?
–Eso creo —respondió Jasmine sin dejar de mirar a Kai, que en ese momento se acercaba a ellas.
–¿Qué? —dijo Kai mientras miraba a Jasmine con recelo.
–Ve a lavarte las manos, Kai.
Capítulo 6
Después del incidente, a todos se les quitó el apetito. Por lo menos no querían comer cangrejo. La sugerencia de John de que volvieran a casa a comer recibió la aprobación instantánea de todos, aunque Jasmine parecía algo asustada.
–¿Tenemos que pasar por el supermercado de camino a casa? —le susurró Hallie mientras se dirigían al muelle donde partía el ferry.
Sus hermanos eran capaces de limpiar una cocina llena de comida en menos de dos días; sabía lo que era que a uno le pidieran que cocinara algo rico con los armarios prácticamente vacíos.
–Tengo tallarines —susurró Jasmine—. Pero no puedo dar tallarines a unos invitados.
–Pues claro que sí —respondió Hallie—. A Nick le encantan los tallarines —y si no le gustaban, se los comería de todos modos—. ¿Puedo ayudarte a prepararlos?
–A mi padre le daría un ataque si así fuera —dijo Jasmine.
–Entonces me lo tomo como un «Sí» —Hallie sonrió—. Déjamelo a mí.
En diez minutos llegaron a la mansión de los Tey.
–Jasmine va a darme lecciones de cocina —le dijo Hallie a John alegremente cuando entraban—. Me va a enseñar a preparar tallarines fritos. Es uno de los platos favoritos de Nick.
Y así terminaron todos en la cocina; John preparando las bebidas para todos, Jasmine buscando en el frigorífico y Kai poniendo una olla con agua a cocer sobre la cocina de gas.
–¿Qué estáis haciendo ahora? —preguntó Nick, llevándosela aparte un momento.
–John está avergonzado por el incidente del restaurante —le susurró ella—. Estoy tratando de evitar un desastre.
–¿Cenando en su cocina? Él es de la vieja escuela, Hallie. Seguramente piensa que éste es el desastre.
–Vamos a disfrutar de una cena sencilla en un entorno familiar y agradable —dijo Hallie con firmeza—. Pero John Tey no se va a relajar hasta que no lo hagas tú. Confía en mí, será divertido.
Minutos después, Nick decidió que Hallie tenía razón. La informalidad de la cocina y las distintas tareas destinadas a la preparación de la comida contribuyeron a disipar el ambiente sombrío que había imperado desde lo ocurrido en el restaurante. La manera de actuar de Hallie no era precisamente la que él hubiera esperado de la esposa de un ejecutivo. Observó que Hallie le preguntaba a Kai sobre el tipo de aceite que utilizaba y la pasta que añadía, vio cómo Kai cortaba el jengibre en finas lonchas a toda velocidad. También se fijó en que Jasmine mostraba una habilidad similar cortando los brotes de bambú; y después la mueca de pesar de la joven cuando Hallie le pidió que le explicara cómo era capaz de cortarlo así de deprisa.
–¿Así que ésta es la receta tradicional de los tallarines? —quiso saber Hallie.
–No del todo —dijo Jasmine, disimulando su sonrisa con un sorbo de vino—. Esta receta es de tallarines con lo que uno se encuentre en el frigorífico. Nosotros la hacemos a menudo.
Kai la miró con mala cara.
–Bueno, sí que la hacemos —dijo Jasmine.
–Pues yo también la voy a hacer —declaró Hallie.
Kai negó con la cabeza.
–Tu esposa es una mujer encantadora —dijo John, que estaba a su lado—. Me alegro mucho de que te haya acompañado en este viaje.
Nick asintió con timidez. No le gustaba mentirle al hombre sobre su estado civil. Ya conocía un poco a su futuro socio y pensó que seguramente el hombre habría entendido la mentirijilla que había tenido que decir para no hacerle daño a Jasmine. Y Jasmine, según le había dicho Hallie, no habría sufrido desamor alguno. Sólo habría tenido que ser sincero con los dos y el problema habría quedado resuelto. Pero ya era demasiado tarde para echarse atrás, sobre todo porque si descubría el pastel perdería la confianza de John.
–Mi hija es a menudo reservada con las personas a las que acaba de conocer, pero no con Hallie —observó John—. Tu esposa tiene la habilidad de hacer que los demás se sientan cómodos; los hace sonreír por dentro. Es un don muy raro.
Ciertamente lo era. Nick sólo deseaba que él fuera inmune a ello; que no lo era.
En lo que se le antojó muy poco tiempo, las verduras se estaban friendo en la sartén redonda y profunda y los tallarines hirviendo en la cazuela. Hallie lo miró y al ver que él también la estaba mirando, le echó una sonrisa de conspiración que lo conmovió antes de acercarse a donde John y él charlaban.
–Jasmine me ha contado que la ha fascinado la danza del león —dijo John.
–Sí, vimos a unos chicos practicando en la calle ayer —Hallie sonrió—. Le pedí a Jasmine que nos quedáramos hasta que terminaran. Los niños que iban debajo de la cabeza del león eran tan jóvenes y tan habilidosos
–La danza del león es a menudo una tradición honrada por las familias. Los chicos aprenden de su padre cuando son muy jóvenes —dijo John—. El campeonato nacional se celebra en la Fiesta de Año Nuevo de Four Winds, mañana por la noche. Me he tomado la libertad de comprar entradas para todos, si os apetece ir.
–A mí sí —dijo Hallie inmediatamente mientras le echaba una mirada a Nick—. Eso es, si Nick quiere ir.
Nick asintió. Para decepcionarla tendría que ser más duro.
–La fiesta es todo un espectáculo.
Jasmine le colocó delante un cuenco de verduras con tallarines fritos y otro a su padre.
–Hay ruegos artificiales a medianoche, farolitos de papel y adornos por todas partes —continuó la joven—. ¿Has traído algún vestido de fiesta? —le preguntó a Hallie.
Hallie asintió.
–Uno. Pero es un poco soso. Nick lo eligió y su madre le dio el visto bueno —suspiró con pesar—. Yo no pude opinar.
De soso no tenía nada, o al menos eso pensaba Nick. El vestido de punto color dorado hasta los pies no tenía nada de soso ya que le ceñía y destacaba su sensual figura. El tono que adquiría su piel y el brillo que destacaba en sus ojos color ámbar no tenían nada de ordinarios.
–Podríamos ir mañana a comprarnos otro —sugirió Jasmine.
–No —Hallie rechazó la sugerencia—. Sólo lo decía para tomarle el pelo a Nick. Me encanta el vestido. Lo habría elegido yo misma si me hubieran dejado. Tal vez sea sencillo, pero tiene un corte fantástico.
–Puedes añadir algunos accesorios —dijo él al recordar las joyas que le había pedido prestadas a Stuart para la ocasión del viaje—. Podrías ponerte tu collar.
–¿Quieres decir ése que aún no he visto? —le contestó con humor irónico—. ¿El que elegiste sin mí? Tal vez sí.
Pero su tono implicaba lo contrario.
–Creo que te gustará —dijo Nick.
Hallie suspiró.
–Me atrevo a decir que sí, pero esa no es la cuestión, ¿verdad? La cuestión es que yo no te ayudé a elegirlo.
¡Oh, sí! Una mujer moderna. Libertad. Igualdad. Respeto.
–Eso fue antes de saber que te gustaba participar cuando se toman decisiones —dijo él para defenderse—. Quería darte una sorpresa.
–Creo que los regalos sorpresa son maravillosos —dijo Jasmine—. Son tan románticos
–Estoy de acuerdo —suspiró Hallie—. Tal vez no sea una mujer tan moderna, después de todo.
–No sé cómo lo aguantas —dijo Kai mientras colocaba tres cuencos más en la mesa y se sentaba al lado de Nick.
–Duerme mucho —respondió Nick en tono seco—. Eso ayuda.
Hallie estaba deseando poder dormir bien. Lo que la ponía de los nervios era ese rato antes de dormir; ese trayecto de cinco metros desde el baño a la cama, con el pijama puesto y Nick junto a la ventana todo pensativo y sexy. Consiguió llegar a la cama porque se negó a dejarse dominar por los recuerdos de lo que habían hecho esa mañana al despertarse. Hallie se dijo que era mucho más fácil no pensar en nada cuando uno no sabía lo que se perdía; pero claro, en su caso ya no era así
–Aún tengo algo de trabajo para mañana —dijo Nick—. A lo mejor tardo un rato en irme a la cama. Trataré de no estorbarte.
Ella se arriesgó a mirarlo, e inmediatamente se arrepintió al ver sus ojos negros de mirada astuta fijos en los suyos.
–Está bien —dijo ella mientras se limpiaba el sudor de las palmas de las manos en los pantalones del pijama—. Tengo un plan.
–¿Sí? —él sonrió—. Estoy deseando oírlo.
En realidad era más una teoría que un plan.
–Creo que hoy necesito dormir al otro lado de la cama.
–Te refieres a mi lado —dijo Nick—. ¿Y eso por qué?
–Está claro, ¿no? Anoche me moví hacia ese lado en sueños, de modo que si me acuesto ya en ese lado, no me moveré.
–¿Ya está? ¿Ése es tu plan?
Ella asintió.
–¿Nada de cojines, entonces?
Ella negó con la cabeza. Los cojines no habían servido para nada.
–Cuanto más sencillo, mejor.
–Deja que me entere bien. Quieres dormir en mi lado de la cama esta noche porque eso te va a impedir que te abraces a mí
–Sí —lo interrumpió apresuradamente—. Eso debería bastar.