Текст книги "Esposa por una semana"
Автор книги: Kelly Hunter
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–Mira al suelo —dijo mientras continuaba medio encogido.
No sabía si estaba en el cielo o en el infierno, no se decidía. Como pudo, se apoyó sobre un codo y miró hacia el otro lado de la cama.
–Sí, ahí están.
–¡Ah!
Ella se quedó mirándolo; la mano que tocaba su entrepierna se quedó completamente inmóvil.
–Estás apoyado sobre los codos —dijo Hallie.
–¿Y qué?
–Que si tienes los brazos aquí arriba, mi mano está
Nick vio que abría los ojos como platos y se ponía colorada.
–¿Entonces no te he estado dando palmadas en el brazo? —preguntó Hallie.
–No —Nick se recostó en el cabecero de la cama, divertido, excitado y curioso por saber qué haría ella después—. No es mi brazo.
No sólo tenía las mejillas coloradas, sino toda la cara, el cuello y el pecho. Tenía los ojos bajos, fijos en la sábana. Pero fue su mano lo que le llamó la atención a Nick; sobre todo porque no la había retirado de donde la tenía.
–No pensé que las de este tamaño fueran reales —dijo ella finalmente—. Creía que eran mitos urbanos.
–Ésta es de verdad —Nick ahogó un gemido al sentir su mano deslizándose hacia la punta.
–¿Te la has medido?
Era un hombre. Por supuesto que se la había medido.
–No es tan grande —respondió él—. No te dejes apabullar.
–¡Ja! Para ti es fácil decirlo —cuando le tocó la punta deslizó de nuevo la mano hacia la base—. ¡Mide por lo menos veintidós centímetros! —exclamó ella en tono de acusación.
–No llega —la corrigió él, que no pudo menos que arquear su cuerpo en su mano con un gemido de puro placer.
Seguía comportándose como un caballero, que el cielo se apiadara de él, pero un hombre podía aguantar hasta cierto punto. Ella lo estaba volviendo loco. Él no podía verle los ojos y por eso no sabía lo que ella quería; sin embargo, estaba totalmente seguro de lo que quería él. Le agarró la barbilla, esa barbilla firme y decidida y se la levantó suavemente para que lo mirara a los ojos. Los tenía muy abiertos y en ellos había incertidumbre y curiosidad, algo que normalmente veía en las mujeres que se acostaban con él. Pero también buscaba deseo en su mirada y sin duda lo vio.
Fijó la vista en sus labios al tiempo que la estrechaba contra su cuerpo lo suficiente como para besarla con suavidad, con placer y erotismo. Pero eso no era suficiente; él quería más. Y se lo pidió mordiéndole suavemente el labio inferior; y cuando ella abrió la boca estuvo a punto de descontrolarse totalmente. Aquella boca suave y sensual, aquel sabor y aquella textura no eran suficientes para él. Deseaba más de ella. Pero se apartó de Hallie con un gemido de mala gana, puesto que quería saber si verdaderamente ella podría darle más.
–Quiero estar dentro de ti, Hallie. Muy dentro —murmuró con sensualidad—. ¿Es eso lo que quieres?
–No estoy segura. Creo que sí —susurró ella.
Nick gimió de deseo.
–Me parece que ese «creo que sí» no es suficiente —murmuró, incluso mientras sus manos le rodeaban la cintura para estrechar su cuerpo contra él—. Tienes que decir que sí.
Nick se estremeció al sentir la caricia de sus piernas sobre las suyas y sus senos pegados a su pecho.
–Sí —dijo Hallie.
¡Dios! Qué dulzura la de aquella mujer cuando deslizó las manos sobre sus hombros al tiempo que rodaba con él al centro de la cama, deseando tenerlo encima, besándolo con murmullos incoherentes que encendían su deseo. Que preciosa y desenfrenada su manera de levantar los brazos por encima de la cabeza, cuando lo ayudó a quitarle la parte de arriba del pijama, para seguidamente echarle los brazos al cuello y besarlo ardientemente. Sintió sus estremecimientos, sintió que se arqueaba y esa urgencia encendió todavía más su deseo.
Quería asegurarse de que estaba preparada para él, siempre lo hacía cuando estaba con una mujer. Aunque con Hallie lo que quería y lo que necesitaba eran dos cosas totalmente distintas. Quería darle placer, pero necesitaba estar dentro de ella, enterrado en ella hasta el fondo ¡Maldición, lo volvía loco! Él le quitó los pantalones cortos de seda con urgencia y rapidez y después se quitó los suyos y su necesidad por ella lo arañaba al tiempo que le separaba las piernas y se colocaba entre sus muslos. Encontró su abertura con la punta de su miembro y notó que estaba mojada, caliente y apretada.
Entonces ella se quedó inmóvil.
¡No! Su protesta silenciosa nació de lo más profundo de su ser, de un lugar primitivo y recóndito. No permitiría que ella parara. No podía. De modo que rodó con ella hasta que estuvo encima de él, sentada sobre su cuerpo. Era lo mejor que podía hacer.
–Podemos ir despacio —dijo él, sabiendo antes de hablar que su tono de voz sería tenso.
Ella se incorporó y se sentó; tenía la cara sonrosada y respiraba con agitación.
–No creo que sea capaz de hacer esto.
–Muy despacio—dijo él.
Y se afanó en demostrar que podría hacerlo.
Le agarró las caderas con suavidad y se las colocó para que ella se deslizara hacia él y lo abrazara con su sexo. Él se balanceaba adelante y atrás despacio, observando, siempre observando, para ver que lo que estaba haciéndole le gustaba. Y ciertamente ella era fácil de convencer.
–Nick yo Ah
Él le lamió un pezón y deslizó la lengua sobre la carne hasta que se puso duro. Pensó que era fácil de complacer mientras la arañaba suavemente con sus dientes y la consolaba con la lengua antes de meterse el pezón más en la boca y lamérselo con más fuerza. Eso sí que le gustaba. Y así lo hizo mientras le bajaba las manos por la espalda. Ella le retiró el pecho de la boca para devorarle los labios; y cada pequeño mordisco, cada avance de esa boca de miel lo hundía más en el abismo del placer.
–Ayúdame un poco —dijo Nick—. Estoy seguro de que puedo ir más despacio; sólo tienes que dejar de besarme así.
–¡Oh, Dios mío!—dijo ella.
Él le mordisqueó suavemente la mandíbula, la esbelta curva del cuello y el hombro; y en cada sitio que le tocaba ella respondía con un estremecimiento, con un ronroneo. Él se sentía aturdido sólo de sentir su cuerpo, muerto de ganas de poseerla. Deslizó los dedos entre sus piernas, sintió el lugar suave y húmedo al separar los pliegues para dejar al descubierto la pequeña yema de placer y se colocaba mejor contra ella. Contra ella, pero no dentro de ella, siempre balanceándose, intensificando la dulce sensación de piel sobre piel, hasta que ella respiró con agitación y en sus ojos brillaba una mirada de deseo. Le clavaba los dedos en los hombros, su sexo estaba mojado e hinchado, apretando su miembro duro al tiempo que sus movimientos se volvían más frenéticos. Él aspiró hondo cuando sintió las manos de Hallie acariciándole el pecho hasta ponerle los pezones duros, muerta de ganas pero controlándose totalmente mientras las manos continuaban bajando. Entonces se colocó un poco más abajo y lo guió para que la penetrara, poco a poco.
Fue entonces cuando lo sintió, una barrera en su camino.
¡No! Era imposible. No podía ser lo que de pronto se le fue a la cabeza. Tenía los ojos entrecerrados y el ceño fruncido mientras se centraba con intención en la tarea que tenían entre manos. ¡Oh, no, por favor, no!
–No eres virgen, ¿verdad? —le preguntó él con una inminente sensación de fatalidad.
–¿Acaso importa? —dijo ella.
¿Pero a qué se refería con que si importaba o no?
–¡Por supuesto que importa! —gimió él—. ¡Oh, Dios! ¡Eres virgen!
–Bueno, técnicamente sí —reconoció ella—. Pero no soy tan inexperta. He tenido relaciones sexuales antes.
–Ni se te ocurra hablar de política ahora —le soltó él mientras apartaba las manos de su cuerpo y las apoyaba sobre la cama, tratando de controlarse—. ¡Tú! ¡Virgen! ¿Y ahora qué?
Ella entrecerró los ojos, alzó la barbilla. Le encantaba esa mirada. A su cuerpo le encantaba esa mirada. Su cuerpo, pensaba Nick con alarma, casi había rebasado el punto de regreso.
–Quítate —dijo él.
–Estás de broma, ¿verdad?
Se mordió el labio inferior, apretó con fuerza y de repente, él estaba dentro de ella. Le lloraron los ojos un poco y pareció quedarse sin respiración durante unos segundos.
¡Oh, Dios! Estaba a punto de descontrolarse. Ella estaba tan caliente, tan mojada y apretada
–¡No te preocupes! —murmuró él—. Esto podemos arreglarlo.
¿Y cómo demonios iban a arreglarlo?
Hallie se echó a reír.
–No te rías —le ordenó él—. No te muevas.
Si ella se movía, él pasaría a la historia.
Ella se movió y lo mismo hizo él, que rodó con ella hasta colocarla de espaldas y empezó a moverse dentro de ella, pero con movimientos restringidos para tratar de ser con ella lo más delicado posible.
Ella lo miró entonces con los ojos oscuros y somnolientos y sonrió; Nick sintió que se fundía con él, sintió su cuerpo que se dilataba para acostumbrarse a su miembro.
–¿Estás bien? —le preguntó.
–Sí, completamente bien.
Y al momento ella le hundió las manos entre los cabellos y tiró de él para que la besara en la boca, consiguiendo que perdiera el control inmediatamente. Trató de ser delicado con ella, pero no estuvo seguro de conseguirlo mientras cabalgaba sobre su cuerpo para satisfacer su deseo por ella, su fascinación por ella. A su alrededor flotaba el olor del sexo y el calor del sudor de sus cuerpos. Su necesidad por ella era salvaje, su satisfacción turbadora cuando ella se entregó a él y fue hacía él, temblando a su alrededor con un gemido suave y sexy que parecía reverberar en sus sentidos.
Cuando ella gimió de nuevo y lo abrazó con sus piernas, lo urgió a que la penetrara todavía más.
Mucho rato después, él la llevó al cuarto de baño en brazos, abrió el grifo del agua caliente de la ducha a tope y la colocó debajo del chorro, con un brazo sosteniéndole la cintura para que no se cayera. Caballero o pícaro, suponía que tenía su respuesta. Suponía que iba a tener que vivir con ello.
–¿Puedes sostenerte sola? —le preguntó él en tono ronco.
–Pues claro que sí —ella le retiró el brazo y dio un par de pasos, tambaleándose un poco, hacia donde estaba el jabón—. Andar me cuesta más.
–Toma.
Ajustó la ducha para que el agua les cayera a los dos y le pasó el jabón. Jamás, ni en sus más alocados sueños, habría imaginado que la picante de Hallie Bennett fuera virgen. Tenía veinticuatro años. ¿Qué mujer hoy en día llegaba a esa edad siendo todavía virgen? ¿Y por qué?
–Yo esto espero que no te estuvieras reservando para tu futuro marido —le dijo él ciertamente cortado.
–No —Hallie torció los labios mientras se enjabonaba el cuerpo—. No te preocupes, Nick. He sido virgen hasta hoy sí, pero quería dejar de serlo. No voy a atraparte por ello.
¡Qué alivio! Hasta que de pronto se le ocurrió algo nuevo y muy poco agradable para él. Fuera o no la intención de Hallie pillarlo, acababan de practicar el sexo sin protección. Nick se dijo que jamás había sido tan poco cuidadoso con ninguna mujer. ¡Jamás! ¿Y si se quedaba embarazada y tenía un hijo? Sería su hijo. No había manera de que un hijo suyo se criara sin su padre y en lo concerniente a Nick, eso se traducía en matrimonio. La sangre se le heló en las venas y de pronto no podía respirar. ¿Pero qué había hecho?
–¿Estás bien? —le preguntó ella—. No pareces estar muy bien.
–Yo Bueno, supongo que es raro que tomes algo para no quedarte embarazada, teniendo en cuenta que eras virgen y todo eso —dijo con demasiado optimismo.
–En realidad, sí que estoy protegida —dijo ella—. Eso es algo por lo que no tenemos que preocuparnos.
Nick suspiró con alivio y se tranquilizó un poco.
–Llámalo intuición —dijo Hallie en tono seco—, pero me da la impresión de que casarte y tener hijos no está en tu lista de cosas que hacer.
–Yo, esto —Nick todavía se estaba recuperando del susto—. Sí, están en mi lista de cosas que hacer —dijo finalmente—. Sencillamente no están en primer lugar en este momento de mi vida.
–¡Ah! —Hallie sonrió—. Me alegra saberlo —bajó la vista—. Quiero decirte que me pareces un amante increíble. Me alegro de que hayas sido el primero.
Entonces levantó la cara y le acarició el pelo con tanta naturalidad y sensualidad que él sintió la fuerza del sentimiento que le nacía en el pecho.
Definitivamente no era parte del plan, pensaba él mientras se subía encima de ella con un gemido ahogado. Entonces la poseyó de nuevo.
Nick se enjabonaba bajo el chorro de agua mientras Hallie salía de la ducha y se enrollaba una toalla. Ella le echó una sonrisa soñadora, le dijo que mantuviera las distancias y salió por la puerta del baño. Nick se dijo que no habría problema ya que francamente estaba agotado.
Hacer el amor siempre había sido un pasatiempo muy agradable para él. A veces le gustaba hacerlo despacio y pausadamente, a veces con rapidez, juguetonamente. Esa vez el clímax lo había sacudido como un tornado, dejándolo aturdido y tembloroso. Y preocupado.
¿Y qué si ella era una amante generosa? ¿Y qué si hacia el final casi ni había sabido quién era ni dónde estaba, sólo con quién? No se trataba de que hubiera encontrado su alma gemela. ¡Maldita sea, sólo tenía treinta años! Era demasiado joven para eso. Tenía años y años de mujeres, de amor y de sexo por delante antes de que eso ocurriera.
Sí, le decía una voz en su interior. Años y años de sexo mediocre que jamás, jamás se equipararía a lo que acababa de experimentar con Hallie Bennett.
–No —dijo en voz alta, en tono fiero.
Oh, sí, le decía su corazón. Pasaría años buscando otra bruja de cabello rojizo y ojos dorados, de sonrisa encantadora y besos ardientes.
–¡No! —gritó, más fuerte esa vez.
Aquello no podía estar ocurriéndole. Independientemente de su dulzura, de su inteligencia y de sus amplios conocimientos sobre fútbol, Hallie Bennett no era la elegida.
No le permitiría que fuera.
Estaba tumbada boca abajo sobre la cama recién hecha, hojeando la guía de viaje de Hong Kong que él le había regalado, cuando él salió por fin del cuarto de baño. Ella tenía las piernas dobladas, los pequeños pies vestidos con sandalias, cruzados a la altura de los tobillos. Tenía los brazos doblados a la altura de los codos y la camisa de cuello camisero mostraba un canalillo modesto. Parecía tranquila, cómoda y totalmente a gusto. Nick se dijo que también parecía asequible, lo cual era bueno porque en ese momento estaba a punto de restablecer los límites de su relación.
En cuanto se pusiera algo de ropa.
Ella alzó la vista y sonrió con pausada satisfacción, con la tensión sensual de una mujer excitada. Nick sabía que había sido él quien lo había hecho y sólo él; ya que no había habido ninguno antes que él. Sin saber por qué, la idea le encantó.
No podía ser. Aquello no le estaba ocurriendo.
Le dio la espalda y se vistió con rapidez, evitando deliberadamente su mirada cuando se acercó al aparador donde tenía unos documentos.
–He estado pensando —empezó a decir con brusquedad.
–Se nota.
Él la miró con humor.
–He estado pensando que deberíamos ajustamos al plan de ahora en adelante.
–Bien.
–Quiero decir que la idea de traerte conmigo era para que este tipo de complicación no surgiera.
–Lo sé.
–Me dejé llevar, eso fue todo. Un cuerpo necesita cosas.
Ella sonrió al oír eso y a él le dio la incómoda sensación de que ella se había anticipado a sus defensas.
–Prometo que no volverá a ocurrir —dijo ella. Él estuvo a punto de caerse redondo al suelo—. Eso es lo que querías oír, ¿no?
Bueno, sí. Sólo que no esperaba oírlo con tanta rapidez. ¿Dónde estaba la decepción, la protesta por tener que renunciar a un sexo tan increíble? El hombre de negocios que llevaba dentro sintió alivio. El amante se sintió insultado. Y el amante, pensaba Nick en ese momento de muy mal humor, era quien lo había metido en ese lío.
–Creo que necesitamos una regla nueva —dijo él con firmeza—. Nada de sexo.
Ella se incorporó en la cama. Entonces hizo una mueca de dolor cuando se deslizó hacia el borde de la cama.
–¿Cómo te encuentras? —preguntó Nick.
–Estoy algo irritada —su confesión le sacó los colores—. No creo que vaya a tener problemas en adaptarme a tu nueva regla.
Estupendo. De lo más estupendo. De pronto se sentía culpable. Aquello, recordó, era una de las razones por las que nunca se había llevado a una virgen a la cama. No sabía qué hacer, cómo ayudarlas.
–A lo mejor hoy deberías tomártelo con calma, posponer la excursión por la ciudad. Estoy seguro de que a Jasmine no le importará.
–A mí sí —dijo Hallie—. Quiero ver las galerías.
Pues menudo éxito que había tenido sugiriéndole que se quedara en casa descansando. ¿Qué les pasaba a las mujeres cuando pensaban en las compras? Y eso le recordó a algo.
–Toma —le dijo, pasándoselo—. Llévatelo. Tal vez veas algo que te quieras comprar hoy en alguna tienda.
Hallie se quedó mirando el grueso fajo de billetes.
–Pensé que habíamos acordado que me pagarías al final de la semana.
Nick asintió.
–Y eso haré. Éste dinero es sólo para ir de compras.
–Para ir de compras —repitió despacio mientras miraba el dinero como si fuera veneno y a él como si fuera una serpiente—. Guárdatelo —dijo ella en un tono áspero que lo molestó.
–Mira, vas a ir a visitar las galerías de arte —dijo él, muy confundido con su reacción—. Asumo que sea lo que sea que se venda allí no será barato; y si conozco un poco a Jasmine diría que ella vería vuestra salida como un fracaso si no ves algo a lo que no puedas resistirte. Desde luego no espero que utilices tu dinero para esa clase de cosas. Guárdatelo en el bolso, por si acaso.
–¡No! —exclamó en tono fiero, con aspecto frágil—. Sé que me pagas por fingir que soy tu esposa y que dejé que me compraras ropa para el viaje, pero puedes guardarte tu dinero de las compras. No voy a aceptarlo.
–¿Por qué no?
A él le parecía también parte del trato.
Ella desvió la mirada.
–Porque me haría sentirme más como una prostituta —dijo ella finalmente.
Nick pestañeó; de pronto frunció el ceño.
–¡No seas boba!
Era cierto que tal vez no podía haber elegido peor momento; que no debería haberle ofrecido dinero tan seguido después del sexo. Por no mencionar lo que acababa de decirle de que no volvería a pasar. Pero lo cierto era que esa discusión ya la habían concluido y se habían puesto a hablar de otra cosa.
–¡Este dinero no tiene nada que ver con el sexo! —le soltó con rabia—. No te atrevas a pensar que estoy tratando de compensarte por lo que hemos hecho.
Ella parecía ligeramente avergonzada; y no poco dubitativa. Pero tenía la cabeza bien alta.
–Aun así no me lo trago.
Entonces estaban en un punto muerto. Porque Nick estaba igualmente empeñado en que ella se lo creyera.
–¿Y si te encargara que me compraras una pieza de alguna de las galerías cuando salgas hoy de compras? —dijo él—. ¿Y si utilizara tus servicios profesionales como experta en antigüedades, por decirlo de alguna manera? ¿Sería eso aceptable para ti?
–Te estoy escuchando —dijo ella con recelo.
–Cómprame algo, entonces —dijo él mientras le dejaba el dinero sobre la cama.
–Con todo este dinero, seguramente podría comprarte todo el puerto de Hong Kong —respondió ella en voz baja mientras miraba los billetes que había sobre la colcha—. ¿Qué quieres?
–Tú eres la experta. Elige tú.
–Sí, pero un comprador suele tener alguna idea de lo que quiere el cliente.
Comprador y cliente ¿Pero adonde habían llegado? Debería haber estado contento de que ella hubiera aceptado el dinero. Debería haberse alegrado de que por fin ella lo viera como una parte necesaria de la charada más que una especie de recompensa después del coito. Pero no se sentía a gusto. Se sentía vacío.
–Cómprame un jarrón —dijo él, diciéndole lo primero que se le ocurrió.
–Bien, te buscaré un jarrón.
Él vio que se guardaba los billetes en un bolsillo con cremallera del bolso; y se fijó en su sonrisa superficial cuando iba de camino a la puerta. Algo lo tenía fastidiado. Algo importante.
–No se te ocurriría pensar que yo te trataría como a una prostituta, ¿verdad? —le preguntó él en voz baja.
Ella no contestó.
Capítulo 5
Dos horas después y mientras Kai avanzaba con costumbre y facilidad por las calles cargadas de tráfico, Hallie decidió que era digno de mención el que a una la llevaran en un Mercedes por Hong Kong. Jasmine estaba sentada a su lado en el asiento de cuero negro, señalando con entusiasmo los lugares de interés, desde los museos a las empresas más importantes, desde el Bird Garden hasta el Goldfish Marke.
Cualquier otro día y Hallie se abrazaría a la oportunidad de comprar antigüedades con una buena guía y un chófer a su disposición, pero ese día no. Ese día estaba pensando en Nick y en cómo habían hecho el amor. Sobre todo, en lo que había pasado después.
¡Santo Dios, qué lío!
Había más o menos esperado que Nick retirara las tropas después de hacer el amor. Había empezado a prepararse para ello desde que había salido de la ducha y no se había sentido mal cuando habían restablecido las normas de su relación. En realidad, había aguantado el tirón bastante bien, teniendo en cuenta que aquélla era la mañana después de la primera vez que lo había hecho; muy bien, teniendo en cuenta que sus sentimientos por Nick no eran tan triviales como había querido dar a entender.
Y entonces él se había mostrado todo preocupado por su bienestar y ella había bajado la guardia y se había permitido a sí misma creer, aunque fuera sólo un momento, que ella podía significar algo para él; que a él su unión carnal le había parecido tan maravillosa como a ella. Y entonces él le había ofrecido el dinero para hacer la compra; y chico, qué mal se lo había tomado. Hallie apoyó la cabeza contra el cristal de la ventanilla, cerró los ojos y se dijo que ojalá pudiera borrarlo todo con el pensamiento: su encuentro sexual, el malentendido, el dinero
Cuanto antes se librara del dinero que le pesaba en el alma y en el bolso, mejor.
–Hallie, ¿estás bien?
Hallie se puso derecha, abrió los ojos y miró a la joven que la miraba con preocupación.
–Sí, estoy bien, tan sólo un poco cansada.
–¿No has dormido bien? ¿El dormitorio es incómodo?
–No, no. La cama era muy cómoda.
El problema era compartirla.
–Seguramente será por el desfase horario —continuó Hallie—. Se me pasará; de verdad —aspiró hondo y se fijó en la joven y pensó en los sitios donde habían estado—. Y dime, ¿cuál es tu sitio favorito de toda la ciudad? —le preguntó ella.
–La galería de alimentación Lucky Plaza —dijo Jasmine sin dudarlo ni un momento—. Tienen la mayor selección de comida de la ciudad. ¡Puedes probar un poco de todo! Es lo que suelo hacer yo cuando voy.
–Podríamos ir allí a comer —dijo Hallie.
Jasmine pareció dudar.
–A tu padre no le gustaría esa elección —dijo Kai con sus habituales modales callados y su manera implacable.
–Se lo preguntaré a mi padre.
Jasmine levantó la cara con una expresión de desafío que a Hallie le resultaba familiar; tras una rápida conversación por el móvil, el gesto desapareció.
–Ha dicho que sí —le dijo a Kai con dulzura.
Hallie observó con interés cómo la mirada de Kai chocaba con la de Jasmine por el retrovisor; la de él pétrea, la de ella, clara. Era como la roca que se encontraba con el agua; la roca soportaba, pero el agua era fluida y astuta, por no mencionar bellísima y sorprendentemente voluntariosa. Jasmine siguió mirando a Kai en silenció hasta que finalmente él se volvió a mirar la carretera. La sonrisa que Jasmine le echó a Hallie fue traviesa y Hallie se la devolvió con las mismas ganas.
–Entonces, ¿cuándo te gustaría comer? —le preguntó la joven—. ¿A la una?
Lucky Plaza era un complejo de los años setenta bien mantenido. Por dentro era limpio y soso, con un aspecto que hablaba de grandes cantidades de público diario. No tenía nada especial, pensaba Hallie, hasta que llegaron al restaurante y vio que allí era donde la gente de Asia se reunía para cenar.
–¿Lo ves? Sabía que te gustaría —dijo Jasmine, juzgando su fascinación con suma precisión—. Y eso que todavía no ha probado la comida —le dijo a Kai.
Él las condujo hacia una mesa vacía de un rincón, donde las ayudó a acomodarse sin ceremonia, mientras observaba a dos caballeros asiáticos vestidos de negro que estaban sentados junto a una escalera a unos veinte metros de donde estaban ellas.
–Quedaos aquí —le dijo a Jasmine.
–Ve —le dijo Jasmine—. Mientras tanto vamos a elegir la comida.
Hallie vio que Kai se acercaba a la escalera y hacía un gesto de asentimiento con la cabeza a los dos centinelas de las escaleras antes de subirlas.
–¿Qué pasa con los centinelas? —preguntó Hallie—. ¿Adónde va Kai?
–A mostrar su respeto —dijo Jasmine—. Uno no entra en el territorio de otro sin observar las formalidades.
–¿A qué territorio te refieres? ¿Te refieres al territorio de la tríada?
–¡Ay, no! —se apresuró a decir Jasmine—. Kai nunca nos dejaría acercarnos allí. Lucky Plaza es propiedad de otra de las organizaciones del crimen de Hong Kong. Son menos que una tríada pero de todos modos dignos de respeto. Puedes ver por qué le tuve que preguntar a mi padre si podía traerte aquí.
Sí, entendía por qué. Y ella que había pensado que la objeción de Kai a que fueran a ese local era simplemente un juego de poder.
–¿Cuánto tiempo lleva Kai con vosotros?
–Casi diez años. Desde que mi madre murió durante un intento de robo en una gasolinera. No creo que mi padre se perdonara el no haber cuidado mejor de ella —Jasmine suspiró—. Está empeñado en cuidar mejor de mí.
–Conozco esa sensación —dijo Hallie—. Mi madre murió de cáncer cuando yo tenía seis años. Mi padre la lloró y se enfrascó totalmente en su trabajo, de modo que mis hermanos mayores se tomaron la tarea de educarme. Tengo cuatro.
–Cuatro hermanos mayores —dijo Jasmine con horror y fascinación—. ¿Te querían proteger mucho?
Hallie asintió.
–Todavía lo hacen. Me vuelven loca.
–Pero ahora que estás casada, le habrán pasado esa tarea a Nick, ¿no? —dijo Jasmine.
Sí, claro. Se había olvidado de Nick; su marido.
–Bueno, sí —dijo con cierto nerviosismo.
Sólo Dios sabía si sus hermanos cambiarían de parecer si estuviera casada de verdad. Ningún pretendiente en potencia, después de conocer a los cuatro, había sido lo bastante valiente para aguantar mucho tiempo.
–Parece un marido estupendo —dijo Jasmine con un suspiro lleno de nostalgia.
–¿Quién? ¿Nick? —Hallie ahogó una risilla nerviosa—. Nick engaña —dijo finalmente—. Me da la libertad de cometer mis propios errores —como hacer el amor con él esa mañana—. Pero en el fondo, es muy parecido a mis hermanos. Le gusta salirse con la suya.
El dinero que llevaba en el bolso era un ejemplo perfecto de ello.
Jasmine frunció el ceño.
–Por supuesto, es mejor que mis hermanos —continuó Hallie, que no quería olvidar que se suponía que era su esposa—. Con él no me siento tan atrapada.
Eso era cierto, seguramente porque sabía que había accedido a hacer la charada de esposa obediente durante una semana.
–Yo me siento atrapada —dijo Jasmine pensativamente—. A veces sólo se me ocurre pensar en el modo de salir. Cuando Nick llegó a vernos por primera vez, lo vi como una oportunidad de escapar. Por supuesto, también es apuesto y amable; cualquier mujer querría estar casada con un hombre como él Y tú debes entender que no sabía que ya estaba casado —Jasmine volvió la cara, se había puesto colorada—. Traté de seducirlo —dijo en voz baja—. Deberías haberle visto la cara. Estaba horrorizado.
–¡Oh, Jasmine! —Hallie no sabía si aplaudir la iniciativa de la joven o si reprenderla por vender su futuro a tan bajo precio—. Tiene que haber otro modo.
–Lo hay —dijo la joven—. Al menos eso creo. Kai desea visitar a su familia en el continente después de Año Nuevo. Está pensando en marcharse para siempre. Si lo hace, trataré de convencer a mi padre para que no le busque un sustituto.
–Eso podría funcionar.
Jasmine asintió.
–Esperemos que eso contente a todo el mundo, incluido Kai. Últimamente ha estado tan irritable ¡Y qué humor! ¡Y todo el día se lo pasa criticando! Me está volviendo loca.
–Parece que tiene problemas por alguna mujer —dijo Hallie.
Tenía cuatro hermanos mayores y conocía bien los síntomas.
–No —dijo Jasmine mientras negaba con la cabeza—. Yo lo sabría si hubiera alguna mujer. Hace años que en su vida no hay ninguna mujer.
–¿Ninguna mujer? ¿No será?
–¡No! —dijo Jasmine con indignación—. ¡Desde luego que no! Sólo es exigente.
–Supongo que se lo puede permitir —dijo Hallie, observando a la joven con detenimiento—. Es muy guapo, ¿no crees? Casi tanto como Nick.
Jasmine apretó los labios.
–Supongo —dijo con brusquedad.
–Y es callado y fuerte —añadió Hallie.
–Si a una le gusta eso.
–A muchas mujeres les gusta eso —le aseguró a la joven y sonrió cuando Jasmine entrecerró los ojos.
Jasmine parecía albergar instintos de protección cuando se trataba de Kai.
–¿Cuánto tiempo dices que lleva malhumorado?
–Más de un año —dijo Jasmine con abatimiento.
–¿Y cuántos anos tienes tú?
–Cumplí diecinueve hace tres semanas.
¡Ah!
–Ahora sí que me inclino a pensar que tiene problemas por una mujer. Tal vez suspire por una mujer inalcanzable.
–No hay ninguna mujer —dijo Jasmine enérgicamente.
–Estás tú —dijo Hallie en voz baja—. Tal vez Kai tenga sentimientos hacia ti y no sepa qué hacer con ellos. Tal vez por eso esté tan malhumorado y quiera volver con su familia.
Jasmine pestañeó. De pronto se quedó pálida.
–Lo siento —dijo Hallie apresuradamente—. No quería disgustarte. Sólo ha sido una idea. En realidad, sólo llevo aquí dos días; ¿qué voy a saber yo?
–Eso explicaría muchas cosas —dijo Jasmine mientras negaba con la cabeza imperceptiblemente—. ¡Oh, Hallie, lo he tratado tan mal últimamente!
–Creo que Kai puede soportar un poco de maltrato, ¿no te parece? —dijo Hallie, mientras su mirada se encontraba con la de Kai, que aparecía en ese momento al pie de las escaleras.
El hombre avanzó hacia ellas con paso firme. Era un guerrero, un guerrero a la antigua usanza: conocía a los de su estirpe y era honorable a la hora de proteger a los que estaban a su cargo. Por ello se mostraría igualmente firme a la hora de resistirse a los sentimientos que tenía hacia ella.
Claro que no podría hacerlo indefinidamente, pensaba Hallie mientras la mirada de ojos caídos de Kai conectaba con la nueva mirada de Jasmine. Sobre todo si resultaba que Jasmine decidía que tenía también sentimientos.
El agua siempre prevalecía al final, por muy dura que fuera la roca. Todo el mundo sabía eso.