Текст книги "El hechicero"
Автор книги: Владимир Набоков
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Классическая проза
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El protagonista, en lugar de enfrentarse a sus odiosas obligaciones nupciales, ha salido a rondar en plena noche. Ha considerado diversas posibilidades que le permitirían librarse de su recién adquirida, pero ya superflua, esposa, que se encuentra prometedoramente enferma, pero cuya existencia le aparta ,momento a momento, de la niña que desea. Se le ha ocurrido usar veneno, ha entrado, presumiblemente, en una farmacia, quizás haya llegado a comprarlo. A su regreso ve una línea de luz bajo la puerta de la «querida difunta», y se dice a sí mismo «Charlatanes... Habrá que atenerse a la versión original». Las ideas concurrentes podrían ser resumidas en esta lista:
Siente una decepción al ver que ella no se ha dormido.
Había equiparado, semiconscientemente, sueño con muerte.
El hecho de que nosotros la veamos, a través de los ojos de él, como la «querida difunta» connota su sarcástica reacción ante el hecho de:
que esté viva.
que esté despierta.
O bien la expresión «querida difunta» significa que, para él, ya está muerta, o como si lo estuviese.
Ahora tiene que satisfacer a su poco apetitosa novia, o encontrar alguna excusa plausible que le permita darle las buenas noches e ir a acostarse (la «versión original»).
Su acceso a la niña sigue siendo tan problemático como antes.
Los «charlatanes» son:
los farmacéuticos a quienes no les compró la pócima;
los farmacéuticos cuya pócima compró, pero no llegó a utilizar;
los farmacéuticos cuya pócima ha sido administrada mentalmente por su obsesiva imaginación, lo cual le conduce a pensar que va a encontrarla muerta, puesto que equipara, como hemos visto, vigilia y vida (en donde se dice «farmacéuticos», léase todo el mundo establecido de la medicina forense, que le ha fallado);
las punzadas de la conciencia y/o del miedo que le han conducido a descartar la idea del veneno y/o del asesinato en general; o la desesperada esperanza de que haya con seguido provocar la defunción por la sola fuerza de su voluntad.
Todo lo anterior se funde en el caleidoscopio de una mente enloquecida.
¿Llegó a entrar realmente en la farmacia? Aquí, como en otros momentos, mi ética de traductor me prohibía añadir al texto de mi padre nada que hiciera las cosas más explícitas en inglés que en ruso. La multiplicidad de niveles y la agradable forma elíptica del texto son parte integrante de su naturaleza. Si VN hubiese querido dar aquí más detalles, los hubiera dado en el original.
El relato es voluntariamente impreciso en lo que se refiere al lugar y la época, pues se trata de una narración esencialmente intemporal e ¡localizada. Se puede dar por supuesto que la década de los treinta está a punto de terminar, y, como confirmó posteriormente Nabokov, [19] que nos encontramos en París, y luego camino del sur de Francia. Hay también un breve rodeo que nos conduce a una ciudad pequeña, no muy alejada de la capital. El único personaje cuyo nombre se menciona en el texto, [20] es el menos importante: la criada que, en esa ciudad de provincias, ayuda a la infortunada niña a hacer su equipaje, y que recoge las gallinas cuando el coche, en cuyo interior viajan por fin unidos el protagonista y su presa, se aleja velozmente.
Dejaré en manos de los estudiosos —entre los cuales hay algunos lectores soberbiamente sensibles a Nabokov– la identificación y la documentación detallada de los temas y niveles (narración clásica, metáforas engañosas, romanticismo, sexualidad, sublimación de cuento de hadas, matemáticas, conciencia, compasión, miedo a ser colgado de los talones), así como la búsqueda de paralelismos ocultos con la Gesta del príncipe Igoro con Moby Dick.Mi padre hubiese advertido a los freudianos que se abstuvieran de regocijarse ante la efímera mención de una hermana, la curiosa regresión a la infancia que sufre la niña al final, o el complicado bastón (que esdesvergonzada y divertidamente fálico pero también, en un plano completamente distinto, una evocación visual de los objetos apetitosos y «valiosos» —otro ejemplo es ese reloj tan extraño, con la esfera vacía– que Nabokov gustaba a veces de proporcionar a sus personajes).
Habría que explicar, me parece, algunas imágenes comprimidas, pues de lo contrario se corre el riesgo de que se malogren. Siguen ahora unos cuantos ejemplos «especiales», que dispongo, a diferencia de los que he dado hasta ahora, en orden de aparición.
La «lechuga negra que estaba a punto de devorar a un conejo verde» (p. 19): una de las diversas (véase más abajo) aberraciones visuales que, en un nivel, proporcionan a la historia un aura surreal y hechizada, mientras que, en otro, describen con la mayor economía y de la forma más directa de qué modo queda distorsionada momentáneamente la percepción de la realidad por parte de un personaje debido a cierto estado de su ser (en este caso, la excitación abrumadora, frustrada, casi no escondida del protagonista). .
Los «pasitos japoneses» (p. 21): muchos lectores, si no son todos, deben de haber visto, en la pantalla de cine o en la pequeña, o en la ópera, o quizás en el Oriente de verdad, el paso característico de la geisha —pasos cortos, menuditos en sus sandalias de alta plataforma—, al cual compara Nabokov el avance de la niña con los patines puestos cuando sus ruedas se niegan a girar en la gravilla.
Un pasaje potencialmente más críptico es el de ese «extraño dedo sin uña (abocetado en un muro)» (p. 38). Una vez más, la ambigüedad deliberada, las imágenes e ideas concurrentes, y los diversos niveles de interpretación, han entrado en escena. A fin de desvelar este ejemplo: el «objetivo concreto» que emerge de algún substrato del cerebro del protagonista es el de conseguir el acceso a la niña mediante la boda con su madre. El graffito imaginado en la valla es un híbrido del índice que señala el camino, tal como aparecía en algunos indicadores antiguos, y la varita mágica de algún bromista, sugeridos simultáneamente por la forma estilizada y sin uña del dedo a una mente de tendencias esencialmente depravadas pero no exenta de destellos autoacusadores de objetividad. Este dedo ambiguo señala al mismo tiempo, en esa pasajera imagen, el camino del noviazgo (con la madre), las partes íntimas de la niña deseada, y la propia vulgaridad del protagonista, que ni con los mayores esfuerzos podría quedar justificada por la razón.
«Manga» (p. 40): queda claramente implícito aquí que la pobre mujer todavía está haciéndose la difícil. El juego de palabras, que contiene un eco sesgado del título de la obra en ruso, cuyo significado más directo es «mago», se refiere a la carta que el prestidigitador esconde en la manga —las galas superficiales del matrimonio– y además al auténtico marido, vivo y presumiblemente enamorado, «el as de corazones en carne y hueso». Hay además aquí un matiz paralelo, introspectivo: el cínico truco que este travestí de matrimonio es para el protagonista. Éste comparte el chiste subyacente con el lector atento, aunque no lo hace, claro está, con su futura esposa. Encontramos en este caso el mismo tipo de compresión múltiple que en la imagen del graffito.
«Rosa de los vientos» (p. 47): la antigua rosa náutica italiana, más estilizada que la actual, y que indicaba, como siguen haciéndolo las de ahora, los puntos cardinales principales y secundarios (que también identificaban las direcciones de los vientos) se llamaba rosa dei venti,rosa de los vientos, por su aspecto de flor y porque los vientos eran de importancia crucial para los navegantes; la expresión italiana sigue utilizándose en la actualidad. Con la traducción [ a compass rose of draftsN. del T.] se gana un poquito (quizá sólo en el caso de una minoría de lectores: los que navegan y los que saben italiano), pues la imagen se refiere a las corrientes de aire procedentes de diversas direcciones que han sido provocadas por la asistenta al abrir las ventanas.
«Del día treinta y dos» (p. 47): otra imagen bellamente concentrada que casi es una pena que se amortigüe con una explicación erudita. Las violentas emociones del protagonista —que anticipa el momento en el que se encontrará por fin solo con la niña, la enfurecedora sorpresa que se lleva cuando ve a la hacendosa asistenta– han provocado que su visión sea húmedamente borrosa, y le hacen ver una fecha absurda. El mes no importa. Hay aquí una ironía nabokoviana, pero también se filtra cierto grado de compasión por el monstruo.
Un «gato doble» (p. 81) es un gato visto por una niña tan cansada que no consigue enfocar la vista. Ópticamente, es una imagen emparentada con la del «día treinta y dos» y la del «conejo verde».
Habría sido posible, por supuesto, dar una detallada explicación de cada uno de los fragmentos más difíciles, pero eso hubiera dado como resultado un aparato erudito más largo que el texto en sí. Estos pequeños acertijos que, sin excepción, tienen una intención artística, también pretenden ser divertidos. El lector distraído, mareado por la cargada atmósfera del avión y por las copas que le han ofrecido amablemente, puede siempre optar, lamentablemente, por saltarse la frase, como hizo a menudo con la reeditadísima Lolita.
Las cosas que más me gustan a míen esta narración son, entre otras, la intriga (¿cómo traicionará la realidad al sueño?) y el corolario de la sorpresa que se encuentra en cada página; el horripilante humor (la grotesca noche de bodas; el receloso chófer que anticipa vagamente el personaje de Clara Quilty; ese payaso shakespeariano que es el portero nocturno del hotel; la desesperada búsqueda de la habitación de la niña: ¿acabará saliendo, como en «Una visita al museo», [21] a una ciudad completamente distinta, o reaccionará el portero, con quien se encuentra el protagonista al final, como si le viera por primera vez en su vida?); las descripciones (el bosque que salta de colina en colina para tropezar con la carretera y caer al otro lado, y otros muchos detalles); las primeras apariciones de personas y cosas dotadas de una vida propia paralela que irán, circunstancial y crucialmente, reapareciendo; los camiones que, de forma ominosamente atronadora, atraviesan la noche; la espléndida utilización innovadora del ruso en el original; las imágenes cinéticas de la conclusión surreal y el frenético ritmo, algo así como una stretta finale,que va acelerándose hasta llegar a la aplastante culminación.
El título inglés elegido por mi padre contiene un eco nada oculto de los Cazadores Hechizados de Lolita.
Dejo también que se encarguen otros de buscar más huevos de Pascua de este tipo. Habría, sin embargo, que ser cauteloso a la hora de subrayar la importancia de las similitudes superficiales. Nabokov consideraba que El hechiceroera una obra completamente distinta de Lolita,con la que guardaba sólo un parentesco lejano. Es posible que contenga «la primera y aún débil palpitación» de su novela posterior —e incluso se podría poner en duda esta tesis si se examinaran con detalle ciertas muestras tempranas de su obra– pero tampoco hemos de olvidar que en el arte en general siempre se encuentran primeras palpitaciones que predicen obras futuras y más amplias; se me ocurren varias composiciones literarias, como el Retrato del artista adolescentede Joyce. También puede producirse el fenómeno opuesto, miniversiones posteriores o destilaciones finales, como ocurre en el caso del Retrato de Manonde Massenet. En cualquier caso, Volshebnikno es en modo alguno un Retrato de Lolita:las diferencias entre ambas obras son, evidentemente, mayores que las semejanzas. Tanto si es cierto que Lolitaes una historia de amor pasional entre su autor y el idioma inglés, una historia de amor pasional entre Europa y Estados Unidos, una visión avinagrada del mundo de los moteles y sus paisajes circundantes, una moderna «traducción libre del Onegin»(estas hipótesis, y otras muchas, han sido planteadas, todas con igual vehemencia aunque con diversos grados de seriedad y fiabilidad), como si no lo es, resulta indudable que Lolitafue producto de estímulos artísticos muy nuevos y diferentes.
Partiendo de la base de que es preferible ser ingenuo que atrevido cuando se intenta analizar la génesis de una obra de arte tan compleja como ésta, no me aventuraré a calibrar qué importancia tuvieron para Lolitael análisis que hizo Nabokov de Lewis Carroll; sus observaciones en Palo Alto en 1941; o la transcripción realizada por Havelock Ellis, aproximadamente en 1912, de las confesiones de un paidófilo ucraniano, traducidas luego del original francés al inglés por Donald Rayfield (que, pese al notable eco que tiene su apellido con el de John Ray Jr., Ph. D., el ficticio prologuista de Lolita, es un erudito británico perfectamente real). Rayfield teoriza, entre otras afirmaciones menos convincentes, que el pseudónimo Victor, por medio de Ellis, merece un notable crédito por «su contribución al tema y la trama de Lolita,así como al carácter extrañamente sensual e intelectual de Humbert Humbert, el protagonista de la mejor novela en inglés de Nabokov.» Además, y aunque admite que El hechicero(cuyo título traduce literalmente como «El mago») fue escrita con anterioridad, también conjetura que el relato del desdichado ucraniano dio el ímpetu final que permitió que surgiera «el tema central de Lolita». [22] Esta hipótesis sería merecedora de cierta consideración si no fuese por ciertos datos cronológicos que quiero mencionar: sólo en 1948 le envió Edmund Wilson la transcripción de Ellis a Nabokov, que no la conocía aún; por otro lado, Volshebnik,que ya contiene lo que podría ser calificado de «tema central» (aunque poca cosa más) de Lolita,fue terminado en 1939.
En cuanto a la presunta contribución de El hechice roen la novela, es cierto que se encuentran en Lolitaalgunas ideas e imágenes procedentes de la narración. Pero tanto yo como otros muchos hemos notado desde hace tiempo que hay temas y detalles de diversos tipos que suelen repetirse en las novelas, relatos, poemas y obras dramáticas de Nabokov. En este caso, los ecos son lejanos y las diferencias importantísimas: ambiente (geográfica pero, sobre todo, artísticamente remoto), personajes (que en alguna ocasión tienen reflejos mutuos, pero debilísimos); desarrollo y desenlace (totalmente distintos).
Es posible que cierta niña de un parque europeo, fugazmente recordada por Humbert en una de las primeras páginas de Lolita,sea la fórmula utilizada por Nabokov para recordar a la pequeña heroína de El hechicero,pero también la que le sirve para relegarla para siempre a la categoría de pariente muy lejana.
Es posible que Dolores Hay, como dice Nabokov, sea «prácticamente la misma zagala» como víctima del Hechicero, pero sólo en un sentido conceptual, como fuente de inspiración. En los demás aspectos, la primera niña es muy diferente: sólo es perversa a los ojos del loco; resulta inocentemente incapaz de hacer nada que se aproxime a la intriga de Quilty; y aún no ha tenido el despertar sexual, y es físicamente inmadura, y éste quizá sea el motivo por el cual Weidle creía recordar que sólo tenía diez años.
Sería un grave error calzarse los patines de esta protoninfa para deslizarse con ellos hacia un jardín de paralelos caminos de rosas.
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01/12/2010
notes
1
Extraída de «Sobre un libro titulado Lolita»,que fue publicada originalmente en francés, en L'Affaire Lolita,París, Olympia, 1957, y posteriormente añadida a la novela como postfacio.
2
A partir del manuscrito de El hechicero,queda demostrado que la fecha exacta es 1939.
3
Mi padre no había vuelto a ver esta narración desde hacía muchos años, y su recuerdo comprimió bastante su extensión.
4
Con posterioridad, este problema ha sido solucionado.
5
Esto fue así hasta julio de 1986, momento en el cual el mundo literario establecido de la Unión Soviética pareció comprender que el Realismo Socialista y la realidad artística no tienen que coincidir forzosamente, y uno de los órganos oficiales de ese mundillo dio un gran giro a su política cuando anunció que había «llegado la hora de devolver V. Nabokov a nuestros lectores».
6
Como precaución ante los posibles bombardeos aéreos.
7
Vladimir Zenzinov e Ilya Fondaminsky.
8
Madame Kogan-Bernstein.
9
Fragmento de una carta fechada el 6 de febrero de 1959, en la que Nabokov ofreció El hechiceroa Walter Minton, que era, en aquel entonces, el presidente de G. P. Putnam's Sons. La contestación de Minton expresó un gran interés, pero parece ser que el manuscrito no llegó a serle remitido. Mi padre estaba entonces muy concentrado en la traducción del Eugene Onegin,la redacción de Aday la preparación del guión cinematográfico de Lolita, yrevisando, además, mi traducción de Invitado a una decapitación.Es probable que decidiera que no tenía tiempo suficiente para sumar otro proyecto a todos estos.
10
Esta era, según algunos, la verdadera identidad de la manzana bíblica. (Dmitri Nabokov)
11
En VN: The Art and Life of Vladimir Nabokov,Nueva York, Crown, 1986. Extraña combinación de rencor, adulación, indirectas, y simples errores en los datos, que he tenido ocasión de leer en pruebas de imprenta.
12
En su relato «El pueblo corrompido», publicado originalmente (después de la novela) con el ofensivo título de «Zhid»(«El judío» es un término peyorativo, de ahí el comentario de D.N. N. del T.),y que, por cierto Nabokov no habría utilizado jamás.
13
En La defensa,tr. Michael Scammell, Nueva York, G. P. Putnam's Sons, 1964.
14
En el relato «Bachmann», en El tiranicida,tr. D. y V. Nabokov, Nueva York, McGraw-Hill, 1975.
15
En Una belleza rusa y otros relatos,tr. D. Nabokov y Simón Karlinsky, Nueva York, McGraw-Hill, 1973.
16
En «Escenas de la vida de un monstruo doble», en Trece cuentos,Carden City, Nueva York, Doubleday, 1958.
17
En The New Yorker,tr. D. Nabokov, 18 de febrero de 1985.
18
En Detalles de un crepúsculo,tr. D. y V. Nabokov, Nueva York, McGraw-Hill, 1976.
19
Véase la primera nota del autor.
20
Acerca del nombre que Nabokov atribuyó posteriormente al protagonista, véase la primera nota del autor, y también más arriba en este mismo comentario.
21
En Una belleza rusa y otros relatos,trad. D. Nabokov y Simón Karlinsky, Nueva York, McGraw-Hill, 1973.
22
Debo algunos de los detalles y citas aquí aportados a la información publicada por Edwin McDowell en The New York Timesel 15 de marzo de 1985, respecto a la publicación en Grove Press del libro The Confessions of Victor X.