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Esposa por una semana
  • Текст добавлен: 7 октября 2016, 15:41

Текст книги "Esposa por una semana"


Автор книги: Kelly Hunter



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–No quiero que te veas implicada en esta situación. Quiero que regreses a casa para no correr más peligro.

Desde luego era igual que sus hermanos. ¡Qué lástima! Con las esperanzas que había puesto en él

–¿Qué hay de lo que dijiste de que estamos en esto juntos, como iguales?

–Ha dejado de tener validez en cuanto me he enterado de que alguien quiere quitarme de en medio. Tú no firmaste para esto, Hallie. No quiero meterte en un lío semejante.

–Quiero quedarme a ayudar —dijo ella con obstinación.

–No —respondió él con la misma cabezonería—. No puedes ayudar con esto.

–Pues hoy lo he hecho.

–¡Sí y mira como has acabado! ¡Con un codo medio destrozado y una contusión en la cabeza!

–No tengo ninguna contusión en la cabeza —le dijo ella con indignación—. Tan sólo me he dado un golpe normal.

–Mira —su expresión se suavizó—. Me salvaste la vida hoy; no creas que no lo aprecio, pero no quiero que vuelvas a sufrir ningún daño. Sobre todo por culpa mía.

–Bien —Hallie hizo un gesto con la mano hacia el teléfono—. Reserva el billete de avión.

Cinco minutos después Nick colgaba el teléfono con frustración:

–Sabías que no habría plazas disponibles —le dijo en tono de acusación.

–Por supuesto que lo sabía. Es el Año Nuevo chino. Todo el mundo viaja para visitar a sus familiares. Me apuesto a que no se pueden conseguir billetes al Reino Unido antes de los que ya tenemos.

La expresión ceñuda de Nick le dijo que tenía razón.

–Anímate, Nick —continuó ella—. No es para tanto. Es a ti a quien quieren matar, no a mí. Seguramente no corro ningún peligro.

–Si tuviera sentido común, llamaría a uno de tus hermanos para que viniera a por ti.

–Bueno, podrías —dijo con duda—. Pero entonces sí que serías un hombre muerto —miró su reloj y gimió—. ¿Qué vas a hacer con la fiesta? ¿Quieres ir? Porque si es así, vamos a tener que empezar a arreglarnos.

–¿Quieres ir tú?

Hallie se encogió de hombros. Quería ir a la fiesta. Tenía muchísimas ganas. Pero no si ello iba a poner a Nick en peligro. Le tocaba a él decidir.

–Seguramente estamos sacando conclusiones precipitadas al pensar que alguien está intentando matarme —dijo finalmente.

–Es cierto.

–Kai ha dicho que llevaré más seguridad. ¡Y no pienso dejar de vivir antes de morirme!

Le gustaba su actitud; le gustaba mucho.

–¿Entonces, vamos?—dijo Hallie.

–Sí —dijo Nick—. Vamos a ir.

Hallie se duchó rápidamente y se puso una bata prestada para ir a la habitación de Jasmine a que la peinara y a darle el perfume. Cuando volvió encontró a Nick ya vestido de fiesta, un apuesto rompecorazones con un elegante esmoquin negro que parecía hecho a medida y que seguramente lo sería. Debería haber sido más inmune a su aspecto, algo que deseaba con desesperación, pero la combinación de pelo negro, traje negro y camisa blanca como la nieve la dejó sin respiración. Entonces él habló y se rompió el hechizo.

–¿No deberías vestirte ya? —dijo Nick.

–Sigue hablando —dijo Hallie mientras sacaba el vestido del ropero de camino al baño—. Ya verás como estoy lista antes de que termines de decirme la descortesía que supondría que llegáramos tarde. Pero no va a ser así.

Dejó la puerta del baño entreabierta para oír lo que decía Nick.

–Te doy cinco minutos —le advirtió él.

Pero como ya estaba maquillada, sólo necesitó dos. Después del vestido se puso unos bonitos zapatos de tacón de aguja que añadían un par de centímetros más a su estatura. Luego se puso un poco del perfume que Nick le había regalado y finalmente un chal de seda color ámbar, un tono más claro que su vestido de noche.

Le quedaba un minuto. Suficiente para ver si a Nick le gustaba cómo iba vestida la esposa del empresario. Entró en el dormitorio con gesto regio y lo vio, de pie junto a la ventana, tratando de mostrarse paciente.

–Estoy lista—dijo ella.

Él se dio la vuelta y la miró de arriba abajo; la apreciación masculina en sus ojos resultó inmensamente gratificante.

–Estás muy bella —murmuró él—. Pero no estás lista.

–¿No?

–Te has olvidado de ponerte las joyas.

Tenías los anillos puestos.

–Espero que no te refieras al reloj que me has comprado hoy.

Nick señaló un estuche gris que había sobre un mostrador.

–¡Ah! Te refieres a esas joyas.

Las que no había visto y que él había elegido sin ella.

–Me había olvidado de eso.

–¿Te habías olvidado? —Nick parecía incrédulo.

–Tal vez si las hubiera visto, no me habría olvidado de nada —le dijo ella con dulzura.

–Ahora ya las puedes ver.

Hallie se acercó al mostrador y acarició el estuche de terciopelo. Entonces vaciló un instante.

–¿Y ahora qué? —dijo Nick.

–He visto el colgante que Jasmine llevaba esta noche y es muy sencillo —dijo Hallie—. No me gustaría pasarme.

–A lo mejor éste también es sencillo —dijo él—. ¿Por qué no lo abres y lo ves?

¿Por qué no lo abría? Explotaba de curiosidad, preguntándose qué habría elegido él y si le gustaría o no. Preocupada de que no le gustara; aunque más preocupada de que sí le gustara. Pero sólo había un modo de averiguarlo. Hallie abrió el estuche con cuidado. Entonces emitió un gemido entrecortado.

El collar era una gargantilla de diamantes que brillaban con suavidad. Era una pieza de joyería exquisita, incluso deslumbrante y Hallie sabía que en ese momento se le estaban saliendo los ojos de las órbitas. Pero lo que se decía sencilla, no era nada sencilla.

–¿Te gusta? —le preguntó él.

–¿Lo dices en serio? Es una preciosidad.

Él la sacó del estuche y se la puso. Hallie sintió el calor de sus dedos suaves.

–Te queda bien. Sabía que sería así —la condujo hacia el baño—. Ve a mirarte al espejo.

Hallie fue y se miró al espejo, se lo colocó bien y sonrió. Resultaba perfecto. Pensó en Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes, o en Grace Kelly en cualquiera de sus películas; ambas de pelirrojas, por supuesto.

–¿Qué te parece? —le preguntó Nick desde la puerta.

Su sonrisa era indulgente, su mirada intensa.

–Traerlo hasta aquí y no ponérmelo sería una pena.

Seguramente las joyas no le quitarían protagonismo a la lágrima de Jasmine, decidió algo desesperada. Los diamantes eran impresionantes de un modo totalmente distinto, eso era todo.

–Tiene unos pendientes a juego.

–Bueno —Hallie se dijo que sería mejor hacer las cosas bien; un momento después, los llevaba puestos—. ¿Te parece demasiado?

–Siempre podrías quitarte el vestido —murmuró Nick—. Eso funcionaría.

–Céntrate en las normas —le dijo Hallie.

–No me digas.

–Puedes mirar todo lo que quieras —dijo ella generosamente—. Incluso puedes tocar cuando estemos en público y rodeados de gente.

Y con eso agarró el bolso que hacía juego con el chal y se dirigió hacia la puerta.

El salón de baile del hotel Four Winds era donde el colonialismo británico se encontraba con la afluencia asiática y un espectáculo de tan desenfrenada opulencia que dejó a Hallie boquiabierta. Había pirámides de copas de champán, además de camareros nerviosos, cantantes de ópera ricamente vestidas con las caras pintadas de blanco; arañas de cristal de cinco pisos y plumas de pavo real por doquier. Junto a la pista de baile había una banda de música. Allí estaba la flor y nata de Hong Kong, todos vestidos con sus mejores galas, mezclándose graciosamente.

–¿Cómo demonios se supone que voy a volver a vender zapatos después de esto? —murmuró con desesperación mientras intentaba recordarlo todo: los colores y las texturas, los olores y los sonidos.

–Tal vez no tengas que hacerlo —murmuró Nick y Hallie sintió que el corazón le daba un vuelco—. Tendrás dinero suficiente después de esto para sacarte tu diploma sin tener que vender más zapatos, ¿no?—añadió él.

¡Ah! Se refería a eso. Por un momento había pensado que Nick se había enamorado de ella y se había preguntado lo que significaría ser de verdad la señora de Nick Cooper. No le había parecido mal; pero lógicamente, era una ridiculez. Había accedido a tomar parte en esa charada para poder hacer realidad su sueño, que nada tenía que ver con Nicholas Cooper ni con los finales de cuentos de hadas y todo que ver con el esfuerzo, la independencia y la satisfacción de la consecución de los objetivos.

–Me las apañaré —dijo ella con firmeza—. Tienes razón, vender zapatos se ha terminado para mí. Y brindo por ti; por ayudarme a conseguir todo lo que me he propuesto.

–Te he observado, Hallie —en su voz había una nota curiosa—. He visto el entusiasmo y el ánimo que despliegas con todo lo que haces y sé sin duda alguna que cuando te decidas por una carrera profesional ya sea en el mundo del arte o en cualquier otro, vas a conseguir el éxito. No lo dudes nunca.

–Gracias —dijo ella en tono callado.

A pesar de todos sus fallos, porque el que no se hubiera enamorado de ella perdidamente era uno de sus fallos, Nicholas Cooper creía en ella. El corazón le palpitó muy fuerte unos instantes antes de retomar su velocidad habitual; y cuando lo hizo ya no era del todo suyo. Parte era de Nick. Claro que ella no pensaba dejárselo ver.

De modo que esbozó una sonrisa; una sonrisa que se volvió más genuina cuando le presentaron a amigos y conocidos de John y Jasmine. Ella hizo un gesto de saludo con la cabeza a los maridos y charló educadamente con las esposas, que miraban la gargantilla de diamantes abiertamente, mientras Nick le decía bobadas al oído para hacerla reír.

Ir de pareja con Nick a una fiesta era fácil. Era guapo, encantador y sabía exactamente en qué momento dejarla sola y cuándo quedarse a su lado.

–Eres un acompañante muy bueno, ¿lo sabías? —le dijo ella mientras él le quitaba de la mano la copa de champán y se la pasaba al camarero que pasaba junto a ellos, de cuya bandeja retiró un vaso de agua fría, que era precisamente lo que le apetecía—. ¿Cómo sabías que quería agua?

–No lo sabía —dijo Nick—. Pero llevabas más de una hora sin probar el champán y se te estaba calentando, de modo que decidí intentarlo.

–Apuesto, generoso y atento —dijo Hallie en tono seco—. ¿Hay algo que no se te dé bien?

–Las reglas —dijo él con ojos de mirada intensa—. No se me dan muy bien las reglas. Baila conmigo.

Hallie dio un sorbo de agua y se deleitó con la sensación del líquido fresco bajándole por la garganta repentinamente seca.

–No estoy segura de que bailar sea buena idea.

Bailar significaba tocarse, tocarse y desear; y cuando se juntaban tocarse, desear y Nick, era ella la que sin duda olvidaría las reglas.

–Estoy pensando que deberíamos renunciar al baile.

–No. Es una fiesta. Tiene que haber baile —esbozó una sonrisa pícara—. Estamos en un lugar público. Hay miles de personas a nuestro alrededor. No voy a incumplir ninguna norma aquí.

Menos mal.

–De acuerdo, pero si bailamos, que lo hagan también los demás —dijo mientras veía a Jasmine y a Kai apartarse de un grupo grande para dirigirse hacia la única zona donde uno podía sentarse—. Kai necesita bailar con Jasmine.

–¿Por qué?

–Te lo explicaré luego.

Cuando llegaron donde estaba la joven pareja Hallie sonrió de oreja a oreja.

–¿A alguien le apetece bailar en el balcón? Creo que será sin duda el sitio más fresco de toda la sala.

Jasmine se encogió de hombros y miró a Kai con los ojos bajos. Vamos, Jasmine, pensó Hallie mientras animaba en silencio a la joven; vivían una época de igualdad, podía sacarlo a él a bailar.

Pero Jasmine permaneció en silencio y lo mismo hizo él.

–Huéleme —le dijo a Nick—. ¿Cómo huelo?

Nick suspiró, inclinó un poco la cabeza y aspiró.

–Hueles divinamente.

–Ahora huele tú a Jasmine —le ordenó a Kai—. ¿Te parece bien?

Jasmine levantó la barbilla. Kai asintió y sonrió levemente.

–Excelente. ¿Y estoy guapa? —le preguntó a Nick.

–Extremadamente —le dijo él en tono seco.

–¿Qué hay de Jasmine?

–Está preciosa —le aseguró Nick con gravedad, mirándola con ojos risueños.

–Entonces por esa parte no hay problema. Por supuesto, asumo que todos sabemos bailar. Tú sabes bailar, ¿o no? —le preguntó a Kai.

Kai sabía cuándo ceder con elegancia. Le echó a Nick una mirada de hombre a hombre que resultó curiosamente amable y después se dio la vuelta para hacerle una graciosa reverencia a Jasmine antes de ofrecerle su brazo. Ella lo tomó y juntos avanzaron hacia la pista.

–Tus hermanos tienen mucho de lo que responder —dijo Nick mientras negaba con la cabeza pesarosamente—. Te han enseñado tretas para manejar a un hombre que una mujer de tu edad no debería saber. Me echo a temblar sólo de pensar cómo serás cuando seas mayor.

–Más sutil, espero —dijo Hallie, siguiendo con mirada ceñuda el avance de Jasmine y Kai a través de la gente—. ¡Míralos! Ni siquiera la está tocando. Cualquiera pensaría que no quiere bailar con ella.

–Eso me parece a mí —dijo Nick, que en ese momento la conducía hacia la pista de baile.

–No es que tenga nada en contra de que tengas razón, pero en este caso en particular me gustaría que te equivocaras.

Hacer de casamentera no era su fuerte. ¿Y si Kai no estaba enamorado de la chica? ¿Y si le había dado a Jasmine una idea equivocada?

–No quiero ni mirar —se volvió bruscamente y se pegó la cara contra el pecho de Nick—. Quítate de en medio. Me voy a pegar un tiro por inmiscuirme.

–Espera —dijo Nick, que le puso las manos en los hombros mientras la urgía a que se diera la vuelta.

La otra pareja había empezado a bailar y si Kai había pensado en bailar separado de Jasmine, la joven tenía otras cosas en la cabeza. Jasmine le deslizó sus manos pequeñas por los brazos para apoyarlas sobre sus hombros. Kai le deslizó las manos de mala gana por la cintura, rozándole con las puntas de los dedos la espalda desnuda. Y de repente, como si no pudiera soportarlo más, la abrazó y la tensión y el anhelo en él se mostraron ya indiscutiblemente.

–Mis padres solían bailar así —dijo Nick—. Siempre se daban sitio para moverse, para ser ellos mismos, pero cuando se juntaban te dabas cuenta de que en ese momento no había otro sitio donde quisieran estar. Era algo mágico.

–¡Nick, eres un romántico empedernido! —Hallie se volvió hacia él, encantada con sus palabras—. ¿Crees que tú y yo vamos a bailar así?

–No —su tono de voz fue firme, pero sus ojos la miraban con ternura mientras la tomaba entre sus brazos con suavidad—. Vamos a evitar bailar así a toda costa.

Bailaba de maravilla. Como si la hubiera tomado entre sus brazos cientos de veces antes y aún siguiera deleitándole el roce de su cuerpo. El roce de un muslo, las puntas de los dedos sobre la piel desnuda; era como un preludio, como el coqueteo y Nick era un maestro en ambas cosas. Fue culpa suya que Hallie se pegara a él cuando tocaron una balada lenta; culpa suya que ella bailara más despacio y que dejara que su cuerpo recordara la sensación de piel con piel y el placer que las manos y los labios de Nick podrían darle. Sus caricias eran las más maravillosas, pensaba con ensoñación, las caricias de un amante; y saboreó el momento y el hombre que se las estaba haciendo.

Podrían haber pasado quince minutos o tal vez cincuenta, cuando la música dejó de sonar y Nick se soltó de sus brazos.

–Estaba viviendo un momento como la Cenicienta del cuento —dijo Hallie con las mejillas encendidas mientras miraba a Nick con recelo—. Creo que tal vez me haya dejado llevar un poco.

–No pasa nada —suspiró Nick—. Me estoy empezando a acostumbrar. ¿Quieres salir al balcón?

Desde donde sin duda se podría contemplar el hermoso paisaje de Hong Kong de noche. Hallie acogió la distracción de buen grado.

–¿Ves a Jasmine y a Kai por algún sitio?

–Salieron de la pista hace media hora.

Hallie esperaba que aquello fuera una buena señal.

En el balcón había casi tanta gente como dentro en la sala. El aire era más fresco y Hallie agradeció la agradable brisa.

–¿Qué hora es? —Le preguntó a Nick.

–Las once y media. Ya no queda mucho.

Ciertamente. Quedaba muy poco para la medianoche. Hallie sonrió, pero su sonrisa era sólo superficial. Iba a dolerle decirle adiós a ese hombre dentro de dos días. Siempre había pensado que le dolería, pero hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto.

Y entonces el resonar de los tambores les llegó desde la sala y la gente se dio la vuelta para entrar, entre ellos Jasmine.

–La danza del león —dijo la joven, que agarró a Hallie del brazo sin dejar de avanzar junto con el resto del público.

–¿Qué tal tu baile? —Hallie se echó a reír al ver que Jasmine se ruborizaba—. ¿Dónde está Kai?

–Recuperándose —dijo Jasmine con picardía—. En realidad, se ha ido a la cocina. Ha dicho que iba a ver quién está trabajando en el servicio.

El sonido de los tambores se dulcificó y un magnífico león chino apareció, más grande y elaborado de lo que Hallie había visto jamás. Se pavoneó, rugió y estudió los postes que le habían colocado delante, cada par de ellos un poco más alto que el siguiente. El león desdeñó los más bajos, olisqueó el siguiente, rodeó el tercero y se sentó delante del cuarto. Se acicaló con pausa mientras estudiaba los postes más elevados, que eran más altos que Nick y entonces, con un rápido movimiento de la cola y un salto increíble, se montó sobre uno de ellos mientras resonaba el valiente acento de los tambores.

El color rojo estaba por todas partes: en los decorados, en los vestidos o en las chaquetas de los camareros que circulaban con un interminable suministro de bebidas y canapés. Los camareros. Hallie se quedó mirando a uno que se dirigía hacia ellos con una bandeja vacía en la mano. Su cara le resultaba muy conocida.

–Nick

Se soltó del brazo de Jasmine y le tiró de la manga. ¿Acaso no era aquél el camarero del restaurante, el que había servido el cangrejo envenenado al hombre de la mesa de al lado?

–¡Nick!

Pero Nick estaba ensimismado con el baile del león. Al momento el camarero estaba ya delante de ellos con la bandeja en una mano y la otra pegada al costado; en ella sostenía algo negro y pulido. Nick se dio la vuelta hacia ella en ese momento, pero era demasiado tarde para avisarlo. Si era una pistola, el camarero no fallaría el tiro. Así que Hallie hizo lo único que se le ocurrió. Se tiró encima del camarero y le hizo una especie de placaje, como se hacía en el rugby y los dos cayeron al suelo mientras la muchedumbre se apartaba de su lado apresuradamente. Nick trató de abrirse paso hasta ella. El camarero se levantó del suelo y se perdió entre el público, dejándose la bandeja y lo que fuera que llevaba en el suelo.

–¡Era el camarero del restaurante del cangrejo! —gritó Hallie—. Te estaba apuntando a ti —dijo sin aliento, mientras Nick la ayudaba a levantarse.

Kai estaba ya junto a ellos, dando órdenes por un móvil.

–¡Pensé que tenía una pistola!

–¿Te refieres a esto? —dijo Kai mientras recogía del suelo un pequeño cilindro.

Era un objeto negro de metal. Le había parecido el cañón de una pistola, pero no lo era. Ella levantó la vista hacia él para ver qué tal se estaba tomando aquel último detalle. Nada bien.

–Desde luego, me pareció una pistola —dijo con una sonrisa superficial—. Desde lejos.

–En realidad, es una especie de pistola —dijo Kai—. Esto dispensa dardos.

–¡Ah! —dijo Hallie—. Me alegra saberlo.

–¿Te has hecho daño? —le preguntó Nick con pesar.

Le dolía la cabeza y el brazo. Eran las doce menos cinco.

–¿Yo? Por supuesto que no.

Kai comprobó que todos estaban bien. Jasmine trataba de tranquilizar a los que se habían enfadado. Nick la miraba con cara seria.

–No puedo creer que te tiraras encima de él —dijo por fin—. ¿Es que no te importa tu propia seguridad? ¿En qué estabas pensando?

–Estaba pensando en ti —dijo ella enfadada—. ¡Creí que te iba a disparar! No podía quedarme allí mirando sin hacer nada.

–Esto perdonad —dijo Jasmine con timidez—. He pensado en ir a buscar a mi padre para llevaros a los dos a casa. Seguramente estará esperando en el balcón a que comiencen los fuegos.

–¿Y quién necesita salir? —dijo Hallie—. Ya han empezado aquí dentro.

Pero siguió a Jasmine y a Kai al balcón con Nick a su lado y se quedaron donde a Nick le pareció el mejor sitio, de espaldas a la pared.

–¿Otro intento? —dijo John cuando se unió a ellos, después de que Kai le hubiera contado lo de la pistola de dardos—. Tenía la esperanza de que nos hubiéramos equivocado.

–Ojalá supiera quién está detrás de todo esto —dijo Nick.

–Sí —añadió Hallie con pesadumbre—. ¡Qué pena que el camarero se escapara!

Lara Croft no habría permitido eso.

–No lo pensé cuando me tiré encima del camarero —le dijo a Nick en tono de disculpa.

–Por fin te das cuenta —murmuró él.

–Debería haberlo inmovilizado en el suelo.

Nick la miró con incredulidad. John Tey ahogó una risotada.

–Tengo a cuatro personas buscándolo —dijo Kai—. Lo encontraremos.

El balcón empezaba a llenarse de público. Era casi medianoche y para los chinos, el comienzo de un nuevo año. Para Hallie era el final de un largo día lleno de altibajos.

–Quedan dos minutos —dijo ella, mirando el enorme reloj de neón en la pared del hotel.

–Voy a desear que tengas un Año Nuevo mejor —le dijo Jasmine a Nick con sinceridad—. Uno sin asesinos.

–Gracias, Jasmine —Nick sonrió antes de ponerse serio y mirar a Hallie—. Tú podrías pedir un poco más de sentido común para ti.

Hallie sonrió con dulzura.

–Mi deseo es que la urna que te compré llegue mañana.

Entonces podría meterlo dentro.

–¿Qué urna? —Kai se volvió a mirarla rápidamente.

–La que compré en el Lucky Plaza, cuando Jasmine y tú estabais en el baño.

Kai la miraba con incredulidad.

–¿Compraste una urna? —dijo Kai—. ¿Para Nick? ¿De la tienda de la esquina cerca de los baños en Lucky Plaza?

Hallie asintió.

–¿Una urna funeraria?

Hallie asintió de nuevo.

–Sí, eso es. La que estaba en el escaparate.

–¿Y el vendedor te lo permitió? —preguntó Kai.

–Bueno, me costó un poco convencerlo, pero sí. Pedí que me lo trajeran antes del Año Nuevo, pero no ha llegado.

Kai se volvió hacia John, que sacudía la cabeza mientras murmuraba algo entre dientes. Entonces John la miró boquiabierto, inmovilizado el sitio. Nick y Jasmine parecían tan aturdidos con la reacción de los dos hombres como lo estaba Hallie.

–¿Qué? —Hallie estaba preocupada ya—. ¿Qué ocurre?

Diez. La cuenta atrás empezó en cantones.

Nueve.

–La tienda de la que hablas vende urnas funerarias, desde luego —dijo John.

Ocho.

–Pero no las venden vacías.

Siete.

–¿Qué quieres decir con que no las venden vacías? —preguntó Hallie.

Seis.

–La que yo compré lo estaba —añadió Hallie.

Cinco.

–Bueno, no las envían vacías —dijo Kai.

Cuatro.

–Cuando le compraste esa urna a Nick

Tres.

–Ordenaste su ejecución.

Dos.

–¿Que hice el qué?

Uno.

–Por eso alguien ha estado intentando matarlo.

¡Oh, Dios!

El público se alzó en vítores al tiempo que los fuegos artificiales prorrumpían en el cielo, enormes estallidos de colores, cada uno de ellos más espectacular que el anterior; y a su alrededor todo el mundo se reía y se abrazaba, se besaba y se daba la mano, con los rostros llenos de alegría al resplandor de los ruegos artificiales.

Ella abrió la boca para decir algo, pero no le salieron las palabras. Todos la miraban: Jasmine, Kai, Nick y John; todos esperando a que dijera algo. Pero ella no sabía qué decir. Le temblaban las manos con una mezcla de miedo e incredulidad. Aquello debía de ser una broma, ¿no? Tenía que serlo. Pero por la cara que ponía Kai, vio que no lo era.

Una nueva tanda de ruegos artificiales irrumpió con un estallido que la asustó; un calidoscopio rojo, verde y dorado, mientras las tripas se le revolvían y le dolía la cabeza con la certeza de que al comprarle a Nick el maldito jarrón, había cometido un error tremendo.

¡Santo Dios, sin saberlo había ordenado su muerte! ¿Cómo diablos iba a explicarle eso?

No podía. En ese momento no. Tal vez nunca. Era demasiado extraño.

Pero todos seguían esperando. Esperando a que ella dijera algo. Cualquier cosa. Abrió la boca y aspiró hondo.

–Lo siento mucho —dijo finalmente—. Yo

¿Qué chantres podía decir? Miró a Nick.

–Tú

No sabía qué decir. Se llevó la mano a la cabeza y se encogió de hombros, sin poder apartar la mirada de la de Nick.

Capítulo 8

Hallie jamás habría tachado a Nick de ser una persona rabiosa y fría; y no lo era. Él solía mostrar una rabia efervescente y sólo su férreo control y sin duda la presencia de Kai y los Tey la mantuvieron dominada.

Abandonaron el hotel nada más terminar los fuegos artificiales y el trayecto hasta casa de los Tey fue, gracias a Dios, en silencio. En cuanto llegaron a la mansión, Nick y ella les dieron las gracias a sus anfitriones y se despidieron antes de dirigirse hacia su dormitorio. En cuanto llegaron a la suite, Nick se quitó la chaqueta y la corbata y empezó a desabrocharse los botones de la camisa.

Hallie lo miraba con recelo mientras dejaba el bolso sobre el aparador y doblaba el chal. Sus hermanos tenían genio, todos ellos. No era ajena a las erupciones de la variedad masculina. Pete era como una tormenta de verano, todo ruido y relámpagos, que al minuto se había desvanecido. Luke empezaba a pasearse de un lado a otro, señalando y moviendo mucho los brazos. Jake era controlado y mordaz y Tris Tris no enseñaba su genio a menudo, pero cuando lo hacía despellejaba de verdad. Hallie esperaba, esperaba con todas sus fuerzas, que Nick fuera a ser un poco menos como Tris y un poco más como cualquiera de sus otros hermanos en ese sentido.

Sonaron unos tímidos golpecillos a la puerta y Hallie la abrió y vio a Jasmine con una tetera en una bandeja.

–Un té de menta —dijo la joven mientras le pasaba la bandeja—. Es muy tranquilizador —añadió y se marchó corriendo.

–Lo sabía —dijo Nick mientras Hallie cerraba la puerta con el pie y dejaba la bandeja en el aparador.

En ese momento se paseaba de un lado al otro de la pieza. Buena señal. Eso al menos podría soportarlo. Mejor liberar energía así en lugar de gritando. Tris nunca se paseaba.

–Jamás debería haber acompañado a mi madre a comprarse unos zapatos —estaba diciendo Nick en ese momento—. Clea me influye negativamente. Debería haberme ido al club de campo a buscar a Bridget. Bridget habría fingido ser mi esposa durante una semana. Habría hecho trizas a Jasmine, alienado a John, tratado de seducir a Kai y me habría vuelto loco a mí. ¿Pero y qué? Por lo menos no habría ordenado mi ejecución.

¡Vaya! Había dejado de pasearse.

–¿Un té?—le ofreció ella.

–¿Por qué yo? —rugió Nick—. ¿Por qué tú? ¿Por qué ahora? ¿Sabes lo cerca que estamos de cerrar este negocio? ¿Tienes acaso idea de lo que vale?

Lo sabía.

–Tengo un plan —dijo rápidamente.

–¡No! No más planes. Conozco tus planes y nunca, nunca funcionan.

–¿Estás seguro de que no te apetece un poco de té? —Hallie aspiró el té humeante—. Creo que le ha puesto algo de alcohol.

Él la miró. Miró el té.

–Voy a llamar a tus hermanos —dijo él de repente—. Voy a contarles el fiasco del marido y la esposa y lo de la urna funeraria; y después voy a hacer que vengan a buscarte para llevarte a casa.

–No puedes —le rogó ella—. Me necesitas.

–¿Para qué? —le dijo él de nuevo a gritos.

–Para que vuelva a la tienda y cancele el asesinato.

Él la miraba con incredulidad.

–¡No! ¡De eso nada! Estas personas son asesinos profesionales, Hallie. No les va a hacer gracia que les digas que cometiste un error y que tu intención no fue ordenar mi ejecución. Te matarían para cerrarte la boca.

–No voy a decirles que cometí un error —dijo Hallie—. Voy a decirles que necesitaba que me hicieran el trabajo antes del Año Nuevo y que no ha sido así. Les haré ver que las condiciones del contrato no se han cumplido y que ya no necesito sus servicios.

–¿Vas a despedirlos?

–Sí.

–No me lo puedo creer —murmuró—. Es como vivir una comedia negra. Voy a llamar a tu hermano. Al peligroso. Tal vez sepa cómo manejarte. ¿Cuál es su número?

–No te lo puedo decir —dijo Hallie—. Bueno, podría, pero entonces tendría que matarte.

–Vamos —le soltó él—. ¿Cuál es su número?

–No te lo voy a dar.

–Entonces llamaré a todos los profesores de artes marciales que haya en Singapur hasta que encuentre a tu hermano. O a cada empresa de vuelos comerciales de Grecia. Sí, eso sería tal vez mejor. Ese hermano seguramente podría llegar hasta aquí más rápidamente.

–¡No! Escúchame, Nick. Puedo arreglarlo. A primera hora de la mañana.

–Es Año Nuevo, ¿recuerdas? La tienda ni siquiera estará abierta.

–Tal vez la tienda no —concedió—. Pero uno se podrá poner en contacto con ellos de algún modo. Kai sabrá cómo se hace. Le preguntaremos a él.

–Kai, el mismo que te llevó al Lucky Plaza y que te dejó comprar la urna.

–Para ser justos, él no sabía que la había comprado —dijo Hallie—. Es el guardaespaldas de Jasmine, no el mío. Pero estoy segura de que se mostraría dispuesto a ayudarme.

Nick se paseaba de nuevo de un lado al otro, murmurando entre dientes y pasándose las manos por la cabeza. Muy al estilo de Luke. Abrió la boca para darle una explicación de su idea.

–No —él levantó la mano para que ella se callara—. No hables. No digas ni una sola palabra. Déjame pensar.

Así que cerró la boca y se concentró en servirse un té y añadirle azúcar, horrorizada ante la idea de que hubiera ordenado inadvertidamente la ejecución de Nick. Quería cometer sus propios errores desde luego, pero no de aquel calibre; no errores que no estuviera segura de poder arreglar.

–Llamaré a Tris si eso es lo que quieres —le ofreció en voz baja—. Puedo llamarlo ahora.

Nick la miró con mucha dureza; y Hallie desvió la mirada y se quedó mirando el té. ¡Iba a llorar, maldita sea! Sentía que estaba a punto de echarse a llorar. Se llevó la mano a la mejilla y se limpió con rapidez la primera lagrimita, a la que enseguida le siguió otra.

–¡Nada de llorar! —se apresuró a decir Nick—. No me gustan las lágrimas.

–Lo siento, Nick. Lo he estropeado todo.

–Todavía no. Pensemos en esto. Tal vez es tan sencillo como cancelar el contrato. Podríamos llamarlos; pedirles que se encuentren con nosotros en la tienda; hacerles saber que vamos a ir y que hemos cambiado de planes.

–¿Cómo? ¿Los dos? ¡Nosotros no, porque tú no puedes venir! —no se lo permitiría—. Si te llevo a esa tienda te pegarán un tiro allí mismo y te meterán en esa urna antes de que te dé tiempo a abrir la boca. Necesito ir allí sola.

–No.

Una sola palabra, simple e irrevocable.

–No puedes venir. Tienes que fingir que no sabes nada al respecto. Si piensan que estoy cancelando sus servicios porque han estropeado el trabajo y tú has descubierto que he ordenado tu ejecución, tal vez te maten de todos modos. Por puro orgullo profesional.


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